* “Hay al menos dos buenos motivos para vencer nuestro espanto y ponernos en camino tras las huellas del Siervo sufriente. Por una parte la seguridad de que el Señor caminará siempre a nuestro lado y, como hizo con sus discípulos, en los momentos de desfallecimiento se acercará a nosotros, nos tocará y nos dirá: «levantaos, no temáis». Por otra parte, la certeza de que esa tierra desconocida a la que Dios quiere llevarnos es aún más bella que la cima del Monte Tabor, porque «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman» (1 Cor 2,9)”
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