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domingo, 30 de marzo de 2025

Mons. Anthony Fisher, Arzobispo de Sydney, atribuye a la intercesión del Cardenal Pell la recuperación milagrosa de un niño de 18 meses que «dejó de respirar durante 52 minutos tras caer a una piscina»

                      

Cardenal Deorge Pell

* «Sus padres rezaron por la intercesión del Cardenal Pell y el niño sobrevivió y se le retiró el soporte vital sin sufrir daños en el cerebro, los pulmones ni el corazón. Ahora está bien y sus médicos lo consideran un milagro» 

Camino Católico.-  Mons. Anthony Fisher, Arzobispo de Sydney (Australia), atribuyó esta semana la supervivencia aparentemente milagrosa de un niño de Arizona (Estados Unidos) a la intercesión del fallecido Cardenal australiano George Pell.

Según el periódico The Australian, Mons. Fisher dijo en un evento de presentación de libros el 26 de marzo que se había enterado de que un niño de 18 meses había sido dado de alta de un hospital en Phoenix, después de pasar 52 minutos sin respirar tras caer en una piscina.

El niño, llamado Vincent, “dejó de respirar durante 52 minutos”, dijo Mons. Fisher en el lanzamiento en Australia de una nueva biografía sobre el Cardenal George Pell en el Campion College, cerca de Parramatta.

“Sus padres rezaron por la intercesión del Cardenal Pell”, continuó. “El niño sobrevivió y se le retiró el soporte vital sin sufrir daños en el cerebro, los pulmones ni el corazón. Ahora está bien y sus médicos lo consideran un milagro”.

El tío del niño, un sacerdote católico, se puso en contacto con el P. Joseph Hamilton, ex secretario del Cardenal Pell en Roma, para pedirle oraciones durante la hospitalización de aproximadamente 10 días.

El P. Hamilton dijo a The Australian que la familia había conocido al difunto cardenal cuando este visitó Phoenix en diciembre de 2021 para promocionar su Diario en prisión de tres volúmenes, escrito durante sus 13 meses de prisión por abuso sexual infantil, una condena que luego fue revocada por unanimidad por el tribunal más alto de Australia.

El Cardenal Pell también había celebrado una Misa Blanca para profesionales médicos en Phoenix.

El purpurado murió de un paro cardíaco luego de una cirugía de reemplazo de cadera en Roma, el 10 de enero de 2023. Tenía 81 años.

La Iglesia Católica suele esperar un mínimo de cinco años tras el fallecimiento para considerar la apertura de una causa de beatificación. Una vez abierto el proceso —que puede durar años, décadas o incluso más—, se necesita un milagro verificado para declarar a una persona “beata”, el último paso antes de que pueda ser canonizada.

La Iglesia somete los milagros presentados en una causa de beatificación a un riguroso escrutinio y examen por parte de profesionales médicos, para excluir cualquier razón natural o científica de curación, antes de declararlos milagros obtenidos a través de la intercesión orante de un hombre o una mujer virtuosos.

Roberto Van Troi Ramírez Garza ha ejercido seis años como médico cirujano hasta que una paciente a punto de fallecer le dijo que debía ser sacerdote: «Jesús me decía: ‘Deja todo, ven y sígueme’»


A la izquierda el P. Roberto Van Troi después de un procedimiento como estudiante y a la derecha celebrando una Misa / Foto: P. Roberto Van Troi Ramírez Garza - Parroquia San Bernardo de Claraval

Camino Católico.- Roberto Van Troi Ramírez Garza cuenta a ACI Prensa que, desde los seis años, sabía que quería dedicarse a la medicina. Su vocación profesional era tan clara que no le costó nada estudiar tres años para ser técnico en rehabilitación, luego seis años en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Nuevo León en México, y cuatro años más de especialidad en cirugía general, una rama que ejerció durante seis años.

Menciona que en una ocasión, con la intención de fortalecer su relación de pareja en aquel entonces, Roberto y su novia acudieron a un consejero de noviazgos, donde le recomendaron asistir a Misa todos los días. Aunque al principio le pareció una idea difícil, recuerda que, ante la crisis con su pareja, pensó: “ya intentamos todo, ya intenté todo y no puedo arreglar esto”, por lo que decidió asistir a la Eucaristía. 

Fue el 5 de diciembre de 2002 cuando experimentó un cambio profundo: “ese día cambió mi vida”, recuerda con alegría. 

A partir de ese momento, la Misa se convirtió en parte de su vida diaria. Señala que gracias a esa actividad “creí en Él, confié en Él, me abandoné en Él”. Aunque en un principio pensó que esto ayudaría a salvar su relación, finalmente terminó con su novia. Sin embargo, continuó asistiendo a Misa y su fe siguió creciendo.

En una ocasión, sintió que la homilía le hablaba directamente a él. Esto lo impulsó a profundizar en su fe: se inscribió en estudios bíblicos, leía libros sobre espiritualidad, se unió a la adoración nocturna y a un grupo de profesionales que visitaban enfermos, además de estudiar Teología a distancia, todo mientras ejercía su profesión con entusiasmo.

Recuerda que, aunque algunos de sus pacientes le decían que veían en él “el rostro de Cristo”, se sentía plenamente realizado como médico. No obstante, un momento especial fue cuando comenzó a acompañar a la madre de un amigo de la infancia en su proceso de cáncer. Dos semanas antes de su fallecimiento, ella le dijo: “A lo mejor soy un ángel que vengo a decirte eso”, sugiriendo que su destino estaba en el sacerdocio.

Cinco años después de su primer encuentro profundo con Jesús —cuando comenzó a ir a Misa diaria—, ingresó en 2007 al Seminario Arquidiocesano de Monterrey con 35 años. Finalmente, en agosto de 2017, fue ordenado sacerdote.

A pesar de haber renunciado a su carrera médica, asegura que no fue una decisión difícil, porque, aunque “nunca quise ser sacerdote, cuando me preguntan que si necesité mucho valor para dejar todo, les digo: más valor necesitaba para seguir”.

Desde niño había soñado con ser médico, pero con el tiempo comprendió que Dios tenía otros planes para él. “Yo no decidí, esto era mi llamado, entonces yo sólo]estoy aquí respondiendo”, explica que fue esa certeza la que lo llevó a entregarse por completo. 

“Jesús me decía: ‘Deja todo, ven y sígueme’. Es increíble, yo todavía no lo entiendo. Estoy feliz, estoy contento”, afirma, convencido de que Dios lo eligió.

Palabra de Vida 30/3/2025: «Volviendo sobre sí mismo» / Por P. Jesús Higueras

Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 30 de marzo de 2025, domingo de la 4ª semana de Cuaresma, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.

Evangelio: San Lucas 15, 1-3. 11-32:

En aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo esta parábola:

«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte que me toca de la fortuna».

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.

Recapacitando entonces, se dijo:

“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.

Volviendo sobre sí mismo, se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.

Su hijo le dijo:

«Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo».

Pero el padre dijo a sus criados:

«Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.»

Y empezaron a celebrar el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo.

Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.

Este le contestó:

«Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud».

Él se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Entonces él respondió a su padre:

«Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado».

El padre le dijo:

«Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado»».

Homilía del Evangelio del domingo: Al celebrar el sacramento de la reconciliación Dios renueva nuestra comunión con Él y la condición de hijos suyos, nos libera de la esclavitud del pecado y todo se llena de vida desbordante / Por P. José María Prats

* «Hay quien opina que el hijo pródigo tuvo poco mérito, que sólo emprendió el viaje de regreso movido por el interés tras experimentar el hambre y la desgracia. Esto no es verdad: hubo un gran mérito, el mérito de reconocer su equivocación, humillarse, pedir perdón, atreverse a romper los vínculos con el pasado e iniciar una nueva vida. Muchos, desde la ceguera del orgullo, son incapaces de dar este paso y viven empeñados en demostrarse a sí mismos una y otra vez que todo lo han hecho bien, que los culpables son otros, que son víctimas inocentes de la maldad ajena y de la indiferencia de Dios»

Domingo IV de Cuaresma - C

Josué 5, 9a.10-12  /  Salmo 33  /  2 Corintios 5, 17-21  /  San Lucas 15, 1-3.11-32

P. José María Prats / Camino Católico.- La parábola del hijo pródigo es uno de los relatos más bellos y más ricos de la Biblia y de la literatura universal, un relato que nos habla de la condición humana y del amor incondicional de Dios, del pecado y del arrepentimiento, del llanto y de la alegría desbordante, de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser.

Al comenzar a leerla, llama mucho la atención el maltrato del hijo menor hacia su padre y la reacción de éste. Pedirle al padre la parte que le toca de la herencia antes de su muerte es como decirle que para él ya ha fallecido, que sólo le interesa su dinero y no desea seguir manteniendo ningún vínculo con él. Y ante esta ofensa brutal, el padre, simplemente, «les repartió los bienes». Es el misterio de la libertad del ser humano: a Dios –representado en el padre de la parábola– se le remueven las entrañas cuando, seducidos por el mal, nos alejamos de Él, pero respeta nuestra libertad porque nos ha creado para participar de su amor, y el amor es necesariamente una opción libre.

A continuación ocurre lo que todos sabemos: romper la comunión con Dios es separarse de la fuente de la vida y caminar hacia la propia destrucción, como la rama que, desgajada del tronco, va perdiendo verdor hasta secarse por completo. La imagen del hijo menor cuidando cerdos es una estampa muy elocuente de las consecuencias de una vida separada de Dios «en un país lejano».

Pero a este drama le sigue el milagro del reconocimiento humilde de la equivocación, de la ofensa cometida y de la bondad del padre, que seguro que estará dispuesto a acoger a un hijo ingrato y rebelde, al menos, como a uno de sus jornaleros.

El encuentro tras el retorno es emocionante y supone para el hijo menor el descubrimiento del amor sin medida del padre, que había permanecido hasta entonces velado para él. «Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió», es decir, la preocupación por su hijo y el deseo de su retorno no habían desaparecido ni un solo instante de su corazón: estaba siempre esperando con los ojos fijos en el horizonte, y cuando finalmente apareció la figura de su hijo «se conmovió», corrió a abrazarle, lo besó y se alegró hasta el punto de hacer matar el ternero cebado reservado para las más grandes ocasiones.

Hay una triple investidura muy importante y cargada de significados: el mejor traje, el anillo y las sandalias. El mejor traje representa la dignidad de hijo de Dios que ha sido recuperada; el anillo es un símbolo de la restauración de la alianza y del nuevo compromiso de vida en común entre Padre e hijo; y las sandalias representan la liberación de la esclavitud del pecado que nos otorga la gracia de Dios recuperada. En el mundo antiguo los esclavos iban descalzos, solamente los hombres libres iban calzados. Por ello las sandalias son un símbolo de libertad.

Cada vez que celebramos el sacramento de la reconciliación revivimos esta historia: al regresar a casa con un corazón contrito y humillado Dios nos recibe con los brazos abiertos, renueva nuestra comunión con Él y nuestra condición de hijos suyos, nos libera de la esclavitud del pecado y todo se llena de alegría y de vida desbordante. No es posible celebrar bien este sacramento y no experimentar esta alegría y esta libertad y poder renovados.

Hay quien opina que el hijo pródigo tuvo poco mérito, que sólo emprendió el viaje de regreso movido por el interés tras experimentar el hambre y la desgracia. Esto no es verdad: hubo un gran mérito, el mérito de reconocer su equivocación, humillarse, pedir perdón, atreverse a romper los vínculos con el pasado e iniciar una nueva vida. Muchos, desde la ceguera del orgullo, son incapaces de dar este paso y viven empeñados en demostrarse a sí mismos una y otra vez que todo lo han hecho bien, que los culpables son otros, que son víctimas inocentes de la maldad ajena y de la indiferencia de Dios. Y, mientras tanto, ahí siguen, esperando, el mejor traje, el anillo, las sandalias, el abrazo del Padre y la alegría desbordante.

P. José María Prats


Evangelio

En aquel tiempo, viendo que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Jesús para oírle, los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: 

«Este acoge a los pecadores y come con ellos». 

Entonces les dijo esta parábola. 

«Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: ‘Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde’. Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y entrando en sí mismo, dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’. Y, levantándose, partió hacia su padre.

»Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado’. Y comenzaron la fiesta.

»Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano’. Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!’ Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado’».

San Lucas 15, 1-3.11-32

Dios solo sabe amar y espera eterna y pacientemente que regresemos a casa / Por P. Carlos García Malo

 


Tony Vargas encontró a Cristo atendiendo a reclusos en la cárcel y tras más de 20 años se confesó: «Es el preso quien me revela el verdadero rostro de Jesús; fue como si una carga enorme desapareciera de mis hombros»


Tony Vargas junto a su mascota Max / Foto: Cortesía de Tony Vargas

* «Uno de los momentos que más me marcó fue cuando un preso me dijo: ‘Hermano Tony, nosotros aquí en la cárcel estamos más cerca de Dios que muchos afuera. Porque aquí hemos tenido que enfrentar nuestra verdad’... Descubrí otra cara de la fe, una que era real y vivencial. En ese escenario, era imposible seguir resistiéndome a la presencia de Dios… He visto a personas hacer una transformación de 180 grados. Pasaron de ser individuos antisociales, a buscar hacer el bien. Algunos han estudiado derecho para defenderse y ayudar a otros. Otros se dedican al arte o la música. La fe les da una razón para cambiar… Al final, es Dios quien toca los corazones de los reclusos, y por eso hay que orar por ellos, pedir a Dios que los transforme y los acompañe en su camino de conversión ya es un primer paso. Si logramos que salgan mejores de lo que entraron, habremos cumplido nuestra misión» 

Camino Católico.- Antonio “Tony” Vargas Tenorio encontró a Cristo en un lugar inesperado: el penal de Lurigancho, uno de los más grandes y poblados del Perú. Lo que empezó como un servicio profesional de rehabilitación física que prestó como fisioterapeuta terminó transformándose en una misión de vida.

A sus 57 años y con más de dos décadas en la pastoral carcelaria de la Diócesis de Chosica, sufragánea de la Arquidiócesis de Lima, reconoce que ha sido él quien ha recibido la mayor enseñanza: “Es el preso quien me revela el verdadero rostro de Jesús”, afirma en una entrevista con  ACI Prensa.

Tony Vargas realizando una actividad con los presos en el patio del pabellón 14 del Establecimiento Penitenciario Lurigancho / Foto: Cortesía de Tony Vargas

Un camino lejos de la fe

Criado en una familia católica en Chachapoyas, Amazonas, Tony conoció de cerca la Iglesia Católica en su niñez: fue acólito, sacristán y cantó en el coro. Sin embargo, al mudarse a Lima a los 16 años, tomó un rumbo distinto. “He pasado por episodios de intensa cercanía con la Iglesia y otros de total distancia. Desde mis 16 hasta mis 40, te diría que unos 20 años estuve lejos de la fe”, confiesa.

Tony recuerda que, aunque tenía todo lo que se supone que da felicidad, sentía un vacío que no lograba llenar. “Había dinero, había éxito, pero no había paz. Siempre estaba buscando algo más y no sabía qué era”, admite.

“Viví amargado, tratando de hacer todo lo contrario a lo que enseña la fe. No hacía maldades, pero sí era muy despectivo y discriminador”, añade.

Primera foto de Tony en el servicio de salud / Foto: Cortesía de Tony Vargas

El llamado inesperado: la religiosa que lo acercó a Dios

Tony forma parte de la pastoral carcelaria desde el 10 de marzo de 1999, pero durante muchos años veía su labor asistencial como algo meramente social. “Atendía a los que nadie quería atender: los enfermos, los ancianos. No lo hacía por fe, sino por sentir que mi trabajo era útil”.

Durante varios años, sin fe e inmerso en el activismo social, dio tratamiento en las cárceles a adultos mayores, pacientes de VIH, y TBC, así como otros con problemas de drogas y conductas antisociales.

“Yo serví años en el penal de Lurigancho sin fe. Servía porque sentía que les hacía bien a los demás que yo estuviera ahí. Veía que aliviaban su dolor, que se sentían bien con mi presencia, porque nadie más se preocupaba por ellos. Pero, en el fondo, también era orgullo de sentirme importante”, confiesa.

El penal de Lurigancho, uno de los más grandes del país, enfrenta un grave problema de hacinamiento, operando a más del 500% de su capacidad, según datos recientes de la Unidad Estadística del Instituto Nacional Penitenciario (INPE). Esta crisis refleja una situación alarmante en el sistema penitenciario, donde 50 de los 69 establecimientos presentan niveles críticos de sobrepoblación. Casos extremos como los penales de Jaén y Abancay, que superan el 500% de hacinamiento, evidencian la urgencia de medidas para aliviar esta problemática.

Personas privadas de libertad y la hermana Ana Marzolo en el medio, en el año 2015 / Foto: Cortesía de Tony Vargas

El giro en la vida de Tony llegó con un encuentro providencial, cuando conoció a la hermana Ana Marzolo Fenoglio, Misionera de la Sociedad de María, quien llevaba décadas trabajando con presos. “Ella tenía ese don para leer a las personas. Tras pocas palabras, se dio cuenta de cuán resentido con la vida estaba”, recuerda Tony.

Un día, la religiosa lo invitó a participar en un taller de sanación emocional dirigido a presos. “Al principio me negué. Pensaba: 'No voy a ir a ese barrio peligroso de San Juan de Lurigancho donde la hermana vivía'. Pero ella insistía. Incluso un preso desde el penal me llamaba para recordarme que fuera. Finalmente, fui sólo para que me dejaran en paz”.

“En la cárcel estamos más cerca de Dios que muchos afuera”

Lo que encontró en aquella reunión lo desarmó y cambió su perspectiva de vida por completo. “Nunca había sentido algo así. Hice terapia antes, pero ningún grupo me había servido tanto. Me sentí como en casa”. Poco a poco, la resistencia se transformó en interés, y después en compromiso.

“Durante todo el tiempo que estuve apartado de la fe, de Dios, lo único que hacía que mantenía una conexión con la Iglesia, era el Señor de los Milagros. Desde que llegué a Lima hasta hoy, nunca falté a una procesión. Me conmovía profundamente. Después me decía a mí mismo: ‘¡Qué tonto! Te has puesto a llorar en la procesión como si hubiera algo…’. Pero era un momento de profundo encuentro con alguien, aunque no sabía qué pasaba.  Desde siempre me ha sostenido, pero yo no lo veía”, relata.

Procesión Señor de los Milagros 2014 dentro del penal / Foto: Cortesía de Tony Vargas

Cuando él finalmente ingresó al penal de Lurigancho a partir de la invitación de la Hna. Ana, el impacto fue inmediato. “Había 11.000 presos en un penal diseñado para 3.000. Era una locura. Pero llegué hasta donde ella me había indicado y pasé una mañana extraordinaria”, nos cuenta.

Para Tony, el trato diario con los reclusos lo fue transformando, porque desde entonces empezó a visitar con frecuencia y no sólo una vez a la semana. “A partir de ahí, sentí que algo me había atrapado. Solo esperaba que llegara el día en que debía ir. Reorganicé mi horario de trabajo para tener libre un día de la semana y poder estar ahí”, recuerda.

“Me di cuenta de que los presos me enseñaban mucho más de lo que yo podía ofrecerles. Con sus testimonios de vida, me mostraban aspectos de mí mismo que hasta entonces no había visto”, asegura.

“Uno de los momentos que más me marcó fue cuando un preso me dijo: ‘Hermano Tony, nosotros aquí en la cárcel estamos más cerca de Dios que muchos afuera. Porque aquí hemos tenido que enfrentar nuestra verdad’”. Estas palabras comenzaron a cambiar su interior.

Tony presidiendo una reunión de formación para las personas privadas de libertad, año 2013 / Foto: Cortesía de Tony Vargas

El sacerdote que lo reconcilió con la Iglesia

En 2011, la llegada del P. Norbert Nicolai, un sacerdote alemán, cambió su percepción de la Iglesia. “Mi problema no era con Dios, sino con la institución. Pero el P. Norbert era distinto: no solo predicaba, sino que caminaba con la gente, se ensuciaba los zapatos”.

Fue con él que Tony volvió a asistir a Misa, específicamente a la Eucaristía dominical en la capilla del penal. “Descubrí otra cara de la fe, una que era real y vivencial. En ese escenario, era imposible seguir resistiéndome a la presencia de Dios”. Finalmente, tras más de dos décadas, se confesó y volvió a comulgar. “Sentir que estaba en comunión con Dios fue una experiencia maravillosa”.

Recuerda con emoción el día en que se arrodilló después de comulgar: “Era como si una carga enorme desapareciera de mis hombros. Sentí que Dios me decía: ‘Bienvenido de vuelta”.

Tony y el P. Norbert Nikolai (vestimenta negra) / Foto: Cortesía de Tony Vargas

La pastoral carcelaria: más que consuelo espiritual

Desde 2009 hasta finales de 2024, Tony ha sido coordinador de la pastoral carcelaria en Lurigancho. El equipo pastoral empezó con 14 personas y el año pasado ya eran 32, con la posibilidad de aumentar en número. “Nuestra labor es recordarles a los presos que son hijos de Dios y que pueden reconstruir sus vidas. No los vemos como 'pobrecitos', sino como personas responsables de su destino”.

Más allá de la ayuda espiritual, la pastoral enfrenta los problemas estructurales del sistema penitenciario latinoamericano. “Las prisiones están desbordadas. La sobrepoblación y la falta de recursos golpean sobre todo a los enfermos y adultos mayores”, explica. Sin embargo, el enfoque no es asistencialista. “Nosotros acompañamos, pero también exigimos responsabilidad”.

Testimonios de transformación

En sus más de 20 años en Lurigancho, Tony ha presenciado cambios profundos en los reclusos, que han encontrado un propósito de vida. “He visto a personas hacer una transformación de 180 grados. Pasaron de ser individuos antisociales, a buscar hacer el bien”.

“Algunos han estudiado derecho para defenderse y ayudar a otros. Otros se dedican al arte o la música. La fe les da una razón para cambiar”, agrega.

Segundo Retiro Emaús / Foto: INPE

Para Tony, esto es un claro ejemplo de cómo actúa Dios, aun cuando las personas no lo reconozcan. “Son personas que viven una fe sin saberlo. Solo les falta ponerle un nombre. No puedes hacer el bien si no hay un amor que te guíe, y ese amor es el de Dios”.

Curiosamente, estas historias de transformación no provienen de personas que fueran asiduas a la iglesia. “No eran misioneros ni del coro, simplemente acudían a la capellanía, hablaban y compartían. A lo largo de los años, he visto cómo agentes pastorales como yo, más de 60 con los que he trabajado en este tiempo, han acompañado y cambiado vidas dentro del penal”, asegura.

Descubriendo el Evangelio en las cárceles

Tony también ha aprendido lecciones profundas de los internos. “He aprendido a valorar a la familia. Yo no era muy apegado, pero con los privados de libertad entendí lo importante que es tener una familia que te sostiene y te contiene”, confiesa.

Además, destacó la capacidad de los reclusos para luchar contra la adversidad, una fortaleza que ha sido testigo de innumerables historias de transformación.

“Otro de los mayores aprendizajes que ha obtenido en este servicio es que el centro del mundo no soy yo”, agrega.

Tercer Retiro Emaús / Foto: INPE

“Al preso hay que mirarlo a los ojos”

Para Tony, la pastoral carcelaria comienza con reconocer la humanidad del otro. “Una regla que aprendí desde que entré y que he transmitido a todos los agentes es que el preso es una persona. Hay que mirarlo a los ojos, sonreírle si sonríe, saludarlo. Si entras con miedo, él se dará cuenta, y si tienes miedo de alguien, ya tienes una idea preconcebida sobre esa persona. Sonreír, recordar los nombres, mostrar interés genuino. Si no vas por ellos, entonces vas por ti. Saludar, dar la mano… “.

Destaca que este servicio no es para todos, pero es una labor profundamente arraigada en la fe. “La pastoral carcelaria es un espacio privilegiado para servir desde la fe en Dios. Siempre hacen falta manos. No es para todos; requiere habilidades y condiciones particulares, pero lo que realmente mueve a quienes la realizan es el amor a Dios y al prójimo”.

Los internos de psiquiatría / Foto: Cortesía de Tony Vargas

Además, recalca que la ayuda no termina en los muros del penal. “El servicio de la pastoral carcelaria también continúa afuera. Los presos tienen familias, enfrentan necesidades y requieren apoyo para reconstruir sus vidas”. 

Pero Tony reconoce que, “al final, es Dios quien toca los corazones de los reclusos, y por eso hay que orar por ellos, pedir a Dios que los transforme y los acompañe en su camino de conversión ya es un primer paso. Si logramos que salgan mejores de lo que entraron, habremos cumplido nuestra misión”.

Vía Crucis del 2014 en el penal / Foto: Cortesía de Tony Vargas