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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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Oremos todos para que la sabiduría de Jesús Resucitado presida estas páginas y nos bendiga abundamente.

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viernes, 3 de agosto de 2007

Carta de Dios / Enviado por "Patdelarc"


Me senté en la mejor de mis estrellas y pensé en ti, solo en ti, porque, sabes:
Te amo, y por eso hice un mundo, donde pudieras estar, hasta que llegara el momento en que vivieras junto a mi.

En ese mundo puse la belleza en una flor, tierra y semillas para que pudieras comer. Cree el cielo y le di el día y la noche. Para el día hice el sol para que sintieras el calor de mi amor. En la noche esparcí la frescura para que sintieras sin ver, la oscuridad y en ella la luna y las estrellas para que supieras que en la penumbra hay belleza.

Cree el mar, animales, todos diferentes de forma y color para que los pudieras distinguir, también pensé en ellos y les di un lugar para vivir.

Pensé que te aburrirías si todo fuera del mismo color, por lo que a las plantas les di el verde, al día el azul, a la noche el negro, a las estrellas su brillo y hasta a tus ojos les di color.

Te dí libertad y surgió el mal en contraposición al bien. Llene tu corazón de bondad, amor y perdón.

Pensé que no podrías estar solo, e hice a una mujer, para que hubiera un cuerpo que diera vida. Para que entenderías infundí en ti la inteligencia.

Estaba yo feliz, pero luego vi que no utilizabas todos tus dones correctamente. Sentí decepción cuando creíste que yo no existía, que todo tenia una explicación científica, y la tiene, porque la puse para que pudieras entenderme con mayor facilidad.

Y como te amo, de vez en cuando o muy seguido hago concurrir en tu vida un problema, para que aprendas a crecer, y aun así, dudas de mí.

Todo el tiempo pienso en ti. Todos los días me comunico suavemente contigo. Y aunque te di ojos te veo ciego. En el mundo que te regalé sembraste semillas, pero no para comer. Sembraste el odio, el egoísmo, la frialdad y las dejaste crecer, y te pedí que las cortaras y no me hiciste caso, porque vives sumergido en tu mundo material.
Y como te haces sordo a mi voz, decidí escribirte esta carta para recordarte que te amo, y si me has hecho daño, te perdono. Te pido que me recibas en tu corazón, y que encuentres en Mi, consuelo, paz y tranquilidad.

Acércate a Mi, no necesito decirte quien soy.
Tú ya lo sabes.

jueves, 2 de agosto de 2007

La imagen de Dios / Autor: Padre Oscar Pezzarini



Son muchas las oportunidades en las que escuchamos a personas preguntarse si realmente existe Dios, y si es así por qué no “prueba” su existencia otorgándonos lo que le pedimos o actuando como nosotros mismos quisiéramos que actúe.

Son frecuentes los cuestionamientos donde se expresa que si realmente Dios existe, por qué no dejan de suceder determinadas cosas en el mundo, sobre todo cuando se ve tanta injusticia, tantos sufrimientos, si en definitiva nos han enseñado que Dios protege y ama a los buenos, a los que lo aman.

Porque parece que muchas veces Dios se vuelve como sordo ante los pedidos de los hombres.

Creo que una de las preguntas que debemos hacernos como punto de partida es la de ¿qué imagen de Dios tenemos? ¿Qué hemos aprendido o que nos han enseñado respecto a Dios y a la religión?

En muchas circunstancias nos encontramos con una manera de vivir el cristianismo como una forma de religiosidad que en el fondo no deja de ser un poco “egoísta”, aunque tal vez creamos también “piadosa”.

Por qué digo esto: porque nos hemos quedado quizás con la imagen de Dios como la de aquél que es bueno y todopoderoso en la medida en que nos da todo lo que deseamos.

Dios es bueno si me “soluciona” de manera digamos “mágica” todos mis problemas, y más poderoso aún será si me los resuelve rápido.

Dios es bueno y realmente existe si me concede “ya” todo lo que le pido, incluso si lo hace de una, es decir, con la primera oración o pedido que le haga.

Pero Dios no es alguien con quien puedo “negociar”, no es alguien a quien le “doy tanto” y él me “da tanto”, porque en ese caso, dejaría de ser un Dios entendido como el “Absoluto”, el que “todo lo puede”, el que por pura Gracia y “gratuitamente” me da mucho más de lo que soy capaz de ganar o merecer.

Es cierto que Dios no concede todo lo que pedimos, pero en realidad nos concede todo lo que nos hará bien y nos servirá para nuestro bien y deberíamos entender que la “gran oración” no es la que hace que “Dios quiera lo que yo quiero”, sino quizás que “yo logre llegar a querer lo que quiere Dios”.

La fe en Dios, su amor, la confianza en El son cosas bastante diferentes a lo que muchos cristianos piensan. Ser cristiano muchas veces será saber comprender que Dios hasta puede llegar a permitir que nos sucedan ciertas cosas que humanamente hasta nos pueden parecer incomprensibles, pero que en el infinito amor que Dios nos tiene, logran un profundo sentido y son en el fondo para nuestro mejor bien.

Por eso creo que nuestra “imagen” de Dios que podemos tener, podemos sintetizarla en darnos cuenta si tenemos un “verdadero amor a Dios”, si de verdad lo amamos como al Supremo que siempre estará pensando en nosotros y en nuestro bien, o nos quedamos con un Dios a quien de alguna manera podemos “utilizar” para nuestro provecho.

En el matrimonio, ¿jugamos en el mismo equipo? / Autor: P. Ángel Espinosa de los Monteros



¿Qué fue lo que prometimos?

“Prometo serte fiel”.


Lo importante es saber traducir ese “prometo serte fiel”. No nos referíamos solamente a la fidelidad en cuanto a que nunca comenzaríamos una relación sentimental, seria o superficial con otra persona, por un momento o para toda la vida. Significa muchísimo más.

Prometo llevar bien puesta la camiseta del equipo, tirar en la misma dirección y defender nuestra portería. Lo nuestro. A veces me he topado con un hombre o una mujer, que sólo viendo cómo se comporta con la persona a quien dice que ama, me dan ganas de preguntarle: ¿tú, para dónde tiras?

Si los dos tuvieran puesta la camiseta del mismo color y “se pasaran el balón”, meterían goles, alcanzarían metas, jugarían en equipo y así harían la vida más simple y tendrían la felicidad más a la mano.

Pero uno parece ser delantero de un equipo y el otro defensa del contrario: se estorban en las jugadas, se cometen frecuentes faltas, se ignoran. Algunos parecen estar buscando la tarjeta roja ¡después de haber visto no una sino mil veces la amarilla!

Esto no debe suceder en el matrimonio. “Amarse no es mirarse uno al otro, sino mirar en la misma dirección”. Tirar en la misma dirección. Amarse es tener una meta común y unos mismos ideales, y eso debe reflejarse en los acontecimientos de la vida diaria. Amarse es mirarse uno al otro con comprensión, respeto y con capacidad incluso de diferir.

“Prometo no bajarme del burro”. Te explico de qué se trata: en mis años de estudiante, paseaba en una ocasión por un pueblo de Santander, en el norte de España, y me encontré a un pastor con quien entablé una conversación debajo de un cobertizo, pues llovía a cántaros. La recuerdo como una charla muy interesante. En un determinado momento le pregunté cuántos años tenía de casado, a lo que respondió:

-“¿Cómo ve, Padre? Tenemos treinta años de casados y no nos hemos bajado del burro”.

La expresión realmente me encantó. Si él hubiese dicho, “no nos hemos bajado del tren... o del caballo”, hubiese sido diverso. El caballo sugiere libertad, velocidad, crines al viento... En cambio dijo: “no nos hemos bajado del burro”.

En el burro, como en el matrimonio, a veces se va hacia adelante, a veces hacia atrás, a veces rebuznando… a veces, el animal, -me refiero al burro- como que no se mueve. Así es en el matrimonio. A veces para atrás, a veces para adelante, a veces rebuznando... pero siempre los dos en el burro. ¿Qué importa por dónde y cuánto haya costado mientras hayan ido juntos, en la misma dirección, apoyándose, acompañándose, amándose?

“Prometo buscar tu realización, tu felicidad”.

Si prometiste serle fiel, te comprometiste a buscar su felicidad, ya que la fidelidad no puede reducirse a no fallarle en el sentido de nunca enamorarte de otra persona. Eso es más que nada una obligación, un requisito y algo que deberían dar por supuesto.

“Prometo serte fiel”, es llenar las expectativas que tenían el uno sobre el otro cuando eran novios. “Desde que nos vimos y pensamos en unirnos para toda la vida, pensamos que juntos seríamos felices y desparramaríamos esa felicidad en nuestros hijos. Si queremos sernos fieles, tenemos que hacer realidad ese sueño que tuvimos desde el inicio”.

No voy a olvidar jamás esa escena de la película “Los puentes de Madison” en la que ya casi al final de la vida, el marido, muriendo en la cama, llama a sus esposa y le dice más o menos lo siguiente:

-“Fanny, yo sé que tenías tus propios sueños e ilusiones en la vida, perdóname por no haberlas hecho realidad”.
La mujer simplemente lo besó en la frente e hizo un gesto de resignación.

Es tan fácil hacer felices a los demás cuando uno se lo propone, que sinceramente, honestamente, para no lograrlo, se necesita ser de verdad egoísta.

Cuando prometieron ser fieles, entre otras cosas, prometieron buscar con tesón la felicidad del otro, pues la fidelidad no es sólo cuidar que no haya engaños, sino que apunta a todo un proyecto de vida. De hecho, y aunque no es el ideal, hay matrimonios en los que, uno de los dos, por descuido, ha caído en una infidelidad. Pero como siempre ha buscado hacer feliz al cónyuge, este error -por más grave que sea- no es más que una mancha en una pared llena de luz. Desde luego que no es el caso de la persona descuidada, sensual, irresponsable, que frecuenta ambientes inconvenientes y que trata con personas del sexo opuesto sin ningún pudor y sin respeto. En una persona así, la caída siempre será inminente e injustificada. El derrumbe comenzó desde que se descuidó en su conducta ordinaria.

“Prometo serte fiel” es también cuidar el corazón. No permitir que nada ni nadie le robe la paz inicial. Prometieron luchar especialmente cuando les vinieran a la cabeza “ideas rubias”. La fidelidad no es no meterse con otra persona, sino sobre todo cuidar el corazón. Hay mucha gente que quizá jamás concretará una infidelidad conyugal, sin embargo vive en una continua deslealtad al no cuidar el corazón de cualquier amor que no sea su único y verdadero amor.

“Prometo serte fiel”, es decir, también, “prometo hablar bien de ti”. “Lo que tenga que decirte, te lo diré a ti, para ayudarte, con amor y por amor. No se lo diré a mi mamá ni a mis hijos, menos a mis amigas en un desayuno. Prometo hacer crecer tu fama dentro de lo más íntimo que tenemos que son nuestros hijos, padres, hermanos y también nuestros amigos. “Me esforzaré para que ellos siempre tengan una buena imagen de ti. Sólo escucharán cosas positivas acerca de quién y cómo eres tú. Estarán orgullosos de nosotros”.

Finalmente, “prometo serte fiel”, ahora sí, significa “que no te cambiaré por nadie. No te quiero para un amor intermitente u ocasional, ni como un amor de paso”.

Estas promesas que hicieron, además tienen dos especificaciones que deben considerar como muy importantes y darles su sentido propio, porque de verdad, parece que no todos las han entendido. Cuando se da una infidelidad en el matrimonio por parte de quien sea, y el cónyuge decide que “esto es lo único que no está dispuesto a perdonar”, y que “ahora sí se acabó todo”, es simplemente porque no ha entendido qué fue lo que prometió. ¿Cuáles son esas dos especificaciones?

1a En lo próspero y en lo adverso.

Hay quienes creen que lo próspero es tener dinero mientras lo adverso se identifica con todo tipo de carencias económicas.

Muchas parejas tienen los recursos necesarios para vivir felices y sin embargo no alcanzan la felicidad porque ésta se compone de muchos otros factores que ellos no han logrado completar.

Lo próspero es efectivamente cuando todo va bien. Como se suele decir: “viento en popa”. Hay algo de dinero, tienen su propia casa, no hay grandes intromisiones de la suegra, siguen teniendo más o menos las mismas aficiones y casi idénticos gustos, no se han desgastado con el tiempo, hay armonía, diálogo, intimidad… ¡Ah, lo próspero! ¿Por qué no todo en la vida es crecer? ¿Por qué no todo en este mundo camina hacia adelante sin más complicaciones?

La respuesta es muy sencilla: los problemas y las dificultades existen desde que aparecieron hombre y mujer sobre la tierra, y esta vida simplemente no sería la misma si quisiéramos quitarle esta contrapartida de la dificultad. Además no siempre está en nuestras manos evitar algunas dificultades que se van suscitando en el camino, pues muchas de ellas nos las imponen la sociedad, la cultura, el entorno en el que nos movemos… Pero es interesante que sepan partir de este presupuesto cuando piensan ya en el matrimonio y cuando están por emitir estas promesas que los comprometen para siempre.

Cabe añadir que en el matrimonio, los problemas son una oportunidad maravillosa de crecimiento. Este debe ser un camino de crecimiento, y para eso necesitan aprovechar todas las oportunidades.

En el matrimonio, lo adverso puede ser: dificultades en el campo económico, la pérdida del trabajo o el fracaso rotundo en el negocio, la intromisión indeseada de algún familiar político en el propio hogar, la llegada de los niños quizá demasiado rápida, la enfermedad de uno de ellos que acusa gravedad… Y, ¿por qué no? el hecho mismo de que el amor que sentían el uno por el otro ya no sea como era en el noviazgo, o al inicio del matrimonio.

2a En la salud y en la enfermedad.

“Prometo que en la salud, te aplaudiré, te proyectaré, te acompañaré y apostaré por ti. No estaré celoso de tus triunfos, ni permitiré que me afecte el que tú seas más que yo a los ojos de los demás”.

En la enfermedad, prometes que estarás a su lado. Pero cuando prometiste esto, no te referías a enfermedades que se arreglan con un suero ni aun con una enfermera de cabecera. Te referías a enfermedades más profundas, más complicadas, con alcances más intensos, como el alcoholismo, el desánimo, la pérdida del sentido de esta vida o enfermedades “del corazón” o del carácter.

Tú un día puedes llegar a dejar de amarlo (la) y es entonces cuando debes demostrarle que prometiste serle fiel. Es precisamente en estos momentos –de enfermedad “del corazón”- cuando puedes probar tu fidelidad. Qué fácil era cuando todo marchaba bien, cuando parecían competir en el darse cariño.

La fidelidad se demuestra en la prueba y en el dolor, y quizá no haya prueba más grande para una persona que ama de verdad, que el sentir que no es correspondida y que no es amada con la misma intensidad. Ante un problema de esta naturaleza, se puede reaccionar de dos maneras: pagar con la misma moneda, que no sería ni amor ni fidelidad, o luchar con todo el corazón por recuperar ese amor que se está apagando o se ve casi perdido.

La fidelidad sólo acepta este segundo tipo de actitud. “Si te pierdo, lucharé por reconquistarte, ése será mi programa”.

“Si la enfermedad es grave y llego incluso a perderte definitivamente, seguiré siendo tuyo, y tú seguirás siendo parte de mi proyecto de vida”. El hecho de que uno de los dos haya fallado, no implica que el otro deba fallar también. “Lucharé por reconquistarte”, como se ve en algunas películas o novelas, sólo que aquí es de verdad: no hay actores ni música de fondo ni paisajes bonitos... sino sacrificio, humillación y mucho valor para reconquistar el amor que una vez iluminó la vida y del que surgió la familia que ya existe.

Recuerdo a ese general francés, que después de la segunda guerra mundial fue requerido en el partido comunista. Con el aumento de sueldo y por participar de tantos beneficios que le ofrecieron, abandonó a su mujer de treinta y siete años, con siete hijos, y se marchó de la casa.

Lógicamente pronto encontró a otra y así continuaron sus vidas por separado. Pasaron veinte años y dicho partido nunca terminó de consolidarse bien, hasta que finalmente se disolvió. Muchos que habían gozado de los beneficios de la organización, pronto se vieron en la calle, sin dinero, sin familia y sin amantes, que son las primeras en irse cuando falta todo lo demás. Cansado, solo, ya acabado, vuelve un día a su casa, toca la puerta y le abre su mujer. Una esposa también cansada, que había sacado adelante a todos sus hijos, sola. Una madre heroica.

- “Quiero hablar contigo”- le dice.
-“Pasa”- abre la puerta y dibuja en el aire con su mano el ademán de “adelante”.
Pero él se da cuenta de que está la mesa puesta con dos lugares, y titubeando le dice:
-“Perdona, no quiero importunar, ¿estás esperando a alguien?”
-“Sí -responde segura y sin dejar de mirarlo a los ojos- desde hace veinte años todos los días la mesa ha estado puesta para dos, porque te sigo esperando”.

Lo más probable es que los sentimientos de esta mujer no fuesen tan favorables. Podemos incluso imaginar que ella hubiese querido golpearlo o que debió azotarle la puerta al instante sin permitirle no sólo entrar a la casa, sino tampoco entrar a un hogar que comenzaron los dos pero que sólo ella de verdad construyó. Este relato no tendría ningún valor si no fuera histórico.

Lo que lo hace grande es precisamente que sucedió. Es una mujer que sacó adelante sola a siete hijos y que se sobrepuso al orgullo y a un explicable rencor. Una de esas personas que tienen muy claro que el matrimonio es para siempre. Ella quizás pensaba: “él me dejó, pero yo no lo puedo dejar, porque Dios me lo dio, y por él tengo que responder”.

Ella sabía lo que era un compromiso con Dios, con un hombre y con unos hijos.

En una ocasión, una señora me vino a ver:
-“Padre, mi único pecado es que odio a mi marido.
Yo pensé: “pequeño detalle”.
- Me dejó hace cinco años. Ni quiero, ni puedo verlo”.
Comprendí que la dificultad era muy grande y le ofrecí una solución más para ella misma que para su matrimonio:
-“Señora, lo que usted necesita es un cambio de mentalidad. Renueve el compromiso que hizo hace treinta años: rece por él, de vez en cuando escríbale, preocúpese en la medida de sus posibilidades por él, aunque ya nunca puedan volver a reunirse. Usted será más feliz amando con un amor realmente heroico, que dando rienda suelta a odios estériles. El amor siempre nos deja algo, nos lleva a algo, produce algo. Del odio sólo germinan rencores, soberbia, impaciencias, insatisfacciones y un sin número de frustraciones, pues nuestro corazón fue hecho para amar. Ir en contra del amor es luchar contra nosotros mismos”.

Desgraciadamente muchos matrimonios se romperán porque nunca se entendió que la fidelidad que se prometieron al inicio, debería ser, como los mejores relojes, “a toda prueba”. Así es, a prueba de todo, incluidas la peor enfermedad, la más tremenda crisis y el más injusto adulterio.

El dominio de las sensaciones / Autor: P. Victor



“¿Hasta cuándo mi alma estará acongojada y habrá pesar en mi corazón, día tras día?” (Sal 13, 3).

A veces, más que la mente, nos dominan las sensaciones. Reconozcamos que las cosas que sentimos suelen tener más poder que las que pensamos. Porque podemos leer y meditar el Evangelio, escuchar bellas conferencias, creer que estamos convencidos de algunas ideas firmes y motivadoras, pero a veces esos pensamientos no nos motivan de verdad y lo que nos mueve es lo que sentimos.

Estamos muy atentos a nuestros estados de ánimo o pasamos en un mismo día de la alegría a la tristeza, del entusiasmo al descontento, del amor al resentimiento, de la esperanza al desaliento.

Otras veces, sentimos dentro de nosotros necesidades muy fuertes de todo tipo que nos reclaman demasiado. Por eso, aunque tengamos ideas muy hermosas en la mente, no somos felices, no disfrutamos de las cosas simples, nos enemistamos con la vida misma.

Entonces, es importante pedirle al Señor que pacifique nuestras sensaciones, que aplaque esas sensaciones que no producen más que melancolía, desgano, insatisfacció n. ¿Para qué perder las ganas de trabajar, de convivir, de crecer por culpa de sensaciones que no nos aportan nada bueno? Alimentemos mejor las sensaciones positivas, el pequeño pero verdadero placer de algunas cosas cotidianas que la vida nos regala. Alimentemos la sensación embriagadora de luchar por un desafío estimulante, el gusto de conseguir algo para alegrarle la existencia a otro ser humano, el placer de hacer algo bello para la gloria de Dios o la sensación de reposar serenamente en el cariño de Dios que nos ama.

Nada mejor que dejar entrar a Dios en el mundo de nuestras sensaciones, nada más sano que reconocer de frente ante Dios esas sensaciones que nos perturban, para que Él pueda serenarlos, aplacarlos, curarlos, armonizarlos con su afecto divino. Podrías intentarlo con esta oración:

Señor amado, Vos conoces las cosas que siento.

Vos no ignorás mis estados de ánimo, mis deseos, mis ganas, mis anhelos.

Y ves también la tristeza, la insatisfacción, el dolor inútil que muchas veces me domina porque no puedo disfrutar de todo lo que deseo, porque siento muchas cosas que no puedo saciar.

A veces, me doy cuenta que me convierto en un ser siempre disconforme que, cuando consigo lo que deseo, luego me parece poco, siempre, algo me falta…

Y descuido esas sensaciones bellas que nunca me parecen suficientes, que siempre me parecen demasiado pequeñas…

Por eso, te pido mi Dios, pacifica mis sensaciones; aplaca mis deseos. Dame la libertad interior para no ser esclavo de las sensaciones negativas, para que no me dominen mis estados de ánimo y los cambios de humor.

Penetra con Tu poder divino en ese mundo interior de mis variadas sensaciones.

Fortalece las sensaciones bellas que me hacen sencillamente feliz,
amable, humano, compañero de todos.

Debilita el poder de esas sensaciones que me agobian, que me entristecen, que me sofocan.

Toma mis sensaciones que me abruman, libérame de ellas para que no se apoderen de mí.

Pacifica mis sensaciones, Señor; derrama Tu Paz en mi sensibilidad y devuélveme –con tu vitalidad sana y feliz- la armonía interior que necesito.

Amén.

Plumas / Enviado por Mario Ruiz



Un hombre empezó a esparcir rumores sobre uno de sus vecinos. En pocos días, todo el vecindario conocía los chismes, que no tardaron en llegar a oídos de la persona involucrada. Por supuesto ella se ofendió mucho y quedó muy dolida.

Con el tiempo, la persona que empezó a esparcir los rumores descubrió que lo que ella había dicho era completamente falso. Buscando resarcirse de su error, fue a ver a un sabio para preguntarle qué podía hacer para reparar el mal que había hecho.

El sabio respondió: Ve al mercado, compra una gallina y mátala. En el camino hacia tu casa, quítale todas las plumas y tíralas, una por una, a lo largo del camino.
Bastante soprendido por el consejo, pero sin ánimo de contrariar, hizo lo que el sabio le había pedido. Y al día siguiente volvió a ver al sabio y le preguntó: ¿qué hago ahora?
El sabio le pidió que hiciera lo siguiente: Ahora regresa por el camino que tomaste al ir del mercado a tu casa y junta todas las plumas que tiraste ayer para traérmelas a mí.

Siguiendo las recomendaciones, la persona tomó el mismo camino, pero quedó tremendamente descepcionada ya que se dio cuenta que el viento había volado todas las plumas, llevándolas quién sabe dónde. Apenas consiguió recuperar 3 plumas, y eso después de muchas horas de búsqueda.

Cuando regresó para ver al sabio para contarle su fracaso, él le dijo:
"Ya ves como es sencillo tirar las plumas por el camino y casi imposible recuperarlas. Así es también con los rumores y los chismes.
No lleva mucho tiempo esparcirlos, pero una vez hecho, uno nunca puede deshacer totalmente el daño realizado".

Oracion por los Jovenes / Autor: Lorenzo González Kipper



¡Padre Santo! te pedimos por los jóvenes,
que son la esperanza del mundo.
no te pedimos que los saques de la corrupción
sino que los preserves de ella.

¡Padre! No permitas que se dejen llevar
por ideologías mezquinas.
que descubran que lo más importante
no es ser más, tener más, poder más,
sino servir más a los demás.

¡ Padre! Enséñales la verdad que libera,
que rompe las cadenas de la injusticia,
que hace hombres y forja santos.

Pon en cada uno de ellos, un corazón universal
que hable el mismo idioma,
que no vea el color de la piel,
sino el amor que hay dentro de cada uno.

Un corazón que a cada hombre le llame hermano,
Y que crea en la ciudad que no conoce las fronteras,
Porque su nombre es universo, amistad, amor, Dios.
¡ Padre Santo! Cuida a nuestros jóvenes.
Amén.

Sí supiera que esta fuera la última vez..../ Enviado por Luís Redondo



Si supiera que hoy fuera la última vez que te voy a ver dormir, te abrazaría fuertementey rezaría al Señor para poder ser el guardián de tu alma.

Sí supiera que esta fuera la última vez que te vería salir por la puerta, te daría un abrazo, un beso y llamaría de nuevo para darte más.

Si supiera que esta fuera la última vez que voy a oir tu voz, grabaría cada una de tus palabras para poder oírlas una y otra vez indefinidamente.

Si supiera que estos son los últimos minutos que te veré, diría te quiero
Siempre hay un mañana y la vida nos da otra oportunidad para hacer las cosas bien, pero por sí me equivoco y hoy es todo lo que nos queda, me gustaría decirte cuanto te quiero y que nunca te olvidaré.
El mañana no le está asegurado a nadie, jóven o viejo.

Hoy puede ser la ultima vez que veas a los que amas.
Por eso no esperes más, házlo hoy, ya que sí mañana nunca llega, seguramente lamentarás el día que no tomaste tiempo para una sonrisa, un abrazo, un beso.
Y que estuviste muy ocupado para concederle a alguien un último deseo.
Mantén a los que amas cerca de tí, díles al oído lo mucho que los necesitas, quiérelos y trátalos bien, toma tiempo para decirles lo siento, perdóname, por favor, gracias y todas las palabras de amor que conoces.
Así, si el mañana nunca llega, no tendrás remordimientos por hoy.
Con mis más sinceros deseos de que tu felicidad
crezca día con día, y que Dios nuestro Señor te conceda tus más altos anhelos.

Guardar en el corazón / Autor: Máximo Alvarez



Pocas cosas hay tan hermosas como el entendimiento y la comunicación entre las personas, cuando comprobamos que comprenden lo que queremos decir y cuando nosotros mismos sabemos entender a los demás, llegando a adivinar lo que están pensando casi antes de que las palabras salgan de su boca. Algo totalmente distinto de aquellas conversaciones que parecen un diálogo entre sordos, como si se hablaran distintos lenguajes. Experiencias tan opuestas como Babel, donde se confundieron las lenguas y Pentecostés, donde todos se entendían a pesar de hablar lenguas distintas.

Adentrándonos en el terreno religioso resulta gratificante sentirnos escuchados y comprendidos por Dios y conocer con nitidez lo que quiere de nosotros, sus planes. Pero también puede ocurrir lo contrario: que nos dé la impresión de que Dios no nos escucha ni atiende o que seamos incapaces de conocer su voluntad.

El ser humano necesita comunicarse, expresar sus sentimientos, sus ideas; necesita de la acogida y comprensión de los demás. Pero a veces esto no es posible y no queda más remedio que guardar silencio, que callar lo que gustaría gritar o decir y rumiar las cosas en el interior. No es fácil, pero a la larga es mejor que hablar inútilmente.

Todo esto me trae a la memoria una frase del Evangelio referida a María, cuando se encontró con su hijo en el templo de Jerusalén después de tres días de angustiosa búsqueda, de ausencia e incertidumbre. Ella no entendía por qué Jesús les había hecho esto e incluso después de hablar con Él parece que no consiguió aclarar muchas dudas. Por lo que el evangelista comenta: ¡Y María conservaba todas estas cosas guardándolas en su corazón!.

Lo cual equivaldría a decir más o menos: no entiendo nada, pero no quiero discutir, me resigno a no encontrar una respuesta clara, esperar a que algún día, con el tiempo, pueda comprender el por qué de todo esto. Más o menos equivale a decir: Señor, hágase tu voluntad, aunque no la entienda.

Con frecuencia nuestra impaciencia nos lleva a querer respuestas y soluciones inmediatas para todo, a reaccionar bruscamente, a incomodarnos, a querer que los demás nos entiendan a la perfección o que Dios nos conceda al instante todo lo que le pedimos.

Puesto que no somos budistas tampoco es cuestión de cerrar los ojos como que no pasa nada, tratando de limpiar la mente y dejándola vacía. Por eso nos reconforta la actitud de María que nos invita a guardar las cosas conservándolas en el corazón.

La virtud del agradecimiento / Enviado por Yvette



"Quien no agradece, no ama" -Santa María Mazzarello, Fundadora de las Hijas de María Auxiliadora.

La pequeña virtud del agradecimiento es prueba de un gran corazón. Aún con el torpe o equivocado, debemos ser agradecidos, cuando menos por su buena intención.

La gratitud no significa "devolver el favor": si alguien me sirve una taza de café no significa que después debo servir a la misma persona una taza y quedar iguales. El agradecimiento no es pagar una deuda, es reconocer la generosidad ajena.

¿No es propio de un corazón verdaderamente generoso, mostrarse agradecido hacia los demás, aún de lo más insignificante que hayan intentado hacer por él? No resulta sin embargo tan raro el olvido de los servicios que nos prestan los demás; o, simplemente, nuestra mala costumbre de no demostrar nuestra complacencia. A esto hay que oponer el pequeño valor del agradecimiento.

Sucede a menudo que, mientras esperamos en vano el agradecimiento de personas a quienes hemos ayudado o hecho por ellas verdaderos sacrificios, otros por quienes nos sacrificamos mucho menos conservan por largo tiempo su reconocimiento. ¿No sucede a veces que agradecemos el favor ocasional de un extraño pero no damos la importancia que merecen a las continuas delicadezas que recibimos en nuestro hogar?

Tenemos una memoria singularmente caprichosa. Si olvidamos fácilmente una amabilidad que nos han hecho, ¿con qué precisión retenemos, en cambio, el recuerdo de una falta de delicadeza, o de una ofensa? Un proverbio lo confirma: "La memoria del mal tiene larga huella, la memoria del bien muy pronto pasa". ¿Cómo sabemos recordar a los demás nuestros beneficios prestados o el trabajo que nos ha costado realizarlo?

DECIR GRACIAS

En muchos hogares se habrá oído alguna vez el siguiente diálogo. En la mesa familiar, el niño pide un poco de pan a su padre. Éste lo toma y le entrega un pedazo que el hijo muerde en el acto con avidez.

- Y bien, pregunta el padre, ¿qué se dice?
Con la boca todavía llena murmura tímidamente el chico:
- Gracias
- Gracias, ¿qué?
- Gracias, papá.

Y cuántas veces ocurre que una de las primeras palabras que pronuncia el niño es "no"; no es necesario que nadie se lo enseñe. En cambio, ¿cuántas repeticiones son necesarias para inculcarle el hábito de decir gracias?

"Gracias" es la palabra mágica que introduce en el hogar la cortesía, el buen orden y la serenidad. Y el pequeño valor del agradecimiento brota de una conciencia que la educación ha iluminado.

No nos olvidemos de agradecer todo, de decir gracias al menor servicio prestado por quien sea, pronunciando esta palabra sin ninguna entonación, como si estuviéramos cambiando una simple mirada. Por sí sola, esta palabrita recompensa todos los trabajos; repara la frase acaso un poco dura que habíamos dicho anteriormente; equivale a una sonrisa y, a veces, la provoca; hace feliz al que la pronuncia y a aquel a quien va dirigida.



GRACIAS SEÑOR

Por darme la calma en momentos difíciles.
Por darme la sabiduría para entender mejor los designios de la vida.
Por darme otra oportunidad.
Porque sé que no me has desamparado, cuando creo que voy solo y me siento perdido, y mirando atrás veo solo mis huellas, pero es que Tú mi Padre Amado.. Tú.. me llevas cargado.

Sólo te puedo decir Padre: "no me sueltes". En tus Benditas manos quiero seguir. "Gracias Señor" por ese gran amor. Pido para todos, los que por una causa o otra sufrimos. Cúbrenos con tu Manto.

¡Gracias Padre!

Hermosa obligación del hombre: orar y amar / Catequesis de san Juan María Vianney, presbítero


El sábado 4 de agosto se celebra San Juan María Vianney, patrón de los párrocos, que nació cerca de Lyon el año 1786. Tuvo que superar muchas dificultades para llegar por fin a ordenarse sacerdote. Se le confió la parroquia de Ars, en la diócesis de Belley, y el santo, con una activa predicación, con la mortificación, la oración y la caridad, la gobernó, y promovió de un modo admirable su adelanto espiritual. Estaba dotado de unas cualidades extraor­dinarias como confesor, lo cual hacía que los fieles acudiesen a él de todas partes, para escuchar sus santos consejos. Murió el año 1859. Publicamos hoy pate de una catequesis impartida por él: "Hermosa obligación del hombre: orar y amar":

Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro.

El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo.

La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión.

Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada.

Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol.

Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y, creedme, que el tiempo se me hacía corto.

Hay personas que se sumergen totalmente en la oración, como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con él, del mismo modo que hablamos entre nosotros.

Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que inclus­o parece como si le dijeran al buen Dios: «Sólo dos palabras, para deshacerme de ti..». Muchas veces pienso que, cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.

Oración

Dios de poder y misericordia, que hiciste admirable a san Juan María Vianney por su celo pastoral, concédenos por su intercesión y su ejemplo, ganar para Cristo a nuestros ­hermanos y alcanzar, juntamente con ellos, los premios ­de la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo.

Transfórmame Jesús / Enviado por Mónica


Te regalo un ejercicio cristificante:
(en oración, intenta tener el siguiente diálogo con Nuestro Señor…).

“Jesús, entra dentro de mí.
Toma posesión de todo mi ser.
Tómame con todo lo que soy…
…Lo que pienso, …lo que hago.

Toma lo más íntimo de mi corazón.
Si fuera Tu voluntad, cúrame esta herida que tanto me duele.
Sácame la espina de esta angustia.
Retira de mí estos temores, rencores, tentaciones. ..

Jesús, ¿qué quieres de mí? ¿Cómo mirarías a aquella persona?

¿Cuál sería tu actitud en aquella dificultad? ¿Cómo te comportarías en aquella situación?

Los que me ven, te vean, Jesús.

Transfórmame todo/a en Ti.

Sea yo una viva transparencia de Tu persona…”.

Aprendí a vivir a pesar de las espinas / Enviado por Zoraida



Aprendí a mirar las estrellas, alumbrando los sueños con ellas.
A mirar los colores del viento y a sentir el sabor del silencio.
Aprendí a encender ilusiones y a escuchar hablar los corazones, con palabras calladas, con matices de mil sensaciones.

Cuando un día, el dolor tomó mi mano, conocí de frente a la tristeza. la pena y el llanto se marcharon, al sentir el amor y su grandeza.
La soledad, querida compañera, la que con tanto miedo rechazaba, me mostró la paz y la armonía de los momentos que con ella estaba.
Comprendí, el sentido de la vida, viviendo el amor y la desdicha, sintiendo la alegría y la tristeza, conociendo lo breve de la vida.
Aprendí el valor de la paciencia, a calmar los vientos de mi ira, a llenar con mares de esperanza las zonas más oscuras de mi vida.

Es así, que aprendí a vivir.
Por todo ello... aprende a vivir sin espinas
¡No empieces el día de hoy con las espinas de ayer!
El día de ayer y todos los días y años anteriores han pasado ya,
están enterrados en el Tiempo.
Y no puedes cambiar ya nada en ellos.
¿Te han quedado espinas?
¡No las traigas arrastrando!
Porque seguirán pinchándote cada día hasta no dejarte vivir.
Hay espinas que puedes sacudirte echándoselas en las manos a Dios.
Hay heridas de espinas que puedes curar si sabes perdonar de veras.
Pero hay heridas que no podrás curar con todo el amor de este mundo,
sólo con el Amor de Dios.
¡Quita el cristal de aumento que pones encima de tus desdichas!
Muévete, grita, llora, respira profundo, ora y trata de ser feliz!

De cada espina que hemos tenido a lo largo de nuestras vidas hemos podido tener la capacidad de tener experiencia, y luego mas adelante poder tomar mejores decisiones.. . Lo comparto con mucho amor deseando que esas espinas no se queden ahí, sino que así como se han enterrado podamos sacarlas gracias al bálsamo sanador de Cristo Resucitado.

La benedicencia es un apostolado / Autor: P. Álvaro Corcuera, LC



¡Cuánto hemos de cuidar esta virtud! Es aquello que nos debe caracterizar, estemos donde estemos. ¿En qué consiste la benedicencia? Es una palabra prácticamente desconocida en el mundo en que vivimos; ni siquiera aparece mencionada en el diccionario. Sin embargo, sí se encuentra la palabra maledicencia, que designa el pecado contrario. Si la maledicencia es el vicio de hablar mal de los demás, la benedicencia es la virtud de hablar bien del prójimo. Para nosotros, la benedicencia es un apostolado. Vencer el mal con el bien. La benedicencia es una forma de apostolado que todos podemos realizar, es un modo concreto de pasar por el mundo, como Jesucristo, «haciendo el bien» (Hch 10, 38) y de edificar y servir a la Iglesia.


La maledicencia es un vicio que ofende gravemente la caridad, porque difunde sin motivo ni necesidad objetiva los defectos, los errores o los pecados de otras personas, dañando de este modo su reputación. Nadie tiene derecho a herir la buena fama de los demás. La benedicencia, por el contrario, busca únicamente difundir lo positivo que hay en los demás.


La benedicencia también es contraria al juicio temerario, que admite como verdadero, sin tener motivos suficientes, un defecto moral del prójimo. Los juicios temerarios nos llevan a la sospecha y al alejamiento del prójimo. Es la triste realidad de quien llega a “encasillar” o a catalogar a una persona, viendo más allá de sus actos e interpretando negativamente sus intenciones. Siembra duda, guarda silencios ante la buena fama del hermano, genera inquietud y malestar, roba la paz. Muchas veces juzgamos al prójimo atribuyéndole nuestros propios defectos. Sin embargo, el corazón bondadoso busca pensar bien, justificar, perdonar, comprender. El hombre de Dios tiene presente sus propios defectos, no para juzgar al prójimo, sino para vivir con humildad y siendo apóstoles de lo bueno. No somos nadie para juzgar al prójimo. Sólo Dios es el juez. Y, bien sabemos, esto produce paz en el alma. ¡Qué don tan grande es la paz! «Busca la paz, corre tras ella» (Sal 34, 15). Pues bien, un medio muy bueno para conseguir este regalo que Dios nos da, en la paz, es fijarnos en todo lo bueno, tanto en pensamientos como en palabras.


Cuando por razón de la autoridad de que alguno esté investido, se tenga responsabilidad sobre los actos de otras personas, hemos de actuar sirviendo y buscando el bien, siendo realistas ante el mal, pero no para juzgarlo, sino como el médico, para sanarlo y curarlo, aunque el remedio sea doloroso. Lo único que se busca es el bien del prójimo, como nos enseña Jesucristo en la parábola del buen samaritano que acabamos de meditar el domingo pasado: nos inclinamos hacia el hermano herido o caído, para vendarlo con suavidad, subirlo en la propia vida y asegurarnos de que esté bien atendido y cuidado, sin importar lo que nos pueda costar y sin pensar en que también nosotros estamos necesitados de ayuda.


Y en tercer lugar, la benedicencia se opone a la calumnia, que como nos dice nuestra fe, es un pecado gravísimo que atribuye al prójimo y divulga injustamente cosas falsas que lesionan su buena fama. En la calumnia se suman la difamación y la mentira, y por ello pienso que es uno de los pecados que más entristecen al corazón de Jesucristo.


Al igual que sucede con las demás virtudes, no se trata de vivir la benedicencia a la defensiva, simplemente preocupándonos por no fallar, por "no criticar"; se trata más bien, de cultivar una actitud interna, decididamente positiva, una buena disposición habitual que nos impulse a ejercitar esta virtud. No podemos, pues, conformarnos con silenciar los defectos y errores de nuestros hermanos ante los demás. En sí, esto ya es algo muy bueno pues, como decía el apóstol Santiago, «si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz de poner freno a todo su cuerpo» (St 3, 2). Desde este punto de vista, nunca podremos sentirnos justificados para hablar mal de nadie, de cualquier persona, pues sería lo opuesto a lo que Cristo nos predicó con sus palabras y su vida. Pero la benedicencia va más allá, busca difundir el buen nombre de los demás, valorando sus cualidades, señalando sus virtudes, destacando sus aciertos, sus logros y éxitos, alabando cuanto de bueno y virtuoso descubramos en ellos. Así, esta virtud se convierte en un apostolado, pues se transforma en caridad constructiva.


La benedicencia, como toda virtud, exige una conquista personal. No se da normalmente de modo espontáneo y natural. Tiene en su origen otro hábito aún más profundo: el pensar siempre bien de nuestro prójimo, estimarlo sinceramente en lo más íntimo de nuestro corazón. Esto implica vigilar sobre nuestros pensamientos, combatiendo muy principalmente los prejuicios, fuente de frecuentes y persistentes disensiones, cultivando con esmero la bondad, la comprensión, la afabilidad y la cortesía y, por encima de todo, siendo leales, justos y sinceros en sentimientos y palabras unos para con otros. Cristo supo esperar y comprender a los demás. Cristo, encontrando muchos pecadores, los acogió con corazón bondadoso y no justiciero. No difundió los errores de los pecadores, sino que los acogió con un corazón lleno de comprensión y bondad. ¡Qué conversiones logró con un poco de comprensión! Rechacemos tajantemente los sentimientos de celos, envidias, rivalidades y rencores. Que todo esto no tengan cabida en nuestro corazón, pues, como cristianos, estamos llamados a apoyarnos mutuamente y a ser una familia de hermanos en el amor de Cristo, que se aprecian, se estiman y se sirven con gran solicitud. «Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo», dice San Pablo (1 Cor 12, 26).

Jesucristo nos enseña que «el hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno; y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca» (Lc 6, 45). El "hombre viejo" –del que nos habla San Pablo (cf Col 3, 9)– herido por el pecado original, tiende a fijarse más en los fallos y defectos ajenos que en sus virtudes y aciertos. Pero los cristianos contamos con el auxilio de la gracia de Dios, en nosotros habita su Espíritu y tenemos, pues, las fuerzas que necesitamos para sobreponernos a esta tendencia, cultivando siempre pensamientos buenos y positivos.

Buenos días, Madre / Autor: Martín Bretón



Buenos días, Madre.
Te dedicare en este día, todas mis preocupaciones,
todos mis problemas los pondré a los pies tuyos,
11para que me ayudes a llevar la carga que cada día nos trae.

Madre bendita, soy todo tuyo. Me entrego totalmente a ti,
como Cristo se entrego por nosotros en la Cruz de la redención.
Con ella la carga será mas ligera, aunque no facil de llevar.
Amen

Vive cada día como si fuera el último / Enviado por Viviana



Vive cada día como si fuera el último.
Aprovecha al máximo cada hora, cada día y cada época de la vida.
Así podrás mirar al futuro con confianza y al pasado sin tristeza.
Sé Tú mismo.
Pero sé lo mejor de ti mismo.
Ten valor para ser diferente y seguir Tú propia estrella.
Y no tengas miedo de ser Feliz.

Goza de lo bello.
Ama con toda el alma y el corazón.
Cree que aman aquellas personas que tú amas.
Olvídate de lo que hayas hecho por tus amigos y recuerda, lo que ellos han hecho por ti.

No repares en lo que el mundo te debe y fíjate en lo que le debes al mundo.
Cuando te enfrentes a una decisión, tómala tan sabiamente como te sea posible.
Luego olvídala.

El momento de la certeza absoluta nunca llega.
Sobre todo recuerda, que Dios, ayuda a quienes se ayudan a sí mismos.
Actúa como si todo dependiera de ti, y reza como si todo dependiera de Dios.
Vive cada día a plenitud.

Conquístate a ti mismo. Hoy deseo sugerirte que hagas una experiencia contigo mismo, para beneficio de tu propia vida y de los que te rodean. Se trata de que te decidas a pensar y actuar durante sólo una semana:

"Hoy seré feliz. Expulsaré de mi espíritu todo pensamiento triste. Me sentiré alegre. No me quejaré de nada. Hoy agradeceré a Dios la alegría y felicidad que me regala. Trataré de ajustarme la vida. Aceptaré el mundo como es y procuraré encajar en este mundo

Si sucede algo que me desagrada, no me mortificaré ni me lamentaré, más bien agradeceré, de mis impulsos, pues para triunfar debo superarme, debo tener el dominio de mí mismo. Trabajaré alegremente, con entusiasmo, haré de mi trabajo una diversión. Comprobaré que soy capaz de trabajar con alegría. Resaltaré mis éxitos grandes o pequeños y no pensaré en mis fracasos. Seré agradable. No criticaré a nadie. Olvidaré los defectos de los demás y concentraré mi atención en sus virtudes. No envidiaré nada.

Tendré presente que muchos no tienen lo que yo tengo y que el destino feliz pertenece a los que luchan y que el futuro se resolverá en función de la actuación de mis Hoy. No pensaré en el pasado negativo. No guardaré rencor y practicaré el perdón."


Que lindos pensamientos... No son míos, pero valió la pena leerlos ¿verdad? Si los pones en práctica esta semana, te aseguro que realmente has emprendido la escalada de tu propia conquista, el mundo estará en tus manos y tu horizonte empezará a florecer increíblemente.