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domingo, 2 de noviembre de 2025

Homilía de la conmemoración de todos los fieles difuntos: No «reencarnación», sino «resurrección» profesa la fe cristiana / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, ofmcap

 

 * «La doctrina de la reencarnación es incompatible con la fe cristiana, que en su lugar profesa la resurrección de la muerte. «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (Hb 9,27). La forma en que se propone entre nosotros, en Occidente, la reencarnación es fruto, entre otras cosas, de un gigantesco equívoco. En su origen la reencarnación no significa un suplemento de vida, sino de sufrimiento; no es motivo de consuelo, sino de terror. Con ella se viene a decir al hombre: «¡Ten cuidado, que si haces el mal, tendrás que renacer para expiarlo!». Es como decir a un encarcelado, al final de su detención, que su pena se ha prolongado y todo debe empezar de nuevo. El cristianismo tiene algo bien distinto que ofrecer sobre el problema de la muerte. Anuncia que «uno ha muerto por todos», que la muerte ha sido vencida; ya no es un abismo que engulle todo, sino un puente que lleva a la otra vida, la de la eternidad. Y, con todo, reflexionar sobre la muerte hace bien también a los creyentes. Ayuda sobre todo a vivir mejor. ¿Estás angustiado por problemas, dificultades, conflictos? Ve hacia delante, contempla estas cosas como te parecerán en el momento de la muerte y verás cómo se redimensionan. No se cae en la resignación ni en la inactividad; al contrario, se hacen más cosas y se hacen mejor, porque se está más sereno y más desprendido. Contando nuestros días, dice un salmo, se llega «a la sabiduría del corazón» (Sal 89, 12)»

Conmemoración de todos los fieles difuntos:

Sabiduría 3, 1-9  /  Salmo 22  / Romanos 5, 5-11 /  Lucas 23, 33.39-43

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.-  La conmemoración de los fieles difuntos es la ocasión para una reflexión existencial sobre la muerte.

En la Escritura leemos esta solemne declaración: «No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes... Dios creó al hombre para la inmortalidad; le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24). Comprendemos de ahí por qué la muerte suscita en nosotros tanta repulsión. El motivo es que ésta no nos es «natural»; así como la experimentamos en el presente orden de las cosas, hay algo ajeno a nuestra naturaleza, fruto de la «envidia del diablo». Por eso luchamos contra ella con todas nuestras fuerzas. Este insuprimible rechazo nuestro hacia la muerte es la mejor prueba de que no hemos sido hechos para ella y de que no puede tener la última palabra. Precisamente sobre esto nos aseguran las palabras de la primera lectura de la Misa: «Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno» (Sabiduría 3, 1).

El temor a la muerte es conflicto en lo más profundo de todo ser humano. Hay quien ha querido reconducir toda actividad humana al instinto sexual y explicar todo con él, también el arte y la religión. Pero más poderoso que el instinto sexual es el del rechazo a la muerte, del que la propia sexualidad no es sino una manifestación. Si se pudiera oír el grito silencioso que brota de la humanidad entera, se oiría un bramido tremendo: «¡No quiero morir!».

¿Por qué, entonces, invitar a los hombres a pensar en la muerte, si ya está tan presente? Es sencillo. Porque nosotros, los hombres, hemos elegido suprimir el pensamiento de la muerte. Fingir que no existe, o que existe sólo para los demás, no para nosotros. Hacemos proyectos, corremos, nos exasperamos por nada, como si en cierto momento no tuviéramos que dejar todo y partir.

Pero el pensamiento de la muerte no se deja arrinconar o suprimir con estas pequeñas tretas. Así que no queda más que reprimirlo o huir de su gravedad con paliativos. Los hombres nunca han dejado de buscar remedios a la muerte. Uno de estos se llama la prole: sobrevivir en los hijos. Otro es la fama. En nuestros días se va difundiendo un pseudo-remedio: la doctrina de la reencarnación.

La doctrina de la reencarnación es incompatible con la fe cristiana, que en su lugar profesa la resurrección de la muerte. «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (Hb 9,27). La forma en que se propone entre nosotros, en Occidente, la reencarnación es fruto, entre otras cosas, de un gigantesco equívoco. En su origen la reencarnación no significa un suplemento de vida, sino de sufrimiento; no es motivo de consuelo, sino de terror. Con ella se viene a decir al hombre: «¡Ten cuidado, que si haces el mal, tendrás que renacer para expiarlo!». Es como decir a un encarcelado, al final de su detención, que su pena se ha prolongado y todo debe empezar de nuevo.

El cristianismo tiene algo bien distinto que ofrecer sobre el problema de la muerte. Anuncia que «uno ha muerto por todos», que la muerte ha sido vencida; ya no es un abismo que engulle todo, sino un puente que lleva a la otra vida, la de la eternidad.

Y, con todo, reflexionar sobre la muerte hace bien también a los creyentes. Ayuda sobre todo a vivir mejor. ¿Estás angustiado por problemas, dificultades, conflictos? Ve hacia delante, contempla estas cosas como te parecerán en el momento de la muerte y verás cómo se redimensionan. No se cae en la resignación ni en la inactividad; al contrario, se hacen más cosas y se hacen mejor, porque se está más sereno y más desprendido. Contando nuestros días, dice un salmo, se llega «a la sabiduría del corazón» (Sal 89, 12).

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Uno de los malhechores colgados le insultaba: 

«¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!».

Pero el otro le respondió diciendo:

 «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». 

Y decía:

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino».

Jesús le dijo: 

«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Lucas 23, 33.39-43

martes, 28 de octubre de 2025

Mayeul Besson vio morir a 10 soldados en Afganistán: «Perdí la fe en Dios, pero la recuperé y me dio la fuerza para recuperarme; comprendí que Dios no previene el mal, pero nos ayuda a superarlo; ahí reside su poder»


Mayeul Besson mira al vacío después de la emboscada de Uzbinen en Afganistán, 2008 / Con la autorización de Mayeul Besson

* «Durante la lucha, llevaba mi rosario en el bolsillo.Al ascender el paso de noche, a veces lo apretaba con fuerza en la mano. Ver los primeros cuerpos, a veces horriblemente mutilados, fue horroroso. Estamos preparados para luchar. No para recoger los cuerpos de nuestros compañeros. Cada vez que encontrábamos a uno de nuestros compañeros caídos, se abría una herida en nuestro interior. Los conocía muy bien. Vivíamos juntos todos los días. Sanar me llevó años. El psiquiatra, mi familia, mis amigos y la fe; todo esto me ayudó a recuperarme. La fe no me quitó el sufrimiento, me dio la fuerza para levantarme» 

Camino Católico.- Mayeul Besson, exparacaidista del 8.º Regimiento Paracaidista de Infantería de Marina (RPIMa), es uno de los supervivientes de la mortífera emboscada de Uzbin en Afganistán, donde diez soldados franceses perdieron la vida el 18 de agosto de 2008. Este hombre de 40 años le cuenta su traumática experiencia de guerra y sufrimiento, que finalmente transformó su vida de fe. "La fe no borró mi sufrimiento; me dio la fuerza para recuperarme", afirma.

"¿Cómo puede Dios aceptar esto?" Cuántas personas se hacen esta pregunta a lo largo de su vida, ante el sufrimiento y la muerte: quienes no creen en nada, quienes buscan, quienes han recibido la fe. Mayeul se planteó esta pregunta el 18 de agosto de 2008. 

Uzbin, Afganistán. Bajo una lluvia de balas, el joven cabo de 22 años escapó por poco de la muerte. Sus compañeros no tuvieron tanta suerte: diez de ellos perecieron en una feroz batalla contra los talibanes. Algunos tenían menos de veinte años. Mayeul, mientras tanto, se moría de adentro hacia afuera. "Perdí la fe por culpa de Uzbin. Pero la recuperé con más fuerza que nunca gracias a Uzbin", declara a Cécile Séveirac en Aleteia el exparacaidista, ahora de 40 años. 

Mayeul nació en Saumur, una ciudad guarnición, el tercero de seis hermanos. No tenía antecedentes militares: su madre era ama de casa y su padre, periodista. Su amor por la naturaleza y su deseo de servir a su país lo dividían: dudaba entre la Oficina Nacional Forestal y el Ejército francés. Pero finalmente se decantó por este último.

El 1 de febrero de 2005, a los 19 años, se alistó durante cinco años en el 8.º Regimiento Paracaidista de Infantería de Marina (RPIMa) en Castres, como suboficial. Se unió a los Boinas Rojas, uno de los regimientos de élite del Ejército. Tras completar su entrenamiento, sus primeras misiones se sucedieron. Mayeul fue enviado varias veces a África. Gabón, la República Democrática del Congo (RDC), el Sahel… Nada podía compararse con lo que le esperaba en este valle de Uzbin, en lo profundo de las áridas montañas de Afganistán. "Entre África y Afganistán hay una brecha enorme. Pasamos de misiones de paz a misiones de guerra", explica Mayeul a Aleteia. "Allí, sabíamos que nuestros compañeros caían en combate". 

Mayeul Besson en Afganistán, 2008 / Con la autorización de Mayeul Besson

A los 22 años, Mayeul era como sus jóvenes camaradas: estaba entusiasmado. "Íbamos a jugar en las grandes ligas. La adrenalina se apoderaba de la aprensión". La euforia se apaciguó cuando, antes de partir de Francia, el joven tuvo que redactar su testamento. "Escribir las últimas voluntades a los 22 años no era lo habitual. Era algo muy desestabilizador, pero era necesario", confiesa Mayeul.

Sus superiores lo preparaban así para la dura realidad inherente a la vocación militar: la muerte era una opción. "Tras una preparación muy intensa en Castres, al momento de la partida, el comandante del cuerpo nos reunió en el regimiento. Nos dijo: 'Haré todo lo posible, pero no puedo prometer traerlos a todos con vida'".

Mayeul se embarcó hacia Kabul. Francia interviene en Afganistán como parte de la Operación Pamir para apoyar a la OTAN y proteger a la población de los alrededores de Kabul frente a la insurgencia talibán. Sobre el terreno, el 8.º RPIMA realiza patrullas, protege bases y convoyes, y apoya al ejército afgano. Los combates son frecuentes y asimétricos, con emboscadas, fuego indirecto y artefactos explosivos improvisados. Mayeul era el operador de radio de su sección. El inicio de su operación en el extranjero (OPEX) transcurre sin grandes enfrentamientos. 

Muerte en la cara

El 18 de agosto de 2008, todo cambió: la sección Carmin 2 del 8.º RPIMa sufrió una emboscada mientras intentaba asegurar un paso en el valle de Uzbin, en el distrito de Surobi, al este de Kabul. La sección Carmin 3 de Mayeul permaneció en la base de retaguardia para reunirse con un general estadounidense y actuar como QRF (Fuerza de Reacción Rápida): listos para partir primero en caso de problemas. Mayeul descansó un poco antes de que su teniente lo despertara. "Carmin 2 está bajo fuego, nos vamos". En el VAB (Vehículo Blindado del Frente, nota del editor), Mayeul recibió mensajes, cada uno más preocupante que el anterior. "Estamos iniciando la RCP", "el cabo (...) ha muerto". "Es un momento muy violento: somos diez en el VAB, todos pueden oír lo que dicen. Algunos fuman, otros vomitan, estamos revisando nuestro equipo. La adrenalina está a tope".

Ceremonia conmemorativa en Kabul, tres días después de la emboscada / Con la autorización de Mayeul Besson

Unos cientos de metros antes de la zona objetivo, un diluvio de fuego cayó sobre la cohorte. Los hombres salieron de los vehículos antes de que se convirtiera en su ataúd. "Salimos a campo abierto; fue el comienzo de la guerra para nosotros. Hubo tiroteos incesantes, desde la 1 p. m. hasta las 9 p. m.", recuerda Mayeul.

Para colmo, el ejército afgano abandonó la posición, dejando a los franceses solos contra los talibanes. "Éramos sesenta al principio, pero terminamos con unos treinta, atrapados tras las rocas todo el día debido a la intensidad del fuego", continúa Mayeul. Rápidamente, el mando les pidió a los hombres que contuvieran el fuego, privados de suministros.

Mayeul recibió una bala en la mochila, a diez centímetros de la columna vertebral. Un cohete impactó a cinco metros de su posición. Los paracaidistas no se rindieron, a pesar del calor de 42 grados a la sombra, los 30 kilos que cargaban a sus espaldas y la falta de munición y agua. "Durante la lucha, llevaba mi rosario en el bolsillo", escribió Mayeul en su libro El camino del soldado . "Al ascender el paso de noche, a veces lo apretaba con fuerza en la mano".

Shock postraumático

El saldo humano fue dramático: 10 muertos y 21 heridos en el lado francés. Este fue el comienzo del shock postraumático para Mayeul y muchos de sus compañeros. "Ver los primeros cuerpos, a veces horriblemente mutilados, fue horroroso. Estamos preparados para luchar. No para recoger los cuerpos de nuestros compañeros", dice Mayeul.

Estos muertos no eran solo compañeros, sino amigos. Compañeros de armas. "Cada vez que encontrábamos a uno de nuestros compañeros caídos, se abría una herida en nuestro interior. Los conocía muy bien. (...) Vivíamos juntos todos los días", escribió Mayeul.

Entre los primeros cuerpos estaba el de Julien Lepin. Mayeul, quien hasta entonces había logrado mantener la calma, sintió un inmenso dolor que lo invadía. El día anterior, con Julien, había asistido a la Misa oficiada por el obispo a los ejércitos en la base. "Me dijo que no sabía si estaba listo para morir. Al día siguiente, murió de un disparo en la cabeza y la pierna. Me dije a mí mismo que al menos había asistido a una Misa antes de morir", suspira Mayeul.

Mayeul Besson en el valle de Surrobi, al este de Kabul / Con la autorización de Mayeul Besson

Los supervivientes reabastecieron sus municiones. Con otros cinco hombres de su sección, Mayeul bajó para recuperar los cuerpos de los caídos en combate. Sin camillas, el viaje se realizó a duras penas. Mayeul cargó los restos de Julien sobre su espalda. El recuerdo de la sangre de su amigo corriendo por su brazo aún le daba escalofríos. Los cuerpos fueron colocados en la cresta, en bolsas para cadáveres, antes de ser transportados en helicóptero a Kabul. "Vimos despegar el avión. 'Adiós, chicos, nos vemos allá arriba'. Como decimos entre paracaidistas: un paracaidista nunca muere, solo está dando su último salto".

Noches de insomnio, noche del alma

Una vez repatriado a la base de operaciones, Mayeul se hundió. "Tengo pocos recuerdos de los días siguientes. Era un agujero negro. Un psiquiatra militar nos seguía a todos", explica Mayeul. El descenso al infierno continuó: temblores, miedo a la oscuridad, pesadillas, sobresaltos al menor ruido, hipervigilancia... De vuelta en Francia, Mayeul se aisló de sus seres queridos.

"Me encerré en mí mismo. Y fue entonces cuando perdí la fe en Dios. Sentí una profunda indignación, incapaz de creer que Dios existiera dado lo que había sucedido", confiesa.

Finalmente, durante un retiro sugerido por su padre en la abadía benedictina de Sainte-Marie de la Garde, cerca de Agen, Mayeul reconectó con Dios. Al principio, se resistió. "¿Para qué? Dios nos abandonó en Afganistán", se dijo Mayeul. Sin embargo, la idea echó raíces. "Quizás fui yo quien lo abandonó allí, entre cenizas y sangre...".

Se encontró con un monje, exsoldado. Caminaron juntos y conversaron largamente. "Su serenidad era desarmante, como si nada pudiera perturbarlo. No intentó convencerme, no me abrumó con respuestas prefabricadas", recuerda Mayeul. "Le dije lo enfadado que estaba, que no entendía por qué Dios había permitido que esto sucediera". El monje simplemente respondió: Dios no manipula al hombre, lo deja libre, y esta libertad también implica la posibilidad del mal. Mayeul recuperó lentamente la paz. "Por primera vez, dejé de luchar con este vacío". Al regresar a Castres, el paracaidista volvió a la oración. "Fue lento, pero así fue como reencontré con mi fe".


Ceremonia conmemorativa en Kabul, tres días después de la emboscada Mayeul Besson

Decidido a completar el servicio militar, decidió terminar su contrato. "Para mí era importante perseverar, ponerme el uniforme de faena y la boina por última vez".

En 2010, dejó el ejército y se reentrenó en seguridad privada en el extranjero, especialmente en la lucha contra la piratería marítima. En 2019, se unió a la policía nacional. "Trabajé seis años en París, en BRAV-M. Hoy estoy destinado en Mayotte". Sin embargo, la transición a la vida civil no ha borrado las cicatrices.

"Sanar me llevó años. El psiquiatra, mi familia, mis amigos y la fe; todo esto me ayudó a recuperarme. La fe no me quitó el sufrimiento, me dio la fuerza para levantarme"

Para él, la experiencia del fuego no destruyó su identidad: lo moldeó. "El ejército me inculcó valores esenciales: coraje, lealtad, fidelidad. Pude vivirlos en carne propia. Este camino de sanación, tanto psicológica como espiritual, me fortaleció".

Lo que ahora llama su "renacimiento espiritual" se construyó lentamente, entre dudas y noches de insomnio. "Antes, mi fe era más rutinaria. Después de Afganistán, se volvió más profunda. No borró mi sufrimiento, me dio la fuerza para recuperarme. Comprendí que Dios no previene el mal, pero nos ayuda a superarlo. Ahí reside su poder."

jueves, 14 de agosto de 2025

Documental: ¿Quién es San Maximiliano María Kolbe?


Camino Católico.- Los Siervos del Hogar de la Madre han producido este documental sobre la vida de S. Maximiliano María Kolbe en H.M. Televisión, una figura grandiosa en el catolicismo del siglo XX. Kolbe fue un hombre de un celo apostólico extraordinario, un precursor en el uso de los medios de comunicación social para la transmisión del Evangelio y que consumó su vida con el testimonio del amor más grande: ser mártir de la caridad en Auschwitz.


El manantial de todo su dinamismo fue su amor apasionado a la Madre de Dios. Es conocido como «el loco de la Inmaculada». En medio de muchas dificultades exteriores, limitado físicamente por la tuberculosis, trabajó con pasión por la extensión del Evangelio.


Estuvo como misionero en Japón, y sus publicaciones llegaron a la India, a China, incluso a Arabia. Fundó en Polonia una ciudad para la Inmaculada: Niepokalanow. S. Maximiliano María es un ejemplo vivo de la generosidad apasionada en la entrega a Dios que puede suscitar la devoción a María, cuando es auténtica. Ser posesión de la Inmaculada era su ideal. Ella le llevó al don completo de sí mismo, a ser imitador perfecto de Jesucristo: nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos.


Entrevistas que aparecen en el documental:

• P. Rafaelle di Muro O.F.M conv. — Asistente General de la Milicia de la Inmaculada (Roma).

• P. Francisco Nahoe O.F.M, conv. — Prior del Convento de Reno, Nevada (EEUU).

• D. Javier Paredes — Catedrático de Historia, Universidad de Alcalá de Henares

• P. Félix López S.H.M– Siervos del Hogar de la Madre.


Música : Dexter Britain

martes, 4 de marzo de 2025

La conversión de John Pridmore, ex gánster: «Sentí que Jesús me decía: ‘John, te amo tanto que volvería a pasar por la cruz solo por ti’. Recé a la Virgen y sentí: ‘Ve a confesarte’»

 John Pridmore, ex gánster

* «En ese momento me sentí elevado, salí andando de mi piso y pronuncié la primera oración de mi vida. Dije, “Hasta ahora, todo lo que he hecho ha sido aprovecharme de lo que me has dado, Señor, ahora quiero ser yo el que da”. Mientras decía esa oración, el vacío que no podían llenar las drogas, el poder ni las relaciones, fue colmado por el amor de Dios»

Camino Católico.- Me llamo John Pridmore y esta es mi historia.

Nací en el barrio de East End de Londres, en el Hospital del Ejército de Salvación. Aunque fui bautizado en el catolicismo, nunca fui a una escuela católica ni a la iglesia. Con diez años, de vuelta a casa en una noche normal, mis padres me dijeron que tenía que elegir con quién de los dos quería vivir porque se iban a divorciar. Yo quería muchísimo a mis padres; no podía escoger entre esas dos personas a las que más quería pero que, paradójicamente, acababan de dejarme completamente por los suelos. Fue en ese momento cuando, en los más profundo de mi ser, tomé la decisión de no amar a nadie nunca más, porque pensaba que así no me volverían a hacer daño.

Después de que mis padres se separaran, empecé a robar. Creo que lo que quería era que alguien se diera cuenta de cuánto sufría, pero como mi padre era policía, aquello sólo era un aliciente más para las palizas. Con 15 años estuve en un centro de detención, que debió de haber sido una lección tajante, severa, definitiva, pero allí mi odio no hizo sino crecer más y continué metiéndome en peleas.

Con esa misma edad dejé la escuela y, como la única cualificación que tenía era en el robo, a eso me dediqué. Sin amor en la vida, me entregué a los analgésicos, a la bebida, a las drogas, a cualquier cosa que me sirviera para acallar el dolor en mi interior. Con 19 años ya estaba otra vez en prisión y la única forma que tenía de lidiar con toda la ira que guardaba dentro era a golpes, con más peleas. Me pusieron en régimen de aislamiento de 24 horas y fue en este periodo cuando consideré deshacerme del mayor regalo de Dios, mi propia vida. Pero Dios debió de estar allí conmigo, porque no me quité la vida, aunque sí salí de prisión más resentido y violento que nunca.

Pensaba que debía coger yo mismo lo que quisiera del mundo, porque nadie me iba a regalar nada. Empecé a trabajar de segurata en clubes del East-End y del West-End, en Londres; se me ocurrió que, ya que me gustaba pelear, mejor que me pagaran por hacerlo. En aquel ambiente conocí a algunos de los tipos que dirigen la mayor parte del crimen organizado de Londres, así que empecé a trabajar para ellos. No mucho más tarde, dejé de trabajar para ellos y comencé a trabajar con ellos. Mi estilo de vida era el de un gánster clásico, con dinero, drogas y mujeres a montones. Tenía un ático en St. John’s Wood (uno de los más ricos de Londres), un BMW Serie 7, un Mercedes deportivo convertible y no podía gastarme el dinero lo suficientemente rápido, porque los beneficios de los chantajes y del tráfico de drogas se seguían acumulando. Mi chaqueta de cuero de diseño tenía cosido un bolsillo interior donde guardaba un machete para cuando tenía que ir a recuperar algunas deudas y castigar a los que incumplían sus pagos.

De veras creía que lo que el mundo me contaba era verdad, que teniendo todas esas posesiones, relaciones y drogas sería feliz, pero por dentro me sentía enfermo porque esta vida me estaba destruyendo poco a poco. Nada me satisfacía, nada me llenaba. Mientras tanto, intentaba destrozar mi propia conciencia, porque con esta gente con la que trataba, cuanto más despiadado y brutal seas, más respeto recibes, y yo quería ese respeto. Quería que cuando la gente entrara en un club y me viera allí, supiera quién soy y qué es lo que hago.

Una noche que trabajaba en uno de esos clubes que dirigíamos en el West-End, le di un puñetazo con un puño de acero a un tipo, pero, tras el puñetazo, calló completamente de espaldas y se golpeó la cabeza contra el bordillo. Había sangre por todas partes y la gente alrededor empezó a gritar, así que me marché del lugar y recuerdo haber pensado camino de casa en mi coche: “Me podrían caer diez años por esto”. Lentamente, empecé a darme cuenta de que era posible que acabara de matar a alguien y ni siquiera me importaba. Antes las personas solían importarme y yo solía querer marcar la diferencia, pero ahí estaba, haciendo cumplir mi voluntad a golpes y destruyendo todo lo que me rodeaba. La única persona que me importaba era yo mismo y no pensaba que eso pudiera cambiar.

Llegué a casa y escuché una voz que me hablaba en mi corazón, es una voz que todos conocemos, nuestra conciencia, Dios dentro de nosotros. Hasta ese momento, yo creía que Dios era sólo una historieta bonita para evitar que fuéramos malos, pero entonces me topé de cara con el hecho de que Dios era real y no importaba en absoluto lo que yo pensara.

Aunque nunca había sido consciente del amor o de la presencia de Dios en mi vida hasta ese momento, en un instante sentí cómo Él se separaba a Sí mismo de mí. La gente dice que esa separación de Dios es el infierno; bueno, si el infierno es así, rezo porque nadie vaya nunca allí porque fue la experiencia más aterradora de mi vida. Me han puesto pistolas en la cabeza, me han apuñalado, pero este momento fue el más terrible de todos porque yo era plenamente consciente de las elecciones que había hecho. Clamé a Dios por otra oportunidad, no porque lamentara algo, sino porque no quería seguir experimentando aquella desolación. En ese momento me sentí elevado, salí andando de mi piso y pronuncié la primera oración de mi vida. Dije, “Hasta ahora, todo lo que he hecho ha sido aprovecharme de lo que me has dado, Señor, ahora quiero ser yo el que da”. Mientras decía esa oración, el vacío que no podían llenar las drogas, el poder ni las relaciones, fue colmado por el amor de Dios. No podía creer que Dios pudiera amar a alguien como yo, con todas las cosas horribles que había hecho, pero Él me siguió demostrando que me amaba y me aceptaba. Durante toda mi vida me he sentido inútil y no me importaba si vivía o moría, pero Dios me mostró que sí tenía importancia, porque Él me amaba y me había creado. 

 John Pridmore, ex gánster, miró un crucifijo y supo por primera vez que Cristo había muerto por él en la cruz

La única persona que conocía que tenía fe era mi madre y, aunque no la veía mucho por aquel entonces, fui a visitarla y le conté lo que había pasado. Me dijo que había rezado por mí todos los días de mi vida, pero que, dos semanas antes, había rezado por que Jesús me llevara. Si eso suponía dejarme morir, que así fuera, pero que no me permitiera seguir haciendo daño a los demás ni a mí mismo. Sé cuánto me quiere mi madre y sé que una oración como aquella debió romper su corazón, pero es que ella podía ver el monstruo en que me estaba convirtiendo. Nunca olvidaré las lágrimas cayendo por su rostro cuando le dije cómo había encontrado a Dios.

Probablemente esas lágrimas limpiaron todo el dolor y la miseria que le había causado durante su vida. Mi padrastro me dio mi primera Biblia; nunca había tenido ninguna y una de las primeras historias que leí fue la del Hijo Pródigo. Cómo un padre dio a sus dos hijos todo su sustento y sus propiedades y cómo uno de ellos se marchó a despilfarrar todo el dinero de su padre en una vida de pecado y libertinaje. Después de gastarlo todo y porque estaba hambriento, pensó: “Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre”. Decide volver a su padre para pedirle que le acoja como uno de sus esclavos pero, cuando va camino de la casa de su padre, él está fuera buscándole y, al ver a su hijo, corre hacia él para abrazarle, le pone un anillo en el dedo, sandalias en los pies, ropas de las mejores telas y organiza una fiesta para él y sus amigos. Siempre sería su hijo, que volvió a la familia donde siempre fue amado, incluso después de años de perdición.

En esa historia me di cuenta de que Dios siempre había estado buscándome y que nunca se cansaría de buscar ni de intentar arreglar mi corazón roto por mi estilo de vida. Como nunca había ido a la iglesia, empecé a buscar un lugar donde encontrar a Dios y conocí un viejo sacerdote que me habló de un retiro. Los únicos retiros de los que yo había oído hablar eran en los que uno se tumbaba en la playa con un cubata en una mano, un porro en la otra y una buena hembra al lado, así que dije “Me encantaría ir”. Cuando llegué, no era exactamente como había imaginado, pero lo cierto es que vi a cerca de 200 jóvenes que tenían una alegría que yo nunca había sentido. Algunos se acercaron a mí y me abrazaron. Bueno, no sé si conocéis algún ex-gánster, pero a nosotros no nos va mucho eso de los abrazos, a no ser que sea con chicas, pero ¿abrazar a chicos? Si abrazas a un tío delante de unos gánsteres te llevas una torta.

En este lugar asistí a una charla que tenía por título “Dame tu corazón herido” y mientras escuchaba al sacerdote hablando de cómo todos los pecados que cometemos son como una herida en nuestro corazón, miré a un crucifijo y por primera vez supe por qué Jesús había muerto en aquella cruz, para cargar, gracias a su amor, con todos los pecados tan oscuros como terribles que yo haya cometido en mi vida y llevarlos en su corazón hasta la crucifixión. Y entonces sentí una tristeza increíble por todo lo que había hecho, pero por encima de aquella pena estaba una dicha desconocida, sentí que Jesús me decía “John, te amo tantísimo que volvería a pasar por todo esto solamente por ti”. Me eché a llorar, lloré por primera vez desde que tenía diez años porque no podía creer que alguien pudiera amarme tanto como para morir por mí con semejante agonía. Al salir de aquella charla dije una oración a María, madre de Jesús, para decirle: “¿Qué es lo que tu Hijo quiere de mí?”. Y sentí un susurro en mi corazón: ve a confesarte. Nunca había ido antes a confesarme y, con 27 años, sabía que había cometido todos los pecados posibles y tenía miedo. Pero María me dio el valor. Y mientras confesaba todos aquellos pecados terribles, el sacerdote lloraba porque él era Jesús para mí. Me mostraba la misericordia de Dios, que ya podía sentir en mi corazón. Cuando recibí la absolución, supe que Jesús me perdonaba y me daba la libertad. Me había vaciado de todos mis pecados a los pies de la cruz y estaba vivo de nuevo, podía sentir el viento en mi cara, podía escuchar el canto de los pájaros. Mis pecados me habían matado, pero la confesión me había devuelto a la vida.

En aquel mismo retiro, además de reunirme con Jesús a través de la confesión, lo recibí en mi corazón durante la misa. Al avanzar y recibir la Divina Comunión, todos los buenos sentimientos que había tenido en mi vida, incluyendo aquel momento al salir de mi piso y la forma en que me sentí tras la confesión, fueron magnificados un millón de veces. Mi corazón se había abierto en la confesión para sentir y conocer Su presencia en la Eucaristía y Él llenó mi corazón por completo.

Cuando salí del retiro, decidí que quería servir a los demás, así que empecé a trabajar en Kingsmeade Estate en Londres intentando ayudar a los jóvenes a no entrar en la vida de crimen y sufrimiento que yo había elegido. Años más tarde, fui al Bronx y allí conocí a la Madre Teresa, que me enseñó a amar de nuevo, a amarme a mí mismo y a los demás. Me inspiró para dar a los demás y, desde entonces, he estado compartiendo mi historia en escuelas, parroquias y prisiones de todo Reino Unido e Irlanda. En 2007, en la Jornada Mundial de la Juventud en Sídney, tuve el privilegio de hablar para más de medio millón de jóvenes; el mayor regalo de mi vida es compartir con ellos que hay un Dios que les ama, que les cuida y que se regocija en ellos. Desde aquella charla en Sídney, mi ministerio se ha vuelto más internacional. He dirigido retiros, charlas y seminarios en Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos (Nueva York, Florida, Chicago, Phoenix y Los Ángeles), Alemania, Holanda, Hong Kong y por todo el mundo. El año pasado fui a Liberia a hablar sobre el perdón a antiguos niños soldado. Algunos de estos niños habían sido forzados a cometer atrocidades y a combatir, con sólo once años, en la sangrienta guerra civil que arrasó Liberia durante una década. Fue un honor y un privilegio estar entre ellos y ser testigo de la increíble resistencia que tienen para intentar adaptarse y elegir el bien en sus vidas, aun habiendo quedado cubiertas de oscuridad.

Durante los últimos 25 años he trabajado a tiempo completo para traer esperanza a los demás y mostrarles que si Dios puede amar a alguien como yo, puede amar a cualquiera. Que Dios os bendiga con su profundo amor,

John Pridmore
ex gángster convertido al cristianismo que ahora viaja a nivel internacional para hablar sobre cómo ha cambiado su vida. Si quieres saber más sobre John visita su página www.johnpridmore.com donde encontrarás sus tres libros incluida la historia de su vida From Gangland to Promised Land.
Artículo original whyimcatholic.com

sábado, 1 de marzo de 2025

Ashley defendía el aborto por violación, pero descubrió que ella había sido concebida así: «Pensaba suicidarme hasta que busqué la voz de Dios en mi vida; estoy viva por Su gracia, me conoce, me creó y me ama»


Ashley con su esposo e hijos.

* «Dios sabía lo que iba a suceder el día en que fui concebida, y tenía un plan más grande de lo que cualquiera podía ver. Dios toma situaciones malas y hace algo hermoso. ¡Soy una hija de Dios! Su adopción es hermosa, segura y asombrosa en su glorioso diseño. Estoy aquí para compartir las buenas noticias de Dios y su plan para tu vida y la mía»

Camino Católico.- "Haber sido concebida en una violación no me hace menos digna de vivir": así piensa Ashley hoy. Sin embargo, cuando era adolescente, imbuida por la propaganda ideológica ambiental, era partidaria del aborto en caso de violación: "¿Cómo se podría esperar que una mujer cargara un hijo concebido bajo circunstancias tan horribles y malvadas?", pensaba.

De niña supo que era adoptada, y lloró mucho cuando se lo dijeron, sintió "rechazo" y "dolor". Sabía, sí, cuánto la amaban sus padres adoptivos:  "Pero no sabían cómo me sentía. No podían saberlo. Ellos sabían de dónde venían. Yo no", cuenta ella misma en el blog Salvar El 1 , fundado por Rebecca Kiessling y especializado en el aborto por violación. Ashley ante su situación dice que “pensaba suicidarme hasta que busqué la voz de Dios en mi vida; estoy viva por Su gracia, me conoce, me creó y me ama”. Esta es su historia:

Haber sido concebida en una violación no me hace menos digna de vivir. La violación no me define. Yo soy como Dios me ha moldeado. Él me ama y tiene un propósito para mí. Mi vida tenía valor en el momento de mi concepción y lo sigue teniendo ahora.

“Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas.” (Salmo 139:13-16)

Siempre supe que fui adoptada. Recuerdo a mis padres sentándome y explicándomelo. Recuerdo llorar hasta quedarme dormida pensando: Vosotros no sois mis verdaderos papá y mamá. Recuerdo el rechazo y el dolor que sentí. Me amaban tanto y querían ayudarme a lidiar con esta avalancha de emociones, pero no sabían cómo se sentía. No podían saberlo. Ellos sabían de dónde venían. Yo no.                                                        

Esta lucha interna continuó por años. Poco sabía yo que solo conocía una parte de la historia. Estaba en mi último año de secundaria cuando lo descubrí: mi madre biológica había sido violada.

He imaginado la escena una y otra vez en mi mente—cómo mi cumpleaños casi no sucedió. Una joven es recogida para una cita y una noche en la ciudad. Su novio es encantador, persuasivo. La noche iba bien, y luego las cosas tomaron un giro para peor. Lo llamaron violación en una cita. Nueve meses después, aquí estaba yo. Nacida de una mujer que no me quería, que ni siquiera quería saber si era niña o niño.

No amada, no deseada, pero salvada de la violencia impensable del aborto, que de alguna manera es totalmente aceptado en nuestra sociedad. Recuerdo mirar por la ventana del auto de mi madre pensando: Eres un producto del mal; nunca debiste haber existido.

Cómo el enemigo tiene una forma de usar las palabras. Durante años, viví con esos sentimientos persistentes, esos pensamientos de odio—sintiéndome como si estuviera predestinada para algo horrible solo porque así comenzó mi vida. Me sentía patética, o al menos eso me repetía a mí misma. Tenía días buenos, semanas, meses… pero siempre regresaba esa sombra.

Pensando en aquel día, puedo recordar vívidamente lo que mi madre dijo con tanta naturalidad y cómo Satanás estaba convirtiendo la verdad en mentiras. No era yo quien me decía que no debía existir, era el enemigo susurrando: Tú no deberías existir, cualquier cosa para derribarme y hacerme cuestionar el propósito de mi vida.

Ashley En una manifestación en favor de la vida

¿Quién puede imaginar ser violada y luego descubrir que está embarazada del hijo de su agresor? Recuerdo que, como estudiante de secundaria, justificaba que un aborto sería aceptable en caso de violación—quiero decir, ¿cómo se podría esperar que una mujer cargara un hijo concebido bajo circunstancias tan horribles y malvadas? Oh, espera… eso podría haber sido yo.

Cuestionaba todo: mi valor, incluso mi existencia. Pensamientos de suicidio iban y venían. Nunca actué en consecuencia y siempre desechaba la idea. No fue hasta que busqué la voz de Dios en mi vida que esos pensamientos comenzaron a desaparecer.

Poco sabía yo que Dios me estaba llamando a Él. ¿Me quería? No podía ser—Él no sabe sobre mí, de dónde vengo…

"Sí, Ashley, te quiero."

Abrí mi Biblia en Jeremías 1, 5:

“Antes que te formase en el vientre te conocí,

y antes que nacieses te santifiqué,

te di por profeta a las naciones”.

Él me conoce, Él me creó, Él me ama.

Verás, yo no fui un error. Dios sabía lo que iba a suceder el día en que fui concebida, y tenía un plan más grande de lo que cualquiera podía ver. A un nivel más fundamental de lo que incluso mis padres adoptivos podían imaginar, mi Padre reveló la importancia y el propósito que imprimió en mi vida.

Dios toma situaciones malas y hace algo hermoso. ¡Soy una hija de Dios! Su adopción es hermosa, segura y asombrosa en su glorioso diseño. Estoy aquí para compartir las buenas noticias de Dios y su plan para tu vida y la mía.

Estoy viva—no por accidente, sino por Su gracia.

Todos debemos recordar que Dios tiene un plan para nuestras vidas. Puede que no lo veamos o que ni siquiera lo entendamos. Todo lo que podemos hacer es buscar Su rostro y Su voluntad cada día. No debemos desanimarnos cuando sentimos que el mundo nos ha dado la espalda, ¡porque lo ha hecho! Pero Dios no nos ha dado la espalda. Dios estaba, y sigue estando, en control.

Debido a las circunstancias que rodearon mi concepción y nacimiento, he tenido la increíble oportunidad de ministrar a otros, alzando mi voz en contra del aborto y compartiendo el amor de Cristo con quienes están sanando de esa experiencia.

Cada día recuerdo que el plan de Dios es perfecto. ¡Soy bendecida por escribir y hablar de lo que Él ha hecho en mí y a través de mí!

Alabado sea Dios por Su corazón revelado en Jeremías 29:11:

“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Yahvé, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.”