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domingo, 14 de diciembre de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Jesús hoy nos repite a todos: “Buscad mi verdadero rostro En las Sagradas Escrituras: soy el Dios escondido que me manifiesto a los que me buscan con sincero corazón” / Por P. José María Prats

Domingo III de Adviento - A

Isaías 35, 1-6a / Salmo 145  / Santiago 5, 7-10 / San Mateo 11, 2-11

P. José María Prats / Camino Católico.- El evangelio de hoy nos presenta la experiencia humana y espiritual de San Juan Bautista, de la que podemos aprender muchas cosas.

San Juan era un hombre extraordinario. Los evangelios nos hablan de su vida austera en el desierto y de su integridad moral. Estaba consagrado a su misión profética hasta el punto de jugarse la vida denunciando públicamente el adulterio del rey Herodes. Por otra parte, para poder llevar a cabo esta misión había recibido gracias extraordinarias: quedó lleno del Espíritu Santo en el seno materno, reconoció a Jesús como el Cordero de Dios y vio descender sobre Él al Espíritu Santo.

Y, sin embargo, el evangelio de hoy nos presenta a este gran hombre dudando de su fe hasta el punto de enviar a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». ¿Cómo pudo llegar a esta situación? Hay dos motivos muy claros.

Por una parte, está pasando por momentos muy duros. Habiendo sido siempre una persona intachable, se encuentra ahora en la cárcel maltratado y humillado. ¿Dónde está la justicia de Dios que él tanto ha predicado?

Pero más decisivo aún es el hecho de que la idea que Juan tiene del Mesías no encaja con lo que está oyendo de Jesús. Él participa todavía de la idea del judaísmo de su época según la cual la venida del Mesías iría acompañada en el tiempo del juicio definitivo y del fin del mundo. Basta recordar su predicación del domingo pasado donde hablaba del «castigo inminente» y de que «ya toca el hacha la base de los árboles». Por ello, las noticias que le llegan de un Jesús sentado a la mesa con pecadores públicos y diciendo que «no ha venido para juzgar al mundo sino para salvarlo» (Jn 12,47) le dejan desconcertado.

Jesús responde a los discípulos del Bautista con estas palabras: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!». Está, pues, invitando a Juan a no dejarse llevar por ideas preconcebidas y a releer las Escrituras para verificar que en Él se está cumpliendo todo lo anunciado por los profetas.

Es una gran lección para nuestro tiempo. Hoy muchas personas íntegras han abandonado la fe porque no han sabido asumir debidamente las dificultades que les han tocado vivir o porque se han formado una imagen extraña de Dios que les resulta absurda o incoherente. A menudo oímos comentarios de este estilo: “¿Para qué seguir creyendo y orando si mi hijo ha muerto joven en un accidente?” o “yo no puedo creer en un Dios omnipotente que nos ame y a la vez permita tanta injusticia y sufrimiento en el mundo”. 

Jesús hoy, en este evangelio, nos repite a todos: “Buscad mi verdadero rostro. No os conforméis con lo que oigáis decir de mí en los medios de comunicación o en la conversación superficial con la gente. Buscadme con pasión y reverencia en las Sagradas Escrituras y allí me encontraréis, porque yo soy el Dios escondido que me manifiesto a los que me buscan con sincero corazón: ¡Dichoso el que no se escandalice de mí!”.

P. José María Prats 


Evangelio: 


En aquel tiempo, Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: 

«¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?». 


Jesús les respondió: 


«Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».


Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: 


«¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces, ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. Éste es de quien está escrito: ‘He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino’. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él».


San Mateo 11, 2-11

lunes, 8 de diciembre de 2025

Homilía del evangelio: Dios cumple su designio eterno por mediación de la Inmaculada Concepción de María cuya descendencia aplastará la cabeza de la serpiente, liberando así de su poder a la humanidad / Por P. José María Prats

* «Por generaciones, la figura de María Inmaculada ha sido una fuente poderosísima de inspiración para muchas mujeres que la han tomado como modelo de vida, repitiendo con Ella las palabras que hemos escuchado en el Evangelio: ‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Consagradas así a Dios por María, se constituyeron también en fuentes puras y cristalinas que engendraron familias santas, llenas de luz y de gracia, donde la oscuridad del pecado no pudo penetrar»

Inmaculada Concepción de la Virgen María


Génesis 3, 9-15.20 / Salmo 97  /  Efesios 1, 3-6.11-12 / San Lucas 1 ,26-38

P. José María Prats / Camino Católico.-   La solemnidad de la Inmaculada Concepción de María que estamos celebrando en el corazón del Adviento constituye un compendio de la historia de la salvación que reviviremos a lo largo del año litúrgico que acabamos de iniciar.

La segunda lectura nos presenta el designio eterno de Dios: «Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor». Pero este designio, como narra la primera lectura, quedó ensombrecido por el pecado de nuestros primeros padres, que dejó a la humanidad sometida al poder de las fuerzas del mal.

Dios, sin embargo, anuncia inmediatamente que su designio eterno se cumplirá por mediación de una mujer cuya descendencia aplastará la cabeza de la serpiente, liberando así de su poder a la humanidad. Esta mujer es María, la Nueva Eva, y su descendencia es Jesucristo, el Nuevo Adán, y su Iglesia.

En María, por tanto, se inicia la victoria sobre el poder del mal. El dogma de la Inmaculada Concepción afirma que Ella, por una especial gracia de Dios, fue redimida anticipadamente por el sacrificio de Cristo, permaneciendo ajena al pecado desde el mismo instante de su concepción. Su nacimiento supone la aparición, en un mundo oscurecido y deformado por el poder del pecado, de una fuente pura y cristalina de la que nacerá una humanidad nueva y victoriosa.

Por generaciones, la figura de María Inmaculada ha sido una fuente poderosísima de inspiración para muchas mujeres que la han tomado como modelo de vida, repitiendo con Ella las palabras que hemos escuchado en el Evangelio: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Consagradas así a Dios por María, se constituyeron también en fuentes puras y cristalinas que engendraron familias santas, llenas de luz y de gracia, donde la oscuridad del pecado no pudo penetrar.

De hecho, nuestro país ha sido especialmente sensible a lo largo de su historia a este misterio tan poderoso de la Inmaculada Concepción que la Iglesia no definiría solemnemente como dogma hasta el año 1854. Desde el siglo VII los reinos cristianos de la Península celebraban su fiesta, y muy pronto los reyes hicieron suyo el fervor popular. En el XI Concilio de Toledo el rey Wamba recibía ya el título de “Defensor de la Purísima Concepción de María”. Fernando III el Santo y Jaime I el Conquistador fueron fieles devotos de la Inmaculada y portaron su estandarte en sus campañas militares. Felipe II, en 1604, hizo obligatorio el juramento de defender el concepto de la Inmaculada Concepción en las universidades y en otros estamentos civiles y militares del reino. Más tarde, en 1760, a instancias de Carlos III y de sus Cortes, el papa Clemente XIII confirmó este patronazgo de María en todos los dominios de España. 

Pidámosle hoy a María Inmaculada, nuestra patrona, que renueve en nosotros este espíritu que a lo largo de los siglos ha mantenido encendida en nuestras familias e instituciones la llama de la fe, la pureza y la santidad.

P. José María Prats

Evangelio: 


En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.


El ángel, entrando en su presencia, dijo:


«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».


Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.


El ángel le dijo:


«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».


Y María dijo al ángel:


«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».


El ángel le contestó:


«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».


María contestó:


«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».


Y el ángel se retiró.

San Lucas 1, 26-38

domingo, 7 de diciembre de 2025

Homilía del evangelio del domingo: A la espera del Mesías, convertirnos con la negación de nosotros mismos, la acogida de la voluntad de Dios y el compromiso con la salud espiritual y material de los demás / Por P. José María Prats

* «Esta conversión valiente y auténtica es el regalo más grande que podemos hacernos a nosotros mismos y a la humanidad entera, porque ella atrae irresistiblemente el fuego del Espíritu que renueva el mundo y nos trae la paz»

Domingo II de Adviento - A

Isaías 11, 1-10 / Salmo 71 / Romanos 15, 4-9 / San Mateo 3, 1-12

P. José María Prats / Camino Católico.-   En este segundo domingo de adviento los profetas nos anuncian la venida del Mesías, lo que ella supondrá para la humanidad y la actitud con que debemos acogerla. 

Isaías vivió más de setecientos años antes que Juan Bautista pero los mensajes de ambos profetas están en perfecta sintonía.

Ambos nos presentan al Mesías, sobre todo, como aquél en quien arraigará el Espíritu Santo y que lo derramará más tarde sobre la humanidad: «Sobre él se posará el Espíritu del Señor» –dice Isaías– y él nos bautizará «con Espíritu Santo y fuego» –añade Juan Bautista–.

Isaías se detiene a describir los dones y frutos de este Espíritu. Por una parte es el «Espíritu de inteligencia y sabiduría, Espíritu de consejo y fortaleza, Espíritu de ciencia y temor del Señor», texto clave que sirvió de base a los teólogos cristianos para enumerar los siete dones del Espíritu Santo. Por otra parte, su derramamiento sobre el mundo tendrá como fruto la paz y la harmonía de la creación: «Habitará el lobo con el cordero ... el niño jugará en la hura de áspid ... porque está lleno el país de ciencia del Señor como las aguas colman el mar».

Tanto Isaías como Juan Bautista coinciden en destacar que el Mesías vendrá también como juez de la humanidad: «Él juzgará a los pobres con justicia» –dice Isaías– y «el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego» –añade Juan Bautista–. Y de este juicio, ambos profetas subrayan un aspecto muy interesante: que se hará con «justicia» y «rectitud», no según las apariencias externas, sino según las actitudes y opciones más profundas del corazón y las acciones que se derivan de ellas. Isaías dice que el Mesías «no juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas» y Juan Bautista arremete contra los fariseos y saduceos que vivían una religiosidad de pura apariencia al servicio de sus intereses personales, exigiéndoles «el fruto que pide la conversión».

Las lecturas de hoy, por tanto, nos ponen en este comienzo del Adviento, a la espera de aquél que viene a renovar nuestro bautismo en «Espíritu Santo y fuego», infundiéndonos los dones y carismas necesarios para construir el Reino de Dios que se manifiesta en la reconciliación, la harmonía y la paz. Y esta espera debe estar acompañada por una actitud seria de conversión que no se conforma meramente con algunos gestos externos que nos hacen sentir bien y acallan nuestra conciencia, sino que va a la raíz de nuestros planteamientos existenciales y nuestras motivaciones más profundas: la negación de nosotros mismos, la acogida incondicional de la voluntad de Dios, el compromiso con la salud espiritual y material de los demás. Esta conversión valiente y auténtica es el regalo más grande que podemos hacernos a nosotros mismos y a la humanidad entera, porque ella atrae irresistiblemente el fuego del Espíritu que renueva el mundo y nos trae la paz.

P. José María Prats


Evangelio: 

Por aquellos días se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:

 «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos». 

Éste es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: ‘Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas’. Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.

Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: 

«Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: ‘Tenemos por padre a Abraham’; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga».

San Mateo 3, 1-12

domingo, 30 de noviembre de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Con la oración, los sacramentos, el estudio y meditación de la Palabra de Dios, amplificamos en nosotros al Espíritu Santo que nos viste del Señor Jesucristo para caminar a su luz / Por P. José María

* «Ahora la oscuridad de la noche todavía nos permite vivir una vida inauténtica, centrados en nosotros mismos, en el empeño por satisfacer nuestras pasiones, en la autocomplacencia que ignora el sufrimiento ajeno; pero cuando llegue la plenitud del Reino de Dios, iluminará con tal fuerza el verdadero sentido de todas las cosas, que ya no será posible seguir viviendo de esta manera. Dios es amor, donación de sí mismo, y su plena soberanía en el mundo supondrá la hegemonía del amor, de la vida vivida como don recibido y entregado. Y el que no entre ya ahora en este modo de vida no podrá habitar en el mundo que viene»

Domingo I de Adviento - A

Isaías 2, 1-5 / Salmo 121 / Romanos 13, 11-14  / San Mateo 24, 37-44

P. José María Prats / Camino Católico.- Un espectáculo precioso que probablemente muchos habréis tenido la oportunidad de contemplar es ver amanecer desde el avión. Primero aparece en la oscuridad de la noche un arco de luz de infinidad de colores en el horizonte, después asoman los primeros destellos del sol y poco a poco este frente de luz va avanzando y creciendo hasta invadirlo todo con su claridad, revelando con nitidez los contornos y formas de todas las cosas.

Esta es –como nos ha dicho San Pablo– una figura preciosa de la realidad histórica presente: «La noche está avanzada, el día se echa encima», es decir, está amaneciendo. El sol representa a Cristo resucitado del que nos llegan ya esos primeros destellos de luz que San Pablo llama «las primicias del Espíritu» (Rm 8,23), y ese arco iluminado por el sol en el horizonte es el Reino de Dios que avanza rápidamente hacia nosotros hasta que alcance su plenitud cuando Cristo venga con gloria para juzgar a vivos y muertos y recapitular en Él todas las cosas.

¿Qué hemos de hacer ante esta realidad que se avecina? San Pablo responde: «Dejemos las actividades de las tinieblas y (...) conduzcámonos como en pleno día». Porque ahora la oscuridad de la noche todavía nos permite vivir una vida inauténtica, centrados en nosotros mismos, en el empeño por satisfacer nuestras pasiones, en la autocomplacencia que ignora el sufrimiento ajeno; pero cuando llegue la plenitud del Reino de Dios, iluminará con tal fuerza el verdadero sentido de todas las cosas, que ya no será posible seguir viviendo de esta manera. Dios es amor, donación de sí mismo, y su plena soberanía en el mundo supondrá la hegemonía del amor, de la vida vivida como don recibido y entregado. Y el que no entre ya ahora en este modo de vida no podrá habitar en el mundo que viene.

Pero para dejar las actividades de las tinieblas y conducirnos como en pleno día es necesario –nos dice San Pablo– «pertrecharse con las armas de la luz» y «vestirse del Señor Jesucristo». Sólo podemos prepararnos para vivir en la plenitud de la luz viviendo ya desde ahora en la luz de «las primicias del Espíritu», de esos primeros fulgores que nos llegan del sol naciente que es Jesucristo resucitado. Con un juego de espejos se podría crear un sencillo dispositivo óptico que capturara y retuviera los débiles destellos del sol naciente creando un espacio lleno de luz en medio de la oscuridad. He aquí una figura preciosa de la vida espiritual donde los espejos representan las «armas de la luz» mencionadas por San Pablo, armas como la oración, los sacramentos, el estudio y meditación de la Palabra de Dios, la abnegación y el ejercicio de la caridad, con las que amplificamos y retenemos en nosotros al Espíritu Santo que nos viste del Señor Jesucristo para caminar a su luz, como en pleno día, en un mundo que todavía se debate entre las tinieblas y la luz.

Los inversores en Bolsa darían lo que fuera por saber lo que va a ocurrir en los mercados de valores. Si supieran que una determinada empresa va a hundirse y otra va a encumbrarse, transferirían rápidamente de una a otra todo el capital, antes de que fuera demasiado tarde. Nosotros tenemos esta información privilegiada: sabemos que la existencia humana edificada sobre las bases del materialismo y del egoísmo va a derrumbarse. Ha llegado, pues, el momento de poner todo nuestro capital en el Reino de Dios. Y hay que hacerlo pronto, antes de que sea demasiado tarde, porque el Hijo del Hombre vendrá como un ladrón en la noche.

P. José María Prats


Evangelio: 

 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Porque como en los días que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrastró a todos, así será también la venida del Hijo del hombre. Entonces, estarán dos en el campo: uno es tomado, el otro dejado; dos mujeres moliendo en el molino: una es tomada, la otra dejada.

Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, estaría en vela y no permitiría que le horadasen su casa. Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».

San Mateo 24, 37-44

domingo, 23 de noviembre de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Participamos de la realeza de Cristo en la medida en que participamos de su cruz: «Si perseveramos, también reinaremos con él» / Por P. José María Prats

* «Al aceptar la cruz, perseverando en los momentos de prueba, vencemos sobre la esclavitud del egoísmo y de las pasiones y adquirimos la libertad para vivir en la verdad construyendo el reino de Dios: nos convertimos en reyes. Y la fuerza que hace posible esta aceptación de la cruz es la pasión por corresponder al amor sin medida de Cristo: ‘Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos’»

Jesucristo, Rey del Universo - C

2 Samuel 5, 1-3 / Salmo 121 / Colosenses 1, 12-20 / San Lucas 23, 35-43

P. José María Prats / Camino Católico.- Si estuviéramos celebrando la memoria de un gran rey o de un emperador como César Augusto, Carlomagno o Napoleón, probablemente leeríamos una crónica de su coronación o de alguna batalla decisiva de su reinado. En cambio, en esta solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, hemos proclamado el evangelio que nos presenta a Jesús clavado en una cruz junto a dos malhechores. Y es que es precisamente en la cruz donde se halla clavado el letrero que anuncia al mundo que Jesús es Rey: «Éste es el rey de los judíos».

En su oración en Getsemaní, Jesús ha conocido y aceptado el designio misterioso del Padre de que entregue su vida por la salvación del mundo, y ahora se encuentra pendiendo de una cruz, humillado, sangrando de pies a cabeza y rodeado de voces que le gritan: “Si eres el Mesías, sálvate a ti mismo: baja de la cruz.” La tentación no podía ser mayor: en un plato de la balanza estaba el fin de sus sufrimientos, la afirmación de sí mismo y el aplauso del mundo; en el otro plato, la pura y desnuda fidelidad a la voluntad del Padre. Y Jesús es Rey porque optó incondicionalmente por esta fidelidad: «por eso Dios –dice San Pablo– lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,9-11).

Pero este drama y tentación de Jesús siguen estando muy presentes en nuestros días. Cuando por una u otra circunstancia hemos de compartir la cruz del Señor, el mundo no deja de gritarnos: “sálvate a ti mismo: baja de la cruz”. A la mujer que ha quedado embarazada sin desearlo, el mundo le grita: “deshazte de este embarazo que viene a complicar tu vida”. A la persona enferma o deprimida que ha perdido el gusto por la vida: “no te preocupes, nosotros te proporcionaremos esa muerte suave a la que tienes derecho”. Al esposo o esposa que vive dificultades en su matrimonio: “deja de luchar y busca otra relación más satisfactoria.” Siempre la misma historia: “Sálvate a ti mismo: baja de la cruz”.

Como dice San Pablo a Timoteo, nosotros participamos de la realeza de Cristo en la medida en que participamos de su cruz: «Si perseveramos, también reinaremos con él» (2 Tim 2,12). Al aceptar la cruz, perseverando en los momentos de prueba, vencemos sobre la esclavitud del egoísmo y de las pasiones y adquirimos la libertad para vivir en la verdad construyendo el reino de Dios: nos convertimos en reyes. Y la fuerza que hace posible esta aceptación de la cruz es la pasión por corresponder al amor sin medida de Cristo: «Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos» (2 Cor 5,15). Como al buen ladrón, el amor a Cristo nos hace sordos a las voces del mundo que nos instan a despreciar y rechazar la cruz, y en medio de la prueba nos hace escuchar sus benditas palabras: «Tú estarás conmigo en el paraíso».

P. José María Prats

Evangelio:  

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo: 

«A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido». 

También los soldados se burlaban de Él y, acercándose, le ofrecían vinagre y le decían: 

«Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!». 

Había encima de él una inscripción: 

«Éste es el Rey de los judíos».

Uno de los malhechores colgados le insultaba:

 «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!». 

Pero el otro le respondió diciendo:

«¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». 

Y decía: 

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino». 

Jesús le dijo: 

«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

San Lucas 23, 35-43

domingo, 16 de noviembre de 2025

Homilía del evangelio del domingo: Para garantizar la asistencia del Espíritu Santo, los cristianos deberán perseverar en la fe hasta el final, con la convicción de que «ni un cabello de sus cabezas perecerá» / Por P. José María Prats

* «Los valores cristianos como la dignidad inviolable de todo ser humano o la vida entendida como entrega a Dios y al prójimo estarán en lucha permanente con otros valores del mundo, lo cual generará graves conflictos a nivel familiar y social (‘os echarán mano, os perseguirán ... hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos ... os odiarán por mi causa’)»

Domingo XXXIII del tiempo ordinario - C

Malaquías 3, 19-20a / Salmo 97  /  2 Tesalonicenses 3, 7-12  / San Lucas 21, 5-19

P. José María Prats / Camino Católico.- Estamos terminando el año litúrgico y las lecturas de hoy nos hablan del fin del mundo y del juicio final. El evangelio nos presenta el discurso escatológico de Jesús, un texto complejo y difícil, escrito con lenguaje apocalíptico, donde se mezclan muchas cosas.

Jesús empieza anunciando la destrucción del Templo de Jerusalén que acaeció en el año 70 y, en cambio, sus discípulos parecen preguntarle más bien por el fin del mundo y las señales que lo acompañarán. Y es que los judíos de aquella época creían que destrucción del Templo, catástrofe universal y Reino del Mesías iban a ser hechos conexos y simultáneos.

Jesús responde a las inquietudes de sus oyentes profetizando sobre lo que iba a ser la vida de sus discípulos a lo largo de la historia, hasta el fin del mundo. Como no puede ser de otra manera, esta profecía está tejida a partir de las vicisitudes concretas que estaban viviendo las comunidades cristianas cuando se escribió el evangelio de San Lucas: conflictos con las sinagogas y con los familiares no convertidos al cristianismo, persecución, comparecencia ante los gobernadores para ser juzgados, proliferación de falsos profetas... Pero la esencia de la profecía puede aplicarse a los cristianos de todos los tiempos y podríamos sintetizarla en estos puntos:

  • La vida de los cristianos se desarrollará dentro de un marco histórico muy duro marcado por conflictos políticos y sociales (guerras, revoluciones...) y por desastres naturales (terremotos, epidemias, hambre...).

  • La fe que sostiene la vida cristiana se verá continuamente amenazada por la seducción de otras comprensiones del hombre y del mundo («muchos vendrán usurpando mi nombre ... no vayáis tras ellos»). Los humanismos ateos, la ideología de género o la Nueva Era son ejemplos actuales de estas seducciones.

  • Los valores cristianos como la dignidad inviolable de todo ser humano o la vida entendida como entrega a Dios y al prójimo estarán en lucha permanente con otros valores del mundo, lo cual generará graves conflictos a nivel familiar y social («os echarán mano, os perseguirán ... hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos ... os odiarán por mi causa»). 

  • Los cristianos podrán superar todas estas amenazas y dificultades humanamente insalvables gracias a la asistencia del Espíritu Santo, el Paráclito, el Defensor, que les dará «palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario».

La comunidad de los discípulos de Jesús se nos presenta, pues, como un frágil barquito que navega en un mar embravecido, amenazado por olas gigantes: guerras, hambre, enfermedades, desastres naturales, incomprensión, persecuciones, conflictos familiares, seducciones, engaños... Pero este barquito que sube y baja zarandeado por las olas, está todo él envuelto, como en una burbuja, por el poder del Espíritu Santo con el que el Padre lo defiende y sostiene en todo momento para que llegue a buen puerto. Para garantizar esta asistencia del Espíritu Santo, los cristianos deberán perseverar en la fe hasta el final, con la convicción inquebrantable de que «ni un cabello de sus cabezas perecerá» y que cuando sea destruido su cuerpo, templo del Espíritu Santo, será reconstruido en plenitud y para siempre.


P. José María Prats

Evangelio:  

En aquel tiempo, como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, Él dijo: 

«Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida».

Le preguntaron: 

«Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». 

Él dijo: 

«Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato».

Entonces les dijo: 

«Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo. Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

San Lucas 21, 5-19