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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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Oremos todos para que la sabiduría de Jesús Resucitado presida estas páginas y nos bendiga abundamente.

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domingo, 27 de enero de 2008

CRISTO: la solución para la droga / Charla en Sant Cugat del Vallés el lunes 28 de enero

Oremos!!! : La Comunidad Cenáculo puede instalarse en Catalunya para recuperar a drogadíctos

Hay una posibilidad muy seria de que la Comunidad Cenáculo venga a la provincia de Barcelona.

Como preparación para ello se ha iniciado un grupo de oración por esta intención desde hace unos meses.

Y para dar a conocer un poco más la Comunidad del Cenáculo se ha organizado una primera charla que dará el P. Carlos García Malo, sacerdote amigo de la Comunidad.

Esta charla será el próximo lunes 28 de enero después de Misa de 20h en la Parroquia de San Juan Bautista de Mirasol en Sant Cugat del Vallés (Barcelona).

El P. Carlos nos hablará más a fondo sobre la espiritualidad de la Comunidad, la “Cristoterapia” para sacar a los chicos de la droga, la confianza en la Providencia, ...

¡Gracias a Dios y por su misericordia se abre en España una gran puerta de esperanza para todos aquellos que sufren por el problema de la droga!

Dirección Parroquia: c/ Victoria 21 – Mirasol (Sant Cugat del Vallés)
frente al Restaurante “La Ponderosa”
A 5 min. en coche del Hospital General de Cataluña y del
Colegio La Farga

Para más información: amigosdelacomunidad@gmail.com

“La resurrección está dentro nuestro, porque Jesús no nos engaña, Él es la verdad, la vida, el amor.” (Madre Elvira, fundadora de la Comunidad)

La Comunidad Cenáculo trata a jóvenes drogodependientes desde hace 25 años

Cristo es el centro del
tratamiento de rehabilitación

Más del 90% de los que terminan
el proceso se rehabilitan

El secreto: trabajo y oración, cultivar la amistad con Cristo en la Eucaristía

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Para conocer la comunidad Cenáculo y su revista
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Para leer los articulos de Madre Elvira publicados en el Blog haz click A Q U Í

Espiritualidad misionera de San Pablo / Autor: Hº Jaime Ruiz Castro CM

San Pablo tiene conciencia de haber sido elegido por Dios para consagrarse enteramente al anuncio del Evangelio. Polemizando con los corintios llegará a decirles: «no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio» (1 Cor. 1,17). Sabe que su misión consiste en evangelizar, en anunciar a Cristo, poniendo así el fundamento sobre el cual otros continúen construyendo (1 Cor. 3,10).

Las palabras que figuran en el título de este capítulo indican lo mismo: tiene viva conciencia de que ha sido «escogido -por Dios mismo- para el Evangelio», es decir, para el anuncio del Evangelio. La palabra que se traduce por «escoger» significa en realidad «separar», «poner aparte», y es la misma que encontramos en Gal. 1,15 cuando Pablo habla de su vocación: Dios mismo le ha separado de las actividades ordinarias que los hombres realizan en su vida cotidiana para consagrarle enteramente al anuncio del Evangelio; ha sido sustraído a otras tareas para que su vida entera esté dedicada al ministerio de la Palabra.

De hecho, comprobamos que, si bien no tiene inconveniente en trabajar con sus manos para procurarse el sustento y no ser gravoso a nadie, en cuanto tiene posibilidad se deja absorber por la tarea evangelizadora. Así, por ejemplo, durante su estancia en Corinto, Pablo trabaja como tejedor de tiendas (He. 18, 3); pero cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia trayendo ayudas materiales «Pablo se dedicó enteramente a la Palabra» (He. 18,5)

«La fe viene de la predicación» (Rom. 10,17)

Esta insistencia de San Pablo en la importancia del valor de la evangelización nace de una convicción fundamental: la predicación está en la base de todo; es el cimiento del edificio de la vida cristiana de cada hombre y de la vida de la Iglesia toda (1 Cor. 3,10).

Es muy significativa en el texto de Rom. 10,13-17 la concatenación de los verbos: al «ser enviado» sucede el «predicar»; al «predicar» sucede el «oír»; al «oír» sucede el «creer»; al «creer» sucede el «invocar»; y al «invocar» sucede el «ser salvado». En consecuencia, todo arranca de la predicación. La fe es la que justifica al hombre y le reconcilia con Dios, hace del hombre una criatura nueva; ahora bien, la fe es esencialmente acogida del kerygma, es decir, del anuncio de Cristo muerto y resucitado para nuestra salvación (este es el «Evangelio» que Pablo predica y en el que invita a todos a creer, cuyo resumen más antiguo encontramos en 1 Cor. 15,3-5; ver desde el v. 1 hasta el 11).

Pues bien, es a esta misión sublime a la que Pablo se sabe llamado sobre todo. Pues sin la evangelización -sin el anuncio de Cristo- no puede suscitarse la fe, ni -en consecuencia- tampoco la vida cristiana en toda su extensión, ni puede construirse la comunidad cristiana, ni es posible la salvación... Ciertamente podrá haber «diez mil pedagogos» que eduquen y cultiven la vida en Cristo; pero esta vida no existirá sin alguien que -mediante el anuncio del Evangelio- la «engendre» en el corazón de los hombres (1 Cor. 4,15).

Será preciso que alguien «riegue», abone y cuide la planta de la fe y de la vida nueva en Cristo; pero todo ello sería inútil y sin sentido si no fuera porque alguien antes «ha plantado» mediante la predicación la semilla de la fe y la raíz de la vida nueva (1 Cor. 3,6)

«Anunciar la inescrutable riqueza de Cristo» (Ef. 3,8)

Ya hemos visto cómo el contenido de la predicación de Pablo no es otro que la persona de Jesucristo y su obra de salvación en favor de los hombres: «yo, hermanos, cuando fui a vosotros... a anunciaros el misterio de Dios, no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo» (1 Cor. 2,1-2).

Lo que llena de admiración a Pablo es el hecho de que «ahora», precisamente en los días de su vida, haya sido revelado y dado a conocer por Dios el «Misterio», ese maravilloso plan de salvación que Dios tenía concebido en su designio «desde siglos eternos»; ese grandioso e increíble proyecto de ofrecer la salvación a todos, también a los gentiles (y no sólo a los judíos como creían los miembros del pueblo de la antigua alianza), mediante la fe en Jesucristo (Rom. 16,25-27; Ef. 3,3-12).

Pero lo que sobre todo le hace enloquecer es que además haya sido elegido precisamente él para la misión maravillosa de anunciar a los gentiles este misterio y conducirlos así a la fe y a la salvación: «a mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo» (Ef. 3,8).

Este hecho le llena de gratitud y de gozo. Pero sobre todo le impulsa a entregar todas sus energías al servicio de la evangelización. Como un hombre que en medio de una epidemia mortal y muy extendida tuviera en sus manos el remedio para curarla de raíz. Pablo sabe que en medio de esta humanidad sumergida en el pecado (Rom. 1,18-3,20; ver especialmente 3,10) es portador de la única medicina capaz de salvar: «el Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación» (Rom.1,16). Y ello por pura gracia, sin mérito alguno de su parte (pues, como vimos, él ha sido el primer sanado por esta medicina: 1 Tim. 1,12-16).

«Heraldo de Cristo» (1 Tim. 2,7)

Para exponer el sentido de su tarea de evangelizador Pablo encuentra una expresión que gusta aplicarse a sí mismo: heraldo (keryx; aunque el sustantivo sólo aparece tres veces, el verbo, Keryssein -«proclamar»- lo usa 19 veces).

El heraldo era un mensajero que en nombre del emperador anunciaba al pueblo un mensaje que les afectaba para su vida; en realidad, él era un instrumento por cuya mediación la voz del gobernante llegaba al pueblo; no proclamaba sus propias convicciones, sino que era el portavoz del rey y hablaba con su autoridad.

Al principio sólo se les exigía tener buena voz, una voz clara y potente. Pero como a veces el heraldo exageraba o deformaba las noticias, comenzó a exigírseles fidelidad a las instrucciones recibidas de su superior, tanto en el contenido como en el modo de anunciarlo; no podían añadir ni quitar nada por propia iniciativa, pues su anuncio no tenía origen en ellos mismos...

Pues bien, Pablo tiene conciencia de hablar como heraldo de Cristo. Pero lo que transmite no es una información cualquiera, sino la noticia de un acontecimiento (la muerte y la resurrección de Jesús) a través del cual Dios ha comenzado su intervención definitiva en la historia; y este acontecimiento es de tal importancia que si no fuera real, toda la predicación carecería de sentido (1 Cor. 15,14). Además, es un mensaje que afecta a toda la humanidad, pues habiendo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación, Cristo comunica su victoria a los que le acogen por la fe (Rom. 4,23-25).

Como mensajero personal de Cristo, Pablo sabe que él es puro instrumento e intermediario; instrumento necesario, desde luego, pues «¿cómo creerán en Aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?» (Rom. 10,14); pero instrumento al fin. Y como tal, es consciente de que está al servicio de un diálogo que debe instaurarse entre Dios y los hombres: a través de él Dios habla a los hombres -a cada hombre-, y estos deben dar una respuesta personal al Dios que les dirige su palabra, mediante lo que Pablo llama la «obediencia de la fe» (Rom. 1,5; 16,26). Por medio de él se inicia ese «diálogo de salvación» en el que los hombres son urgidos a dar la respuesta de fe que les introduzca en el acontecimiento que transformará tanto sus vidas como la historia misma del mundo. La predicación es absolutamente necesaria para que se inicie ese diálogo de fe y salvación: «plugo a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación» (1 Cor. 1,21). Los hombres sólo pueden ser salvados si les son enviados mensajeros que les anuncien con autoridad la Buena Nueva (Rom. 10,14-17).

«Habla Cristo en mí» (2 Cor. 13,3)

Como heraldo de Cristo, Pablo tiene perfecta conciencia de estar transmitiendo Palabra de Dios, no su propia palabra, fruto de su personal elucubración. Espontáneamente dirá: «os decimos esto como Palabra del Señor» (1 Tes. 4,15). Es y quiere ser fiel a toda costa, transmitiendo todo y sólo aquello que ha recibido (1 Cor. 11,23; 15,3: las palabras «recibir-transmitir» son términos técnicos usados entre los rabinos para expresar la absoluta fidelidad).

En 1 Tes. 2,13 da gracias a Dios porque los tesalonicenses recibieron su predicación «no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios». Ciertamente se trataba de un mensaje salido de sus labios, anunciado por un hombre; pero él sabe muy bien que no es su mensaje particular, sino la Palabra de Dios mismo. Porque, como en el caso de los antiguos profetas, Dios mismo ha puesto sus palabras en la boca de su enviado (Jer. 1,9). Y Pablo podría repetir con toda verdad lo que Jesús mismo había dicho: «Mi palabra no es mía, sino del Padre que me ha enviado» (Jn. 7,16; 8,28).

Precisamente por eso, reacciona con tanta energía cuando alguien deforma o trastoca el único Evangelio que salva. Porque lo que él predica no tiene su origen en los hombres, sino en Jesucristo mismo (Gal. 1,11), afirma con violencia: «aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!» (Gal. 1,8).

Pues hay más. No sólo transmite Pablo las palabras de Cristo, sino que afirma que es Cristo mismo quien habla en él (2 Cor. 13,3). Quien afirma: «vivo, no yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gal.2,20), dice también «habla Cristo en mí». Hay tal identificación entre Cristo y su enviado, que ya no son dos, sino una sola cosa. El evangelizador es como un sacramento de Cristo. En él y a través de él es Dios mismo quien exhorta (2 Cor. 5,20).

Quizá por esta identificación de Pablo con Cristo es por lo que insiste tantas veces a lo largo de sus cartas: «imitadme» (1 Cor. 4,16; Fil. 3,17; 2 Tes. 3, 7). Lo que podría parecer presunción suya, tiene en realidad un significado muy profundo: «Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo» (1 Cor. 11,1). De este modo, el Evangelio que Pablo predica no es sólo palabras, sino Palabra hecha carne y vida; el anunciar ese Evangelio hecho realidad; de este modo, él mismo se había convertido en Evangelio, en Palabra; dejando vivir a Cristo en sí mismo (Gal. 2,20), podía presentarse a sí mismo como modelo y ejemplo de una existencia auténticamente cristiana y evangélica.

Papa: oración fundamento del ecumenismo

Papa: homogeneidad en las decisiones entre Rota y los tribunales locales

Día 28 / Tienes un mensaje: Evangelio y reflexión para hoy

Día 28 / Buenos días, Señor: Oración pidiendo sabiduría

Benedicto XVI: La ciencia no puede ser manipulada ideológicamente

Discurso de Benedicto XVI en el congreso por los 25 años de la promulgación del Código de derecho canónico

En la plaza de San Pedro Benedicto XVI libera dos palomas por la paz con la Acción Católica de jóvenes

Conversiones por la oración ante la Eucaristia / Autor: P. Ángel Peña Benito, O.A.R.

Refieren los biógrafos de S. Antonio de Padua que, estando en Rímini en 1225, un hereje albigense, llamado Boniville, negaba la presencia de Cristo en la Eucaristía y le pedía una prueba convincente. El hereje llevó a la plaza su mula, a la que había dejado tres días sin comer, Y le llevó un saco de cebada al tiempo que S. Antonio llevaba el Santísimo
Sacramento, y la mula dejando sin probar la cebada, se arrodilló a su manera ante la Eucaristía. A la vista de este milagro, se convirtió Boniville con varios de sus seguidores. Y allí se construyó una capilla para recordar el milagro.

Cuando el santo cura de Ars llegó a ese pequeño pueblo francés, apenas tres o cuatro ancianas iban a misa. El, entonces, se dedicó a pasarse muchas horas de adoración ante el Santísimo y siempre con el rosario entre las manos y los ojos fijos en el sagrario. Poco a poco, la gente empezó a ir a la Iglesia y a querer confesarse. Así empezó un ministerio
de confesión que lo hizo famoso, pues venían hasta de los últimos rincones de Francia y del extranjero para ver y oír a aquel sacerdote con fama de santo, que tanto amaba a Jesús sacramentado.

Algo parecido sucedió en el pueblo de S. Giovanni Rotondo con el famoso
P. Pío de Pietrelcina, capuchino estigmatizado. Cuando El llegó, era
un pueblo desconocido; hoy es un centro espiritual, sanitario y cultural
de fama internacional. ¿Qué es lo que hizo el milagro? El P. Pío,
sencillo y enfermizo, se pasaba las horas ante el sagrario, orando por los
pecadores y sufriendo por ellos.Poco a poco, la gente comenzó a visitarlo para confesarse con él. Y, como le había sucedido al cura de Ars, tuvo que dedicar sus horas libres a confesar. El 20 de septiembre de 1918, estando en oración ante el Santísimo, recibió de Jesús las santas llagas en manos, pies y costado.

Y ¿qué hizo que el Bto Damián de Veuster convirtiera el infierno de
Molokai, la isla de los leprosos, en un lugar digno de vivir? Su amor a la
Eucaristía. El decía: "Sin la presencia de Jesús en mi pobre capilla
jamás hubiera podido mantener unida mi suerte a la de los leprosos de
Molokai". Es por esto también que la M. Teresa de Calcuta, exige a sus
hermanas una hora de adoración diaria ante el Santísimo para tener
fuerza, para poder servir a los más pobres de entre los pobres.

Elizabeth Ann Seton, la primera santa norteamericana, se convirtió a la
Iglesia católica por la Eucaristía. Después de la muerte de su esposo
en Italia, regresó a Nueva York y buscó la paz en su propia Iglesia
episcopal. Un día se sentó en una silla de su iglesia, desde donde podía
ver la torre de la vecina iglesia católica, y mirando el altar vacío de
su iglesia, comenzó a hablar con Jesús, presente en el Santísimo de la
iglesia católica cercana. Así empezó a sentir amor a Jesús Eucaristía,
que la atraía como un imán, y éste fue el comienzo de su conversión.

Otro convertido es el músico judío Herman Cohen, nombrado maestro de
capilla de la iglesia de S. Valerio de París, que sintió por dos veces
una emoción extraordinaria en el momento de la bendición con el Santísimo
Sacramento. El 28 de agosto de 1847 fue bautizado por el sacerdote,
también judío convertido, S. Alfonso de Ratisbona. Después se hizo
carmelita descalzo con el nombre de P. Agustín María del Sacramento.

Poema de las manos / Autor: P. Miguel Segura

¡Las manos! Obreras inquietas, regalo de Dios. Se abren, se cierran pero siempre son caricia, consuelo, amor.
Manos maternales que brindan calor.
Manos que se extienden, donando perdón
Manos de maestro, que saben decir.
Manos que suplican, mirando hacia Dios.
Manos cansadas de tanto esperar...
cerrarse algún día apretando el pan.
Manos temblorosas ante la maldad porque han nacido para acariciar.
Manos enlazadas en una oración.
Manos que se mueven pidiendo perdón
Manos suaves, manos de novia que estrechan una rosa con néctar de amor.
Manos duras, callosas, pesadas; manos de labriego que oscurece el sol.
Manos de poeta que sueñan y cantan
Manos que golpean frente a la ansiedad.
Manos musicales que vibran y ríen porque han nacido para recrear.
Manos que levantan al hombre caído.
Manos enfermeras que saben curar.
Manos de médico que cortan y sanan porque son las manos de la humanidad.
Manos religiosas, manos consagradas que tienen el gesto de saber rezar.
Manos siempre limpias, manos siempre blancas... manos que se abren y nos dan el pan.
Manos prodigiosas, las más bellas manos de la amistad.

En qué consiste el Reino de Cristo / Autor: Benedicto XVI

Intervención con motivo del Ángelus

Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo antes y después de rezar la oración mariana del Ángelus junto a miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:


En la liturgia de hoy, el evangelista Mateo, que nos acompañará durante todo este año litúrgico, presenta el inicio de la misión pública de Cristo. Consiste esencialmente en la predicación del Reino de Dios y en la curación de los enfermos, mostrando que este Reino está cerca, es más, ya ha llegado entre nosotros.

Jesús comienza predicando en Galilea, la región en la que creció, territorio que está en «las afueras» del centro de la nación judía, que es Judea, y en ella Jerusalén. Pero el profeta Isaías había preanunciado que esa tierra, asignada a las tribus de Zabulón y de Neftalí, tendría un futuro glorioso: el pueblo en tinieblas habría visto una gran luz (Cf. Isaías 8, 23-9,1), la luz de Cristo y de su Evangelio (Cf. Mateo 4, 12-16).

El término «evangelio», en los tiempos de Jesús, era utilizado por los emperadores romanos para hacer sus proclamas. Independientemente del contenido, eran definidos como «buenas nuevas», es decir, anuncios de salvación, pues el emperador era considerado como el señor del mundo y cada uno de sus edictos era portador de bien. Aplicar esta palabra a la predicación de Jesús tuvo, por tanto, un sentido fuertemente crítico, era como decir: «Dios, y no el emperador, es el Señor del mundo y el verdadero evangelio es el de Cristo».

La «buena nueva» que Jesús proclama se resume en estas palabras: «El reino de Dios --o reino de los cielos-- está cerca» (Mateo 4, 17; Marcos 1, 15). ¿Qué significa esta expresión? Ciertamente no indica un reino terreno, delimitado en el espacio y en el tiempo, sino que anuncia que Dios reina, que Dios es el Señor y que su señorío está presente, es actual, se está realizando.

La novedad del mensaje de Cristo es por tanto que Dios se ha hecho cercano en Él, que ya reina entre nosotros, como lo demuestran los milagros y las curaciones que realiza. Dios reina en el mundo a través de su Hijo, hecho hombre, y con la fuerza del Espíritu Santo, que es llamado el «dedo de Dios» (Cf. Lucas 11, 20).

Allí donde llega Jesús, el Espíritu creador trae vida y los hombres quedan curados de las enfermedades del cuerpo y del espíritu. El señorío de Dios se manifiesta entonces en la curación integral del hombre. De este modo, Jesús quiere revelar el rostro del verdadero Dios, el Dios cercano, lleno de misericordia por cada ser humano; el Dios que nos dona la vida en abundancia, su misma vida. El reino de Dios es, por tanto, la vida que vence a la muerte, la luz de la vedad que disipa las tinieblas de la ignorancia y de la mentira.

Pidamos a María santísima que obtenga siempre para la Iglesia la misma pasión por el Reino de Dios que alentó la misión de Jesucristo: pasión por Dios, por su señorío de amor y de vida; pasión por el hombre, con el que se encuentra verdaderamente con el deseo de entregarle el tesoro más precioso: el amor de Dios, su Creador y Padre.

[Al final del Ángelus, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En italiano, comenzó diciendo:]

Saludo con mucho afecto a los niños y muchachos de la Acción Católica de Roma, que como todos los años han venido al concluir el «Mes de la Paz», acompañados por el cardenal vicario, por sus padres y educadores. Dos de ellos están a mi lado. Me han presentado un mensaje y dentro de poco me ayudarán a liberar el vuelo de dos palomas, símbolo de la paz. Queridos pequeños amigos: sé que estáis comprometidos a favor de vuestros coetáneos que sufren a causa de la guerra y de la pobreza. ¡Seguid por este camino que Jesús nos ha indicado para construir la verdadera paz!

Hoy se celebra la Jornada Mundial de los Enfermos de Lepra, comenzada hace 55 años por Raoul Follereau. A todas las personas que sufren por esta enfermedad dirijo mi afectuoso saludo, asegurando una oración especial por ellos, que ofrezco también por todos los que están comprometidos a su lado de diferentes maneras, en particular a los voluntarios de la asociación Amigos de Raoul Follereau.

El lunes pasado, 21 de enero, dirigí a la diócesis y a la ciudad de Roma una Carta sobre la tarea urgente de la educación. Quise ofrecer de este modo mi contribución particular a la formación de las nuevas generaciones, compromiso difícil y crucial para el futuro de nuestra ciudad. El sábado, 23 de febrero, mantendré un encuentro durante una audiencia especial en el Vaticano con todos los que, como educadores o como niños, adolescentes y jóvenes en formación, participan directamente en el desafío educativo, y les entregaré simbólicamente mi carta.


[Hablando en francés, dijo:]

Os saludo, queridos peregrinos de lengua francesa, congregados con motivo de la oración del Ángelus. En este domingo, en el que celebramos la 55ª Jornada Mundial de los Enfermos de Lepra, invito a los responsables políticos y sanitarios a comprometerse aún más en los cuidados a los que padecen la enfermedad. Que todos nuestros contemporáneos estén junto a sus hermanos y hermanas en humanidad. Cada uno de vosotros está llamado por Cristo y debe ser un misionero de la buena nueva, con la palabra y con la caridad activa. Con mi bendición apostólica.

[El Papa habló luego en cinco idiomas. En español, dijo:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. Os invito a que, teniendo presente la llamada a la conversión que Jesús nos dirige hoy en el Evangelio, pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros ante su Hijo para que, siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, podamos responder también nosotros con generosidad a nuestra vocación cristiana y dar frutos abundantes de santidad. ¡Feliz domingo!

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[Traducción del original plurilingüe realizada por Jesús Colina

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

jueves, 24 de enero de 2008

Iniciador del Octaviario centró obra en Reconciliación

¿Y quiénes son los pobres? / Autor: Carlos Padilla LC

“Sería mejor darlo a los pobres”, “hay que trabajar por los pobres” “pensemos primero en los pobres”, “hay que hacerse pobre…”. Todas son frases muy usadas, escuchadas a menudo pero desprovistas de un verdadero rostro. Todas usan ese término: “pobres”, en abstracto. Pero… ¿quiénes son los pobres?

¿Es la pobreza un estado o una virtud? ¿Es alcanzable o se debería huir de ella? Y suponiendo que quisiese conseguirla ¿la esposa estará de acuerdo en vivir con menos cosas? ¿Hay diversos modos de vivir la pobreza? ¿O es la misma pobreza la de san Francisco de Asís, la Madre Teresa, los ciudadanos del tercer mundo, los desempleados, los virtuosos, o los mendigos de los puentes?

Con un planteamiento así la pobreza se nos presenta con un rostro completamente diverso al trazado por nuestra traicionera imaginación. Curiosamente al escuchar “pobreza” vienen a la mente telas roídas, caras pálidas y desnutridas, llagas abiertas, costillas esqueléticas... La pobreza en cambio, también puede ser virtud, de lo contrario estaría reservada a unos cuantos.

Es virtud cuando se convierte en una disposición constante del alma que orienta rectamente los deseos y el apego a las riquezas y cosas de este mundo (Catecismo de la Iglesia Católica 2545). Forja un gran hábito el que se ejercita en el desprendimiento y la renuncia de lo que no es fundamental. Siguiendo este sendero la pobreza le fue posible al arquitecto más grande del siglo XX, al artífice de la futura catedral de Barcelona, “La Sagrada Familia”.

Su nombre: Antonio Gaudí, su siglo: ¡El nuestro! Era el artista más renombrado de la ciudad, su originalidad y talento le situaron en la cúspide de la fama. Le llovían trabajos con remuneraciones magníficas, estaba a cargo de obras de envergadura, materialmente no le faltaría nada, podría resolver su vida y la de las cuatro generaciones subsiguientes. ¡Todo resuelto, a disfrutar se ha dicho!

El arquitecto de Dios, el viejo de la barba blanca y los ojos de un color azul encendido, eligió otro camino. Una senda estrecha pero libre, exigente pero feliz, congruente y generosa. Optó por una pobreza digna y elocuente. Vivió sus últimos años en un pequeño cuarto debajo de la catedral, tal como lo atestiguan las hermanas religiosas que lo conocieron. “Cuando fuimos no encontramos nada, ni un bote, ni una cuchara, ni un trozo de papel, nada. Apenas tenía nada ni para encender el fuego”.

Gaudí es ejemplo de una pobreza callada y desprendida de todo lo superfluo. Pobre es aquél que teniendo bienes, sólo los usa en la medida en que estrictamente los necesita. Al pobre por virtud le basta lo indispensable y cuando incluso eso le falta le sobra amor para suplir aquel hueco material.

Hay muchos casos así, hombres de nuestro tiempo, emprendedores, luchadores, empresarios o profesionistas de éxito que arrancan de su corazón y su vida lo inútil, lo superfluo, lo cómodo. Saben dar a los demás con generosidad y a la vez administrar con responsabilidad y competencia. Buscan fortalecer sus empresas para así dar más trabajo a la gente. No dan el pescado: enseñan a pescar, alimentan el capital, no lo destruyen. El objetivo es socorrer convenientemente a los necesitados y acortar (no solo por unas semanas) las distancias entre unos y otros.

Constituirse pobre con el pobre significa promover su bienestar, el de su persona como el de su familia y entorno, establecer bases equitativas en las relaciones entre patronos y obreros, vivificar y robustecer en los unos y en los otros la conciencia de los propios deberes y la observancia de los preceptos evangélicos. El hombre, sea pobre o rico, que se hace sordo al clamor de sus hermanos limita la visión de sí mismo y de los demás. Es un ciego engañado en la sombra efímera que le presentan los bienes del dinero, el poder y los placeres.

La pobreza en esa perspectiva es activa. No se duerme bajo las llagas de la miseria ni se acomoda en un egoísta “tengo lo necesario apenas para mí, los demás que se las arreglen”.

Por ello para cultivar con integridad esta virtud y evitar todo individualismo, la pobreza viaja acompañada de la caridad, de la generosidad. Hay pobres en lo material que son también ejemplares en la aceptación de su estado. Agradecen todos los dones, aprecian las ayudas, se esfuerzan por superarse y, lo que es más importante, acompañan sus carencias materiales con una ancha pobreza de espíritu. Por eso no caben en sus pechos los celos, la envidia, el odio hacia el rico, el burgués, el jefe, el sistema, el gobierno y un largo etcétera de posibles culpables. El pobre que desea con rabia lo es sólo en los bolsillos, el pobre que desea vaciarse para enriquecer su corazón lo es en plenitud ¡Ese es pobre virtuosamente!

Entonces, las cosas materiales, ¿estorban? ¿Son el cáncer de este mundo, la enfermedad del espíritu? San Ignacio de Loyola, con sus ejercicios espirituales, nos contestaría: “Tanto en cuanto, hermano mío, tanto en cuanto”. Lo material es bueno o malo en tanto en cuanto me lleve a mi Creador o me aleje de Él. En acercarme a mi Creador se encierra mi ideal, mi prójimo, mi felicidad. “Soy más feliz mientras más doy. Dar lo que tengo, lo que soy, lo que puede servirte, lo que puede llevarnos, a los dos, a nuestra máxima plenitud”.

El hombre vale más que sus bolsillos, sea que estos estén llenos o agujereados, porque el peso del hombre está en su corazón.

Señor, Tú que te hiciste pobre para enriquecernos a todos, ¡enséñame a seguir Tu ejemplo y vivir tu bienaventuranza!

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,3).

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Fuente: GAMA - Virtudes y valores