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viernes, 17 de agosto de 2007

¿Pornografía? No, gracias / Autor: Álvaro Correa



Fontanella es una población que dista a escasos 30 kilómetros de Bérgamo, en el norte de Italia. En marzo del 2004 el Consejo del Municipio prohibió “abrir ejercicios comerciales que traten la venta, alquiler y cesión de todo título de material pornográfico de cualquier tipo”, y además que “las publicaciones de libre venta en los quioscos o videotecas no sean expuestas a la vista del público”.

Es una buena noticia. Lástima que no corra como reguero de pólvora. No fue recogida por ningún noticiero televisivo nacional ni internacional y a duras penas recorre la bota italiana. Cayó silenciosa como un copo de nieve, pero su fuerza es imponente como una avalancha. Es una noticia que indica que la conciencia del hombre -mientras no llegue a pervertirse fatalmente- continúa iluminando “el bien que se debe hacer y el mal que se debe evitar”.

El valiente Municipio de Fontanella hizo frente a la poderosa industria de la pornografía que factura millones de dólares anualmente. Cierto que es como si una hormiga quisiera poner el freno a un caballo en galope, pero Fontanella ha hecho su parte y sirve de ejemplo para todos los que deseen sumar sus fuerzas a la noble causa de defender la dignidad y belleza del cuerpo humano.

El ambiente en que nos movemos ha desenfocado la sexualidad humana y la presenta como un mero objeto de placer y no como una donación de toda la persona en un amor bello e íntegro. La era consumista sufre culpablemente el hambre de los placeres carnales porque ha venido privando el alma del hombre de los manjares del cielo.

Fontanella apunta la lanza contra la publicidad actual que no se ruboriza de presentar el desnudo como un atractivo comercial y contra el tráfico de material pornográfico. Intenta desenmascarar la malicia que está detrás de una pretendida “naturalidad” en el uso del cuerpo humano, reducido a mero objeto de placer carnal. Es un esfuerzo que corre por los mismos rieles de la enseñanza cristiana, que valoriza la dignidad de la sexualidad humana, como don de Dios, para dar esplendor al cuerpo y a los sentimientos, evitando reducirlos a una banalidad.

Hace relativamente pocos años, un trozo de material pornográfico era un escándalo. Pero golpe tras golpe, escena tras escena, portada tras portada, anuncio tras anuncio, se ha venido taladrando la resistencia del pudor y de la decencia, del mínimo respeto y de la dignidad humana. Y así parece que nadie se inquieta ya ante un cartelón provocador, clavado en un cruce de las arterias principales de las grandes ciudades. Hoy, sin pena alguna, corren los niños a los quioscos a comprar sus revistas de aventuras que el vendedor extrae entre un aparador de revistas pornográficas. La publicidad de la televisión y del internet no tiene escrúpulos para ofrecer productos de una manera en ocasiones obscena. Y en toda esta marabunta uno se siente apenado por la manipulación que las empresas publicitarias hacen de la mujer, que por antonomasia es templo del pudor. Quizás que los movimientos feministas estén de acuerdo que no es necesario presentar un desnudo femenino en el anuncio de una botella de agua mineral, de un champú o de un automóvil. ¡Pobre mujer!, por una parte le ofrecen una constelación de objetos de belleza, de vestidos y joyas, y, por otra, ponen en entredicho su dignidad dejándola a merced de las miradas perversas.

La mente que está detrás de estas redes publicitarias juega conscientemente con las pasiones desordenadas del hombre y mete la espada en la dignidad de su cuerpo. No tiene en cuenta que el hombre y la mujer en su corporeidad han sido ennoblecidos por su condición de seres racionales y espirituales.

Hay quien se cubre con el paraguas roto de la excusa de que la pornografía es un acto privado, cuando se trata de lo contrario, pues justamente la pornografía ofende la vida privada e íntima de las personas estableciendo una relación innoble con los demás.

Los abuelos cuentan que antes había más decencia. Sin duda que sí. Pero hace cien o mil años como ahora y siempre, el hombre lleva dentro de sí un cúmulo de pasiones que necesitan la gracia de Dios y el trabajo personal para ser orientadas y sujetadas debidamente. La batalla contra la pornografía no se libra sólo en términos de leyes municipales. Es ante todo en el interior del corazón, en lo más hondo de cada persona, donde se toma conciencia de la propia dignidad de personas e hijos de Dios. Quien llega a este maravilloso descubrimiento, a esta estupenda realidad de saberse creado “a imagen y semejanza de Dios”, llega a la gozosa experiencia de reconocer que es templo de Espíritu Santo: se mira a sí mismo y a los demás con un respeto sagrado.

Dice el catecismo de la Iglesia católica en el número 2354 que “la pornografía consiste en dar a conocer actos sexuales, reales o simulados, fuera de la intimidad de los protagonistas, exhibiéndolos ante terceras personas de manera deliberada. Ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita. Introduce a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio. Es una falta grave. Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico”.

Para el cristiano y para todo hombre de buena voluntad queda claro que la pornografía no puede ser aceptada impunemente. Uno a veces se admira de la falta de sentido común de algunos padres de familia que se llevan las manos a la cabeza por el embarazo de una hija adolescente o por las denuncias sobre el desenfreno moral de alguno de sus hijos, cuando resulta que no han tenido la suficiente firmeza en su educación y con demasiada ingenuidad los han dejado crecer con “naturalidad” en medio de un ambiente licencioso y permisivo. Les dejan un margen amplio para sus diversiones, les permiten vestir como les viene en gana, a la moda -qué mal visten tantos jóvenes en este inicio del milenio: pantalones a medio caer, bombachos, jeans rotos, vestidos terriblemente ajustados, camisetas no mayores que unos tirantes, etc.-. Son adolescentes y jóvenes que se abren paso en la vida sin criterios maduros, carecen de un suficiente cultivo de las virtudes humanas como la voluntad, la conciencia, la responsabilidad, la reciedumbre, y de las virtudes espirituales y cristianas: la fe, la esperanza, el amor, la humildad, la pureza, etc. Si la matemática no falla, tarde o temprano estos chicos y chicas serán hijos problemáticos.

La otra cara de la medalla también se da afortunadamente. Cuántos adolescentes y jóvenes llenos de vitalidad, rebosantes de energía y generosidad, que aman con corazón limpio, que han comprendido que el amor es entrega. Éstos han recibido de su familia y educadores los principios de una vida humana y cristiana completa, sin recortes. El tiempo pasa y ellos maduran creciendo en la alegría de la virtud que conquistan con esfuerzo e ilusión.

La pornografía tiene su feudo donde el amor a Dios y su designio de amor sobre el hombre ha quedado en la trastienda, como una leyenda del pasado o un refugio piadoso para devotos. Las personas que alquilan sus cuerpos para esta empresa corren el riesgo de perder la sensibilidad de su alma. Uno a veces se pregunta: ¿no sucederá que el hijo o la hija de la modelo tal o del artista cual sienta vergüenza y pena por lo que su madre o padre hacen? ¿Qué sentimiento de rubor correrá por el corazón de un jovencito cuando vea la foto de su madre en la portada de una revista indecente que corre de mano en mano en un corro malicioso?

Las incoherencias son un diente más del engranaje. Un día un niño quería ver una película pero su madre le dijo que no podía porque “era para mayores de 18 años”. La respuesta del niño fue la siguiente: “¿Entonces cuando tenga 18 años podré ver toda la pornografía que quiera?”. Este niño sin darse cuenta estaba denunciando la incoherencia de una sociedad que pretende quitar la malicia colocando una catalogación de edad. ¿Los mayores de 18 años tienen mano libre para la pornografía? ¿Su edad quita la malicia de este hecho? ¿Dónde se dice que el pecado pueda ser aceptado con la mayoría de la edad?

Fontanella ha levantado su voz, aunque se queda sólo en una prohibición externa. Aún es incompleta, pero laudable. Queda abierto el horizonte de formar niños, jóvenes y adultos de mirada y corazón limpios, de nobles sentimientos, de fe y de amor sobrenaturales que reconozcan la dignidad que Dios nos ha concedido como hijos adoptivos. Esta labor se levanta en el interior de cada persona. La pornografía termina donde un corazón humano es limpio. La oración y la profundidad humana son medios para contemplar, valorar y defender la belleza del hombre y de la mujer que han sido creados “a imagen y semejanza de Dios”.

Cuando Cristo afirmó que el cuerpo es templo del Espíritu Santo nos enseñaba que los templos son bellos y sagrados y que se deben conservar siempre dignos de Aquél que su dulce Huésped y Señor

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