«Después me empujó desde el hombro hacia abajo hasta que me arrodillé, y dijo: tú eres clérigo, y está prohibido que tu sangre caiga al suelo porque sería un sacrilegio. Así que fue a coger un cubo, y volvió con él para degollarme. No se qué recé en ese momento. Sentí mucho miedo, y le dije a María Alphonsin: no debe ser por casualidad que te lleve conmigo. Si es menester que el Señor me lleve joven estoy listo, pero si no te pido que nadie más muera»
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