* “Yo seguía leyendo el Evangelio a diario y poco a poco llegó a ser una verdadera necesidad. Sobre todo porque el Evangelio resultó ser un antídoto potente contra aquellas tinieblas y desesperación que de vez en cuando volvían aplastando mi alma sin piedad. Pasó un año entero antes de asumir que la vida sin Dios no tendría para mí ningún sentido”
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