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viernes, 8 de mayo de 2009

Begoña León se curó gracias a la intercesión del Beato Rafael Arnáiz
Viva, de milagro
*«A mis padres les dijeron que podía llegar a ser un Síndrome de Hellp: una especie de multinflamación orgánica que empieza con una subida de tensión muy alta y que deriva en un fallo multiorgánico. A mí se me desarrolló el síndrome entero: se me paralizó el hígado, los riñones, me dieron infartos cerebrales..., y se me encharcaron los pulmones. Tras esto último me dieron la extremaunción, porque los médicos dijeron que no tenía solución y que moriría. Yo era perfectamente consciente de todo».
8 de mayo de 2009.-Su testimonio es tan impresionante que ha decidido incluso escribir un libro. Se titula El milagro del Hermano Rafael (ed. Edibesa), y será presentado, el próximo día 22 de mayo, en el colegio San Miguel Arcángel, de Madrid. Se llama Begoña León, tiene 38 años y es una de las pocas personas en el mundo que puede decir con toda seguridad que ha estado al borde de la muerte, y que sigue viva de milagro

(A. Llamas Palacios / Alfa y Omega) Begoña León es todo espontaneidad y sonrisas. Es una persona agradecida, y, como el que sabe que le ha sido concedida una segunda oportunidad, se busca la vida para que quede constancia de ello. Por eso, con toda naturalidad, se presenta: «Yo soy la persona a la que el Beato Rafael le hizo el milagro, por el cual le van a canonizar».


El Beato Rafael, conocido también por todo el mundo como el Hermano Rafael, falleció en 1938, tras permanecer tan sólo 18 meses en La Trapa de San Isidro de Dueñas (Palencia). Juan Pablo II le beatificó en el año 1992, erigiéndole en «modelo para todos los jóvenes del mundo», y el próximo 11 de octubre será canonizado por Benedicto XVI en el Vaticano.

La historia de Begoña comenzó con un terrible sufrimiento, y terminó con un final feliz, contra todo pronóstico médico. En el año 2000 se quedó embarazada de una niña. Aunque el embarazo de su primer hijo, que entonces tenía tres años, fue normal, este segundo fue, desde el primer momento, terriblemente complicado. Tras superar una deshidratación en verano y tener que guardar reposo absoluto, por tener contracciones fuertes a los cinco meses, cuando tan sólo estaba embarazada de siete meses ingresó de urgencia con fortísimos dolores.

«Era el día de Navidad -recuerda Begoña-, y pensé que me moría de los dolores. Me llevaron corriendo al hospital. Me dijeron que era gastroenteritis, y que me fuera a casa, pero yo me encontraba tan mal que me negué. Recuerdo que me pusieron calmantes, y me decían que por qué gritaba tanto, que había muchas mujeres dando a luz allí. El ginecólogo tardó mucho en llegar, y, cuando se presentó, yo ya estaba inconsciente, de los calmantes. Me monitorizó, vio que había sufrimiento fetal, se olió la tostada, y me mandaron al Gregorio Marañón a quirófano preparado. Me hicieron una cesárea, y la niña nació sana del todo, con 1 kilo y 200 gramos, tan sólo para coger peso en una incubadora. Me cerraron urgentemente, pero vieron que había hemorragias internas. A mis padres les dijeron: Han tenido ustedes una nieta muy sana, es muy pequeña, pero saldrá adelante, es cuestión de tiempo. Con su hija no cuenten. Ha sufrido una preeclampsia, y unas hemorragias internas que no se le pueden parar. La pasaremos a la unidad de reanimación. Allí estuve 23 días».

«A mis padres les dijeron -continúa- que podía llegar a ser un Síndrome de Hellp: una especie de multinflamación orgánica que empieza con una subida de tensión muy alta y que deriva en un fallo multiorgánico. A mí se me desarrolló el síndrome entero: se me paralizó el hígado, los riñones, me dieron infartos cerebrales..., y se me encharcaron los pulmones. Tras esto último me dieron la extremaunción, porque los médicos dijeron que no tenía solución y que moriría. Yo era perfectamente consciente de todo».

Al enterarse de que Begoña se encontraba muy grave en la Unidad de Reanimación del hospital Gregorio Marañón, una amiga suya comenzó a rezarle al Hermano Rafael para que intercediera en su curación. Además, estando en Burgos, le pidió a una religiosa que rezara por Begoña, y que le pidiera el milagro al Beato Rafael. Y, cosas de la vida, esta misma religiosa viajó hasta el monasterio de San Isidro de Dueñas, en Palencia, precisamente donde estuvo el Hermano Rafael, y les pidió a los monjes que rezaran para que se llevara a cabo el milagro.

Y, como un regalo de Reyes, el día 6 de enero, Begoña comenzó a mejorar. «Empezaron a dejarme más tiempo despierta, para saber hasta dónde habían llegado las lesiones. Y fueron viendo que todo se había normalizado: no había secuelas, tan sólo quedaban las cicatrices».
Otro calvario fue saber qué había pasado con su niña: «Cuando me desperté de la cesárea, ya no tenía tripa, y como me encontraba tan mal, pensaba que me estaba muriendo. Ésa era mi obsesión: que mi niña se había muerto, yo me estaba muriendo, y que a mi hijo de tres añitos no le iba a volver a ver. Más adelante me dijeron que lloraba constantemente, despierta y dormida. Aunque no podía hablar, señalaba con un dedo mi barriga, preguntándole a todo el mundo por mi hija. La gente me decía que estaba muy bien, que había tenido una niña preciosa y que estaba en la incubadora, cogiendo peso; pero yo no me lo creía, pensaba que me lo decían para que me muriera tranquila. Tan sólo me convencí de que la niña estaba viva cuando un médico le dijo a mi padre que grabaran en vídeo a mi niña en la incubadora, para que yo pudiera verla».

Un año más tarde de la recuperación, se puso en contacto con Begoña el padre Alberico, vicepostulador de la Causa de canonización del Hermano Rafael: «Me dijeron que estaban estudiando mi caso. A partir de ahí empezamos a mover hilos, pedimos informes médicos, conté mi testimonio en San Isidro de Dueñas, pasé un tribunal médico con varios doctores... Y todas las investigaciones concluían con el mismo diagnóstico: tendría que estar muerta, o con secuelas gravísimas. Todo se envió a Roma, y, al fin, ha sido aprobado como milagro».

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