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jueves, 23 de agosto de 2007

Oraciones del Catequista / Enviadas por Mónica Heller



Señor, nos gustaría sentirte siempre
cercano como un amigo,
para que nuestra tarea de sembradores
nos resulte más fácil.

Nos gustaría quererte y comprenderte
como tus amigos de Betania.
Enséñanos a descubrirte en nuestros hermanos,
porque cada vez que los escuchamos y ayudamos,
realmente te escuchamos y ayudamos a Ti.

Disipa, Señor, nuestros temores.
Afianza nuestra decisión de ser catequistas.
Fortalece nuestra voluntad,
que oscila entre el sí y el no.

Llena nuestra ignorancia con tu claridad.
Nuestro cansancio con tu fortaleza.
Nuestro egoísmo con tu amor.
Nuestra desilusión con tu esperanza.

Señor, agradezco tu elección
y la confianza que pones en mí.
Con humildad,
pero con alegría y esperanza,
Hoy quiero repetirte una vez más:
¡Señor, cuenta conmigo!
Amén.

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Señor
Jesús:

Aquí me tienes para servirte
y colocar a tus pies la labor en que estoy empeñado.
Tú me escogiste para ser catequista,
anunciador de tu Mensaje a los hermanos.
Me siento muy pequeño e ignorante,
soy a menudo inconstante,
pero sé que Tú me necesitas.
Gracias por confiar en mí, pequeño servidor tuyo.
Estoy pronto a cumplir esta hermosa tarea
con sencillez y modestia, amor y fe.
Quiero ser instrumento tuyo
para despertar en muchos hermanos:
cariño por tu persona,
confianza en tus promesas,
deseos de seguirte como
discípulo.
Bendice día a día mis esfuerzos;
pon tus palabras en mis labios,
y haz que, en comunión con mis hermanos,
pueda colaborar en extender tu Reino.

María, tu que seguiste siempre con fidelidad
las huellas de tu Hijo,
guíanos por ese mismo camino.
Amén.

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Oración para irradiar a Cristo

Amado Señor,
ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya.
Inunda mi alma de espíritu y vida.
Penetra y posee todo mi ser hasta tal punto que toda mi vida solo sea una emanación de la tuya.
Brilla a través de mí, y mora en mi de tal manera que todas las almas que
entren en contacto conmigo puedan sentir tu presencia en mi alma.
Haz que me miren y ya no me vean a mí sino solamente a ti, oh Señor.
Quédate conmigo y entonces comenzaré a brillar como brillas Tú;
a brillar para servir de luz a los demás a través de mí.
La luz, oh Señor, irradiará toda de Ti; no de mí; serás Tu, quien ilumine
a los demás a través de mí.
Permíteme pues alabarte de la manera que más te gusta, brillando para
quienes me rodean.
Haz que predique sin predicar, no con palabras sino con mi ejemplo,
por la fuerza contagiosa, por la influencia de lo que hago, por la evidente
plenitud del amor que te tiene mi corazón.
Amén.

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