viernes, 24 de agosto de 2007
Sed misericordiosos / Autor: José H. Prado Flores
«Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso» (Lucas 6, 36).
Misericordia etimológicamente es un concepto muy rico: miseri cordare, dar el corazón al necesitado. No se trata de compartir un sentimiento, sino lo más profundo, significado por el corazón. Dios ama misericordiosamente porque da Su amor cuándo y como se necesita.
El amor misericordioso tiene las siguientes características:
SABE ESPERAR
La primera propiedad del amor en el elenco que hace Pablo en el capítulo trece de la primera Carta a los Corintios es la paciencia: saber esperar. «El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar ni se hace el importante. No actúa con bajeza, ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por la ira, sino que olvida las ofensas y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. El amor disculpa todo; todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta» (1 Corintios 13, 4-7).
RESPETA Y SE RESPETA A SÍ MISMO
El amor misericordioso también se respeta a sí mismo. Si un amor es tan generoso y abnegado que llega a humillarse o perder el valor de su persona, no es amor cristiano, sino sacrificio pagano. Te amo tanto que no te voy a permitir que no me respetes. Darse a respetar significa que no consentimos que el otro se convierta en agresor. Te amo tanto que no seré de ninguna manera cómplice de tus constantes provocaciones.
NO RECRIMINA NI SE RECRIMINA
El corazón misericordioso no echa en cara el pasado. No reprocha ni cobra cuentas pendientes. El amor misericordioso todo lo cree y todo lo perdona. Acepta sus limitaciones. No exige la perfección a sí mismo, sino la autenticidad. Cuando falla, no se autocastiga con el peso de la culpabilidad o escrúpulos egoístas.
INCONDICIONAL Y FECUNDO
La principal característica del amor misericordioso es que es incondicional. No te amo para que me ames, pero sí te amo de tal forma que hago surgir de ti la alegría de amar. Experimento de tal manera que hay mayor alegría en dar que en recibir, en amar que en ser amado, que quiero que tú también lo vivas. Amar para ser amado es interés, pero amar para que el otro goce el amar, más que ser amado, es la perfección del amor. El amor es fecundo por naturaleza. Produce amor. Así es el amor de Dios por nosotros. Una vez abrazados por su fuego, no podemos sino amar como hemos sido amados.
DISCULPA Y PERDONA
La persona que ha sido perdonada está más capacitada para disculpar. El amor misericordioso perdona también las propias fallas, sin complejo de culpa y sin castigarse con remordimientos.
Todo pecado es una espada de dos filos: o nos convierte en Fariseos que juzgamos y condenamos en los demás lo mismo en que nosotros hemos fallado o nos hace misericordiosos con la debilidad de los otros porque comprendemos la fragilidad del ser humano en carne propia. Si nosotros fuimos perdonados, nosotros podemos perdonar.
MISERICORDIA CON NOSOTROS MISMOS
Si hemos de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos esto se podría traducir: ser misericordiosos con los demás como lo somos con nosotros mismos. Para ser indulgentes con otros hemos de ser primero benignos con nosotros mismos. A veces nos juzgamos tan rígidamente como si tratáramos de pagar con nuestro sufrimiento nuestros errores. Nadie tiene derecho a medirse con ninguna otra. No te castigues con recriminaciones y remordimientos que sólo aumentan tu complejo de culpa con el que intentas pagar una cuenta que ya ha sido saldada. Si un pecado ha sido ya perdonado ni siquiera tienes derecho a llamarlo pecado, porque ya ha sido olvidado por Dios y lanzado hasta el fondo del mar. No tienes derecho a volverlo a sacar, pues sería un falso arrepentimiento por no creer en el amor incondicional de Dios que ya te ha perdonado. Ser misericordioso no es sólo reconocer tu pecado delante de ti mismo, sino delante de Dios que es rico en amor y misericordia, como David que suplica: «Tenme piedad, Dios mío, según tu amor misericordioso» (en hebreo "Hésed").
«¡Bendito sea el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre
misericordioso y Dios de todo consuelo» (2 Corintios 1, 3).
«Porque sé que eres un Dios clemente, compasivo, paciente y
misericordioso, tardo a la cólera y rico en amor» (Jonás 4, 2).
«Pero tú, Señor mío, Dios clemente y compasivo, paciente, lleno de amor
y de verdad» (Salmo 86, 15).
«Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de
tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá, dice el Señor,
que tiene compasión de ti» (Isaías 54, 10).
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