lunes, 27 de agosto de 2007
Oración a la Madre de Dios por las mujeres / Autora: Siilvana Duboc
MADRE,
aquí, ahora y a solas
quiero pedirte por todas nosotras.
Por aquellas que fueron escogidas
para dar la vida.
Mujeres de todas las clases sociales,
de todos los credos, razas y nacionalidades.
Todas aquellas en las cuáles la vida
está envuelta en sonrisas, lágrimas,
tristezas y felicidades.
Aquellas que sufren por hijos
que gestarón y perdieron.
Las que trabajan el día entero
en casa o en cualquier empleo.
Quiero pedir por las madres
que sufren por sus hijos enfermos.
Quiero pedir por las niñas carentes
y por las qué aún están dentro de un vientre.
Por las adolescentes inexpertas.
Por las viejitas olvidadas en asilos,
sin refugio, sin familia, cariño y amigos.
Pido también por las mujeres enfermas
que en algún hospital
aguardan su hora fatal.
Quiero pedir por las mujeres ricas,
aquellas que a pesar de la fortuna,
viven afligidas y en la amargura.
Pido por almas femeninas mezquinas,
pequeñas y solas.
Por mujeres guerreras de la vida entera.
Por las qué no tienen como dar a sus hijos
el pan y la educación.
Pido por las mujeres deficientes,
por las inconsecuentes.
Ruego por las condenadas,
aquellas que viven recluidas.
Por todas las que fueron obligadas
a crecer antes de tiempo,
que fueron juzgadas,
o en alguna cama devastadas.
Ruego por las qué mendigando en las calles
sobreviven a pesar de esa tortura.
Por las excluidas
y las sexualmente reprimidas.
Pido por la mujer dominadora y por la traidora.
Pido por aquella que sucumbió sueños dentro de si.
Por todas las que yo ya conocí.
Pido por mujeres solitarias y por las ordinarias,
las mujeres de vida difícil
y que hacen de eso un oficio.
Y por las qué se tornaron voluntarias
para ser solidarias;
Ruego por aquellas que viven acompañadas
aunque tristes y amargadas.
Y por todas las que fueron abandonadas,
las que tuvieron que continuar solas,
sin un amigo, un hombro querido.
Pido por las amigas,
por las compañeras,
por las enemigas
por las hermanas y por las parientas.
Suplico por aquellas que perdieron la fe,
que se distanciaron de la esperanza.
Quiero pedir por todas las que claman por venganza
y con eso se pierden en su inútil andanza;
Ruego por las que corren atrás de justicia,
que la buena gana de los hombres las asista.
Pido por las que luchan por causas perdidas,
por las escritoras y las doctoras,
por las artistas y profesoras.
Por las gobernantes y por las menos importantes.
Suplico por las que son obligadas a esconder sus rostros
y amputadas del placer viven en el disgusto.
Quiero pedir también por las ignorantes
y por todas que ahora están gestantes.
Por aquella mujer triste dentro del corazón,
que vive con el alma buceada en la soledad.
Por aquella que busca un amor verdadero,
para entregarse de cuerpo entero.
Y pido por la que perdió la emoción,
aquella que no tiene más paz dentro del corazón.
Y ruego, imploro, por aquella que ama
y que no correspondida, vive una vida sufrida.
Aquella que perdió su amor
y por eso, su alma se cerró.
Por todas que la droga destruyó.
Por tantas que el vicio denigró.
Suplico por aquella que fue traicionada,
por varias que son humilladas
Y por las qué fueron contaminadas.
Madre,
Quiero pedir por todas nosotras,
que somos la sonrisa y la voz,
que tenemos el sentimiento más profundo,
porque fuimos escogidas,
para engendrar y, a pesar de cualquier cosa,
Amar...
Independiente de quién sean nuestros hijos,
feos o bonitos,
amables o rebeldes,
perfectos o deficientes,
tristes o contentos.
Madre,
ayúdanos a continuar en esa batalla,
en esa guerra diaria,
en esa lucha sin fin.
Ayúdanos a ser felices como la gente siempre quiere.
Danos coraje para continuar.
Danos salud para al menos intentar,
Resignación para todo aceptar.
Danos fuerza para soportar nuestras amarguras
y a pesar de todo
continuemos siendo sinónimo de ternura;
Perdónanos por nuestros errores
y por nuestros insistentes llamamientos.
Perdónanos también por nuestras revueltas,
nuestras lágrimas y nuestras derrotas.
Y no nos dejes nunca MADRE que perdamos la fe.
Y siempre que puedas
pide por nosotros al Padre
y acuérdale que cuando él creó a EVA,
no dejó con ella ningún mapa de orientación,
ningún manual con indicación.
Ninguna seta indicando el camino correcto.
Ninguna instrucción de cómo vivir,
de como todo vencer
y aún así.....conseguimos aprender.
Amén!
Las llaves perdidas / Autor: P. Vicente Yanes
“Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Verdad manifiesta cuando se extravían las llaves. No nos interesamos por esos pedazos de metal dorado o plateado, sino hasta que nos damos cuenta de que los hemos perdido. Cuando las tenemos abrimos mecánicamente puertas, coches, vitrinas, armarios, cajones, cajas fuertes y demás cosas que estimamos.
Nos duele perder las llaves porque sin ellas se obstaculiza nuestro acceso a algo que es “de nuestra propiedad”. La llave ha llegado a ser un signo de aquello que encierra. “La llave de mi casa, de mi coche, de mi oficina”.
En la antigüedad confiar las llaves era el símbolo de delegar una autoridad, un signo de compromiso, una muestra de confianza, un gesto de responsabilidad. El siervo que recibía las llaves del amo era el de máxima confianza, el de mayor virtud y fidelidad.
Luego surgió el término de “amo de llaves” (si bien su forma más empleada es la femenina), para designar al hombre que disponía de los bienes de la casa según su prudente juicio, algo así como nuestro actual “administrador”. Para conocer el rango o importancia de uno de estos sujetos bastaba echar una mirada a la cantidad de llaves que cargaban y la clase de puertas que abrían. Muchas llaves o llaves grandes: gran responsabilidad.
Qué duda cabe que en la amistad sucede algo parecido. Sin recurrir a formas poéticas muy elaboradas, podemos afirmar con sencillez que en un amigo (esa otra mitad de nuestra alma) hemos depositado la llave de nuestro corazón. Nadie nos conoce mejor que un amigo, en nadie se confía más que en un amigo. Nadie está más pronto a escucharnos y darnos consejo. “La pena que se comparte con un amigo es un descanso”, decían los persas.
Pero nosotros no sólo tenemos amigos: también somos amigos de otras personas, ¿qué uso le damos a esta llave? Alguien confía en nosotros, como nosotros confiamos en otras personas. Puede angustiarnos mucho haber extraviado una llave importante. Es una pena mayor llenar de herrumbre el corazón oxidando una amistad.
Las lágrimas un don de Dios / Autores: Conchi y Arturo
Hay frases y refranes socializados que son sabios. Otros, por el contrario, parecen ocurrentes pero sus frutos son totalmente contrarios a los dones naturales que Dios ha incorporado a nuestra modalidad. Para muestra un estribillo de una canción que muchas personas han aplicado en su vida: "Dicen que los hombres no deben llorar".
Estas palabras hay muchas personas, hombres y mujeres, que se las aplican. Les da vergüenza que las vean llorar. Eso suele ocultar el miedo a ser vulnerable ante los demás, a mostrar nuestras debilidades. Queremos aparentar que somos fuertes, capaces de afrontar los problemas de la vida. Jesús, el hijo de Dios, lloró en público cuando su amigo Lázaro murió. Él sabía que lo iba a resucitar pero se conmovió profundamente por el dolor de cuantos amaban a su amigo.
Dios Padre también llora, no con lágrimas humanas sino espirituales y profundas desde su corazón misericordioso cada vez que desea hacernos crecer en su Amor y nosotros nos resistimos. A veces, dudamos, en otros momentos creemos que Dios no puede pedirnos que renunciemos a según que cosas de nuestra vida. Cuando sucede eso, nos paralizamos como personas y como discípulos. Dios quiere enseñarnos cada día amar y sus lágrimas por nosotros cuando no escuchamos y le seguimos acrecientan su misericordia por nosotros.
Santa Mónica lloró por su hijo Agustín miles de lágrimas para que el Señor lo convirtiera. Mónica oraba con lágrimas. Su oración eran las lágrimas. Nos impresiona mucho cuando estamos en la iglesia adorando al Señor ver personas de todas las edades que en su desesperación se arrodillan ante el santísimo o el Crucifijo y romper a llorar desesperadamente. Su llanto desgarrado es su única oración, que a veces se prolonga por largos minutos. Dios conoce sus problemas y ellos van a los pies de Jesús débiles y vulnerables, para ser fortalecidos por Él, guiados y levantados en sus situaciones dificiles.
Conocemos una persona desde hace 45 años, que tiene fe y frecuenta la iglesia con toda su familia. Cuando murió su padre, las hermanas y los familiares, al recibir la noticia, iban al hospital donde falleció y lloraban. Sus mismas hermanas y su esposa nos contaron como las reprendía por llorar argumentando que ya sabían que iba a morir. Conocemos bien a este hombre y nunca en 45 año lo hemos visto llorar. Sabemos que ni lo hace cuando está sólo. Reprime sus lágrimas y se hace el fuerte pero su rostro refleja a simple vista amargura, tristeza y desolación. Realmente incluso a tenido problemas de salud. Esa no es la voluntad de Dios.
Las lágrimas son un don de oración ante la debilidad y de alabanza en la alegría. Muchos en la iglesia preguntan a veces como se ora con el don de lenguas. Las Lágrimas son una forma de don de lenguas donde el Espíritu Santo, con gemidos inefables, ora en nosotros pidiendo o intercediendo y dando gracias. En el nombre de Jesús, Padre Santo por don de`l Espíritu Santo concedenos que las lágrimas salgan de nuestro corazón como una oración agradable a Ti.
domingo, 26 de agosto de 2007
Que nuestro deseo de la vida eterna se ejercite en la oración / Autor : San Agustín
De la carta de san Agustín, obispo, a Proba
Carta 130,8,15.17- 9,18
¿Por qué en la oración nos preocupamos de tantas cosas y nos preguntamos cómo hemos de orar, temiendo que nuestras plegarias no procedan con rectitud, en lugar de limitarnos a decir con el salmo: Una cosa pido al Señor, eso buscaré: habitar en la casa del Señor por los días de mi vida; gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo? En aquella morada, los días no consisten en el empezar y en el pasar uno después de otro ni el comienzo de un día significa el fin del anterior; todos los días se dan simultáneamente, y ninguno se termina allí donde ni la vida ni sus días tienen fin.
Para que lográramos esta vida dichosa, la misma Vida verdadera y dichosa nos enseñó a orar; pero no quiso que lo hiciéramos con muchas palabras, como si nos escuchara mejor cuanto más locuaces nos mostráramos, pues, como el mismo Señor dijo, oramos a aquel que conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos.
Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Ensanchaos; no os unzáis al mismo yugo con los infieles.
Cuanto más fielmente creemos, más firmemente esperamos y más ardientemente deseamos este don, más capaces somos de recibirlo; se trata de un don realmente inmenso, tanto, que ni el ojo vio, pues no se trata de un color; ni el oído oyó, pues no es ningún sonido; ni vino al pensamiento del hombre, ya que es el pensamiento del hombre el que debe ir a aquel don para alcanzarlo.
Así, pues, constantemente oramos por medio de la fe, de la esperanza y de la caridad, con un deseo ininterrumpido. Pero, además, en determinados días y horas, oramos a Dios también con palabras, para que, amonestándonos a nosotros mismos por medio de estos signos externos, vayamos tomando conciencia de cómo progresamos en nuestro deseo y, de este modo, nos animemos a proseguir en él. Porque, sin duda alguna, el efecto será tanto mayor, cuanto más intenso haya sido el afecto que lo hubiera precedido. Por tanto, aquello que nos dice el Apóstol: Sed constantes en orar, ¿qué otra cosa puede significar sino que debemos desear incesantemente la vida dichosa, que es la vida eterna, la cual nos ha de venir del único que la puede dar?
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No sabemos pedir lo que nos conviene
De la carta de san Agustín, obispo, a Proba
Carta 130,14,25-26
Quizá me preguntes aún por qué razón dijo el Apóstol que no sabemos pedir lo que nos conviene, siendo así que podemos pensar que tanto el mismo Pablo como aquellos a quienes él se dirigía conocían la oración dominical.
Porque el Apóstol experimentó seguramente su incapacidad de orar como conviene, por eso quiso manifestarnos su ignorancia; en efecto, cuando, en medio de la sublimidad de sus revelaciones, le fue dado el aguijón de su carne, el ángel de Satanás que lo apaleaba, desconociendo la manera conveniente de orar, Pablo pidió tres veces al Señor que lo librara de esta aflicción. Y oyó la respuesta de Dios y el porqué no se realizaba ni era conveniente que se realizase lo que pedía un hombre tan santo: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.
Ciertamente, en aquellas tribulaciones que pueden ocasionarnos provecho o daño no sabemos cómo debemos orar; pues como dichas tribulaciones nos resultan duras y molestas y van contra nuestra débil naturaleza, todos coincidimos naturalmente en pedir que se alejen de nosotros. Pero, por el amor que nuestro Dios y Señor nos tiene, no debemos pensar que si no aparta de nosotros aquellos contratiempos es porque nos olvida; sino más bien, por la paciente tolerancia de estos males, esperemos obtener bienes mayores, y así la fuerza se realiza en la debilidad. Esto, en efecto, fue escrito para que nadie se enorgullezca si, cuando pide con impaciencia, es escuchado en aquello que no le conviene, y para que nadie decaiga ni desespere de la misericordia divina si su oración no es escuchada en aquello que pidió y que, posiblemente, o bien le sería causa de un mal mayor o bien ocasión de que, engreído por la prosperidad, corriera el riesgo de perderse. En tales casos, ciertamente, no sabemos pedir lo que nos conviene.
Por tanto, si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra. De ello nos dio ejemplo aquel divino Mediador, el cual dijo en su pasión: Padre, si es posible, que pase y se aleje de mi ese cáliz, pero, con perfecta abnegación de la voluntad humana que recibió al hacerse hombre, añadió inmediatamente: Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Por lo cual, entendemos perfectamente que por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.
Oración
Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.
San Agustín, patrón de los que buscan a Dios
Uno de los cuatro doctores originales de la Iglesia Latina.
Llamado "Doctor de la Gracia". Fiesta: 28 de agosto
"Nos has hecho para ti, Señor,
y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti"
"Señor, que todo mi corazón se inflame con amor por ti;
Haz que nada en mi me pertenezca y que no piense en mi;
Que yo queme y sea totalmente consumido en Ti;
Que te ame con todo mi ser, como incendiado por ti"
-San Agustín, Comentario al salmo 138
Reseña sobre San Agustín
Nació en Tagaste (África) el año 354; después de una juventud desviada doctrinal y moralmente, se convirtió, estando en Milán, y el año 387 fue bautizado por el obispo San Ambrosio. Vuelto a su patria, llevó una vida dedicada al ascetismo, y fue elegido obispo de Hipona. Durante treinta y cuatro años, en que ejerció este ministerio, fue un modelo para su grey, a la que dio una sólida formación por medio de sus sermones y de sus numerosos escritos, con los que contribuyó en gran manera a una mayor profundización de la fe cristiana contra los errores doctrinales de su tiempo. Está entre los Padres mas influyentes del Occidente y sus escritos son de gran actualidad. Murió el año 430. Sus restos mortales se veneran en la Basílica de San Pedro (Pavia, Italia).
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Biografía
Su niñez
San Agustín nació el 13 de noviembre del año 354 en Tagaste. Esa pequeña población del norte de África estaba bastante cerca de Numidia, pero relativamente alejada del mar, de suerte que Agustín no lo conoció sino hasta mucho después. Sus padres eran de cierta posición, pero no ricos. El padre de Agustín, Patricio, era un pagano de temperamento violento; pero, gracias al ejemplo y a la prudente conducta de su esposa, Mónica, se bautizó poco antes de morir. Agustín tenía varios hermanos; él mismo habla de Navigio, quien dejó varios hijos al morir y de una hermana que consagró su virginidad al Señor. Aunque Agustín ingresó en el catecumenado desde la infancia, no recibió por entonces el bautismo, de acuerdo con la costumbre de la época. En su juventud se dejó arrastrar por los malos ejemplos y, hasta los treinta y dos años, llevó una vida licenciosa, aferrado a la herejía maniquea. De ello habla largamente en sus "Confesiones", que comprenden la descripción de su conversión y la muerte de su madre Mónica. Dicha obra, que hace las delicias de "las gentes ansiosas de conocer las vidas ajenas, pero poco solícitas de enmendar la propia", no fue escrita para satisfacer esa curiosidad malsana, sino para mostrar la misericordia de que Dios había usado con un pecador y para que los contemporáneos del autor no le estimasen en más de lo que valía. Mónica había enseñado a orar a su hijo desde niño y le había instruido en la fe, de modo que el mismo Agustín que cayó gravemente enfermo, pidió que le fuese conferido el bautismo y Mónica hizo todos los preparativos para que lo recibiera; pero la salud del joven mejoró y el bautismo fue diferido. El santo condenó más tarde, con mucha razón, la costumbre de diferir el bautismo por miedo de pecar después de haberlo recibido. Pero no es menos lamentable la naturalidad con que, en nuestros días, vemos los pecados cometidos después del bautismo que son una verdadera profanación de ese sacramento.
"Mis padres me pusieron en la escuela para que aprendiese cosas que en la infancia me parecían totalmente inútiles y, si me mostraba yo negligente en los estudios, me azotaban. Tal era el método ordinario de mis padres y, los que antes que nosotros habían andado ese camino nos habían legado esa pesada herencia". Agustín daba gracias a Dios porque, si bien las personas que le obligaban a aprender, sólo pensaban en las "riquezas que pasan" y en la gloria perecedera", la Divina Providencia se valió de su error para hacerle aprender cosas que le serían muy útiles y provechosas en la vida. El santo se reprochaba por haber estudiado frecuentemente sólo por temor al castigo y por no haber escrito, leído y aprendido las lecciones como debía hacerlo, desobedeciendo así a sus padres y maestros. Algunas veces pedía a Dios con gran fervor que le librase del castigo en la escuela; sus padres y maestros se reían de su miedo. Agustín comenta: "Nos castigaban porque jugábamos; sin embargo, ellos hacían exactamente lo mismo que nosotros, aunque sus juegos recibían el nombre de 'negocios' . . . Reflexionando bien, es imposible justificar los castigos que me imponían por jugar, alegando que el juego me impedía aprender rápidamente las artes que, más tarde, sólo me servirían para jugar juegos peores". El santo añade: "Nadie hace bien lo que hace contra su voluntad" y observa que el mismo maestro que le castigaba por una falta sin importancia, "se mostraba en las disputas con los otros profesores menos dueño de si y más envidioso que un niño al que otro vence en el juego". Agustín estudiaba con gusto el latín, que había aprendido en conversaciones con las sirvientas de su casa y con otras personas; no el latín "que enseñan los profesores de las clases inferiores, sino el que enseñan los gramáticos". Desde niño detestaba el griego y nunca llegó a gustar a Homero, porque jamás logró entenderlo bien. En cambio, muy pronto tomó gusto por los poetas latinos.
Años juveniles
Agustín fue a Cartago a fines del año 370, cuando acababa de cumplir diecisiete años. Pronto se distinguió en la escuela de retórica y se entregó ardientemente al estudio, aunque lo hacía sobre todo por vanidad y ambición. Poco a poco se dejó arrastrar a una vida licenciosa, pero aun entonces conservaba cierta decencia de alma, como lo reconocían sus propios compañeros. No tardó en entablar relaciones amorosas con una mujer y, aunque eran relaciones ilegales, supo permanecerle fiel hasta que la mandó a Milán, en 385. Con ella tuvo un hijo, llamado Adeodato, el año 372. El padre de Agustín murió en 371. Agustín prosiguió sus estudios en Cartago. La lectura del "Hortensius" de Cicerón le desvió de la retórica a la filosofía. También leyó las obras de los escritores cristianos, pero la sencillez de su estilo le impidió comprender su humildad y penetrar su espíritu. Por entonces cayó Agustín en el maniqueísmo. Aquello fue, por decirlo así, una enfermedad de un alma noble, angustiada por el "problema del mal", que trataba de resolver por un dualismo metafísico y religioso, afirmando que Dios era el principio de todo bien y la materia el principio de todo mal. La mala vida lleva siempre consigo cierta oscuridad del entendimiento y cierta torpeza de la voluntad; esos males, unidos al del orgullo, hicieron que Agustín profesara el maniqueísmo hasta los veintiocho años. El santo confiesa: "Buscaba yo por el orgullo lo que sólo podía encontrar por la humildad. Henchido de vanidad, abandoné el nido, creyéndome capaz de volar y sólo conseguí caer por tierra".
San Agustín dirigió durante nueve años su propia escuela de gramática y retórica en Tagaste y Cartago. Entre tanto, Mónica, confiada en las palabras de un santo obispo que, le había anunciado que "el hijo de tantas lágrimas no podía perderse", no cesaba de tratar de convertirle por la oración y la persuasión. Después de una discusión con Fausto, el jefe de los maniqueos, Agustín empezó a desilusionarse de la secta. El año 383, partió furtivamente a Roma, a impulsos del temor de que su madre tratase de retenerle en África. En la Ciudad Eterna abrió una escuela, pero, descontento por la perversa costumbre de los estudiantes, que cambiaban frecuente de maestro para no pagar sus servicios, decidió emigrar a Milán, donde obtuvo el puesto de profesor de retórica.
Ahí fue muy bien acogido y el obispo de la ciudad, San Ambrosio, le dio ciertas muestras de respeto. Por su parte, Agustín tenía curiosidad por conocer a fondo al obispo, no tanto porque predicase la verdad, cuanto porque era un hombre famoso por su erudición. Así pues, asistía frecuentemente a los sermones de San Ambrosio, para satisfacer su curiosidad y deleitarse con su elocuencia. Los sermones del santo obispo eran más inteligentes que los discursos del hereje Fausto y empezaron a producir impresión en la mente y el corazón de Agustín, quien al mismo tiempo, leía las obras de Platón y Plotino. "Platón me llevó al conocimiento del verdadero Dios y Jesucristo me mostró el camino". Santa Mónica, que le había seguido a Milán, quería que Agustín se casara; por otra parte, la madre de Adeodato retornó al África y dejó al niño con su padre. Pero nada de aquello consiguió mover a Agustín a casarse o a observar la continencia y la lucha moral, espiritual e intelectual continuó sin cambios.
Excelencia de la castidad
Agustín comprendía la excelencia de la castidad predicada por la Iglesia católica , pero la dificultad de practicarla le hacía vacilar en abrazar definitivamente el cristianismo. Por otra parte, los sermones de San Ambrosio y la lectura de la Biblia le habían convencido de que la verdad estaba en la Iglesia, pero se resistía todavía a cooperar con la gracia de Dios. El santo lo expresa así: "Deseaba y ansiaba la liberación; sin embargo, seguía atado al suelo, no por cadenas exteriores, sino por los hierros de mi propia voluntad. El Enemigo se había posesionado de mi voluntad y la había convertido en una cadena que me impedía todo movimiento, porque de la perversión de la voluntad había nacido la lujuria y de la lujuria la costumbre y, la costumbre a la que yo no había resistido, había creado en mí una especie de necesidad cuyos eslabones, unidos unos a otros, me mantenían en cruel esclavitud. Y ya no tenía la excusa de dilatar mi entrega a Tí alegando que aún no había descubierto plenamente tu verdad, porque ahora ya la conocía y, sin embargo, seguía encadenado ... Nada podía responderte cuando me decías: 'Levántate del sueño y resucita de los muertos y Cristo te iluminará . . . Nada podía responderte, repito, a pesar de que estaba ya convencido de la verdad de la fe, sino palabras vanas y perezosas. Así pues, te decía: 'Lo haré pronto, poco a poco; dame más tiempo´. Pero ese 'pronto' no llegaba nunca, las dilaciones se prolongaban, y el 'poco tiempo' se convertía en mucho tiempo".
El ejemplo de los Santos
El relato que San Simpliciano le había hecho de la conversión de Victorino, el profesor romano neoplatónico, le impresionó profundamente. Poco después, Agustín y su amigo Alipio recibieron la visita de Ponticiano, un africano. Viendo las epístolas de San Pablo sobre la mesa de Agustín, Ponticiano les habló de la vida de San Antonio y quedó muy sorprendido al enterarse de que no conocían al santo. Después les refirió la historia de dos hombres que se habían convertido por la lectura de la vida de San Antonio. Las palabras de Ponticiano conmovieron mucho a Agustín, quien vio con perfecta claridad las deformidades y manchas de su alma. En sus precedentes intentos de conversión Agustín había pedido a Dios la gracia de la continencia, pero con cierto temor de que se la concediese demasiado pronto: "En la aurora de mi juventud, te había yo pedido la castidad, pero sólo a medias, porque soy un miserable. Te decía yo, pues: 'Concédeme la gracia de la castidad, pero todavía no'; porque tenía yo miedo de que me escuchases demasiado pronto y me librases de esa enfermedad y lo que yo quería era que mi lujuria se viese satisfecha y no extinguida". Avergonzado de haber sido tan débil hasta entonces, Agustín dijo a Alipio en cuanto partió Ponticiano: "¿Qué estamos haciendo? Los ignorantes arrebatan el Reino de los Cielos y nosotros, con toda nuestra ciencia, nos quedamos atrás cobardemente, revolcándonos en el pecado. Tenemos vergüenza de seguir el camino por el que los ignorantes nos han precedido, cuando por el contrario, deberíamos avergonzarnos de no avanzar por él".
Gracia divina que todo lo puede
Agustín se levantó y salió al jardín. Alipio le siguió, sorprendido de sus palabras y de su conducta. Ambos se sentaron en el rincón más alejado de la casa. Agustín era presa de un violento conflicto interior, desgarrado entre el llamado del Espíritu Santo a la castidad y el deleitable recuerdo de sus excesos. Y Levantándose del sitio en que se hallaba sentado, fue a tenderse bajo un árbol, clamando: "¿Hasta cuándo, Señor? ¿Vas a estar siempre airado? ¡Olvida mis antiguos pecados!" Y se repetía con gran aflicción: "¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo? ¿Hasta mañana? ¿Por qué no hoy? ¿Por qué no voy a poner fin a mis iniquidades en este momento?" En tanto que se repetía esto y lloraba amargamente, oyó la voz de un niño que cantaba en la casa vecina una canción que decía: "Tolle lege, tolle lege" (Toma y lee, toma y lee). Agustín empezó a preguntarse si los niños acostumbraban repetir esas palabras en algún juego, pero no pudo recordar ninguno en el que esto sucediese. Entonces le vino a la memoria que San Antonio se había convertido al oír la lectura de un pasaje del Evangelio. Interpretó pues, las palabras del niño como una señal del cielo, dejó de llorar y se dirigió al sitio en que se hallaba Alipio con el libro de las Epístolas de San Pablo. Inmediatamente lo abrió y leyó en silencio las primeras palabras que cayeron bajo sus ojos: "No en las riñas y en la embriaguez, no en la lujuria y la impureza, no en la ambición y en la envidia: poneos en manos del Señor Jesucristo y abandonad la carne y la concupiscencia". Ese texto hizo desaparecer las últimas dudas de Agustín, que cerró el libro y relató serenamente a Alipio todo lo sucedido. Alipio leyó entonces el siguiente versículo de San Pablo: "Tomad con vosotros a los que son débiles en la fe". Aplicándose el texto a sí mismo, siguió a Agustín en la conversión. Ambos se dirigieron al punto a narrar lo sucedido a Santa Mónica, la cual alabó a Dios "que es capaz de colmar nuestros deseos en una forma que supera todo lo imaginable". La escena que acabamos de referir tuvo lugar en septiembre de 386, cuando Agustín tenía treinta y dos años.
En las manos del Señor
El sa11nto renunció inmediatamente al profesorado y se trasladó a una casa de campo en Casiciaco, cerca de Milán, que le había prestado su amigo Verecundo. Santa Mónica, su hermano Navigio, su hijo Adeodato, San Alipio y algunos otros amigos, le siguieron a ese retiro, donde vivieron en una especie de comunidad. Agustín se consagró a la oración y el estudio y, aun éste era una forma de oración por la devoción que ponía en él. Entregado a la penitencia, a la vigilancia diligente de su corazón y sus sentidos, dedicado a orar con gran humildad, el santo se preparó a recibir la gracia del bautismo, que había de convertirle en una nueva criatura, resucitada con Cristo. "Demasiado tarde, demasiado tarde empecé a amarte. ¡Hermosura siempre antigua y siempre nueva, demasiado tarde empecé a amarte! Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Yo estaba lejos, corriendo detrás de la hermosura por Tí creada; las cosas que habían recibido de Tí el ser, me mantenían lejos de Tí. Pero tú me llamaste. me llamaste a gritos, y acabaste por vencer mi sordera. Tú me iluminaste y tu luz acabó por penetrar en mis tinieblas. Ahora que he gustado de tu suavidad estoy hambriento de Tí. Me has tocado y mi corazón desea ardientemente tus abrazos". Los tres diálogos "Contra los Académicos", "Sobre la vida feliz" y "Sobre el orden", se basan en las conversaciones que Agustín tuvo con sus amigos en esos siete meses.
Nueva Vida en Cristo
La víspera de la Pascua del año 387, San Agustín recibió el bautismo, junto con Alipio y su querido hijo Adeodato, quien tenía entonces quince años y murió poco después. En el otoño de ese año, Agustín resolvió retornar a África y fue a embarcarse en Ostia con su madre y algunos amigos. Santa Mónica murió ahí en noviembre de 387. Agustín consagra seis conmovedores capítulos de las "Confesiones" a la vida de su madre. Viajó a Roma unos cuantos meses después y, en septiembre de 388, se embarcó para África. En Tagaste vivió casi tres años con sus amigos, olvidado del mundo y al servicio de Dios con el ayuno, la oración y las buenas obras. Además de meditar sobre la ley de Dios, Agustín instruía a sus prójimos con sus discursos y escritos. El santo y sus amigos habían puesto todas sus propiedades en común y cada uno las utilizaba según sus necesidades. Aunque Agustín no pensaba en el sacerdocio, fue ordenado el año 391 por el obispo de Hipona, Valerio, quien le tomó por asistente. Así pues, el santo se trasladó a dicha ciudad y estableció una especie de monasterio en una casa próxima a la iglesia, como lo había hecho en Tagaste. San Alipio, San Evodio, San Posidio y otros, formaban parte de la comunidad y vivían "según la regla de los santos Apóstoles". El obispo, que era griego y tenía además cierto impedimento de la lengua, nombró predicador a Agustín. En el oriente era muy común la costumbre de que los obispos tuviesen un predicador, a cuyos sermones asistían; pero en el occidente eso constituía una novedad. Más todavía, Agustín obtuvo permiso de predicar aun en ausencia del obispo, lo cual era inusitado. Desde entonces, el santo no dejó de predicar hasta el fin de su vida. Se conservan casi cuatrocientos sermones de San Agustín, la mayoría de los cuales no fueron escritos directamente por él, sino tomados por sus oyentes. En la primera época de su predicación, Agustín se dedicó a combatir el maniqueísmo y los comienzos del donatismo y consiguió extirpar la costumbre de efectuar festejos en las capillas de los mártires. El santo predicaba siempre en latín, a pesar de que los campesinos de ciertos distritos de la diócesis sólo hablaban el púnico y era difícil encontrar sacerdotes que les predicasen en su lengua.
Obispo de Hipona
El año 395, San Agustín fue consagrado obispo coadjutor de Valerio. Poco después murió este último y el santo le sucedió en la sede de Hipona. Procedió inmediatamente a establecer la vida común regular en su propia casa y exigió que todos los sacerdotes, diáconos y subdiáconos que vivían con él renunciasen a sus propiedades y se atuviesen a las reglas. Por otra parte, no admitía a las órdenes sino a aquellos que aceptaban esa forma de vida. San Posidio, su biógrafo, cuenta que los vestidos y los muebles eran modestos pero decentes y limpios. Los únicos objetos de plata que había en la casa eran las cucharas; los platos eran de barro o de madera. El santo era muy hospitalario, pero la comida que ofrecía era frugal; el uso mesurado del vino no estaba prohibido. Durante las comidas, se leía algún libro para evitar las conversaciones ligeras. Todos los clérigos comían en común y se vestían del fondo común. Como lo dijo el Papa Pascual XI, "San Agustín adoptó con fervor y contribuyó a regularizar la forma de vida común que la primitiva Iglesia había aprobado como instituida por los Apóstoles". El santo fundó también una comunidad femenina. A la muerte de su hermana, que fue la primera "abadesa", escribió una carta sobre los primeros principios ascéticos de la vida religiosa. En esa epístola y en dos sermones se halla comprendida la llamada "Regla de San Agustín", que constituye la base de las constituciones de tantos canónigos y canonesas regulares. El santo obispo empleaba las rentas de su diócesis, como lo había hecho antes con su patrimonio, en el socorro de los pobres. Posidio refiere que, en varias ocasiones, mandó fundir los vasos sagrados para rescatar cautivos, como antes lo había hecho San Ambrosio. San Agustín menciona en varias de sus cartas y sermones la costumbre que había impuesto a sus fieles de vestir una vez al año a los pobres de cada parroquia y, algunas veces, llegaba hasta a contraer deudas para ayudar a los necesitados. Su caridad y celo por el bien espiritual de sus prójimos era ilimitado. Así, decía a su pueblo, como un nuevo Moisés o un nuevo San Pablo: "No quiero salvarme sin vosotros". "¿Cuál es mi deseo? ¿Para qué soy obispo? ¿Para qué he venido al mundo? Sólo para vivir en Jesucristo, para vivir en El con vosotros. Esa es mi pasión, mi honor, mi gloria, mi gozo y mi riqueza".
Pocos hombres han poseído un corazón tan afectuoso y fraternal como el de San Agustín. Se mostraba amable con los infieles y frecuentemente los invitaba a comer con él; en cambio, se rehusaba a comer con los cristianos de conducta públicamente escandalosa y les imponía con severidad las penitencias canónicas y las censuras eclesiásticas. Aunque jamás olvidaba la caridad, la mansedumbre y las buenas maneras, se oponía a todas las injusticias sin excepción de personas. San Agustín se quejaba de que la costumbre había hecho tan comunes ciertos pecados que, en caso de oponerse abiertamente a ellos, haría más mal que bien y seguía fielmente las tres reglas de San Ambrosio: no meterse a hacer matrimonios, no incitar a nadie a entrar en la carrera militar y no aceptar invitaciones en su propia ciudad para no verse obligado a salir demasiado. Generalmente, la correspondencia de los grandes hombres es muy interesante por la luz que arroja sobre su vida y su pensamiento íntimos. Así sucede, particularmente con la correspondencia de San Agustín. En la carta quincuagésima cuarta, dirigida a Januario, alaba la comunión diría, con tal de que se la reciba dignamente, con la humildad con que Zaqueo recibió a Cristo en su casa; pero también alaba la costumbre de los que, siguiendo el ejemplo del humilde centurión, sólo comulgan los sábados, los domingos y los días de fiesta, para hacerlo con mayor devoción. En la carta a Ecdicia explica las obligaciones de la mujer respecto de su esposo, diciéndole que no se vista de negro, puesto que eso desagrada a su marido y que practique la humildad y la alegría cristianas vistiéndose ricamente por complacer a su esposo. También la exhorta a seguir el parecer de su marido en todas las cosas razonables, particularmente en la educación de su hijo, en la que debe dejarle la iniciativa. En otras cartas, el santo habla del respeto, el afecto y la consideración que el marido debe a la mujer. La modestia y humildad de San Agustín se muestran en su discusión con San Jerónimo sobre la interpretación de la epístola a los Gálatas. A consecuencia de la pérdida de una carta, San Jerónimo, que no era muy paciente, se dio por ofendido. San Agustín le escribió: "Os ruego que no dejéis de corregirme con toda confianza siempre que creáis que lo necesito; porque, aunque la dignidad del episcopado supera a la del sacerdocio, Agustín es inferior en muchos aspectos a Jerónimo". El santo obispo lamentaba la actitud de la controversia que sostuvieron San Jerónimo y Rufino, pues temía en esos casos que los adversarios sostuviesen su opinión más por vanidad que por amor de la verdad. Como él mismo escribía, "sostienen su opinión porque es la propia, no porque sea la verdadera; no buscan la verdad, sino el triunfo".
La Verdad ante el error
Durante los treinta y cinco años de su episcopado, San Agustín tuvo que defender la fe católica contra muchas herejías. Una de las principales fue la de los donatistas, quienes sostenían que la Iglesia católica había dejado de ser la Iglesia de Cristo por mantener la comunión con los pecadores y que los herejes no podían conferir válidamente ningún sacramento. Los donatistas eran muy numerosos en Africa, donde no retrocedieron ante el asesinato de los católicos y todas las otras formas de la violencia. Sin embargo, gracias a la ciencia y el infatigable celo de San Agustín y a su santidad de vida, los católicos ganaron terreno paulatinamente. Ello exasperó tanto a los donatistas, que algunos de ellos afirmaban públicamente que quien asesinara al santo prestaría un servicio insigne a la religión y alcanzaría gran mérito ante Dios. El año 405, San Agustín tuvo que recurrir a la autoridad pública para defender a los católicos contra los excesos de los donatistas y, en el mismo año, el emperador Honorio publicó severos decretos contra ellos. El santo desaprobó al principio esas medidas, aunque más tarde cambió de opinión, excepto en cuanto a la pena de muerte. En 411, se llevó a cabo en Cartago una conferencia entre los católicos y los donatistas que fue el principio de la decadencia del donatismo. Pero, por la misma época, empezó la gran controversia pelagiana.
Pelagio era originario de la Gran Bretaña. San Jerónimo le describía como un hombre alto y gordo, repleto de avena de Escocia. Algunos historiadores afirman que era irlandés. En todo caso, lo cierto es que había rechazado la doctrina del pecado original y afirmaba que la gracia no era necesaria para salvarse; como consecuencia de su opinión sobre el pecado original, sostenía que el bautismo era un mero título de admisión en el cielo. Pelagio pasó de Roma a Africa el año 411, junto con su amigo Celestio y aquel mismo año, el sínodo de Cartago condenó por primera vez su doctrina. San Agustín no asistió al concilio, pero desde ese momento empezó a hacer la guerra al pelagianismo en sus cartas y sermones. A fines del mismo año, el tribuno San Marcelino le convenció de que escribiese su primer tratado contra los pelagianos. Sin embargo, el santo no nombró en él a los autores de la herejía, con la esperanza de así ganárselos y aun tributó ciertas alabanzas a Pelagio: "Según he oído decir, es un hombre santo, muy ejercitado en la virtud cristiana, un hombre bueno y digno de alabanza". Desgraciadamente Pelagio se obstinó en sus errores. San Agustín le acosó implacablemente en toda la serie de disputas, subterfugios y condenaciones que siguieron. Después de Dios, la Iglesia debe a San Agustín el triunfo sobre el pelagianismo. A raíz del saqueo de Roma por Alarico, el año 410, los paganos renovaron sus ataques contra el cristianismo, atribuyéndole todas las calamidades del Imperio. Para responder a esos ataques, San Agustín empezó a escribir su gran obra, 'La Ciudad de Dios", en el año de 413 y la terminó hasta el año 426. 'La Ciudad de Dios" es, después de las "Confesiones", la obra más conocida del santo. No se trata simplemente de una respuesta a los paganos, sino de toda una filosofía de la historia providencial del mundo.
En las 'Confesiones" San Agustín había expuesto con la más sincera humildad y contrición los excesos de su conducta. A los setenta y dos años, en las "Retractaciones", expuso con la misma sinceridad los errores que había cometido en sus juicios. En dicha obra revisó todos sus numerosísimos escritos y corrigió leal y severamente los errores que había cometido, sin tratar de buscarles excusas. A fin de disponer de más tiempo para terminar ése y otros escritos y para evitar los peligros de la elección de su sucesor, después de su muerte, el santo propuso al clero y al pueblo que eligiesen a Heraclio, el más joven de sus diáconos, quien fue efectivamente elegido por aclamación, el año 426. A pesar de esa precaución, los últimos días de San Agustín fueron muy borrascosos. El conde Bonifacio, que había sido general imperial en África, cayo injustamente en desgracia de la regente Placidia, e incitó a Genserico, rey de los vándalos, a invadir África. Agustín escribió una carta maravillosa a Bonifacio para recordarle su deber y el conde trató de reconciliarse con Placidia. Pero era demasiado tarde para impedir la invasión de los vándalos. San Posidio, por entonces obispo de Calama, describe los horribles excesos que cometieron y la desolación que causaron a su paso. Las ciudades quedaban en ruinas, las casas de campo eran arrasadas y los habitantes que no lograban huir, morían asesinados. Las alabanzas a Dios no se oían ya en las iglesias, muchas de las cuales habían sido destruidas. La misa se celebraba en las casas particulares, cuando llegaba a celebrarse, porque en muchos sitios no había alma viviente a quien dar los sacramentos; por otra parte, los pocos cristianos que sobrevivían no encontraban un solo sacerdote a quien pedírselos. Los obispos y clérigos que sobrevivieron habían perdido todos sus bienes y se veían reducidos a pedir limosna. De las numerosas diócesis de África, las únicas que quedaban en pie eran Cartago, Hipona y Cirta, gracias a que dichas ciudades no habían sucumbido aún.
El conde Bonifacio huyó a Hipona. Ahí se refugiaron también San Posidio y varios obispos de los alrededores. Los vándalos sitiaron la ciudad en mayo de 430. El sitio se prolongó durante catorce meses. Tres meses después de establecido, San Agustín cayó presa de la fiebre y desde el primer momento, comprendió que se acercaba la hora de su muerte. Desde que había abandonado el mundo, la muerte había sido uno de los temas constantes de su meditación. En su última enfermedad, el santo habló de ella con gozo: "¡Dios es inmensamente misericordioso!" Con frecuencia recordaba la alegría con que San Ambrosio recibió la muerte y mencionaba las palabras que Cristo había dicho a un obispo que agonizaba, según cuenta San Cipriano: "Si tienes miedo de sufrir en la tierra y de ir al cielo, no puedo hacer nada por ti". El santo escribió entonces: "Quien ama a Cristo no puede tener miedo de encontrarse con El. Hermanos míos, si decimos que amamos a Cristo y tenemos miedo de encontrarnos con El, deberíamos cubrirnos de vergüenza". Durante su última enfermedad, pidió a sus discípulos que escribiesen los salmos penitenciales en las paredes de su habitación y los cantasen en su presencia y no se cansaba de leerlos con lágrimas de gozo. San Agustín conservó todas sus facultades hasta el último momento, en tanto que la vida se iba escapando lentamente de sus miembros. Por fin, el 28 de agosto de 430, exhaló apaciblemente el último suspiro, a los setenta y dos años de edad, de los cuales había pasado casi cuarenta consagrado al servicio de Dios. San Posidio comenta: "Los presentes ofrecimos a Dios el santo sacrificio por su alma y le dimos sepultura". Con palabras muy semejantes había comentado Agustín la muerte de su madre. Durante su enfermedad, el santo había curado a un enfermo, sólo con imponerle las manos. Posidio afirma: "Yo sé de cierto que, tanto como sacerdote que como obispo, Agustín había pedido a Dios que librase a ciertos posesos por quienes se le había encomendado que rogase y los malos espíritus los dejaron libres".
Las principales fuentes sobre la vida y carácter de San Agustín son sus propios escritos, especialmente las Confesiones, el De Civitate De¡, la correspondencia y los sermones
Santa Mónica: La Viuda de Tagaste que resucita a su hijo Agustín / Autor: Jesús Martí Ballester
Foto:El joven Agustín y su madre Mónica en el antiguo Puerto de Roma.
Fiesta : 27 de agosto
TAGASTE Y SU MATRIMONIO
Cuando finalizaba ya el Imperio Romano, nace Mónica en Tagaste, de padres ricos venidos a menos. Como cristianos la educaron en la fe, pero quien mas influyo en su educación fue una criada que ya había educado a su mismo padre. A los veinte años se casó con Patricio, pagano y de temperamento muy violento y dominado por las pasiones. Mónica es modesta, suave, recatada... El primer año de casada le nace Agustin, y a éste le seguirá Navigio y Perpetua. Navigio no abandonará nunca a su madre. Perpetua se casará y quedará viuda pronto. Cuando su hermano Agustin ya sea sacerdote ingresará en un monasterio de Africa donde vivirá toda su vida.
UNA ESPOSA CON PROBLEMAS QUE VENCE CON SUS VIRTUDES
Pronto empezaron los problemas con su esposo. Pero la prudencia y bondad de Mónica hace que todo se quede en casa y no airea nada desagradable, como acostumbran tantas esposas hoy que viven en la televisión basura de propalar sus martirios conyugales. Mónica se dedica a formar a sus hijos con toda su alma. Los dos pequeños no le causan problemas: son dóciles, sencillos y no gozan de las cualidades extraordinarias de su hermano mayor quien desde pequeñín tiene una recia personalidad.
LA SUEGRA
La madre de Patricio es parecida a él, mejor, él ha salido a su madre, ¡ay los genes!: colérica, de muy mal carácter, autoritaria. Mónica poco a poco se la gana con su dulzura y buenos modales procurando darle gusto en todo cuanto ella quiere. Se la ganó "con atenciones y perseverando en sufrirla con mansedumbre". Buen modelo de nueras. A pesar del carácter y de las infidelidades de su esposo nunca le contestó ni con obras ni con palabras. Tenía una paciencia enorme con él: "Porque esperaba, Señor, que vuestra misericordia viniese sobre el, para que creyendo en Vos, se hiciese casto", dice ella, como así sucedió.
SEGUIMIENTO DE AGUSTIN POR MONICA
Agustín había viajado a Milán, donde encuentra a San Ambrosio, que ha conseguido que se haga catecúmeno. Mónica le ha seguido por mar y tierra y sabe que su hijo ya no es maniqueo pero tampoco católico. No es lo que ella espera pero sigue rezando y llorando, visitando las tumbas de los mártires y visitando a San Ambrosio, que descubrió en Mónica un alma excepcional y privilegiada.
LAS LÁGRIMAS DE MÓNICA
“No se puede perder hijo de tantas lágrimas”, había profetizado un obispo africano. Ella veía a su hijo Agustín ricamente adornado por el Señor, pero desviado y desorientado. Le seguía a todas partes. Ha hecho cuanto ha podido por la conversión de su hijo. Y por fin salta de gozo "aquella noche en la que yo me partí a escondidas; y ella se quedo orando y llorando", dice Agustin. Sus lágrimas dieron su fruto. “Los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares”. Cuando tenía 56 años y Agustin 33 tuvo el inmenso consuelo de verle cristiano y en camino de santidad. No se había equivocado. Si hubiera más madres que lloraran a sus hijos muertos como la viuda de Naím, enterrarían a menos hijos resucitados por las lágrimas de sus madres. ¡Ya podía morir tranquila! Y para esto meditamos las vidas de los santos, porque siguieron a Cristo y nos enseñan el camino, que todos han recorrido con dificultades y nos han dejado su vida como ejemplo, a la vez que interceden por sus hermanos, nosotros, que aún peregrinamos en la tierra.
ASOMADOS A LA VENTANA
En Ostia, esperando embarcar para Africa, asomados a la ventana, Agustín y su madre conversaban dulcísimamente, olvidados de todo lo pasado y reflexionando sobre el futuro, preguntándonos cómo será aquella vida eterna, que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni saboreó el corazón del hombre, y suspiraban por aquella sabiduría, contemplando aquella felicidad inmutable. Fue un verdadero éxtasis común. Se contagiaron. Mónica era feliz, su hijo, ya era cristiano, para ella sólo quedaba la esperanza de la vida eterna.
Estas son las palabras de Mónica, que San Agustín refiere en sus Confesiones: "¿Qué hago ya en este mundo? Enterrad este cuerpo donde queráis, ni os preocupe más su cuidado. Una sola cosa os pido, que os acordéis de mi ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde os hallareis". Así decía poco antes de morir a sus hijos Santa Mónica, modelo de esposas, madres, suegras y nueras.
SU MUERTE
Por fin, Mónica, acompañada por sus hijos, en el año 387, despertó para el cielo. "Yo le cerré los ojos, escribe San Agustín en sus Confesiones. Una inmensa tristeza inundó mi corazón que se resolvió en lágrimas, pero mis ojos, bajo el mandato imperioso de mi voluntad, las contenían hasta el punto de secarse... Mas el joven Adeodato, cuando mi madre dio el último suspiro, comenzó a llorar a gritos. En mi corazón se había abierto una nueva llaga, aunque la muerte de mi madre no tenía nada de lastimoso y no era una muerte total: la pureza de su vida lo atestiguaba, y nosotros lo creíamos con una fe sincera y por razones seguras" (Conf. IV, 9).
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Conversación final de san Agustín con su madre, Mónica:
‘Cuando ya se acercaba el día de su muerte –día por ti conocido, Señor, y que nosotros ignorábamos—, sucedió, por tus ocultos designios, como lo creo firmemente, que nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos hospedábamos, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de la multitud, nos rehacíamos de la fatiga del largo viaje, próximos a embarcarnos.
Hablábamos, pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres Tú, cómo sería la vida eterna de los santos...., y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti.
Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas mismas palabras. Sin embargo, tú sabes, Señor, que cuando hablábamos aquel día de estas cosas..., ella dijo:
‘Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida.
Qué es lo que hago aquí, y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por algún tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?’
No recuerdo muy bien lo que le respondí, pero al cabo de cinco días o poco más cayó en cama con fiebre. Y, estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un tiempo. Nosotros acudimos corriendo, mas pronto recobró el conocimiento, nos miró a mí y a mi hermano allí presentes, y nos dijo en tono de interrogación: ‘¿Dónde estaba?’
Después, viendo que estábamos aturdidos por la tristeza, nos dijo: ‘Enterrad aquí a vuestra madre...
‘Confesiones’ lib. 9,cc. 10.11
viernes, 24 de agosto de 2007
Sed misericordiosos / Autor: José H. Prado Flores
«Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso» (Lucas 6, 36).
Misericordia etimológicamente es un concepto muy rico: miseri cordare, dar el corazón al necesitado. No se trata de compartir un sentimiento, sino lo más profundo, significado por el corazón. Dios ama misericordiosamente porque da Su amor cuándo y como se necesita.
El amor misericordioso tiene las siguientes características:
SABE ESPERAR
La primera propiedad del amor en el elenco que hace Pablo en el capítulo trece de la primera Carta a los Corintios es la paciencia: saber esperar. «El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta» (1 Corintios 13, 4-7).
RESPETA Y SE RESPETA A SÍ MISMO
El amor misericordioso también se respeta a sí mismo. Si un amor es tan generoso y abnegado que llega a humillarse o perder el valor de su persona, no es amor cristiano, sino sacrificio pagano. Te amo tanto que no te voy a permitir que no me respetes. Darse a respetar significa que no consentimos que el otro se convierta en agresor. Te amo tanto que no seré de ninguna manera cómplice de tus constantes provocaciones.
NO RECRIMINA NI SE RECRIMINA
El corazón misericordioso no echa en cara el pasado. No reprocha ni cobra cuentas pendientes. El amor misericordioso todo lo cree y todo lo perdona. Acepta sus limitaciones. No exige la perfección a sí mismo, sino la autenticidad. Cuando falla, no se autocastiga con el peso de la culpabilidad o escrúpulos egoístas.
INCONDICIONAL Y FECUNDO
La principal característica del amor misericordioso es que es incondicional. No te amo para que me ames, pero sí te amo de tal forma que hago surgir de ti la alegría de amar. Experimento de tal manera que hay mayor alegría en dar que en recibir, en amar que en ser amado, que quiero que tú también lo vivas. Amar para ser amado es interés, pero amar para que el otro goce el amar, más que ser amado, es la perfección del amor. El amor es fecundo por naturaleza. Produce amor. Así es el amor de Dios por nosotros. Una vez abrazados por su fuego, no podemos sino amar como hemos sido amados.
DISCULPA Y PERDONA
La persona que ha sido perdonada está más capacitada para disculpar. El amor misericordioso perdona también las propias fallas, sin complejo de culpa y sin castigarse con remordimientos.
Todo pecado es una espada de dos filos: o nos convierte en Fariseos que juzgamos y condenamos en los demás lo mismo en que nosotros hemos fallado o nos hace misericordiosos con la debilidad de los otros porque comprendemos la fragilidad del ser humano en carne propia. Si nosotros fuimos perdonados, nosotros podemos perdonar.
MISERICORDIA CON NOSOTROS MISMOS
Si hemos de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos esto se podría traducir: ser misericordiosos con los demás como lo somos con nosotros mismos. Para ser indulgentes con otros hemos de ser primero benignos con nosotros mismos. A veces nos juzgamos tan rígidamente como si tratáramos de pagar con nuestro sufrimiento nuestros errores. Nadie tiene derecho a medirse con ninguna otra. No te castigues con recriminaciones y remordimientos que sólo aumentan tu complejo de culpa con el que intentas pagar una cuenta que ya ha sido saldada. Si un pecado ha sido ya perdonado ni siquiera tienes derecho a llamarlo pecado, porque ya ha sido olvidado por Dios y lanzado hasta el fondo del mar. No tienes derecho a volverlo a sacar, pues sería un falso arrepentimiento por no creer en el amor incondicional de Dios que ya te ha perdonado. Ser misericordioso no es sólo reconocer tu pecado delante de ti mismo, sino delante de Dios que es rico en amor y misericordia, como David que suplica: «Tenme piedad, Dios mío, según tu amor misericordioso» (en hebreo "Hésed").
«¡Bendito sea el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre
misericordioso y Dios de todo consuelo» (2 Corintios 1, 3).
«Porque sé que eres un Dios clemente, compasivo, paciente y
misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor» (Jonás 4, 2).
«Pero tú, Señor mío, Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor
y de verdad» (Salmo 86, 15).
«Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de
tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá, dice el Señor,
que tiene compasión de ti» (Isaías 54, 10).
Del dios dinero a la conversión familiar: Testimonio de Patrizia y Stefano de la Comunidad Cenáculo
Después de casi tres años hemos logrado hacer la crónica de un matrimonio "drogadicto": el nuestro. El matrimonio como meta de la propia vida, encontrar la dulce mitad con la cual compartir la vida cotidiana en lo bueno y en lo malo, las dulzuras y amarguras que la vida te reserva; el ápice de todo esto es seguramente el nacimiento de un hijo. Era esto lo que buscábamos y lo que habíamos encontrado. Pero algo no funcionó. Año tras año la rutina cotidiana desvanecía nuestra relación. El "dios dinero", el exceso de trabajo, nuestro egoísmo… poco a poco nos han llevado a la muerte de nuestra unión sin que nos diéramos cuenta.
Luego nos cayó un rayo con cielo sereno: nuestra hija Valentina se drogaba. Porros, alcohol, todo lo que nos revelaba que no éramos una familia sino dos individuos que la vida cotidiana mantenía unidos por comodidad. En este punto nuestra unión parecía destinada a terminar, pero el amor que le teníamos a nuestra hija nos ha llevado a retomar el camino que también a nosotros, como padres, la Comunidad nos propone.
Al comienzo este camino parecía útil sólo para Valentina, allí seguramente ella entendería sus errores. Pero con el paso del tiempo la Comunidad nos enseñó que los que se habían equivocado y continuaban equivocándose éramos nosotros, que seguíamos con la intención de separarnos porque no nos podíamos perdonar, mientras pensábamos que nuestra hija ya habría entendido. Seguíamos echándonos las culpas, incapaces de olvidar y perdonar el mal que nos habíamos hecho.
Cuando Valentina vino de veríficar se nos abrieron los ojos del corazón, su cambio no hubiese servido de nada si tampoco nosotros hubiésemos cambiado. Así decidimos recomenzar olvidando el pasado, perdonándonos y poniendo en práctica las enseñanzas cristianas de la Comunidad.
No ha sido simple llegar a esta conclusión pero lo logramos porque hemos encontrado lo que le faltaba a nuestra unión: la oración, el don del perdón, el diálogo. Gracias a las palabras de sor Elvira estos dones han entrado en nuestros corazones y esperamos que permanezcan para siempre.
Ahora podemos decir que nuestra hija "drogada" ha sido el don más grande que Dios nos ha hecho.
Un afectuoso abrazo de una familia renacida.
¿Dios es hombre o es mujer? / Autor: Germán Sánchez Griese
¿Hombre o mujer? ¿Cómo es Dios?
¿Por qué Dios haciéndose hombre se ha encarnado en una persona de sexo masculino? ¿Por qué a su vez este “Hijo de Dios” nos ha enseñado a dirigirnos a Dios llamándolo Padre?
Los conceptos que nos forjamos de Dios muchas veces provienen de conceptos propiamente humanos. Nuestra naturaleza es humana y por lo tanto está acostumbrada a moverse en esos parámetros, y aún más después de las corrientes iluministas, racionalistas y positivistas en donde todo lo que no entra en categorías humanas de la razón o todo lo que no se puede conocer por los sentidos carece de valor.
Dios es Dios. No es hombre ni mujer, está más allá de las categorías de los géneros. Por las limitaciones de la naturaleza humana y por las limitaciones lingüísticas de los escritores sagrados, es necesario recurrir a metáforas para explicar la naturaleza de Dios. Varias de esas metáforas se encuentran en la Biblia y es necesario tener los conocimientos adecuados para hacer una explicación certera de lo que Dios nos quiere decir a través de los escritos y de los mismos escritores sagrados. Gran parte de la problemática actual en la interpretación de la Biblia, particularmente la que realizan las sectas protestantes y otras religiones, se deben a la falta de método científico con que estas personas interpretan la Biblia: no toman en cuenta el idioma original en el que fue escrito, desconocen las circunstancias históricas, culturales y sociales en las que vivió el autor sagrado, ignoran la importancia y el papel fundamental de la tradición y de la transmisión del mensaje y así tan a la ligera pretenden dar su interpretación adecuada leyéndola sin tomar en cuenta todas y otras muchas de las circunstancias antes descritas.
Dejando a un lado este problema, nos centramos en el problema del sexo de Dios: ¿Masculino o femenino? Cuando Cristo mismo nos enseña a orar, se dirige a Dios con la palabra “Padre”. ¿Quiere esto decir que Dios es de sexo masculino? Se trata de una imagen que Cristo nos ha consignado para que pudiésemos recurrir fácilmente a Dios en la oración. No está de ninguna forma rebajando la naturaleza de Dios para hacerla accesible al hombre. Dios permanece siendo Dios con todos sus atributos que su naturaleza le otorgan. Simple y sencillamente se recurre a una imagen para que comprendamos mejor algunas de las características de Dios, concretamente en la oración: la paternidad en este caso no se refiere al aspecto sexual sino a aspectos como escucha amorosa, fuerza en quien apoyarnos, receptividad.
Así como Cristo recurre a Dios como Padre y no por eso quiere decir que Dios sea de sexo masculino, así también otros escritores sagrados hacen uso de metáforas femeninas para referirse a otras cualidades de Dios. Por ejemplo, cuando se habla de la “piedad” de Dios no se recurre al término abstracto de “piedad” sino a un término inmerso de corporeidad, de materialidad: “rachamim”, que quiere decir “el seno materno”, de Dios que simboliza propiamente la piedad. Gracias a esta palabra viene visualizada la maternidad de Dios en su significado espiritual.
A lo largo de toda la Biblia los escritores sagrados se suceden con una gran cantidad de metáforas, símbolos que expresan las cualidades de Dios. Algunas de esas cualidades vienen referidas con categorías masculinas (el Señor de los Ejércitos) y otras con categorías femeninas (aunque una madre se olvidara del hijo de sus entrañas yo nunca me olvidaré de Israel), no quedan circunscritas a la categoría de sexo porque la naturaleza de Dios está más allá de las categorías humanas con que podamos clasificarlo o conocerlo. Tan sólo vienen expresadas para que podamos aproximarnos un poco a conocer cuál es la naturaleza de Dios.
¿Debemos matar a los moribundos? / Autor: Dr. Brian Pollard
La eutanasia se propone por tres razones:
• el alivio al sufrimiento,
• el respeto a la autonomía personal y
• el derecho a morir.
Analicemos cada una de ellas.
1. El alivio al sufrimiento
Permitir a los doctores la eutanasia por un inadecuado tratamiento de dolor o por estar sufriendo debido a razones sociales no sería ético. La visión de que la vida de otra persona ha perdido valor siempre dependerá de los valores personales del observador. No hay criterios objetivos en los cuales cada observador pudiera formarse esa misma visión en las circunstancias que se le presenten. Además, el dolor es parte de la vida humana; se ha de atenuar pero es imposible que se dé una vida humana sin sufrimiento.
2. El respeto a la autonomía personal
La autonomía se entiende comúnmente como un derecho de la persona para ser respetada en sus preferencias en materias que afectan su propio bienestar. Pero de hecho nadie tiene derecho a que se respete cualquier cosa que haya elegido. De ser así. Tu deseo de matarme tendría la misma fuerza que mi deseo de matarte, si es eso lo que mi satisfacción me exige.
La genuina autonomía comprende no sólo un derecho para elegir sino la responsabilidad de elegir dentro de ciertos límites. Ninguna ley que permita la eutanasia estará a salvo del riesgo de que las vidas de los que no querían morir sean puestas en peligro. El derecho a la integridad de su vida habría sido infringido.
3. El “derecho” a morir, ¿es un derecho reconocido internacionalmente?
El derecho a morir no aparece en ninguna declaración de derechos humanos naturales ni en ningún documento de ética. Aparece como una afirmación sin argumento. El derecho a morir puede considerarse inválido al no haber sido demostrado. Los derechos genuinos no son creados por el hecho de afirmarlos.
La Asociación Médica Internacional, la reguladora internacional en ética médica, publicó una declaración sobre el suicidio asistido en 1992, dice: “El suicidio asistido por un médico, como lo es la eutanasia, no es ético y debe ser condenado por la profesión médica”.
La eutanasia no es mala porque es ilegal, sino que es ilegal porque es mala. La legalización de la eutanasia cambiaría para siempre los conceptos fundamentales sobre los que nuestras leyes están basadas.
En el derecho penal, el principio de igualdad sería no solamente alterado sino abrogado por la ley de la eutanasia, donde un grupo de personas inocentes se define exento de la protección general que se ofrece a las demás. En este contexto, una persona inocente es aquella que no supone amenaza para otros.
Desde que se legalizó la eutanasia en Holanda en 2000, se ha ido aplicando a pacientes que no pueden decidir por sí mismos. El nuevo paso ha sido extenderla a recién nacidos que sufren por enfermedades graves. El llamado “protocolo de Groningen”, propuesto por pediatras de ese hospital universitario, quiere establecer las bases legales para esos casos. Aunque legalmente son los padres los autorizados para decidir, a menudo se aplica la eutanasia neonatal sin su consentimiento o contra su opinión. Se abre la puerta un paso y no se sabe adónde se va a llegar.
Los que recomiendan la eutanasia, lo hacen en nombre de la compasión. En esto son indudablemente sinceros, pero están mal orientados. El término compasión se deriva del latín y significa “sufrir con”, y en el contexto de los moribundos, se traduce andar el resto del viaje de la vida al lado de ellos, buscando su consuelo en cada etapa. Matarlos es una forma de abandono, precisamente porque se encuentra que el viaje es demasiado fuerte y difícil para los demás.
¿Legalización de la eutanasia?
Si matar a un paciente que está sufriendo y que lo ha solicitado es proporcionar un beneficio auténtico, sería lógico que algunos médicos piensen que no dar ese beneficio a pacientes con sufrimientos similares, es discriminatorio, simplemente porque no pudieron solicitarlo. Si la ley actual no ha evitado que extiendan su práctica hasta ese grado, por qué suponer que respetarían una ley nueva, sobre todo si hay pocas probabilidades de darse cuenta al tratarse de prácticas privadas. Incluso Harold Shipman, el médico inglés que pudo haber matado a centenares de pacientes, no fue descubierto sino hasta que verdaderamente se excedió.
El Comité de la Casa de los Lores (House of Lords Committee) dijo que la ley de la eutanasia “ocasionaría más, y más graves problemas que los que busca resolver”, debido a que el abuso sería fácil de ocultar.
Un periodista inglés escribió: “O la vida es siempre y en cualquier circunstancia sagrada, o intrínsecamente no cuenta para nada: es inconcebible que en algunos casos debe ser lo primero y en otros esto último” (Malcolm Muggeridge).
No hay respuestas / Enviado pon Vivy
Hay momentos en la vida que no tienen respuesta ni explicación; sucesos, acontecimientos, experiencias vividas, tantas cosas que no sabemos por qué suceden o por qué las debemos vivir. Muchas veces nos quedamos estancados buscando las respuestas y no avanzamos, porque nos da miedo continuar en medio de la incertidumbre que nos produce el no entender y no aceptar esas cosas que nos han de pasar.
Amores que llegan y se van sin avisar, heridas, vacíos, enfermedades, caídas, pérdidas, caminos que se abren, puertas que se cierran, circunstancias que afrontar, decisiones que tomar. todo ello invade nuestra mente, llenándola de preguntas inciertas que no encuentran respuestas, nos llenan de angustia, atentan contra nuestra fe, se convierten en la piedra en el zapato que no nos deja seguir.
Muchas de estas preguntas se convierten en cadenas que nos han de esclavizar, nos aferramos a ellas, y aunque quizás respondamos algunas, formulamos otras, porque nos hace falta buscar excusas que nos torturen y nos hagan dudar, fabricando temores que nos arrebatan la paz.
Hay quienes discuten con Dios por la suerte que les ha de tocar, le culpan de todo, le pierden la Fe, se alejan de Él, tan sólo porque no entienden lo que es vivir y creen que hemos sido creados para sufrir.
No busquemos respuestas que quizás no llegarán, hay cosas que suceden porque así deben ser, aunque no entendamos el porque y sintamos que no tenemos las suficientes fuerzas de asumirlas y continuar.
No hay más opciones que vivir, seguir, creer, no perder la esperanza de que vendrán tiempos mejores que compensarán las luchas que hemos asumido valientemente, sin renegar por todo, sin rendirnos, sin renunciar.
Alguna vez leí o escuché: Si las cosas tienen solución por qué me preocupo, si se pueden arreglar. y si no la tienen, por qué he de angustiarme, sino hay más nada que hacer ni otra opción que tomar, que seguir, avanzar.
Por eso, más que buscar respuestas, démoslas nosotros mismos con nuestro vivir y actuar, que quien nos encuentre en el camino descubra en nosotros que hay un Dios de amor que existe y que se manifiesta en lo más sencillo y pequeño, aún en todo aquello que no entendemos y que a veces nos hace dudar.
No hay más respuesta que la fe que nos da fuerzas y nos llena de paz.
jueves, 23 de agosto de 2007
Meditaciones sobre el verdadero "Amor" / Autora: Teresa de Calcuta
Cuanto menos tenemos, más damos.
Parece absurdo,
pero ésta es la lógica del amor.
* Cuando una joven señora de la alta sociedad opta por ponerse al servicio de los pobres, se produce una auténtica revolución, la mayor de todas, la más difícil: la revolución del amor.
* Resulta conmovedor leer que antes de ponerse a explicar la palabra de Dios, antes de pronunciar las Bienaventuranzas a la multitud, Jesús sintió compasión de ella y la alimentó (cfr. Mt. 5).
Sólo una vez que estuvieron saciados se puso a enseñarles .
* El verdadero amor hace sufrir:
Jesús, para darnos una muestra de su amor, murió en la Cruz.
Una madre, para dar a luz a su hijo, tiene que sufrir.
Si de verdad os amáis unos a otros, no podréis evitar tener que sacrificaros.
* Los pobres no tienen necesidad de nuestras actitudes paternalistas ni de nuestra compasión.
Sólo necesitan nuestro amor y nuestra ternura.
* Para mí, Jesús es la Vida que quiero vivir,
la Luz que quiero reflejar,
el Camino que me guía al Padre,
el Amor que quiero manifestar,
la Alegría que quiero compartir,
la Paz que quiero sembrar a mi alrededor.
Para mí, Jesús lo es todo.
* Si escasea la fe es porque hay demasiado egoísmo en el mundo.
La fe, para ser auténtica, tiene que ser generosa y disponernos para dar.
Amor y fe van de la mano.
* Hoy día las naciones están dedicando demasiados esfuerzos a defender sus fronteras.
Sin embargo, ¡qué poco saben las naciones sobre la pobreza y sufrimiento que hacen que los seres humanos que habitan detrás de sus fronteras se sientan tan solos!
Si por el contrario se preocupasen de dar un poco de alimento a esos seres indefensos, algún cobijo, un poco de sanidad, vestidos, no cabe duda de que el mundo se trocaría en un lugar más feliz y habitable.
* Suelo decir a mis Hermanas que cada vez que servimos con amor a Cristo en los pobres, no lo hacemos cual si fuéramos asistentas sociales.
Lo hacemos en calidad de almas contemplativas en el mundo
* Alguien me dijo en cierta ocasión que ni por un millón de dólares se atrevería a tocar a un leproso.
Yo le contesté:
—Tampoco yo lo haría. Si fuese por dinero, ni siquiera lo haría por dos millones de dólares. Sin embargo, lo hago de buena gana, gratuitamente, por amor de Dios.
* No presto atención a las estadísticas.
Lo que importa son las personas.
Yo me fijo en una persona a la vez.
Sólo hay uno: Jesús.
* Jamás me cansaré de repetirlo: lo que más necesitan los pobres no es compasión sino amor.
Necesitan ver respetada su dignidad humana, que no es menor ni diferente de la dignidad de todo ser humano.
* Para hacernos acreedores al cielo, Cristo nos puso una condición que, en la hora de la muerte, vosotros y yo, independientemente de quiénes hayamos sido (cristianos o no cristianos, puesto que todo ser humano ha sido creado por la mano amorosa de Dios, a su imagen y semejanza), nos encontraremos delante de Dios y seremos juzgados por cómo nos hemos comportado con los pobres (cfr. Mt. 25, 40).
* Viendo el ejemplo de Cristo, que murió por nosotros en la Cruz, tenemos la posibilidad de confirmar definitivamente el hecho de que el sufrimiento puede transformarse en un gran amor y en una generosidad extraordinaria.
* Amar y servir a los pobres supone algo que nada tiene que ver con darles lo que nos sobra, o pasarles el alimento que no nos gusta.
Tampoco tiene nada que ver con darles los vestidos que renunciamos a llevar porque están pasados de moda o simplemente porque no nos gustan.
¿Es esto compartir la pobreza de los pobres?
Por supuesto que no.
* Hay miles—¡millones!—de personas que mueren por falta de pan.
Hay miles—¡millones!—de seres humanos que crecen débiles por carencia de afecto, ya que quisieran ser reconocidos, por lo menos un poco.
Jesús se vuelve débil y muere con ellos.
* Una vez más, hoy como ayer, Jesús viene a los suyos y los suyos no lo acogen (cfr. Jn. 1, 11).
Viene en los cuerpos rotos de los pobres.
Viene igualmente en los ricos que se ahogan en la soledad de sus propias riquezas.
Viene en los corazones solitarios, cuando no hay quien les ofrezca un poco de amor.
* Lo que nosotros decimos carece de importancia.
Lo que importa de verdad es lo que Dios dice a las almas por nuestro medio.
* Las buenas obras son aros que forman una cadena de amor.
* Todas las enfermedades son susceptibles de curación.
La única que no puede ser curada es la enfermedad de no sentirse amados.
Me atrevo a invitar a todos aquellos que aprecian nuestra misión a que dirijan una mirada a su alrededor y que ofrezcan su amor a todos aquellos que no son amados y que les ofrezcan sus servicios.
¿No somos nosotras acaso, por definición, mensajeras de amor?
* El amor es un producto de todas las estaciones.
* Hemos sido creados para amar y para ser amados.
Un joven estaba muriéndose; pese a ello, durante tres días luchó para prolongar su vida.
La Hermana que lo atendía le preguntó:
—¿Por qué prolongas esta lucha?
—No puedo morir sin pedir antes perdón a mi padre—contestó.
Cuando su padre acudió, se fundieron ambos en un abrazo y el joven le pidió que le perdonase.
A las dos horas, el joven expiró lleno de paz.
* No tengáis miedo de amar hasta que os cueste sacrificio, hasta que os duela.
El amor de Jesús por nosotros lo llevó hasta la muerte.
* Dios aprecia nuestro amor.
Ninguno de nosotros es indispensable.
Dios tiene medios para hacerlo todo y para prescindir de la tarea del ser humano más competente.
Podemos llevar nuestro esfuerzo hasta la extenuación .
Podemos emborracharnos a trabajar.
Si lo que hacemos no está permeado de amor, nuestro trabajo será inútil a los ojos de Dios.
* Cuando visité China en 1989, un dirigente del Partido Comunista me preguntó:
—Madre Teresa, ¿qué es un comunista para usted?
Yo le contesté:
—un hijo de Dios, un hermano mío.
—¡Vaya! Tiene usted una opinión elevada de nosotros. ¿De dónde la ha sacado?
—De Dios mismo—le contesté—. Fue Él quien dijo: «Os aseguro que lo que habéis hecho a uno de los más pequeños entre mis hermanos, a Mí me lo hicisteis» (Mt. 25, 40).
* Cuando abrimos nuestra primera casa en Nueva York, su Eminencia el Cardenal‑Arzobispo Terence Cooke parecía muy preocupado por la provisión del mantenimiento de las Hermanas y decidió asignar una cantidad mensual a este fin.
(Puedo asegurar que el Cardenal Cooke nos quería mucho.)
No quería ofenderle, pero al mismo tiempo tenía que explicarle que nosotras dependemos de la Divina Providencia, que jamás nos ha fallado.
Al término de la conversación tuve la impresión de que había dado con la respuesta justa y le dije medio en broma:
—Eminencia, ¿acaso piensa que va a ser justamente en Nueva York donde Dios tenga que declararse en quiebra?
* En todo lo que se refiere a medios materiales, nosotras dependemos por completo de la Divina Providencia.
* Dios no pretende de mí que tenga éxito. Sólo exige que le sea fiel.
A los ojos de Dios no son los resultados lo que cuenta.
Lo importante para Él es la fidelidad.
* Los leprosos, los moribundos, los hambrientos los enfermos de sida: todos son Jesús.
Una de nuestras novicias lo sabía muy bien. Acababa de ingresar en la Congregación, tras finalizar los estudios en la Universidad.
Al día siguiente tenía que acompañar a otra Hermana a la Casa del Moribundo que tenemos en Kalighat.
Antes de irse, les recordé:
—Habéis visto durante la Misa con qué delicadeza el sacerdote tocaba el Cuerpo de Cristo. No olvidéis que ese mismo Cristo es el que vosotras tocáis en los pobres.
Las dos Hermanas fueron a Kalighat.
A las tres horas estaban de vuelta.
Una de ellas, la joven novicia, llamó a mi puerta.
Me dijo, llena de gozo:
—Madre, durante tres horas he estado tocando el Cuerpo de Cristo.
Su rostro estaba radiante.
—¿Qué es lo que hiciste?—le pregunté.
—Nada más llegar nosotras—contestó—trajeron a un hombre cubierto de llagas. Lo habían sacado de entre unos escombros. Tuve que ayudar a que le curaran las heridas. Nos llevó tres horas. Es por lo que le digo que estuve en contacto con el cuerpo de Cristo durante ese tiempo. ¡Estoy segura: era Él!
La joven novicia había comprendido que Cristo no nos puede engañar cuando afirma: «Estaba enfermo y me curasteis» (Mt. 25, 36).
* «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea completa» (In 15, 119.
Hablamos aquí de la alegría que viene de la unión con Dios, de vivir en su presencia, porque vivir en su presencia nos llena de alegría.
Cuando yo hablo de alegría, no me refiero a risas sonoras ni a griterío.
No consiste en eso la auténtica felicidad.
Más bien, a veces esas actitudes pueden ocultar otras cosas.
Cuando yo hablo de felicidad, me refiero a una paz íntima y profunda que se refleja en los ojos, en las actitudes, en los gestos, en nuestra disponibilidad y prontitud.
* Una vez estaba yo hablando con un sacerdote sobre el tema de las amistades que alejan de Dios.
Él me confesó:
—Madre, para mí Jesús lo es todo. No me queda tiempo ni espacio en mi vida para otros afectos.
Tuve entonces la explicación al hecho de que aquel sacerdote llevaba a tantas almas a Dios: estaba unido a Él.
* En 1976, por invitación del entonces presidente de México, inauguramos nuestro primer centro en los arrabales de la Capital Federal.
Todas las zonas que las Hermanas visitaban por las afueras eran extremadamente pobres.
Las peticiones de la gente produjeron mucha sorpresa en las Hermanas.
Lo primero que pedían no era ropa, medicinas o alimentos. Se limitaban a pedir:
—Hermanas, háblennos de Dios.
* Dios mismo asegura a quienes creen en Él que serán capaces de hacer cosas mayores que las que Él hizo (cfr. Jn. 14, 12).
* Estoy persuadida de que en tanto las Hermanas permanezcan fieles a la pobreza y a la Eucaristía, pero también a los pobres, la Congregación no correrá peligro alguno.
* Tal como Cristo demostró con su muerte, el amor es el mayor de los regalos.
* Jamás permitáis que la pobreza se adueñe de tal suerte de vuestro espíritu que os lleve a olvidar la alegría de Cristo resucitado.
Todos anhelamos el cielo, pero a todos se nos brinda la oportunidad de disfrutarlo ya desde aquí.
No tenemos sino que sentirnos felices con Cristo, aquí y ahora.
* Me llegó una carta de un brasileño muy rico.
Me decía que había perdido la fe; pero no sólo la fe en Dios sino también la fe en los hombres.
Estaba harto de su situación y de todo lo que lo rodeaba, y había adoptado una decisión radical: suicidarse.
Un día, mientras iba de paso por una abarrotada calle del centro, vio un televisor en el escaparate de una tienda.
El programa que estaba transmitiendo en aquel momento había sido rodado en nuestro Hogar del Moribundo Abandonado de Calcuta.
Se veía a nuestras Hermanas cuidando a los enfermos y moribundos.
El remitente me aseguraba que, al ver aquello, se sintió empujado a caer de rodillas y rezar, tras muchos años en que no había hecho ninguna de ambas cosas: orar arrodillado.
A partir de aquel día recobró su fe en Dios y en la humanidad, y se convenció de que Dios lo seguía amando.
* Dios nos ha creado para que realicemos pequeñas cosas con un gran amor.
Yo creo en ese gran amor, que viene, debería venir, de nuestros corazones, que debería empezar manifestándose en el hogar con mi familia, con mis vecinos de calle, con los que viven en el piso de enfrente.
Este amor debería alcanzar a todos.
* Todos tenemos tanto de bueno como de malo en nosotros mismos.
Que nadie se gloríe de sus propios éxitos, sino que los atribuya a Dios.
Jamás debemos considerarnos indispensables.
Dios tiene sus propios designios: pero Él quiere nuestro amor.
Podemos matarnos para realizar nuestra tarea: si no está impregnada de amor, será inútil.
Dios no tiene necesidad de nuestro trabajo.
En el juicio no nos preguntará cuántos libros hemos leído, cuántos milagros hemos hecho, sino sólo si hemos hecho lo que hemos podido por su amor.
* Jesús adelantó cuáles han de ser los criterios del juicio final de nuestras vidas: seremos juzgados por nuestro amor.
Seremos juzgados por el amor que hayamos manifestado a los pobres con los que Cristo se identifica: « ...conmigo lo hicisteis» (Mt. 25, 40).
* Es más lo que nos dan los pobres que lo que pueden recibir de nosotros.
Para servir mejor a los pobres, debemos comprenderlos, y para comprender su pobreza, no hay como experimentarla.
* Debemos amar a los que tenemos más cerca, en nuestra propia familia.
De allí el amor se expande hacia quienquiera que nos necesite.
Debemos tratar de descubrir a los pobres de nuestro propio entorno, porque sólo si los conocemos podemos comprenderlos y ofrecerles nuestro amor.
Y sólo cuando los amamos, nos sentimos dispuestos a ofrecerles nuestro servicio de amor.
* Hay muchas personas en derredor nuestro, y por todo el mundo, que están dispuestas a compartir su vida con los pobres.
* Decimos que amamos a Dios, a Cristo...
¿Cómo lo amamos?
No hay mejor manera de hacerlo que prestar servicio amoroso y gratuito a los pobres más pobres.
* Nuestro amor al prójimo debe ser igual que el que sentimos por Dios.
No tenemos necesidad de ir en busca de oportunidades para cumplir este mandato.
Se nos ofrecen a cada momento, durante las veinticuatro horas del día, dondequiera que nos encontremos.
* Debemos tratar de ser amables y corteses los unos con los otros, y ser conscientes de que no es posible amar a Cristo si no lo amamos en el prójimo.
* Es fácil amar a los que viven lejos.
No siempre lo es amar a quienes viven a nuestro lado.
Es más fácil ofrecer un plato de arroz para saciar el hambre de un necesitado que confortar la soledad y la angustia de alguien que no se siente amado dentro del hogar que con él mismo compartimos .
* Si los pobres no nos aceptasen, no seríamos nada.
Deberíamos estarles inmensamente agradecidos, porque nos brindan la posibilidad de amar y servir en ellos a Jesús.
* No es tarea nuestra indagar cómo nuestros asistidos han podido contraer una enfermedad.
Ante nuestros ojos todos son iguales: todos son hijos de Dios.
* El amor de los pobres más pobres viendo en ellos a Jesús mantendrá limpios nuestros corazones .
* La Eucaristía y los pobres: dos realidades que los cristianos no podemos separar.
* Ya lo sé: hay millones y millones de pobres.
Yo pienso en uno a la vez.
Jesús no es más que uno.
Nosotras nos ocupamos de las personas individualmente.
A los hombres no se los puede salvar más que de uno en uno.
* Los pobres nos brindan lecciones auténticas.
Es siempre más lo que ellos nos dan a nosotros que lo que nosotros les damos a ellos.
* Los contemporáneos de Jesús no lo quisieron aceptar porque su pobreza contrastaba con la ambición que ellos tenían de enriquecerse.
* Dios no ha creado la pobreza.
La hemos creado nosotros con nuestro egoísmo.
* Es muy hermosa una costumbre bengalí según la cual, antes de ponerse a comer, se toma un cazo de arroz para dárselo a los pobres.
* Si pudiéramos llevar el amor al interior de las familias, el mundo cambiaría.
* El hogar está allí donde está la madre.
* Sin Jesús, nuestras vidas carecerían de sentido, resultarían incomprensibles.
Jesús es su explicación.
Para tener paz en nuestros corazones nos conviene hablar más con Él y menos
* Jesús no necesitó muchas palabras para explicarnos cómo tenemos que amar al prójimo.
Se limitó a decir:
—Amaos como yo os he amado.
* No se puede amar a Dios más que a expensas de uno mismo
* ¿Me queréis de veras?
Comprometeos a tener un corazón lleno de amor.
* La amistad de Jesús es fiel y personal, y nos permite intimar con Él en la ternura y en el amor.
* Me hubiera gustado dedicarme a la contemplación: permanecer todo el día en compañía de Jesús, no hablar más que con Él.
* No es importante lo que nosotros decimos.
Lo que importa es lo que Dios nos dice y dice a través de nosotros.
* El amor es un fruto de todas las estaciones, de todas las épocas y al alcance de todos.
Todos pueden recoger este fruto a manos llenas, sin fijación previa de cupos.
* En nuestros centros, especialmente en los de la India, hay de todo: hindúes, musulmanes, sijs, cristianos.
A nadie le preguntamos por su religión, y respetamos la de todos.
Respetar la religión de los demás es una condición de paz.
Mirando a la Cruz podemos comprobar cuánto nos amó Jesús.
Señor, hoy he buscado Tu Rostro / Autor: Cortesía Marcelo Bravo
Señor, hoy he buscado Tu Rostro
En una ocasión un joven tuvo el deseo de subir a la cumbre de una montaña pues pensaba que ahí podría ver el rostro del Señor.
Preparó todo lo necesario, y un día al amanecer empezó su gran aventura; al llegar a las faldas de la inmensa montaña se topó con un anciano que vivía en una pequeña y vieja cabaña; éste al verlo le preguntó: “¿dónde te diriges con tanta prisa y entusiasmo?”. El joven contestó: “A la cumbre de ésta montaña, pues en ella espero ver el rostro del Señor”. El anciano le dijo: “Porque no te quedas un momento conmigo y me ayudas a reparar mi cabaña pues se está cayendo y como ves yo ya soy muy viejo y no puedo solo, y al terminar reanudas tu aventura”. El joven contestó: “Disculpe, anciano, pero no puedo, se me hace tarde, pero al bajar con gusto le ayudaré”.
Después de un par de horas el joven llegó a la cumbre de la montaña, y con gran ánimo gritó: “Señor, ¿dónde estás? ¿quiero verte? ¿dónde estás?”, una y mil veces repitió las mismas preguntas pero no hubo respuesta alguna. El joven al ver su fracaso se retiró del lugar tristemente. En su camino de regreso pasó de nuevo junto a la cabaña, que estaba completamente deshecha y el anciano ya no se encontraba en ella. Él sin darle mucha importancia, continuó su camino.
Al poco rato, encontró una iglesia y decidió entrar en ella y dialogar lo sucedido con el Señor. Ya frente al Sagrario exclamó: “Señor, esta mañana he buscado tu rostro y no lo encontré”. Y el Señor contestó: “Hoy, yo también te pedí ayuda...y no la encontré”
Señor Bendice / Enviado por Juan Velazquez
Señor, bendice mis manos para que sean delicadas
y sepan tomar sin jamás aprisionar, que sepan dar sin calcular y tengan la fuerza de bendecir y consolar.
Señor, bendice mis ojos para que sepan ver la necesidad y no olviden nunca lo que a nadie deslumbra; que vean detrás de la superficie para que los demás se sientan felices por mi modo de mirarles.
Señor, bendice mis oídos para que sepan oír tu voz y perciban muy claramente el grito de los afligidos; que sepan quedarse sordos al ruido inútil y a la palabrería, pero no a las voces que llaman y piden que las oigan y comprendan, aunque turben mi comodidad.
Señor, bendice mi boca
para que dé testimonio de Ti
y no diga nada que hiera o destruya;
que sólo pronuncie palabras que alivien,
que nunca traicione confidencias y secretos,
que consiga despertar sonrisas.
Señor, bendice mi corazón para que sea templo vivo de tu Espíritu y sepa dar calor y refugio; que sea generoso en perdonar y comprender y aprenda a compartir dolor y alegría con un gran amor.
Dios mío, que puedas disponer de mí con todo lo que soy,
con todo lo que tengo.
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