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Bienvenido a Escuchar y a Dar

Este blog, no pretende ser un diario de sus autores. Deseamos que sea algo vivo y comunitario. Queremos mostrar cómo Dios alimenta y hace crecer su Reino en todo el mundo.

Aquí encontrarás textos de todo tipo de sensibilidades y movimientos de la Iglesia Católica. Tampoco estamos cerrados a compartir la creencia en el Dios único Creador de forma ecuménica. Más que debatir y polemizar queremos Escuchar la voluntad de Dios y Dar a los demás, sabiendo que todos formamos un sólo cuerpo.

La evangelización debe estar centrada en impulsar a las personas a tener una experiencia real del Amor de Dios. Por eso pedimos a cualquiera que visite esta página haga propuestas de textos, testimonios, actos, webs, blogs... Mientras todo esté hecho en el respeto del Amor del Evangelio y la comunión que siempre suscita el Espíritu Santo, todo será públicado. Podéís usar los comentarios pero para aparecer como texto central enviad vuestras propuestas al correo electrónico:

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viernes, 14 de marzo de 2008

Miles de niños se prostituyen en las minas de diamantes de RDC para poder sobrevivir

ONG’s denuncian también la utilización generalizada y sistemática de menores como combatientes en la República Democrática del Congo

Ser niño en algunas zonas de la República Democrática del Congo (RDC) equivale a ser explotado sexualmente o como combatiente en cualquiera de los bandos enfrentados en una guerra en la que la población civil se lleva la peor parte.

Miles de menores de 18 años no tienen otra alternativa que la prostitución para poder sobrevivir en las minas de diamantes de la RDC, según denuncia la organización Save the Children. Por su parte, Amnistía Internacional (AI) también advierte de la utilización generalizada y sistemática de niños como combatientes por parte de las diferentes facciones en lucha en ese país.

Save the Children informa sobre los miles de pequeños que viven de la prostitución y de la búsqueda de piedras preciosas en las minas de diamantes que rodean la localidad de Mbuji Mayi, capital de la república de Kasai Oriental, en el centro-sur de la RDC, según informó Radio Okapi, la emisora de la misión de la ONU (MONUC).

En profundas galerías o prostituyéndose

En la mina de diamantes de Matempu, en Bakwa Tshimuna, a 15 kilómetros al suroeste de Mbuji Mayi, cientos de niños trabajan en las profundas galerías y cientos de niñas se dedican a la prostitución.

“Yo llegué aquí a causa del sufrimiento en casa, no había para comer y vine aquí para alimentar a la familia”, declaró a la emisora un niño que lleva dos años en la mina.

“Tengo 14 años y vivo en los dormitorios, donde ejerzo la prostitución. Llegué tras la muerte de mi madre, mi padre no se ocupaba de mí”, explicó una niña..

Para intentar que testimonios como éstos no vuelvan a reproducirse, Save the Children tiene un programa de formación para cien niños salidos de la mina a fin de intentar solucionar su situación, tal como explica Radio Okapi.

Al mismo tiempo, la división provincial de Asuntos Sociales asegura que ya ha comenzado a sensibilizar a los responsables de las minas y de las iglesias para mejorar la situación de los niños.

Testimonios espeluznantes

Por otra parte, Amnistía Internacional denuncia que la RDC registra una de las tasas más altas de niños soldado en todo el mundo. Los testimonios y entrevistas que AI ha obtenido de niños que han conseguido escapar de cualquiera de los bandos enfrentados son espeluznantes.

Tras siete años de conflicto casi interrumpido en la República Democrática del Congo más de tres millones de personas han muerto sólo desde 1998, la mayoría de ellos hombres, mujeres y niños civiles.

El conflicto también se ha visto contaminado por la utilización generalizada y sistemática de niños como combatientes por parte de todas las facciones en lucha, según publica MundoSolidario,org, en referencia a un informe de AI.

Estos menores suelen recibir un trato violento durante su entrenamiento y en algunos campos se han registrado muertes de niños debido a las deplorables condiciones en que vivían. A menudo se les envía a las líneas de combate, donde se les obliga a ir en avanzadilla para detectar la presencia de tropas enemigas, hacer de guardaespaldas de sus jefes militares, o se les convierte en esclavos sexuales.

Se utiliza asimismo tanto a niños como a niñas para transportar los pertrechos, el agua y los alimentos, o como cocineros. A algunos se les ha obligado a matar a miembros de sus propias familias, y a otros a participar en actos sexuales y de canibalismo con los cadáveres de los enemigos muertos en los combates. A menudo se les administran drogas y alcohol para contener su emotividad cuando cometen estos crímenes.

En muchos casos, la falta de alternativas de los ex combatientes los ha devuelto rápidamente al conflicto armado o a caer en la prostitución, los delitos menores, el alcohol o las drogas, en una nueva búsqueda de protección y sustento.

A los involucrados en el conflicto

El informe de AI advierte de que es deber del gobierno de transición y unidad nacional de la República Democrática del Congo, de los dirigentes de los grupos armados y las milicias no representados en ese gobierno, así como de los gobiernos extranjeros involucrados en el conflicto, dar órdenes estrictas a las tropas que se encuentran bajo su mando para garantizar que se pone fin inmediatamente al reclutamiento, la formación y la utilización de menores de 18 años como combatientes.

Para poder abordar la cuestión de la impunidad de los responsables de estas prácticas ha de ponerse a disposición de la justicia a los sospechosos de reclutar y utilizar a niños soldados.

Como crímenes de guerra que son, el reclutamiento y la utilización de niños soldados constituyen delitos contra el conjunto de la comunidad internacional, no sólo contra los niños de la República Democrática del Congo y, por consiguiente, la comunidad internacional tiene la responsabilidad jurídica de ayudar al gobierno de transición del país a reforzar su sistema judicial y poner a sus autores a disposición de la justicia.

Además de la abolición legal del reclutamiento y la utilización de menores en los conflictos armados, deben ponerse en marcha iniciativas encaminadas al desarrollo económico y la consolidación de la paz, con el fin de establecer programas sostenibles de desmovilización y rehabilitación.

Los años que los niños de la República Democrática del Congo han pasado en las fuerzas armadas, formándose sobre todo en el arte de la violencia, dejarán un legado que, de no abordarse debidamente, tendrá un efecto pertinaz en el país y en sus ciudadanos

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Fuente: Forum Libertas
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Mujeres con bombas, niñas esclavas: contra la mujer

Caritas y Pax Christi presentan una web sobre guerras olvidadas que siguen matando

martes, 11 de marzo de 2008

Vivir la Eucaristía. El gran Misterio de la fe...

Vivir la Eucaristía: El gran Misterio de la fe en 13 breves documentales.

Este DVD está producido por GOYA Producciones. Agradecemos la comprensión y la generosidad de esta Productora. Puede adquiirir este DVD -con gran calidad- en la siguiente página:
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Alimento divino


Milagro en la Misa


Unión con la Virgen


Alegorías Biblicas


Devociones fecundas


Apóstoles del Amor


Alma en Gracia


Sacerdote, otro Cristo


Unión Nupcial


Sacrificio renovado

Nada es imposible para el Amor

Un video para ver cuando pienses en el divorcio, separacion, o no sepas como afrontar la soledad. Si tienes celos, ves que el amor se acaba, participas en continuas peleas de pareja o sufres maltrato en el hogar debes saber que Dios nunca ha querido nada de eso.

El arte de amar

De una meditación de Chiara Lubich: las características del amor al hermano

«Acoged la Palabra»: / Autor: Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap.

III Meditación de Cuaresma al Papa y a la Curia

«Viva y eficaz es la Palabra de Dios» (Hebreos, 4, 12) es el tema de las meditaciones que siguen esta Cuaresma Benedicto XVI y sus colaboradores de la Curia por el predicador de la Casa Pontifica. La preparación al Sínodo de los obispos (del 5 al 26 de octubre) orienta también estas reflexiones.

Ante el Papa, el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap. ha pronunciado este viernes la tercera de ellas, cuyo contenido ofrecemos íntegramente.


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Cuaresma 2008 en la Casa Pontificia

Tercera predicación

«ACOGED LA PALABRA»

La Palabra de Dios como camino de santificación personal

1. La lectio divina


En esta meditación reflexionamos sobre la Palabra de Dios como camino de santificación personal. Los Lineamenta redactados en preparación del Sínodo de los obispos (octubre de 2008) tratan de ello en un párrafo del capítulo II, dedicado a «la Palabra de Dios en la vida del creyente».

Se trata de un tema cuánto más querido a la tradición espiritual de la Iglesia. «La Palabra de Dios --decía san Ambrosio-- es la sustancia vital de nuestra alma; la alimenta, la apacienta y la gobierna; no hay nada que pueda hacer vivir el alma del hombre fuera de la Palabra de Dios» [1]. «Es tanta la eficacia que radica en la palabra de Dios --añade la Dei Verbum--, que es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual» [2].

«Es necesario, en particular --escribía Juan Pablo II en la Novo millennio ineunte--, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» [3]. Sobre el tema se ha expresado también el Santo Padre Benedicto XVI con ocasión del Congreso internacional sobre la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia: «La asidua lectura de la Sagrada Escritura acompañada de la oración realiza ese íntimo coloquio en el que, leyendo, se escucha a Dios que habla, y orando se le responde con confiada apertura de corazón» [4].

Con las reflexiones que siguen me introduzco en esta rica tradición, partiendo de lo que dice sobre este punto la propia Escritura. En la Carta de Santiago leemos este texto sobre la Palabra de Dios:

«Nos engendró por su propia voluntad, con Palabra de verdad, para que fuéramos como las primicias de sus criaturas. Tenedlo presente, hermanos míos queridos: que cada uno sea diligente para escuchar y tardo para hablar, tardo para la ira... Por eso, desechad toda inmundicia y abundancia de mal y acoged con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en cuanto se va, se olvida de cómo es. En cambio el que fija la mirada en la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme, no como oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz» (St 1,18-25).

2. Acoger la Palabra

Del texto de Santiago deducimos un esquema de lectio divina en tres etapas u operaciones sucesivas: acoger la palabra, meditar la palabra, poner por obra la palabra.

La primera etapa es, por lo tanto, la escucha de la Palabra: «Acoged con docilidad la Palabra sembrada en vosotros». Esta primera etapa abraza todas las formas y modos con que el cristiano entra en contacto con la Palabra de Dios: escucha de la Palabra en la liturgia, facilitada ya por el uso de la lengua vulgar y por la sabia elección de los textos distribuidos a lo largo del año; además, escuelas bíblicas, apoyos escritos e, insustituible, la lectura personal de la Biblia en la propia casa. Para quien está llamado a enseñar a otros, a todo ello se añade el estudio sistemático de la Biblia: exégesis, crítica textual, teología bíblica, estudio de las lenguas originales.

En esta fase hay que guardarse de dos peligros. El primero es el de quedarse en este primer estadio y transformar la lectura personal de la Palabra de Dios en una lectura «impersonal». Este peligro actualmente es muy fuerte, sobre todo en los lugares de formación académica.

Santiago compara la lectura de la Palabra de Dios con contemplarse en el espejo; pero, observa Kierkegaard, quien se limita a estudiar las fuentes, las variantes, los géneros literarios de la Biblia, sin hacer nada más, se parece a quien se pasa todo el tiempo mirando el espejo --examinando con atención su forma, el material, el estilo, la época-- sin mirarse jamás en el espejo. Para él el espejo no cumple su función. La Palabra de Dios ha sido dada para que la pongas en práctica y no para que te ejercites en la exégesis de sus oscuridades. Existe una «inflación de hermenéutica» y, lo que es peor, se cree que lo más importante, respecto a la Biblia, es la hermenéutica, no la práctica [5].

El estudio crítico de la Palabra de Dios es indispensable y jamás se darán bastantes gracias a quienes emplean su vida en allanar el camino para una comprensión cada vez mejor del texto sagrado, pero esto no agota por sí solo el sentido de las Escrituras; es necesario, pero no suficiente.

El otro peligro es el fundamentalismo: tomar todo lo que se lee en la Biblia a la letra, sin mediación hermenéutica alguna. Este segundo riesgo es mucho menos inocuo de cuanto pueda parecer a simple vista; el actual debate sobre creacionismo y evolucionismo es dramática prueba de ello.

Los que defienden la lectura literal del Génesis (el mundo creado hace algunos miles de años, en seis días, como es ahora), causan un inmenso daño a la fe. «Los jóvenes que han crecido en familias y en iglesias que insisten en esta forma de creacionismo --escribió el científico creyente Francis Collins, director del proyecto que llevó al descubrimiento del genoma humano--, antes o después descubren la aplastante evidencia científica en favor de un universo bastante más antiguo y la conexión entre sí de todas las criaturas vivientes a través del proceso de evolución y de selección natural. ¡Qué terrible e inútil elección afrontan!... No hay que sorprenderse si muchos de estos jóvenes dan la espalda a la fe, concluyendo que no se puede creer en un Dios que les pide que rechacen lo que la ciencia les enseña con tanta evidencia en torno mundo natural» [6] .

Sólo en apariencia los dos excesos, hipercriticismo y fundamentalismo, se oponen; tienen en común el hecho de quedarse en la letra, descuidando el Espíritu.

3. Contemplar la Palabra

La segunda etapa sugerida por Santiago consiste en «fijar la mirada» en la Palabra, permanecer largamente ante el espejo, en resumen, en la meditación o contemplación de la Palabra. Los Padres utilizaban al respecto las imágenes de masticar y de rumiar. «La lectura --escribe Guigo II, el teórico de la lectio divina-- ofrece a la boca un alimento sustancioso, la meditación lo mastica y lo tritura» [7]. «Cuando uno trae a la memora las cosas oídas y dulcemente las piensa en su corazón, se hace similar al rumiante», dice Agustín [8].

El alma que se mira en el espejo de la Palabra aprende a conocer «cómo es», aprende a conocerse a sí misma, descubre su deformidad respecto a la imagen de Dios y de Cristo. «Yo no busco mi gloria», dice Jesús (Jn 8,50): he aquí el espejo ante ti, en inmediatamente ves qué lejos estás de Jesús; «Bienaventurados los pobres de espíritu»: el espejo vuelve a estar delante de ti e inmediatamente te descubres lleno todavía de apegamientos y de cosas superfluas; «la caridad es paciente...», y te das cuenta de lo impaciente que eres, envidioso, interesado.

Más que «escrutar la Escritura» (Jn 5,39) se trata de dejarse escrutar por la Escritura. La Palabra de Dios, dice la Carta a los Hebreos, «penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4,12-13). La mejor oración para iniciar el momento de la contemplación de la Palabra es repetir con el salmista:

«Sóndame, oh Dios, mi corazón conoce,

pruébame, conoce mis deseos;

mira no haya en mí camino de dolor,

y llévame por el camino eterno» (Sal 139).


Pero en el espejo de la Palabra no sólo nos vemos a nosotros mismos; vemos el rostro de Dios; mejor: vemos el corazón de Dios. La Escritura, dice san Gregorio Magno, es «una carta de Dios omnipotente a su criatura; en ella se aprende a conocer el corazón de Dios en las palabras de Dios» [9]. También en cuanto a Dios es válido lo que dijo Jesús: «De lo que rebosa el corazón habla la boca» (Mt 12,34); Dios nos ha hablado, en la Escritura, de lo que rebosa su corazón, y lo que colma su corazón es el amor.

La contemplación de la Palabra nos procura de tal modo los dos conocimientos más importantes para avanzar por el camino de la verdadera sabiduría: el conocimiento de sí y el conocimiento de Dios. «Que me conozca a mí y que te conozca a ti, noverim me, noverim te --decía a Dios san Agustín--; que me conozca a mí para humillarme y que te conozca a ti para amarte».

Un ejemplo extraordinario de este doble conocimiento, de sí y de Dios, que se obtiene de la Palabra de Dios es la carta a la Iglesia de Laodicea en el Apocalipsis, que vale la pena meditar de vez en cuando, especialmente en este tiempo de Cuaresma (Ap 3,14-20). El Resucitado pone al descubierto ante todo la situación real del fiel típico de esta comunidad: «Conozco tu conducta; no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca». Impresionante el contraste entre lo que este fiel piensa de sí y lo que piensa Dios de él: «Tu dices: "Soy rico; me he enriquecido; nada me falta". Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión , pobre, ciego y desnudo».

Una página de una dureza insólita, que sin embargo inmediatamente sobresale por una de las descripciones absolutamente más conmovedoras del amor de Dios: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo». Una imagen que revela su significado real y no sólo metafórico, si se lee, como sugiere el texto, pensando en el banquete eucarístico.

Además de servir para verificar el estado personal de nuestra alma, esta página del Apocalipsis nos puede valer para poner al descubierto la situación espiritual de gran parte de la sociedad moderna ante Dios. Es como una de esas fotografías tomadas con infrarrojos desde un satélite artificial, que revelan un panorama completamente distinto del habitual, observado a la luz natural.

También este mundo nuestro, fuerte en sus conquistas científicas y tecnológicas (como los laodicenos lo estaban en sus fortunas comerciales), se siente satisfecho, rico, sin necesidad de nadie, tampoco de Dios. Es necesario que alguien le haga conocer el verdadero diagnóstico de su estado: «No sabes que eres un desgraciado, digno de compasión , pobre, ciego y desnudo». Necesita que alguien le grite, como hace el niño en el cuento de Andersen: «¡El rey está desnudo!». Pero por amor y con amor, como hace el Resucitado con los la odicenos.

La Palabra de Dios asegura a toda alma que lo desea una dirección espiritual fundamental y en sí infalible. Existe una dirección espiritual, por así decirlo, ordinaria y cotidiana que consiste en descubrir qué quiere Dios en las diversas situaciones en las que el hombre, habitualmente, se encuentra en la vida. Tal dirección está asegurada por la meditación de la Palabra de Dios acompañada de la unción interior del Espíritu que traduce la Palabra en buena «inspiración», y la buena inspiración en resolución práctica. Es lo que expresa el versículo del Salmo tan querido a los que aman la Palabra: «Para mis pies lámpara es tu palabra, luz para mi sendero» (Sal 119,105).

Una vez predicaba una misión en Australia. El último día vino a verme un hombre, un inmigrante italiano que trabajaba allí. Me dijo: «Padre, tengo un grave problema: tengo un hijo de once años que aún está sin bautizar. La cuestión es que mi esposa se ha hecho testigo de Jehová y no quiere oír hablar de bautismo en la Iglesia católica. Si le bautizo, habrá una crisis; si no le bautizo, no me siento tranquilo, porque cuando nos casamos ambos éramos católicos y habíamos prometido educar en la fe a nuestros hijos. ¿Qué debo hacer?». Le dije: «Déjame reflexionar esta noche; vuelve mañana y vemos qué hacer». Al día siguiente este hombre regresó visiblemente sereno y me dijo: «Padre, encontré la solución. Ayer por tarde, en casa, oré un rato; después abrí la Biblia al azar. Salió el pasaje en el que Abrahán lleva a su hijo Isaac a la inmolación, y vi que cuando Abrahán lleva a su hijo a inmolarlo no dice nada a su esposa». Era un discernimiento exegéticamente perfecto. Bauticé yo mismo al chico y fue un momento de gran alegría para todos.

Abrir al Biblia al azar es algo delicado que hay que hacer con discreción, en un clima de fe y no antes de haber orado largamente. No se puede, en cambio, ignorar que, en estas condiciones, ello ha dado con frecuencia maravillosos frutos y lo han practicado también los santos. De Francisco de Asís se lee, en las fuentes, que descubrió el género de vida al que Dios le llamaba abriendo tres veces al azar, «después de haber orado devotamente», el libro de los Evangelios «dispuestos a poner por obra el primer consejo que se les diera» [10]. Agustín interpretó las palabras «Tolle lege», toma y lee, que oyó de una casa cercana, como una orden divina de que abriera el libro de las Cartas de san Pablo y leyera el versículo que primero saltara a su vista [11].

Ha habido almas que se han hecho santas con el único director espiritual de la Palabra de Dios. «En el Evangelio --escribió santa Teresa de Lisieux-- encuentro todo lo necesario para mi pobre alma. Descubro siempre en él luces nuevas, significados escondidos y misteriosos. Entiendo y sé por experiencia que "el reino de Dios está dentro de nosotros" (Lc 17, 21). Jesús no necesita de libros ni de doctores para instruir a las almas; Él, el Doctor de los doctores, enseña sin ruido de palabras» [12]. Fue a través de la Palabra de Dios, leyendo uno después del otro, los capítulos 12 y 13 de la Primera Carta a los Corintios, como la santa descubrió su vocación profunda y exclamó jubilosa: «¡En el cuerpo místico de Cristo yo seré el corazón que ama!».

La Biblia nos ofrece una imagen plástica que resume todo lo que se ha dicho sobre meditar la Palabra: la del libro comido, según se lee en Ezequiel:

«Yo miré; vi una mano que estaba tendida hacia mí, y tenía dentro un libro enrollado. Lo desenrolló ante mi vista: estaba escrito por el anverso y por el reverso; había escrito: "Lamentaciones, gemidos y ayes". Y me dijo: "Hijo de hombre, como lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel". Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo, y me dijo: "Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy". Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel. » (Ez 2,9-3, 3; v. también Ap 12,10).

Existe una diferencia enorme entre el libro simplemente leído o estudiado y el libro comido. En el segundo caso, la Palabra se convierte verdaderamente, como decía san Ambrosio, en «la sustancia de nuestra alma», aquello que informa los pensamientos, plasma el lenguaje, determina las acciones, crea el hombre «espiritual». La Palabra comida es una Palabra «asimilada» por el hombre, aunque se trata de una asimilación pasiva (como en el caso de la Eucaristía), esto es, «ser asimilado» por la Palabra, subyugado y vencido por ella, que es el principio vital más fuerte.

En la contemplación de la Palabra tenemos un modelo dulcísimo, María; guardaba todas estas cosas (literalmente: estas palabras) meditándolas en su corazón (Lc 2,19). En Ella la metáfora del libro comido se ha transformado en realidad hasta física. La Palabra literalmente le «sació».

4. Poner por obra la Palabra

Llegamos así a la tercera fase del camino propuesto por el apóstol Santiago, aquella en la que el apóstol insiste más: «Poned por obra la Palabra..., si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra...; el que considera atentamente la Ley perfecta de la libertad y se mantiene firme... como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz». Es también lo que le importa más a Jesús: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21). Sin este «poner por ora la Palabra», todo se queda en ilusión, construcción en arena. No se puede siquiera decir que se ha comprendido la Palabra porque, como escribe san Gregorio Magno, la Palabra de Dios se entiende verdaderamente sólo cuando se comienza a practicarla [13].

Esta tercera etapa consiste, en la práctica, en obedecer la Palabra. El término griego empleado en el Nuevo Testamento para designar la obediencia (hypakouein) traducido literalmente significa «dar escucha», en el sentido de efectuar aquello que se ha escuchado. «Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no me quiso obedecer», se lamenta Dios en la Biblia (Sal 81,12).

En cuanto se prueba a buscar, en el Nuevo Testamento, en qué consiste el deber de la obediencia, se hace un descubrimiento sorprendente: la obediencia se ve casi siempre como obediencia a la Palabra de Dios. San Pablo habla de obediencia a la doctrina (Rm 6,17), de obediencia al Evangelio (Rm 10,16; 2 Ts 1,8), de obediencia a la verdad (Gal 5,7), de obediencia a Cristo (2 Co 10,5). Encontramos el mismo lenguaje también en otras partes: en los Hechos de los Apóstoles se habla de obediencia a la fe (Hch 6,7); la Primera Carta de Pedro habla de obediencia a Cristo (1 P 1,2) y de obediencia a la verdad (1 P 1,22).

La obediencia misma de Jesús se ejerce sobre todo a través de la obediencia a las palabras escritas. En el episodio de las tentaciones del desierto, la obediencia de Jesús consiste en recordar las palabras de Dios y atenerse a ellas: «¡Está escrito!». Su obediencia se ejerce, de modo particular, en las palabras que están escritas sobre Él y para Él «en la ley, en los profetas y en los salmos», y que Él, como hombre, descubre a medida que avanza en la compresión y en el cumplimiento de su misión. Cuando quieren oponerse a su prendimiento, Jesús dice: «Mas, ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?» (Mt 26,54). La vida de Jesús está como guiada por una estela luminosa que los demás no ven y que está formada por las palabras escritas para Él; deduce de las Escrituras el «debe» (dei) que rige toda su vida.

Las palabras de Dios, bajo la acción actual del Espíritu, se convierten en expresión de la voluntad viva de Dios para mí, en un momento dado. Un pequeño ejemplo ayudará a entenderlo. En una situación me di cuenta de que, en comunidad, alguien había tomado por error un objeto de mi uso. Me disponía a hacerlo notar y a pedir que me fuera devuelto cuando me topé por casualidad (pero tal vez no fue verdaderamente por casualidad) con la palabra de Jesús, que dice: «A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames» (Lc 6,30). Comprendí que esa palabra no se aplicaba universalmente y en todos los casos, pero que ciertamente se aplicaba a mí en aquel momento. Se trataba de obedecer la Palabra.

La obediencia a la Palabra de Dios es la obediencia que podemos realizar siempre. Obedecer órdenes o a autoridades visibles, ocurre sólo cada tanto, tres o cuatro veces en la vida, si se trata de obediencias graves; pero obedecer la Palabra de Dios puede presentarse a cada momento. Es también la obediencia que podemos hacer todos, súbditos y superiores, clérigos y laicos. Los laicos no tienen, en la Iglesia, un superior a quien obedecer --al menos no en el sentido con el que lo hacen los religiosos y los clérigos--; ¡pero tienen, por otra parte, un «Señor» a quien obedecer! ¡Tienen su palabra!

Terminamos esta meditación haciendo nuestra la oración que san Agustín eleva a Dios, en sus Confesiones, para obtener la compresión de la Palabra de Dios: «Sean tus Escrituras mis castas delicias: no me engañe yo en ellas, ni engañe a nadie con ellas... Atiende a mi alma, y óyela, que clama desde lo profundo... Concédeme tiempo para meditar sobre los secretos de tu Ley, y no cierres sus puertas a los que llaman... Mira que tu voz es mi gozo; tu voz es un deleite superior a cualquier otro. Dame lo que amo... No deprecies a esta hierba sedienta... Que al llamar, se me abran las interioridades de tus palabras... Lo pido por nuestro Señor Jesucristo... en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios (Col 2,3). A Éste busco en tus libros» [14].

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[Traducción del original italiano por Marta Lago]

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[1] S. Ambrogio, Exp. Ps. 118, 7,7 (PL 15, 1350).

[2] Dei Verbum, 21.

[3] Giovanni Paolo II, Novo millennio ineunte, 39).

[4] Benedetto XVI, in AAS 97, 2005, p. 957).

[5] S. Kierkegaard, Per l'esame di se stessi. La Lattera di Giacomo, 1,22, in Opere, a cura di C. Fabro, Firenze 1972, pp. 909 ss.

[6] F. Collins, Le language of God, Free Press 2006, pp. 177 s.

[7] Guigo II, Lettera sulla vita contemplativa (Scala claustralium), 3, in Un itinerario di contemplazione. Antologia di autori certosini, Edizioni Paoline, 1986, p.22.

[8] S. Agostino, Enarr. in Ps. 46, 1 (CCL 38, 529).

[9] S. Gregorio Magno, Registr. Epist. IV, 31 (PL 77, 706).

[10] Celano, Vita Seconda, X, 15

[11] S. Agostino, Confessioni, 8, 12.

[12] S. Teresa di Lisieux, Manoscritto A, n. 236.

[13] S. Gregorio Magno, Su Ezechiele, I, 10, 31 (CCL 142, p. 159).

[14] S. Agostino, Conf. XI, 2, 3-4.

Niña despierta de coma y podría testificar contra agresor

viernes, 29 de febrero de 2008

«De toda palabra inútil...»: / Autor: Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap.

II Meditación de Cuaresma al Papa y a la Curia

«Viva y eficaz es la Palabra de Dios» (Hebreos, 4, 12) es el tema de las meditaciones que siguen esta Cuaresma Benedicto XVI y sus colaboradores de la Curia por el predicador de la Casa Pontifica. La preparación al Sínodo de los obispos (del 5 al 26 de octubre) orienta también estas reflexiones.

Ante el Papa, el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap. ha pronunciado este viernes la segunda de ellas, cuyo contenido ofrecemos íntegramente.


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Cuaresma 2008 en la Casa Pontificia

Segunda Predicación


«DE TODA PALABRA INÚTIL»
Hablar «como con palabras de Dios»


1. Del Jesús que predica al Cristo predicado


En la segunda carta a los Corintios --que es, por excelencia, la carta dedicada al ministerio de la predicación--, san Pablo escribe estas palabras programáticas: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor» (2 Co 4,5). A los mismos fieles de Corinto, en una carta precedente, había escrito: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado» (1 Co 1,23). Cuando el Apóstol quiere abrazar con una sola palabra el contenido de la predicación cristiana, ¡esta palabra es siempre la persona de Jesucristo!

En estas afirmaciones Jesús ya no es contemplado --como ocurría en los evangelios-- en su calidad de anunciador, sino en su calidad de anunciado. Paralelamente, vemos que la expresión «Evangelio de Jesús» adquiere un nuevo significado, sin perder en cambio el antiguo; del significado de «gozoso anuncio traído por Jesús (¡Jesús sujeto!)», se pasa al significado de «gozoso anuncio sobre Jesús» (¡Jesús objeto!).

Éste es el significado que la palabra evangelio tiene en el solemne inicio de la carta a los Romanos. «Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en la Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro» (Rm 1,1-3).
En esta meditación nos concentramos en «La Palabra de Dios en la misión de la Iglesia». Es el tema del que se ocupa el tercer capítulo de los Lineamenta del Sínodo de los Obispos, que evidencia de aquél sus diversos aspectos y ámbitos de actuación según el siguiente esquema:

La misión de la Iglesia es proclamar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne.

La Palabra de Dios debe estar siempre al alcance de todos.
La Palabra de Dios, gracia de comunión entre los cristianos.
La Palabra de Dios, luz para el diálogo interreligioso
a - Con el pueblo judío
b - Con otras religiones

La Palabra de Dios, fermento de las culturas modernas.
La Palabra de Dios y la historia de los hombres.

Me limito a tratar un punto particular y bastante concentrado; sin embargo, considero que influye en la calidad y en la eficacia del anuncio de la Iglesia en todas sus expresiones.

2. Palabras «inútiles» y palabras «eficaces»

En el evangelio de Mateo, en el contexto del discurso sobre las palabras que revelan el corazón, se refiere una palabra de Jesús que ha hecho temblar a los lectores del Evangelio de todos los tiempos: «Pero yo os digo que de toda palabra inútil que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio» (Mt 12,36).

Siempre ha sido difícil explicar qué entendía Jesús por «palabra inútil». Cierta luz nos llega de otro pasaje del evangelio de Mateo (7,15-20), donde vuelve el mismo tema del árbol que se reconoce por los frutos y donde todo el discurso aparece dirigido a los falsos profetas: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis...».

Si el dicho de Jesús tiene relación con lo de los falsos profetas, entonces podemos tal vez descubrir qué significa la palabra «inútil». El término original, traducido con «inútil», es argòn, que quiere decir «sin efecto» (a --privativo--; ergos --obra--). Algunas traducciones modernas, entre ellas la italiana de la CEI [Conferencia Episcopal italiana. Ndt], vinculan el término a «infundada», por lo tanto a un valor pasivo: palabra que carece de fundamento, o sea, calumnia. Es un intento de dar un sentido más tranquilizador a la amenaza de Jesús. ¡No hay nada, de hecho, particularmente inquietante si Jesús dice que de toda calumnia se debe dar cuentas a Dios!

Pero el significado de argòn es más bien activo; quiere decir: palabra que no funda nada, que no produce nada: por lo tanto, vacía, estéril, sin eficacia [1]. En este sentido era más adecuada la antigua traducción de la Vulgata, verbum otiosum, palabra «ociosa», inútil, que por lo demás es la que se adopta también hoy en la mayoría de las traducciones.

No es difícil intuir qué quiere decir Jesús si comparamos este adjetivo con el que, en la Biblia, caracteriza constantemente la palabra de Dios: el adjetivo energes, eficaz, que obra, que se sigue siempre de efecto (ergos) (el mismo adjetivo del que deriva la palabra «enérgico»). San Pablo, por ejemplo, escribe a los Tesalonicenses que, habiendo recibido la palabra divina de la predicación del Apóstol, la han acogido no como palabra de hombres, sino como lo que es verdaderamente, como «palabra de Dios que permanece operante (energeitai) en los creyentes» (Cf. 1 Ts 2,13). La oposición entre palabra de Dios y palabra de hombres se presenta aquí, implícitamente, como la oposición entre la palabra «que obra» y la palabra «que no obra», entre la palabra eficaz y la palabra vana e ineficaz.

También en la carta a los Hebreos encontramos este concepto de la eficacia de la palabra divina: «Viva y eficaz es la Palabra de Dios» (Hb 4,12). Pero es un concepto que viene de lejos; en Isaías, Dios declara que la palabra que sale de su boca no vuelve a Él jamás «de vacío», sin haber realizado aquello para lo que fue enviada (v. Is 55,11).

La palabra inútil, de la que los hombres tendrán que dar cuentas el día del Juicio, no es por lo tanto toda y cualquier palabra inútil; es la palabra inútil, vacía, pronunciada por aquél que debería en cambio pronunciar las «enérgicas» palabras de Dios. Es, en resumen, la palabra del falso profeta, que no recibe la palabra de Dios y sin embargo induce a los demás a creer que sea palabra de Dios. Ocurre exactamente al revés de lo que decía san Pablo: habiendo recibido una palabra humana, se la toma no por lo que es, sino por lo que no es, o sea, por palabra divina. ¡De toda palabra inútil sobre Dios el hombre tendrá que dar cuentas!: he aquí, por lo tanto, el sentido de la grave advertencia de Jesús.

La palabra inútil es la falsificación de la palabra de Dios, es el parásito de la palabra de Dios. Se reconoce por los frutos que no produce, porque, por definición, es estéril, sin eficacia (se entiende, en el bien). Dios «vela sobre su palabra» (Cf. Jr 1,12), es celoso de ella y no puede permitir que el hombre se apropie del poder divino en ella contenido.

El profeta Jeremías nos permite percibir, como en un altavoz, la advertencia que se oculta bajo esa palabra de Jesús. Se ve ya claro que se trata de los falsos profetas: «Así dice Yahveh Sebaot: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan. Os están embaucando. Os cuentan sus propias fantasías, no cosa de boca de Yahveh... Profeta que tenga un sueño, cuente un sueño, y el que tenga consigo mi palabra, que hable mi palabra fielmente. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano? --oráculo de Yahveh--. ¿No es así mi palabra, como el fuego, y como un martillo golpea la peña? Pues bien, aquí estoy yo contra los profetas --oráculo de Yahveh-- que se roban mis palabras el uno al otro» (Jr 23,16.28-31).

3. Quiénes son los falsos profetas

Pero no estamos aquí para hacer una disquisición sobre los falsos profetas en la Biblia. Como siempre, es de nosotros de quienes se habla en la Biblia y a nosotros a quienes se habla. Esa palabra de Jesús no juzga el mundo, sino a la Iglesia; el mundo no será juzgado sobre las palabras inútiles (¡todas sus palabras, en el sentido antes descrito, son palabras inútiles!), sino que será juzgado, en todo caso, por no haber creído en Jesús (Cf. Jn 16,9). Los «hombres que deberán dar cuentas de toda palabra inútil» son los hombres de Iglesia; somos nosotros, los predicadores de la palabra de Dios.

Los «falsos profetas» no son sólo los que de vez en cuando esparcen herejías; son también quienes «falsifican» la palabra de Dios. Es Pablo quien usa este término, sacándolo del lenguaje corriente; literalmente significa diluir la Palabra, como hacen los mesoneros fraudulentos, cuando rellenan con agua su vino (Cf. 2 Co 2,17;4,2). Los falsos profetas son aquellos que no presentan la palabra de Dios en su pureza, sino que la diluyen y la agotan en miles de palabras humanas que salen de su corazón.

El falso profeta lo soy también yo cada vez que no me fío de la «debilidad», «necedad», pobreza y desnudez de la Palabra y la quiero revestir, y estimo el revestimiento más que la Palabra, y es más el tiempo que gasto con el revestimiento que el que empleo con la Palabra permaneciendo ante ella en oración, adorándola y empezándola a vivir en mí.

Jesús, en Caná de Galilea, transformó el agua en vino, esto es, la letra muerta en el Espíritu que vivifica (así interpretan espiritualmente el hecho los Padres); los falsos profetas son aquellos que hacen todo lo contrario, o sea, que convierten el vino puro de la palabra de Dios en agua que no embriaga a nadie, en letra muerta, en vana charlatanería. Ellos, por lo bajo, se avergüenzan del Evangelio (Cf. Rm 1,16) y de las palabras de Jesús, porque son demasiado «duras» para el mundo, o demasiado pobres y desnudas para los doctos, y entonces intentan «aderezarlas» con las que Jeremías llamaba «fantasías de su corazón».

San Pablo escribía a su discípulo Timoteo: «Procura cuidadosamente presentarte ante Dios como... fiel distribuidor de la Palabra de la verdad. Evita las palabrerías profanas, pues los que a ellas se dan crecerán cada vez más en impiedad» (2 Tm 2,15-16). Las palabrerías profanas son las que no tienen pertinencia con el proyecto de Dios, que no tienen que ver con la misión de la Iglesia. Demasiadas palabras humanas, demasiadas palabras inútiles, demasiados discursos, demasiados documentos. En la era de la comunicación de masa, la Iglesia corre el riesgo de hundirse también en la «paja» de las palabras inútiles, dichas sólo por hablar, escritas sólo porque hay revistas y periódicos que llenar.

De este modo ofrecemos al mundo un óptimo pretexto para permanecer tranquilo en su descreimiento y en su pecado, Cuando escuchara la auténtica palabra de Dios, no sería tan fácil, para el incrédulo, arreglárselas diciendo (como hace a menudo, después de haber oído nuestras predicaciones): «¡Palabras, palabras, palabras!». San Pablo llama a las palabras de Dios «las armas de nuestro combate» y dice que sólo a ellas «da Dios la capacidad de arrasar fortalezas, deshacer sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios, y reducir a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo» (2 Co 10,3-5).

La humanidad está enferma de ruido, decía el filósofo Kierkegaard; es necesario «convocar un ayuno», pero un ayuno de palabras; alguien tiene que gritar, como hizo un día Moisés: «Calla y escucha, Israel» (Dt 27,9). El Santo Padre nos ha recordado la necesidad de este ayuno de palabras en su encuentro cuaresmal con los párrocos de Roma, y creo que, como de costumbre, su invitación se dirigía a la Iglesia, antes aún que al mundo.

4. «Jesús no ha venido para contarnos frivolidades»

Siempre me han impresionado estas palabras de Péguy:

«Jesucristo, pequeño mío,

-es la Iglesia que se dirige a sus hijos-

no ha venido a contarnos frivolidades...

No ha hecho el viaje hasta la tierra

Para venir con adivinanzas y chistes.

No hay tiempo de divertirse...

Él no gastó su vida...

Para venir a contarnos patrañas».[2]

La preocupación de distinguir la palabra de Dios de cualquier otra palabra es tal que, enviando a sus discípulos en misión, Jesús les manda que no saluden a nadie por el camino (Lc 10,4). He experimentado en mi propia carne que a veces este mandamiento hay que tomarlo a la letra. Detenerse a saludar a la gente e intercambiar formalidades cuando se va a empezar a predicar dispersa inevitablemente la concentración sobre la palabra que hay que anunciar, hace perder el sentido de su alteridad respecto a todo discurso humano. Es la misma exigencia que se experimenta (o se debería experimentar) cuando uno se está revistiendo para celebrar la Misa.

La exigencia es aún más fuerte cuando se trata del contenido mismo de la predicación. En el Evangelio de Marcos, Jesús cita la palabra de Isaías: «En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres» (Is 29,13); después añade, dirigiéndose a los escribas y fariseos: «Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres... anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido» (Mc 7,7-13)

Cuando no se llega a proponer nunca la sencilla y desnuda palabra de Dios, sin hacer que pase por el filtro de mil distinciones y precisiones y añadidos y explicaciones, en sí mismas hasta justas, pero que agotan la palabra de Dios, se hace lo mismo que Jesús reprochó, aquel día, a lo escribas y fariseos: se «anula» la palabra de Dios, se la aprisiona haciéndole perder gran parte de su fuerza de penetración en el corazón de los hombres.

La palabra de Dios no puede ser empleada para discursos de circunstancias, o para envolver de autoridad divina discursos ya hechos y todos humanos. En tiempos cercanos a nosotros, se ha visto adónde lleva tal tendencia. El Evangelio ha sido instrumentalizado para sostener toda clase de proyectos humanos: desde la lucha de clases a la muerte de Dios.

Cuando un auditorio está tan predeterminado por condicionamientos psicológicos, sindicales, políticos o pasionales, como para hacer, de partida, imposible no decirle lo que espera y no darle completamente razón en todo, cuando no hay esperanza alguna de poder llevar a los oyentes a ese punto en que es posible decirles: «¡Convertíos y creed!», entonces está bien no proclamar en absoluto la palabra de Dios, a fin de que no sea instrumentalizada por fines interesados y, por lo tanto, traicionada. En otros términos, es mejor renunciar a hacer un verdadero anuncio, limitándose, si acaso, a escuchar, a procurar entender y participar en las expectativas y sufrimientos de la gente, predicando más bien con la presencia y con la caridad el Evangelio del Reino. Jesús, en el evangelio, se muestra atentísimo a no dejarse instrumentalizar por fines políticos ni partidistas.

La realidad de la experiencia y, por lo tanto, la palabra humana no está excluida, evidentemente, de la predicación de la Iglesia, pero se debe someter a la palabra de Dios, al servicio de ésta. Igual que en la Eucaristía es el Cuerpo de Cristo el que asimila consigo a quien lo come, y no al revés, así en el anuncio debe ser la palabra de Dios, que es el principio vital más fuerte, el que someta y asimile consigo la palabra humana, y no al contrario. Por ello es necesario tener el valor de partir con más frecuencia, al tratar problemas doctrinales y disciplinarios de la Iglesia, de la palabra de Dios, especialmente de la del Nuevo Testamento, y de permanecer después ligados a ella, vinculados a ella, seguros de que así se llega con mayor seguridad al objetivo, que es el de descubrir, en cada cuestión, cuál es la voluntad de Dios.

La misma necesidad se advierte en las comunidades religiosas. Existe el peligro de que en la formación que se da a los jóvenes y en el noviciado, en los ejercicios espirituales y en todo el resto de la vida de la comunidad, se emplee más tiempo en los escritos del propio fundador (con frecuencia bastante pobres de contenido) que en la palabra de Dios.

5. Hablar como con palabras de Dios

Me doy cuenta de que lo que estoy diciendo puede suscitar una objeción grave. ¿Entonces la predicación de la Iglesia tendrá que reducirse a una secuencia (o a una ráfaga) de citas bíblicas, con indicaciones de capítulos y versículos, a la manera de los Testigos de Jehová y de otros grupos fundamentalistas? No, por cierto. Nosotros somos herederos de una tradición diferente. Explico qué intento decir por permanecer ligados a la palabra de Dios.

También en la segunda carta a los Corintios, san Pablo escribe: «No somos nosotros como la mayoría que negocian con la Palabra de Dios. Antes bien, con sinceridad y como movidos por Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo» (2 Co 2, 17), y san Pedro, en la primera carta exhorta a los cristianos diciendo: «Si alguno habla, lo haga como con palabras de Dios» (1 P 4,11). ¿Qué quiere decir «hablar en Cristo» o hablar «como con palabras de Dios»? No quiere decir repetir materialmente y sólo las palabras pronunciadas por Cristo y por Dios en la Escritura. Quiere decir que la inspiración de fondo, el pensamiento que «informa» y sustenta todo lo demás debe venir de Dios, no del hombre. El anunciador debe estar «movido por Dios» y hablar como en su presencia.

Hay dos formas de preparar una predicación o cualquier anuncio de fe oral o escrito. Puedo primero sentarme en el escritorio y elegir yo mismo la palabra que hay que anunciar y el tema a desarrollar, basándome en mis conocimientos, mis preferencias, etcétera, y después, una vez preparado el discurso, arrodillarme para pedir apresuradamente a Dios que bendiga lo que he escrito y dé eficacia a mis palabras. Ya es algo bueno, pero no es la vía profética. Más bien hay que hacer lo contrario. Primero ponerse de rodillas y preguntar a Dios cuál es la palabra que quiere decir; después, sentarse en el escritorio y hacer uso de los propios conocimientos para dar cuerpo a esa palabra. Esto cambia todo porque así no es Dios quien debe hacer suya mi palabra, sino que soy yo el que hago mía su palabra.

Hay que partir de la certeza de fe de que, en toda circunstancia, el Señor resucitado tiene en el corazón una palabra suya que desea hacer llegar a su pueblo. Es la que cambia las cosas y es la que hay que descubrir. Y Él no deja de revelarla a su ministro, si humildemente y con insistencia se la pide. Al principio se trata de un movimiento casi imperceptible del corazón: una pequeña luz que se enciende en la mente, una palabra de la Biblia que comienza a atraer la atención y que ilumina una situación.

Verdaderamente es «la más pequeña de todas las semillas», pero a continuación se percibe que dentro estaba todo; había un trueno como para abatir los cedros del Líbano. Después uno se pone en el escritorio, abre sus libros, consulta sus apuntes, consulta los Padres de la Iglesia, los maestros, poetas... Pero ya todo es otra cosa distinta. Ya no se trata de la Palabra de Dios al servicio de tu cultura, sino de tu cultura al servicio de la Palabra de Dios.

Orígenes describe bien el proceso que lleva a este descubrimiento. Antes de encontrar en la Escritura el alimento --decía-- es necesario soportar cierta «pobreza de los sentidos»; el alma está rodeada de oscuridad por todas partes, se encuentra en caminos sin salida. Hasta que, de repente, después de laboriosa búsqueda y oración, he aquí que resuena la voz del Verbo e inmediatamente algo se ilumina; aquél que ella buscaba, le sale al encuentro «saltando por los montes, brincando por los collados» (Ct 2,8), esto es, abriéndole la mente para que reciba una palabra suya fuerte y luminosa [3]. Grande es la alegría que acompaña este momento. Le hacía decir a Jeremías: «Se presentaban tus palabras y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo, y alegría de corazón» (Jr 15,16).

Habitualmente la respuesta de Dios llega bajo forma de una palabra de la Escritura que, en cambio, en ese momento revela su extraordinaria pertinencia en la situación y en el problema que se debe tratar, como si se hubiera escrito a propósito para ello. A veces no es siquiera necesario citar explícitamente tal palabra bíblica o comentarla. Basta con que esté bien presente en la mente de quien habla e informe todo lo que expresa. Actuando así, habla, de hecho, «como con palabras de Dios». Este método vale siempre: para los grandes documentos del magisterio como para las lecciones que el maestro da a sus novicios, para la docta conferencia como para la humilde homilía dominical.

Todos hemos tenido la experiencia de cuánto puede hacer una sola palabra de Dios profundamente creída y vivida, primero para quien la pronuncia; con frecuencia se constata que, entre muchas otras palabras, ha sido la que ha tocado el corazón y ha llevado a más de un oyente al confesionario.

Después de haber indicado las condiciones del anuncio cristiano (hablar de Cristo, con sinceridad, como movidos por Dios y bajo su mirada), el Apóstol se preguntaba: «Y ¿quién es capaz para esto?» (2 Co 2,16). Nadie --está claro-- está a la altura. Llevamos este tesoro en vasijas de barro. (Ib. 4,7). Pero podemos orar, diciendo: Señor, ten piedad de este pobre vaso de barro que debe llevar el tesoro de tu palabra; presérvanos de pronunciar palabras inútiles cuando hablamos de ti; haznos experimentar una vez el gusto de tu palabra para que la sepamos distinguir de cualquier otra y para que cualquier otra palabra nos parezca insípida. Difunde, como has prometido, hambre en la tierra, «no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra del Señor» (Am 8,11).

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[Traducción del original italiano por Marta Lago]

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[1] Cf. M. Zerwick, Analysis philologica Novi Testamenti Graeci, Romae 1953, ad loc.

[2] Ch. Péguy, Il portico del mistero della seconda virtù, in Oeuvres poétiques complètes, Gallimard 1975, pp. 587 s.

[3] Cf. Orígenes, In Mt Ser. 38 (GCS, 1933, p. 7); In Cant. 3 (GCS, 1925, p. 202).

La fidelidad de Dios y la nuestra / Autor: Henri Nouwen

Cuando Dios hace un pacto con nosotros, Dios dice: "Me encanta
usted con un amor eterno. Voy a ser fiel a usted, incluso cuando me sea infiel, me rechaze, o traicione."
En nuestra sociedad no nos hablan mucho acerca de los pactos; nosotros hablamos de los contratos. Cuando nosotros hacemos un contrato con una persona, decimos: "Voy a cumplir mi parte, siempre y cuando usted
cumpla con la suya. Cuando yo no esté a la altura de mis promesas,ustedes ya
no tienen que estar a la altura de la mías."
Los contratos se rompen a menudo porque los socios no quieren o no pueden ser fieles a sus términos.

Pero Dios no hizo un contrato con nosotros, Dios hizo un pacto. Él quiere que nuestras relaciones de los unos con los otros reflejen ese Pacto. Por eso el matrimonio, la amistad, la vida en comunidad, son todas las maneras de dar visibilidad a Dios: la fidelidad debe presidir nuestras vidas juntos.

martes, 26 de febrero de 2008

Crear espacio para Dios / Autor: Henri Nouwen

La disciplina es la otra cara del discipulado. Discipulado sin disciplina es como la espera para correr en el maratón sin tener que practicar. La disciplina es sin el discipulado como si siempre practicaramos para el maratón, pero nunca participamos.

Es importante, sin embargo, el darse cuenta de que disciplina en la vida espiritual no es lo mismo que disciplina en el deporte. La disciplina en el deporte es el
esfuerzo para dominar el cuerpo, para que pueda obedecer mejor a la mente.

La disciplina en la vida espiritual es el esfuerzo para crear el espacio y el tiempo donde Dios puede convertirse en nuestro maestro y en el que podemos responder libremente a la orientación de Dios.

Así, la disciplina es la creación de límites que mantienen el tiempo y el espacio abiertos a Dios. La soledad exige disciplina. El culto requiere disciplina. El cuidado de los demás requiere disciplina. Todos ellos nos piden stablecer un tiempo y un lugar donde la gentil presencia de Dios pueda ser reconocida y podamos
responder.

En el viaje para ver con los ojos del corazón / Autora: Sue Mosteller

Viviendo durante los últimos treinta y cinco años con las personas con discapacidad intelectual he estado aprendiendo de ellas lo que significa tener un alto HQ (cociente corazón). Me explico. Un sacerdote habla a un joven con una discapacidad que se está muriendo de SIDA:

-¿Mike, estás bien?.

Mike reponde:

-¿Dios me quieren?

-Estoy convencido de que Dios siempre te ha amado y te ama mucho.

Mike sigue preguntando al sacerdote:

-¿Y tú me amas?.

-Realmente, Mike.

Mike extendió sus brazos para abrazar al sacerdote y exclamó:

-Entonces estoy perfectamente bien.

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En el pabellón infantil de un gran institución en Ucrania para Las personas que sufren discapacidad intelectual y enfermedad mental, un niño hiperactivo de unos seis años de edad iba corriendo por la habitación de una actividad a otra. Cuando nos vió, corrió de cabeza a los brazos abiertos de mi amigo Joe. El niño de inmediato dijo entusiasmado de si mismo:

-Soy un hermoso chico!

-Mi amigo Joe le interrogó a través de la traductora:

-¿Cómo sabes tú eso?

Sin perder ni un sólo instante el niño respondió:

-¿No lo ve? Es obvio!

El viaje a ver con los ojos del corazón nos lleva a ser conscientes de las señales de que somos amados, incluso si tenemos que preguntarnoslo a nosotros mismos. Entonces podemos abrazar a los que nos aman en un largo abrazo y alegar que somos con toda verdad, belleza y amor. ¿No es obvio?

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SUE MOSTELLER está jubilada y ha vivido durante más de 30 años en la comunidad de L&Arche Amanecer. Ella y Henri Nouwen fueron amigos y ahora trabaja para el Legacy Henri Nouwen Trust.

Conclusiones del primer encuentro internacional sobre la pastoral de los sin techo

Recomendaciones para la sociedad, la Iglesia, las diócesis/eparquías, las parroquias, las comunidades y el Consejo Pontificio

Publicamos las conclusiones del primer encuentro internacional sobre la pastoral de los in techo sobre el tema «En Cristo y con la Iglesia, al servicio de los sin techo», que ha distribuido ahora la entidad organizadora, el Consejo Pontificio de la Pastoral para los Inmigrantes e Itinerantes. El encuentro se había celebrado del 26 al 27 de noviembre de 2007.


1. Debido a su condición, la persona sin morada fija tiene una singularidad y unicidad irrepetible. En una sociedad que lee las relaciones sociales en función de los intereses económicos, la Iglesia asume la misión de restituir el valor de la gratuidad, de la relación en su sentido más profundo.

2. En nuestro contexto histórico y social existen personas que identifican al pobre come aquel que ha fracasado, tanto en el orden de la naturaleza humana como de las necesidades humanas. Esto lleva a considerar la pobreza como la consecuencia de una vida sin valores y, en consecuencia, una culpa. Por lo tanto se ve la pobreza como una situación de la cual es casi imposible emanciparse. Su duración es una señal capaz de estigmatizar para siempre le existencia humana.

3. El destino de una persona sin techo está ulteriormente "marcado" si se considera su situación como resultado de una "elección". ¿Quien podría elegir vivir del cuento o una existencia marcada por la inestabilidad para si y para su propia familia? Sin embargo, la búsqueda de la justicia nace del reconocimiento del pobre, con el convencimiento de que definirlo con un nombre equivocado significa añadir una injusticia a otra injusticia.

4. A menudo nos enfrentamos con la idea de que una persona que no tiene morada fija es una persona "diferente". Es como si la pobreza fuera un problema que concierne a los demás. En realidad no hay diferencias, porque vivimos en una "sociedad de riesgo" en la que nadie puede estar seguro de no acabar siendo pobre.

5. En cada uno de los cinco continentes el ejemplo y la abnegación de las comunidades cristianas respecto a los "últimos entre los últimos" es una señal evidente del amor de Dios hacia la persona humana, viva donde viva y en la situación existencial en que se encuentre. Esto resulta aún más evidente en las actividades específicas que se llevan a cabo, incluso cuando se adoptan metodologías distintas y las opciones a nivel de la organización dependen de los Países en los que se concreta la actividad pastoral. De hecho, lo que se realiza está caracterizado por distintos valores fundamentales que constituyen su trasfondo teológico.

6. Entre todos los valores es de particular importancia a dimensión relacional. Al aceptar la definición de quien está sin morada fija como "un sujeto que se halla en condiciones de pobreza material y no material, portador de estreches complicadas, dinámicas y multiformes", hecho patente en la falta de morada fija, podemos constatar que la carencia relacional es un elemento que puede circunscribir y provocar una vida de pobreza. A partir de ello, hay que trazar el itinerario hacia una mayor confianza, una vida verdadera y significativa, en la que se pueda considerar a las demás personas como amigos, y ello es posible también en sitios en los que no hayan "estructuras", como la calle. Ella puede, por lo tanto, ser un sitio pedagógico, pero también pastoral, para alcanzar una promoción humana, un cambio.

7. Para que se realice, la Iglesia, la comunidad local, actúa en el territorio, solícita a las necesidades emergentes y ofrece el apoyo para individuar las soluciones. En este itinerario se insertan a las personas sin morada fija en un recorrido de reconciliación, así como están involucrados todos aquellos que viven en un determinado territorio. Este procedimiento de reconciliación reclama necesariamente una complementariedad existencial. Sólo a través de las relaciones la persona humana puede descubrir y reconocer a sí misma.

8. Los cambios políticos y los fenómenos sociales en continua transformación necesitan de una acción profética por parte de las Iglesias locales. Hoy en día constatamos que ellas están constantemente comprometidas en defensa de la vida, a través de sus elecciones y el testimonio de que el amor a Cristo es una fuente de curación de las heridas de la indiferencia.

9. Algunos elementos esenciales encaminan la "mejor actividad pastoral" entre los sin morada fija que implica compartir. Hacerse partícipe de un destino común es el resultado de profundas relaciones, en las que la manera de ver al pobre es purificada. Esa visión purificada corrobora la persuasión que existen personas capaces de llevar en sus corazones el destino de los demás y, entretanto atestigua - a través del trabajo de los agentes pastorales - que Dios ama hic et nunc (aquí y ahora).

10. Creer en la importancia de las relaciones, pone la dimensión de la promoción humana al lado de aquella del auxilio material, ser agentes pedagógicos y considerar que el camino por recorrer, para evitar graves formas de marginación, es innovador e importante, implica pensar, proponer y creer en una acción pastoral global.

11. Los sin morada fija representan, en todo caso, un desafío para toda la sociedad, llamada a la corresponsabilidad en la promoción de un acercamiento apasionado con el problema. Hay que tratar de comprender la situación y no tanto de encontrar una explicación, que podría degenerar en clasificación impropia. No hay que considerar a la persona como un objeto, destinatario de intervenciones establecidas de antemano. Ello necesita de un proyecto que no estigmatice sino que tenga la lógica de una verdadera inclusión. No obstante, la acogida permanece limitada, frágil, insuficiente, pero hay que llenarla de un compromiso deliberado y constante. Espontaneismo, fragmentación y obstáculos son elementos que se necesita contrastar con un acercamiento integral, duradero y sostenible.

12. La sensibilización consiguiente - en el contexto de un proceso hermenéutico - es el camino a través del cual se puede pensar y proyectar un futuro diferente, en el que la dignidad sea descubierta de nuevo (y no sólo restituida). Por el hecho de que cada persona es en sí misma un ser único e irrepetible, en cuanto hijo de Dios, es fundamental respetar el tiempo necesario para el crecimiento y el cambio. Esto es verdad también para la comunidad eclesial implicada en la solicitud hacia el próximo.

13. Hay que ser "veraces" en cada relación de naturaleza pastoral. Vivir la verdad en el ejercicio de la caridad tendría que constituir la base de toda eventual actividad. Esa verdad exige una demostración de su gratuidad, de su origen y de sus razones más profundas. podemos decir que el paradigma de una Iglesia que está cerca de sus hijos, aunque ellos estén a menudo lejos de "casa", es en lo que debería consistir su "ser sal y luz".

14. Proporcionar una "casa" es por lo tanto la misión intrínseca de toda actividad pastoral, en este ámbito. No se trata simplemente de ofrecer un amparo, sino un lugar donde las personas puedan ser ellas mismas en toda su plenitud y dignidad. Se trata por tanto de un lugar donde se pueda construir su propia morada relacional y desarrollar cada dimensión de la existencia, incluida la espiritual.

15. El número de personas sin techo tiende al aumento tanto en los Países industrializados como en aquellos que están en vía de desarrollo, en las grandes ciudades y en las zonas rurales, entre los ciudadanos residentes e inmigrantes, incluso hombres, mujeres de toda edad y niños.

16. La Iglesia, a través de sus múltiples instituciones, socorre a los sin techo gracias a comedores, refugios, cursos de formación profesional y empleo, advocacy, poniendo a disposición practicas para la contratación del empleo como parte integrante del proceso de integración en la comunidad y garantizando asistencia pastoral.

17. Se encuentra aquí un lugar para la ordinaria, territorial, actividad pastoral de la Iglesia, y también para aquella específica, que tiene que ser holística, multidimensional, espiritual, social y relacional.

18. El cuidado pastoral tendría que ser comprendido en el sentido más amplio, al ser la respuesta a las necesidades materiales y espirituales.

19. El ministerio de la acogida, sobretodo respecto a los marginados, es también parte integrante de la vida parroquial. Si en la comunidad no se consideran a los pobres y a los sin morada fija, la Iglesia non puede considerarse "completa". Existe además una clara conexión entre las obras de la caridad y las exigencias de la justicia.

Recomendaciones

Para la sociedad


1. Al ser la realidad socio-económica muy complicada y llevar a cabo obras de justicia significa vivir la justicia, es necesario actuar en medio de la complejidad evitando las fragmentaciones. Además la perdida de valores desestabiliza la convivencia social así que las Iglesias locales tendrían que presentar una perspectiva axiológica que reconduzca al hombre hacia el hombre.

2. Para alcanzar estos logros es importante crear una "red" local, en la que se reconozcan las responsabilidades y las competencias, dando la preferencia a la programación antes que a la intervención en situaciones de emergencia. Que se fomenten entonces encuentros para la coordinación intra-eclesial y extra-eclesial como oportunidad para definir objetivos comunes. Asimismo, que haya recíproca comprensión de los lenguajes utilizados para analizar y hacer frente a las necesidades de los sin morada fija. Es también de esta manera que se fomentará el desarrollo de su cuidado pastoral purificado de los estereotipos, de los "perjuicios" y de las divisiones ideológicas.

3. aunque haya organizaciones o grupos que se sienten facultados a ocuparse de los sin morada fija, es oportuno volver a entregar las respectivas responsabilidades a las autoridades civiles, centrales y locales.

4. Se fomenten trabajo y viviendas, incluso en la perspectiva de los derechos fundamentales. Entre ellos, hay que insertar también el de la salud, no sólo en el sentido de ausencia de patologías, sino como posibilidad de acceso al bienestar existencial.

5. Por lo tanto es oportuno que en cada acción pastoral para los sin techo - como la acogida, el trabajo, la atención psicológica, el acompañamiento educativo, etc. - se asuman, dentro de lo posible, los limites humanos, con el fin de evitar el fracaso. Ello significa que hay que tener unos objetivos realistas y realizables.

6. Hablando de personas que viven sin morada fija, que se desarrollen nuevas y respetuosas expresiones lingüísticas para denominarles.

7. Sin juzgar a las personas, las actividades de servicio tengan como blanco la promoción de la calidad de la vida y soluciones a largo plazo, ofrecidas de manera respetuosa tomando en consideración la Doctrina social de la Iglesia sobre la dignidad de la persona humana. Además, que esas intervenciones aspiren a la trasformación total.

Para la Iglesia

8. El compromiso eclesial a favor de los sin techo se base en la verdad fundamental de que en ellos se hace presente Cristo que sufre y ha resucitado. Siguiendo el ejemplo de Cristo, es necesario escucharles, darles confianza y crear relaciones. Para lograrlo, la Iglesia tiene que salir a su encuentro en la calle, con una implicación positiva.

9. De cara a ofrecer un mejor servicio a los sin techo, es necesario fomentar la colaboración entre instituciones eclesiales, poniendo fin a la tendencia de actuar a solas, a veces con espíritu de competición. Se alienta a una adecuada cooperación con las Autoridades civiles, con otras denominaciones religiosas y con Instituciones no confesionales que comparten las mismas preocupaciones y los mismos objetivos. Que se anime también las iniciativas ecuménicas.

10. Las personas sin techo han de ser estimulados a participar, en la medida de lo posible, en la vida social y eclesial. Que en los programas destinados a ellos se tengan en cuenta sus respectivas experiencias, convicciones, culturas y necesidades, implicando a las mismas personas en su tarea de recuperación y evitando crear dependencias.

11. Que las personas sean tratadas como seres únicos, reconociendo en ellas la imagen y la semejanza de Dios, y que se les llame a cada uno por su nombre.

12. A pesar de las dificultades en los contextos donde se opera, parece oportuno recorrer con convicción los itinerarios de la justicia, afirmando la especificidad de la misión de la Iglesia.

13. Por lo tanto, es necesario y oportuno conocer esta realidad tanto a través del estudio como a través de la acogida, como resultado de la relación. Los pobres forman parte de la comunidad eclesial y como pobres tienen que ser acogidos de la misma manera que se acoge a las familias en dificultad, a las viudas, etc. Cada persona tiene su historia y problemas específicos que hay que conocer y afrontar. Los sin techo tienen que ser considerados portadores de derechos y no considerados sólo como un listado de necesidades por satisfacer.

14. Se les ha de dar la posibilidad de poder expresarse en la Iglesia y en los acontecimientos públicos. Ello puede realizarse también en la dimensión típica del teatro o de los demás medios de comunicación.

15. Los estudiantes también han de participar, en los distintos niveles de formación, para que aprendan lo que hay debajo de la situación de los sin techo y puedan ayudar según su nivel.

16. Que en las parroquias se fomenten las buenas relaciones familiares y comunitarias, de tal manera que se puedan individuar las necesidades locales emergentes y se pueda realizar una acción preventiva, que frene la aparición del fenómeno de los sin techo.

17. Hay que utilizar los Documentos eclesiales como un recurso para ofrecer un ministerio eficaz.

18. Se pongan a disposición adecuadas medidas de financiación que permitan a los laicos ofrecer su propia contribución a la pastoral de las personas sin techo.

Para las Conferencias Episcopales y las correspondientes Estructuras Jerárquicas de las Iglesias Orientales Católicas

19. Que las Conferencias Episcopales y las correspondientes Estructuras Jerárquicas de las Iglesias Orientales Católicas hagan obra de advocacy en favor de los derechos a la casa y al desarrollo, en el espíritu de la Populorum Progressio. Una buena actividad de asesoramiento nace de informaciones fiables. Los Obispos locales pueden entrar en conocimiento del tema en cuestión mediante las propias asociaciones y otras que actúan en sus diócesis/eparquías.

20. Un camino de fuerte compromiso implica la intervención de las Conferencias Episcopales y de las correspondientes Estructuras Jerárquicas de las Iglesias Orientales Católicas, el auxilio de la Santa Sede, la iluminación del Magisterio pontificio.

21. En ese marco, las Conferencias Episcopales y correspondientes Estructuras Jerárquicas de las Iglesias Orientales Católicas propongan orientaciones sobre las obras de financiación, a fin de sustentar las actividades especificas en apoyo de las personas sin techo, proyectar un futuro distinto, ayudar a todos aquellos que trabajan por los pobres (a menudo también ellos en condiciones de pobreza).

22. La Sagrada Liturgia podría expresar esa solicitud a través de signos litúrgicos que manifiesten el lugar central de los pobres en el corazón de Dios. Una jornada de oración para remediar las pobrezas extremas (tal vez el 17 de octubre, jornada mundial contra la pobreza), podría contribuir en ese sentido.

Para las diócesis/eparquías

23. Los bienes eclesiales no utilizados (edificios) podrían ponerse a disposición como viviendas económicas y residencias. Las diócesis/eparquías consideren la oportunidad de disponer de un proyecto para las viviendas de los sin techo como signo concreto de este primer Encuentro Internacional, si todavía no lo han hecho.

24. Los Seminaristas, religiosos, agentes pastorales reciban elementos de formación sobre la Doctrina social de la Iglesia y sobre la pastoral de los pobres y de los marginados.

25. Se alimente una mayor presencia del Diaconado permanente en el servicio a los pobres y a los sin techo.

26. Que se estimule una mejor interrelación en las actividades de los religiosos y de las religiosas y de las asociaciones que cuentan con amplia tradición en el marco de los servicios sociales.

Para las parroquias y las comunidades

27. Las parroquias sean "comunidades de acogida". Se favorezca la constitución de "comités sociales" para promover e individuar las obras de misericordia corporal.

28. Las homilías y formas de catequesis han de prestar atención a las desventuras de los sin techo y a las consiguientes respuestas cristianas.

29. Para ser una comunidad cristiana de acogida, se debe dejar a un lado los perjuicios, y llevar a cabo una labor de reconocimiento. En ese sentido, no existen pobres que sean prerrogativa exclusiva de la acción de uno en particular. En todo caso, siempre es la comunidad la que tiene que hacerse cargo de ello, aún cuando se trate de una acción de restitución de la responsabilidad. En un determinado territorio, una comunidad es acogedora cuando es capaz de individuar la necesidad y de ofrecer repuestas flexibles, que se alejen de la "burocratización". Por lo tanto las comunidades eclesiales deben asumir el riesgo de vivir una caridad profética.

30. Es conveniente que dentro de las comunidades eclesiales se reconozca la presencia de habilidades que se puedan poner a disposición. Que se acompañe esas capacidades con propuestas formativas capaces de ofrecer elementos útiles para la comprensión de la realidad.

31. De hecho, en las parroquias es posible promover "obras que sean signos", para afirmar profecía, interés y compromiso de las comunidades cristianas hacia los sin techo. A nivel local, especialmente, es oportuno percibir las señales del sufrimiento y antes aún los de la estrechez, que puede prevenirse si se da un amplio espacio a la escucha de todo lo que la persona está pasando y experimentando.

32. Que todas las parroquias y los demás grupos eclesiales acepten el mandato evangélico de acoger a los extranjeros y, entre ellos, de cuidar de la mejor manera al indigente y al que no tiene un techo. Los sacerdotes y los directores espirituales tienen que estar siempre disponibles respecto a los sin techo, sobretodo en las situaciones críticas de su vida y en las ocasiones de luto.

33. La comunidad local, la Iglesia, el pueblo de Dios, están llamados también a creer en el futuro de las personas sin techo. Esto se puede realizar a través de la constante comunicación, en las medidas y en los tiempos oportunos. Toda ocasión destinada a "dar voz al que no tiene voz" (ver las experiencias de los llamados diarios de la calle) es una posibilidad capaz de cambiar la percepción que las personas sin techo tienen de sí mismos, y también la consideración y la comprensión de la sociedad con respecto a ellos. Todo esto es un paso hacia el incremento de la confianza en sí mismos y en la vida.

Para el Consejo Pontificio

34. Que el Consejo Pontificio de la Pastoral para los Emigrantes e Itinerantes, con la ayuda de los participantes, redacte un listado de las organizaciones que actúan con los sin techo, para facilitar el intercambio de "modelos" y simplificar la comunicación y la coordinación.

35. El Consejo Pontificio dedique también una semana cada año a la sensibilización sobre las necesidades pastorales de las personas sin techo, tal vez en concomitancia con las jornadas internacionales que se les dedican.

36. El presente Encuentro no tendría que ser el primero ni tampoco el último; es importante que haya una continuación.

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[Traducción distribuida por el Consejo Pontificio de la Pastoral para los Inmigrantes e Itinerantes]