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jueves, 16 de agosto de 2007

Ante el Cristo de la Buena Muerte / Autor: José María Pemán



¡Cristo de la Buena Muerte, el de la faz amorosa, tronchada
como una rosa sobre el blanco cuerpo inerte que en el madero reposa.

¿Quién pudo de tal manera darte esa noble y severa majestad llena
de calma? No fue una mano, sino un alma la que talló tu madera.

Fue, Señor, que el que tallaba tu figura, con tal celo
y con tal amsoa que te amaba, que, a fuerza de amor, llevaba dentro del alma el modelo.

Fue que al tallarte sentia un ansia tan verdadera, que en arrobos,le sumía
y cuajaba en la madera lo que en los arrobos veía.

Fue que ese rostro, Señor, y esa ternura al tallarte, y esa expresión de tanto dolor,
más que milagros del arte, fueron milagros de amor.

Fue, en fin, que ya no pudieron sus manos llegar a tanto,
y desmayadas cayeron. ¡Los ángeles te hicieron con sus manos mientras tanto!
¡Cristo de la Buena Muerte!

Por eso a tus pies postrado;
por tus dolores herido de un dolor desconsolado;
ante tu imagen vencido y ante tu Cruz humillado,
siento unas ansias fogosas de abrazarte y bendecirte.
Ante tus plantas piadosas, quiero decirte
mil cosas que no se cómo te puedo decire.

¡Frente que herida de amor, te rindes con sufrimientos
sobre el pecho del Señor como los lirios que, en flor, tronchan, al paso, los vientos!

Brazos rígidos y yertos, por tres garfios traspasados
que aquí estas por mis pecados,
para recibirme, abiertos, para esperarme, clavados.

¡Cuerpo llagado de amores yo te adoro y te sigo!
Señor de los señores, quiero partir tus dolores subiendo a la cruz contigo.
¡Cristo de la Buena Muerte!

Quiero en la vida seguirte,
y por sus caminos irte
alabando y bendiciendo, y bendecirte sufriendo, y muriendo bendecirte.

Quiero, Señor, en tu encanto tener mis sentidos presos,
unido a tu cuerpo santo, mojar tu rostro con llanto, y secar tu llanto con besos.

Quiero, en santo desvarío, besando tu rostro frio,
besando tu cuerpo inerte, y llamarte mil veces mio.

Y Tú, Rey de los bondades, que mueres por tu bondad,
muéstrame con claridad la verdad que es sobre toda verdad.

Que mi alma, en Ti prisionera, vaya fuera
de su centro por la vida bullanguera.
Que no le Ileguen adentro las algazaras de fuera;
que no ame la poquedad de cosas que, van y vienen; que adore la austeridad
de estos sentires que tienen los sabores de eternidad;
que no turbe mi conciencia la opinión del mundo necio;
que aprenda, Señor, la ciencia de ver con indiferencia la adulación y el desprecio; que sienta una dulce herida de ansia de amor desmedida, que ame tu Ciencia y tu Luz; que vaya, en fin, por la vida como Tú estás en la Cruz:
de sangre los pies cubiertos, llagadas de amor las manos,
los ojos al mundo muertos, y los dos brazos abiertos para mis hermanos.

¡Cristo de la Buena Muerte!
aunque no merezco que tu escuches mi quejido; por la muerte que has sufrido,
escucha lo que te ofrezco y escucha lo que te pido ofrecerte, Señor,
vengo mi ser, mi vida, mi amor, mi alegria y mi dolor;
cuanto puedo y cuanto tengo; cuanto me has dado, Señor.

Y a cambio de este alma llena de amor que vengo a ofrecerte,
dame una vida serena y una muerte santa y buena. ¡Cristo de la Buena Muerte!

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