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sábado, 29 de septiembre de 2007

Las tres Avemarías / Autor: P. Ángel Peña Benito, O.A.R.

En las Revelaciones de santa Matilde se lee que la Virgen María le dijo
con relación a su petición frecuente de que la asistiera en la hora de
la muerte:

Sí, lo haré; pero quiero que por tu parte me reces diariamente tres
avemarías, conmemorando en la primera el poder recibido del Padre eterno;
en la segunda, la sabiduría con que me adornó el Hijo y, en la tercera,
el amor de que me colmó el Espíritu Santo.

Esta devoción de las tres avemarías fue recomendada por algunos Papas
como Pío IX, que las rezaba cada día después de cada misa. Y esta
costumbre de rezar tres avemarías después de la misa, la extendió el Papa
León XIII a todos los sacerdotes de la Iglesia. Muchos santos también
aconsejaron esta devoción, especialmente, san Leonardo de Puerto Mauricio y
san Alfonso María de Ligorio.

¡Cuántas personas han podido comprobar en su propia vida la eficacia de
esta devoción de las tres avemarías! Un pequeño obsequio, ofrecido a
María, nos puede obtener la salvación, aunque sólo sea un avemaría.
Veamos algunos ejemplos.

- Un famoso sacerdote, que tanto escribió en la prensa francesa, con el
seudónimo de Pierre L´Ermite, contaba el siguiente suceso como
auténtico:

Un maestro impío había descristianizado a sus alumnos en los diferentes
lugares en que había sido profesor. Al llegar la segunda guerra
mundial, se unió a un grupo de fugitivos. Pero los muchos sufrimientos que
debía soportar en los montes, lo llevaron a la desesperación y decidió
quitarse la vida. Se separó de sus compañeros y se sentó junto a un
árbol, sacando su revólver, con el que quería darse muerte. Pero, en ese
momento, acordándose de una costumbre que había tenido en su infancia y
que había olvidado durante 40 años, comenzó a rezar tres avemarías.
Apenas terminó de rezarlas, sintió una fuerza sobrenatural y desechó la idea
del suicidio uniéndose a sus compañeros. A partir de ese momento,
comenzó una auténtica vida cristiana, que procuraba inculcar a todos los
que encontraba. Las tres avemarías de última hora, le habían obtenido la
gracia de la vida y de la conversión.

TESTIMONIOS-

En 1959, el padre redentorista Luis Larrauri confesó a un mudo. Dice
así: Después de haber dirigido una misión popular, el hijo de un
caballero me suplicó que fuera a confesar a su padre, que llevaba tres meses
mudo y estaba gravísimo por efectos de una embolia. Fui a su casa y
entré en la habitación del enfermo. Le dije:

- Esté usted tranquilo, yo le haré preguntas y usted me responde sí o
no con la cabeza.

Entonces, el caballero rompió a llorar. Y con voz alta y distinta se
confesó. ¡Yo no salía de mi asombro! Y él me dijo:

- Padre, usted va a comprender inmediatamente por qué hablo en estos
momentos. Desde los diez años tomé la costumbre de rezar por la mañana y
por la tarde las tres avemarías, que me aconsejaron los misioneros.
Desde los catorce años, perdí toda práctica religiosa, menos las tres
avemarías. Ningún día las omití, pidiendo también la gracia de no morir sin
hacer una buena confesión, porque necesitaba confesarme bien desde mi
primera comunión a los ocho años…

Al terminar la confesión, quedó mudo otra vez. A las doce de la noche,
de ese mismo día, había muerto en la paz de Dios.

- Un misionero del Perú contaba que, en 1967, hizo una visita turística
a un pueblecito de la cordillera de los Andes. Al regresar, el coche
se averió en un pequeño poblado perdido en la inmensidad de aquellos
montes. Mientras el mecánico arreglaba el coche, se le acercó un hombre de
mediana edad que, dirigiéndose a él, que llevaba sotana, le dijo:

- Padrecito, le ruego venga conmigo a mi casa, porque mi madre anciana
está muy enferma y quiere un sacerdote. El sacerdote más próximo está a
300 km de aquí y no hay tiempo para ir a buscarlo, porque puede
morirse en cualquier momento.

Al llegar el sacerdote a su casa, la anciana le dijo que, durante toda
su vida, le había pedido a Dios la gracia de no morir sin confesión,
rezando tres avemarías por esta intención. Y Dios le concedía ahora esa
gracia por medio un sacerdote, que se había detenido en el poblado por
efecto de una avería, que Dios había permitido, para ayudar a aquella
anciana a morir bien confesada y preparada para el viaje a la eternidad.
Ciertamente, las tres avemarías, rezadas todos los días a la Virgen, le
habían obtenido esa gracia de Jesús por intercesión de María.

- Otro misionero, párroco en el Cuzco (Perú), decía: En mi extensa
parroquia y con la colaboración de los catequistas, he difundido la
devoción de las tres avemarías. En junio de 1969, pasé por una hacienda muy
alejada ,cuyo dueño era anciano. Había sido seminarista, pero se había
unido a su esposa sin casarse por la Iglesia. Aproveché la visita para
dejarle una estampa sobre la devoción de las tres avemarías,
recomendándole que las rezara todos los días.

A fines de octubre, vinieron a buscarme para que fuera con urgencia a
visitarlo, porque estaba muy grave y quería recibir los sacramentos. Me
dijo que había rezado todos los días las tres avemarías y que quería
confesarse y casarse con la bendición de Dios. Media hora después del
matrimonio y de recibir la comunión, murió en la paz de Dios.
Una vez más, María había demostrado que el pequeño obsequio de las tres
avemarías lo tomaba muy en serio, para recomendar a sus devotos ante
el tribunal de Dios.

- Un misionero redentorista contaba que, en 1959, envió la estampa con
la devoción de las tres avemarías a diez mil enfermos. Al poco tiempo,
le llamaba un hombre ilustre en el mundo de las Letras y de la
Jurisprudencia, al que conocía desde hacía ocho años. Le dijo que quería
confesarse, después de más de cincuenta años. El misionero le preguntó:

- ¿Por qué?
- Desde que recibí su carta, tomé la estampa y empecé a rezar las tres
avemarías. Y esta mañana he sentido el impulso de confesarme.

Y el padre dice: Lo confesé y, al mes exacto, moría de repente con la
alegría de estar bien confesado, pues se había confesado de nuevo dos
días antes de morir.

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