Conoció al padre John McCloskey, sacerdote de renombre por haber ayudado a la conversión de algunas personalidades públicas, incluyendo al mismo Nathanson. Él la invitó en un encuentro a orar ante el altar de una hermosa iglesia. Allí, orando de rodillas, sintió que Dios le indicaba que ese sería su lugar, su hogar, desde donde cumplir su promesa a Nathanson: “Me puse a llorar, se caía el maquillaje por mi cara”
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