“Recordémoslo siempre: la fuerza de la Iglesia no vive en sí misma y en su capacidad organizativa, pero se esconde en las aguas profundas de Dios. En estas aguas se agitan nuestros deseos y los deseos ensanchan el corazón, como decía san Agustín: rezar para desear y desear para ensanchar el corazón”
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