“Anka tenía problemas similares a los míos y nadie había sido capaz de ayudarla. ¡Sin gurús, curanderos o médicos me confidenció que había sido ayudada por Jesús! Ella guardó silencio y de pronto, tranquila, comenzó a orar por mí. El amor y el poder de Dios comenzaron entonces a descender como si alguien estuviese derramando miel o aceite en la parte superior desde mi cabeza por todo mi cuerpo. Tenía la carne de gallina”
No hay comentarios:
Publicar un comentario