* «Pensé suicidarme. Hasta que un día una amiga me propuso una peregrinación. Acepté. Cuando llegué al lugar, vi mucha gente cantando y alabando a Dios con gran alegría, con una inmensa felicidad en el corazón. Y esa felicidad realmente me captó. Decidí introducirme yo también en ese océano de felicidad y cantar con ellos, sin saber verdaderamente a quién ni por qué. En ese lugar nos propusieron que nos confesáramos. Decidí confesarme, cosa que no había hecho desde mi infancia. Fui también llevando a cuestas una adicción a los hombres que tenía desde hacía 25 o 30 años. Rompí a llorar, y pude volcar toda mi oscuridad y toda mi degradación y toda mi tristeza a los pies del Señor. A partir de ese momento, mi vida se transformó. Hoy hablo de Dios a todas las personas»
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