5 de agosto de 2025.- (Camino Católico) Homilía del P. José Aumente y lecturas de la Santa Misa de hoy, martes de la 18ª semana del Tiempo Ordinario, Nuestra Señora de las Nieves, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.
5 de agosto de 2025.- (Camino Católico) Homilía del P. José Aumente y lecturas de la Santa Misa de hoy, martes de la 18ª semana del Tiempo Ordinario, Nuestra Señora de las Nieves, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.
Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 5 de agosto de 2025, martes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.
Evangelio: San Mateo 14, 22-36:
Después que la gente se hubo saciado, enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo.
Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡ Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre el agua».
Él le dijo:
«Ven».
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
«Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Y los hombres de aquel lugar apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y trajeron a todos los enfermos.
Le pedían tocar siquiera la orla de su manto. Y cuantos la tocaban quedaban curados.
4 de agosto de 2025.- (Camino Católico) Homilía del P. Carmelo Donoso y lecturas de la Santa Misa de hoy, lunes de la 18ª semana del Tiempo Ordinario, san Juan María Vianney, presbítero, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.
Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 4 de agosto de 2025, lunes de la 18ª semana de Tiempo Ordinario, san Juan María Vianney, presbítero, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.
Evangelio: San Mateo 14, 13-21:
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados.
Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida».
Jesús les replicó:
«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer».
Ellos le replicaron:
«Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces».
Les dijo:
«Traédmelos».
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
* «Aspiramos continuamente a un “más” que ninguna realidad creada nos puede dar; sentimos una sed tan grande y abrasadora, que ninguna bebida de este mundo puede saciar. No engañemos nuestro corazón ante esta sed, buscando satisfacerla con sucedáneos ineficaces. Más bien, escuchémosla. Hagámonos de ella un taburete para subir y asomarnos, como niños, de puntillas, a la ventana del encuentro con Dios. Nos encontraremos ante Él, que nos espera; más bien, que llama amablemente a la puerta de nuestra alma (cf. Ap 3,20). Y es hermoso, también con veinte años, abrirle de par en par el corazón, permitirle entrar, para después aventurarnos con Él hacia espacios eternos del infinito»
Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV
* «Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las ‘cosas celestiales’ (Col 3,2), para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad, haciendo crecer en nosotros ‘sentimientos de profunda compasión, de benevolencia, de humildad, de dulzura, de paciencia’ (cf. Col 3,12), de perdón (cf. ibíd., v. 13) y de paz (cf. Jn 14,27), como los de Cristo (cf. Flp 2,5). Y en este horizonte comprenderemos cada vez mejor lo que significa que ‘la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado’ (Rm 5,5)»
3 de agosto de 2025.- (Camino Católico) “Mantengámonos unidos a Cristo, permanezcamos en su amistad, siempre, cultivándola con la oración, la adoración, la comunión eucarística, la confesión frecuente, la caridad generosa, como nos han enseñado los beatos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, que próximamente serán proclamados santos. Aspiren a cosas grandes, a la santidad, allí donde estén. No se conformen con menos”, ha dicho el Papa León XIV en su homilía de la Santa Misa por el Jubileo de los jóvenes, en la explanada de Tor Vergata, ante un millón de asistentes.
El Papa ha llegado a las ocho de la mañana para hacer un largo recorrido por el lugar antes de la celebración. Los jóvenes, que naturalmente habían desatendido el consejo de descansar que les dio León XIV al finalizar la Vigilia, trasnocharon pero madrugaron para acompañar al papamóvil en su camino al altar, aplaudiendo, agitando banderas y vitoreando al pontífice.
Desde el palco, antes de la misa, León XIV ha saludado a los peregrinos, les ha bendecido y le ha augurado que "la gran celebración en la que Cristo nos dejó su presencia en la Eucaristía" sería "una ocasión verdaderamente memorable para todos nosotros... Cuando estemos juntos como Iglesia de Cristo, caminemos juntos y vivamos a Jesucristo". En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:
JUBILEO DE LOS JÓVENES
SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
Tor Vergata
XVIII domingo del Tiempo Ordinario, 3 de agosto de 2025
Primeras palabras antes de la celebración:
Buenos días y feliz domingo:
Espero que todos hayan descansado un poco. En breve comenzaremos la mayor celebración que Cristo nos dejó, su presencia misma en la Eucaristía. Que Dios los bendiga a todos. Y que esta sea una ocasión verdaderamente memorable para todos y cada uno de nosotros cuando, juntos, como Iglesia de Cristo, lo seguimos, caminamos juntos y vivimos con Jesucristo.
_________________________
Queridos jóvenes:
Después de la Vigilia que vivimos juntos ayer por la tarde, volvemos a encontrarnos hoy para celebrar la Eucaristía, Sacramento del don total de sí que el Señor ha hecho por nosotros. Podemos imaginar que recorremos, en esta experiencia, el camino realizado la tarde de Pascua por los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35). Primero se alejaban de Jerusalén atemorizados y desilusionados; se iban convencidos de que, después de la muerte de Jesús, ya no había nada más que hacer, nada que esperar. Y, en cambio, se encontraron precisamente con Él, lo acogieron como compañero de viaje, lo escucharon mientras les explicaba las Escrituras, y finalmente lo reconocieron al partir el pan. Entonces, sus ojos se abrieron y el gozoso anuncio de la Pascua encontró lugar en sus corazones.
La liturgia de hoy no nos habla directamente de este episodio, pero nos ayuda a reflexionar sobre aquello que allí se narra: el encuentro con el Cristo resucitado que cambia nuestra existencia, que ilumina nuestros afectos, deseos y pensamientos.
La primera lectura, del Libro de Qohélet, nos invita a tomar contacto, como los dos discípulos de los que hemos hablado, con la experiencia de nuestros límites, de la finitud de las cosas que pasan (cf. Qo 1,2;2,21-23); y el Salmo responsorial, que le hace eco, nos propone la imagen de «la hierba que brota de mañana: por la mañana brota y florece, y por la tarde se seca y se marchita» (Sal 90,5-6). Son dos referencias fuertes, quizá un poco impactantes, pero que no deben asustarnos, como si fueran argumentos “tabú”, que se deben evitar. La fragilidad de la que hablan, en efecto, forma parte de la maravilla que somos. Pensemos en el símbolo de la hierba: ¿no es hermosísimo un prado florecido? Ciertamente, es delicado, hecho con tallos delgados, vulnerables, propensos a secarse, doblarse, quebrarse; pero, al mismo tiempo, son reemplazados rápidamente por otros que florecen después de ellos; y los primeros se vuelven generosamente para estos alimento y abono, al consumirse en el terreno. Así vive el campo, renovándose continuamente, e incluso durante los meses fríos del invierno, cuando todo parece callar, su energía vibra bajo tierra y se prepara para explotar en miles de colores durante la primavera.
También nosotros, queridos amigos, somos así; hemos sido hechos para esto. No para una vida donde todo es firme y seguro, sino para una existencia que se regenera constantemente en el don, en el amor. Y por eso aspiramos continuamente a un “más” que ninguna realidad creada nos puede dar; sentimos una sed tan grande y abrasadora, que ninguna bebida de este mundo puede saciar. No engañemos nuestro corazón ante esta sed, buscando satisfacerla con sucedáneos ineficaces. Más bien, escuchémosla. Hagámonos de ella un taburete para subir y asomarnos, como niños, de puntillas, a la ventana del encuentro con Dios. Nos encontraremos ante Él, que nos espera; más bien, que llama amablemente a la puerta de nuestra alma (cf. Ap 3,20). Y es hermoso, también con veinte años, abrirle de par en par el corazón, permitirle entrar, para después aventurarnos con Él hacia espacios eternos del infinito.
San Agustín, hablando de su intensa búsqueda de Dios, se preguntaba: «¿Qué es, entonces, esa cosa tan esperada […]? ¿La tierra? No. ¿Algo que se origina en la tierra, como el oro, la plata, el árbol, la mies, el agua? […] Todas estas cosas causan deleite, son hermosas, son buenas» (Sermón 313/F, 3). Y concluía: «Busca a quien las hizo: él es tu esperanza» (ibíd.). Pensando, luego, en el camino que había recorrido, rezaba diciendo: «Y he aquí que tú [Señor] estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando […]. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz» (Confesiones, 10, 27).
Hermanas y hermanos, son palabras muy hermosas, que nos recuerdan lo que decía el Papa Francisco en Lisboa, durante la Jornada Mundial de la Juventud, a otros jóvenes como ustedes: «Cada uno está llamado a confrontarse con grandes preguntas que no tienen […] una respuesta simplista o inmediata, sino que invitan a emprender un viaje, a superarse a sí mismos, a ir más allá […], a un despegue sin el cual no hay vuelo.No nos alarmemos, entonces, si nos encontramos interiormente sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de sentido y de futuro […]. ¡No estamos enfermos, estamos vivos!» (Discurso en el encuentro con los jóvenes universitarios, 3 agosto 2023).
Hay una inquietud importante en nuestro corazón, una necesidad de verdad que no podemos ignorar, que nos lleva a preguntarnos: ¿qué es realmente la felicidad? ¿Cuál es el verdadero sabor de la vida? ¿Qué es lo que nos libera de los pantanos del sinsentido, del aburrimiento y de la mediocridad?
Durante los días pasados ustedes han tenido muchas experiencias hermosas. Se han encontrado entre coetáneos provenientes de diferentes partes del mundo, pertenecientes a culturas distintas. Han intercambiado conocimientos, han compartido expectativas, han dialogado con la ciudad a través del arte, la música, la informática y el deporte. Después, en el Circo Máximo, acercándose al Sacramento de la Penitencia, han recibido el perdón de Dios y le han pedido su ayuda para una vida buena.
De todo esto se puede deducir una respuesta importante: la plenitud de nuestra existencia no depende de lo que acumulamos ni de lo que poseemos, como hemos escuchado en el Evangelio (cf. Lc 12,13-21); más bien, está unida a aquello que sabemos acoger y compartir con alegría (cf. Mt 10,8-10; Jn 6,1-13). Comprar, acumular, consumir no es suficiente. Necesitamos alzar los ojos, mirar a lo alto, a las «cosas celestiales» (Col 3,2), para darnos cuenta de que todo tiene sentido, entre las realidades del mundo, sólo en la medida en que sirve para unirnos a Dios y a los hermanos en la caridad, haciendo crecer en nosotros “sentimientos de profunda compasión, de benevolencia, de humildad, de dulzura, de paciencia” (cf. Col 3,12), de perdón (cf. ibíd., v. 13) y de paz (cf. Jn 14,27), como los de Cristo (cf. Flp 2,5). Y en este horizonte comprenderemos cada vez mejor lo que significa que «la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,5).
Muy queridos jóvenes, nuestra esperanza es Jesús. Es Él, como decía san Juan Pablo II, «el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, […] para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna» (XV Jornada Mundial de la Juventud, Vigilia de oración, 19 agosto 2000). Mantengámonos unidos a Él, permanezcamos en su amistad, siempre, cultivándola con la oración, la adoración, la comunión eucarística, la confesión frecuente, la caridad generosa, como nos han enseñado los beatos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, que próximamente serán proclamados santos. Aspiren a cosas grandes, a la santidad, allí donde estén. No se conformen con menos. Entonces verán crecer cada día la luz del Evangelio, en ustedes mismos y a su alrededor.
Los encomiendo a María, la Virgen de la esperanza. Con su ayuda, al regresar a sus países en los próximos días, en cada parte del mundo, sigan caminando con alegría tras las huellas del Salvador, y contagien a los que encuentren con el entusiasmo y el testimonio de su fe. ¡Buen camino!
PAPA LEÓN XIV
Fotos: Vatican Media, 3-8-2025
3 de agosto de 2025.- (Camino Católico) Homilía de Mons. José Manuel Lorca Planes, obispo de Cartagena, y lecturas de la Misa de hoy, XVIII domingo del Tiempo Ordinario, emitida por 13 TV, desde la Catedral de Murcia.
Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 3 de agosto de 2025, domingo de la 18ª semana de Tiempo Ordinario, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.
Evangelio: San Lucas 12, 13-21:
En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le dijo:
«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?».
Y les dijo:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola:
«Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha.
Y empezó a echar cálculos, diciéndose:
“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”.
Y se dijo:
“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Pero Dios le dijo:
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”.
Así será el que atesora para sí y no es rico ante Dios».
* «¿No debemos aspirar a la felicidad plena en este mundo? A lo que debemos aspirar en este mundo es a la alegría. La alegría procede de la experiencia del amor de Dios y, por eso, la persona alegre es siempre una persona enamorada, enamorada de Dios»
Domingo XVIII del tiempo ordinario - C
Eclesiastés 1, 2; 2,21-23 / Salmo 89 / Colosenses 3, 1-5.9-11 / San Lucas 12, 13-21
P. José María Prats / Camino Católico.- En mi opinión, uno de los mayores engaños de los hombres y mujeres de nuestro tiempo es creer, consciente o inconscientemente, que es posible alcanzar la felicidad plena aquí en la tierra y que debemos aspirar a ella.
La publicidad se encarga de alimentar este engaño bombardeando constantemente nuestros sentidos y nuestra imaginación con imágenes idílicas de personas siempre jóvenes, llenas de salud y optimismo, triunfadores en su profesión y en sus relaciones sociales y familiares, viviendo en casas preciosas con todo tipo de lujos.
Y fácilmente nos dejamos fascinar por todo esto como si fuera real y nos decimos a nosotros mismos: yo también tengo derecho a gozar de la vida y ser plenamente feliz como estas personas. Y entonces nos llenamos de amargura, de envidia y de codicia.
¿Por qué tantos matrimonios terminan en divorcio? Porque nos creemos que en la relación matrimonial todo tiene que ser perfecto y maravilloso, que nuestro amor tiene que conservar siempre el fuego y la pasión de los primeros días, que nuestro cónyuge no puede tener ningún defecto y tiene que estar siempre de acuerdo con nosotros en todo, que su familia tiene que ser perfecta... Y si esto no ocurre, nos llenamos de cólera contra él o ella porque nos está impidiendo vivir de acuerdo con ese modelo absurdo de felicidad que la sociedad y los medios de comunicación nos han inculcado.
¿Por qué hay tanta miseria en el mundo? Pues porque en el primer mundo nos hemos empeñado en construir un cielo en la tierra, lleno de seguridades, placeres y comodidades, y para ello necesitamos acumular la riqueza que otros necesitan para comer.
De hecho, el hombre del que nos habla el evangelio de hoy somos todos nosotros. ¿Acaso no desearíamos tener una cosecha extraordinaria o que nos tocara la lotería para tener nuestra vida ya “resuelta”, “asegurada”?
Pues hoy Jesús nos dice lo que dijo a aquel hombre: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?». Es decir, este cielo al que aspiramos aquí en la tierra es algo que no tiene fundamento, es como un castillo de fuegos artificiales que brilla por un instante y se desvanece luego sin dejar rastro. Como nos dice la primera lectura, todo esto no es más que vanidad: «¡Vanidad de vanidades, todo es vanidad!».
Entonces, ¿no debemos aspirar a la felicidad plena en este mundo? Efectivamente. A lo que debemos aspirar en este mundo es a la alegría.
En inglés, por ejemplo, felicidad se dice happiness, que procede del verbo happen, que significa suceder, acontecer. La felicidad, por tanto, depende de los hechos que acontecen en nuestra vida, y que a menudo no podemos controlar: de si tenemos buena o mala salud, de si nos aprecian o marginan en el trabajo, de si el dinero que tenemos nos alcanza para llegar a fin de mes... La felicidad se halla en la superficie de nuestra vida y va y viene según soplan los vientos.
La alegría, en cambio, habita en lo profundo de nuestro ser, depende de nosotros y no se inmuta ante las circunstancias de la vida. La alegría no es otra cosa que la certeza de estar viviendo en la verdad y en la amistad con Dios. Y quien experimenta esta certeza sabe que es inmensamente rico y que nada, ni siquiera la muerte, puede hacerle daño. La alegría procede de la experiencia del amor de Dios y, por eso, la persona alegre es siempre una persona enamorada, enamorada de Dios.
Las personas somos como el mar: a veces está revuelto y otras veces, tranquilo. A veces se producen maremotos que levantan olas gigantes y otras veces reina una calma majestuosa. Pero lo verdaderamente importante no es lo que ocurra en la superficie; lo importante, lo decisivo, es si en el fondo de nuestro mar, allí donde todo permanece en reposo, habita o no habita el Señor.
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, uno de la gente le dijo:
«Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo».
Él le respondió:
«¡Hombre!, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?».
Y les dijo:
«Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes».
Les dijo una parábola:
«Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea’. Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios».
San Lucas 12, 13-21