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jueves, 13 de febrero de 2025

‘Los evangelizadores: la fe edificadora de los peregrinos enfermos en Lourdes’, un documental testimonial de Laurent Jarneau


Camino Católico.-  Durante varias temporadas de peregrinaciones, Laurent Jarneau del Santuario de Lourdes (Francia) ha ido al encuentro de hombres y mujeres enfermos o discapacitados, pero todos portadores de una esperanza indecible arraigada en Jesucristo. Sí provocan una cierta admiración por el valor y el amor que demuestran, estos héroes ordinarios son sobre todo heraldos de la fe. El documental plasma el testimonio de estas personas que no tiene precio.

Con rostros resplandecientes que logran ocultar la prueba del sufrimiento y llevados por voces a la vez suaves y enérgicas, la nueva película de Laurent Jarneau ilustra con razón la feliz formulación del presidente del pontificio Consejo para la promoción de la Nueva Evangelización, Mons. Rino Fisichella: «Los peregrinos enfermos están llamados a asumir la conciencia y la responsabilidad de llevar la buena nueva del Evangelio que salva desde su propia condición. Por tanto, se puede afirmar que los primeros evangelizadores del santuario de Lourdes son realmente ellos, los enfermos».


Efectivamente, las personas enfermas (o discapacitadas) son los primeros evangelizadores. Sólo hay que verlos y escucharlos. A continuación algunas frases elegidas.


Lydie: «Entre el cuerpo y el alma, prefiero mi alma. ¡Tenemos más ganas de ir al cielo que de caminar!» Andrew: «Para mí es un contacto cercano y casi perfecto con el Señor, eso es una curación». Evelyne: «Creo profundamente que hay algo después de la muerte y para mí ese algo, es este amor infinito en el que estaremos inmersos, pero este amor por mí ya es ahora». Sophie: «La oración si la sueltas, es concreta y pragmática: la discapacidad ocupa todo el lugar...»


Cedric: «¡Por más bajo que estemos, con Dios nos levantamos siempre!» Hermana Catarina: «Se dice que es a la sombra de la cruz donde está la resurrección. Así que esto es lo que me da la alegría». Martine: «¡Mi vida habría sido tan triste y aburrida sin Cristo ni María!» Jean-Noël: «Hay mucho sufrimiento de la gente de a pie: en su alma también se vive un infierno».


Raymonde: «Cuando tienes fe y alegría, tienes que compartirlas con los demás». Jeanne: «La fe es la compañera de todos los días: uno se levanta con la fe, nos acostamos con ella. La fe es un 90% de esperanza y un 10% de duda». Hermano Matthieu: «La enfermedad es un mal que se dice en nosotros, pero el bien también se dice en nosotros». Alexiane: «¡Rezo, rezo mucho! Sí, me encanta rezar».


«Esta perspectiva nos permite mirar a través de la fe a todo enfermo que se convierte en peregrino para captar la presencia de Cristo que pide ayuda y que, a su vez, ofrece su amor salvador», subraya Fisichella.

El documental termina con la mirada de Jeanne, que tiene una miopatía, cuyas palabras ilustran perfectamente las de Mons. Fisichella: «Cuando Jesús dice: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” es una palabra que me ha marcado mucho porque se identificaba con los más pequeños de todos y daba un mensaje también a los cuidadores, es maravilloso tener la oportunidad de curar a Cristo, tener a Cristo al alcance de la mano. Así que esta palabra me parece muy fuerte y si la tomamos más en serio, creo que después de todo podríamos llamar a los hospitales “santuario”». La película termina rindiendo homenaje a Andrew y Lydia que fallecieron por culpa de la enfermedad. Su testimonio de esperanza no se borrará nunca del corazón de todos aquellos que lo recibieron.

lunes, 27 de enero de 2025

Papa Francisco en mensaje para la Jornada del enfermo: «El dolor lleva siempre consigo un misterio de salvación, porque hace experimentar el consuelo que viene de Dios de forma cercana y real»

* «¡Cuántas veces, estando cerca de quien sufre, se aprende a creer! ¡Cuántas veces, inclinándose ante el necesitado, se descubre el amor! Es decir, nos damos cuenta de que somos “ángeles” de esperanza, mensajeros de Dios, los unos para los otros, todos juntos: enfermos, médicos, enfermeros, familiares, amigos, sacerdotes, religiosos y religiosas; y allí donde estemos: en la familia, en los dispensarios, en las residencias de ancianos, en los hospitales y en las clínicas»     


27 de enero de 2025.- (Camino Católico)  “El dolor lleva siempre consigo un misterio de salvación, porque hace experimentar el consuelo que viene de Dios de forma cercana y real”: Lo escribe el Papa Francisco en su Mensaje para la XXXIII Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará el próximo 11 de febrero, y cuyo texto ha difundido esta mañana la Oficina de Prensa de la Santa Sede. 

"La esperanza no defrauda y nos hace fuertes en la tribulación” es el título del Mensaje en este año Jubilar 2025, en el que la Iglesia nos invita a hacernos ‘peregrinos de esperanza’. Tomado de la carta de san Pablo a los Romanos, contiene - como especifica el Pontífice - “palabras consoladoras, pero que pueden suscitar algunos interrogantes”, en particular en quienes sufren enfermedades y, además del propio sufrimiento, ven sufrir a los seres queridos que los asisten.

“En todas estas situaciones sentimos la necesidad de un apoyo superior a nosotros”, señala el Papa. "Necesitamos la ayuda de Dios, de su gracia, de su Providencia, de esa fuerza que es don de su Espíritu". A continuación, Francisco invita a reflexionar sobre la presencia de Dios que permanece cerca de quien sufre, en particular bajo tres aspectos que la caracterizan: el encuentro, el don y el compartir. El texto completo del mensaje del Papa es el siguiente:

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

CON OCASIÓN DE LA XXXIII JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO

11 de febrero de 2025

«La esperanza no defrauda» (Rm 5,5)

y nos hace fuertes en la tribulación

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos la XXXIII Jornada Mundial del Enfermo en el Año Jubilar 2025, en el que la Iglesia nos invita a hacernos “peregrinos de esperanza”. En esto nos acompaña la Palabra de Dios que, por medio de san Pablo, nos da un gran mensaje de aliento: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5), es más, nos hace fuertes en la tribulación.

Son expresiones consoladoras, pero que pueden suscitar algunos interrogantes, especialmente en los que sufren. Por ejemplo: ¿cómo permanecer fuertes, cuando sufrimos en carne propia enfermedades graves, invalidantes, que quizás requieren tratamientos cuyos costos van más allá de nuestras posibilidades? ¿Cómo hacerlo cuando, además de nuestro sufrimiento, vemos sufrir a quienes nos quieren y que, aun estando a nuestro lado, se sienten impotentes por no poder ayudarnos? En todas estas situaciones sentimos la necesidad de un apoyo superior a nosotros: necesitamos la ayuda de Dios, de su gracia, de su Providencia, de esa fuerza que es don de su Espíritu (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1808).

Detengámonos pues un momento a reflexionar sobre la presencia de Dios que permanece cerca de quien sufre, en particular bajo tres aspectos que la caracterizan: el encuentro, el don y el compartir.

1. El encuentro. Jesús, cuando envió en misión a los setenta y dos discípulos (cf. Lc 10,1-9), los exhortó a decir a los enfermos: «El Reino de Dios está cerca de ustedes» (v. 9). Les pidió concretamente ayudarles a comprender que también la enfermedad, aun cuando sea dolorosa y difícil de entender, es una oportunidad de encuentro con el Señor. En el tiempo de la enfermedad, en efecto, si por una parte experimentamos toda nuestra fragilidad como criaturas —física, psicológica y espiritual—, por otra parte, sentimos la cercanía y la compasión de Dios, que en Jesús ha compartido nuestros sufrimientos. Él no nos abandona y muchas veces nos sorprende con el don de una determinación que nunca hubiéramos pensado tener, y que jamás hubiéramos hallado por nosotros mismos.

La enfermedad entonces se convierte en ocasión de un encuentro que nos transforma; en el hallazgo de una roca inquebrantable a la que podemos aferrarnos para afrontar las tempestades de la vida; una experiencia que, incluso en el sacrificio, nos vuelve más fuertes, porque nos hace más conscientes de que no estamos solos. Por eso se dice que el dolor lleva siempre consigo un misterio de salvación, porque hace experimentar el consuelo que viene de Dios de forma cercana y real, hasta «conocer la plenitud del Evangelio con todas sus promesas y su vida» (S. Juan Pablo II, Discurso a los jóvenes, Nueva Orleans, 12 septiembre 1987).

2. Y esto nos conduce al segundo punto de reflexión: el don. Ciertamente, nunca como en el sufrimiento nos damos cuenta de que toda esperanza viene del Señor, y que por eso es, ante todo, un don que hemos de acoger y cultivar, permaneciendo “fieles a la fidelidad de Dios”, según la hermosa expresión de Madeleine Delbrêl (cf. La speranza è una luce nella notte, Ciudad del Vaticano 2024, Prefacio).

Por lo demás, sólo en la resurrección de Cristo nuestros destinos encuentran su lugar en el horizonte infinito de la eternidad. Sólo de su Pascua nos viene la certeza de que nada, «ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios» (Rm 8,38-39). Y de esta “gran esperanza” deriva cualquier otro rayo de luz que nos permite superar las pruebas y los obstáculos de la vida (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi, 27.31). No sólo eso, sino que el Resucitado también camina con nosotros, haciéndose nuestro compañero de viaje, como con los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-53). Como ellos, también nosotros podemos compartir con Él nuestro desconcierto, nuestras preocupaciones y nuestras desilusiones, podemos escuchar su Palabra que nos ilumina y hace arder nuestro corazón, y nos permite reconocerlo presente en la fracción del Pan, vislumbrando en ese estar con nosotros, aun en los límites del presente, ese “más allá” que al acercarse nos devuelve valentía y confianza.   

3. Y llegamos así al tercer aspecto, el del compartir. Los lugares donde se sufre son a menudo lugares de intercambio, de enriquecimiento mutuo. ¡Cuántas veces, junto al lecho de un enfermo, se aprende a esperar! ¡Cuántas veces, estando cerca de quien sufre, se aprende a creer! ¡Cuántas veces, inclinándose ante el necesitado, se descubre el amor! Es decir, nos damos cuenta de que somos “ángeles” de esperanza, mensajeros de Dios, los unos para los otros, todos juntos: enfermos, médicos, enfermeros, familiares, amigos, sacerdotes, religiosos y religiosas; y allí donde estemos: en la familia, en los dispensarios, en las residencias de ancianos, en los hospitales y en las clínicas.

Y es importante saber descubrir la belleza y la magnitud de estos encuentros de gracia y aprender a escribirlos en el alma para no olvidarlos; conservar en el corazón la sonrisa amable de un agente sanitario, la mirada agradecida y confiada de un paciente, el rostro comprensivo y atento de un médico o de un voluntario, el semblante expectante e inquieto de un cónyuge, de un hijo, de un nieto o de un amigo entrañable. Son todas luces que atesorar pues, aun en la oscuridad de la prueba, no sólo dan fuerza, sino que enseñan el sabor verdadero de la vida, en el amor y la proximidad (cf. Lc 10,25-37).

Queridos enfermos, queridos hermanos y hermanas que asisten a los que sufren, en este Jubileo ustedes tienen más que nunca un rol especial. Su caminar juntos, en efecto, es un signo para todos, «un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza» (Bula Spes non confundit, 11), cuya voz va mucho más allá de las habitaciones y las camas de los sanatorios donde se encuentren, estimulando y animando en la caridad “el concierto de toda la sociedad” (cf. ibíd.), en una armonía a veces difícil de realizar, pero precisamente por eso, muy dulce y fuerte, capaz de llevar luz y calor allí donde más se necesita.

Toda la Iglesia les está agradecida. También yo lo estoy y rezo por ustedes encomendándolos a María, Salud de los enfermos, por medio de las palabras con las que tantos hermanos y hermanas se han dirigido a ella en las dificultades:

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!

Los bendigo, junto con sus familias y demás seres queridos, y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.

Roma, San Juan de Letrán, 14 de enero de 2025 

                                                                                  FRANCISCO

Fotos: Vatican Media

martes, 24 de diciembre de 2024

Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, cumple 50 años de sacerdocio: «Contraje una enfermedad incurable y me preparé para la muerte, pero fui curado milagrosamente»

Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, cumple 50 años de sacerdocio

* «En el momento de la enfermedad, llevaba ya nueve años de cura, tenía 33 años, y me preparé para la muerte que llegaba inminente. El Dr. Pozuelo Escudero, gran endocrino discípulo del Dr. Marañón, acertó con el tratamiento, y fui recuperándome durante varios años, hasta que, por intercesión del venerable José María Garcia Lahiguera y la oración de sus hijas Oblatas, fui curado milagrosamente de la noche a la mañana. Era el 27 de septiembre, san Vicente de Paúl. Y aquí me tenéis» 

Vídeo de la Diócesis de Córdoba  en el que Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, cuenta su testimonio de 50 años de sacerdocio

* «La enfermedad fue una fuerte experiencia de impotencia, de postración, de despojamiento de todo proyecto de futuro, de preparación gozosa para la muerte. Aquel año 1982-1983 entendí como nunca y para siempre en medio de la enfermedad que mi vida era toda para el Señor, porque le sentí a él tan cercano y cariñoso como nunca. Fue verdaderamente un desposorio en la Cruz, que me ha marcado definitivamente»

Camino Católico.- Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, cumple 50 años de sacerdocio el 22 de diciembre de este año 2024. En una carta dirigida a sus fieles cuenta su testimonio de ordenación, da gracias y explica la curación de una enfermedad incurable con 33 años por por intercesión del venerable José María Garcia Lahiguera y la oración de sus hijas Oblatas. Lo hace por escrito y en vídeo. Esta es la carta que ha escrito:

50 años de sacerdote

Lo hemos venido anunciando durante todo este año 2024, la ordenación de diácono fue el 5 de mayo (domingo del buen Pastor, IV de Pascua) y la de presbítero fue el 22 de diciembre de 1974. Era cuarto domingo de adviento, como este año. Nos dieron a elegir tres fechas, y elegimos esta. Para mí, era una fecha entrañable y familiar: cumpleaños de mi padre y san Demetrio, su santo y el mío. Y a partir de ese año, aniversario de mi ordenación sacerdotal. Cuando llega esta fecha cada año, doy gracias a Dios y recuerdo el ambiente de mi casa familiar, donde todos confluíamos para anticipar la alegría de la Navidad y felicitarnos por haber sido tan agraciados (es el día de la Lotería nacional, y a mí me tocó el Gordo).

Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, hace 50 años, cuando fue ordenado sacerdote

Llegamos este año al 50 aniversario de aquel día feliz, frio con niebla desde la mañana en Toledo y hasta la tarde en Puente del Arzobispo, mi pueblo, donde celebré mi primera Misa el mismo día de la ordenación. Ya estaba destinado en la parroquia de El Buen Pastor, de Toledo. Pasé una semanita de vacaciones con mis padres, y me incorporé rápidamente a mi parroquia. Estaba deseando ejercer como cura, y disfruté mucho en aquella primera parroquia, en la que tenía mil niños de catequesis, doscientos cincuenta adolescentes de confirmación, y más de doscientos catequistas. En el confesonario, tarea interminable, y además ocho colegios, que visitaba todas las semanas. Comunión a enfermos, grupo de jóvenes, la Acción Católica, y todos los días varias Misas de exequias por la cercanía al hospital, cuando todavía no había tanatorios. Qué feliz he sido, ya desde aquellos primeros años de coadjutor con D. Justo Rey mi párroco, un buen párroco.

Quiero pediros que me ayudéis a dar gracias a Dios por este gran regalo para mí y para su Iglesia. Por el sacerdote pasan multitud de gracias a diario para repartir a todos los demás. Uno es consciente de cómo Dios se sirve de mi vida para acercar a muchos, para consolar a otros, para estimular a todos a continuar en el camino de la santidad. Mi vida quedó «expropiada para utilidad pública». Y a pesar de mis pecados, he vivido para los demás.

Alguno puede pensar que todo ha sido de color rosa en mi vida sacerdotal. No ha sido así, gracias a Dios. Enviado a estudiar a Roma por segunda vez en 1981 (la primera fue en 1977), contraje una enfermedad incurable, que me postró en cama durante un año completo. Llevaba ya nueve años de cura, tenía 33 años, y me preparé para la muerte que llegaba inminente. El Dr. Pozuelo Escudero, gran endocrino discípulo del Dr. Marañón, acertó con el tratamiento, y fui recuperándome durante varios años, hasta que, por intercesión del venerable José María Garcia Lahiguera y la oración de sus hijas Oblatas, fui curado milagrosamente de la noche a la mañana. Era el 27 de septiembre, san Vicente de Paúl. Y aquí me tenéis.

Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, en la Diócesis de Tarazona, primer destino episcopal en el cual inició su camino de servicio como Pastor de la Iglesia

La enfermedad fue una fuerte experiencia de impotencia, de postración, de despojamiento de todo proyecto de futuro, de preparación gozosa para la muerte. Aquel año 1982-1983 entendí como nunca y para siempre en medio de la enfermedad que mi vida era toda para el Señor, porque le sentí a él tan cercano y cariñoso como nunca. Fue verdaderamente un desposorio en la Cruz, que me ha marcado definitivamente. Quizá cuando llegue me eche a temblar, pero puedo afirmar que desde aquella experiencia (y han pasado más de 40 años) miro la muerte con deseo sereno, con alegría de encontrarme con el amor de mi vida, Jesucristo mi Señor. Y este deseo sereno relativiza todo cualquier otro sufrimiento, que no han faltado a lo largo de mi vida. Puedo decir por gracia de Dios que me he encontrado con el amor de mi alma precisamente en la Cruz compartida, la suya y la mía para la redención del mundo.

De todo lo realizado, o mejor de lo que Dios ha hecho a través de mí, señalo la ordenación de 75 presbíteros en Córdoba, además de otros 15 en Tarazona, diocesanos y religiosos. Ese es un momento culminante para el obispo. Y con ello los miles y miles de personas, niños, jóvenes, adultos y ancianos, cuyos ojos han brillado al predicarles y hablarles de Jesucristo. Para dar a conocer su amor quisiera vivir toda mi vida. A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Recibid mi afecto y mi bendición, y rezad por mi:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

domingo, 15 de diciembre de 2024

Nuria Casas ha superado la anorexia y ha escrito un libro: «Dios me ha ayudado en la parte profunda de aceptarme a mí misma, dejando de querer tenerlo todo controlado»


Nuria Casas, autora del libro  "La cicatriz que perdura"

* «La anorexia es una manera de tener algo bajo control en un momento en el que todo se desmorona o todo es caótico. ¿Qué pasa en el momento en el que dejas entrar a Dios? Aprendes a dejar ese control en sus manos. De hecho, el momento en el que reconecté con Dios fue rezando una oración así: ‘Yo no puedo más. He estado todos estos meses queriéndolo hacer yo, pero ahora lo dejo en tus manos’. Esto suena muy bonito y muy teórico pero a partir de ahí la obra de Dios en mi vida se vio reflejada en hechos concretos. Hasta entonces había estado cerrada a ir al médico y sin embargo al día siguiente de rezar esa oración me decidí y fui, y empecé a dejarme ayudar»

Camino Católico.- Nuria Casas cree que el sufrimiento tiene un sentido, por eso ha escrito “La cicatriz que perdura”, un libro que recoge sus reflexiones sobre su camino de superación de un TCA (siglas de Trastorno de Conducta Alimentaria).

Más allá de ser un relato de superación de la anorexia, “La cicatriz que perdura” es un testimonio de esperanza y resiliencia. Una adolescente cristiana, procedente de una familia de 6 hermanos y un ambiente sano, se ve envuelta en un pozo del que descubre que no puede salir sóla. Nuria Casas, autora del libro, invita a reflexionar sobre cómo las heridas más profundas pueden convertirse en una fortaleza. Logró transformar su dolor en una fuente de inspiración y con tan sólo 24 años se animó a publicar este libro con el que muchos, a pesar de no tener relación con un TCA, se han sentido identificados. Teresa Aguado Peña la entrevista en Omnes.

- ¿Qué te animó a escribir este libro?

– Normalmente la gente tiene la idea del libro y luego lo escribe. Y a mí me pasó un poco al revés.. Siempre he necesitado escribir, lo he canalizado todo de esa forma y en momentos de caos y oscuridad lo he necesitado todavía más. Cuando me iban a dar el alta fue la propia psiquiatra la que me dijo “¿tienes muchas cosas escritas, no?” Alguna vez había leído reflexiones mías. Entonces me puse a mirarlo, lo ordené todo y de repente vi que, si se ponían capítulos y un índice, podría ser un libro.

Pensé en guardármelo para mí misma pero chocaba con mi filosofía de vida, que es “todo es para bien” ¿qué sentido tiene que yo vaya diciendo que todo es para bien, tenga esto escrito sabiendo que puede ayudar a alguien, y que me lo guarde para mí? Y así es como salió el libro.

- Siendo una chica normal y en un entorno sano, ¿cómo llegas a ese punto de un TCA?

– Es verdad que no hay una cosa concreta. Todos tenemos nuestra mochilita, y lo que explico en el libro es que la anorexia no sale de la nada: es una enfermedad, pero siempre consecuencia de alguna cosa. Al final lo físico y lo que se ve es la punta del iceberg, pero todo lo que hay enterrado es la causa de todo eso. 

Muchos lectores me han dicho que sin tener ningún tipo de relación con el TCA se han sentido identificados conmigo.Y es que el libro es sobre mi anorexia pero en el fondo habla de heridas que todos tenemos, sobre sufrimiento en general que todo el mundo experimenta en algún momento.


 Portada del libro escrito por Nuria Casas

- En el libro afirmas “Huir no cura el dolor, lo empeora”. ¿Qué le dirías a una persona que niega su sufrimiento,que no acepta que está ciega y que tiene que ir al oculista? ¿Cómo le ayudarías a que ame su cruz?

– Aunque no estoy de acuerdo con la filosofía de Freud, sí decía algo muy sensato y es que todo lo que enterramos termina saliendo siempre, y cuanto más tarda en salir, peor. Esto se ve incluso en nuestro cuerpo cuando somatizamos algo. Por eso es mejor enfrentarse a ello cuanto antes y más siendo consciente de por qué sufres. Hay gente que tras enterrarlo tanto, cuando quiere recuperarse no sabe qué es lo que le pasa y debe remontarse y buscar la causa de todo ello.

También es importante el ejercicio de aceptación: aceptar lo bueno y lo malo no es sólo aceptar lo que no me gusta de mí sino también lo que me ha pasado. No me gustaría que hubiera pasado pero no puedo cambiarlo, ¿cómo me enfrento a ello de la mejor forma posible?

- ¿Qué consejos darías para saber acoger la debilidad, para aceptar nuestra imperfección, para aceptarnos tal y como somos?

– Quien te ayuda a aceptarte por entero es Dios. Porque es quien te ha creado. Y no solo te ha creado, sino que te pone en las situaciones que se te presentan. Y no siempre lo entendemos en el momento en el que sufrimos, pero todo tiene un sentido. A mí lo que me está pasando ahora, y está siendo una experiencia fuerte, es que me está contactando gente, estoy comprendiendo el sentido de todo el sufrimiento de estos años. Muchas personas piden que les ilumine bajo la luz de mi experiencia y eso me hace ver que el sufrimiento que he pasado no ha sido en vano. 

Ante el sufrimiento existen dos salidas: la primera es pensar que el mundo ha sido injusto contigo y te crees con derecho de ser injusto con el mundo, encerrándote en ti mismo. La otra es abrirse a los demás, porque has sufrido tanto que no quieres que nadie vuelva a pasar lo que has pasado sin tener las herramientas que le puedes proporcionar desde tu experiencia, desarrollando así una empatía natural. Al fin y al cabo, las personas que han sufrido normalmente conectan mejor con el sufrimiento de los demás.  Esta segunda vía te hace reconocerte débil, aceptando tu naturaleza, tus límites y tu fragilidad. Al mostrar tu debilidad a los demás de pronto descubres que esa debilidad es en realidad una fortaleza, porque a través de ella sirves para ayudar a los demás con la luz de tu experiencia.

- ¿Consideras que todo el mundo debería compartir su sufrimiento?

– Yo creo que nos puede ayudar el hecho de hablar más sobre la vulnerabilidad porque estamos en una sociedad que nos da el mensaje de que tú puedes con todo, tú puedes solo y no necesitas de nadie. Y no es verdad. Como decía Aristóteles: el ser humano es social por naturaleza. Es decir, necesitamos de los demás y muchas veces, hasta que no nos rompemos, no nos damos cuenta de esta verdad.

 Por otro lado, cada uno tiene que encontrar sus puntos de apoyo y saber dónde los tiene. En el libro lo explico: Dios siempre que manda cruces es porque sabe que en ese momento lo puedes llevar porque Él te da la gracia para llevarlas y a su vez te da siempre puntos de apoyo y en mi caso ha sido 100 % mi familia y mis amigos.

Soy tutora y doy un par de asignaturas de 2 de ESO y de filosofía de bachillerato que me encanta. Alguien me dijo una vez “no entiendo de dónde sacas la paciencia con los niños”, porque es verdad que tengo la clase más intensa de toda la secundaria. Y sí, obviamente tengo que hacer un ejercicio de paciencia con mis niños, pero yo creo que las personas que hemos sufrido somos capaces de ver más allá en la persona, es decir, un niño se está portando fatal, bien, pero ¿qué le pasa? Queremos ir un poco más allá. Yo he comprendido que la paciencia me viene de que, como conmigo las personas que me han querido ayudar han sido tan comprensivas, entonces yo también debo ser comprensiva con aquellos que sufren igual que yo. Dar lo que he recibido.

Nuria Casas empezó su proceso médico cuando puso su vida en manos de Dios

- ¿Qué aporta en una vivencia de una enfermedad así la luz de la fe? ¿Qué diferencia hay de cómo lo sobrelleva una persona católica a una no creyente?

– Yo solo te puedo contar la versión de la persona que es creyente. Es verdad que dentro de este proceso tuve momentos de mucha oscuridad con respecto a Dios y de estar muy enfadada con Él y no entender absolutamente nada, entonces igual también tengo un poco esa visión, pero a mí lo que me ha ayudado ha sido Dios. Por eso, sin Él me parece muy difícil. Se puede, y hay mucha gente que lo ha hecho, aunque también es verdad que depende mucho del círculo que te rodee.

A mí Dios me ha ayudado en la parte profunda de aceptarme a mí misma, dejando de querer tenerlo todo controlado. La anorexia es una manera de tener algo bajo control en un momento en el que todo se desmorona o todo es caótico. ¿Qué pasa en el momento en el que dejas entrar a Dios? Aprendes a dejar ese control en sus manos. De hecho, el momento en el que reconecté con Dios fue rezando una oración así: “Yo no puedo más. He estado todos estos meses queriéndolo hacer yo, pero ahora lo dejo en tus manos”. Esto suena muy bonito y muy teórico pero a partir de ahí la obra de Dios en mi vida se vio reflejada en hechos concretos. Hasta entonces había estado cerrada a ir al médico y sin embargo al día siguiente de rezar esa oración me decidí y fui, y empecé a dejarme ayudar.

- Muchas veces la gente que viene de una familia cristiana da la fe por hecho y la vive como un simple moralismo, un hacer las cosas bien, hasta que tienen un encuentro personal con Dios y comienzan a comprender realmente su amor, a experimentarlo en su vida. ¿Cómo fue tu encuentro con Él?

– Es cierto que muchas veces hay personas que necesitan alejarse para encontrarse personalmente con Él. A mí me pasó que me encontré con Dios en la universidad, en el momento de la recaída. Fue la primera vez que me planteé algo de Dios como Nuria. A mí me habían explicado que Dios era bueno, pero en mi sufrimiento yo pensaba “O el Dios que me han explicado siempre que es tan bueno y que tanto me quiere, no existe o sí que existe pero entonces a mí ni me quiere ni le importo”.

No entendía el por qué de mi sufrimiento. Pero en el momento en el que volví a conectar con Dios lo entendí. De repente la cruz se convirtió en mi tema favorito porque entendí que precisamente cuando nos manda cruces es cuando más nos está queriendo. Si fuéramos perfectos, todo nos fuera bien y no necesitáramos nada pensaríamos “¿Yo para qué necesito a Dios si soy perfecto?” La cruz, por tanto, nos hace ver que solos no podemos y que le necesitamos. Cuando nos manda una cruz nos está queriendo porque porque nos está diciendo, “Quiero que estés cerca de mí”.