viernes, 6 de junio de 2025

Grazyna Mech: «A los 18 años sentí que Dios me amaba y quise entregarle mi vida como monja y llevo 50 años en las Franciscanas Misioneras de María; la oración nos une»


La hermana Grazyna Mech, de la Congregación de las Franciscanas Misioneras de María, celebró el 6 de enero su 50 aniversario de vida religiosa / Foto: Jože Potrpin - Canva

* «Un día me sentí conmovida por las palabras de un salmo: ‘Tú me tejiste en el seno de mi madre. Te doy gracias porque me has creado tan maravillosamente; admirables son tus obras. Y tú conoces bien mi alma’. (Sal 139). Lo leí como una llamada personal a la misión… Cuando compartimos la Palabra de Dios, nos conocemos más profundamente y nos amamos aún más» 

Camino Católico.- La hermana Grazyna Mech, de la Congregación de las Franciscanas Misioneras de María, celebró el 6 de enero su 50 aniversario de vida religiosa. Polaca, estudió y trabajó en Francia, Suiza y el Congo, vive desde hace 20 años en Eslovenia, un país del que se enamoró a primera vista, y ese amor continúa hasta hoy.

Cinco décadas al servicio de Dios

"Mirando hacia atrás, estos 50 años han pasado muy deprisa. Pero cuando pienso en todo lo que he vivido, es inmenso. Podría escribir un libro sobre mi trayectoria. Pero, sobre todo, se trata de cómo Dios guía a las personas", dice la Hermana Grazyna con una sonrisa a Urška Leskovšek en Aleteia.

Nació siendo la menor, la quinta de sus hermanos, y no era una niña esperada. Aunque el aborto acababa de legalizarse en Polonia, su madre no decidió dar ese paso. "Dios me quería. Quería que viviera", dice agradecida la hermana Grazyna. Nació diez años después de la guerra, en tiempos difíciles. Su padre pasó varios años en la cárcel y la situación familiar era difícil. Los parientes de su padre pensaban adoptarla, pero cuando llegó el día de su bautismo, su madre no pudo separarse de ella.

Una juventud alegre y una vocación inesperada

Creció en una familia creyente, donde los niños asistían a la catequesis y cantaban canciones religiosas francesas. "Eran canciones que llegaban al corazón. Me formaron mucho. Sentí que Dios me amaba y quise entregarle mi vida".

A los 18 años, decidió entrar en una orden religiosa para proclamar ese amor al mundo entero. El párroco le aconsejó que entrara en una comunidad misionera de monjas franciscanas. Estaba llena de energía; siempre que había ocasión, asistía a bailes y le encantaba bailar y cantar. Su decisión de ingresar en la orden sorprendió incluso a ella misma, y sus padres temieron que se condenara a una vida de pobreza. "Cuando eres joven, no piensas si merece la pena. Simplemente sigues a tu corazón", recuerda.

No había tenido ningún contacto previo con las Escrituras y sabía poco sobre la vida religiosa. “Pero un día me sentí conmovida por las palabras de un salmo: ‘Tú me tejiste en el seno de mi madre. Te doy gracias porque me has creado tan maravillosamente; admirables son tus obras. Y tú conoces bien mi alma’. (Sal 139). Lo leí como una llamada personal a la misión”.

La gran prueba: las misiones en África

La vida religiosa no siempre fue fácil. Levantándose a las 5:30 cada mañana, estaba sometida a una estricta disciplina. "Aprendía una vida dura. Al principio no entendía los salmos. Pero el Señor me guiaba", dice. "Hoy son mi oración favorita".

La mayor prueba fue un viaje a África. En el año 2000, le propusieron ir a una misión en el Congo, devastado por la guerra. "Me sentí como si alguien me hubiera cortado las piernas. Dije: '¡Dios, toma mi vida, pero yo no voy allí!". Fue a Misa, donde el sacerdote le pidió que leyera la Palabra de Dios. Aunque estaba agitada, leyó: "Os envío a los gentiles en tierras lejanas… No tengáis miedo… ¡Yo estaré con vosotros!". Comprendió que era una señal de Dios. "¡Me han dado alas! ¡Claro que voy!"

La vida en el Congo era difícil: guerra, malaria, calor, falta de agua potable. Pero aprendió a dar gracias por cada cosa. "En Europa lo tienes todo y te quejas. Allí no tienes nada y sin embargo vives. Esta gente me enseñó a ser agradecida". Desde entonces, sus primeras palabras al despertarse son: "¡Jesús, gracias por mi nueva vida!"

Eslovenia: amor a primera vista

También fue enviada a Eslovenia en 1995. No le hizo mucha gracia, ya que había soñado con las misiones. Sin embargo, cuando llegó, se quedó prendada del país. "Eslovenia es tan pura, tan inocente. Todo es hermoso. Los niños son educados, la gente generosa. Todos los días alguien dejaba un regalo delante de mi puerta. Era el paraíso. Aquí lo tenía todo demasiado bueno".

Cuando se marchó a sus misiones, sintió que toda Eslovenia se iba con ella. Recibía llamadas telefónicas y la mayoría de los donativos para su labor misionera procedían de ese país.

Milagros de la Divina Providencia

Un día le robaron el bolso que contenía documentos y mil euros, donaciones de los eslovenos para la compra de una fotocopiadora. Ella informó sobre esto al Centro Misionero de Eslovenia y recibió un mensaje lleno de preocupación, oraciones y promesas de apoyo.

“¡Me sentí tan fuerte que podía mover montañas! Me conmovió su preocupación y saber que no estaba sola”. Al final, recibió 13 veces más ayuda, lo que le permitió no solo comprar una fotocopiadora sino también ampliar el jardín de infancia que dirigía. ¡Dios obra milagros! Este jardín de infancia sigue funcionando hoy en día.

"Tu Iglesia está viva"

A la hermana Grażyna le encanta cantar y dirigir coros parroquiales. Le gusta visitar parroquias eslovenas donde conoce gente y predica el Evangelio. Su Iglesia es misionera y está viva. Viven su fe conscientemente. Las Sagradas Escrituras no están en un estante: ¡están vivas!

Añade: "Israel fue la nación elegida, pero su nación también es especial. Dios los eligió porque sabía que cooperarían con él. Cuidan sus templos, cruces y capillas. Ellos cuentan su historia. Pueden sentir el Espíritu Santo allí".

¿Cómo animar a los jóvenes a abrazar la vida religiosa? “Solo tienes que vivir tu vocación. No finjas, no hagas nada para aparentar. Ten el coraje de ser tú mismo y no tengas miedo de decir ‘lo siento’ y ‘por favor’”.

La comunidad internacional en la que vive le enseña a tener paciencia y a escuchar. "La oración nos une. Cuando compartimos la Palabra de Dios, nos conocemos más profundamente y nos amamos aún más".

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