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martes, 13 de noviembre de 2007

‘San Pablo de “perseguidor y violento” a ‘ejemplo máximo de paciencia’” / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM

La paciencia es la victoria de la razón sobre el instinto y de la fe sobre la razón.

La paciencia es la “virtud de los fuertes”, como se ve en las cartas de San Pablo.

El camino oscuro de la vida, requiere a menudo, inevitablemente, el ejercicio fatigoso y largo de la paciencia. Sin la fuerza de la paciencia el hombre no puede alcanzar la paz interior, sobretodo cuando es atacado por el sufrimiento, marginado por la incomprensión, humillado por la injusticia, o simplemente cuando “el día va cayendo y se alargan las sombras de la tarde”.

En estas situaciones no basta una paciencia capaz sólo de dominar la ira, desencadenada por un imprevisto desagradable, o sea simplemente autocontrol, fruto de un cálculo racional en la elección de la respuesta más oportuna para dar urgentemente ante el indescifrable cuestionario de una circunstancia penosa, se necesita la virtud de la paciencia.

La “paciencia” en el sentido de perseverancia, constancia, fortaleza, longanimidad, magnanimidad y tolerancia, es parte del ajuar cristiano.

San Pablo resalta el vínculo entre la paciencia y las 3 virtudes teologales: fe, esperanza y caridad cuando exhorta a los Romanos a estar “con la alegría de la esperanza; pacientes en la tribulación; perseverantes en la oración”; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia virtud probada; la virtud probada, esperanza”.

La paciencia de Pablo nace de la fe que desemboca en la esperanza…”Esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia”. Sin la esperanza la fe muere y sin la fe, la esperanza se esfuma.

Sólo con la paciencia que nace de la fe, la esperanza y la caridad, se puede dar un significado salvífico a los acontecimientos particulares de la vida, que no son el absurdo resultado de un destino ciego, sino la admirable ejecución de un providencial plan Divino.

De aquí nace la visión optimista de la historia que permite al hombre paciente vivir en la seguridad que el mal está destinado a desaparecer, aunque ninguno sepa cuando ni como, que toda esta situación angustiante tendrá un final feliz y que el futuro será mejor que el presente, porque “todo ocurre para el bien de los que aman a Dios”, como recuerda San Pablo.

La paciencia de Dios y la impaciencia del hombre encuentran una espléndida ilustración en la célebre parábola del hijo pródigo…En la parábola del siervo despiadado, a la impaciencia del hombre hace contraste la benévola paciencia de Dios.
Quien no sabe esperar no tiene la capacidad de soportar. En la última noche transcurrida con los apóstoles Jesús les dice: “Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en las pruebas”; por esto les asegura que son dignos de entrar en el Reino. Y añade: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”.
“El sufrimiento produce paciencia, la paciencia una virtud probada”.

La paciencia heroica de Pablo emerge en las muchas pruebas y numerosos sufrimientos que ha padecido durante su vida, como se puede ver en las diversas enumeraciones presentes en sus cartas.

La página más célebre es aquella acerca de la defensa, persuasiva y agresiva, de la autenticidad y legitimidad de su apostolado y del ataque, decidido y a menudo sarcástico, contra aquellos que ponen en discusión su misión de apostolado justamente a causa de sus sufrimientos, de su débil aspecto físico, de la falta de poder carismático y de su empeño por predicar el Evangelio gratuitamente.

El verdadero título de gloria es la propia debilidad, porque ella manifiesta de manera evidente, que el éxito en el apostolado no se puede atribuir a uno mismo, sino solamente a Cristo.

Pablo presenta su debilidad como único título que lo hace superior a sus adversarios: “Si hay que gloriarse, en mi flaqueza me gloriaré. Él Dios y Padre del Señor Jesús, ¡Bendito sea por todos los siglos!, sabe que no miento…Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte…

Él desarrolla su ministerio “con mucha paciencia en tribulaciones, necesidades, angustias, en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra verdad, en el poder de Dios; mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama”.

La serenidad de su espíritu y su paciencia estaban siempre amenazadas por pruebas durísimas, pero él encuentra su fuerza en el amor que tiene por Jesús: “Todo lo puedo en Aquél que me conforta”.

“Les ruego no se desanimen a causa de las tribulaciones que por ustedes padezco”, e indica la finalidad: “Pues ellas son vuestra gloria”, es decir, son para su beneficio y santificación. Y eleva una emocionante acción de gracias a Dios: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Pues así como abunda en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, lo somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, lo somos para el consuelo vuestro, que les hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos.

El verdadero pastor no se deja vencer por las desilusiones, no se pierde ante los fracasos del primer momento, sino que tiene la fuerza de ánimo y la paciencia de recomenzar desde el inicio con confianza.

El apóstol pone la paciencia como la primera cualidad del amor cristiano: “La caridad es paciente, es servicial, la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés, no se irrita, no toma cuenta del mal; no se alegra de la injusticia, se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”.

“No te dejes vencer por el mal, antes bien, vence el mal con el bien…El Dios de la paciencia y del consuelo les conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús”.

La propuesta cristiana está fundada en la fe en Dios, pero también en la relación humilde y caritativa hacia los hermanos. La convivencia requiere capacidad de relación con las personas de todo estrato, formación y educación. No es fácil que los ánimos coincidan al unísono, hay que saber esperar, comprender. A los Tesalonicenses Pablo les recomienda: “ser pacientes con todos”, pero en particular con los indisciplinados, con los pusilánimes, con los débiles y también, con aquellos que han sido causa de sufrimiento.

“El Señor dirija vuestros corazones en el amor de Dios y en la paciencia de Cristo”.

La paz es la nota distintiva que caracteriza el estado de ánimo del cristiano, inclusive en las situaciones más tristes.

La paz es la prueba de que sus almas se han configurado en la mansedumbre, tolerancia y paciencia.

En la carta a los Efesios, Pablo repite: “Les exhorto a que vivan de una manera digna la vocación con que han sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándose unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a la que han sido llamados”.

Pablo exhorta a preparar el camino de la paciencia, requerida por la vocación cristiana: “Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca entre ustedes. Sean más bien buenos entre ustedes, entrañables, perdonándose mutuamente como les perdonó Dios en Cristo”. Y añade: “No se ponga el sol mientras estén airados”. La ira es signo de impaciencia.

La paciencia es por lo tanto necesaria para afrontar las contrariedades de la vida, pero es aún más indispensable para vivir cristianamente en el propio contexto existencial, para conservar la paz, la unidad entre los fieles.

“Si tenemos paciencia, con Él reinaremos”. He aquí la recomendación que le brota del corazón: “Huye de las pasiones juveniles”, entre las cuales tiene un puesto importante la irritabilidad; “busca la justicia, la fe, la caridad, la paz junto a aquellos que invocan al Señor con corazón puro; evita las discusiones necias y estúpidas; tú sabes bien que engendran altercados. Y a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable con todos, pronto a enseñar, sufrido, y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad”.

“Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y conseguir así lo prometido”. Los pone en guardia ante la infidelidad, ante la flojera y los exhorta a ser “imitadores de aquello que con la fe y la perseverancia se hicieron herederos de las promesas”. No es suficiente con haber comenzado bien, se necesita continuar por el buen camino, resistiendo a todas las seducciones contrarias.

Pablo apela al ejemplo de Abraham que consiguió la promesa, porque supo esperar con paciencia y tuvo fe, esperando contra toda esperanza, creyó firmemente en la promesa del Señor de darle una descendencia, a pesar de su avanzada edad, la vejez y la esterilidad de Sara.

Tener paciencia es esperar hasta el día en que se manifestará el plan de Dios. La paciencia es la virtud por excelencia del cristiano, porque lo sostiene en su arduo camino, en el cual no se ve la meta y no se pueden prever las dificultades. Creer es fiarse completamente de Dios, como hizo Abraham que “partió sin saber a dónde iba”.

Abraham se hizo grande, “en relación a su espera”, es decir, a su paciencia. “Uno se hace grande al esperar lo posible, otro con la espera de los eterno; pero el que espera lo imposible es el más grande de todos”.

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