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jueves, 30 de agosto de 2007

El Tesoro / Autor:José H. Prado Flores


Jesús vino para que tuviéramos vida y vida en abundancia. Él es Maestro porque nos enseña a vivir en este mundo. En este pasaje encontraremos el secreto de una vida plena y llena de felicidad. Se trata de una de las parábolas más conocidas, estudiadas y predicadas, pero el Espíritu Santo nos hará descubrir puntos insospechados, que serán como una plataforma de despegue para nuestra vida. Se trata de un mensaje dedicado a todos los que quieren aprender a vivir, a quienes quieren descubrir el secreto de una vida plena y feliz, como fue la de Jesús.

EL TESORO ENCONTRADO
Mateo 13, 44


Cuando se habla de un tesoro se refiere a lo más valioso que pueda existir. En todo el mundo existen apasionantes leyendas sobre fabulosos tesoros. En los museos se coleccionan los tesoros culturales e históricos más importantes de la humanidad. Si alguien preguntara cuánto cuesta un tesoro como esos, nadie tendría la respuesta a esa pregunta. La característica de un verdadero tesoro es que no tiene precio, pues su valor supera todo lo imaginable. Basta con que se pueda cuantificar, para que automáticamente ya no se le considere como tesoro.

El tesoro estaba escondido, para significar que el Reino de Dios permanece oculto para los sabios de este mundo. Dios se esconde en la nube del misterio. Para penetrar en Su Ser y Su Esencia, se necesita, como Moisés, descalzarse de los sentidos y penetrar con la luz del Espíritu que Dios concede a los pequeños. Que está escondido, da a entender que Dios trasciende todo concepto, idea o imagen que podamos formarnos de Él. Está más allá de lo perceptible y aún de la lógica de la razón.

El relato es totalmente indefinido. No dice ni qué edad tenía esa persona, ni su religión o condición social. Es que cualquier persona puede identificarse con este hombre. Puede ser cualquiera de nosotros. Tampoco se dice cuándo sucedió, ni se da el mapa donde poder localizar aquel campo. Quiere decir que puede ser en cualquier parte y en cualquier día. No existe una receta o una técnica, porque se trata de lo más inesperado que pueda acontecer. Tampoco se nos habla nada de su pasado ni qué estaba haciendo en un campo ajeno, lo cual implica el sentido universal de esta parábola. Lo que le sucedió a ese hombre nos puede suceder a cada uno de nosotros...
Lo único que sabemos es que se encontraba lejos de "su" territorio y sus intereses. No estaba ni en su casa ni en su campo, sino en una propiedad ajena. Estaba en un lugar que le pertenecía a otros. Tal vez quiera significar, que el tesoro se encuentra cuando traspasamos las fronteras de nuestros intereses personales y nos internamos en un área que nunca antes habíamos explorado conscientemente.

Este hombre no era un buscador de tesoros. No tenía su detector de metales, para localizar tesoros enterrados. No. Más bien, da la impresión que el tesoro, que estaba escondido, se le revela y se hace presente de forma inesperada y casual al explorar el campo. Más que encontrar el tesoro, es el tesoro el que lo encuentra a él. Así sucede en la esfera de Dios. Antes de encontrar a Dios, Él sale a nuestro encuentro.

Así le sucedió a Saulo de Tarso. Antes de que él alcanzara a Cristo Jesús, fue Jesús el que lo alcanzó a él (cf. Filipenses 3, 12). San Juan, por su parte, afirma que el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos amó primero (cf. 1 Juan 4, 10). Ambos no están sino comprobando la palabra de Jesús que dijo: «No fueron ustedes los que me eligieron a mí, sino que fui yo quien los elegí a todos ustedes» (Juan 15, 16).

La característica peculiar de este hombre es el celo que lo mueve a proteger y conservar el hallazgo. No se puede exponer a perder el tesoro que ha encontrado. Las joyas y cosas finas y de gran valor necesitan ser guardadas con mucho cuidado. Por nada del mundo está dispuesto a arriesgar su hallazgo. Nadie le puede arrebatar su tesoro. Cuando se ha encontrado la vida de Dios, nos esforzamos por protegerla de todo aquello que amenace extinguirla: el pecado. Este hombre elabora un plan que va a llevar a cabo con todo sigilo, para que dé resultado. Para adentrarse en el Reino, se necesita la astucia, que ya en la parábola del administrador infiel, (cf. Lucas 16, 1 ss.) había sido ponderada por el Señor Jesús.

Por otro lado, que el hombre devuelve el tesoro donde estaba escondido, nuevamente demuestra el afán que tiene de conservar el tesoro y evitar cualquier cambio en las circunstancias que lo rodea, lo dañe. También significa que aunque Dios se revela, siempre queda una parte de Su Ser y Providencia que permanece en el misterio. No podemos encapsular ni abarcar con nuestras manos o entendimiento a Aquel que los cielos de los cielos no pueden contener. Nos sobrepasa infinitamente.

El hombre no se quedó contemplando el tesoro, ni se fue a un retiro para meditar lo hermoso de aquel hallazgo, sino que a partir de ese momento, enfocó toda su vida hacia una sola meta: comprar aquel campo a cualquier precio. Había encontrado el sentido de su vida y todo se encaminaba en esa sola dirección. Vendió todos sus bienes: casa, burro y posesiones. Recuperó su ahorros e inversiones, cobró las cuentas pendientes, retiró las primas y beneficios acumulados de su seguro de vida con tal de obtener un poco más de dinero, y hasta pidió prestado al banco, pagando altos intereses. Nada de eso le importaba, en comparación al tesoro que no se apartaba de su mente ni de su corazón.

Ciertamente está corriendo un gran riesgo. Otro pudo haber encontrado también el mismo tesoro y adelantársele. Quien lo había escondido podía haberlo ido ya a recoger. Todo eso pasa a segundo término, pues el tesoro vale más que todo eso junto. Tanto vale el tesoro que ningún riesgo es demasiado para detenerse.

¿Cuánto vale el campo? Todo lo que el hombre tiene. No se trata de un precio fijo o que esté en discusión o en remate. No. Vale todo cuanto se tiene; sea mucho o sea poco, no importa. Lo único importante es que vale "todo". Sólo así se puede adquirir el campo en cuestión para obtener el tesoro. Vendió todo cuanto tenía para comprar el campo. Pero no compra el tesoro, porque el tesoro no se vende. Fue capaz de pagar el precio del campo porque tenía su mirada puesta en una sola meta: el tesoro de valor incalculable.

Ahora bien, ¿qué motivó el riesgo de vender todo? La respuesta la encontramos en el hombre que encontró el tesoro: la alegría de haber encontrado. La alegría del encuentro es la motivación para todo lo que sigue. Se trata del detonador que desencadena toda una reacción que no se puede detener. El primer signo de haber sido encontrado por él es la alegría que no se puede esconder ni disfrazar. Es tan grande, que se desprende de todo cuanto tiene. No está amargado por la nostalgia de los ajos y cebollas de Egipto. La tierra prometida vale tanto, que se puede atravesar el ingrato desierto, en medio de privaciones y mares Rojos que se interpongan.

Así nosotros un día de repente descubrimos la presencia de Dios en nuestras vidas de una manera más palpable que nunca. Comprendemos al instante que este encuentro con Dios es lo que realmente vale.

El Divino Maestro nos advirtió: Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón. Cuando se tienen varios tesoros, como no podemos tener un corazón para cada uno de ellos, el corazón se desgarra y aparecen todo tipo de neurosis, desdoblamiento de personalidad, hipocresía, mentiras y frustraciones, por no conseguir todo lo que se busca. Éste es el origen de muchos problemas psicológicos, pues no existe pureza de intención, sino que existen motivaciones impuras, es decir, contaminadas.

¿Cuál es tu tesoro: lo más invaluable que tienes, serías capaz de renunciar a todo, con tal de conseguirlo o no perderlo? ¿Cuál es tu valor supremo que da sentido y dirección a todos los demás? ¿Hay algo que esté por encima de todo lo demás que tienes y eres en la vida?

Este relato evangélico no precisa nada. No dice ni como se llamaba aquel hombre, ni su edad o religión, para que pueda ser cualquiera de nosotros. Tampoco precisa el día y la hora, para abrir las posibilidades en cualquier momento de la historia personal.

Jesús vino a enseñarnos a vivir. En esto radica el secreto de una vida plena y feliz: tener un solo valor supremo que dé dirección y sentido a toda la vida.

Lo más difícil de aceptar de la salvación, es que es gratuita. Generalmente la queremos comprar o merecer con nuestras buenas obras, en vez de recibir el don gratuito de Dios. No es por nuestros sacrificios o títulos eclesiásticos que merecemos el tesoro. La palabra mérito no existe en el diccionario de la salvación. Todo es gracia de Dios.

Por último hay que notar que "va, vende y compra" están en tiempo presente, para significar que se trata de un hecho actual, que sucede en nuestro tiempo. No se trata de un acontecimiento del pasado, sino que puede suceder el día de hoy, en el momento menos pensado.

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