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jueves, 27 de septiembre de 2007

La paella de don Fermín / Autor: José H. Prado Flores

El grave problema de muchos evangelizadores, es tratar de incorporar toda la doctrina y enseñanza de la fe en la evangelización kerygmática. Hay quienes creen que el mensaje es incompleto y tratan de mejorar la pedagogía del Nuevo Testamento. Para todos ellos es la siguiente historia.

Con motivo de la guerra civil española, muchos emigrantes llegaron a México. Entre ellos vino un cocinero de Valencia, llamado Fermín, que inmediatamente se dedicó a vender paella, que bien pronto se hizo famosa en toda la ciudad de México. Su negocio progresó y le llamó: "La Valenciana". No había mejor paella en toda la ciudad que la de "El Andaluz", como se le conocía a Don Fermín. Iba tanta gente de todas partes a causa de su sabrosa paella, que Don Fermín quiso aprovechar el imán de su paella, que comenzó a vender también quesos y vinos de ultramar. Tenía tantos clientes que incluyó ropa y mercería. Luego anexó un expendio de pan y más tarde amplió el local para vender frutas y legumbres. El éxito fue tanto, que aquella pequeña tienda se convirtió en un centro comercial.

Hoy día, "La Valenciana" es un supermercado como otros muchos, donde se puede encontrar todo lo que se quiera o necesite; menos una cosa, paella. Por pretender vender todo, Don Fermín olvidó aquello que lo había caracterizado y que lo hacía único en la ciudad. Hoy ofrece lo que otros ya hacen. Su supermercado en nada se distingue de otro. Sin embargo, ya no hay quien cocine aquella exquisita paella de "El Andaluz". Por ser como los demás, perdió lo que lo caracterizaba y hacía único. Don Fermín es muy rico, sí, pero ya no existe aquella paella sin igual.

La proclamación del Evangelio comienza con el Kerygma o Primer Anuncio, que tiene un contenido bien específico: La persona de Jesús Salvador. Sin embargo, muchas veces caemos en la tentación de don Fermín: Le anexamos tantos elementos de tipo filosófico, doctrinal, pastoral, sacramental, y añadimos tantos temas, aún importantes, que después resulta casi imposible encontrar la persona viva de Jesús en medio de tantos elementos. De esta forma, se diluye el mensaje. Ya no es una proclamación que sacude sino un sistema doctrinal o un catecismo completo de la fe.

Hay quienes piensan que durante el Primer Anuncio se debe incluir un tema sobre el sacramento de la Reconciliación y lo añaden. Otros piensan que se necesita una seria fundamentación sobre la Iglesia y se inserta. Otra persona cree que no es posible olvidar a la Virgen María y el Santo Rosario, y aumenta una enseñanza más. Uno más quiere recalcar la importancia del Papa y entonces también lo anexa. Los de la Parroquia de San Martín de Porres opinan que el Santo de la Parroquia debe ser tomado en cuenta y ponen un parche más. El dirigente que nació en San Francisco, también quiere que se reconozca al pobre de Asís e incorpora un tema más. Se añade tanto y tanto, que cuesta trabajo encontrar el mensaje fundamental.

Se adoctrina a quienes apenas están siendo evangelizados. Se da alimento sólido a los que están en el proceso de nacer de nuevo. Se esfuma el mensaje del anuncio de la muerte y la proclamación de la resurrección de la salvación. Con tantas añadiduras, el Kerygma se va diluyendo y perdiendo en consecuencia su fuerza.

No podemos renunciar a "nuestra paella" por ningún motivo. Desgraciadamente por ciertos espejismos, se pierde lo esencial: Hay hospitales de religiosas, donde nadie revela el sentido de la cruz gloriosa a los que sufren. Alumnos y estudiantes pasan años en una universidad católica conociendo las ciencias, pero no el Camino, la Verdad y la Vida. Hay campos deportivos dirigidos por sacerdotes, cuyos equipos llegan a ser campeones, pero los jugadores no saben que ya han ganado el partido más importante: La vida eterna. Tal vez todas estas iniciativas comenzaron con buena intención, pero con el desgaste del tiempo, venden muchas cosas buenas, pero ya no más paella.

No podemos engañarnos con el espejismo de ofrecer todo el supermercado, si el precio que pagamos incluye perder la fuerza intrínseca del anuncio de Jesús Salvador, Señor y Mesías.

Debemos preguntarnos si el hombre de hoy encuentra en la Iglesia lo que nadie más puede darle: Jesús vivo, que da vida en abundancia a los que creen en su nombre. O, por tratar de ofrecer todo, ¿hemos caído en la tentación de perder lo esencial? ¡No podemos avergonzarnos del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree!

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