viernes, 17 de agosto de 2007
Testimonio y semblanza de la Hna. Pilar Elizalde Esparza / Autor: José Luis Esparza
PROLOGO
por D. José Vicente Pérez Ortiz, en la actualidad Canónigo y Rector del Seminario de Santander, Párroco de Solares en 1994, cuando se escribió esta Semblanza:
¡Cuántas veces he oído decir: NO HAY VOCACIONES!
Y nos quedamos con el ánimo decaído. Pero de repente, ha brotado la esperanza con un proyecto genial. Un catequista, me dijo un día, sonriente: “Esta mañana, de madrugada, cuando meditaba, me ha venido una idea interesante relacionada con el tema de las Vocaciones”. Y me lo contó. ¡Qué grata sorpresa! El Señor sigue actuando a través de personas buenas con una gran visión de Iglesia.
Y el catequista comenzó con sus jóvenes de catequesis a enviar a todos los Conventos de España una carta vocacional. ¡Todos unidos a orar con la misma intención! ¡Cómo el Señor no nos va a escuchar! Este Proyecto comenzó siendo pequeño, como un grano de mostaza, y hoy se está convirtiendo en un gran árbol! ¡Una pequeña chispa... provocó un gran incendio!
Se necesita la ayuda del cielo para este proyecto. Por eso se han escogido cuatro intercesores, que ofrecieron su cruz y sufrimiento por las vocaciones:
Gabriel Briones Pérez (1957-1993), un Laico en la Cruz.
Pilar Elizalde Esparza, (1939-1992) Hermana Misionera de María Reparadora
Sor Pilar Argumánez Fuentes (1947-1991) Concepcionista, Religiosa contemplativa
P. Leocadio Galán Barrena (1910-1990) Sacerdote-párroco y Fundador del Instituto de los Esclavos de María y de los Pobres.
Cumplimos el encargo de Cristo: “Pedid y recibiréis”. Ahora le toca a Él conceder para su Iglesia: Sacerdotes, Religiosos, Personas consagradas y Laicos generosos y comprometidos hasta la santidad heroica.
Que Santa María, Reina de los Apóstoles, bendiga este Proyecto Vocacional.
HNA. PILAR ELIZALDE ESPARZA
Religiosa Misionera (Panamá y Perú)
de las Hermanas de María Reparadora,
fallecida santamente en Sevilla
el 25 de Diciembre de 1992, a los 53 años de edad.
Hoy, 4 de Abril, escribo estas líneas, Domingo de Ramos en el que se conmemora el triunfo de Jesús en Jerusalén. Creo que hoy es un día señalado para hablar solamente de JESUS. Sin embargo, me he permitido la osadía de dedicar estas líneas a una persona muy querida para El y para mí, que también hizo su entrada triunfal en la Jerusalén celestial, en un día muy señalado, elegido por Dios para ella: El día de Navidad. Se trata del tránsito a la Casa del Padre de mi hermana Pilar, Misionera de la Congregación de Hermanas de María Reparadora.
Era el día siete de Diciembre de 1992. Acababan de dar las seis de la mañana. En la Clínica Sta. Isabel, de Sevilla, mi hermana Pilar se encontraba ya en fase terminal.
Le habían operado el día 19 de Noviembre de un cáncer de mama. Unas semanas antes, había llegado a Sevilla, vía Madrid, desde el Perú, donde realizaba su labor como Misionera.
Hacía una hora que yo me encontraba con ella. Había ido a sustituir a las Hermanas que le velaban por la noche. Estaba inquieta. La metástasis se había extendido por todo su cuerpo. Con la confianza de hermano, después de hacer el ofrecimiento de obras del día, le cogí la mano con mucha suavidad, y le dije:
¡Qué suerte tienes, Piluca! ¡Pensar que te vas a ir a la Casa del Padre en el día de la Inmaculada! ¡Qué envidia me das! ¡Qué bien sabes elegir el día!
Apenas pude terminar la frase. Se hizo un silencio grande. Me miró. Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas, a pesar de sentir en lo hondo de mi corazón una alegría infinita. Por un lado quería que así fuera, porque su amor por la Virgen Inmaculada era inmenso, no cabía en su pecho. Todos los hermanos nos habíamos hecho a la idea de que se nos marcharía en un día muy señalado. El médico que le atendía en la Clínica nos había dicho que le quedaba muy poca vida y esto hizo que todos los hermanos nos congregáramos a su alrededor. Por primera vez, desde la muerte de nuestra madre, hacía quince años, estábamos juntos los ocho hermanos más los cuñados. Nos queda el recuerdo de una fotografía, todos juntos (era su deseo) alrededor de su cama.
¡No, José Luis, no me voy mañana; me iré a la Casa del Padre el día de Navidad!, me respondió en voz muy bajita.
Aquel día comenzó a experimentar altibajos en su estado terminal. Las mañanas las pasaba un poco mejor que los atardeceres. Por las noches no dormía. Cerraba los ojos y ofrecía sus sufrimientos por sus pobres de Panamá y Perú.
La Noche Buena la pasamos todos los hermanos en nuestros domicilios, Santander y Pamplona, excepto mis hermanas, Carmen, viuda, y Nieves, Misionera Dominica, también en el Perú, y que había venido a España para atenderla en sus últimos días. Las dos estaban en Sevilla.
Aquella Noche Buena fue muy íntima para mis hermanas. Pilar había cenado con ellas una sopa y unos yogures. Había tenido la fuerza suficiente para escribir a sus Hermanas Reparadoras del Perú sus últimos consejos. Eran las 9,30 de la noche y Nieves le acababa de hacer la que sería su última fotografía en la tierra. Se había levantado para cenar. A las 11.40 le dijo a su hermana Nieves, con voz muy queda:
Acuéstame. Estoy muy cansada. Ponme el Belén en esa mesa, junto a la cama.
Le costaba respirar y tenía puesta la mascarilla de oxígeno. Mi hermana la observaba. A las 12.20, cuando amanecía el día de Navidad, dió tres suspiros (de entrega a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo), inclinó la cabeza hacia la derecha y expiró. Se había cumplido su deseo de ir a la Casa del Padre el día de Navidad.
A su hermana Nieves, un día antes, le había dicho:
“No quiero Misa de Difuntos. La quiero de Resurrección. Nada de ornamentos morados. Que sean blancos, de luz, de alegría, de resurrección, de paz eterna”.
Y así se hizo. El funeral se celebró al día siguiente, de blanco. Lo concelebraron el capellán de las Hermanas de María Reparadora de Sevilla, dos sacerdotes de Huelva que, junto con otras doce personas habían venido a sus exequias, y dos Padres Misioneros. Y se cantó el Alleluya: ¡Resucitó, resucitó, resucitó, Aleluya!
El día 25, día de Navidad, a la 01,30 de la mañana sonaba el teléfono. La Noche Buena, por encargo de mi hermana Pilar, se debía celebrar con la alegría propia del día. Cena de Noche Buena, villancicos, alegría santa de quienes conmemoraban la llegada del Salvador, del Dios-Niño. A las doce de la noche celebrábamos el cumpleaños de mi suegra. Cumplía 83 años. Y estábamos repartiendo los regalos de Navidad (Reyes anticipados), cuando sonó el teléfono. Os podéis imaginar nuestra reacción. Todos esperamos lo peor. Al otro lado del hilo la voz de mi hermana Nieves:
José Luis, Pily acaba de morir santamente. Ya he llamado a todos los hermanos y están en camino. Te llamo para que dispongas lo que creas más conveniente.
Os puedo asegurar que lo primero que vino a mi mente fueron las palabras de mi hermana Pilar aquel día 7 de Diciembre.
•No, José Luis, no me voy mañana. Me iré a la Casa del Padre el día de Navidad.
Parece como si tuviera prisa por celebrar la Navidad, abrazada a Dios Trino y Uno, a su Niño Jesús, a su Madre María, y a San José.
Yo me imagino la fiesta del Cielo. ¡Qué recibimiento el suyo! Después de 30 años entregada al servicio de los más pobres. Había pasado cuatro años en Barcelona, después de sus votos y mientras realizaba los estudios de Teología, al cuidado de los niños con el síndrome de Dawn, muchos, profundos.
No sabes, José Luis, lo que se puede querer a estos niños, me decía un día. En ellos ves a Jesús mejor que en ningún otro sitio.
Otros tres o cuatro años en Málaga, siempre al servicio de los más pobres, dando catequesis a los niños y adultos de los barrios de la periferia de la ciudad. En Marca (Huelva), con permiso de sus Superioras, y durante cuatro años, quiso sufrir en su carne, junto con otras compañeras, la experiencia del trabajo, como obrera. Por su formación universitaria podían haber aspirado a un trabajo administrativo o cosa similar. Ellas eligieron trabajar como personal de limpieza en la Seguridad Social. Sintieron en su sangre la amargura y la injusticia del despido.
Se encararon con la Administración en defensa de sus derechos y el de sus compañeras de trabajo. Con el dinero de la limpieza tenían que sostener su humilde casa (yo llegué a conocerla y dormir en ella, en el suelo), cuidar de la capillita del barrio y atender ¡nunca les quedaba ni un solo céntimo para ellas! a los más pobres y marginados.
Hasta la Providencia parecía que les daba la espalda. Por si era poca la pobreza en que vivían, el río se desbordó y las casas del barrio quedaron anegadas por las aguas en más de un metro...
A los niños y adultos les enseñaban a leer y escribir, a realizar las labores que María realizaría en Nazaret, como madre. Pero, sobre todo, les enseñaron a amar muy de veras a Jesús Eucaristía y a María. Después de sus ocho horas de trabajo (a partir de las cinco de la mañana) y después de su trabajo de apostolado en el Barrio de Los Almendros de Marca, dedicaban su tiempo a la oración reparadora, junto al Santísimo, y a formar a los jóvenes y adultos en el Amor de Dios y en el amor al prójimo.
Desde Marca (Huelva), el trabajo le parecía poco. Marchó a Panamá. 13 años dedicados al apostolado de las tribus autóctonas y, junto a ello, como Maestra de Novicias, a la formación y dirección espiritual de las aspirantes a la vida religiosa de su Congregación.
En Noviembre de 1991 es trasladada a Lima. Su enfermedad ya había hecho presa en ella. Sin embargo, ninguna de sus hermanas religiosas supo nada sobre tan terrible mal. Su vida era normal, totalmente entregada a los demás.
En el mes de Octubre de 1992, después de consultar con los médicos de Lima, y cuando ya nada se podía hacer por su salud, es enviada a Sevilla. El día 19 de Noviembre, es operada de cáncer de mama en la Clínica Sta. Isabel. ¿Desde cuándo supo ella que ya no tenía remedio?
Era el 1 de Octubre de 1989. El día 10 de ese mismo mes cumplía 50 años. Nadie sabía de su enfermedad y la enfermedad iba minando su salud poco a poco. Los primeros síntomas los había advertido siete años atrás. Previendo su fin, ya cercano (tres años más de sufrimiento en silencio), escribía estos versos:
MI DARDO DE AMOR
Mi dardo de Amor
para el postrer día.
Mi dardo de Amor,
Tú bien me lo guardas.
Tu dardo, Dios mío,
Espíritu puro,
será en “aquel día”
obra consumada:
¡Tu dardo de Amor!
La última vez,
¡qué dicha tan fuerte!
deshecho el pecado,
roto su aguijón,
seré toda tuya,
sin miedo a perderte
ni a desagradarte,
con el alma llena
de tu SER - CANCION.
Mi dardo de Amor
será maravilla,
será siempre muestra
del único Dios
que siendo un buen Padre
Ternura infinita-
un Hijo -alegría-,
Esposo querido,
nos dan el Espíritu
que es fuego de Amor.
El último día,
lo espero gozosa,
será el día clave
de mi Redención.
Será la alegría
siempre acá buscada
y que a tropezones
apenas vivió.
El último día,
al Cielo conjuro,
con Teresa al frente,
para que allí venga
junto a la que es Madre,
María, tan bella,
tan dulce, tan tierna,
y allí todos juntos
diremos:¡Loor,
Amor, Alabanza,
al Dios Infinito,
al Dios Trino y Uno,
al Dios del Amor!
El último día,
me visto de gala,
repleta de gracia,
de don, de ilusión,
para aquel abrazo
que no tiene ocaso,
y que solo sabe
decir siempre: ¡AMOR!
El último día,
despierto gozosa
de este lindo sueño,
que acá comenzó,
que tiene sus flores
y también sus cruces,
pero saludables
para nuestra vida,
que a Dios quiere siempre
quitarle su DON.
¡Qué dicha, Dios mío!
no habrá nubarrones,
ni sombras perdidas.
El último día,
¡seré yo tan madre!
pues que el Padre Amante
me dio el Corazón
de María, Hija,
la Esposa y la Madre
de la Creación.
El último día,
¡Dios mío, te quiero!
no habrá sol radiante
el Sol eres Tú.
El último día,
sin ocaso al frente,
podré cantar siempre:
¡Amar al Amor!
El último día,
¡que venga ya pronto!
con la Iglesia digo:
“Marana-ta-Cristo,
ven, Jesús, Señor”.
El último día,
Espíritu suave,
Espíritu ardiente,
Espíritu - Amor.
Me atrae y me lleva,
me coloca al frente
de una gran legión:
legión de pequeños
que otra ley ya tienen:
El primero, el último,
pues es pecador.
El último día,
¡Delicia del Cielo!
el último día,
¡Mi canción de Amor!
El último día,
yo soy transformada,
el último día,
me llamo ya Amor.
El último día,
corazón de Madre,
el último día,
MARIA, soy yo.
El último día
¡soy ya tan dichosa!
el último día,
mi gozo de Amor.
El último día,
vivo ya en familia,
el último día,
“HESED” ya soy yo.
El último día,
mi Dios, Trino y Uno,
el último día,
no habrá amanecer.
El último día,
es un sol radiante,
ya es mediodía,
es Banquete fiel.
El último día,
¡qué será, Dios mío!
Mi último día,
pronto va a llegar:
¿Qué son unos años,
20, 30 al mucho?
Muy presto se pasan
mi Dios, todo Amor.
El último día,
ya está aquí, a la puerta,
¡Ya poco me queda,
por verte, Jesús!
El último día,
lo tengo aquí cerca,
contigo es el cielo,
¡Mi Dios, Mi Señor!
El último día,
¡Qué hermoso te veo!
Tú eres Dios de Amores
que Amor me pidió.
El último día,
yo veré al “mendigo”,
gozando dichoso
porque al fin triunfó
logró que mi vida
toda de Amor fuese,
logró su deseo:
¡Todo COMUNION!
El último día,
el Padre, el Espíritu,
con el Hijo al frente
lograrán mi unión.
El último día...
cuando yo despierte,
abrazada al cuello
del Dios Trino – Amor;
El último día,
Tu DARDO me espera;
El último día,
¡Ven ya pronto, Amor!
¡Para alabanza del Padre!
El “último día”,
ya puede ser HOY.
¡Gracias!
Pilar (1-10-89)
TESTIGO DE SU AMOR AL SEÑOR Y A LOS HOMBRES
Esta página tan sencilla, que vais a leer, me la envió “la Eugenia”, toda una mujer, el alma de la Asociación de Vecinos de El Almendro (Huelva) donde la Hna. Pilar Elizalde, Hna de María Reparadora, vivió su pobreza, pero también su alegría. No he querido añadir ni quitar nada. “La Eugenia”, setenta y muchos años, lo dice todo. (Copiado de la Hoja Parroquial de El Almendro - Huelva).
Nuestra querida Pilar Elizalde,
como paloma blanca, se fue volando hasta el Cielo.
En la Comunidad de la Parroquia de S. Pablo,
quedaron sus alegres recuerdos.
Cómo llegó a la Parroquia lo sabemos todos.
Nos enseñó su Evangelio;
a los pequeños llegó con su corazón abierto,
en catequesis, en Eucaristías, sus cantos estaban abiertos.
Su manera de enseñar...
como Dios podía hacerlo. No le faltaba alegría,
su sonrisa salía de adentro,
para todos sus vecinos del Almendro,
de la Asociación, de la Residencia,
que con su fregona enseñaba el Evangelio a muchos de ellos.
Ella corría, corría, su parada no tenía fin.
Nunca se sintió cansada y un día se nos fue muy lejos,
a Panamá, con los pobres, con los humildes,
con los sencillos, como dice el Evangelio.
Allí encontró a los suyos: Eran grandes,
eran chicos, eran negros.
A todos quería acogerlos..., de comunidad en comunidad...,
Siempre marchaba en busca de ellos.
En Cavuco, como ella me decía... de noche..., de día...,
no cuidaba de su cuerpo.
Jesús murió por nosotros, ella por su Evangelio.
¡Qué enfermedad tan mala le corría por todo el cuerpo!
Últimamente se fue... porque no tenía bastante...hacia el Perú.
Allí no la dejaban vivir.
Solo tenía soltura para ayudar a los demás.
“Sendero Luminoso” la perseguía. Pero ella
hasta que no pudo más con su enfermedad
lo resistió todo.
Yo podría contar mucho más de ella,
ya que fueron once años escribiéndonos.
Ella me decía que no dejara de hacerlo.
Y yo así lo hacía.
Pilar, ya no voy a escribirte más,
pero como estás junto a Dios,
te hablaré en silencio.
El grupo tuyo lo hará igual porque todos te queremos.
Toda la Comunidad te recordará con cariño y amor.
Nos has dejado un gran recuerdo.
Y todos sabemos que en el cielo
están contentos porque a él HA LLEGADO LA ALEGRIA.
Paco Girón, Manolo Salazar (sacerdotes) y toda la Comunidad
no te decimos ¡Adiós!
Tu Resurrección está siempre con nosotros.
Mi familia y “la Eugenia”, como tú me llamabas
te dicen: ¡Hasta siempre!
El día 26 de Diciembre, en su funeral, había quince personas del Almendro.
“La Eugenia”, mientras la enterraban en el Panteón de las Religiosas de su Congregación, nos sorprendió de nuevo. Nos pidió permiso para leer una poesía que Pilar le había dedicado hacía 14 años. Era como un preludio de su entrega a Dios. Decía así:
ROSA ROJA
¡Se tronchó...!
era roja la rosa,
era de un rojo vivo y
¡se tronchó...!
Se rompió por el tallo;
El color le pesaba... ¡pobre flor!
¡Si hubiera sido blanca o amarilla,
si no hubiera tenido ese color...!
Pero, con el color tan encendido,
era roja la rosa y... ¡se tronchó...!
Era roja la rosa de mi vida,
era de un rojo vivo, sólo amor.
Se rompió por el tallo
al sentir la mirada del Señor.
Pero... Tú la quisiste toda roja
y se rompió mi vida... ¡por AMOR!
Ese mismo día 25 de Diciembre, día de su tránsito a la Casa del Padre, una de sus Hermanas de Congregación, nos escribía, vía fax, esta sentida carta:
25 Diciembre 1992
PARA LOS HERMANOS DE LA HNA. PILAR ELIZALDE - SEVILLA
Muy queridos todos:
Esta mañana he recibido la noticia de la muerte de Pilar, después que tenía la sensación de que iba mejorando un poco, aunque sin esperanzas de que llegara a una gran transformación en su proceso de gravedad.
En momentos como éste, las palabras no pueden expresar la fuerza de los sentimientos, pero desde que supe de su enfermedad y las características de la misma, he ido haciendo el camino de la aceptación de lo ya sucedido.
He sentido mucho estar lejos en este momento. Aun sabiendo que la cercanía física no resuelve nada, el proceso de asimilación de la enfermedad se te hace más evidente. Yo me quedo más bien con su imagen de cuando la vi en Perú, seguramente ya bastante enferma, pero sin que lo advirtiéramos.
El dinamismo, el deseo de ayudar a todos, la disponibilidad para los envíos más difíciles, el entusiasmo por el reino de Dios y el fervor de espíritu capaz de pasar muy largos tiempos de oración de día y de noche, hablan algo de su fuerza interior, de su fe. Y es esto lo que quiero guardar sobre todo, con la experiencia vivida de amistad y fraternidad, desde hace tanto tiempo.
Hoy recordaba la primera vez que nos vimos, un poco después de la muerte de vuestro padre. Más tarde la entrada en la vida religiosa, tiempos juntas en el Noviciado y Juniorado y luego cada una por nuestro camino... El Señor nos ha unido, no solamente en la amistad, sino en la vocación y en el compartir una misma experiencia espiritual que nos ha ido acercando cada vez más. Su partida es para mí otro mensaje que a través de ella he recibido de Dios. La vida es para entregarla y cuando ya se ha llenado la parte de cada uno, partir...
Es así como la muerte es el sello de la vida. Es así cómo Dios se hace amor total en la vida personal. Es así, cómo en el mundo guarda para siempre, como semilla que germina en su seno, la presencia del Señor resucitado a quien en estos días celebramos como parte de nosotros mismos.
A cada uno mi unión y mis oraciones. A todos os recuerdo y me siento unida a vuestro dolor y a vuestra esperanza cristiana. Que ella, y los padres y hermanos a quienes ha encontrado ya, sean para vosotros, siempre, consuelo y alegría de parte de Dios.
Un abrazo fuerte,
Hna. P.E., Hna. de María Reparadora.
ALGUNOS RASGOS DE SU ESPIRITUALIDAD
Quizás, una de las cosas que más caracterizan la personalidad de la Hna. Pilar Elizalde, Misionera Reparadora, sea su profundo amor a la Sma. Trinidad, expresada muchas veces en su cuaderno de notas, y su amor a la Eucaristía. Me cuenta una de sus compañeras de Panamá que después de haber andado muchas horas por la selva, con barro hasta las rodillas, y de cruzar lagunas con el agua hasta la cintura, cuando sus acompañantes caían materialmente rendidas por el cansancio, ella se retiraba y pasaba muchas horas ante el Sagrario.
Otra nota característica de su vida espiritual era su inmenso amor a la Virgen María, reflejado múltiples veces en sus poesías y en los resúmenes de sus meditaciones. Jesús y María, junto a su Madre Fundadora, Beata Emilia d’Oultremont, a la que amaba con ternura, como lo refleja en sus notas escritas; Sta. Teresita, con su infancia espiritual; San Francisco de Asís y Sta. Clara, por su amor a la pobreza y su simplicidad de vida; San Ignacio de Loyola y S. Francisco Javier, su paisano, de quien aprendió a darlo todo, desafiando dificultades y peligros. Para ella, el fundamento de su vida era dar a conocer la Palabra de Dios a los pobres y humildes, decirles que Dios es todo AMOR e INFINITA MISERICORDIA y que siempre lo esperasen todo de Jesús y de María, su Madre.
El cumplimiento de las Reglas de su Congregación y sobre todo la Obediencia a sus Superioras, hicieron de ella una religiosa ejemplar hasta su último aliento en la Noche Buena de 1992. Panamá, Perú, su Huelva querida, la llorarán con la alegría de la Resurrección.
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