23 de abril de 2011.- En el sexto aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II, y faltando unos días para su beatificación, presentamos el bellísimo testimonio del ceremoniero pontificio Konrad Krajewski, miembro de la Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Pontífice durante 13 años. publicado en L’0sservatore Romano. Konrad Krajewski estuvo presente en las últimas horas de vida del Pontífice y afirma: «Quien entraba en contacto con Juan Pablo II, encontraba a Jesús, a quien el Papa representaba con todo de sí mismo. Con la palabra, el silencio, los gestos, el modo de orar, el modo de entrar en el espacio litúrgico, el recogimiento en sacristía: con todo su modo de ser. Se lo notaba inmediatamente: era una persona llena de Dios».
(Konrad Krajewski / L'Observatore Romano) Estábamos de rodillas en torno al lecho de Juan PabloII. El Papa yacía en penumbras. La suave luz de la lámpara iluminaba la pared pero él era bien visible. Cuando llegó la hora de la que, pocos instantes después, todo el mundo habría sabido, de improviso el arzobispo Dziwisz se levantó. Encendió la luz de la habitación, interrumpiendo así el silencio de la muerte de Juan Pablo II. Con voz conmovida, pero sorprendentemente firme, con el típico acento de montaña, alargando una de las sílabas, comenzó a cantar: “A Ti, oh Dios, te alabamos, a Ti, Señor, te confesamos”. Parecía un tono proveniente del cielo. Todos mirábamos maravillados a don Stanislao. Pero la luz encendida y el canto de las palabras que seguían – “A Ti, eterno Padre, toda la tierra te venera…” – daban certeza a cada uno de nosotros. He aquí – pensábamos – que nos encontramos en una realidad totalmente diversa. Juan Pablo II ha muerto: quiere decir que él vive para siempre. Aunque el corazón sollozaba y el llanto estrechaba la garganta, comenzamos a cantar. Ante cada palabra nuestra voz se volvía más segura y más fuerte. El canto proclamaba: “Vencedor de la muerte, has abierto a los creyentes el reino de los cielos”. Leer más...
(Konrad Krajewski / L'Observatore Romano) Estábamos de rodillas en torno al lecho de Juan PabloII. El Papa yacía en penumbras. La suave luz de la lámpara iluminaba la pared pero él era bien visible. Cuando llegó la hora de la que, pocos instantes después, todo el mundo habría sabido, de improviso el arzobispo Dziwisz se levantó. Encendió la luz de la habitación, interrumpiendo así el silencio de la muerte de Juan Pablo II. Con voz conmovida, pero sorprendentemente firme, con el típico acento de montaña, alargando una de las sílabas, comenzó a cantar: “A Ti, oh Dios, te alabamos, a Ti, Señor, te confesamos”. Parecía un tono proveniente del cielo. Todos mirábamos maravillados a don Stanislao. Pero la luz encendida y el canto de las palabras que seguían – “A Ti, eterno Padre, toda la tierra te venera…” – daban certeza a cada uno de nosotros. He aquí – pensábamos – que nos encontramos en una realidad totalmente diversa. Juan Pablo II ha muerto: quiere decir que él vive para siempre. Aunque el corazón sollozaba y el llanto estrechaba la garganta, comenzamos a cantar. Ante cada palabra nuestra voz se volvía más segura y más fuerte. El canto proclamaba: “Vencedor de la muerte, has abierto a los creyentes el reino de los cielos”. Leer más...
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