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sábado, 21 de junio de 2025

«León de Perú», documental que narra el paso de Robert Prevost como sacerdote y obispo en el país sudamericano antes de ser elegido Papa


Foto: Vatican Media

21 de junio de 2025.- (Camino Católico)  El Vaticano estrenó este 20 de junio el documental “León de Perú”, que narra el paso de Robert Prevost como sacerdote y obispo en el país sudamericano antes de ser elegido sucesor de Pedro y tomar el nombre de Papa León XIV. En el vídeo de Vatican News se visualiza el documental íntegro.

“Este documental recorre la obra misionera de Robert Francis Prevost en Perú. El viaje recorre diversos lugares del país, como Chulucanas, Trujillo, Lima, Callao y Chiclayo, donde las voces de diferentes personas relatan la labor pastoral y social del futuro Papa”, señala una nota de Vatican Media.

El documental es una producción de la Dirección Editorial del Dicasterio para la Comunicación y ha sido realizado por los periodistas Salvatore Cernuzio, Felipe Herrera-Espaliat y Jaime Vizcaíno Haro.

Esta producción se estrenó en español, italiano e inglés, en el día en que la Iglesia Católica celebra a San Juan de Matera, un monje italiano a quien Dios protegió de la calumnia.

El Papa y la cultura del Perú

En el documental, el Obispo del Callao, Mons. Luis Alberto Barrera, comenta cómo es que el Papa León XIV fue adoptando la cultura del Perú, comenzando por el idioma castellano.

“Robert no se sentía como alguien extranjero. Si le escuchan hablar en español —generalmente los americanos tienen un dejo fuerte—, él no. Había asumido tan bien la lengua española que lo hablaba como un peruano”, dice el prelado.

“El diálogo siempre ha sido con él muy fraternal, de hermanos y también su sentido de empatía con la cultura, su cercanía marcaba la diferencia completamente. Había hecho un proceso de inculturación, de entrar en la cultura del Perú y de hablar como nosotros”, destaca el obispo.

La labor del Padre Roberto con mujeres que cayeron en la prostitución

Otra de las historias que muestra el documental es el testimonio de Sylvia Vázquez, una mujer de Chiclayo que fue víctima de trata cuando era niña, quien recuerda el acompañamiento y la ayuda recibida por parte de Robert Prevost, sosteniendo la labor de la congregación de las Hermanas Adoratrices, que daban educación a mujeres que habían caído en la prostitución.

“Al Padre Prevost lo conocí porque él también estaba junto con las hermanitas Adoratrices, también se reunía con las personas del grupo de trata de personas”, recuerda la mujer que también ayudaba a las víctimas de trata en la ciudad del norte del Perú.

“Íbamos a ver a las chicas a los bares, a los sitios, a invitarlas a los talleres y el padre Prevost hacía Misa, todas las chicas escuchaban y algunas hablaban con él y el Papa también las escuchaba”.

Sylvia destaca que con estas mujeres, muchas de las cuales eran madres de familia y habían caído en la prostitución por la pobreza y la falta de trabajo: “el Papa León fue muy bueno, él ha sido muy generoso y él me decía: ‘Sylvita, tu eres una bella persona, una valiosa, estás ahí en el grupo en el que estamos y nos va a ir bien”.

El Papa León XIV y el Perú

El P. Robert Prevost, de la Orden de San Agustín, llegó por primera vez al Perú en 1985, concretamente a la Prelatura —ahora diócesis— de Chulucanas, el año en el que asumió el poder el fallecido expresidente Alan García, quien al final de su primer gobierno dejó al país sumido en una crisis económica gravísima.

Poco después, el ahora Papa León XIV volvió a Estados Unidos y, tras un tiempo allá, retornó nuevamente al Perú en 1988, ahora a la Arquidiócesis de Trujillo, donde se encargó de formar a los agustinos y donde fue profesor en el Seminario de San Carlos y San Marcelo, además de cumplir diversas labores pastorales en varias parroquias locales hasta 1999.

Luego fue prior provincial en Chicago y sirvió también, en dos periodos, como prior general de los agustinos. En 2014 regresó a la costa norte del Perú, ahora a la Diócesis de Chiclayo, de la que primero fue administrador apostólico y posteriormente obispo.

El Santo Padre asumió la nacionalidad peruana en 2015 y recibió el documento nacional de identidad, cuyos datos actualizó a finales de este mes de mayo en el Vaticano.

Mons. Robert Prevost también sirvió como Administrador Apostólico del Callao y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana, donde el secretario adjunto, el P. Guillermo Inca, guarda un recuerdo grato de él: “La emoción de haber escuchado el nombre del Cardenal Robert Prevost como Papa, Pastor de la Iglesia Universal, fue realmente indescriptible, un momento inolvidable”, dice el sacerdote.

miércoles, 18 de junio de 2025

Papa León XIV en la Audiencia General, 18-6-2025: «Pidamos al Señor el don de entender dónde se ha bloqueado nuestra vida, deseemos sanar y regresar a vivir en el Corazón de Cristo, verdadera casa de la misericordia!»

* «Jesús nos pregunta también a nosotros: '¿Quieres curarte?'. No tengamos miedo de reconocer nuestras parálisis interiores, ni de presentar al Señor nuestros desánimos. Pidamos a María Santísima que nos ayude a responder con fe al llamado de Jesús, que nos invita a levantarnos y caminar con esperanza hacia la vida nueva que Él nos ofrece»

 

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa León XIV ha hecho en nuestro idioma

* «El corazón de la Iglesia está desgarrado por los gritos que se elevan desde los lugares en guerra, en particular desde Ucrania, Irán, Israel y Gaza. ¡No debemos acostumbrarnos a la guerra! Al contrario, hay que rechazar como una tentación el encanto de las armas poderosas y sofisticadas. En nombre de la dignidad humana y del derecho internacional, repito a los responsables lo que solía decir el Papa Francisco: ¡la guerra es siempre una derrota! Y con Pío XII: ‘Nada se pierde con la paz, todo puede perderse con la guerra’»

18 de junio de 2025.- (Camino Católico).- “Jesús nos pregunta también a nosotros: ‘¿Quieres curarte?’...  Pidamos al Señor el don de entender dónde se ha bloqueado nuestra vida. Intentemos dar voz a nuestro deseo de sanar. Y recemos por todos aquellos que se sienten paralizados, que no ven una salida. ¡Pidamos regresar a vivir en el Corazón de Cristo que es la verdadera casa de la misericordia!”. Lo ha dicho el Papa León XIV en su catequesis de la audiencia general, en la plaza de San Pedro, ante 40.000 peregrinos.

La parálisis, interior y exterior, ha estado en el centro de la catequesis, la quinta desde el inicio de su pontificado. A través de la figura evangélica del paralítico, invita a superar cualquier “visión fatalista de la vida”, exhortando a todos a levantarse y asumir “la responsabilidad de elegir qué camino seguir”.

“Seguimos contemplando a Jesús que cura”, recuerda el Obispo de Roma, invitando a pensar hoy “en las situaciones en las que nos sentimos ‘bloqueados’ y encerrados en un camino sin salida”. "A veces, - afirma -  nos parece que sea inútil continuar a esperar; nos resignamos y no tenemos más ganas de luchar”.

Al final de la audiencia general, el Papa León XIV ha expresado expresa el dolor que provocan en el corazón de la Iglesia los gritos de los pueblos de Ucrania y Oriente Medio. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:


AUDIENCIA GENERAL

CATEQUESIS DEL SANTO PADRE LEÓN XIV

Plaza de San Pedro

Miércoles, 18 de junio de 2025

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. II. La vida de Jesús. Las curaciones. 10. Al verlo tendido, y sabiendo que hacía tanto tiempo que estaba así, Jesús le preguntó: «¿Quieres curarte?» (Jn 5,6)

Queridos hermanos y hermanas,

seguimos contemplando a Jesús que sana. Hoy quisiera invitarlos de manera particular a pensar en las situaciones en las que nos sentimos “bloqueados” y encerrados en un camino sin salida. A veces de hecho nos parece que sea inútil continuar a esperar; nos resignamos y no tenemos más ganas de luchar. Esta situación es descrita en los Evangelios con la imagen de la parálisis. Por esta razón desearía detenerme hoy sobre la sanación de un paralítico, narrada en el quinto capítulo del Evangelio de san Juan (5,1-9).

Jesús va Jerusalén para una fiesta de los judíos. No va directamente al Templo; se detiene ante una puerta, donde seguramente se lavaban a las ovejas que luego eran ofrecidas en sacrificio. Cerca a esta puerta, se ubicaban también tantos enfermos, que, a diferencia de las ovejas, ¡eran excluidos del Templo porque eran considerados impuros! Es entonces Jesús mismo quien los alcanza en su dolor. Estas personas esperaban un prodigio que pudiese cambiar su destino; de hecho, junto a la puerta se encontraba una piscina, cuyas aguas eran consideradas taumatúrgicas, o sea capaces de sanar: en algún momento cuando el agua se agitaba, según la creencia del tiempo, quien primero se zambullía, se curaba.

De esta forma se creaba una especie de “guerra de los pobres”: podemos imaginar la triste escena de estos enfermos que se arrastraban con fatiga para tratar de entrar en la piscina. Aquella piscina se llamaba Betzatá, que significa “casa de la misericordia”: podría ser una imagen de la Iglesia, en donde los enfermos y los pobres se juntan y hasta donde el Señor llega para sanar y donar esperanza.

Jesús se dirige específicamente a un hombre que está paralizado desde hace treinta y ocho años. Ya está resignado, porque no logra sumergirse en la piscina cuando el agua se agita (cfr v. 7). En efecto, aquello que muchas veces nos paraliza es precisamente la desilusión. Nos sentimos desanimados y corremos el riesgo de caer en la dejadez.

Jesús dirige a este paralítico una pregunta que puede parecer superficial: «¿Quieres curarte?» (v. 6). En cambio, es una pregunta necesaria, porque, cuando uno se encuentra bloqueado desde hace tantos años, puede también faltarle la voluntad de sanarse. A veces preferimos permanecer en condición de enfermos, obligando a los otros a ocuparse de nosotros. Es a veces también un pretexto para no decidir qué cosa hacer con nuestra vida. Jesús en cambio reconduce a este hombre a su deseo veraz y profundo.

Este hombre de hecho responde de manera más articulada a la pregunta de Jesús, revelando su visión de la vida. Ante todo, dice que no ha tenido nadie que lo sumerja en la piscina : entonces no es suya la culpa, sino de los otros que no se preocupan por él. Esta actitud se convierte en el pretexto para evitar asumirse las propias responsabilidades. ¿Pero es verdad que no había nadie que lo ayudase? He aquí la respuesta iluminadora de San Agustín: «Si, para ser sanado tenía absolutamente necesidad de un hombre, pero de un hombre que fuese también Dios. […] Ha venido por lo tanto el hombre que era necesario; ¿por qué postergar de nuevo la sanación?». [1]

El paralítico agrega que cuando trata de sumergirse en la piscina hay siempre alguien que llega antes que él. Este hombre está expresando una visión fatalista de la vida. Pensamos que las cosas nos pasan porque no somos afortunados, porque el destino nos es adverso. Este hombre está desanimado. Se siente derrotado en la lucha de la vida.

Jesús en cambio lo ayuda a descubrir que su vida también está en sus manos. Le invita a levantarse, a alzarse de su situación crónica, y a recoger su camilla (cfr v. 8). Ese camastro no se deja o se echa: representa su pasado de enfermedad, es su historia. Hasta aquel momento el pasado lo ha bloqueado; lo ha obligado a yacer como un muerto. Ahora es él que puede cargar aquella camilla y llevarla a donde quiera: ¡puede decidir qué cosa hacer con su historia! Se trata de caminar, asumiéndose la responsabilidad de escoger cual camino recorrer. ¡Y esto gracias a Jesús!

Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor el don de entender dónde se ha bloqueado nuestra vida. Intentemos dar voz a nuestro deseo de sanar. Y recemos por todos aquellos que se sienten paralizados, que no ven una salida. ¡Pidamos regresar a vivir en el Corazón de Cristo que es la verdadera casa de la misericordia!

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy nos detenemos en el relato del paralítico de la piscina de Betsata que nos revela a Jesús como Aquel que sana. La actitud de este hombre, paralizado desde hacía 38 años, nos hace pensar cómo, a veces, también nosotros nos resignamos, perdemos la esperanza y dejamos de luchar. A su parálisis física se agregaba una peor: la parálisis de la desesperanza. El Señor va a Jerusalén, pero su primer destino no es el templo, sino que se dirige a los excluidos que yacen cerca de la puerta. Y, al notar la situación de ese hombre, le hace una pregunta que, a simple vista, podría parecer superflua, pero con la cual busca hacerlo volver a su deseo más profundo y verdadero: «¿Quieres curarte?». El enfermo responde culpando a otros y mostrando una visión fatalista: «Señor, no tengo a nadie que me sumerja, […] mientras yo voy, otro desciende antes». Jesús lo ayuda a descubrir que el presente está en sus manos. Lo invita a levantarse, a tomar su camilla —símbolo de su pasado— y a caminar. Así, el pasado ya no lo detiene y su presente se transforma porque ahora camina junto al mismo Dios que vino a su encuentro.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España, México, Honduras, Chile y Argentina. Jesús nos pregunta también a nosotros: «¿Quieres curarte?». No tengamos miedo de reconocer nuestras parálisis interiores, ni de presentar al Señor nuestros desánimos. Pidamos a María Santísima que nos ayude a responder con fe al llamado de Jesús, que nos invita a levantarnos y caminar con esperanza hacia la vida nueva que Él nos ofrece. Muchas gracias.

Además, en otras lenguas el Pontífice ha dicho: 

Queridos hermanos y hermanas:

El corazón de la Iglesia está desgarrado por los gritos que se elevan desde los lugares en guerra, en particular desde Ucrania, Irán, Israel y Gaza. ¡No debemos acostumbrarnos a la guerra! Al contrario, hay que rechazar como una tentación el encanto de las armas poderosas y sofisticadas. En realidad, ya que en la guerra actual «al emplear en la guerra armas científicas de todo género, su crueldad intrínseca amenaza llevar a los que luchan a tal barbarie, que supere, enormemente la de los tiempos pasados» (Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 79). Por tanto, en nombre de la dignidad humana y del derecho internacional, repito a los responsables lo que solía decir el papa Francisco: ¡la guerra es siempre una derrota! Y con Pío XII: «Nada se pierde con la paz, todo puede perderse con la guerra».

Finalmente, mi pensamiento va a los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Que la fiesta del Corpus Christi, que celebraremos mañana, nos brinde la oportunidad de profundizar nuestra fe y nuestro amor por la Eucaristía. ¡Mi bendición para todos!

Papa León XIV

[1] Omelia 17, 7.







Fotos: Vatican Media, 18-6-2025

domingo, 15 de junio de 2025

Papa León XIV en homilía, 15-6-2025: «El deporte puede ayudarnos a encontrar a Dios Trinidad porque requiere un movimiento del yo hacia el otro, exterior, pero sobre todo interior, reflejo del amor de Dios»

* «El binomio Trinidad-deporte no es precisamente habitual, sin embargo, la asociación no es absurda. De hecho, toda buena actividad humana lleva consigo un reflejo de la belleza de Dios, y sin duda el deporte es una de ellas. Después de todo, Dios no es estático, no está cerrado en sí mismo. Es comunión, relación viva entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que se abre a la humanidad y al mundo. La teología llama a esta realidad pericoresis, es decir, “danza”: una danza de amor recíproco» 

    

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV  

* «En la vida de muchos santos de nuestro tiempo, el deporte haya tenido un papel significativo, tanto como práctica personal que como vía de evangelización. Pensemos en el beato Pier Giorgio Frassati, patrono de los deportistas, que será proclamado santo el próximo 7 de septiembre. Su vida, sencilla y luminosa, nos recuerda que, así como nadie nace campeón, tampoco nadie nace santo. Es el entrenamiento diario del amor lo que nos acerca a la victoria definitiva (cf. Rm 5,3-5) y nos hace capaces de trabajar en la construcción de un mundo nuevo» 

15 de junio de 2025.- (Camino Católico) El valor de la colaboración, la concreción de estar juntos y la experiencia de la derrota que nos recuerda nuestra fragilidad y nos abre a la esperanza hacen del deporte un medio valioso para la formación humana y cristiana. El Papa León XIV lo subraya, ante 6.500 fieles y peregrinos, en la homilía de la Misa presidida esta mañana en la Basílica de San Pedro, en la que reflexiona sobre el binomio Trinidad-deporte en el día en que se celebra la solemnidad de Dios Trino y el Jubileo del Deporte, una combinación “poco habitual pero no absurda” porque de hecho “toda buena actividad humana lleva consigo un reflejo de la belleza de Dios, y sin duda el deporte es una de ellas… El deporte puede ayudarnos a encontrar a Dios Trinidad porque requiere un movimiento del yo hacia el otro, exterior, pero sobre todo interior, reflejo del amor de Dios”.


El Pontífice ha recordado "la vida sencilla y luminosa" de Pier Giorgio Frassati, patrono de los deportistas, que será santo el 7 de septiembre, y las palabras de Pablo VI sobre la contribución del deporte a la restauración de la paz. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:



SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

JUBILEO DEL DEPORTE


HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV

Basílica de San Pedro

Domingo, 15 de junio de 2025

Queridos hermanos y hermanas:

En la primera Lectura hemos escuchado estas palabras: «Así habla la Sabiduría de Dios: “El Señor me creó como primicia de sus caminos, antes de sus obras, desde siempre. […] Cuando él afianzaba el cielo, yo estaba allí; […] yo estaba a su lado como un hijo querido y lo deleitaba día tras día, recreándome delante de él en todo tiempo, recreándome sobre la faz de la tierra, y mi delicia era estar con los hijos de los hombres» (Pr 8,22.27.30-31). Para san Agustín, la Trinidad y la sabiduría están íntimamente relacionadas. La sabiduría divina se revela en la Santísima Trinidad, y la sabiduría nos lleva siempre a la verdad.

Y hoy, mientras celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad, estamos viviendo el Jubileo del Deporte. El binomio Trinidad-deporte no es precisamente habitual, sin embargo, la asociación no es absurda. De hecho, toda buena actividad humana lleva consigo un reflejo de la belleza de Dios, y sin duda el deporte es una de ellas. Después de todo, Dios no es estático, no está cerrado en sí mismo. Es comunión, relación viva entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que se abre a la humanidad y al mundo. La teología llama a esta realidad pericoresis, es decir, “danza”: una danza de amor recíproco.

Es de este dinamismo divino de donde brota la vida. Hemos sido creados por un Dios que se complace y se regocija en dar la existencia a sus criaturas, que “juega”, como nos ha recordado la primera lectura (cf. Pr 8,30-31). Algunos Padres de la Iglesia hablan incluso, con audacia, de un Deus ludens, de un Dios que se divierte (cf. S. Salonio de Ginebra, in Expositio Mystica in Parabolas Salomonis et Ecclesiasten; S. Gregorio Nacianceno, Carmina, I, 2, 589). Es por eso que el deporte puede ayudarnos a encontrar a Dios Trinidad: porque requiere un movimiento del yo hacia el otro, ciertamente exterior, pero también y sobre todo interior. Sin esto, se reduce a una estéril competencia de egoísmos.

Pensemos en una expresión que, en italiano, se utiliza habitualmente para animar a los atletas durante las competiciones: los espectadores gritan: “Dai!” [en español “¡Dale!”]. Quizás no nos damos cuenta, pero es un imperativo precioso; es el imperativo del verbo “dar”. Y esto nos puede hacer reflexionar: no se trata solo de dar una prestación física, quizá extraordinaria, sino de darse uno mismo, de «jugársela». Se trata de entregarse por los demás —por el propio crecimiento, por los aficionados, por los seres queridos, por los entrenadores, por los colaboradores, por el público, incluso por los adversarios— y, si se es verdaderamente deportista, esto vale independientemente del resultado. San Juan Pablo II —un deportista, como sabemos— hablaba así de ello: “El deporte es alegría de vivir, juego, fiesta, y como tal debe valorarse […] mediante la recuperación de su gratuidad, de su capacidad para estrechar lazos de amistad, para favorecer el diálogo y la apertura de unos hacia otros, […] por encima de las duras leyes de la producción y el consumo y de cualquier otra consideración puramente utilitaria y hedonista de la vida” (cf. Homilía para el Jubileo de los Deportistas, 12 abril 1984).

Desde este punto de vista, mencionamos en particular tres aspectos que hacen del deporte, hoy en día, un medio valioso para la formación humana y cristiana.

En primer lugar, en una sociedad marcada por la soledad, en la que el individualismo exagerado ha desplazado el centro de gravedad del “nosotros” al “yo”, terminando por ignorar al otro, el deporte
— especialmente cuando se practica en equipo — enseña el valor de la colaboración, de caminar juntos, de ese compartir que, como hemos dicho, está en el corazón mismo de la vida de Dios (cf. Jn 16, 14-15). De este modo, puede convertirse en un importante instrumento de recomposición y encuentro, entre los pueblos, en las comunidades, en los entornos escolares y laborales, en las familias.

En segundo lugar, en una sociedad cada vez más digital, en la que las tecnologías, aunque acercan a personas lejanas, a menudo alejan a quienes están cerca, el deporte valora la concreción de estar juntos, el sentido del cuerpo, del espacio, del esfuerzo, del tiempo real. Así, frente a la tentación de huir a mundos virtuales, ayuda a mantener un contacto saludable con la naturaleza y con la vida concreta, único lugar en el que se ejerce el amor (cf. 1 Jn 3,18).

En tercer lugar, en una sociedad competitiva, donde parece que sólo los fuertes y los ganadores merecen vivir, el deporte también enseña a perder, poniendo a prueba al hombre, en el arte de la derrota, con una de las verdades más profundas de su condición: la fragilidad, el límite, la imperfección. Esto es importante, porque es a partir de la experiencia de esta fragilidad que nos abrimos a la esperanza. El atleta que nunca se equivoca, que no pierde jamás, no existe. Los campeones no son máquinas infalibles, sino hombres y mujeres que, incluso cuando caen, encuentran el valor para levantarse. Recordemos una vez más, a este respecto, las palabras de san Juan Pablo II, quien decía que Jesús es “el verdadero atleta de Dios”, porque venció al mundo no con la fuerza, sino con la fidelidad del amor (cf. Homilía en la Misa por el Jubileo de los deportistas, 29 octubre 2000).

No es casualidad que, en la vida de muchos santos de nuestro tiempo, el deporte haya tenido un papel significativo, tanto como práctica personal que como vía de evangelización. Pensemos en el beato Pier Giorgio Frassati, patrono de los deportistas, que será proclamado santo el próximo 7 de septiembre. Su vida, sencilla y luminosa, nos recuerda que, así como nadie nace campeón, tampoco nadie nace santo. Es el entrenamiento diario del amor lo que nos acerca a la victoria definitiva (cf. Rm 5,3-5) y nos hace capaces de trabajar en la construcción de un mundo nuevo. Así lo afirmaba también san Pablo VI, veinte años después del final de la Segunda Guerra Mundial, recordando a los miembros de una asociación deportiva católica lo mucho que el deporte había contribuido a devolver la paz y la esperanza a una sociedad devastada por las consecuencias de la guerra (cf. Discurso a los miembros del C.S.I., 20 marzo 1965). Decía, “es la formación de una sociedad nueva a la que se dirigen vuestros esfuerzos: […] conscientes de que el deporte, en los sanos elementos formativos que valora, puede ser un instrumento muy útil para la elevación espiritual de la persona humana, condición primera e indispensable de una sociedad ordenada, serena y constructiva” (cf. ibíd).

Queridos deportistas, la Iglesia les confía una misión maravillosa: ser, en las actividades que realizan, reflejo del amor de Dios Trinidad para bien de ustedes y sus hermanos. Comprométanse con entusiasmo en esta misión: como atletas, como formadores, como sociedad, como grupos, como familias. El Papa Francisco solía subrayar que María, en el Evangelio, se nos presenta activa, en movimiento, incluso “corriendo” (cf. Lc 1,39), dispuesta, como saben hacer las madres, ponerse en movimiento ante la señal de Dios, para socorrer a sus hijos (cf. Discurso a los voluntarios de la JMJ, 6 agosto 2023). Le pedimos que acompañe nuestros esfuerzos y nuestros impulsos, y que los oriente siempre hacia lo mejor, hasta la victoria más grande: la de la eternidad, el «campo infinito» donde el juego no tendrá fin y la alegría será plena (cf. 1 Co 9,24-25; 2 Tim 4,7-8).

PAPA LEÓN XIV









Fotos: Vatican Media, 15-6-2025