"Cada mañana me levanto sintiendo esa suave invitación a seguirlo, aunque otras mañanas me dan ganas de quedarme sentado, desentenderme de todo, cerrar los ojos y temblando decirle, gritarle: ‘¡Señor no soy yo el que Tú quieres que sea!’. A veces, enfurecido, siento que mi vida se va a la ventolera, que todo fue un tiempo perdido. Pero aparece una vez más la dulce presencia de Jesús, seductor, mimoso. ¡Así no es posible desentenderse!”
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