viernes, 7 de diciembre de 2007
Mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz: «Familia humana, comunidad de paz»
CIUDAD DEL VATICANO, martes, 11 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que Benedicto XVI ha enviado para la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero de 2008, con el tema «Familia humana, comunidad de paz».
MENSAJE DE SU SANTIDAD
BENEDICTO XVI
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 ENERO 2008
FAMILIA HUMANA, COMUNIDAD DE PAZ
1. Al comenzar el nuevo año deseo hacer llegar a los hombres y mujeres de todo el mundo mis fervientes deseos de paz, junto con un caluroso mensaje de esperanza. Lo hago proponiendo a la reflexión común el tema que he enunciado al principio de este mensaje, y que considero muy importante: Familia humana, comunidad de paz. De hecho, la primera forma de comunión entre las personas es la que el amor suscita entre un hombre y una mujer decididos a unirse establemente para construir juntos una nueva familia. Pero también los pueblos de la tierra están llamados a establecer entre sí relaciones de solidaridad y colaboración, como corresponde a los miembros de la única familia humana: « Todos los pueblos -dice el Concilio Vaticano II- forman una única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la entera faz de la tierra (cf. Hch 17,26); también tienen un único fin último, Dios »[1].
Familia, sociedad y paz
2. La familia natural, en cuanto comunión íntima de vida y amor, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer[2], es el « lugar primario de ‘‘humanización'' de la persona y de la sociedad »[3], la « cuna de la vida y del amor »[4]. Con razón, pues, se ha calificado a la familia como la primera sociedad natural, « una institución divina, fundamento de la vida de las personas y prototipo de toda organización social »[5].
3. En efecto, en una vida familiar « sana » se experimentan algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los miembros más débiles, porque son pequeños, ancianos o están enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. Por eso, la familia es la primera e insustituible educadora de la paz. No ha de sorprender, pues, que se considere particularmente intolerable la violencia cometida dentro de la familia. Por tanto, cuando se afirma que la familia es « la célula primera y vital de la sociedad »[6], se dice algo esencial. La familia es también fundamento de la sociedad porque permite tener experiencias determinantes de paz. Por consiguiente, la comunidad humana no puede prescindir del servicio que presta la familia. El ser humano en formación, ¿dónde podría aprender a gustar mejor el « sabor » genuino de la paz sino en el « nido » que le prepara la naturaleza? El lenguaje familiar es un lenguaje de paz; a él es necesario recurrir siempre para no perder el uso del vocabulario de la paz. En la inflación de lenguajes, la sociedad no puede perder la referencia a esa « gramática » que todo niño aprende de los gestos y miradas de mamá y papá, antes incluso que de sus palabras.
4. La familia, al tener el deber de educar a sus miembros, es titular de unos derechos específicos. La misma Declaración universal de los derechos humanos, que constituye una conquista de civilización jurídica de valor realmente universal, afirma que « la familia es el núcleo natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a ser protegida por la sociedad y el Estado »[7]. Por su parte, la Santa Sede ha querido reconocer una especial dignidad jurídica a la familia publicando la Carta de los derechos de la familia. En el Preámbulo se dice: « Los derechos de la persona, aunque expresados como derechos del individuo, tienen una dimensión fundamentalmente social que halla su expresión innata y vital en la familia »[8]. Los derechos enunciados en la Carta manifiestan y explicitan la ley natural, inscrita en el corazón del ser humano y que la razón le manifiesta. La negación o restricción de los derechos de la familia, al oscurecer la verdad sobre el hombre, amenaza los fundamentos mismos de la paz.
5. Por tanto, quien obstaculiza la institución familiar, aunque sea inconscientemente, hace que la paz de toda la comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal « agencia » de paz. Éste es un punto que merece una reflexión especial: todo lo que contribuye a debilitar la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer, lo que directa o indirectamente dificulta su disponibilidad para la acogida responsable de una nueva vida, lo que se opone a su derecho de ser la primera responsable de la educación de los hijos, es un impedimento objetivo para el camino de la paz. La familia tiene necesidad de una casa, del trabajo y del debido reconocimiento de la actividad doméstica de los padres; de escuela para los hijos, de asistencia sanitaria básica para todos. Cuando la sociedad y la política no se esfuerzan en ayudar a la familia en estos campos, se privan de un recurso esencial para el servicio de la paz. Concretamente, los medios de comunicación social, por las potencialidades educativas de que disponen, tienen una responsabilidad especial en la promoción del respeto por la familia, en ilustrar sus esperanzas y derechos, en resaltar su belleza.
La humanidad es una gran familia
6. La comunidad social, para vivir en paz, está llamada a inspirarse también en los valores sobre los que se rige la comunidad familiar. Esto es válido tanto para las comunidades locales como nacionales; más aún, es válido para la comunidad misma de los pueblos, para la familia humana, que vive en esa casa común que es la tierra. Sin embargo, en esta perspectiva no se ha de olvidar que la familia nace del « sí » responsable y definitivo de un hombre y de una mujer, y vive del « sí » consciente de los hijos que poco a poco van formando parte de ella. Para prosperar, la comunidad familiar necesita el consenso generoso de todos sus miembros. Es preciso que esta toma de conciencia llegue a ser también una convicción compartida por cuantos están llamados a formar la común familia humana. Hay que saber decir el propio « sí » a esta vocación que Dios ha inscrito en nuestra misma naturaleza. No vivimos unos al lado de otros por casualidad; todos estamos recorriendo un mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas. Por eso es esencial que cada uno se esfuerce en vivir la propia vida con una actitud responsable ante Dios, reconociendo en Él la fuente de la propia existencia y la de los demás. Sobre la base de este principio supremo se puede percibir el valor incondicionado de todo ser humano y, así, poner las premisas para la construcción de una humanidad pacificada. Sin este fundamento trascendente, la sociedad es sólo una agrupación de ciudadanos, y no una comunidad de hermanos y hermanas, llamados a formar una gran familia.
Familia, comunidad humana y medio ambiente
7. La familia necesita una casa a su medida, un ambiente donde vivir sus propias relaciones. Para la familia humana, esta casa es la tierra, el ambiente que Dios Creador nos ha dado para que lo habitemos con creatividad y responsabilidad. Hemos de cuidar el medio ambiente: éste ha sido confiado al hombre para que lo cuide y lo cultive con libertad responsable, teniendo siempre como criterio orientador el bien de todos. Obviamente, el valor del ser humano está por encima de toda la creación. Respetar el medio ambiente no quiere decir que la naturaleza material o animal sea más importante que el hombre. Quiere decir más bien que no se la considera de manera egoísta, a plena disposición de los propios intereses, porque las generaciones futuras tienen también el derecho a obtener beneficio de la creación, ejerciendo en ella la misma libertad responsable que reivindicamos para nosotros. Y tampoco se ha de olvidar a los pobres, excluidos en muchos casos del destino universal de los bienes de la creación. Hoy la humanidad teme por el futuro equilibrio ecológico. Sería bueno que las valoraciones a este respecto se hicieran con prudencia, en diálogo entre expertos y entendidos, sin apremios ideológicos hacia conclusiones apresuradas y, sobre todo, concordando juntos un modelo de desarrollo sostenible, que asegure el bienestar de todos respetando el equilibrio ecológico. Si la tutela del medio ambiente tiene sus costes, éstos han de ser distribuidos con justicia, teniendo en cuenta el desarrollo de los diversos países y la solidaridad con las futuras generaciones. Prudencia no significa eximirse de las propias responsabilidades y posponer las decisiones; significa más bien asumir el compromiso de decidir juntos después de haber ponderado responsablemente la vía a seguir, con el objetivo de fortalecer esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos.
8. A este respecto, es fundamental « sentir » la tierra como « nuestra casa común » y, para ponerla al servicio de todos, adoptar la vía del diálogo en vez de tomar decisiones unilaterales. Si fuera necesario, se pueden aumentar los ámbitos institucionales en el plano internacional para afrontar juntos el gobierno de esta « casa » nuestra; sin embargo, lo que más cuenta es lograr que madure en las conciencias la convicción de que es necesario colaborar responsablemente. Los problemas que aparecen en el horizonte son complejos y el tiempo apremia. Para hacer frente a la situación de manera eficaz es preciso actuar de común acuerdo. Un ámbito en el que sería particularmente necesario intensificar el diálogo entre las Naciones es el de la gestión de los recursos energéticos del planeta. A este respecto, se plantea una doble urgencia para los países tecnológicamente avanzados: por un lado, hay que revisar los elevados niveles de consumo debidos al modelo actual de desarrollo y, por otro, predisponer inversiones adecuadas para diversificar las fuentes de energía y mejorar la eficiencia energética. Los países emergentes tienen hambre de energía, pero a veces este hambre se sacia a costa de los países pobres que, por la insuficiencia de sus infraestructuras y tecnología, se ven obligados a malvender los recursos energéticos que tienen. A veces, su misma libertad política queda en entredicho con formas de protectorado o, en todo caso, de condicionamiento que se muestran claramente humillantes.
Familia, comunidad humana y economía
9. Una condición esencial para la paz en cada familia es que se apoye sobre el sólido fundamento de valores espirituales y éticos compartidos. Pero se ha de añadir que se tiene una auténtica experiencia de paz en la familia cuando a nadie le falta lo necesario, y el patrimonio familiar -fruto del trabajo de unos, del ahorro de otros y de la colaboración activa de todos- se administra correctamente con solidaridad, sin excesos ni despilfarro. Por tanto, para la paz familiar se necesita, por una parte, la apertura a un patrimonio trascendente de valores, pero al mismo tiempo no deja de tener su importancia un sabio cuidado tanto de los bienes materiales como de las relaciones personales. Cuando falta este elemento se deteriora la confianza mutua por las perspectivas inciertas que amenazan el futuro del núcleo familiar.
10. Una consideración parecida puede hacerse respecto a esa otra gran familia que es la humanidad en su conjunto. También la familia humana, hoy más unida por el fenómeno de la globalización, necesita además un fundamento de valores compartidos, una economía que responda realmente a las exigencias de un bien común de dimensiones planetarias. Desde este punto de vista, la referencia a la familia natural se revela también singularmente sugestiva. Hay que fomentar relaciones correctas y sinceras entre los individuos y entre los pueblos, que permitan a todos colaborar en plan de igualdad y justicia. Al mismo tiempo, es preciso comprometerse en emplear acertadamente los recursos y en distribuir la riqueza con equidad. En particular, las ayudas que se dan a los países pobres han de responder a criterios de una sana lógica económica, evitando derroches que, en definitiva, sirven sobre todo para el mantenimiento de un costoso aparato burocrático. Se ha de tener también debidamente en cuenta la exigencia moral de procurar que la organización económica no responda sólo a las leyes implacables de los beneficios inmediatos, que pueden resultar inhumanas.
Familia, comunidad humana y ley moral
11. Una familia vive en paz cuando todos sus miembros se ajustan a una norma común: esto es lo que impide el individualismo egoísta y lo que mantiene unidos a todos, favoreciendo su coexistencia armoniosa y la laboriosidad orgánica. Este criterio, de por sí obvio, vale también para las comunidades más amplias: desde las locales a la nacionales, e incluso a la comunidad internacional. Para alcanzar la paz se necesita una ley común, que ayude a la libertad a ser realmente ella misma, en lugar de ciega arbitrariedad, y que proteja al débil del abuso del más fuerte. En la familia de los pueblos se dan muchos comportamientos arbitrarios, tanto dentro de cada Estado como en las relaciones de los Estados entre sí. Tampoco faltan tantas situaciones en las que el débil tiene que doblegarse, no a las exigencias de la justicia, sino a la fuerza bruta de quien tiene más recursos que él. Hay que reiterarlo: la fuerza ha de estar moderada por la ley, y esto tiene que ocurrir también en las relaciones entre Estados soberanos.
12. La Iglesia se ha pronunciado muchas veces sobre la naturaleza y la función de la ley: la norma jurídica que regula las relaciones de las personas entre sí, encauzando los comportamientos externos y previendo también sanciones para los transgresores, tiene como criterio la norma moral basada en la naturaleza de las cosas. Por lo demás, la razón humana es capaz de discernirla al menos en sus exigencias fundamentales, llegando así hasta la Razón creadora de Dios que es el origen de todas las cosas. Esta norma moral debe regular las opciones de la conciencia y guiar todo el comportamiento del ser humano. ¿Existen normas jurídicas para las relaciones entre las Naciones que componen la familia humana? Y si existen, ¿son eficaces? La respuesta es sí; las normas existen, pero para lograr que sean verdaderamente eficaces es preciso remontarse a la norma moral natural como base de la norma jurídica, de lo contrario ésta queda a merced de consensos frágiles y provisionales.
13. El conocimiento de la norma moral natural no es imposible para el hombre que entra en sí mismo y, situándose frente a su propio destino, se interroga sobre la lógica interna de las inclinaciones más profundas que hay en su ser. Aunque sea con perplejidades e incertidumbres, puede llegar a descubrir, al menos en sus líneas esenciales, esta ley moral común que, por encima de las diferencias culturales, permite que los seres humanos se entiendan entre ellos sobre los aspectos más importantes del bien y del mal, de lo que es justo o injusto. Es indispensable remontarse hasta esta ley fundamental empleando en esta búsqueda nuestras mejores energías intelectuales, sin dejarnos desanimar por los equívocos o las tergiversaciones. De hecho, los valores contenidos en la ley natural están presentes, aunque de manera fragmentada y no siempre coherente, en los acuerdos internacionales, en las formas de autoridad reconocidas universalmente, en los principios del derecho humanitario recogido en las legislaciones de cada Estado o en los estatutos de los Organismos internacionales. La humanidad no está « sin ley ». Sin embargo, es urgente continuar el diálogo sobre estos temas, favoreciendo también la convergencia de las legislaciones de cada Estado hacia el reconocimiento de los derechos humanos fundamentales. El crecimiento de la cultura jurídica en el mundo depende además del esfuerzo por dar siempre consistencia a las normas internacionales con un contenido profundamente humano, evitando rebajarlas a meros procedimientos que se pueden eludir fácilmente por motivos egoístas o ideológicos.
Superación de los conflictos y desarme
14. La humanidad sufre hoy, lamentablemente, grandes divisiones y fuertes conflictos que arrojan densas nubes sobre su futuro. Vastas regiones del planeta están envueltas en tensiones crecientes, mientras que el peligro de que aumenten los países con armas nucleares suscita en toda persona responsable una fundada preocupación. En el Continente africano, a pesar de que numerosos países han progresado en el camino de la libertad y de la democracia, quedan todavía muchas guerras civiles. El Medio Oriente sigue siendo aún escenario de conflictos y atentados, que influyen también en Naciones y regiones limítrofes, con el riesgo de quedar atrapadas en la espiral de la violencia. En un plano más general, se debe hacer notar, con pesar, un aumento del número de Estados implicados en la carrera de armamentos: incluso Naciones en vías de desarrollo destinan una parte importante de su escaso producto interior para comprar armas. Las responsabilidades en este funesto comercio son muchas: están, por un lado, los países del mundo industrialmente desarrollado que obtienen importantes beneficios por la venta de armas y, por otro, están también las oligarquías dominantes en tantos países pobres que quieren reforzar su situación mediante la compra de armas cada vez más sofisticadas. En tiempos tan difíciles, es verdaderamente necesaria una movilización de todas las personas de buena voluntad para llegar a acuerdos concretos con vistas a una eficaz desmilitarización, sobre todo en el campo de las armas nucleares. En esta fase en la que el proceso de no proliferación nuclear está estancado, siento el deber de exhortar a las Autoridades a que reanuden las negociaciones con una determinación más firme de cara al desmantelamiento progresivo y concordado de las armas nucleares existentes. Soy consciente de que al renovar esta llamada me hago intérprete del deseo de cuantos comparten la preocupación por el futuro de la humanidad.
15. Hace ahora sesenta años, la Organización de las Naciones Unidas hacía pública de modo solemne la Declaración universal de los derechos humanos (1948-2008). Con aquel documento la familia humana reaccionaba ante los horrores de la Segunda Guerra Mundial, reconociendo la propia unidad basada en la igual dignidad de todos los hombres y poniendo en el centro de la convivencia humana el respeto de los derechos fundamentales de los individuos y de los pueblos: fue un paso decisivo en el camino difícil y laborioso hacia la concordia y la paz. Una mención especial merece también la celebración del 25 aniversario de la adopción por parte de la Santa Sede de la Carta de los derechos de la familia (1983-2008), así como el 40 aniversario de la celebración de la primera Jornada Mundial de la Paz (1968-2008). La celebración de esta Jornada, fruto de una intuición providencial del Papa Pablo VI, y retomada con gran convicción por mi amado y venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, ha ofrecido a la Iglesia a lo largo de los años la oportunidad de desarrollar, a través de los Mensajes publicados con ese motivo, una doctrina orientadora en favor de este bien humano fundamental. Precisamente a la luz de estas significativas efemérides, invito a todos los hombres y mujeres a que tomen una conciencia más clara sobre la común pertenencia a la única familia humana y a comprometerse para que la convivencia en la tierra refleje cada vez más esta convicción, de la cual depende la instauración de una paz verdadera y duradera. Invito también a los creyentes a implorar a Dios sin cesar el gran don de la paz. Los cristianos, por su parte, saben que pueden confiar en la intercesión de la que, siendo la Madre del Hijo de Dios que se hizo carne para la salvación de toda la humanidad, es Madre de todos.
Deseo a todos un feliz Año nuevo.
Vaticano, 8 de diciembre de 2007.
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Notas
[1] Decl. Nostra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, 1.
[2] Cf. Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 48.
[3] Juan Pablo II, Exhort. ap. Christifideles laici, 40: AAS 81 (1989) 469.
[4] Ibíd.
[5] Cons. Pont. Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 211.
[6] Conc. Vat. II, Decr. Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, 11.
[7] Art. 16/ 3.
[8] Cons. Pont. para la Familia, Carta de los derechos de la familia, 24 noviembre 1983, Preámbulo, A.
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Una parroquia lucha por conservar el sentido de la fiesta de los Reyes Magos / Autora: Nieves San Martín
La Epifanía, fiesta de la niñez y de la familia
PARANÁ, miércoles, 12 diciembre 2007 (ZENIT.org).-En la tradición cristiana de cultura latina, la fiesta de los Reyes Magos ha tenido siempre un profundo significado. Los mismos sabios de Oriente que, en el relato evangélico, ofrecieron presentes a Jesús, son celebrados como portadores de dones para los niños. Una tradición que corre el riesgo de ser ahogada por otras costumbres no basadas en la fe cristiana.
En Argentina, una parroquia, la Capilla de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Paraná-Entre Ríos, ha logrado desde 1964 crear y mantener en todos estos años una gran Cabalgata de los Reyes Magos, y una fiesta a la que asisten los niños y familias no sólo del entorno sino de otros lugares del país. El festejo va ya por su 44 edición y, a la última celebración asistieron alrededor de quince mil personas y se repartieron obsequios a más de 3.500 niños.
"Además --explica a Zenit el presidente de la Comisión organizadora, Daniel Alberto Chiapino--, han conseguido la colaboración gratuita de artistas en el festejo dedicado a los pequeños y familias, Y también patrocinadores, aunque la entrada es libre y gratuita, por lo que el evento tiene incluso ingresos que revierten «en la construcción de un amplio salón comunitario y parroquial, donde se atiende las necesidades de Caritas, Copa de leche y se dictan diversos cursos para los más necesitados».
La Cabalgata, que se realiza el día 5 de enero, está encabezada por los Reyes Magos, Gauchos y centenares de vehículos. «La figura de los Tres Reyes Magos, convoca cada año, a miles de niños, y conservamos así, siempre su cálida inocencia --explica Chiapino--. No hay duda que todos nos emocionamos cuando los vemos llegar, después de recorrer en su noche central, tres kilómetros de caravana, escoltados por cientos de vehículos, personas caminando, ambulancias, bomberos y la propia policía, que a los alardes de sus sirenas, la emoción más crece».
Chiapino informa que su firme convicción de hacer algo bueno para los niños y la transmisión de la tradición cristiana choca con las dificultades que tienen que afrontar cada año. «Es por eso, que siempre quedan abiertas las puertas, para que futuros padrinos, empresarios, comerciantes, se sumen a la gran cartelera de auspiciantes, para seguir regalando bicicletas, juguetes, golosinas entre otros gastos que sostienen la realización de este festival», explica el presidente de la Comisión organizadora.
La primera vez que se organizó esta Fiesta, unos cien niños recibieron un regalo de sus majestades los Reyes Magos.
Fue declarada de Interés Municipal en 1988 y Fiesta Provincial en 1992. Integrada en el Corredor Turístico del Río Paraná en 1994, y recibió los premios «A la Excelencia 1994» y «El Niño Feliz 1997».
Así mismo fue declarada fiesta de nivel arquidiocesano por el arzobispo de Paraná en 1994.
Artistas de nivel provincial y nacional, regalan su presentación, como ofrenda al Niño Dios y el recinto donde sigue la fiesta cuenta con un gran Nacimiento Viviente.
En la noche central del sábado 5 de enero de 2008, se entregará a cada niño, al ingresar al predio, un vaso de gaseosa, un globo, un paquete de golosinas, porras plásticas y números para el sorteo de bicicletas.
El recinto cuenta también, explican los organizadores «con dos amplias cantinas de 40metros, con un esmerado servicio y con precios accesibles. Camping de dos hectáreas, preparado para tal fin. Amplios estacionamientos custodiados. Lanzamientos al espacio con globos especiales, de mensajes de Paz, Amor y un Rosario Gigante».
PARANÁ, miércoles, 12 diciembre 2007 (ZENIT.org).-En la tradición cristiana de cultura latina, la fiesta de los Reyes Magos ha tenido siempre un profundo significado. Los mismos sabios de Oriente que, en el relato evangélico, ofrecieron presentes a Jesús, son celebrados como portadores de dones para los niños. Una tradición que corre el riesgo de ser ahogada por otras costumbres no basadas en la fe cristiana.
En Argentina, una parroquia, la Capilla de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Paraná-Entre Ríos, ha logrado desde 1964 crear y mantener en todos estos años una gran Cabalgata de los Reyes Magos, y una fiesta a la que asisten los niños y familias no sólo del entorno sino de otros lugares del país. El festejo va ya por su 44 edición y, a la última celebración asistieron alrededor de quince mil personas y se repartieron obsequios a más de 3.500 niños.
"Además --explica a Zenit el presidente de la Comisión organizadora, Daniel Alberto Chiapino--, han conseguido la colaboración gratuita de artistas en el festejo dedicado a los pequeños y familias, Y también patrocinadores, aunque la entrada es libre y gratuita, por lo que el evento tiene incluso ingresos que revierten «en la construcción de un amplio salón comunitario y parroquial, donde se atiende las necesidades de Caritas, Copa de leche y se dictan diversos cursos para los más necesitados».
La Cabalgata, que se realiza el día 5 de enero, está encabezada por los Reyes Magos, Gauchos y centenares de vehículos. «La figura de los Tres Reyes Magos, convoca cada año, a miles de niños, y conservamos así, siempre su cálida inocencia --explica Chiapino--. No hay duda que todos nos emocionamos cuando los vemos llegar, después de recorrer en su noche central, tres kilómetros de caravana, escoltados por cientos de vehículos, personas caminando, ambulancias, bomberos y la propia policía, que a los alardes de sus sirenas, la emoción más crece».
Chiapino informa que su firme convicción de hacer algo bueno para los niños y la transmisión de la tradición cristiana choca con las dificultades que tienen que afrontar cada año. «Es por eso, que siempre quedan abiertas las puertas, para que futuros padrinos, empresarios, comerciantes, se sumen a la gran cartelera de auspiciantes, para seguir regalando bicicletas, juguetes, golosinas entre otros gastos que sostienen la realización de este festival», explica el presidente de la Comisión organizadora.
La primera vez que se organizó esta Fiesta, unos cien niños recibieron un regalo de sus majestades los Reyes Magos.
Fue declarada de Interés Municipal en 1988 y Fiesta Provincial en 1992. Integrada en el Corredor Turístico del Río Paraná en 1994, y recibió los premios «A la Excelencia 1994» y «El Niño Feliz 1997».
Así mismo fue declarada fiesta de nivel arquidiocesano por el arzobispo de Paraná en 1994.
Artistas de nivel provincial y nacional, regalan su presentación, como ofrenda al Niño Dios y el recinto donde sigue la fiesta cuenta con un gran Nacimiento Viviente.
En la noche central del sábado 5 de enero de 2008, se entregará a cada niño, al ingresar al predio, un vaso de gaseosa, un globo, un paquete de golosinas, porras plásticas y números para el sorteo de bicicletas.
El recinto cuenta también, explican los organizadores «con dos amplias cantinas de 40metros, con un esmerado servicio y con precios accesibles. Camping de dos hectáreas, preparado para tal fin. Amplios estacionamientos custodiados. Lanzamientos al espacio con globos especiales, de mensajes de Paz, Amor y un Rosario Gigante».
Testimonio de Sylvie Menard: Víctima del cáncer, una oncóloga modifica su postura pro eutanasia / Autora: Marta Lago
MILÁN, lunes, 10 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Lo que verdaderamente quieren los enfermos de cáncer es la lucha contra el dolor, no la lucha pro eutanasia, confirma una oncóloga parisina con un tumor incurable.
Casada y madre de un hijo, Sylvie Menard, de sesenta años, dirige el Departamento de Oncología Experimental del Instituto de Tumores de Milán (Italia), donde trabaja desde 1969.
«Anteriormente partidaria de la eutanasia, la doctora Menard ha declarado en un reciente congreso en Milán que, desde que se descubrió enferma, su perspectiva sobre estos temas ha cambiado», publicó el 28 de noviembre el diario italiano «Avvenire».
El 26 de abril de 2005 «la mujer que había sido hasta entonces había muerto. El examen mostraba un tumor en la médula, un tumor incurable. Me miré en el espejo de casa: "imposible", me decía; me encuentro muy bien. Logré dormir sólo cuando me convencí de que se trataba de un error», cuenta la especialista.
Las páginas del diario recogen amplias citas del testimonio de la doctora Menard en la evolución de su enfermedad y de su postura ante la vida. Sigue en terapia. Padece un cáncer para el que no existe aún curación. Trabaja y lleva una vida normal. Se describe como laica no creyente.
«Conocí la imposibilidad, de golpe, de trazar cualquier proyecto. Era como tener delante un muro --reconoce la oncóloga--. El futuro sencillamente ya no existía» y «descubrí que existe todavía una palabra tabú, la palabra cáncer», pues «hay quien te teme, como si fuera contagioso».
Vaciló en someterse a terapia, consciente de que no habría curación. «Quería permanecer todavía entre los sanos», dice. Se sucedían las noches difíciles, pues, como alerta, «cuando tienes un cáncer lo que cuenta son las noches». Finalmente eligió la terapia.
«Algo en mí reaccionó. Aún sin meta de curación, prolongar la vida algunos años, de improviso, se convirtió en mí en algo fundamental; quería vivir hasta el final», relata.
«Cambió la conciencia de la vida misma. Cuando estás sano, piensas que eres inmortal. Cuando en cambio tu final ya no es virtual, la perspectiva se da la vuelta», expresa.
«También yo, antes, hablaba de "dignidad de la vida", una dignidad que me parecía mellada en ciertas condiciones de enfermedad. Como sano se piensa que pasar por que te laven o te den de comer es intolerable, "indigno". Cuando llega la enfermedad, se acepta hasta vivir en un pulmón de acero. Lo que se quiere es vivir. No hay nada de indigno en una vida totalmente dependiente de los demás. Es indigno más bien quien no logra ver en ello la dignidad», subraya.
En su itinerario por la quimioterapia, la doctora Menard reflexiona sobre el debate de la eutanasia y sobre el caso de Eluana, la joven italiana en estado vegetativo cuyo padre quiere dejar morir.
«¿Pero sabemos que esa joven no tiene ningún cable que desconectar? --advierte la oncóloga--. ¿Que la hipótesis es la de dejarla morir de hambre y sed? ¿Sabemos que "estado vegetativo permanente" no quiere decir que no exista ninguna actividad cerebral? En un reciente trabajo científico se ha demostrado que si se pone ante los ojos de uno de estos enfermos una fotografía de personas queridas, y se hace una resonancia magnética, se ve la puesta en marcha de una actividad cerebral. ¿Cómo se puede decidir suspender la alimentación?».
En síntesis, para la doctora Menard «el favor de muchos por la eutanasia se explica con un tipo de exorcismo inconsciente, un deseo de alejar de sí la posibilidad de la enfermedad y del dolor»; pero «cuando te encuentras ahí, cambias de idea».
Insiste en que la verdadera petición de los enfermos es la de no sufrir: «Debe hacerse todo lo posible contra el dolor», pide.
«La verdadera batalla, dice, es contra el dolor. No [una batalla] por una muerte que, en la experiencia amplísima del Instituto de los Tumores, los "verdaderos" enfermos no piden. Reclaman, en cambio, no ser abandonados», escribe «Avvenire».
Y cita de nuevo a la doctora Menard, quien admite: «Temo que la eutanasia pueda ser la lógica que avance si de muchos enfermos, cuando mueren, se dice sólo: "por fin"».
Casada y madre de un hijo, Sylvie Menard, de sesenta años, dirige el Departamento de Oncología Experimental del Instituto de Tumores de Milán (Italia), donde trabaja desde 1969.
«Anteriormente partidaria de la eutanasia, la doctora Menard ha declarado en un reciente congreso en Milán que, desde que se descubrió enferma, su perspectiva sobre estos temas ha cambiado», publicó el 28 de noviembre el diario italiano «Avvenire».
El 26 de abril de 2005 «la mujer que había sido hasta entonces había muerto. El examen mostraba un tumor en la médula, un tumor incurable. Me miré en el espejo de casa: "imposible", me decía; me encuentro muy bien. Logré dormir sólo cuando me convencí de que se trataba de un error», cuenta la especialista.
Las páginas del diario recogen amplias citas del testimonio de la doctora Menard en la evolución de su enfermedad y de su postura ante la vida. Sigue en terapia. Padece un cáncer para el que no existe aún curación. Trabaja y lleva una vida normal. Se describe como laica no creyente.
«Conocí la imposibilidad, de golpe, de trazar cualquier proyecto. Era como tener delante un muro --reconoce la oncóloga--. El futuro sencillamente ya no existía» y «descubrí que existe todavía una palabra tabú, la palabra cáncer», pues «hay quien te teme, como si fuera contagioso».
Vaciló en someterse a terapia, consciente de que no habría curación. «Quería permanecer todavía entre los sanos», dice. Se sucedían las noches difíciles, pues, como alerta, «cuando tienes un cáncer lo que cuenta son las noches». Finalmente eligió la terapia.
«Algo en mí reaccionó. Aún sin meta de curación, prolongar la vida algunos años, de improviso, se convirtió en mí en algo fundamental; quería vivir hasta el final», relata.
«Cambió la conciencia de la vida misma. Cuando estás sano, piensas que eres inmortal. Cuando en cambio tu final ya no es virtual, la perspectiva se da la vuelta», expresa.
«También yo, antes, hablaba de "dignidad de la vida", una dignidad que me parecía mellada en ciertas condiciones de enfermedad. Como sano se piensa que pasar por que te laven o te den de comer es intolerable, "indigno". Cuando llega la enfermedad, se acepta hasta vivir en un pulmón de acero. Lo que se quiere es vivir. No hay nada de indigno en una vida totalmente dependiente de los demás. Es indigno más bien quien no logra ver en ello la dignidad», subraya.
En su itinerario por la quimioterapia, la doctora Menard reflexiona sobre el debate de la eutanasia y sobre el caso de Eluana, la joven italiana en estado vegetativo cuyo padre quiere dejar morir.
«¿Pero sabemos que esa joven no tiene ningún cable que desconectar? --advierte la oncóloga--. ¿Que la hipótesis es la de dejarla morir de hambre y sed? ¿Sabemos que "estado vegetativo permanente" no quiere decir que no exista ninguna actividad cerebral? En un reciente trabajo científico se ha demostrado que si se pone ante los ojos de uno de estos enfermos una fotografía de personas queridas, y se hace una resonancia magnética, se ve la puesta en marcha de una actividad cerebral. ¿Cómo se puede decidir suspender la alimentación?».
En síntesis, para la doctora Menard «el favor de muchos por la eutanasia se explica con un tipo de exorcismo inconsciente, un deseo de alejar de sí la posibilidad de la enfermedad y del dolor»; pero «cuando te encuentras ahí, cambias de idea».
Insiste en que la verdadera petición de los enfermos es la de no sufrir: «Debe hacerse todo lo posible contra el dolor», pide.
«La verdadera batalla, dice, es contra el dolor. No [una batalla] por una muerte que, en la experiencia amplísima del Instituto de los Tumores, los "verdaderos" enfermos no piden. Reclaman, en cambio, no ser abandonados», escribe «Avvenire».
Y cita de nuevo a la doctora Menard, quien admite: «Temo que la eutanasia pueda ser la lógica que avance si de muchos enfermos, cuando mueren, se dice sólo: "por fin"».
El cáncer es mi «ángel», confiesa el cardenal chino Paul Shan Kuo-hsi
El purpurado difunde un mensaje de valentía
HONG KONG, lunes, 10 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Tras ser diagnosticado de cáncer de pulmón el año pasado, el cardenal Paul Shan Kuo-hsi, en lugar de esperar la muerte, se ha dedicado a inspirar a otros para afrontar la vida con valor.
El cardenal jesuita, obispo emérito de Kaohsiung y antiguo presidente de la Conferencia Episcopal Regional China de Taiwán, inició su gira de «Adiós a mi vida» en octubre.
Su primera visita fue a Hsinchu, en la costa noroeste de Taiwán, y desde entonces ha visitado las otras seis diócesis de la isla.
«Trato al cáncer como mi "pequeño ángel" --explica el cardenal a Zenit en una entrevista telefónica--. Me lleva a decir a la gente que deberíamos tener el valor de afrontar los desafíos de nuestra vida».
La gira se completó el pasado 5 de diciembre con la visita del purpurado a la Universidad Católica Fu Jen en Taipei. El centro académico le ofreció un reconocimiento por su amor a la vida.
El cardenal Shan Kuo-hsi, que cumplió 84 años el 3 de diciembre, comentó que se sentía «muy feliz de ser testigo del Evangelio» en esta última etapa de su vida.
Contó que había visitado un centro contra el abuso del consumo de drogas en Taitung en el que se encontró con trescientos internos el 22 de noviembre.
Les dijo: «El cáncer me ha permitido saber que estoy en la última etapa de mi vida, debería intentar dar lo mejor de mí mismo a la sociedad».
El purpurado rezó por los internos y dijo que la gente debería usar el «amor» para solucionar los problemas de su vida diaria.
Fue diagnosticado de cáncer de pulmón en julio de 2006. Compartió con quienes ha encontrado en su viaje cómo le impresionó el diagnóstico, con la perspectiva de tener sólo cuatro o cinco meses de vida.
«Al principio, le pregunté al Señor: ‘¿Por qué a mí?'. Cuando me serené, reconocí que es la voluntad del Señor -dijo el cardenal--. El quiso que yo ayudara a otros compartiendo con ellos mi experiencia personal. Y ahora, confirmo que ‘¿Por qué no a mí?'. ¡Un cardenal no tiene el privilegio de estar siempre sano!».
El purpurado chino dijo que, después de su muerte, su cuerpo se convertirá en fertilizante de la tierra de Taiwán, pero su alma retornará al Señor.
Así mismo alabó el ejemplo heroico del anterior papa Juan Pablo II, que hizo todo lo que pudo para vivir los últimos minutos de su vida con dignidad.
El cardenal Shan Kuo-hsi es originario de la provincia de Hebei, norte de China. Dejó el continente tras ingresar en la Compañía de Jesús en 1946. Fue ordenado sacerdote en Filipinas, en 1955.
Fue nombrado obispo de Hualien, Taiwán, en 1979, y obispo de Kaohsiung, en 1991. Fue
elevado a cardenal en 1998, y pasó a ser obispo emérito en enero de 2006.
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Traducido del inglés por Nieves San Martín
HONG KONG, lunes, 10 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Tras ser diagnosticado de cáncer de pulmón el año pasado, el cardenal Paul Shan Kuo-hsi, en lugar de esperar la muerte, se ha dedicado a inspirar a otros para afrontar la vida con valor.
El cardenal jesuita, obispo emérito de Kaohsiung y antiguo presidente de la Conferencia Episcopal Regional China de Taiwán, inició su gira de «Adiós a mi vida» en octubre.
Su primera visita fue a Hsinchu, en la costa noroeste de Taiwán, y desde entonces ha visitado las otras seis diócesis de la isla.
«Trato al cáncer como mi "pequeño ángel" --explica el cardenal a Zenit en una entrevista telefónica--. Me lleva a decir a la gente que deberíamos tener el valor de afrontar los desafíos de nuestra vida».
La gira se completó el pasado 5 de diciembre con la visita del purpurado a la Universidad Católica Fu Jen en Taipei. El centro académico le ofreció un reconocimiento por su amor a la vida.
El cardenal Shan Kuo-hsi, que cumplió 84 años el 3 de diciembre, comentó que se sentía «muy feliz de ser testigo del Evangelio» en esta última etapa de su vida.
Contó que había visitado un centro contra el abuso del consumo de drogas en Taitung en el que se encontró con trescientos internos el 22 de noviembre.
Les dijo: «El cáncer me ha permitido saber que estoy en la última etapa de mi vida, debería intentar dar lo mejor de mí mismo a la sociedad».
El purpurado rezó por los internos y dijo que la gente debería usar el «amor» para solucionar los problemas de su vida diaria.
Fue diagnosticado de cáncer de pulmón en julio de 2006. Compartió con quienes ha encontrado en su viaje cómo le impresionó el diagnóstico, con la perspectiva de tener sólo cuatro o cinco meses de vida.
«Al principio, le pregunté al Señor: ‘¿Por qué a mí?'. Cuando me serené, reconocí que es la voluntad del Señor -dijo el cardenal--. El quiso que yo ayudara a otros compartiendo con ellos mi experiencia personal. Y ahora, confirmo que ‘¿Por qué no a mí?'. ¡Un cardenal no tiene el privilegio de estar siempre sano!».
El purpurado chino dijo que, después de su muerte, su cuerpo se convertirá en fertilizante de la tierra de Taiwán, pero su alma retornará al Señor.
Así mismo alabó el ejemplo heroico del anterior papa Juan Pablo II, que hizo todo lo que pudo para vivir los últimos minutos de su vida con dignidad.
El cardenal Shan Kuo-hsi es originario de la provincia de Hebei, norte de China. Dejó el continente tras ingresar en la Compañía de Jesús en 1946. Fue ordenado sacerdote en Filipinas, en 1955.
Fue nombrado obispo de Hualien, Taiwán, en 1979, y obispo de Kaohsiung, en 1991. Fue
elevado a cardenal en 1998, y pasó a ser obispo emérito en enero de 2006.
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Traducido del inglés por Nieves San Martín
¿No es una lucha extenuante durante toda la vida? / Autor: Alfonso Aguiló
Algunos luchan un día, y son buenos;
otros luchan un año, y son mejores;
unos pocos luchan toda la vida:
esos son imprescindibles.
Bertolt Brecht
— Ser generoso en ese diálogo con Dios supone una lucha constante durante toda la vida. ¿No es un poco extenuante ese planteamiento?
Todas las personas tienen que luchar y esforzarse por ser cada día mejores. Quienes lo hacen, alcanzan mucha más satisfacción y felicidad en sus vidas. En cambio, quienes se abandonan y eluden la lucha personal por mejorar, acaban teniendo que luchar más todavía por defender sus apegos y miserias, a pesar de que muchas veces son bajezas que les avergüenzan. En ese sentido, podría decirse que luchar es un descanso, pues, al menos a largo plazo, la virtud alivia y el vicio en cambio no satisface, sino que es como una droga, que crea adicción, que cada vez exige más y da menos. Hay que contar con el esfuerzo, con la lucha, con la cruz del Señor. El que no cuenta con la cruz, se la encuentra de todos modos, y entonces, además, encuentra en la cruz la desesperación. En cambio, cuando contamos con ella, aunque puedan venir momentos difíciles, estamos mucho más felices y seguros.
Satisface más el esfuerzo
Quiero con esto decir que no debe tenerse una imagen negativa de la lucha ascética o de la entrega a Dios. Estar en buena forma física supone un esfuerzo, pero esa misma buena forma hace que cada vez esos esfuerzos sean menores. Y de manera semejante podría decirse que cuidar el espíritu hace que cada vez nos cueste menos el camino de la virtud.
— Pero a veces vienen momentos malos en que no es así.
Es cierto. Igual que podemos estar en buena forma física pero, en determinado momento, pasar por una etapa peor, o por una enfermedad, o una lesión. Pero eso no quita lo anterior.
La vida tiene momentos de euforia y otros de abatimiento (a veces, dentro de un mismo día), y hemos de saber sobreponernos a los efectos negativos de esos ciclos del estado de ánimo. Esos malos momentos pueden provenir de que Dios ha permitido una etapa de sequedad interior, sin culpa nuestra, por motivos que Él bien sabrá (purificarnos, mejorar nuestra rectitud de intención, hacernos partícipes de su cruz); o pueden provenir de nuestro descuido personal, porque estamos eludiendo el esfuerzo necesario por mejorar.
La virtud se demuestra en la tentación
A esto último se refería Santa Teresa, al rememorar una larga etapa de desasosiego interior, provocado precisamente por eludir lo que Dios le pedía: "Pasaba una vida trabajosísima... Por una parte me llamaba Dios; por otra yo seguía lo mundano. Dábanme gran contento las cosas de Dios; teníanme atada las mundanas. Paréceme que quería concertar estos dos contrarios, tan enemigos uno de otro, como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos mundanos. (...) Pasé en este mar tempestuoso casi veinte años... Sé decir que es una de las vidas más penosas que me parece se puede imaginar: porque ni yo gozaba de Dios, ni traía contento con lo mundano. Cuando estaba en los contentos mundanos, en acordarme de lo que debía a Dios, era con pena; cuando estaba con Dios, las afecciones mundanas me desasosegaban. Ello es una guerra tan penosa, que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuanto más tantos años."
— Pero, aunque te decidas a ser más generoso, vendrán esos días malos en los que costará mucho ser leal a la palabra dada a Dios.
En nuestra vida tendremos muchas ocasiones de no ser leales, pero en esas ocasiones es precisamente donde se prueba nuestro amor a Dios. La lealtad, la fidelidad de una persona, se demuestra sobre todo ante las situaciones difíciles, cuando lo bueno se presenta rodeado de inconvenientes y lo malo nos atrae mucho. La honradez se demuestra, por ejemplo, cuando a uno le intentan sobornar y necesita mucho ese dinero, la fidelidad conyugal cuando se presenta una solicitación, y la valentía cuando los demás están asustados. La virtud se reconoce cuando es capaz de obrar en la adversidad.
Lealtad en la oscuridad
— Eso suena un poco a tener que fastidiarse porque has dado antes tu palabra.
Puede verse así, como si fuera una simple obligación consecuencia de un contrato, pero eso es vaciar de contenido un compromiso de amor. Porque el compromiso vocacional es un compromiso de amor (igual que el matrimonio no es un simple contrato, aunque haya un contrato). Ser llamado por Dios es una gran suerte. Es estar entre ese grupo de discípulos que seguían más de cerca al Señor, porque Él llamaba a la santidad a todos, pero a esos de un modo especial.
Y aunque pueda haber momentos en que la fidelidad se sostenga por un simple sentimiento de lealtad a la palabra dada, eso no quita mérito –al contrario– ni eficacia a esa fidelidad. Sabemos por ejemplo, que Santa Teresa, una gran santa, pasó muchos años en los que decía que le parecía como si Dios no existiese, y sin embargo ha sido guía y modelo para infinidad de personas, porque fue leal a Dios. Y la Madre Teresa de Calcuta, como ya hemos comentado, pasó también por largos años de oscuridad interior, y su fidelidad en la oscuridad ha llenado de luz a millones de almas.
El conocido engaño
— Entonces, ¿qué recomiendas para los altibajos de ánimo, para los momentos de bajón?
En los períodos bajos, cuando nuestro mundo interior está frío y gris, cualquier pequeña tentación tiende a ocupar toda la mente y adquiere un peso desproporcionado. Entonces, es fácil engañarse pensando que nuestro entusiasmo de los inicios de la conversión o de la vocación tendrían que haberse mantenido siempre. O nos creemos que la aridez actual será una situación igualmente permanente y nos amargará la existencia. Si esa idea se fija en la mente, dejamos el campo abierto a la desesperanza, o a un voluntarismo que se empeña en recobrar los viejos sentimientos de entusiasmo por pura fuerza de voluntad, cosa siempre agotadora. O llegamos al convencimiento de que los primeros entusiasmos habían sido un ingenuo acceso juvenil que el tiempo está poniendo en su sitio, y que en realidad todo ha sido una "fase" de la vida que ya ha pasado.
Hay que contar con el dolor
— Pero es que algo de eso puede ser cierto.
Indudablemente. Pero si aplicas ese planteamiento a cualquier meta o logro que una persona se haya planteado, y lo haces cuando está pasando por un momento bajo, no hay meta de largo alcance que pueda lograrse, pues siempre hay momentos malos, y la perseverancia y la fidelidad dependen precisamente de la capacidad de superarlos. "Para construir la propia vida –explicaba Benedicto XVI–, nuestro futuro exige también la paciencia y el sufrimiento. La Cruz no puede faltar en la vida de los jóvenes, y dar a entender esto no es fácil. El montañero sabe que para hacer una buena experiencia de escalada tendrá que afrontar sacrificios y entrenarse, así también el joven tiene que entender que en la escalada al futuro de la vida es necesario el ejercicio de una vida interior."
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Fuente: Interrogantes.net
otros luchan un año, y son mejores;
unos pocos luchan toda la vida:
esos son imprescindibles.
Bertolt Brecht
— Ser generoso en ese diálogo con Dios supone una lucha constante durante toda la vida. ¿No es un poco extenuante ese planteamiento?
Todas las personas tienen que luchar y esforzarse por ser cada día mejores. Quienes lo hacen, alcanzan mucha más satisfacción y felicidad en sus vidas. En cambio, quienes se abandonan y eluden la lucha personal por mejorar, acaban teniendo que luchar más todavía por defender sus apegos y miserias, a pesar de que muchas veces son bajezas que les avergüenzan. En ese sentido, podría decirse que luchar es un descanso, pues, al menos a largo plazo, la virtud alivia y el vicio en cambio no satisface, sino que es como una droga, que crea adicción, que cada vez exige más y da menos. Hay que contar con el esfuerzo, con la lucha, con la cruz del Señor. El que no cuenta con la cruz, se la encuentra de todos modos, y entonces, además, encuentra en la cruz la desesperación. En cambio, cuando contamos con ella, aunque puedan venir momentos difíciles, estamos mucho más felices y seguros.
Satisface más el esfuerzo
Quiero con esto decir que no debe tenerse una imagen negativa de la lucha ascética o de la entrega a Dios. Estar en buena forma física supone un esfuerzo, pero esa misma buena forma hace que cada vez esos esfuerzos sean menores. Y de manera semejante podría decirse que cuidar el espíritu hace que cada vez nos cueste menos el camino de la virtud.
— Pero a veces vienen momentos malos en que no es así.
Es cierto. Igual que podemos estar en buena forma física pero, en determinado momento, pasar por una etapa peor, o por una enfermedad, o una lesión. Pero eso no quita lo anterior.
La vida tiene momentos de euforia y otros de abatimiento (a veces, dentro de un mismo día), y hemos de saber sobreponernos a los efectos negativos de esos ciclos del estado de ánimo. Esos malos momentos pueden provenir de que Dios ha permitido una etapa de sequedad interior, sin culpa nuestra, por motivos que Él bien sabrá (purificarnos, mejorar nuestra rectitud de intención, hacernos partícipes de su cruz); o pueden provenir de nuestro descuido personal, porque estamos eludiendo el esfuerzo necesario por mejorar.
La virtud se demuestra en la tentación
A esto último se refería Santa Teresa, al rememorar una larga etapa de desasosiego interior, provocado precisamente por eludir lo que Dios le pedía: "Pasaba una vida trabajosísima... Por una parte me llamaba Dios; por otra yo seguía lo mundano. Dábanme gran contento las cosas de Dios; teníanme atada las mundanas. Paréceme que quería concertar estos dos contrarios, tan enemigos uno de otro, como es vida espiritual y contentos y gustos y pasatiempos mundanos. (...) Pasé en este mar tempestuoso casi veinte años... Sé decir que es una de las vidas más penosas que me parece se puede imaginar: porque ni yo gozaba de Dios, ni traía contento con lo mundano. Cuando estaba en los contentos mundanos, en acordarme de lo que debía a Dios, era con pena; cuando estaba con Dios, las afecciones mundanas me desasosegaban. Ello es una guerra tan penosa, que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuanto más tantos años."
— Pero, aunque te decidas a ser más generoso, vendrán esos días malos en los que costará mucho ser leal a la palabra dada a Dios.
En nuestra vida tendremos muchas ocasiones de no ser leales, pero en esas ocasiones es precisamente donde se prueba nuestro amor a Dios. La lealtad, la fidelidad de una persona, se demuestra sobre todo ante las situaciones difíciles, cuando lo bueno se presenta rodeado de inconvenientes y lo malo nos atrae mucho. La honradez se demuestra, por ejemplo, cuando a uno le intentan sobornar y necesita mucho ese dinero, la fidelidad conyugal cuando se presenta una solicitación, y la valentía cuando los demás están asustados. La virtud se reconoce cuando es capaz de obrar en la adversidad.
Lealtad en la oscuridad
— Eso suena un poco a tener que fastidiarse porque has dado antes tu palabra.
Puede verse así, como si fuera una simple obligación consecuencia de un contrato, pero eso es vaciar de contenido un compromiso de amor. Porque el compromiso vocacional es un compromiso de amor (igual que el matrimonio no es un simple contrato, aunque haya un contrato). Ser llamado por Dios es una gran suerte. Es estar entre ese grupo de discípulos que seguían más de cerca al Señor, porque Él llamaba a la santidad a todos, pero a esos de un modo especial.
Y aunque pueda haber momentos en que la fidelidad se sostenga por un simple sentimiento de lealtad a la palabra dada, eso no quita mérito –al contrario– ni eficacia a esa fidelidad. Sabemos por ejemplo, que Santa Teresa, una gran santa, pasó muchos años en los que decía que le parecía como si Dios no existiese, y sin embargo ha sido guía y modelo para infinidad de personas, porque fue leal a Dios. Y la Madre Teresa de Calcuta, como ya hemos comentado, pasó también por largos años de oscuridad interior, y su fidelidad en la oscuridad ha llenado de luz a millones de almas.
El conocido engaño
— Entonces, ¿qué recomiendas para los altibajos de ánimo, para los momentos de bajón?
En los períodos bajos, cuando nuestro mundo interior está frío y gris, cualquier pequeña tentación tiende a ocupar toda la mente y adquiere un peso desproporcionado. Entonces, es fácil engañarse pensando que nuestro entusiasmo de los inicios de la conversión o de la vocación tendrían que haberse mantenido siempre. O nos creemos que la aridez actual será una situación igualmente permanente y nos amargará la existencia. Si esa idea se fija en la mente, dejamos el campo abierto a la desesperanza, o a un voluntarismo que se empeña en recobrar los viejos sentimientos de entusiasmo por pura fuerza de voluntad, cosa siempre agotadora. O llegamos al convencimiento de que los primeros entusiasmos habían sido un ingenuo acceso juvenil que el tiempo está poniendo en su sitio, y que en realidad todo ha sido una "fase" de la vida que ya ha pasado.
Hay que contar con el dolor
— Pero es que algo de eso puede ser cierto.
Indudablemente. Pero si aplicas ese planteamiento a cualquier meta o logro que una persona se haya planteado, y lo haces cuando está pasando por un momento bajo, no hay meta de largo alcance que pueda lograrse, pues siempre hay momentos malos, y la perseverancia y la fidelidad dependen precisamente de la capacidad de superarlos. "Para construir la propia vida –explicaba Benedicto XVI–, nuestro futuro exige también la paciencia y el sufrimiento. La Cruz no puede faltar en la vida de los jóvenes, y dar a entender esto no es fácil. El montañero sabe que para hacer una buena experiencia de escalada tendrá que afrontar sacrificios y entrenarse, así también el joven tiene que entender que en la escalada al futuro de la vida es necesario el ejercicio de una vida interior."
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Fuente: Interrogantes.net
Amistad que transforma / Autor: Óscar David Jiménez
El amor humano fundamenta este afecto personal y desinteresado. La amistad muestra que tendemos naturalmente a relacionarnos con los demás.
Hay personas que nos eclipsan, o que al verlas son ya de nuestro “club”, porque coinciden con nuestro modo de pensar o de ser. Sin embargo, hay otras que nos resultan no tan simpáticas o agradables a la primera vez, quizá porque tenemos prejuicios o porque no las juzgamos “dignas” de nuestra amistad. Aquí recae la necesidad de saber valorar a las personas por lo que son: hijos de Dios, y no por lo que tienen, o infundadamente nos parecen. Los prejuicios se acaban cuando conocemos, aceptamos y tratamos de auxiliar a los demás.
Buscar el bien del otro
La amistad es el amor humano más puro, pues el mismo Agustín de Hipona afirmaba: "Aborrecí todas las meras cosas materiales, porque en ninguna encontré la amistad". Esto quiere decir que nuestro corazón está hecho, principalmente, para amar a personas humanas, como nosotros, pero que tiene su culminación en el amor sobrenatural.
Los amigos surgen en la medida que recorremos la vida. El amigo verdadero es quien nos conduce al bien y a la verdad. El amigo desea lo mejor de nosotros. No concibe la vida sin amor. Sabe disculpar. Permanece a nuestro lado cuando todos se han ido. Se alegra en los triunfos. En definitiva: un amigo es un gran tesoro.
El amor más fuerte
La amistad se va perfilando y llevando a una mayor madurez progresivamente. No es lo mismo poseer amistades cuando tenemos seis años que cuarenta o sesenta. La auténtica amistad se purifica en el crisol del tiempo, de las dificultades, de la disponibilidad, del perdón, del interés sincero por cada amigo…
Para un cristiano la fuerza de la amistad es singularísima y del todo superior. Nuestro amigo más fiel y distinguido es Cristo, que nos quiso mostrar el camino más seguro y completo para ser amados.
La atracción portentosa de su amistad arrastra corazones hacia la verdad y hacia el bien. Cristo no oculta a sus amigos la exigencia de su amistad. ¡Cuántos de nuestros hermanos cristianos se entregaron completamente por el Amigo! Miles de mártires-amigos atestiguan que su amistad no es cualquier cosa.
El amor cristiano sobrenatural es mucho más fuerte que la vida y que la muerte. ¡Qué honra para tal Amigo así preferido! No sólo los mártires le han resaltado como el más digno y fiel, sino también los cristianos "de calle", ésos que día a día desgastan su vida con amor y esperanza en un Dios que les aguarda en el cielo para toda la eternidad.
La exigencia de una amistad
Es imposible olvidar el testimonio del P. Andrea Santoro, sacerdote italiano misionero en Turquía, que fue asesinado el 5 de febrero, mientras rezaba en la iglesia en la que era párroco en Trabzon, ciudad del Mar Negro. Nuevamente podemos reencontrar en el mundo esos amigos que dan todo por un Cristo cercano. El P. Andrea era la referencia del amor cristiano aún no conocido por muchos.
Si queremos ser amigos en verdad de Cristo y de nuestros semejantes, hemos de actuar como nos lo pide el Amigo. Cristo no pide imposibles. La misma amistad implica un "sí" al Amigo e implica un "no" a lo que no es compatible con esta amistad, que es incompatible con la vida de la familia de Dios, con la vida verdadera en Cristo.
Así apuntan sabiamente algunas palabras de nuestro querido Papa Benedicto XVI: «Cuando decimos un "no" a la cultura de la muerte, ampliamente dominante, una "anticultura" que se manifiesta, por ejemplo, en la droga, en la huida de lo real hacia lo ilusorio, hacia una felicidad falsa que se expresa en la mentira, en el fraude, en la injusticia, en el desprecio del otro, de la solidaridad, de la responsabilidad con respecto a los pobres y los que sufren; que se expresa en una sexualidad que se convierte en pura diversión sin responsabilidad, que se transforma en "cosificación", pues no se le considera persona, digno de un amor personal, que exige fidelidad, sino que se convierte en una mera mercancía.
Un amor siempre positivo
Cuando decimos "sí" a su amistad, todo este contenido se expresa en los diez mandamientos, que no son un paquete de prohibiciones, de "no", sino que presentan en realidad una gran visión de vida. Son un "sí" a un Dios Amigo que da sentido al vivir (los tres primeros mandamientos); un "sí" a la familia (cuarto); un "sí" a la vida (quinto); un "sí" al amor responsable (sexto mandamiento); un "sí" a la solidaridad, a la responsabilidad social, a la justicia (séptimo); un "sí" a la verdad (octavo); un "sí" al respeto del otro y de lo que pertenece (noveno y décimo). Todo esto es lo que hace feliz la vida y lo que nos hace poseer una auténtica amistad».
Ahora más que nunca ha de resonar esa invitación del Vicario de Cristo: "quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera".
El secreto de la amistad está en actuar por principios, con valentía y amor, si realizamos esto, Cristo nos dirá: "vosotros sois mis amigos".
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virtudesyvalores.com
Hay personas que nos eclipsan, o que al verlas son ya de nuestro “club”, porque coinciden con nuestro modo de pensar o de ser. Sin embargo, hay otras que nos resultan no tan simpáticas o agradables a la primera vez, quizá porque tenemos prejuicios o porque no las juzgamos “dignas” de nuestra amistad. Aquí recae la necesidad de saber valorar a las personas por lo que son: hijos de Dios, y no por lo que tienen, o infundadamente nos parecen. Los prejuicios se acaban cuando conocemos, aceptamos y tratamos de auxiliar a los demás.
Buscar el bien del otro
La amistad es el amor humano más puro, pues el mismo Agustín de Hipona afirmaba: "Aborrecí todas las meras cosas materiales, porque en ninguna encontré la amistad". Esto quiere decir que nuestro corazón está hecho, principalmente, para amar a personas humanas, como nosotros, pero que tiene su culminación en el amor sobrenatural.
Los amigos surgen en la medida que recorremos la vida. El amigo verdadero es quien nos conduce al bien y a la verdad. El amigo desea lo mejor de nosotros. No concibe la vida sin amor. Sabe disculpar. Permanece a nuestro lado cuando todos se han ido. Se alegra en los triunfos. En definitiva: un amigo es un gran tesoro.
El amor más fuerte
La amistad se va perfilando y llevando a una mayor madurez progresivamente. No es lo mismo poseer amistades cuando tenemos seis años que cuarenta o sesenta. La auténtica amistad se purifica en el crisol del tiempo, de las dificultades, de la disponibilidad, del perdón, del interés sincero por cada amigo…
Para un cristiano la fuerza de la amistad es singularísima y del todo superior. Nuestro amigo más fiel y distinguido es Cristo, que nos quiso mostrar el camino más seguro y completo para ser amados.
La atracción portentosa de su amistad arrastra corazones hacia la verdad y hacia el bien. Cristo no oculta a sus amigos la exigencia de su amistad. ¡Cuántos de nuestros hermanos cristianos se entregaron completamente por el Amigo! Miles de mártires-amigos atestiguan que su amistad no es cualquier cosa.
El amor cristiano sobrenatural es mucho más fuerte que la vida y que la muerte. ¡Qué honra para tal Amigo así preferido! No sólo los mártires le han resaltado como el más digno y fiel, sino también los cristianos "de calle", ésos que día a día desgastan su vida con amor y esperanza en un Dios que les aguarda en el cielo para toda la eternidad.
La exigencia de una amistad
Es imposible olvidar el testimonio del P. Andrea Santoro, sacerdote italiano misionero en Turquía, que fue asesinado el 5 de febrero, mientras rezaba en la iglesia en la que era párroco en Trabzon, ciudad del Mar Negro. Nuevamente podemos reencontrar en el mundo esos amigos que dan todo por un Cristo cercano. El P. Andrea era la referencia del amor cristiano aún no conocido por muchos.
Si queremos ser amigos en verdad de Cristo y de nuestros semejantes, hemos de actuar como nos lo pide el Amigo. Cristo no pide imposibles. La misma amistad implica un "sí" al Amigo e implica un "no" a lo que no es compatible con esta amistad, que es incompatible con la vida de la familia de Dios, con la vida verdadera en Cristo.
Así apuntan sabiamente algunas palabras de nuestro querido Papa Benedicto XVI: «Cuando decimos un "no" a la cultura de la muerte, ampliamente dominante, una "anticultura" que se manifiesta, por ejemplo, en la droga, en la huida de lo real hacia lo ilusorio, hacia una felicidad falsa que se expresa en la mentira, en el fraude, en la injusticia, en el desprecio del otro, de la solidaridad, de la responsabilidad con respecto a los pobres y los que sufren; que se expresa en una sexualidad que se convierte en pura diversión sin responsabilidad, que se transforma en "cosificación", pues no se le considera persona, digno de un amor personal, que exige fidelidad, sino que se convierte en una mera mercancía.
Un amor siempre positivo
Cuando decimos "sí" a su amistad, todo este contenido se expresa en los diez mandamientos, que no son un paquete de prohibiciones, de "no", sino que presentan en realidad una gran visión de vida. Son un "sí" a un Dios Amigo que da sentido al vivir (los tres primeros mandamientos); un "sí" a la familia (cuarto); un "sí" a la vida (quinto); un "sí" al amor responsable (sexto mandamiento); un "sí" a la solidaridad, a la responsabilidad social, a la justicia (séptimo); un "sí" a la verdad (octavo); un "sí" al respeto del otro y de lo que pertenece (noveno y décimo). Todo esto es lo que hace feliz la vida y lo que nos hace poseer una auténtica amistad».
Ahora más que nunca ha de resonar esa invitación del Vicario de Cristo: "quien deja entrar a Cristo (en la propia vida) no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera".
El secreto de la amistad está en actuar por principios, con valentía y amor, si realizamos esto, Cristo nos dirá: "vosotros sois mis amigos".
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virtudesyvalores.com
jueves, 6 de diciembre de 2007
Gerardo’s Update / Autor: Óscar Cabello, L.C.
Gerardo Sierra vive en la ciudad de México. A sus 42 años, ha sentido molestias en el corazón. Acude al médico, análisis y el diagnóstico…
Ésta es una historia en la que la enfermedad y la muerte de un ser querido son los actores secundarios. Las protagonistas son tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad. Asomémonos al alma de Gerardo; él nos la abre con una serie de mensajes de correo electrónico titulados «Gerardo’s update».
Finales de junio. Gerardo informa a sus amigos que estará fuera de la oficina. Escribe: «El motivo de este mensaje es comunicarles que me someteré a una intervención quirúrgica del corazón. Me tienen que sustituir la válvula aórtica. Les encargo una oración».
Ingresa al hospital el 9 de julio. En los exámenes le detectan cáncer en la tiroides y la garganta. Es necesario extirparle la glándula y limpiar bien el resto. El corazón debe esperar. Desde el hospital Gerardo informa a sus amigos de su situación. Pide siempre oraciones.
El 19 de julio escribe: «Ahora les quiero pedir que las oraciones que están haciéndome el favor de ofrecer por mi salud las dirijan ahora por la salud de mi mamá. El pasado viernes ingresó al hospital…, hoy nos comunicaron que su estado es muy delicado y las próximas 36 a 48 horas son decisivas. La oración es para aceptar lo que Dios quiera para nosotros y que nos mantenga la fe y la esperanza».
La mamá de Gerardo muere; él puede salir del hospital para ir al sepelio. Escribe: «Siento un profundo dolor y tristeza de no tenerla más a mi lado, pero por otro lado tengo un gran consuelo y alegría porque está en presencia de Dios y en compañía de mi papá; y como toda madre seguirá cuidando de sus hijos. Le doy gracias a Dios por haberla tenido durante mis 42 años y ahora la tendré eternamente aunque no a mi lado pero sí muy cerca de mí».
Después de este momento tan difícil se programa la anunciada operación del corazón para el 2 de agosto. Comienza a encomendarse a su mamá; termina así sus mensajes: «Le doy gracias a mi mamá por estar intercediendo por mí desde el cielo y a todos ustedes por sus oraciones». Agradece que la operación sea en un día consagrado a la Virgen María y a los ángeles custodios. Esto le da seguridad.
La operación se realiza con gran éxito; después de tres días en terapia intensiva, se da un tiempo para informar de su situación. En su mensaje se lee: «Las últimas 5 semanas han sido las más difíciles de mi vida; pero estoy convencido que la fuerza de la oración ayuda no sólo a que la fe no disminuya, sino al contrario, ayuda a fortalecerla. Poco a poco iré ordenando mis ideas para trasmitirles los frutos que todos obtenemos de estas situaciones».
9 de agosto. Gerardo es dado de alta. Agradece la cercanía de su esposa, hijos, familiares y amigos. Se da cuenta que ha olvidado a alguien importante. Escribe: «Cometí un error muy grande que quiero enmendar y es darle las gracias a mí papá que junto con mi mamá, están intercediendo por mí y toda la familia desde el cielo».
Es difícil apretar en unas cuantas líneas una historia tan cargada de emociones, Pero creo que el esfuerzo es válido, porque este testimonio nos ayuda a hacer un “update” para agradecer a Dios su cercanía, especialmente, en los momentos difíciles de la vida.
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Fuente: www.buenas-noticias.org
Ésta es una historia en la que la enfermedad y la muerte de un ser querido son los actores secundarios. Las protagonistas son tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad. Asomémonos al alma de Gerardo; él nos la abre con una serie de mensajes de correo electrónico titulados «Gerardo’s update».
Finales de junio. Gerardo informa a sus amigos que estará fuera de la oficina. Escribe: «El motivo de este mensaje es comunicarles que me someteré a una intervención quirúrgica del corazón. Me tienen que sustituir la válvula aórtica. Les encargo una oración».
Ingresa al hospital el 9 de julio. En los exámenes le detectan cáncer en la tiroides y la garganta. Es necesario extirparle la glándula y limpiar bien el resto. El corazón debe esperar. Desde el hospital Gerardo informa a sus amigos de su situación. Pide siempre oraciones.
El 19 de julio escribe: «Ahora les quiero pedir que las oraciones que están haciéndome el favor de ofrecer por mi salud las dirijan ahora por la salud de mi mamá. El pasado viernes ingresó al hospital…, hoy nos comunicaron que su estado es muy delicado y las próximas 36 a 48 horas son decisivas. La oración es para aceptar lo que Dios quiera para nosotros y que nos mantenga la fe y la esperanza».
La mamá de Gerardo muere; él puede salir del hospital para ir al sepelio. Escribe: «Siento un profundo dolor y tristeza de no tenerla más a mi lado, pero por otro lado tengo un gran consuelo y alegría porque está en presencia de Dios y en compañía de mi papá; y como toda madre seguirá cuidando de sus hijos. Le doy gracias a Dios por haberla tenido durante mis 42 años y ahora la tendré eternamente aunque no a mi lado pero sí muy cerca de mí».
Después de este momento tan difícil se programa la anunciada operación del corazón para el 2 de agosto. Comienza a encomendarse a su mamá; termina así sus mensajes: «Le doy gracias a mi mamá por estar intercediendo por mí desde el cielo y a todos ustedes por sus oraciones». Agradece que la operación sea en un día consagrado a la Virgen María y a los ángeles custodios. Esto le da seguridad.
La operación se realiza con gran éxito; después de tres días en terapia intensiva, se da un tiempo para informar de su situación. En su mensaje se lee: «Las últimas 5 semanas han sido las más difíciles de mi vida; pero estoy convencido que la fuerza de la oración ayuda no sólo a que la fe no disminuya, sino al contrario, ayuda a fortalecerla. Poco a poco iré ordenando mis ideas para trasmitirles los frutos que todos obtenemos de estas situaciones».
9 de agosto. Gerardo es dado de alta. Agradece la cercanía de su esposa, hijos, familiares y amigos. Se da cuenta que ha olvidado a alguien importante. Escribe: «Cometí un error muy grande que quiero enmendar y es darle las gracias a mí papá que junto con mi mamá, están intercediendo por mí y toda la familia desde el cielo».
Es difícil apretar en unas cuantas líneas una historia tan cargada de emociones, Pero creo que el esfuerzo es válido, porque este testimonio nos ayuda a hacer un “update” para agradecer a Dios su cercanía, especialmente, en los momentos difíciles de la vida.
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Fuente: www.buenas-noticias.org
Corona de Adviento: La justicia / Autor: P. Antonio Rivero, LC
“Dar a cada quien lo suyo”. Así se ha definido siempre la justicia.
Si vamos a la etimología, justicia proviene del sustantivo latino “ius”, que significa derecho. Es justo el hombre que concede a cada uno sus derechos, lo que le es debido por ser lo que es en todos los órdenes. Por tanto, la justicia consiste en la constante y firme voluntad de dar a los demás lo que les es debido.
La justicia es un valor que acompaña el ejercicio de la correspondiente virtud moral cardinal. Desde el punto de vista subjetivo, la justicia se traduce en la actitud determinada por la voluntad de reconocer al otro como persona. Desde el punto de vista objetivo, este valor y virtud constituye el criterio determinante de moralidad en el ámbito intersubjetivo y social.
Hoy la justicia se muestra particularmente importante en el contexto actual, en que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, está seriamente amenazado por la generalizada tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de utilidad y del tener.
La justicia no es una simple convención humana, porque lo que es “justo” no es originalmente determinado por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano.
Esta virtud regula las relaciones entre los hombres en sus múltiples manifestaciones: con Dios, con los demás y consigo mismo.
Tenemos que ser justos, primero, con Dios. La justicia con Dios se llama virtud de religión. Debemos dar a Dios honor y gloria. Debemos dar a Dios el primer lugar. Y esto se demuestra en dedicar un tiempo al día para agradecerle la vida, la fe, y tantas gracias que a diario Él nos da en el orden espiritual y material, familiar y laboral. Aquí entrarían esos minutos al día para leer la Biblia y entrar en diálogo con Él. Aquí entraría ese participar activa y fervorosamente de la misa dominical. Aquí también la oración de agradecimiento antes de las comidas. O ese rezo del rosario en familia. Todo esto es justicia con Dios por ser quien es: nuestro Señor, nuestro Padre y nuestro Dios.
Tenemos que ser justos, sobre todo, con los demás. Esta justicia garantiza básicamente el respeto mutuo en el uso de los bienes que Dios nos ha otorgado, que son para todos y que miran no sólo a nuestra utilidad en este mundo, sino también para que nos ayuden a llegar hasta Dios. El Magisterio social de la Iglesia evoca al respecto tres formas clásicas de justicia: la conmutativa, la distributiva y la legal. Dice el Catecismo de la Iglesia católica: “Los contratos están sometidos a la justicia conmutativa, que regula los intercambios entre las personas y entre las instituciones en el respeto exacto de sus derechos. La justicia conmutativa obliga estrictamente; exige la salvaguardia de los derechos de propiedad, el pago de las deudas y el cumplimiento de obligaciones libremente contraídas. Sin justicia conmutativa no es posible ninguna otra forma de justicia. La justicia conmutativa se distingue de la justicia legal, que se refiere a lo que el ciudadano debe equitativamente a la comunidad, y de la justicia distributiva que regula lo que la comunidad debe a los ciudadanos en proporción a sus contribuciones y a sus necesidades” (número 2411). “En virtud de la justicia conmutativa, la reparación de la injusticia cometida exige la restitución del bien robado a su propietario…” (número 2412).
Por tanto, bajando a detalles, se falta a la justicia, y a veces gravemente, mediante el hurto, la rapiña, el fraude, la usura, la extorsión, el plagio, la retención injusta del algo ajeno. Se falta a la justicia, cuando por negligencia se retrasan los salarios o pagos, pudiendo hacerlo a tiempo. Mientras se pueda, convendría pagar al contado, sobre todo a los que lo necesitan, y al día siguiente de terminar el mes. Sí, falta a la justicia:
• El patrón que retrasa el pago del salario a los obreros, sin causa justa.
• El que se niega a pagar sus deudas pudiendo hacerlo.
• Los que no devuelven las cosas prestadas o las devuelven en mal estado.
• Los que engañan en la administración de bienes ajenos.
• Los que falsifican dinero.
• El que estafa a quien le confió la administración de sus bienes.
• Los que guardan la cosa perdida sin buscar al dueño.
• El que con gastos excesivos se imposibilita para pagar sus deudas.
• Los comerciantes que provocan quiebras ficticias para declararse insolventes.
• El que sabiendo que en el supermercado se ha equivocado la cajera y le ha dado dinero de más, y no hace nada por devolverlo.
Tenemos que ser justos, finalmente, con nosotros mismos. A esto lo llamamos humildad. La justicia con nosotros mismos significa ponernos en el lugar que nos corresponde: ni arriba ni abajo. Y si ahondamos un poco, sabemos que el lugar que nos corresponde es el último, porque somos criaturas de Dios, servidores de nuestros hermanos y además pesa sobre nosotros una realidad profunda: somos pecadores.
Tratemos de vivir esta virtud de la justicia con más conciencia, sobre todo con nuestro prójimo. Y unamos a la virtud de la justicia, la virtud del amor y de la solidariedad. Sólo así superaremos la visión contractual de la justicia, que es visión limitada. La justicia sola no basta. Puede incluso llegar a negarse a sí misma, si no se abre a aquella fuerza más profunda que es el amor.
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Fuente: GAMA - Virtudes y valores
Adviento. Alguien llega / Autor: P. Antonio Rivero, L.C.
Adviento. Sí, llegada de Alguien importante, para algo importante, por algo importante, a un lugar importante. Descubramos el sentido profundo de este tiempo litúrgico tan sencillo, austero y propicio para la meditación y la esperanza.
En cada adviento revivimos, con la fe, y volvemos hacer presente en la esperanza la primera venida de Cristo en su carne sencilla, prestada por María, hace más de dos mil años. Y al mismo tiempo ese adviento, todo adviento, nos lanza y nos proyecta y nos hace desear la última venida de Cristo al final de los tiempos en toda su gloria y majestad, como nos describe san Mateo en el capítulo 25: “Ven, Señor Jesús”. Pero también en cada adviento, si vivimos en clave de amor y de fe, podemos recibir y descubrir la venida intermedia de Cristo en su Eucaristía –detrás de ese pan y vino, que ya no es pan ni vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo-, en el prójimo necesitado –pregunten, si no, a san Martín de Tours cuando dio la mitad de su manto a ese pobre aterido de frío en pleno invierno francés hace ya muchos, muchos años, y en la noche Cristo se le apareció vestido con esa mitad del manto para agradecerle ese hermoso gesto de caridad-, o también descubrir el rostro de Cristo detrás de ese dolor o adversidad de la vida. Cristo continúa viniendo. El adviento es continuo y eterno. El hombre vive en perpetuo adviento. Cristo viene siempre, cada año, cada mes, cada semana, cada día, cada hora y cada minuto. Basta estar atento y no embotado en las mil preocupaciones.
Quién llega: Es Jesucristo, nuestro Señor, nuestro Salvador, el Redentor del mundo, el Señor de la vida y de la historia, mi Amigo, El Agua viva que sacia mi sed de felicidad, el Pan de vida que nutre mi alma, el Buen Pastor que me conoce y me ama y da su vida por mí, la Luz verdadera que ilumina mi sendero, el Camino hacia la Vida eterna, la Verdad del Padre que no engaña, la Vida auténtica que vivifica.
Cómo llega: Llegó humilde, pobre, sufrido, puro hace más de dos mil años en Belén. Llega escondido en ese trozo de pan y en esas gotas de vino en cada Eucaristía, pero que ya no son pan ni vino, sino el Cuerpo sacrosanto y la Sangre bendita de Cristo resucitado y glorioso. Y llega disfrazado en ese prójimo enfermo, pobre, necesitado, antipático, a quien podemos descubrir con la fe límpida y el amor comprensivo. Y llega silencioso o con estruendo en ese accidente en la carretera, en esa enfermedad que no entiendemos, en esa muerte del ser querido, para recordarnos que Él atravesó también por esas situaciones humanas y les dio sentido hondo y profundo.
Por qué llega: porque quiere hacernos partícipes de su amor y amistad. Quiere renovar una vez más su alianza con nosotros. El amor es el motor de estas continuas venidas de Cristo a nuestro mundo, a nuestra casa, a nuestra alma. No hay otra razón.
Para qué llega: para dar un sentido de trascendencia a nuestra vida, para decirnos que somos peregrinos en este mundo y que hay que seguir caminando y cantando. Llega para enjugar nuestras lágrimas amargas. Llega para agradecernos esos detalles de amor que con Él tenemos a diario. Llega para hablarnos del Padre, a quien Él tanto ama. Llega para alimentar nuestras ansias de felicidad. Llega para curar nuestras heridas, provocadas por nuestras pasiones aliadas con el enemigo de nuestra alma. Llega para recordarnos que no estamos solos, que Él está a nuestro lado como baluarte y sostén. Llega para pedirnos también una mano y nuestros labios y nuestro corazón, porque quiere que prediquemos su Palabra por todos los rincones del mundo.
Dónde llega: llega a nuestro mundo convulso y desorientado y hambriento de paz, de calor, de caridad y de un trozo de pan; a nuestras familias tal vez divididas o en armonía; a nuestros corazones inquietos como el de san Agustín de Hipona, corazón que sólo descansó en Dios. Quiere llegar a todos los parlamentos internacionales y nacionales para dar sentido y moralidad a las leyes que ahí se emanan. Quiere llegar al palacio del rico, como a la choza del pobre. Quiere llegar junto al lecho de un enfermo en el hospital, como también a ese salón de fiestas, dónde él no viene a aguar nuestras alegrías humanas sino a purificarlas y orientarlas. Quiere llegar al mundo de los niños, para cuidarles su inocencia y pureza. Quiere llegar al mundo de los jóvenes, para sostenerles en sus luchas duras y enseñarles lo que es el verdadero amor. Quiere llegar al mundo de los adultos para decirles que es posible la alegría y el entusiasmo en medio del trabajo agotador y exhausto de cada día. Quiere llegar a cada familia para llevarles el calor del amor, reflejo del amor trinitario. Quiere llegar al mundo de los ancianos para sostenerles con el báculo del aliento y la caricia de la sonrisa. Quiere llegar al mundo de los gobernantes para decirles que su autoridad proviene de Dios, que deben buscar el bien común y que deberán dar cuenta de ella.
Cuántas veces llega: si estamos atentos, no hay minuto en que no percibamos la venida de Cristo a nuestra vida. Basta estar con los ojos de la fe bien abiertos, con el corazón despierto y preparado por la honestidad, y con las manos siempre tendidas para el abrazo de ese Cristo que sabe venir de mil maneras. Por tanto, podemos decir que siempre es adviento. Es más, nuestra vida debe ser vivida en actitud de adviento: alguien llega. No vayamos a estar somnolientos y distraídos.
Cómo prepararnos: nos ayudará en este tiempo leer al profeta Isaías, meditar en san Juan Bautista que encontramos al inicio de los evangelios y contemplar a María. Isaías con su nostalgia del Mesías nos prepara para la última venida de Cristo. San Juan Bautista nos prepara para esas venidas intermedias de Cristo en cada acontecimiento diario y sobre todo en la Eucaristía. Y María nos hará vivir, rememorar en la fe ese primer adviento que Ella vivió con tanta esperanza, amor y silencio, para poder abrazar a ese Niño Jesús sencillo, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
Adviento, tiempo de gracia y bendición. Llega alguien, sí. Llega Dios. Y Dios es todo. Dios no quita nada. Dios da todo lo que hace hermosa a una vida. Y hay que abrirle la puerta y Él entrará y cenará con nosotros y nosotros con Él. Y nos hará partícipes de su amor y felicidad. ¡Qué triste quien no le abra la puerta a Cristo, dejándolo fuera, helándose y despreciado, con sus Dones entre sus Manos benditas! ¿Habrá alguien así, desalmado y sin sentimientos? ¡No lo creo! Al menos no lo quiero creer.
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Fuente: Catholic.net
En cada adviento revivimos, con la fe, y volvemos hacer presente en la esperanza la primera venida de Cristo en su carne sencilla, prestada por María, hace más de dos mil años. Y al mismo tiempo ese adviento, todo adviento, nos lanza y nos proyecta y nos hace desear la última venida de Cristo al final de los tiempos en toda su gloria y majestad, como nos describe san Mateo en el capítulo 25: “Ven, Señor Jesús”. Pero también en cada adviento, si vivimos en clave de amor y de fe, podemos recibir y descubrir la venida intermedia de Cristo en su Eucaristía –detrás de ese pan y vino, que ya no es pan ni vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Cristo-, en el prójimo necesitado –pregunten, si no, a san Martín de Tours cuando dio la mitad de su manto a ese pobre aterido de frío en pleno invierno francés hace ya muchos, muchos años, y en la noche Cristo se le apareció vestido con esa mitad del manto para agradecerle ese hermoso gesto de caridad-, o también descubrir el rostro de Cristo detrás de ese dolor o adversidad de la vida. Cristo continúa viniendo. El adviento es continuo y eterno. El hombre vive en perpetuo adviento. Cristo viene siempre, cada año, cada mes, cada semana, cada día, cada hora y cada minuto. Basta estar atento y no embotado en las mil preocupaciones.
Quién llega: Es Jesucristo, nuestro Señor, nuestro Salvador, el Redentor del mundo, el Señor de la vida y de la historia, mi Amigo, El Agua viva que sacia mi sed de felicidad, el Pan de vida que nutre mi alma, el Buen Pastor que me conoce y me ama y da su vida por mí, la Luz verdadera que ilumina mi sendero, el Camino hacia la Vida eterna, la Verdad del Padre que no engaña, la Vida auténtica que vivifica.
Cómo llega: Llegó humilde, pobre, sufrido, puro hace más de dos mil años en Belén. Llega escondido en ese trozo de pan y en esas gotas de vino en cada Eucaristía, pero que ya no son pan ni vino, sino el Cuerpo sacrosanto y la Sangre bendita de Cristo resucitado y glorioso. Y llega disfrazado en ese prójimo enfermo, pobre, necesitado, antipático, a quien podemos descubrir con la fe límpida y el amor comprensivo. Y llega silencioso o con estruendo en ese accidente en la carretera, en esa enfermedad que no entiendemos, en esa muerte del ser querido, para recordarnos que Él atravesó también por esas situaciones humanas y les dio sentido hondo y profundo.
Por qué llega: porque quiere hacernos partícipes de su amor y amistad. Quiere renovar una vez más su alianza con nosotros. El amor es el motor de estas continuas venidas de Cristo a nuestro mundo, a nuestra casa, a nuestra alma. No hay otra razón.
Para qué llega: para dar un sentido de trascendencia a nuestra vida, para decirnos que somos peregrinos en este mundo y que hay que seguir caminando y cantando. Llega para enjugar nuestras lágrimas amargas. Llega para agradecernos esos detalles de amor que con Él tenemos a diario. Llega para hablarnos del Padre, a quien Él tanto ama. Llega para alimentar nuestras ansias de felicidad. Llega para curar nuestras heridas, provocadas por nuestras pasiones aliadas con el enemigo de nuestra alma. Llega para recordarnos que no estamos solos, que Él está a nuestro lado como baluarte y sostén. Llega para pedirnos también una mano y nuestros labios y nuestro corazón, porque quiere que prediquemos su Palabra por todos los rincones del mundo.
Dónde llega: llega a nuestro mundo convulso y desorientado y hambriento de paz, de calor, de caridad y de un trozo de pan; a nuestras familias tal vez divididas o en armonía; a nuestros corazones inquietos como el de san Agustín de Hipona, corazón que sólo descansó en Dios. Quiere llegar a todos los parlamentos internacionales y nacionales para dar sentido y moralidad a las leyes que ahí se emanan. Quiere llegar al palacio del rico, como a la choza del pobre. Quiere llegar junto al lecho de un enfermo en el hospital, como también a ese salón de fiestas, dónde él no viene a aguar nuestras alegrías humanas sino a purificarlas y orientarlas. Quiere llegar al mundo de los niños, para cuidarles su inocencia y pureza. Quiere llegar al mundo de los jóvenes, para sostenerles en sus luchas duras y enseñarles lo que es el verdadero amor. Quiere llegar al mundo de los adultos para decirles que es posible la alegría y el entusiasmo en medio del trabajo agotador y exhausto de cada día. Quiere llegar a cada familia para llevarles el calor del amor, reflejo del amor trinitario. Quiere llegar al mundo de los ancianos para sostenerles con el báculo del aliento y la caricia de la sonrisa. Quiere llegar al mundo de los gobernantes para decirles que su autoridad proviene de Dios, que deben buscar el bien común y que deberán dar cuenta de ella.
Cuántas veces llega: si estamos atentos, no hay minuto en que no percibamos la venida de Cristo a nuestra vida. Basta estar con los ojos de la fe bien abiertos, con el corazón despierto y preparado por la honestidad, y con las manos siempre tendidas para el abrazo de ese Cristo que sabe venir de mil maneras. Por tanto, podemos decir que siempre es adviento. Es más, nuestra vida debe ser vivida en actitud de adviento: alguien llega. No vayamos a estar somnolientos y distraídos.
Cómo prepararnos: nos ayudará en este tiempo leer al profeta Isaías, meditar en san Juan Bautista que encontramos al inicio de los evangelios y contemplar a María. Isaías con su nostalgia del Mesías nos prepara para la última venida de Cristo. San Juan Bautista nos prepara para esas venidas intermedias de Cristo en cada acontecimiento diario y sobre todo en la Eucaristía. Y María nos hará vivir, rememorar en la fe ese primer adviento que Ella vivió con tanta esperanza, amor y silencio, para poder abrazar a ese Niño Jesús sencillo, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
Adviento, tiempo de gracia y bendición. Llega alguien, sí. Llega Dios. Y Dios es todo. Dios no quita nada. Dios da todo lo que hace hermosa a una vida. Y hay que abrirle la puerta y Él entrará y cenará con nosotros y nosotros con Él. Y nos hará partícipes de su amor y felicidad. ¡Qué triste quien no le abra la puerta a Cristo, dejándolo fuera, helándose y despreciado, con sus Dones entre sus Manos benditas! ¿Habrá alguien así, desalmado y sin sentimientos? ¡No lo creo! Al menos no lo quiero creer.
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Fuente: Catholic.net
"Suficiencia o gratitud" / Autor: Alfonso Aguiló
A finales del siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nüremberg, vivía una familia numerosa. Para poder poner pan en la mesa para tantos, el padre trabaja de la mañana a la noche en un pequeño taller de orfebrería. A pesar de las modestas condiciones en que viven, dos de los hijos demuestran desde muy pronto tener grandes dotes para el arte. Ambos quieren desarrollar ese talento, pero saben bien que su padre jamás podrá enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia. Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegan a un acuerdo. Lanzarán al aire una moneda. El que pierda trabajará en las minas para pagar los estudios del que gane. Al terminar los estudios, se cambiarán las tornas y el otro sufragará los gastos del que ha quedado en casa.
Había pasado su oportunidad
Lanzan al aire la moneda un domingo al salir de la iglesia. El que gana se va a estudiar a Nüremberg y desde el primer momento es toda una revelación en la Academia. Los grabados de Albretch Dürer, sus tallas y sus óleos enseguida llegan a ser mejores que los de muchos de sus profesores, y al graduarse, sus obras ya han comenzado a cotizarse considerablemente. Cuando regresa a su aldea, la familia se reúne en una memorable velada. Al final, Albretch propone un brindis por su hermano, que tanto se ha sacrificado para hacer posibles sus estudios. Sus palabras finales son: «Y ahora, hermano mío, eres tú quien debe marchar a Nüremberg». Pero su hermano tiene el rostro empapado en lágrimas y mueve de un lado a otro la cabeza.
Finalmente, se seca las lágrimas, mira por un momento a cada uno, se dirige a su hermano y le dice sin acritud: «No, Albretch, no puedo ir a Nüremberg. Ya es tarde. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso se me ha roto alguna vez, y la artritis de mi mano derecha ha avanzado tanto que ya no podría trabajar con la precisión y la destreza que exigen en la Academia. No quería que lo supieras hasta ahora, pero para mí ya es tarde».
Han pasado más de quinientos años desde ese día. Hoy los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albretch Dürer pueden ser contemplados en museos de todo el mundo. Pero una de ellas, titulada “Manos que oran”, parece reproducir las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo, en homenaje a su sacrificio.
Agradecer oportunidades
Este emotivo relato viene a recordarnos que muchos de nuestros logros, de los que quizá nos sentimos personalmente muy satisfechos, y que atribuimos casi en exclusiva a nuestros propios méritos, han sido posibles porque se nos han dado oportunidades que otros nunca han tenido. Ser conscientes de esto es fundamental para dar globalmente a nuestra vida un sesgo de gratitud y no de suficiencia. Quizá no todos hemos pasado por un hecho así, y por tanto no lo tenemos tan claro en nuestra mente, pero todos podemos entender fácilmente que hemos contado con muchas oportunidades que a otros no se les han presentado, y no nos sería sencillo explicar por qué las merecemos más que ellos.
Todo esto son evidencias en las que conviene profundizar. Si lo hacemos, seguramente comprenderemos que debemos compartir más todo lo que tenemos, en vez de considerarlo como algo que no debemos a nadie. Todos deberíamos tener bien claro que, si somos afortunados en algo, que siempre lo somos, nuestro deber es hacerlo rendir en servicio de los demás. Sólo así hacemos verdadera justicia con ellos.
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Fuente: www.interrogantes.net
Había pasado su oportunidad
Lanzan al aire la moneda un domingo al salir de la iglesia. El que gana se va a estudiar a Nüremberg y desde el primer momento es toda una revelación en la Academia. Los grabados de Albretch Dürer, sus tallas y sus óleos enseguida llegan a ser mejores que los de muchos de sus profesores, y al graduarse, sus obras ya han comenzado a cotizarse considerablemente. Cuando regresa a su aldea, la familia se reúne en una memorable velada. Al final, Albretch propone un brindis por su hermano, que tanto se ha sacrificado para hacer posibles sus estudios. Sus palabras finales son: «Y ahora, hermano mío, eres tú quien debe marchar a Nüremberg». Pero su hermano tiene el rostro empapado en lágrimas y mueve de un lado a otro la cabeza.
Finalmente, se seca las lágrimas, mira por un momento a cada uno, se dirige a su hermano y le dice sin acritud: «No, Albretch, no puedo ir a Nüremberg. Ya es tarde. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso se me ha roto alguna vez, y la artritis de mi mano derecha ha avanzado tanto que ya no podría trabajar con la precisión y la destreza que exigen en la Academia. No quería que lo supieras hasta ahora, pero para mí ya es tarde».
Han pasado más de quinientos años desde ese día. Hoy los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albretch Dürer pueden ser contemplados en museos de todo el mundo. Pero una de ellas, titulada “Manos que oran”, parece reproducir las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo, en homenaje a su sacrificio.
Agradecer oportunidades
Este emotivo relato viene a recordarnos que muchos de nuestros logros, de los que quizá nos sentimos personalmente muy satisfechos, y que atribuimos casi en exclusiva a nuestros propios méritos, han sido posibles porque se nos han dado oportunidades que otros nunca han tenido. Ser conscientes de esto es fundamental para dar globalmente a nuestra vida un sesgo de gratitud y no de suficiencia. Quizá no todos hemos pasado por un hecho así, y por tanto no lo tenemos tan claro en nuestra mente, pero todos podemos entender fácilmente que hemos contado con muchas oportunidades que a otros no se les han presentado, y no nos sería sencillo explicar por qué las merecemos más que ellos.
Todo esto son evidencias en las que conviene profundizar. Si lo hacemos, seguramente comprenderemos que debemos compartir más todo lo que tenemos, en vez de considerarlo como algo que no debemos a nadie. Todos deberíamos tener bien claro que, si somos afortunados en algo, que siempre lo somos, nuestro deber es hacerlo rendir en servicio de los demás. Sólo así hacemos verdadera justicia con ellos.
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Fuente: www.interrogantes.net
María, la que espera. / Autora: María de Lourdes Rodero Elizondo, o.p.
El adviento es tiempo de espera para la gran celebración de la Navidad. El nacimiento de Jesús es el gran acontecimiento largamente esperado por el Pueblo de Israel que durante tantos años vivió anhelando el cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho de que le enviaría un Salvador.
Nuestra cultura no está habituada a esperar y nos es difícil comprender que el Pueblo de Israel haya esperado siglos y siglos para el cumplimiento de esta promesa. La nuestra es la cultura de la prisa, de lo inmediato, de lo “express”. Esperar implica acomodarse al tiempo de otro y es realmente difícil aceptar los tiempos de “otro” cuando no coinciden con los nuestros, incluso si son tiempos de Dios.
El Adviento nos invita a esperar el tiempo de Dios; la venida de Jesús.
El adviento no es aún la fiesta, sino espera, preparación y expectación para la gran fiesta.
El gozo propio del adviento es de quien ha recibido una promesa y espera ilusionado su cumplimiento y verificación. Sin embargo, hoy ya no lo vivimos esperando una promesa. Hemos adelantado la fiesta y hemos perdido el clima de “espera”, “de promesa”, de “don”.
Lo anticipamos todo: durante el adviento, nos damos regalos, los abrimos, comemos pavo, dulces, etc. No sabemos esperar. Esta anticipación del festejo nos ha “robado” el tiempo de preparación espiritual propuesto por la Iglesia para una celebración profunda de la Navidad, que tendría que ser para cada cristiano, un encuentro “de corazón a corazón” con el Dios-niño, tan sencillo y pequeño, que se encuentra al alcance de todos. Actualmente hay muchos festejos “navideños” que nada tienen que ver con el misterio de la Navidad y muchas veces para el 24 de diciembre, ya nos encontramos cansados y agobiados; incluso “saturados” de tantos compromisos; agotados por la prisa y el estrés. La forma en la que solemos vivir el adviento, en lugar de prepararnos para celebrar la Fe en un clima de paz y gozo espiritual, muy probablemente nos acelera, dispersa y distrae para lo esencial.
María, la Madre que supo esperar con verdadera esperanza y gran amor, es el gran personaje del Adviento que nos enseña a vivir este tiempo como camino hacia el portal de Belén, lugar de encuentro y adoración del Dios-niño.
Tres actitudes muy hermosas de María que nos pueden ayudar a vivir este adviento son: la espera, la preparación del corazón y la acogida sincera.
María espera con gozo, con profunda esperanza, la llegada de Jesús a su vida.
María prepara su corazón con vivos sentimientos de ternura para con el Niño Jesús que viene y de gratitud profunda para con Dios que cumple sus promesas.
María cultiva en su corazón una acogida generosa, abriéndolo de par en par para que realmente entre Jesús a su vida. Ella lo esperaba sinceramente, no lo acoge sólo de palabra, sino que le ofrece su corazón.
Que María nos enseñe a vivir este adviento en una espera gozosa; a aprovechar este tiempo para preparar nuestro corazón para que Jesús realmente encuentre en él un lugar donde quedarse y desde el cual podamos descubrirlo como verdadero Salvador: como el Dios que viene a iluminar lo que en nuestra vida está oscuro; a sanar lo que en nuestra vida está enfermo; y a liberarnos de todo lo que nos impide vivir en el gozo de su Amor.
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Fuente Catholic.net
Nuestra cultura no está habituada a esperar y nos es difícil comprender que el Pueblo de Israel haya esperado siglos y siglos para el cumplimiento de esta promesa. La nuestra es la cultura de la prisa, de lo inmediato, de lo “express”. Esperar implica acomodarse al tiempo de otro y es realmente difícil aceptar los tiempos de “otro” cuando no coinciden con los nuestros, incluso si son tiempos de Dios.
El Adviento nos invita a esperar el tiempo de Dios; la venida de Jesús.
El adviento no es aún la fiesta, sino espera, preparación y expectación para la gran fiesta.
El gozo propio del adviento es de quien ha recibido una promesa y espera ilusionado su cumplimiento y verificación. Sin embargo, hoy ya no lo vivimos esperando una promesa. Hemos adelantado la fiesta y hemos perdido el clima de “espera”, “de promesa”, de “don”.
Lo anticipamos todo: durante el adviento, nos damos regalos, los abrimos, comemos pavo, dulces, etc. No sabemos esperar. Esta anticipación del festejo nos ha “robado” el tiempo de preparación espiritual propuesto por la Iglesia para una celebración profunda de la Navidad, que tendría que ser para cada cristiano, un encuentro “de corazón a corazón” con el Dios-niño, tan sencillo y pequeño, que se encuentra al alcance de todos. Actualmente hay muchos festejos “navideños” que nada tienen que ver con el misterio de la Navidad y muchas veces para el 24 de diciembre, ya nos encontramos cansados y agobiados; incluso “saturados” de tantos compromisos; agotados por la prisa y el estrés. La forma en la que solemos vivir el adviento, en lugar de prepararnos para celebrar la Fe en un clima de paz y gozo espiritual, muy probablemente nos acelera, dispersa y distrae para lo esencial.
María, la Madre que supo esperar con verdadera esperanza y gran amor, es el gran personaje del Adviento que nos enseña a vivir este tiempo como camino hacia el portal de Belén, lugar de encuentro y adoración del Dios-niño.
Tres actitudes muy hermosas de María que nos pueden ayudar a vivir este adviento son: la espera, la preparación del corazón y la acogida sincera.
María espera con gozo, con profunda esperanza, la llegada de Jesús a su vida.
María prepara su corazón con vivos sentimientos de ternura para con el Niño Jesús que viene y de gratitud profunda para con Dios que cumple sus promesas.
María cultiva en su corazón una acogida generosa, abriéndolo de par en par para que realmente entre Jesús a su vida. Ella lo esperaba sinceramente, no lo acoge sólo de palabra, sino que le ofrece su corazón.
Que María nos enseñe a vivir este adviento en una espera gozosa; a aprovechar este tiempo para preparar nuestro corazón para que Jesús realmente encuentre en él un lugar donde quedarse y desde el cual podamos descubrirlo como verdadero Salvador: como el Dios que viene a iluminar lo que en nuestra vida está oscuro; a sanar lo que en nuestra vida está enfermo; y a liberarnos de todo lo que nos impide vivir en el gozo de su Amor.
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Fuente Catholic.net
La más bella entre todas las mujeres / Autor: P. Sergio Cordova LC
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María.
Nadie mejor que Ella, la Virgen Madre del Redentor, nos puede ayudar a disponernos interiormente para el nacimiento de su divino Hijo.
Recuerdo que, cuando era niño, escuché de los labios de mi madre una oración bellísima, que siempre me ha fascinado: “Bendita sea tu pureza/ y eternamente lo sea,/ pues todo un Dios se recrea/ en tan graciosa belleza./ A ti, celestial Princesa,/ amada Virgen María,/ te ofrezco en este día/ alma, vida y corazón./ Mírame con compasión,/ y no me dejes, Madre mía./ Amén”. En esta sencilla plegaria, al igual que en el Avemaría, se encuentra condensada la fe del pueblo cristiano que reza a María, su Madre, invocándola con el singular título de “Inmaculada”.
La Iglesia Católica, casi desde sus inicios, consideró a la Virgen María como purísima y sin ninguna mancha de pecado original. Muchos Santos Padres y teólogos habían defendido la pureza intacta de María, como, por ejemplo, san Gregorio Nazianceno, Orígenes, Tertuliano, san Basilio de Cesarea, san Cirilo de Alejandría, san Efrén de Siria, san Ambrosio y san Agustín. Pero, curiosamente, el dogma de la Inmaculada Concepción no fue definido sino hasta el año 1854 por el Papa Pío IX, de feliz memoria. En la bula “Ineffabilis Deus” proclamaba solemnemente que “la Bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano”. Son las palabras textuales de la declaración de este dogma de fe.
El Evangelio de la fiesta de hoy nos presenta el pasaje de la Escritura en el que la Iglesia ha visto de forma clara, pero implícita, la afirmación de este dogma mariano. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” son las palabras que el ángel dirige a María, al entrar a su presencia, para comunicarle el mensaje que le traía de parte de Dios. Esta definición, “llena de gracia”, le viene aplicada a María en un sentido pleno y total. Ella es la “toda hermosa”, la “tota Pulcra”, como siempre la han llamado todos los cristianos desde tiempo inmemorial y como canta la Iglesia en las vísperas de esta festividad.
La palabra “gracia” –del griego, “charis”–puede significar “favor, perdón, amnistía” –como cuando decimos que un condenado a muerte ha obtenido la gracia–. Pero significa también “belleza, encanto, fascinación”. Y éste es el sentido que se aplica aquí a María. Ella es la más bella de todas las creaturas; pero no nos referimos sólo a una belleza física, sino sobre todo espiritual: la belleza de su alma por sus virtudes, por su santidad, por la elección divina; porque ha sido totalmente preservada de la mancha del pecado; en una palabra, porque en Ella, en su vientre, alma y corazón, reside el mismo Dios. Ella es “llena de gracia” porque es toda pura y porque Dios la ha elegido para ser la Madre de su Hijo. Ella es “graciosa” porque ha sido “agraciada” de parte de Dios. Ella es, en efecto, “la más hermosa de entre todas las mujeres, la amada del Señor, en quien no hay ninguna tacha” –como canta poéticamente el Cantar de los Cantares–.
Fedor Dostojevskji decía que “el mundo será salvado por la belleza”. Y tenía razón. Pero por esta belleza espiritual que resplandece en el alma de María; por la belleza sin igual de sus virtudes, de su santidad, de su pureza virginal y de su condición de Virgen y Madre Inmaculada.
Ojalá que también nosotros, todos los cristianos, imitemos a nuestra Madre del cielo en su pureza de cuerpo y alma. ¡Son tan hermosas las almas puras! Ojalá los jóvenes y las jovencitas entendieran que la verdadera belleza, la que nunca acaba y la que siempre perdura no es la belleza caduca y engañosa que se exhibe en las formas del cuerpo, sino la belleza limpia del alma santa, la inocencia de la virtud y la pureza del corazón. Pidamos hoy a María Santísima, nuestra Reina y Madre Inmaculada, que nos haga cada día un poco más semejantes a Ella.
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Fuente: Catholic.net
Nadie mejor que Ella, la Virgen Madre del Redentor, nos puede ayudar a disponernos interiormente para el nacimiento de su divino Hijo.
Recuerdo que, cuando era niño, escuché de los labios de mi madre una oración bellísima, que siempre me ha fascinado: “Bendita sea tu pureza/ y eternamente lo sea,/ pues todo un Dios se recrea/ en tan graciosa belleza./ A ti, celestial Princesa,/ amada Virgen María,/ te ofrezco en este día/ alma, vida y corazón./ Mírame con compasión,/ y no me dejes, Madre mía./ Amén”. En esta sencilla plegaria, al igual que en el Avemaría, se encuentra condensada la fe del pueblo cristiano que reza a María, su Madre, invocándola con el singular título de “Inmaculada”.
La Iglesia Católica, casi desde sus inicios, consideró a la Virgen María como purísima y sin ninguna mancha de pecado original. Muchos Santos Padres y teólogos habían defendido la pureza intacta de María, como, por ejemplo, san Gregorio Nazianceno, Orígenes, Tertuliano, san Basilio de Cesarea, san Cirilo de Alejandría, san Efrén de Siria, san Ambrosio y san Agustín. Pero, curiosamente, el dogma de la Inmaculada Concepción no fue definido sino hasta el año 1854 por el Papa Pío IX, de feliz memoria. En la bula “Ineffabilis Deus” proclamaba solemnemente que “la Bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano”. Son las palabras textuales de la declaración de este dogma de fe.
El Evangelio de la fiesta de hoy nos presenta el pasaje de la Escritura en el que la Iglesia ha visto de forma clara, pero implícita, la afirmación de este dogma mariano. “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” son las palabras que el ángel dirige a María, al entrar a su presencia, para comunicarle el mensaje que le traía de parte de Dios. Esta definición, “llena de gracia”, le viene aplicada a María en un sentido pleno y total. Ella es la “toda hermosa”, la “tota Pulcra”, como siempre la han llamado todos los cristianos desde tiempo inmemorial y como canta la Iglesia en las vísperas de esta festividad.
La palabra “gracia” –del griego, “charis”–puede significar “favor, perdón, amnistía” –como cuando decimos que un condenado a muerte ha obtenido la gracia–. Pero significa también “belleza, encanto, fascinación”. Y éste es el sentido que se aplica aquí a María. Ella es la más bella de todas las creaturas; pero no nos referimos sólo a una belleza física, sino sobre todo espiritual: la belleza de su alma por sus virtudes, por su santidad, por la elección divina; porque ha sido totalmente preservada de la mancha del pecado; en una palabra, porque en Ella, en su vientre, alma y corazón, reside el mismo Dios. Ella es “llena de gracia” porque es toda pura y porque Dios la ha elegido para ser la Madre de su Hijo. Ella es “graciosa” porque ha sido “agraciada” de parte de Dios. Ella es, en efecto, “la más hermosa de entre todas las mujeres, la amada del Señor, en quien no hay ninguna tacha” –como canta poéticamente el Cantar de los Cantares–.
Fedor Dostojevskji decía que “el mundo será salvado por la belleza”. Y tenía razón. Pero por esta belleza espiritual que resplandece en el alma de María; por la belleza sin igual de sus virtudes, de su santidad, de su pureza virginal y de su condición de Virgen y Madre Inmaculada.
Ojalá que también nosotros, todos los cristianos, imitemos a nuestra Madre del cielo en su pureza de cuerpo y alma. ¡Son tan hermosas las almas puras! Ojalá los jóvenes y las jovencitas entendieran que la verdadera belleza, la que nunca acaba y la que siempre perdura no es la belleza caduca y engañosa que se exhibe en las formas del cuerpo, sino la belleza limpia del alma santa, la inocencia de la virtud y la pureza del corazón. Pidamos hoy a María Santísima, nuestra Reina y Madre Inmaculada, que nos haga cada día un poco más semejantes a Ella.
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Fuente: Catholic.net
El desierto / Autor: P. Jesús Higueras
Yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino
delante de mí.
Y en seguida entrará en su Templo
el Señor que ustedes buscan;
y el Ángel de la alianza que ustedes desean
ya viene, dice el Señor de los ejércitos.
¿Quién podrá soportar el Día de su venida?
¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca?
Porque él es como el fuego del fundidor
y como la lejía de los lavanderos.
Él se sentará para fundir y purificar:
purificará a los hijos de Leví
y los depurará como al oro y la plata;
y ellos serán para el Señor
los que presentan la ofrenda conforme a la justicia.
La ofrenda de Judá y de Jerusalénserá agradable al Señor,
como en los tiempos pasados, como en los primeros años.
Yo me acercaré a ustedes para el juicio
y atestiguaré decididamente
contra los adivinos, los adúlteros y los perjuros,
contra los que oprimen al asalariado,
a la viuda y al huérfano,
contra los que violan el derecho del extranjero,
y no temen, dice el Señor de los ejércitos.
Porque yo, el Señor, no he cambiado,
¡pero ustedes no dejan de ser hijos de Jacob!
Desde la época de sus padres,
ustedes se apartan de mis preceptos y no los observan.
¡Vuelvan a mí y yo me volveré a ustedes!,
dice el Señor de los ejércitos.
Ustedes dicen: "¿Cómo volveremos?".
¿Puede un hombre defraudar a Dios?
¡Sin embargo, ustedes me defraudan a mí!
Ustedes dicen: "¿En qué te hemos defraudado?".
En el diezmo y en los tributos.
Sobre ustedes pesa una maldición,
porque ustedes, la nación entera,me defraudan.
Lleven el diezmo íntegro a la casa del Tesoro,
para que haya alimento en mi Casa.
Sométanme a esta prueba, dice el Señor de los ejércitos,
y verán si no les abro las compuertas del cielo
y derramo para ustedes
la bendición en abundancia.
Yo les espantaré la langosta,
para que no destruya los frutos de la tierra
y la viña no les quede estéril en el campo,
dice el Señor de los ejércitos.
Todas las naciones los proclamarán felices,
porque ustedes serán una tierra de delicias,
dice el Señor de los ejércitos.
Mt 3, 1-12
Cuando Dios ha querido tener un encuentro especial con su pueblo ha sido en el desierto, porque el desierto significa huir del ruido, y entrar en ese silencio en el que solamente se pueden escuchar dos voces, la voz del interior del corazón y la voz de Dios que habla al interior del corazón. Por eso Juan el Bautista quiso predicar en el desierto, en un lugar donde la gente podía huir de las prisas, de los afanes y de los ruidos de cada día, y encontrarse con ese silencio tan elocuente y tan sonoro, en el que se puede escuchar realmente la voz de Dios.
Y así, en estos primeros días del Adviento, todos deberíamos preguntarnos si estamos dando a cada uno lo suyo, si estamos dando a Dios lo que es de Dios, y somos capaces de dedicarle un tiempo de oración, de reflexión, de silencio para poder escucharle. Si estamos dando en el trabajo profesional, no solamente los réditos y las cuentas que esperan de nosotros, sino el trato cordial, el trato humano, esa justicia que debemos de vivir, y sobre todo si estamos dando en la familia a los demás, lo que cabe esperar de nosotros. Muchas veces nos podríamos preguntar qué es lo que me reprochan en casa, que es lo que los demás echan de menos en mí. Piensa tal vez en la última discusión, en la última diferencia de opinión que tuviste con los tuyos, qué es lo que te pedían. Y aunque te pueda parecer que es injusto y no te comprenden, que no tienen razón, piensa qué es lo que hay de fondo. Porque no hay mejor modo de preparar el paso del Señor, la limpieza de corazón, que el querer dar a cada uno lo suyo.
Escápate de los sentidos que te alborotan, de los problemas, de todas las cosas que tantas veces te llenan el corazón de prisas, de ansiedades y de problemas, y céntrate por un momento solamente en tu Dios, y dile y pídele, que te enseñe y que te diga qué es, ese fruto de conversión que Él espera de ti para que sea Pascua de Navidad, para que realmente Cristo pase por tu vida.
El mensaje de Juan, aunque pueda parecer duro e insultante en algún momento – es capaz de llamar raza de víboras a los fariseos, que eran los más religiosos de su tiempo – es un mensaje de purificación, porque todos sabemos que al realizar el camino de la vida, se llena uno de polvo, de cosas que se le han ido a uno pegando sin darse cuenta, y es necesario llegar con un corazón limpio, con un corazón nuevo, con un corazón para estrenar, para que Jesús lo estrene. Tal vez, el paso de los años, los problemas, las enfermedades, los disgustos, los desencantos, los desengaños, te han dejado un corazón viejo, que ya está de vuelta de todo y crees que lo sabe todo, y sin embargo, el Niño trae la novedad, de vida, de ilusiones, el porqué no volver a empezar, esa palabra mágica que es la esperanza, que es pensar que Dios todo lo puede hacer nuevo.
Vamos en este tiempo de Adviento a acercarnos un momento al desierto. El desierto lo puedes hacer en cualquier lugar, si eres capaz de escaparte y de sacar un tiempo para ti y para tu Dios, y en ese desierto escuchar la voz que grita: “Preparad el camino al Señor. Preparad el corazón al Señor. Quitaros todo aquello de encima, que sabes que te está haciendo daño a ti y que está haciendo daño a los demás, y bloquea la entrada al Señor. Abrid sin miedo las puertas a Cristo, y abrid sin miedo las puertas a esa luz que va a enseñar donde están las telas de araña y las pelusas o las cosas que, con el paso del tiempo, se han ido poniendo en tu corazón”.
Haz desierto. Atrévete a encararte con el desierto, y a escuchar la voz que Dios puede pronunciar sobre tu vida. Dios mío, que hay en mi que no te agrade. Señor, que es lo que los demás tienen derecho a esperar de mí. Que es lo que los demás me están reclamando, y tal vez ésa sea la mejor penitencia, la única penitencia que Dios pida para ti en estos días.
delante de mí.
Y en seguida entrará en su Templo
el Señor que ustedes buscan;
y el Ángel de la alianza que ustedes desean
ya viene, dice el Señor de los ejércitos.
¿Quién podrá soportar el Día de su venida?
¿Quién permanecerá de pie cuando aparezca?
Porque él es como el fuego del fundidor
y como la lejía de los lavanderos.
Él se sentará para fundir y purificar:
purificará a los hijos de Leví
y los depurará como al oro y la plata;
y ellos serán para el Señor
los que presentan la ofrenda conforme a la justicia.
La ofrenda de Judá y de Jerusalénserá agradable al Señor,
como en los tiempos pasados, como en los primeros años.
Yo me acercaré a ustedes para el juicio
y atestiguaré decididamente
contra los adivinos, los adúlteros y los perjuros,
contra los que oprimen al asalariado,
a la viuda y al huérfano,
contra los que violan el derecho del extranjero,
y no temen, dice el Señor de los ejércitos.
Porque yo, el Señor, no he cambiado,
¡pero ustedes no dejan de ser hijos de Jacob!
Desde la época de sus padres,
ustedes se apartan de mis preceptos y no los observan.
¡Vuelvan a mí y yo me volveré a ustedes!,
dice el Señor de los ejércitos.
Ustedes dicen: "¿Cómo volveremos?".
¿Puede un hombre defraudar a Dios?
¡Sin embargo, ustedes me defraudan a mí!
Ustedes dicen: "¿En qué te hemos defraudado?".
En el diezmo y en los tributos.
Sobre ustedes pesa una maldición,
porque ustedes, la nación entera,me defraudan.
Lleven el diezmo íntegro a la casa del Tesoro,
para que haya alimento en mi Casa.
Sométanme a esta prueba, dice el Señor de los ejércitos,
y verán si no les abro las compuertas del cielo
y derramo para ustedes
la bendición en abundancia.
Yo les espantaré la langosta,
para que no destruya los frutos de la tierra
y la viña no les quede estéril en el campo,
dice el Señor de los ejércitos.
Todas las naciones los proclamarán felices,
porque ustedes serán una tierra de delicias,
dice el Señor de los ejércitos.
Mt 3, 1-12
Cuando Dios ha querido tener un encuentro especial con su pueblo ha sido en el desierto, porque el desierto significa huir del ruido, y entrar en ese silencio en el que solamente se pueden escuchar dos voces, la voz del interior del corazón y la voz de Dios que habla al interior del corazón. Por eso Juan el Bautista quiso predicar en el desierto, en un lugar donde la gente podía huir de las prisas, de los afanes y de los ruidos de cada día, y encontrarse con ese silencio tan elocuente y tan sonoro, en el que se puede escuchar realmente la voz de Dios.
Y así, en estos primeros días del Adviento, todos deberíamos preguntarnos si estamos dando a cada uno lo suyo, si estamos dando a Dios lo que es de Dios, y somos capaces de dedicarle un tiempo de oración, de reflexión, de silencio para poder escucharle. Si estamos dando en el trabajo profesional, no solamente los réditos y las cuentas que esperan de nosotros, sino el trato cordial, el trato humano, esa justicia que debemos de vivir, y sobre todo si estamos dando en la familia a los demás, lo que cabe esperar de nosotros. Muchas veces nos podríamos preguntar qué es lo que me reprochan en casa, que es lo que los demás echan de menos en mí. Piensa tal vez en la última discusión, en la última diferencia de opinión que tuviste con los tuyos, qué es lo que te pedían. Y aunque te pueda parecer que es injusto y no te comprenden, que no tienen razón, piensa qué es lo que hay de fondo. Porque no hay mejor modo de preparar el paso del Señor, la limpieza de corazón, que el querer dar a cada uno lo suyo.
Escápate de los sentidos que te alborotan, de los problemas, de todas las cosas que tantas veces te llenan el corazón de prisas, de ansiedades y de problemas, y céntrate por un momento solamente en tu Dios, y dile y pídele, que te enseñe y que te diga qué es, ese fruto de conversión que Él espera de ti para que sea Pascua de Navidad, para que realmente Cristo pase por tu vida.
El mensaje de Juan, aunque pueda parecer duro e insultante en algún momento – es capaz de llamar raza de víboras a los fariseos, que eran los más religiosos de su tiempo – es un mensaje de purificación, porque todos sabemos que al realizar el camino de la vida, se llena uno de polvo, de cosas que se le han ido a uno pegando sin darse cuenta, y es necesario llegar con un corazón limpio, con un corazón nuevo, con un corazón para estrenar, para que Jesús lo estrene. Tal vez, el paso de los años, los problemas, las enfermedades, los disgustos, los desencantos, los desengaños, te han dejado un corazón viejo, que ya está de vuelta de todo y crees que lo sabe todo, y sin embargo, el Niño trae la novedad, de vida, de ilusiones, el porqué no volver a empezar, esa palabra mágica que es la esperanza, que es pensar que Dios todo lo puede hacer nuevo.
Vamos en este tiempo de Adviento a acercarnos un momento al desierto. El desierto lo puedes hacer en cualquier lugar, si eres capaz de escaparte y de sacar un tiempo para ti y para tu Dios, y en ese desierto escuchar la voz que grita: “Preparad el camino al Señor. Preparad el corazón al Señor. Quitaros todo aquello de encima, que sabes que te está haciendo daño a ti y que está haciendo daño a los demás, y bloquea la entrada al Señor. Abrid sin miedo las puertas a Cristo, y abrid sin miedo las puertas a esa luz que va a enseñar donde están las telas de araña y las pelusas o las cosas que, con el paso del tiempo, se han ido poniendo en tu corazón”.
Haz desierto. Atrévete a encararte con el desierto, y a escuchar la voz que Dios puede pronunciar sobre tu vida. Dios mío, que hay en mi que no te agrade. Señor, que es lo que los demás tienen derecho a esperar de mí. Que es lo que los demás me están reclamando, y tal vez ésa sea la mejor penitencia, la única penitencia que Dios pida para ti en estos días.
La verdadera historia de Santa Claus / Autora: Blanca Arias de Anda
Comenzamos ya el mes de Diciembre, y poco a poco las casas van mostrando sus variados adornos y luces multicolor, por supuesto es una fiesta importantísima sin duda, Navidad es la fiesta del amor hecho hombre y de la generosidad en el compartir de los bienes del mismo modo que Dios comparte con nosotros la naturaleza humana.
Cada año, los católicos enfrentamos una lucha por rescatar a Jesús de entre tantas “Fiestas, comidas, regalos, adornos, compromisos etc.”
Sin embargo creo que también debemos esforzarnos por rescatar del dominio de los comerciantes todo lo que realmente nos pertenece como católicos, en especial me quiero referir a la tan maltratada imagen de Santa Claus. Si, leyó usted bien, y tal vez le sorprenda esta inquietud mía, la verdad es que he escuchado a más de un católico, refiriéndose a Santa Claus como el ”gordito de barbas blancas”, ocupando el lugar de quien la misma Iglesia se encarga de ponernos como ejemplo de devoción a Jesús Niño, de paciencia, fe en la persecución y sobre todo generosidad. Si, nuestro maltrecho Santa Claus no es otro más que San Nicolás de Bari.
Desdichadamente los católicos nos hemos dejado robar de la mercadotecnia que, con tal de vender en estas fechas, ha sido capaz de inventar a través de los años malformaciones tales como los duendes, el taller de juguetes, el simpático reno Rodolfo, y hasta la misma Sra. Claus. Bueno, eso es lo que nos venden las miles de promociones y películas de temporada.
A continuación una breve reseña de su vida y del porqué se ha desvinculado de la Navidad, le invito a leer este artículo... y después... saque usted sus conclusiones.
San Nicolás de Bari nació en el año 310 después de Cristo, en un tiempo de persecución, donde la enseñanza de la doctrina de Jesús suponía estar en Contra del Imperio Romano. Por lo alejado de la época es difícil saber con exactitud su nacionalidad Países como Rusia, Turquía y en general medio Oriente se atribuyen este privilegio. Los padres de Nicolás que eran gente adinerada habían inculcado en su hijo el espíritu de generosidad entre otras virtudes, de modo que en una ocasión cambió a su caballo por un esclavo en una subasta para regalarle su libertad, lo que provocaba la burla entre los paganos y falta de respeto entre los Cristianos, todas las caridades las hacía en nombre de Jesús y con su ejemplo muchos se convertían a Cristo. Siendo aún muy Joven mueren sus padres y comienza a dar a manos llenas entre los mas necesitados; al llamarle la atención su administrador, San Nicolás, responde que si sólo ha dado la tercera parte de su herencia se preocuparía por dales más.
Se cuenta que en una ocasión supo de tres jovencitas que pretendían casarse pero su padre no podía pagar la dote correspondiente. Al saberlo Nicolás (pretendiendo realizar la caridad sin ser visto), dejó caer por la chimenea unas monedas de oro que coincidentemente cayeron en unas medias de lana que las jóvenes habían dejado secando (por eso se cuelgan las medias tejidas que sirven para que ahí nos deje a nosotros los regalos que el niño Jesús nos manda desde el cielo, y por eso es el mito de que no puede ser visto por los que recibirán el regalo). Así, es conocido como el patrono de las parejas que desean tener un buen matrimonio y como protector de las familias en problemas económicos. En algunos países su imagen aparece con tres monedas de oro en las manos.
En esos tiempos era emperador Diocleciano quien ordena a Cesar Galerio acabar con los cristianos con toda la fuerza. Es en esta época que San Nicolás es nombrado Obispo de Myra Turquía (de ahí el color rojo de su vestimenta).
A pesar de vivir la feroz persecución Nicolás no perdía su sentido del humor y su alegría especialmente al platicar con los niños acerca del Nacimiento de Jesús en quién ponía toda su Esperanza (de ahí el amor a los niños y el típico Jo, Jo, Jo).
En una de las persecuciones fue aprehendido y encarcelado por casi 30 años, aún desde la cárcel se sacrifica y ora por su Iglesia, a pesar que los soldados romanos se burlaban de Él diciéndole que ya se había acabado la fe en Cristo.
Al convertirse al cristianismo el emperador de Roma, Constantino, hijo de Santa Elena, el Obispo Nicolás fue liberado, ya anciano con el pelo largo y la barba blanca, y convencido que era el único creyente que quedaba, regresa a su ciudad dispuesto a empezar otra vez la Iglesia de Cristo.
Su sorpresa fue grande cuando llegando al lugar observa la Catedral que había sido reconstruida y en ella los Cristianos entonaban el cántico Adestae Fidelis ya que estaban celebrando la fiesta de Navidad (por eso la relación de Navidad con la llegada de San Nicolás).
Se dice que asistió al Concilio de Nicea (325 dC) también que sofocó un motín en Taifalea, Frigia. Y que sostuvo con su dinero y con su fe a su pueblo y a ciudades como Patara y Lycia de Kalamaky que vivían hambrunas.
Uno de los milagros más sorprendente es el de haber resucitado por su intercesión a tres niños que habían caído de un árbol y muerto al instante. Motivo por el cual también se le representa con tres niños a su lado. A pesar de ser anciano, seguía viajando, evangelizando y entregando juguetes a los niños para recordar a todos que en Navidad recibimos el mejor de los regalos a través de Cristo, la esperanza de la salvación Eterna.
Sus restos descansan en la Basílica de San Nicolás, en Bari Italia, desde el siglo XI (1087) y a falta de precisión de su fecha de paso a la vida eterna lo veneramos (o deberíamos) el 6 de Diciembre.
Otra de las formas en las que se representa su imagen en Holanda, es con un barco en las manos ya que por su mediación se salvo un barco de zozobrar en la tormenta.
La imagen que conocemos actualmente del clásico Santa Claus, fue modificada por el inmigrante Alemán recién llegado a Nueva York el protestante Thomas Nast quien lo ilustra para el semanario “Harper” en 1864 mostrándolo con el traje rojo las botas, un gran saco de juguetes y entrando en una chimenea.
Por ser uno de los primeros santos de nuestra Iglesia su nombre se ha modificado con los siglos del vocablo Sajón Saint Nickleaus, a santa Claus.
Espero que el conocer este artículo le impulse a conocer más de cerca de este gran Santo, ejemplo de virtudes que tanta falta le hacen a esta temporada Navideña y dar a conocer a nuestros niños y jóvenes a San Nicolás, el verdadero Santa Claus.
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*Algunos datos tomados del libro El Sentido de la Navidad de Maria Eugenia Alvarado de Arcos, entre otras fuentes
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Fuente: Catholic.net
Cada año, los católicos enfrentamos una lucha por rescatar a Jesús de entre tantas “Fiestas, comidas, regalos, adornos, compromisos etc.”
Sin embargo creo que también debemos esforzarnos por rescatar del dominio de los comerciantes todo lo que realmente nos pertenece como católicos, en especial me quiero referir a la tan maltratada imagen de Santa Claus. Si, leyó usted bien, y tal vez le sorprenda esta inquietud mía, la verdad es que he escuchado a más de un católico, refiriéndose a Santa Claus como el ”gordito de barbas blancas”, ocupando el lugar de quien la misma Iglesia se encarga de ponernos como ejemplo de devoción a Jesús Niño, de paciencia, fe en la persecución y sobre todo generosidad. Si, nuestro maltrecho Santa Claus no es otro más que San Nicolás de Bari.
Desdichadamente los católicos nos hemos dejado robar de la mercadotecnia que, con tal de vender en estas fechas, ha sido capaz de inventar a través de los años malformaciones tales como los duendes, el taller de juguetes, el simpático reno Rodolfo, y hasta la misma Sra. Claus. Bueno, eso es lo que nos venden las miles de promociones y películas de temporada.
A continuación una breve reseña de su vida y del porqué se ha desvinculado de la Navidad, le invito a leer este artículo... y después... saque usted sus conclusiones.
San Nicolás de Bari nació en el año 310 después de Cristo, en un tiempo de persecución, donde la enseñanza de la doctrina de Jesús suponía estar en Contra del Imperio Romano. Por lo alejado de la época es difícil saber con exactitud su nacionalidad Países como Rusia, Turquía y en general medio Oriente se atribuyen este privilegio. Los padres de Nicolás que eran gente adinerada habían inculcado en su hijo el espíritu de generosidad entre otras virtudes, de modo que en una ocasión cambió a su caballo por un esclavo en una subasta para regalarle su libertad, lo que provocaba la burla entre los paganos y falta de respeto entre los Cristianos, todas las caridades las hacía en nombre de Jesús y con su ejemplo muchos se convertían a Cristo. Siendo aún muy Joven mueren sus padres y comienza a dar a manos llenas entre los mas necesitados; al llamarle la atención su administrador, San Nicolás, responde que si sólo ha dado la tercera parte de su herencia se preocuparía por dales más.
Se cuenta que en una ocasión supo de tres jovencitas que pretendían casarse pero su padre no podía pagar la dote correspondiente. Al saberlo Nicolás (pretendiendo realizar la caridad sin ser visto), dejó caer por la chimenea unas monedas de oro que coincidentemente cayeron en unas medias de lana que las jóvenes habían dejado secando (por eso se cuelgan las medias tejidas que sirven para que ahí nos deje a nosotros los regalos que el niño Jesús nos manda desde el cielo, y por eso es el mito de que no puede ser visto por los que recibirán el regalo). Así, es conocido como el patrono de las parejas que desean tener un buen matrimonio y como protector de las familias en problemas económicos. En algunos países su imagen aparece con tres monedas de oro en las manos.
En esos tiempos era emperador Diocleciano quien ordena a Cesar Galerio acabar con los cristianos con toda la fuerza. Es en esta época que San Nicolás es nombrado Obispo de Myra Turquía (de ahí el color rojo de su vestimenta).
A pesar de vivir la feroz persecución Nicolás no perdía su sentido del humor y su alegría especialmente al platicar con los niños acerca del Nacimiento de Jesús en quién ponía toda su Esperanza (de ahí el amor a los niños y el típico Jo, Jo, Jo).
En una de las persecuciones fue aprehendido y encarcelado por casi 30 años, aún desde la cárcel se sacrifica y ora por su Iglesia, a pesar que los soldados romanos se burlaban de Él diciéndole que ya se había acabado la fe en Cristo.
Al convertirse al cristianismo el emperador de Roma, Constantino, hijo de Santa Elena, el Obispo Nicolás fue liberado, ya anciano con el pelo largo y la barba blanca, y convencido que era el único creyente que quedaba, regresa a su ciudad dispuesto a empezar otra vez la Iglesia de Cristo.
Su sorpresa fue grande cuando llegando al lugar observa la Catedral que había sido reconstruida y en ella los Cristianos entonaban el cántico Adestae Fidelis ya que estaban celebrando la fiesta de Navidad (por eso la relación de Navidad con la llegada de San Nicolás).
Se dice que asistió al Concilio de Nicea (325 dC) también que sofocó un motín en Taifalea, Frigia. Y que sostuvo con su dinero y con su fe a su pueblo y a ciudades como Patara y Lycia de Kalamaky que vivían hambrunas.
Uno de los milagros más sorprendente es el de haber resucitado por su intercesión a tres niños que habían caído de un árbol y muerto al instante. Motivo por el cual también se le representa con tres niños a su lado. A pesar de ser anciano, seguía viajando, evangelizando y entregando juguetes a los niños para recordar a todos que en Navidad recibimos el mejor de los regalos a través de Cristo, la esperanza de la salvación Eterna.
Sus restos descansan en la Basílica de San Nicolás, en Bari Italia, desde el siglo XI (1087) y a falta de precisión de su fecha de paso a la vida eterna lo veneramos (o deberíamos) el 6 de Diciembre.
Otra de las formas en las que se representa su imagen en Holanda, es con un barco en las manos ya que por su mediación se salvo un barco de zozobrar en la tormenta.
La imagen que conocemos actualmente del clásico Santa Claus, fue modificada por el inmigrante Alemán recién llegado a Nueva York el protestante Thomas Nast quien lo ilustra para el semanario “Harper” en 1864 mostrándolo con el traje rojo las botas, un gran saco de juguetes y entrando en una chimenea.
Por ser uno de los primeros santos de nuestra Iglesia su nombre se ha modificado con los siglos del vocablo Sajón Saint Nickleaus, a santa Claus.
Espero que el conocer este artículo le impulse a conocer más de cerca de este gran Santo, ejemplo de virtudes que tanta falta le hacen a esta temporada Navideña y dar a conocer a nuestros niños y jóvenes a San Nicolás, el verdadero Santa Claus.
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*Algunos datos tomados del libro El Sentido de la Navidad de Maria Eugenia Alvarado de Arcos, entre otras fuentes
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Fuente: Catholic.net
Anunciad a todos los pueblos: Dios viene, nuestro Salvador / Autor: SS Benedicto XVI
La liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras: Dios viene. Esta expresión tan sintética contiene una fuerza de sugestión siempre nueva.
Detengámonos un momento a reflexionar: no usa el pasado--Dios ha venido-- ni el futuro, --Dios vendrá--, sino el presente: Dios viene. Si prestamos atención, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que siempre tiene lugar: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá una vez más. En cualquier momento, «Dios viene».
El verbo «venir» se presenta como un verbo «teológico», incluso «teologal», porque dice algo que tiene que ver con la naturaleza misma de Dios. Anunciar que «Dios viene» significa, por lo tanto, anunciar simplemente al mismo Dios, a través de uno de sus rasgos esenciales y significativos: es el Dios-que-viene.
El Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar coherentemente. Resuena como un llamamiento provechoso que tiene lugar con el pasar de los días, de las semanas, de los meses: ¡Despierta! ¡Recuerda que Dios viene! ¡No vino ayer, no vendrá mañana, sino hoy, ahora! El único verdadero Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob» no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene.
Es un Padre que no deja nunca de pensar en nosotros, respetando totalmente nuestra libertad: desea encontrarnos, visitarnos, quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Este «venir» se debe a su voluntad de liberarnos del mal y de la muerte, de todo aquello que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.
Vivamos pues este nuevo Adviento --tiempo que nos regala el Señor del tiempo--, despertando en nuestros corazones la espera del Dios-que-viene y la esperanza de que su nombre sea santificado, de que venga su reino de justicia y de paz, y que se haga su voluntad así en el cielo como en la tierra.
Dejémonos guiar en esta espera por la Virgen María, madre del Dios-que-viene, Madre de la Esperanza, a quien celebraremos dentro de unos días como Inmaculada: que nos conceda la gracia de ser santos e inmaculados en el amor cuando tenga lugar la venida de nuestro Señor Jesucristo, a quien, con el Padre y el Espíritu Santo, se alabe y glorifique por los siglos de los siglos. Amén.
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Extracto de la homilía que pronunció Benedicto XVI durante la celebración de las vísperas del primer domingo de Adviento. Diciembre 2006
Detengámonos un momento a reflexionar: no usa el pasado--Dios ha venido-- ni el futuro, --Dios vendrá--, sino el presente: Dios viene. Si prestamos atención, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que siempre tiene lugar: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá una vez más. En cualquier momento, «Dios viene».
El verbo «venir» se presenta como un verbo «teológico», incluso «teologal», porque dice algo que tiene que ver con la naturaleza misma de Dios. Anunciar que «Dios viene» significa, por lo tanto, anunciar simplemente al mismo Dios, a través de uno de sus rasgos esenciales y significativos: es el Dios-que-viene.
El Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar coherentemente. Resuena como un llamamiento provechoso que tiene lugar con el pasar de los días, de las semanas, de los meses: ¡Despierta! ¡Recuerda que Dios viene! ¡No vino ayer, no vendrá mañana, sino hoy, ahora! El único verdadero Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob» no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene.
Es un Padre que no deja nunca de pensar en nosotros, respetando totalmente nuestra libertad: desea encontrarnos, visitarnos, quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Este «venir» se debe a su voluntad de liberarnos del mal y de la muerte, de todo aquello que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.
Vivamos pues este nuevo Adviento --tiempo que nos regala el Señor del tiempo--, despertando en nuestros corazones la espera del Dios-que-viene y la esperanza de que su nombre sea santificado, de que venga su reino de justicia y de paz, y que se haga su voluntad así en el cielo como en la tierra.
Dejémonos guiar en esta espera por la Virgen María, madre del Dios-que-viene, Madre de la Esperanza, a quien celebraremos dentro de unos días como Inmaculada: que nos conceda la gracia de ser santos e inmaculados en el amor cuando tenga lugar la venida de nuestro Señor Jesucristo, a quien, con el Padre y el Espíritu Santo, se alabe y glorifique por los siglos de los siglos. Amén.
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Extracto de la homilía que pronunció Benedicto XVI durante la celebración de las vísperas del primer domingo de Adviento. Diciembre 2006
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