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jueves, 2 de agosto de 2007

El dominio de las sensaciones / Autor: P. Victor



“¿Hasta cuándo mi alma estará acongojada y habrá pesar en mi corazón, día tras día?” (Sal 13, 3).

A veces, más que la mente, nos dominan las sensaciones. Reconozcamos que las cosas que sentimos suelen tener más poder que las que pensamos. Porque podemos leer y meditar el Evangelio, escuchar bellas conferencias, creer que estamos convencidos de algunas ideas firmes y motivadoras, pero a veces esos pensamientos no nos motivan de verdad y lo que nos mueve es lo que sentimos.

Estamos muy atentos a nuestros estados de ánimo o pasamos en un mismo día de la alegría a la tristeza, del entusiasmo al descontento, del amor al resentimiento, de la esperanza al desaliento.

Otras veces, sentimos dentro de nosotros necesidades muy fuertes de todo tipo que nos reclaman demasiado. Por eso, aunque tengamos ideas muy hermosas en la mente, no somos felices, no disfrutamos de las cosas simples, nos enemistamos con la vida misma.

Entonces, es importante pedirle al Señor que pacifique nuestras sensaciones, que aplaque esas sensaciones que no producen más que melancolía, desgano, insatisfacció n. ¿Para qué perder las ganas de trabajar, de convivir, de crecer por culpa de sensaciones que no nos aportan nada bueno? Alimentemos mejor las sensaciones positivas, el pequeño pero verdadero placer de algunas cosas cotidianas que la vida nos regala. Alimentemos la sensación embriagadora de luchar por un desafío estimulante, el gusto de conseguir algo para alegrarle la existencia a otro ser humano, el placer de hacer algo bello para la gloria de Dios o la sensación de reposar serenamente en el cariño de Dios que nos ama.

Nada mejor que dejar entrar a Dios en el mundo de nuestras sensaciones, nada más sano que reconocer de frente ante Dios esas sensaciones que nos perturban, para que Él pueda serenarlos, aplacarlos, curarlos, armonizarlos con su afecto divino. Podrías intentarlo con esta oración:

Señor amado, Vos conoces las cosas que siento.

Vos no ignorás mis estados de ánimo, mis deseos, mis ganas, mis anhelos.

Y ves también la tristeza, la insatisfacción, el dolor inútil que muchas veces me domina porque no puedo disfrutar de todo lo que deseo, porque siento muchas cosas que no puedo saciar.

A veces, me doy cuenta que me convierto en un ser siempre disconforme que, cuando consigo lo que deseo, luego me parece poco, siempre, algo me falta…

Y descuido esas sensaciones bellas que nunca me parecen suficientes, que siempre me parecen demasiado pequeñas…

Por eso, te pido mi Dios, pacifica mis sensaciones; aplaca mis deseos. Dame la libertad interior para no ser esclavo de las sensaciones negativas, para que no me dominen mis estados de ánimo y los cambios de humor.

Penetra con Tu poder divino en ese mundo interior de mis variadas sensaciones.

Fortalece las sensaciones bellas que me hacen sencillamente feliz,
amable, humano, compañero de todos.

Debilita el poder de esas sensaciones que me agobian, que me entristecen, que me sofocan.

Toma mis sensaciones que me abruman, libérame de ellas para que no se apoderen de mí.

Pacifica mis sensaciones, Señor; derrama Tu Paz en mi sensibilidad y devuélveme –con tu vitalidad sana y feliz- la armonía interior que necesito.

Amén.

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