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domingo, 17 de noviembre de 2024

Homilía del evangelio del domingo: Seguir la recomendación de Jesús: «Estad atentos y vigilad, porque no sabéis cuándo será el momento preciso» / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

* «Debemos cambiar completamente el estado de ánimo con el que escuchamos estos Evangelios que hablan del fin del mundo y del retorno de Cristo. Se ha terminado por considerar un castigo y una oscura amenaza aquello que la Escritura llama ‘la feliz esperanza’ de los cristianos, esto es, la venida de Nuestro Señor Jesucristo (Tito, 2, 13). También está por en medio la idea misma que tenemos de Dios. Los recurrentes discursos sobre el fin del mundo, obra frecuente de personas con un sentimiento religioso distorsionado, tienen sobre muchos un efecto devastador: reforzar la idea de un Dios perennemente enfadado, dispuesto a dar rienda suelta a su ira sobre el mundo. Pero éste no es el Dios de la Biblia, a quien un salmo describe como ‘clemente y compasivo, tardo a la cólera y lleno de amor, que no se querella eternamente ni para siempre guarda su rencor... que él sabe de qué estamos hechos’ (Sal 103, 814)»

    En aquellos días…  

Domingo XXXIII del tiempo ordinario - B:

Daniel 12, 1-3  /  Salmo 15  /  Hebreos 10, 11-14.18  /  Marcos 13, 24-32 

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- El Evangelio del penúltimo domingo del año litúrgico es el clásico texto sobre el fin del mundo. En toda época ha habido quien se ha encargado de agitar amenazadoramente esta página del Evangelio ante sus contemporáneos, alimentando psicosis y angustia. Mi consejo es permanecer tranquilos y no dejarse turbar lo más mínimo por estas previsiones catastróficas. Basta con leer la frase final del mismo pasaje evangélico: «Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre». Si ni siquiera los ángeles ni el Hijo (se entiende que en cuanto hombre, no en cuanto Dios) conocen el día ni la hora del final, ¿es posible que lo sepa y esté autorizado a anunciarlo el último adepto de alguna secta o fanático religioso? En el Evangelio Jesús nos asegura el hecho de que Él volverá un día y reunirá a sus elegidos desde los cuatro vientos; el cuándo y el cómo vendrá (entre las nubes del cielo, el oscurecimiento del sol y la caída de las estrellas) forman parte del lenguaje figurado propio del género literario de estos relatos.

Otra observación puede ayudar a explicar ciertas páginas del Evangelio. Cuando nosotros hablamos del fin del mundo, según la idea que tenemos hoy del tiempo, pensamos inmediatamente en el fin del mundo en absoluto, después de lo cual ya no puede haber más que la eternidad. Pero la Biblia razona con categorías relativas e históricas, más que absolutas y metafísicas. Cuando por ello habla del fin del mundo, entiende con mucha frecuencia el mundo concreto, aquél que de hecho existe y es conocido por cierto grupo de hombres: su mundo. Se trata, en resumen, más del fin de un mundo que del fin del mundo, si bien las dos perspectivas a veces se entrecruzan.

Jesús dice: «No pasará esta generación sin que todo esto suceda». ¿Se equivocó? No; no pasó de hecho aquella generación; el mundo conocido por quienes le escuchaban, el mundo judaico, pasó trágicamente con la destrucción de Jerusalén en el año 70 después de Cristo. Cuando en el año 410 sucedió el saqueo de Roma por obra de los vándalos, muchos grandes espíritus del tiempo pensaron que era el fin del mundo. No erraban mucho; acababa un mundo, el creado por Roma con su imperio. En este sentido, no se equivocaban tampoco aquellos que el 11 de septiembre de 2001, viendo la caída de las Torres Gemelas, pensaron en el fin del mundo...

Todo esto no disminuye, sino que acrecienta la seriedad del compromiso cristiano. Sería la mayor estupidez consolarse diciendo que, total, nadie conoce cuándo será el fin del mundo, olvidando que puede ser, para cada uno, esta misma noche. Por eso Jesús concluye el Evangelio de hoy con la recomendación: «Estad atentos y vigilad, porque no sabéis cuándo será el momento preciso».

Debemos -considero- cambiar completamente el estado de ánimo con el que escuchamos estos Evangelios que hablan del fin del mundo y del retorno de Cristo. Se ha terminado por considerar un castigo y una oscura amenaza aquello que la Escritura llama «la feliz esperanza» de los cristianos, esto es, la venida de Nuestro Señor Jesucristo (Tito, 2, 13). También está por en medio la idea misma que tenemos de Dios. Los recurrentes discursos sobre el fin del mundo, obra frecuente de personas con un sentimiento religioso distorsionado, tienen sobre muchos un efecto devastador: reforzar la idea de un Dios perennemente enfadado, dispuesto a dar rienda suelta a su ira sobre el mundo. Pero éste no es el Dios de la Biblia, a quien un salmo describe como «clemente y compasivo, tardo a la cólera y lleno de amor, que no se querella eternamente ni para siempre guarda su rencor... que él sabe de qué estamos hechos» (Sal 103, 814)

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

 «En aquellos días, después de la tribulación aquella, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y los astros estarán cayendo del cielo, y las fuerzas que hay en los cielos serán sacudidas. Entonces, verán al Hijo del hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria. Y entonces enviará a los ángeles, y congregará a sus elegidos de los cuatro vientos, desde la extremidad de la tierra hasta la extremidad del cielo.

»De la higuera aprended la semejanza: cuando ya sus ramas se ponen tiernas, y brotan las hojas, conocéis que el verano está cerca; así también, cuando veáis suceder todo esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. En verdad, os digo, la generación ésta no pasará sin que todas estas cosas se hayan efectuado. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas en cuanto al día y la hora, nadie sabe, ni los mismos ángeles del cielo, ni el Hijo, sino el Padre».

Marcos 13, 24-32

Homilía del evangelio del domingo: Velar con el corazón ardiendo de amor y la inteligencia iluminada por el conocimiento de los signos que Cristo nos ha dado para reconocer su venida / Por P. José María Prats

 * «El evangelio de hoy nos habla, pues, de la pasión, muerte y resurrección de la Iglesia, una verdad de fe que el mismo Catecismo de la Iglesia Católica formula con estas palabras tan claras: ‘Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el "misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad’»

   Domingo XXXIII del tiempo ordinario - B:

Daniel 12, 1-3  /  Salmo 15  /  Hebreos 10, 11-14.18  /  Marcos 13, 24-32 

P. José María Prats / Camino Católico.-  ¿Qué significa el comienzo tan enigmático de este evangelio: «después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán»? 

Unos versículos más arriba Jesús dice que «esa gran angustia» se producirá cuando «veáis que el ídolo abominable y devastador está donde no debe». Son palabras tan misteriosas que hasta el propio evangelista añade: «procure entenderlo el que lee», pero parecen indicarnos un momento de hegemonía tan grande de las fuerzas del mal («el ídolo abominable y devastador») que su ideología llegará a infiltrarse hasta en la misma Iglesia (el lugar «donde no debe»). Y en estas circunstancias, con una Iglesia abatida, perseguida y con grandes dificultades para proclamar el mensaje evangélico, se producirá un gran oscurecimiento de la verdad: «el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán». 

Según este evangelio, será precisamente en ese momento de oscuridad y agonía de la Iglesia cuando aparecerá la luz desbordante de Jesucristo en su venida definitiva para juzgar al mundo: «Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte», y la primera lectura añade: «muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua. Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.»

El evangelio de hoy nos habla, pues, de la pasión, muerte y resurrección de la Iglesia, una verdad de fe que el mismo Catecismo de la Iglesia Católica formula con estas palabras tan claras: «Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el "misterio de iniquidad" bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad.» (CEC 675). «La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección. El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal.» (CEC 677).

En la segunda parte del evangelio, Jesús nos invita a estar atentos a estos signos que anuncian su venida definitiva como los brotes de la higuera anuncian la llegada del verano. No se trata de hacer especulaciones sobre la fecha del fin del mundo como han venido haciendo tantos grupos apocalípticos, pues «en cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo el Padre». Se trata de permanecer alerta, velando la llegada del Esposo con el corazón ardiendo de amor y la inteligencia despierta e iluminada por el conocimiento de los signos que Él mismo nos ha dado para reconocer su venida.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

 «En aquellos días, después de la tribulación aquella, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y los astros estarán cayendo del cielo, y las fuerzas que hay en los cielos serán sacudidas. Entonces, verán al Hijo del hombre viniendo en las nubes con gran poder y gloria. Y entonces enviará a los ángeles, y congregará a sus elegidos de los cuatro vientos, desde la extremidad de la tierra hasta la extremidad del cielo.

»De la higuera aprended la semejanza: cuando ya sus ramas se ponen tiernas, y brotan las hojas, conocéis que el verano está cerca; así también, cuando veáis suceder todo esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. En verdad, os digo, la generación ésta no pasará sin que todas estas cosas se hayan efectuado. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Mas en cuanto al día y la hora, nadie sabe, ni los mismos ángeles del cielo, ni el Hijo, sino el Padre».

Marcos 13, 24-32

lunes, 11 de noviembre de 2024

Alexis Gámiz era punk, con 16 años se fue de casa, delinquió, traficó, se hizo adicto a las drogas e iba a suicidarse: «Dios me amó y transformó mi vida en la Comunidad Cenáculo»


Alexis Gámiz tuvo una experiencia profunda del amor de Dios cuando estaba hundido en la oscuridad

* «Me siento un pecador público, un desgraciado, pero amado por Dios. Experimento en mi vida diaria que Dios ayuda y no me da miedo decir que Dios existe y que ha cambiado mi vida y que puede cambiar la tuya también… Mi vida ha sido pasar de la muerte a la resurrección, de las tinieblas a la luz»

Camino Católico.- “Mi vida ha sido pasar de la muerte a la resurrección, de las tinieblas a la luz”, dice Alexis Gámiz, que era punk y alérgico a las normas. Con tan solo 16 años, se fue de casa, empezó a delinquir y a traficar con drogas. La adicción a la cocaína, la heroína y otras sustancias, le hicieron descender a los infiernos durante varios años, llegando a acumular 104 causas judiciales por todos los delitos que había cometido. Ver morir a algunos de los que se drogaban con él y acabar en prisión le hizo tocar fondo.hasta que un día no pudo más y, estando al borde del suicidio, pidió auxilio desesperado a sus padres.

Con la ayuda de su familia pudo conocer la Comunidad Cenáculo. Allí, encontró la medicina que necesitaba: el amor de Dios y de sus hermanos en la Comunidad.  Es una historia de redención total que recogió Juan Manuel Cotelo en un episodio de Contagiosos. Hoy, Alexis tiene 37 años, es padre de 5 hijos, está felizmente casado y es un maravilloso ejemplo de superación y de esperanza. Cuando se grabó el vídeo del testimonio tenía 4 años menos y todavía no habían nacido dos de sus hijos. Entonces vivía en Tarragona y ahora en Terrassa.

Dios entró como un vendaval en su vida, aunque tuvo que sufrir mucho para salir de los infiernos. Su cambio fue tan enorme gracias a la oración que sus padres, que se iban a separar y no eran creyentes, fueron alcanzados por esta gracia y decidieron casarse por la Iglesia. Todos los jóvenes de la comunidad de Alexis organizaron la boda.

Este joven que ahora vive en Terrassa con su mujer Ángela y sus hijos relata cómo desde el inicio de la adolescencia tuvo muchos problemas de comportamiento en casa. Tuvieron que cambiarle incluso de colegio y al llegar al instituto conoció a nuevos amigos con los que en vez de ir a clase se iba a fumar porros.

“La relación con mi familia se fue autodestruyendo. El conflicto con mis padres se fue agrandando”, cuenta Alexis. Así fue como finalmente a los 16 años decidió irse de casa. En aquel momento era punk. “Me fui a vivir a la calle, de ir de concierto en concierto, me metí poco a poco en este ambiente radical. Me dejé cresta, me tatué. No tenía normas… iba de tipo duro. Empecé a delinquir, traficando, robando comida…”, relata.


Alexis Gámiz cuando era punk

Al final acabó comiendo de la basura. Toda la felicidad que creía que viviría al hacer su vida no existía y con 19 años ya era adicto a la cocaína. Confiesa que sabía “en qué situación estaba, pero era orgulloso. Me era difícil pedir ayuda precisamente por ese orgullo”.

De la coca pasó a la heroína creyendo que así podría olvidar los problemas y vivir el resto de su vida en otra dimensión. Sin embargo, Alexis afirma que veía a la gente “morir a mi lado y eso me marcó así que necesitaba consumir el doble y pincharme más. Vi que la vida se me iba”.

No tenía ni 20 años y ya acumulaba 104 causas judiciales hasta que en una de ellas le arrestaron, le llevaron al calabozo y después a la cárcel. Pese a que en aquella vida que llevaba creía tener muchos amigos los únicos que fueron a visitarle fueron sus padres, a quienes tanto había hecho sufrir. “Me dejaron salir en libertad condicional y vi que tenía que haber un antes y un después así que por primera vez pedí ayuda a mi familia”, cuenta Alexis.

Sus padres lo acogieron en casa y con ellos pasó todo el síndrome de abstinencia, con todo lo que conllevaba. Pudo ver el tremendo amor de sus padres. Buscando una ayuda más específica les dieron el teléfono de un sacerdote que les informó sobre la Comunidad del Cenáculo. Y fueron a la casa que tienen en Lourdes.

“Llegamos a Lourdes. Mis padres no tenían nada de fe, no éramos creyentes. Pero entré allí y vi a madre que se sentó delante de la Virgen y se puso a llorar. Yo ya me volví loco”, recuerda de aquel momento.

El inicio en la comunidad no fue fácil. No podía fumar, no había teléfonos móviles, ni chicas... Le dijeron que allí rezaría. Además, le cortaron la cresta y sus padres volvieron a España. Alexis fue después a la casa que marcaría su vida, en el norte de Francia, y su existencia se fue transformando.

“A los 6 meses vino mi madre y me comentó que mis padres querían separarse y yo creía que era la mejor forma de salirme de la comunidad. Pero mi ángel de la guarda (persona encargada de velar por cada uno en la casa) me dijo que lo mejor que podía hacer era levantarme a las dos de la mañana e ir a la capilla rezar por ellos para que Dios les ayudara”, explica.


Alexis Gámiz orando en la capilla de la casa de la Comunidad Cenáculo de Tarragona

El tiempo pasó y tras un tiempo vio que sus padres estaban fenomenal, seguían juntos y hasta iban a misa. “Allí me asusté, no podía ser real, fue como un milagro”. Fue entonces cuando Alexis pidió perdón a sus padres por primera vez. “Fue como romper cadenas –agrega- como una liberación total, sobre todo para ellos. Se confesaron y les dio el deseo de casarse por la Iglesia. Nosotros fuimos los que preparamos todo, la celebración, la música, los cantos…”.

A los dos años de estar en la comunidad a los jóvenes se les envía a casa una semana para que puedan ver a su familia fuera de la casa comunitaria. Sin embargo, nada más llegar a Barcelona la Policía detuvo a Alexis por una de las causas pendientes que tenía de años atrás. Estuvo tres meses en la cárcel.

Pese a todo -explica- “pude ver en ese tiempo en la cárcel que el rosario me daba una fuerza tremenda para no caer en la tentación. Sentía la fuerza de esos amigos de verdad de la comunidad. Me venían a ver solo para 20 minutos de cristalera. Para decirme: ‘hermano estamos aquí’. La comunidad era una familia. Venían mis padres que me daban paz”.


Alexis Gámiz y su esposa Ángela el día de su boda

Al salir ya se incorporó a la comunidad del Cenáculo de Barcelona. Su encuentro con Dios era total y unos años después sintió el deseo de salir de la comunidad y empezar a rehacer su vida. Y así fue como en un retiro en Ávila conoció a la que hoy es su mujer, que al principio se quedó sorprendida al ver a un joven como él, con tantos tatuajes, en un encuentro católico.

Se casaron, y ambos ya tienen cinco hijos. Sin embargo, la Comunidad sigue ahí y visita a lo jóvenes siempre que puede con regularidad, colabora con ellos y atiende a quienes quieren entrar para recuperarse de adicciones o de cualquier problema incluso existencial. Y para muchos es ahora un espejo en el que mirarse. “Cada vez que veo a uno de estos chicos y tengo un cara a cara con él me veo reflejado. Con tanto mal que he hecho es una oportunidad de cubrirlo con el bien”, agrega.


Alexis Gámiz y su esposa Ángela con sus dos hijos mayores, Pablo y Sara, en una imagen de hace tres años

“Yo me siento un pecador público, un desgraciado, pero amado por Dios. ¿Por qué no vas a poder tú también? Yo desde que entré en comunidad he visto muchos casos y que ahora están fuera muy bien. Hay dificultades, momentos críticos, pero experimento en mi vida diaria que Dios ayuda. Él existe y ha cambiado mi vida. Y también puede transformar tu vida”, concluye.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Homilía del evangelio del domingo: El matrimonio no termina con la muerte, sino que es transfigurado, sustraído a todos aquellos límites que marcan la vida en la tierra / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

 * «¿Qué decir a quienes tuvieron una experiencia negativa, de incomprensión y de sufrimiento, en el matrimonio terreno? ¿No es para ellos motivo de temor, en vez de consuelo, la idea de que el vínculo no se rompa ni con la muerte? No, porque en el paso del tiempo a la eternidad el bien permanece, el mal cae. El amor que les unió, tal vez hasta por poco tiempo, permanece; los defectos, las incomprensiones, los sufrimientos que se infligieron recíprocamente caen. Es más, este sufrimiento, aceptado con fe, se convertirá en gloria. Muchísimos cónyuges experimentarán sólo cuando se reúnan 'en Dios' el amor verdadero entre sí y, con él, el gozo y la plenitud de la unión que no disfrutaron en la tierra. En Dios todo se entenderá, todo se excusará, todo se perdonará»

    Llegó una pobre viuda  

Domingo XXXII del tiempo ordinario - B:

1ª Reyes 17, 10-16  /  Sal 145  /  Hebreos 9, 24-28  /  Marcos 12, 38-44

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- Un día, estando frente al arca del tesoro del templo, Jesús observa a los que allí echan limosnas. Se fija en una viuda pobre que deposita allí todo cuanto tiene: dos moneditas, o sea, la cuarta parte de un as. Entonces, se vuelve a sus discípulos y dice: «Os digo en verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba; ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir». 

Podemos llamar a este domingo el «domingo de las viudas». También en la primera lectura se relata la historia de una viuda: la viuda de Sarepta que se priva de todo cuanto tiene (un puñado de harina y algo de aceite) para dar de comer al profeta Elías. 

Es una buena ocasión para dedicar nuestra atención a las viudas y, naturalmente, también a los viudos de hoy. Si la Biblia habla con tanta frecuencia de las viudas y jamás de los viudos es porque en la sociedad antigua la mujer que se quedaba sola está en mucha mayor desventaja que el hombre que se queda solo. Actualmente no existe gran diferencia entre ambos; es más, dicen que la mujer que se queda sola se las arregla, en general, mejor que el hombre en la misma situación. 

Desearía, en esta ocasión, aludir a un tema que interesa vitalmente no sólo a los viudos y viudas, sino a todos los casados, y que es particularmente actual en este mes de difuntos. La muerte del cónyuge, que marca el final legal de un matrimonio, ¿indica también el final total de toda comunión? ¿Queda algo en el cielo del vínculo que unió tan estrechamente a dos personas en la tierra, o en cambio todo se olvidará al cruzar el umbral de la vida eterna?

Un día algunos saduceos presentaron a Jesús el caso límite de una mujer que había sido sucesivamente esposa de siete hermanos, y le preguntaron de quién sería mujer tras la resurrección de los muertos. Jesús respondió: «Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas maridos, sino que serán como ángeles en los cielos» (Marcos 12, 25). Interpretando de manera errónea esta frase de Cristo, algunos han sostenido que el matrimonio no tiene ninguna continuidad en el cielo. Pero con esta frase Jesús rechaza la idea caricaturesca que los saduceos presentan del más allá, como si fuera una sencilla continuación de las relaciones terrenas entre los cónyuges; no excluye que ellos puedan reencontrar, en Dios, el vínculo que les unió en la tierra. 

De acuerdo con esta perspectiva, el matrimonio no termina del todo con la muerte, sino que es transfigurado, espiritualizado, sustraído a todos aquellos límites que marcan la vida en la tierra, como, por lo demás, no se olvidan los vínculos existentes entre padres e hijos, o entre amigos. En un prefacio de difuntos, la liturgia proclama: «La vida no termina, sino que se transforma». También el matrimonio, que es parte de la vida, es transfigurado, no suprimido. 

Pero ¿qué decir a quienes tuvieron una experiencia negativa, de incomprensión y de sufrimiento, en el matrimonio terreno? ¿No es para ellos motivo de temor, en vez de consuelo, la idea de que el vínculo no se rompa ni con la muerte? No, porque en el paso del tiempo a la eternidad el bien permanece, el mal cae. El amor que les unió, tal vez hasta por poco tiempo, permanece; los defectos, las incomprensiones, los sufrimientos que se infligieron recíprocamente caen. Es más, este sufrimiento, aceptado con fe, se convertirá en gloria. Muchísimos cónyuges experimentarán sólo cuando se reúnan «en Dios» el amor verdadero entre sí y, con él, el gozo y la plenitud de la unión que no disfrutaron en la tierra. En Dios todo se entenderá, todo se excusará, todo se perdonará. 

Se dirá: ¿y los que estuvieron legítimamente casados con varias personas? ¿Por ejemplo los viudos y las viudas que se vuelven a casar? (Fue el caso presentado a Jesús de los siete hermanos que habían tenido, sucesivamente, por esposa a la misma mujer). También para ellos debemos repetir lo mismo: lo que hubo de amor y donación auténtica con cada uno de los esposos o de las esposas que se tuvieron, siendo objetivamente un «bien» y viniendo de Dios, no se suprimirá. Allá arriba ya no habrá rivalidad en el amor o celos. Estas cosas no pertenecen al amor verdadero, sino a la limitación intrínseca de la criatura.

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

En aquel tiempo, dijo Jesús a las gentes en su predicación:

«Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa».

Jesús se sentó frente al arca del Tesoro y miraba cómo echaba la gente monedas en el arca del Tesoro: muchos ricos echaban mucho. Llegó también una viuda pobre y echó dos moneditas, o sea, una cuarta parte del as. Entonces, llamando a sus discípulos, les dijo: 

«Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir».

Marcos 12, 38-44

sábado, 2 de noviembre de 2024

Homilía de la conmemoración de todos los fieles difuntos: No «reencarnación», sino «resurrección» profesa la fe cristiana / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, ofmcap

 

 * «La doctrina de la reencarnación es incompatible con la fe cristiana, que en su lugar profesa la resurrección de la muerte. «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (Hb 9,27). La forma en que se propone entre nosotros, en Occidente, la reencarnación es fruto, entre otras cosas, de un gigantesco equívoco. En su origen la reencarnación no significa un suplemento de vida, sino de sufrimiento; no es motivo de consuelo, sino de terror. Con ella se viene a decir al hombre: «¡Ten cuidado, que si haces el mal, tendrás que renacer para expiarlo!». Es como decir a un encarcelado, al final de su detención, que su pena se ha prolongado y todo debe empezar de nuevo. El cristianismo tiene algo bien distinto que ofrecer sobre el problema de la muerte. Anuncia que «uno ha muerto por todos», que la muerte ha sido vencida; ya no es un abismo que engulle todo, sino un puente que lleva a la otra vida, la de la eternidad. Y, con todo, reflexionar sobre la muerte hace bien también a los creyentes. Ayuda sobre todo a vivir mejor. ¿Estás angustiado por problemas, dificultades, conflictos? Ve hacia delante, contempla estas cosas como te parecerán en el momento de la muerte y verás cómo se redimensionan. No se cae en la resignación ni en la inactividad; al contrario, se hacen más cosas y se hacen mejor, porque se está más sereno y más desprendido. Contando nuestros días, dice un salmo, se llega «a la sabiduría del corazón» (Sal 89, 12)»

Conmemoración de todos los fieles difuntos:

Sabiduría 3, 1-9  /  Salmo 22  / Romanos 5, 5-11 /  Lucas 23, 33.39-43

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.-  La conmemoración de los fieles difuntos es la ocasión para una reflexión existencial sobre la muerte.

En la Escritura leemos esta solemne declaración: «No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes... Dios creó al hombre para la inmortalidad; le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24). Comprendemos de ahí por qué la muerte suscita en nosotros tanta repulsión. El motivo es que ésta no nos es «natural»; así como la experimentamos en el presente orden de las cosas, hay algo ajeno a nuestra naturaleza, fruto de la «envidia del diablo». Por eso luchamos contra ella con todas nuestras fuerzas. Este insuprimible rechazo nuestro hacia la muerte es la mejor prueba de que no hemos sido hechos para ella y de que no puede tener la última palabra. Precisamente sobre esto nos aseguran las palabras de la primera lectura de la Misa: «Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno» (Sabiduría 3, 1).

El temor a la muerte es conflicto en lo más profundo de todo ser humano. Hay quien ha querido reconducir toda actividad humana al instinto sexual y explicar todo con él, también el arte y la religión. Pero más poderoso que el instinto sexual es el del rechazo a la muerte, del que la propia sexualidad no es sino una manifestación. Si se pudiera oír el grito silencioso que brota de la humanidad entera, se oiría un bramido tremendo: «¡No quiero morir!».

¿Por qué, entonces, invitar a los hombres a pensar en la muerte, si ya está tan presente? Es sencillo. Porque nosotros, los hombres, hemos elegido suprimir el pensamiento de la muerte. Fingir que no existe, o que existe sólo para los demás, no para nosotros. Hacemos proyectos, corremos, nos exasperamos por nada, como si en cierto momento no tuviéramos que dejar todo y partir.

Pero el pensamiento de la muerte no se deja arrinconar o suprimir con estas pequeñas tretas. Así que no queda más que reprimirlo o huir de su gravedad con paliativos. Los hombres nunca han dejado de buscar remedios a la muerte. Uno de estos se llama la prole: sobrevivir en los hijos. Otro es la fama. En nuestros días se va difundiendo un pseudo-remedio: la doctrina de la reencarnación.

La doctrina de la reencarnación es incompatible con la fe cristiana, que en su lugar profesa la resurrección de la muerte. «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (Hb 9,27). La forma en que se propone entre nosotros, en Occidente, la reencarnación es fruto, entre otras cosas, de un gigantesco equívoco. En su origen la reencarnación no significa un suplemento de vida, sino de sufrimiento; no es motivo de consuelo, sino de terror. Con ella se viene a decir al hombre: «¡Ten cuidado, que si haces el mal, tendrás que renacer para expiarlo!». Es como decir a un encarcelado, al final de su detención, que su pena se ha prolongado y todo debe empezar de nuevo.

El cristianismo tiene algo bien distinto que ofrecer sobre el problema de la muerte. Anuncia que «uno ha muerto por todos», que la muerte ha sido vencida; ya no es un abismo que engulle todo, sino un puente que lleva a la otra vida, la de la eternidad.

Y, con todo, reflexionar sobre la muerte hace bien también a los creyentes. Ayuda sobre todo a vivir mejor. ¿Estás angustiado por problemas, dificultades, conflictos? Ve hacia delante, contempla estas cosas como te parecerán en el momento de la muerte y verás cómo se redimensionan. No se cae en la resignación ni en la inactividad; al contrario, se hacen más cosas y se hacen mejor, porque se está más sereno y más desprendido. Contando nuestros días, dice un salmo, se llega «a la sabiduría del corazón» (Sal 89, 12).

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Uno de los malhechores colgados le insultaba: 

«¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!».

Pero el otro le respondió diciendo:

 «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». 

Y decía:

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino».

Jesús le dijo: 

«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Lucas 23, 33.39-43

jueves, 31 de octubre de 2024

Paulo Gontijo protagonista del milagro que ha canonizado a Elena Guerra: «Morí y resucité gracias a su intercesión y que el sacerdote puso en mi boca tres gotas de la sangre preciosa de Jesús»


Paulo Gontijo, el domingo 20 de octubre de 2024, participando en la canonización de Elena Guerra en la plaza de San Pedro del Vaticano

* «Lo único que recuerdo es que dije: ‘Dios mío’. Me desmayé y estuve 27 días en coma. Mi recuperación comenzó cuando la gente pidió la intercesión de Santa Elena Guerra. Jesús me levantó para que pudiera venir acá para la canonización de Elena Guerra. Lo que pasó es muy importante, es mi segunda vida gracias a Elena Guerra»

Paulo Gontijo cuenta su testimonio a la  EWTN  

Camino Católico.- El milagro que posibilitó la canonización de la italiana Santa Elena Guerra, fundadora de las Hermanas Oblatas del Espíritu Santo, el domingo 20 de octubre de 2024, sucedió en la ciudad de Uberlandia (Brasil). En el año 2010, Paulo Gontijo que tenía 49 años cayó de un árbol, mientras podaba, desde una altura de 6 metros se golpeó la cabeza, lo llevaron de urgencia al hospital, y en el quirófano lo operaron. La situación del paciente se fue haciendo cada vez más grave y fue trasladado a cuidados intensivos. Siguió empeorando y los médicos declararon muerte cerebral. El protagonista de esta curación inexplicable cuenta a la EWTN  cómo la vivió.  


Paulo Gontijo estuvo 27 días en coma hasta que aconteció el milagro obrado por intercesión de Elena Guerra

“Lo único que recuerdo es que dije: ‘Dios mío’. Me desmayé y estuve 27 días en coma. Mi recuperación comenzó cuando la gente pidió la intercesión de Santa Elena Guerra, que ya no es una beata sino una Santa. Todo el mundo de mi diócesis, de mi barrio, de mi calle, de la ciudad estuvo rezando en el hospital, haciendo novenas por la beata Elena Guerra, rezando el rosario del Espíritu Santo”, relata Paulo 

Cuando los médicos determinaron su  muerte cerebral, debido a la gravedad de la situación la familia pidió al padre William Eurípedes que le impartiera el sacramento de la Unción de los Enfermos quien explica cómo actuó: 

“Estando ya Paulo Gontijo en muerte cerebral, puse tres gotas de la sangre preciosa de Jesús en su boca e inmediatamente al instante ví ocurrir allí el milagro: abrió los ojos y movió bruscamente su cuerpo. Justo unos días después de esta reacción abrupta, misteriosa y milagrosa, Paulo estaba de pie, casi listo para regresar a casa”. 


El padre William Eurípedes impartió el sacramento de la Unción de los enfermos y puso en la boca de Paulo Gontijo tres gotas de la sangre preciosa de Jesucristo cuando estaba en coma y entonces empezó a reaccionar

Pasados 14 años desde su curación Paulo Gontijo tuvo la alegría de participar de la misa de canonización de Elena Guerra con su familia y amigos de la Diócesis de Uberlandia, en la plaza de San Pedro en el Vaticano: 

“Nunca imaginé que algún día estaría aquí, pero gracias a la intercesión de la beata Elena Guerra y a la preciosa sangre de Jesús me levanté. Jesús me levantó para que pudiera venir acá para la canonización de Elena Guerra. Lo que pasó es muy importante, es mi segunda vida gracias a Elena Guerra. Morí y resucité gracias a la sangre misericordiosa que el sacerdote llevó, pero fue gracias a la intercesión de la beata Elena Guerra que estoy aquí en Roma en este momento”, dice Paulo.


Paulo Gontijo, el domingo 20 de octubre de 2024, con religiosas participando en la canonización de Elena Guerra en la plaza de San Pedro del Vaticano

Elena Guerra conocida como apóstol del Espíritu Santo vivió en el siglo XIX, nació en la ciudad de Luca, en Italia, y fue fundadora de la congregación de las Oblatas del Espíritu Santo.


Paulo Gontijo, emocionado, agarrado a la cama donde durmió durante años la Santa Elena Guerra

Un momento especial para Paulo en su viaje fue conocer el primer convento de las Oblatas donde vivió Santa Elena Guerra y la habitación donde ella murió. Así lo relata: “Es una gran emoción estar aquí sosteniendo esta pequeña cama donde vivió durante muchos años, durmió y se arrodillaba aquí cada noche para rezar. Saber que ella vivió aquí todos esos años y que intercedió por mi vida. Si no hubiera pedido su intercesión por mi vida no estaría aquí. Ella es el apóstol del Espíritu Santo”, concluye Pulo.

En Brasil hay mucha devoción a Santa Elena guerra porque ella es la patrona de la Renovación Carismática Católica del país.