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domingo, 30 de marzo de 2025

Mons. Anthony Fisher, Arzobispo de Sydney, atribuye a la intercesión del Cardenal Pell la recuperación milagrosa de un niño de 18 meses que «dejó de respirar durante 52 minutos tras caer a una piscina»

                      

Cardenal Deorge Pell

* «Sus padres rezaron por la intercesión del Cardenal Pell y el niño sobrevivió y se le retiró el soporte vital sin sufrir daños en el cerebro, los pulmones ni el corazón. Ahora está bien y sus médicos lo consideran un milagro» 

Camino Católico.-  Mons. Anthony Fisher, Arzobispo de Sydney (Australia), atribuyó esta semana la supervivencia aparentemente milagrosa de un niño de Arizona (Estados Unidos) a la intercesión del fallecido Cardenal australiano George Pell.

Según el periódico The Australian, Mons. Fisher dijo en un evento de presentación de libros el 26 de marzo que se había enterado de que un niño de 18 meses había sido dado de alta de un hospital en Phoenix, después de pasar 52 minutos sin respirar tras caer en una piscina.

El niño, llamado Vincent, “dejó de respirar durante 52 minutos”, dijo Mons. Fisher en el lanzamiento en Australia de una nueva biografía sobre el Cardenal George Pell en el Campion College, cerca de Parramatta.

“Sus padres rezaron por la intercesión del Cardenal Pell”, continuó. “El niño sobrevivió y se le retiró el soporte vital sin sufrir daños en el cerebro, los pulmones ni el corazón. Ahora está bien y sus médicos lo consideran un milagro”.

El tío del niño, un sacerdote católico, se puso en contacto con el P. Joseph Hamilton, ex secretario del Cardenal Pell en Roma, para pedirle oraciones durante la hospitalización de aproximadamente 10 días.

El P. Hamilton dijo a The Australian que la familia había conocido al difunto cardenal cuando este visitó Phoenix en diciembre de 2021 para promocionar su Diario en prisión de tres volúmenes, escrito durante sus 13 meses de prisión por abuso sexual infantil, una condena que luego fue revocada por unanimidad por el tribunal más alto de Australia.

El Cardenal Pell también había celebrado una Misa Blanca para profesionales médicos en Phoenix.

El purpurado murió de un paro cardíaco luego de una cirugía de reemplazo de cadera en Roma, el 10 de enero de 2023. Tenía 81 años.

La Iglesia Católica suele esperar un mínimo de cinco años tras el fallecimiento para considerar la apertura de una causa de beatificación. Una vez abierto el proceso —que puede durar años, décadas o incluso más—, se necesita un milagro verificado para declarar a una persona “beata”, el último paso antes de que pueda ser canonizada.

La Iglesia somete los milagros presentados en una causa de beatificación a un riguroso escrutinio y examen por parte de profesionales médicos, para excluir cualquier razón natural o científica de curación, antes de declararlos milagros obtenidos a través de la intercesión orante de un hombre o una mujer virtuosos.

Roberto Van Troi Ramírez Garza ha ejercido seis años como médico cirujano hasta que una paciente a punto de fallecer le dijo que debía ser sacerdote: «Jesús me decía: ‘Deja todo, ven y sígueme’»


A la izquierda el P. Roberto Van Troi después de un procedimiento como estudiante y a la derecha celebrando una Misa / Foto: P. Roberto Van Troi Ramírez Garza - Parroquia San Bernardo de Claraval

Camino Católico.- Roberto Van Troi Ramírez Garza cuenta a ACI Prensa que, desde los seis años, sabía que quería dedicarse a la medicina. Su vocación profesional era tan clara que no le costó nada estudiar tres años para ser técnico en rehabilitación, luego seis años en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Nuevo León en México, y cuatro años más de especialidad en cirugía general, una rama que ejerció durante seis años.

Menciona que en una ocasión, con la intención de fortalecer su relación de pareja en aquel entonces, Roberto y su novia acudieron a un consejero de noviazgos, donde le recomendaron asistir a Misa todos los días. Aunque al principio le pareció una idea difícil, recuerda que, ante la crisis con su pareja, pensó: “ya intentamos todo, ya intenté todo y no puedo arreglar esto”, por lo que decidió asistir a la Eucaristía. 

Fue el 5 de diciembre de 2002 cuando experimentó un cambio profundo: “ese día cambió mi vida”, recuerda con alegría. 

A partir de ese momento, la Misa se convirtió en parte de su vida diaria. Señala que gracias a esa actividad “creí en Él, confié en Él, me abandoné en Él”. Aunque en un principio pensó que esto ayudaría a salvar su relación, finalmente terminó con su novia. Sin embargo, continuó asistiendo a Misa y su fe siguió creciendo.

En una ocasión, sintió que la homilía le hablaba directamente a él. Esto lo impulsó a profundizar en su fe: se inscribió en estudios bíblicos, leía libros sobre espiritualidad, se unió a la adoración nocturna y a un grupo de profesionales que visitaban enfermos, además de estudiar Teología a distancia, todo mientras ejercía su profesión con entusiasmo.

Recuerda que, aunque algunos de sus pacientes le decían que veían en él “el rostro de Cristo”, se sentía plenamente realizado como médico. No obstante, un momento especial fue cuando comenzó a acompañar a la madre de un amigo de la infancia en su proceso de cáncer. Dos semanas antes de su fallecimiento, ella le dijo: “A lo mejor soy un ángel que vengo a decirte eso”, sugiriendo que su destino estaba en el sacerdocio.

Cinco años después de su primer encuentro profundo con Jesús —cuando comenzó a ir a Misa diaria—, ingresó en 2007 al Seminario Arquidiocesano de Monterrey con 35 años. Finalmente, en agosto de 2017, fue ordenado sacerdote.

A pesar de haber renunciado a su carrera médica, asegura que no fue una decisión difícil, porque, aunque “nunca quise ser sacerdote, cuando me preguntan que si necesité mucho valor para dejar todo, les digo: más valor necesitaba para seguir”.

Desde niño había soñado con ser médico, pero con el tiempo comprendió que Dios tenía otros planes para él. “Yo no decidí, esto era mi llamado, entonces yo sólo]estoy aquí respondiendo”, explica que fue esa certeza la que lo llevó a entregarse por completo. 

“Jesús me decía: ‘Deja todo, ven y sígueme’. Es increíble, yo todavía no lo entiendo. Estoy feliz, estoy contento”, afirma, convencido de que Dios lo eligió.

Tony Vargas encontró a Cristo atendiendo a reclusos en la cárcel y tras más de 20 años se confesó: «Es el preso quien me revela el verdadero rostro de Jesús; fue como si una carga enorme desapareciera de mis hombros»


Tony Vargas junto a su mascota Max / Foto: Cortesía de Tony Vargas

* «Uno de los momentos que más me marcó fue cuando un preso me dijo: ‘Hermano Tony, nosotros aquí en la cárcel estamos más cerca de Dios que muchos afuera. Porque aquí hemos tenido que enfrentar nuestra verdad’... Descubrí otra cara de la fe, una que era real y vivencial. En ese escenario, era imposible seguir resistiéndome a la presencia de Dios… He visto a personas hacer una transformación de 180 grados. Pasaron de ser individuos antisociales, a buscar hacer el bien. Algunos han estudiado derecho para defenderse y ayudar a otros. Otros se dedican al arte o la música. La fe les da una razón para cambiar… Al final, es Dios quien toca los corazones de los reclusos, y por eso hay que orar por ellos, pedir a Dios que los transforme y los acompañe en su camino de conversión ya es un primer paso. Si logramos que salgan mejores de lo que entraron, habremos cumplido nuestra misión» 

Camino Católico.- Antonio “Tony” Vargas Tenorio encontró a Cristo en un lugar inesperado: el penal de Lurigancho, uno de los más grandes y poblados del Perú. Lo que empezó como un servicio profesional de rehabilitación física que prestó como fisioterapeuta terminó transformándose en una misión de vida.

A sus 57 años y con más de dos décadas en la pastoral carcelaria de la Diócesis de Chosica, sufragánea de la Arquidiócesis de Lima, reconoce que ha sido él quien ha recibido la mayor enseñanza: “Es el preso quien me revela el verdadero rostro de Jesús”, afirma en una entrevista con  ACI Prensa.

Tony Vargas realizando una actividad con los presos en el patio del pabellón 14 del Establecimiento Penitenciario Lurigancho / Foto: Cortesía de Tony Vargas

Un camino lejos de la fe

Criado en una familia católica en Chachapoyas, Amazonas, Tony conoció de cerca la Iglesia Católica en su niñez: fue acólito, sacristán y cantó en el coro. Sin embargo, al mudarse a Lima a los 16 años, tomó un rumbo distinto. “He pasado por episodios de intensa cercanía con la Iglesia y otros de total distancia. Desde mis 16 hasta mis 40, te diría que unos 20 años estuve lejos de la fe”, confiesa.

Tony recuerda que, aunque tenía todo lo que se supone que da felicidad, sentía un vacío que no lograba llenar. “Había dinero, había éxito, pero no había paz. Siempre estaba buscando algo más y no sabía qué era”, admite.

“Viví amargado, tratando de hacer todo lo contrario a lo que enseña la fe. No hacía maldades, pero sí era muy despectivo y discriminador”, añade.

Primera foto de Tony en el servicio de salud / Foto: Cortesía de Tony Vargas

El llamado inesperado: la religiosa que lo acercó a Dios

Tony forma parte de la pastoral carcelaria desde el 10 de marzo de 1999, pero durante muchos años veía su labor asistencial como algo meramente social. “Atendía a los que nadie quería atender: los enfermos, los ancianos. No lo hacía por fe, sino por sentir que mi trabajo era útil”.

Durante varios años, sin fe e inmerso en el activismo social, dio tratamiento en las cárceles a adultos mayores, pacientes de VIH, y TBC, así como otros con problemas de drogas y conductas antisociales.

“Yo serví años en el penal de Lurigancho sin fe. Servía porque sentía que les hacía bien a los demás que yo estuviera ahí. Veía que aliviaban su dolor, que se sentían bien con mi presencia, porque nadie más se preocupaba por ellos. Pero, en el fondo, también era orgullo de sentirme importante”, confiesa.

El penal de Lurigancho, uno de los más grandes del país, enfrenta un grave problema de hacinamiento, operando a más del 500% de su capacidad, según datos recientes de la Unidad Estadística del Instituto Nacional Penitenciario (INPE). Esta crisis refleja una situación alarmante en el sistema penitenciario, donde 50 de los 69 establecimientos presentan niveles críticos de sobrepoblación. Casos extremos como los penales de Jaén y Abancay, que superan el 500% de hacinamiento, evidencian la urgencia de medidas para aliviar esta problemática.

Personas privadas de libertad y la hermana Ana Marzolo en el medio, en el año 2015 / Foto: Cortesía de Tony Vargas

El giro en la vida de Tony llegó con un encuentro providencial, cuando conoció a la hermana Ana Marzolo Fenoglio, Misionera de la Sociedad de María, quien llevaba décadas trabajando con presos. “Ella tenía ese don para leer a las personas. Tras pocas palabras, se dio cuenta de cuán resentido con la vida estaba”, recuerda Tony.

Un día, la religiosa lo invitó a participar en un taller de sanación emocional dirigido a presos. “Al principio me negué. Pensaba: 'No voy a ir a ese barrio peligroso de San Juan de Lurigancho donde la hermana vivía'. Pero ella insistía. Incluso un preso desde el penal me llamaba para recordarme que fuera. Finalmente, fui sólo para que me dejaran en paz”.

“En la cárcel estamos más cerca de Dios que muchos afuera”

Lo que encontró en aquella reunión lo desarmó y cambió su perspectiva de vida por completo. “Nunca había sentido algo así. Hice terapia antes, pero ningún grupo me había servido tanto. Me sentí como en casa”. Poco a poco, la resistencia se transformó en interés, y después en compromiso.

“Durante todo el tiempo que estuve apartado de la fe, de Dios, lo único que hacía que mantenía una conexión con la Iglesia, era el Señor de los Milagros. Desde que llegué a Lima hasta hoy, nunca falté a una procesión. Me conmovía profundamente. Después me decía a mí mismo: ‘¡Qué tonto! Te has puesto a llorar en la procesión como si hubiera algo…’. Pero era un momento de profundo encuentro con alguien, aunque no sabía qué pasaba.  Desde siempre me ha sostenido, pero yo no lo veía”, relata.

Procesión Señor de los Milagros 2014 dentro del penal / Foto: Cortesía de Tony Vargas

Cuando él finalmente ingresó al penal de Lurigancho a partir de la invitación de la Hna. Ana, el impacto fue inmediato. “Había 11.000 presos en un penal diseñado para 3.000. Era una locura. Pero llegué hasta donde ella me había indicado y pasé una mañana extraordinaria”, nos cuenta.

Para Tony, el trato diario con los reclusos lo fue transformando, porque desde entonces empezó a visitar con frecuencia y no sólo una vez a la semana. “A partir de ahí, sentí que algo me había atrapado. Solo esperaba que llegara el día en que debía ir. Reorganicé mi horario de trabajo para tener libre un día de la semana y poder estar ahí”, recuerda.

“Me di cuenta de que los presos me enseñaban mucho más de lo que yo podía ofrecerles. Con sus testimonios de vida, me mostraban aspectos de mí mismo que hasta entonces no había visto”, asegura.

“Uno de los momentos que más me marcó fue cuando un preso me dijo: ‘Hermano Tony, nosotros aquí en la cárcel estamos más cerca de Dios que muchos afuera. Porque aquí hemos tenido que enfrentar nuestra verdad’”. Estas palabras comenzaron a cambiar su interior.

Tony presidiendo una reunión de formación para las personas privadas de libertad, año 2013 / Foto: Cortesía de Tony Vargas

El sacerdote que lo reconcilió con la Iglesia

En 2011, la llegada del P. Norbert Nicolai, un sacerdote alemán, cambió su percepción de la Iglesia. “Mi problema no era con Dios, sino con la institución. Pero el P. Norbert era distinto: no solo predicaba, sino que caminaba con la gente, se ensuciaba los zapatos”.

Fue con él que Tony volvió a asistir a Misa, específicamente a la Eucaristía dominical en la capilla del penal. “Descubrí otra cara de la fe, una que era real y vivencial. En ese escenario, era imposible seguir resistiéndome a la presencia de Dios”. Finalmente, tras más de dos décadas, se confesó y volvió a comulgar. “Sentir que estaba en comunión con Dios fue una experiencia maravillosa”.

Recuerda con emoción el día en que se arrodilló después de comulgar: “Era como si una carga enorme desapareciera de mis hombros. Sentí que Dios me decía: ‘Bienvenido de vuelta”.

Tony y el P. Norbert Nikolai (vestimenta negra) / Foto: Cortesía de Tony Vargas

La pastoral carcelaria: más que consuelo espiritual

Desde 2009 hasta finales de 2024, Tony ha sido coordinador de la pastoral carcelaria en Lurigancho. El equipo pastoral empezó con 14 personas y el año pasado ya eran 32, con la posibilidad de aumentar en número. “Nuestra labor es recordarles a los presos que son hijos de Dios y que pueden reconstruir sus vidas. No los vemos como 'pobrecitos', sino como personas responsables de su destino”.

Más allá de la ayuda espiritual, la pastoral enfrenta los problemas estructurales del sistema penitenciario latinoamericano. “Las prisiones están desbordadas. La sobrepoblación y la falta de recursos golpean sobre todo a los enfermos y adultos mayores”, explica. Sin embargo, el enfoque no es asistencialista. “Nosotros acompañamos, pero también exigimos responsabilidad”.

Testimonios de transformación

En sus más de 20 años en Lurigancho, Tony ha presenciado cambios profundos en los reclusos, que han encontrado un propósito de vida. “He visto a personas hacer una transformación de 180 grados. Pasaron de ser individuos antisociales, a buscar hacer el bien”.

“Algunos han estudiado derecho para defenderse y ayudar a otros. Otros se dedican al arte o la música. La fe les da una razón para cambiar”, agrega.

Segundo Retiro Emaús / Foto: INPE

Para Tony, esto es un claro ejemplo de cómo actúa Dios, aun cuando las personas no lo reconozcan. “Son personas que viven una fe sin saberlo. Solo les falta ponerle un nombre. No puedes hacer el bien si no hay un amor que te guíe, y ese amor es el de Dios”.

Curiosamente, estas historias de transformación no provienen de personas que fueran asiduas a la iglesia. “No eran misioneros ni del coro, simplemente acudían a la capellanía, hablaban y compartían. A lo largo de los años, he visto cómo agentes pastorales como yo, más de 60 con los que he trabajado en este tiempo, han acompañado y cambiado vidas dentro del penal”, asegura.

Descubriendo el Evangelio en las cárceles

Tony también ha aprendido lecciones profundas de los internos. “He aprendido a valorar a la familia. Yo no era muy apegado, pero con los privados de libertad entendí lo importante que es tener una familia que te sostiene y te contiene”, confiesa.

Además, destacó la capacidad de los reclusos para luchar contra la adversidad, una fortaleza que ha sido testigo de innumerables historias de transformación.

“Otro de los mayores aprendizajes que ha obtenido en este servicio es que el centro del mundo no soy yo”, agrega.

Tercer Retiro Emaús / Foto: INPE

“Al preso hay que mirarlo a los ojos”

Para Tony, la pastoral carcelaria comienza con reconocer la humanidad del otro. “Una regla que aprendí desde que entré y que he transmitido a todos los agentes es que el preso es una persona. Hay que mirarlo a los ojos, sonreírle si sonríe, saludarlo. Si entras con miedo, él se dará cuenta, y si tienes miedo de alguien, ya tienes una idea preconcebida sobre esa persona. Sonreír, recordar los nombres, mostrar interés genuino. Si no vas por ellos, entonces vas por ti. Saludar, dar la mano… “.

Destaca que este servicio no es para todos, pero es una labor profundamente arraigada en la fe. “La pastoral carcelaria es un espacio privilegiado para servir desde la fe en Dios. Siempre hacen falta manos. No es para todos; requiere habilidades y condiciones particulares, pero lo que realmente mueve a quienes la realizan es el amor a Dios y al prójimo”.

Los internos de psiquiatría / Foto: Cortesía de Tony Vargas

Además, recalca que la ayuda no termina en los muros del penal. “El servicio de la pastoral carcelaria también continúa afuera. Los presos tienen familias, enfrentan necesidades y requieren apoyo para reconstruir sus vidas”. 

Pero Tony reconoce que, “al final, es Dios quien toca los corazones de los reclusos, y por eso hay que orar por ellos, pedir a Dios que los transforme y los acompañe en su camino de conversión ya es un primer paso. Si logramos que salgan mejores de lo que entraron, habremos cumplido nuestra misión”.

Vía Crucis del 2014 en el penal / Foto: Cortesía de Tony Vargas

Karla Hernández le impactó tanto el testimonio de su novio católico que empezó a acompañarlo a horas eucarísticas y apostolados y a sus 30 años se ha bautizado para vivir como hija de Dios

Karla Hernández se acaba de bautizar este mes de marzo / Foto: Cortesía de Karla Hernández

* «El primer día después de que nos comprometimos fuimos a una hora santa. Oraron por nosotros, por nuestro matrimonio. Sentí tan bonito que empecé a llorar. Se me salían las lágrimas. Ese día le dije a mi novio que sentí el recibimiento. Yo ahora que lo veo, siento que me tardé. Digo: ¿cómo no lo hice antes?» 

Camino Católico.- “Si me hubiera bautizado desde el inicio, a lo mejor no estaría tan cerca de Dios como lo estoy ahora”, comenta Karla Hernández a Yohana Rodríguez en Aleteia, que en esta Cuaresma recibió el bautismo, después de mucho esperar. Ahora se prepara para vivir su primera Pascua como hija de Dios.

Karla Hernández vivió uno de los momentos más felices de su vida al haber aceptado a Jesús. A sus treinta años, pronunció las palabras “sí, renuncio a Satanás” un domingo de Cuaresma, frente a su familia y amigos.

Sus padres, a pesar de ser bautizados católicos, no llevaban una vida practicante, por lo que nunca le hablaron de religión.

En busca de Cristo

Karla siempre había sentido la necesidad de conectar espiritualmente. Se adentró en el mundo de la meditación y el yoga buscando encontrar esa conexión. 

Todo empezó a cambiar cuando, a los 28 años, conoció a su prometido, Omar. Él le platicó que anteriormente se había alejado de la Iglesia Católica, pero a raíz de una fuerte experiencia que vivió en Marruecos, en plena pandemia por Covid, tuvo que recurrir al Creador. “Me dijo que en ese momento se olvidó de todo: la espiritualidad, la meditación y todo. Volvió a hablar y a creer en Dios”. A ella le impactó tanto su testimonio y su vida como católico que empezó a acompañarlo a horas eucarísticas y apostolados.

Karla Hernández con su prometido que la animó a conocer al Señor / Foto: Cortesía de Karla Hernández

Cuando cumplieron dos años de noviazgo, Omar le propuso matrimonio, pero él le comentó que le gustaría casarse por la Iglesia Católica. Ella, sabiendo que no estaba bautizada, se comprometió a realizar los sacramentos, por lo que buscó a su amiga Iliana para que le ayudará a hacer el trámite.

“El primer día después de que nos comprometimos fuimos a una hora santa. Oraron por nosotros, por nuestro matrimonio. Sentí tan bonito que empecé a llorar. Se me salían las lágrimas. Ese día le dije a mi novio que sentí el recibimiento”.

No fue un proceso sencillo para Karla, aunque empezaba a sentir a Dios en su vida, también llegó un momento en donde no sabía si ella estaría haciendo lo correcto al abrazar la fe, siendo que aún no estaba completamente convencida de bautizarse. Su novio Omar la animó para que siguiera adelante y continuaron yendo a Misas, adoraciones y encuentros.

Poco a poco fue construyendo una vida de oración, motivada por los gestos espontáneos de su novio y las horas eucarísticas a las que asistía. Incluso, cuenta que vio la serie “Los Elegidos”, movida por la inquietud de saber más de Jesús.

Su amiga Iliana, ahora su madrina, la llevó a pláticas con distintos sacerdotes para prepararla para recibir los sacramentos, pero por causas ajenas a ella, la fecha de su bautismo tuvo que retrasarse. 

“Le dije a mi novio, ‘¿sabes qué? Ha habido muchas trabas porque se supone que yo me bautizaba desde el año pasado’. Me decía mi amiga: ‘Es el diablo que no quiere que te bautices y está poniendo trabas’. Para ese punto yo ya quería de verdad bautizarme”.

Tuvo que recorrer varias iglesias católicas hasta encontrar a un sacerdote que accediera a administrarle los sacramentos en marzo. Cuando por fin encontró uno y fijaron una fecha para la celebración, sintió gran alegría.

Karla Hernández en el momento de su bautismo esta Cuaresma / Foto: Cortesía de Karla Hernández

Karla describe con felicidad el día de su bautismo. Llegó al templo y, al percatarse de que iba a ser la única que se iba a bautizar, sintió un poco de pena, pero también de orgullo, al saber que lo hacía por amor. “En mi bautismo, sentí la misma emoción que cuando fui al Santísimo la primera vez, sentía que se me iban a salir las lágrimas”.

Después pronunció su renuncia a Satanás para darle la bienvenida a Dios en su corazón y, cuando se acercó a la pila bautismal, mientras caía el agua sobre su frente, le dio gracias al Señor por haberle dado la oportunidad de conocerlo. 

En esa celebración también hizo su Primera Comunión y Confirmación. Al recibir el cuerpo de Cristo, se llenó de alegría. Se sentía bienvenida, perteneciente a un hogar.

Al acabar la celebración, su madre le dijo lo orgullosa que estaba y lo sorprendida de ver el cambio en su vida y el compromiso con la iglesia; ahora podía abrazarla no solo como su hija, sino como hija de Dios. 

Su hermana, que tiene dos hijas pequeñas, sin bautizar, también se acercó y le dio una gran noticia: “Me dan ganas de bautizarlas y que tú seas su madrina”.

Una nueva vida como católica

Este gran amor que ahora conoce y recibe de Dios lo quiere llevar a su futuro matrimonio y sus hijos. Ahora vive en la verdad y le gustaría que los demás se animaran a hacerlo, como lo ha hecho ella.

“Yo ahora que lo veo, siento que me tardé. Digo: ¿cómo no lo hice antes?”

Miguel Fernández Madueño, maestro: «Cada mañana antes de empezar la jornada voy a rezar ante el Sagrario que hay en el colegio y le pido al Señor que me dé luz para obrar según su voluntad»

Miguel Fernández Madueño es maestro de Educación Primaria y Coordinador de Pastoral en el Colegio Jesús Nazareno de Córdoba, perteneciente a la Fundación Diocesana Santos Mártires

Camino Católico.- Miguel Fernández Madueño es maestro de Educación Primaria y Coordinador de Pastoral en el Colegio Jesús Nazareno de Córdoba, perteneciente a la Fundación Diocesana Santos Mártires y asegura a la Diócesis de Córdoba que “en mi colegio disfrutamos del inmenso privilegio que supone tener a Jesús en el Sagrario, y cada mañana antes de empezar la jornada le pido al Señor que me dé luz para obrar según su voluntad”. Este es su testimonio en primera persona:

Mi nombre es Miguel Fernández Madueño, soy esposo de Lucía, maestro de Educación Primaria y Coordinador de Pastoral en el Colegio Jesús Nazareno de Córdoba, perteneciente a la Fundación Diocesana Santos Mártires.

Mi vocación como docente, especialmente en la materia de Religión y como Coordinador de Pastoral, surge de la propia misión a la que me siento llamado de dar a conocer a los niños y jóvenes a Jesús, el Amigo que nunca falla. Y en parte, esta misión es fruto de mi propia experiencia de vida, junto con la necesidad que percibo de transmitir el don de la fe a los más pequeños, como parte fundamental de la sociedad.

Nací en el seno de una familia cristiana, donde hemos tenido como referencia a la Familia de Nazaret. También pasé varios años de formación en el Seminario, que sin duda marcaron de una forma especial mi encuentro con Jesucristo y mi vida como cristiano, al lado de tantos amigos y sacerdotes que el Señor ha puesto en mi camino.

Y, finalmente, mi formación en la Universidad. Cursé mis estudios en el Centro de Magisterio Sagrado Corazón, donde descubrí y afiancé mi vocación como maestro, creciendo mi ilusión por esta gran aventura de la educación. Allí pude disfrutar de las prácticas de carrera en diferentes colegios con ideario católico de nuestra diócesis de Córdoba, y aprender de maestros y profesores enamorados de su profesión. Todas estas experiencias de vida han marcado mi vocación como docente y me han llevado a entregarme a esta misión tan atrevida como apasionante.

En la actualidad, en mi día a día en el colegio, intento llevar a cabo lo que tantas veces escuché de mis profesores de magisterio: <<nuestra misión es enseñar con corazón>>.

Además, en mi colegio disfrutamos del inmenso privilegio que supone tener a Jesús en el Sagrario, y cada mañana antes de empezar la jornada le pido al Señor que me dé luz para obrar según su voluntad. Para mí es fundamental esta visita al Santísimo, e intento con ilusión transmitir a mis alumnos, desde la sencillez de mi testimonio, esta necesidad que siento del encuentro con Jesucristo en el Sagrario o en la Eucaristía.

Todos los cristianos tenemos como meta llegar a la santidad, y en mi caso, como maestro cristiano, mi misión es que todos mis alumnos conozcan un poco más a Jesús y a nuestra Madre, la Virgen María. Para esta tarea, siento que sólo soy un instrumento en las manos de Dios, y me dejo guiar por Él, siendo consciente de que si todo dependiera de mí no llegaría a conseguir nada, pero con Él todo es posible.

Mi experiencia como docente es muy gratificante, viviendo cada día las palabras de Jesucristo: <<dejad que los niños se acerquen a mí>>. Especialmente como Coordinador de Pastoral tengo la posibilidad de trabajar para que mis alumnos conozcan a Jesucristo y logren tener ese encuentro personal con Él, siendo testigo directo de la transformación que este encuentro supone para sus vidas.

A lo largo de estos cinco años como Coordinador de Pastoral he acompañado a mis alumnos en sus primeros pasos en la fe, y luego he podido comprobar cómo esos mismos alumnos, tras su encuentro personal con Jesucristo, son ahora monitores de sus propios compañeros. Sin duda, para mí el mayor regalo es ver la obra de Dios en la vida de mis alumnos. Ayudarles a descubrir que son amados por Dios en la gran familia de la Iglesia, y que a su vez es Dios mismo quien les llama y envía a anunciar a todos lo que ellos han descubierto.

Miguel Fernández Madueño