“Desde ese día, ni por un instante he dudado de la existencia de Dios o de la Encarnación de su Hijo. Fue también, aunque entonces no me di cuenta, el inicio de mi devoción por su Madre. Aquel día y su fruto fue un don tan extraordinario para alguien tan indigno como yo, de una forma tan extraña y asombrosa, uno de esos pequeños chistes de la Providencia”
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