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viernes, 17 de agosto de 2007

Tomar la Cruz / Autor: José H. Prado Flores









Jesús afirmó categóricamente que no podríamos ser discípulos suyos si no tomábamos la cruz.

Si alguno quiere ser mi discípulo, que tome la cruz y que me siga: Mt 16, 24.

Infelizmente se ha deformado este aspecto, hasta el punto de vivir una religión centrada en la cruz y no en el poder de la cruz, pensando que debemos sufrir y hasta sacrificarnos, soportando con "resignación cristiana" las injusticias de la vida. Algunas personas tienen la imagen de un Dios sádico que se goza y hasta glorifica con nuestras lágrimas. Existen espiritualidades que afirman que Dios regala la cruz del sufrimiento a quienes ama. Algunos de ellos traspasan la frontera del masoquismo, que en el fondo es una soberbia refinada.

En primer lugar, esta cruz no es sinónimo de dolor o sufrimiento, sino que debe ser, como la cruz de Jesús.

¿Por qué Jesús predijo tres veces su muerte en la cruz? Porque era el camino lógico en donde desembocaba el estilo de vida que llevaba y el mensaje que predicaba. Pudo haberlo evitado, si hubiera aceptado las propuestas del demonio en el monte de las tentaciones, o si hubiera claudicado frente al legalismo de fariseos e hipocresía de escribas. “Su cruz” era la consecuencia inevitable.

Jesús no quería la cruz, puesto que no era masoquista, pero la aceptó como el precio por ser fiel a sí mismo y a la misión que el Padre le había confiado.

Nuestra cruz, como la de Jesús, consiste en ser congruentes con la opción que nosotros hemos hecho del Evangelio, como guión de vida; lo cual no es fácil y exige fuerza de profeta y vocación de mártir, para soportar la persecución del mundo tenebroso que se opone al Reino de Dios.

Tomar la cruz implica no claudicar ante las burlas y desprecios por no consentir con la injusticia ni quedarnos callados o pasivos ante la maldad y perversidad de las fuerzas del mal en la sociedad.
Tomar la cruz es vivir de acuerdo al Evangelio, como corderos en medio de lobos, que están dispuestos a dar su vida para que Cristo Jesús reine en este mundo, significa vivir la verdad en medio del mundo de mentira, aunque los demás se rían de nuestra ingenuidad.
Tomar la cruz es vivir con la esperanza de la resurrección; que nuestro trabajo para instaurar el Reino no es en vano, y que los sufrimientos del tiempo presente, son incomparables con la gloria que se va a manifestar después (Rom 8, 18).
Esa es la cruz evangélica que estamos llamados a tomar como auténticos discípulos de Jesús.

Por lo tanto, no se trata de valorar el sufrimiento o canonizar el dolor. Al contrario, es para hacer desaparecer tanto el dolor estéril como el sufrimiento que son fruto de las injusticias. Ésta es la cruz del cristiano: vivir congruentemente con el Evangelio, a veces como una voz que clama en el desierto y otras, remando contra la corriente. Por ejemplo, tomar la cruz es promover el evangelio de la vida, en contra de la cultura de la muerte, la guerra y los abortos.

No se trata de hacer sacrificios, negándonos a lo que nos gusta, sino renunciar a lo que nos hace daño o va en contra de los valores del Evangelio, poniendo en riesgo nuestra felicidad en este mundo y hasta en el otro.

La cruz que debemos asumir es la renuncia a todo lo que nos impide vivir la plenitud, la vida que Cristo vino a traer a este mundo. La cruz evangélica no mata, sólo hace morir en nosotros todo lo que no nos deja vivir.

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