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sábado, 16 de noviembre de 2024

Joe Jacobs se hizo líder de una banda de punk con consumo de drogas y violencia de pandillas: «Al conocer a mi esposa volvimos a Dios y a la Iglesia Católica y ahora estoy en un grupo de música de alabanza»

Joe Jacobs usa su talento musical para servir a Dios como miembro de la banda Praise Nation del P. Levi Hartle. | Foto: Cortesía de Juliana Lamb.

* «La alabanza es esencial y fundamental, lo que nos une en nuestra fe, reuniéndonos. Experimentamos eso al cantar durante la misa. Una vez que la misa ha terminado y somos enviados a la misión,  este fuego arden en nuestro interior, tanto para estar juntos como para actuar por el amor de Dios. Fundamentalmente, estamos hechos para alabar a Dios. De ahí el nombre de la banda: Praise Nation»

Camino Católico.- En su juventud, Joe Jacobs vivió inmerso en la intensa subcultura punk de Pittsburgh, en Estados Unidos. Sin embargo, en 2011 regresó a la Iglesia Católica y, desde entonces, dedica su talento en un ministerio de música a cargo del sacerdote Levi Hartle. Una noche de 2016, mientras Jacobs enseñaba catequesis de sexto grado en la parroquia Holy Apostles en el sur de Pittsburgh, el P. Hartle, el recién nombrado vicario parroquial, apareció inesperadamente.

Era una visita de reclutamiento. Con la bendición del Obispo de Pittsburgh, Mons. David Zubik, el P. Hartle estaba organizando un “Festival de Alabanza”. ¿Estaba Jacobs interesado en participar?

Jacobs pronto descubrió que un Festival de Alabanza no era simplemente un concierto. Se trataba de un encuentro centrado en alabar a Dios a través de la exposición, adoración, bendición y confesiones, todo entrelazado con música que elevaba los corazones.

Pero para que el festival cobrara vida realmente, el P. Hartle necesitaba más músicos para su ministerio de alabanza y adoración, Praise Nation. Y resultó que Jacobs era justo la persona que estaba buscando.

“No conocía al P. Levi. Así que cuando me pidió unirme a una banda, mi primera pregunta fue: ‘¿Por qué yo?’”, recuerda Jacobs en el National Catholic Register. El sacerdote le explicó que una feligrés de la parroquia había hecho la sugerencia. “Según ella, parecía que debía estar en una banda o algo así,” recordó Jacobs, quien mide 1.90 m y tiene una espesa barba negra.

Quizás la feligresa de la parroquia fue guiada por Dios sin saberlo, porque, aunque ni ella ni el P. Hartle lo sabían, Jacobs era músico, aunque probablemente no del tipo que ellos imaginaban. Y sin que él mismo lo sospechara, estaba a punto de descubrir cuánto su música podría acercar a otros a Jesucristo, mucho más de lo que jamás habría pensado.

La verdad era que durante casi 20 años, Jacobs había estado inmerso en la subcultura de Pittsburgh como líder de una banda de punk.

“De adolescente, vi a un primo tocar la guitarra y fue realmente genial. Pero después de una lección, me dijeron que no podían ayudarme, tal vez incluso que era incorregible. Así que básicamente soy autodidacta. Supe de inmediato que, aunque no pudiera leer música, podía escribir canciones”, dice Jacobs, ahora de 44 años.  

El músico se sintió atraído por el punk rock, donde dijo haber "encontrado un refugio." Mientras tanto, su hogar verdadero se estaba desmoronando.

“Casi no tuve experiencia con la religión. Fui bautizado y asistí a catequesis, pero fue horrible. Íbamos a la iglesia en Semana Santa y Navidad, pero nunca hablábamos de Dios. Después de la Confirmación, dejé la iglesia”, dice Jacobs.   

La “escena” del Punk Rock

A los 16 años, con su vida familiar afectada por el divorcio, Jacobs recurrió a “la escena”, la subcultura underground de Pittsburgh.

“Alguien con una buena familia rara vez termina ahí. A los 17, me echaron de casa. Me sumergí profundamente en la escena”, cuenta.  

Jacobs eventualmente formaría cuatro bandas diferentes, todas llenas, asegura, de “angustia y furia”. Eran populares localmente y tocaban en varios lugares, algunos sórdidos y otros más respetables. Una comunidad de seguidores se unió a sus bandas, y Jacobs dijo que todo comenzó sin consumo de drogas o alcohol. Pero esa línea eventualmente se desdibujó con abuso de sustancias y violencia.

“Esos tiempos estaban marcados por altercados con otras bandas, neonazis y pandillas. La mayoría de los lugares donde tocaban las bandas punk estaban en zonas peligrosas. Luego la heroína apareció en la escena. Perdimos amigos. Nuestro batería se suicidó”, relata.

Jacobs eventualmente escapó del underground cuando se mudó a Michigan para trabajar con su padre y convertirse en electricista (hoy, Jacobs es copropietario de King Electric, una empresa local). Pero su experiencia en el underground no sólo le ayudó a perfeccionar sus habilidades para escribir canciones (escribió más de 200), sino que también lo llevó a conocer a su futura esposa, Anna, otra víctima de un hogar roto que se refugió en la escena punk.

“Cuando nos conocimos, fue un momento profundo de Dios. Sabía que ella era la indicada. Cuando tuvimos a nuestro primer hijo, fue un despertar espiritual para nosotros. Cuando nació nuestro segundo hijo en 2011, volvimos a la Iglesia Católica. Nos acercamos con la misma intensidad con la que habíamos entrado en el underground”, sostiene.

La persistencia del P. Hartle

Cuando el P. Hartle le pidió unirse a la banda, Jacobs sintió que tenía buenas razones para rechazar la invitación. Él y Anna, quienes viven en Pittsburgh, no lejos de la casa de su infancia en un suburbio cercano, seguían ampliando su familia (hoy tienen seis hijos). Jacobs trabajaba a tiempo completo, y ambos eran —y siguen siendo— muy activos en la iglesia.

 “Le dije al P. Levi ‘no’ al menos 10 veces. Me llamó un par de días después invitándome a una práctica el jueves. Le dije que no podía asistir. Nuestro cuarto hijo estaba por nacer en cualquier momento y yo estaba ocupado en el trabajo. Él dijo: ‘Está bien, te veo el jueves’”, narra.

Jacobs accedió a reunirse con el padre antes. La conversación duró cuatro horas, la mayor parte en oración. Después, Jacobs le dijo a Anna: “El padre Levi realmente ama a Jesús. Voy a quedarme un tiempo y ver qué sucede”.

Jacobs sabía el riesgo que estaba tomando.

“Mis amigos simplemente no podían entender”, dice. Pensaban que era ridículo y una pérdida de tiempo. Se notaba que mis compañeros de banda estaban heridos, diciendo: “Literalmente elegiste esto sobre nosotros”.

“Decirle sí al P. Levi fue lo más ‘punk’ que había hecho. Dejar todo lo que habías construido para seguir a Jesús”, subraya.

Anna admitió que, especialmente al principio, no era fanática de la música de alabanza. “Como ex rockera punk, simplemente no lo entendía. Cuando Joe dijo que se uniría a la banda del P. Levi, le dije: ‘Está bien, pero sabes que me voy a burlar de ti’”, cuenta.

Anna pronto vio un cambio en su esposo. Mientras Jacobs siempre había escrito canciones, ahora su esfuerzo se volvía más intenso.

“Las canciones simplemente le venían a él”, recuerda. “Ahora, cuando una idea venía a Joe, tenía que escribirla de inmediato”.

“Una vez en la mañana, Joe estaba en la ducha cuando una canción se le ocurrió. Continuó orando mientras terminaba de ducharse, pero cuando terminó, no podía recordar lo que había recibido. Nunca lo vi tan nervioso, tan ansioso. Finalmente entendí lo que todo esto significaba para él”.

Jacobs estaba decidido a no permitir que eso sucediera de nuevo.

“Recuerdo una vez que estábamos preparando a los niños para un viaje y a punto de subir al auto. Y Joe dijo: ‘Perdón, Anna, tengo que escribir algo ahora mismo’”, relata Anna.

Hoy, Jacobs lidera Praise Nation y ha escrito más de 100 canciones para el grupo. La banda, integrada por siete miembros voluntarios, practica semanalmente en el Monasterio de San Pablo de la Cruz, una icónica instalación de retiros en el Southside de Pittsburgh. La banda es diversa en edad y antecedentes, pero lo que sus miembros comparten es un amor inquebrantable por Jesús y el deseo de alabar a Dios a través de la música.

“Este fuego que arde en nuestro interior”

Las prácticas comienzan con oración; las sesiones son animadas y felices.

“Soy un defensor de la idea de que la fe es divertida. Dios es divertido. Él hizo la diversión en el mundo. Debería tratarse de disfrutar de Dios, de la vida y de las personas. Mucha alegría proviene de la intensidad del amor”, comenta el sacerdote.

Hoy, Praise Nation comparte su arte tanto en vivo como a través de las redes sociales, incluyendo YouTube, Instagram, Facebook, TikTok, Spotify, Amazon y iTunes. Hasta la fecha, la banda ha tenido más de 80 presentaciones en vivo ante más de 30.000 personas y ha lanzado 62 videos que han alcanzado a más de un millón de espectadores y oyentes. Sin embargo, este no es el verdadero indicador del éxito de Praise Nation.

“Nuestro público es el Señor. Mi objetivo es ver a las personas edificadas en caridad y amor. A medida que continuamos alabando a Dios, ese amor es contagioso y se extiende. No importa si alcanzamos a 10.000 personas o sólo a 10. Si fallamos en alabar a Dios, si lo perdemos de vista, si fallamos en nuestra misión, ese sería el verdadero fracaso”, comenta el P. Hartle.

Para Jacobs, Praise Nation busca construir sobre el fuego que la Misa enciende en las personas.

“La alabanza es esencial y fundamental, lo que nos une en nuestra fe, reuniéndonos. Experimentamos eso al cantar durante la misa. Una vez que la misa ha terminado y somos enviados a la misión,  este fuego arden en nuestro interior, tanto para estar juntos como para actuar por el amor de Dios. Fundamentalmente, estamos hechos para alabar a Dios. De ahí el nombre Praise Nation”, concluye.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Andrés Carrión hundido en las drogas y la santería quería suicidarse y acabó en la cárcel: «La misericordia de Dios es infinita y su voz ha estado conmigo porque he tenido conciencia de pecado. El miedo al infierno me salvó»


Andrés Carrión dice que "en la cárcel descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad"

* «Empecé a pegar puñetazos en el suelo de esa celda del aeropuerto en la que me retuvieron, y a decir, en adelante 'hazlo Tú, Señor, guíame, ayúdame'. Fui llevado a una prisión preventiva. Allí los lunes se juntaban para hacer una liturgia diaria de las lecturas de la misa, daban un pequeño eco, y también rezábamos el Rosario. Me agarré muy fuerte a esa liturgia, a esa pequeña celebración que hacíamos. Un día, me llaman, salgo y veo a un sacerdote que había preguntado por mí. Mi padre había entrado en contacto con catequistas del Camino Neocatecumenal en Brasil y empezaron a mover todo para que pudiese tener algún tipo de ayuda. Ese sacerdote me confesó, me dio una palabra. Allí descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad. El sufrimiento era terrible, dormía con ratas»

Vídeo de El Rosario de las 11 PM en el que Andrés Carrión cuenta su testimonio

* «Mi fuerza residía en la Biblia y en el Rosario, rezaba, intentaba evangelizar a mis compañeros de celda, encima en un ambiente donde estaba lleno de protestantismo.Entonces, volví a salir de permiso y conocí a una chica de allí, del Camino. Esta chica se involucró mucho conmigo. A medida que pasaba el tiempo con esta chica, en mi corazón nacía un fuego cada vez más fuerte (...). Si algún día quiero algo con esta chica tengo que dejar la droga definitivamente. De un día para otro dejé la droga. Si no hace Dios esto es imposible, me quedaban tres meses para poder salir y, de repente,  me dieron la libertad (...). Yo le digo a la gente que si Dios no existe yo no tendría que estar aquí, es imposible humanamente, por todo lo que he pasado. (...). Soy muy feliz, tengo una familia maravillosa que no me merezco, que no me la he ganado y, por tanto, sé que viene de Dios»

Camino Católico.- Andrés Carrión es español, tiene 34 años, está casado y tiene cuatro hijos. Del Camino Neocatecumenal, su historia es realmente de película. De una dura infancia en una familia desestructurada, pasó a la cleptomanía, a consumir drogas, posteriormente al tráfico de drogas, a la santería... hasta que el encuentro con Dios en la cárcel le devolvió la paz, y a conocer a la que hoy es su mujer. Acaba de contar su testimonio en  El Rosario de las 11 PM. Esta es su historia contada en primera persona con los fragmentos esenciales que relata en el vídeo: 

Nací en una familia cristiana, al uso, pero un poco desestructurada. Mi madre me tuvo con 17 años. Fue por accidente, no digo que fuera un hijo 'no querido' pero sí 'no deseado'. Mi vida, desde los primeros días, no fue nada fácil. Mi madre tuvo anorexia de joven y estuvo a punto de morir. Fue un milagro que siguiera viva. Entonces, mis abuelos maternos fueron los que me sustentaron y me criaron.

Vivía en un barrio de la zona sur de Móstoles, en Madrid. Un barrio normal y corriente en el que se ven muchas cosas. Desde bien pequeñito empecé a jugar con ciertas cosas, empecé a robar en los bazares chinos (...). Eso, poco a poco, me llevó a dar más pasos. Con 8 años di mi primera calada a un cigarrillo (...). Yo tenía una carencia muy grande de madre y de padre, y la buscaba llenar en la calle. Lo que fueron hurtos pequeños sin importancia empezaron a ser un poquito más grandes.

Esto me creó una adicción que se llama cleptomanía. Todo lo que veía lo tenía que robar, sentía que lo necesitaba, tenía que robarlo, incluso hasta a mis amigos. Con nueve o diez años ya no era feliz, y no era feliz porque, en realidad, mi corazón ansiaba lo que veía en mis amigos, que tenían padre y madre en casa. Yo no sé lo que es llegar a mi casa y decir 'hola, mamá', y 'hola, papá'. Mi vida fue un ir y venir".

Me llevaron a un colegio que me generó mucha violencia. Tenía muchos problemas en la escuela. No sentía esa paz, esa felicidad, esa tranquilidad. Estaba harto de volver con mi madre, luego con mi padre, otra vez con mi abuela. Con doce o trece años empecé a tocar los porros y me generó una adicción desde bien joven, hasta el punto de que no podía vivir sin ello. Con trece o catorce años yo ya no podía vivir sin una piedra de hachís en el bolsillo.

Tenía la adicción al chocolate, al hachís... y, con esa edad, no tenía ingresos, con lo cual solo tenía una opción, que era gastar lo que me daban de paga. Pero, como mi consumo diario era muchísimo, eso me llevaba a robar constantemente, a robar a mi familia, a mi madre... a mi abuela le he robado muchísimo, no puedo decir la cantidad de cosas de casa que le quitaba para venderlas. El día que me levantaba y no tenía una piedra de hachís en el bolsillo del pantalón me generaba una ansiedad...

Andrés Carrión asegura que "a mí Dios nunca me ha dejado ni siquiera un segundo, siempre ha estado conmigo, a pesar de todo el sufrimiento que tenía desde pequeño"

Esto me llevó un punto de querer quitarme la vida, con 15 años ya no quería vivir más, era un completo infeliz. Pero mi padre había vuelto a retomar contacto conmigo, gracias a la Iglesia y en concreto al Camino Neocatecumenal, porque él también tuvo una juventud muy complicada por la droga. Sus catequistas le invitaron a recuperar esa paternidad que había perdido. Entonces me empezó a llevar a la Iglesia. Con nueve o diez años yo participaba de las eucaristías con la comunidad de mi padre, veía en la Iglesia algo que me llamaba mucho la atención, sentía, y vivía, una paz, y una felicidad.

A mí Dios nunca me ha dejado ni siquiera un segundo, siempre ha estado conmigo, a pesar de todo el sufrimiento que tenía desde pequeño. Yo tenía una doble vida, cuando iba con mi padre a la Iglesia me iba calando poco a poco, y, con 15 años, me invitaron a hacer las catequesis del Camino. Estaba feliz de estar ahí pero, al mismo tiempo, la calle, el mundo lo tenía tan dentro de mí que no podía soltarlo solo. Me acuerdo de que iba a las celebraciones con una piedra de hachís en el bolsillo, comulgaba con una piedra de chocolate en el bolsillo. Muchas veces he comulgado en pecado mortal. Estaba totalmente absorbido en el mundo de la delincuencia.

Empiezas por una cosa simple y luego pasas a otras drogas, a ver la cocaína, el cristal, drogas sintéticas... Me pasaba noches enteras en Madrid de fiesta drogándome. Hasta que un día, acabé tirado inconsciente en una calle. Había consumido tantos tipos de drogas que no sé por qué no me llegó a pasar algo más. Llegué a desarrollar un trastorno de doble personalidad, en la Iglesia era una persona y fuera otra totalmente diferente.

La droga te genera mucha violencia interna y mi abuela me amenazaba con no dejarme entrar en casa. Un día cumplió su promesa y, gracias a Dios, acabé en la calle. Con 20 años me ofrecieron ganar un dinero fácil, era para hacer un transporte de drogas. Estaba sumido en tantos problemas, y tenía tanta ansia de dinero, que lo acepté sin ningún problema. Era hacer un viaje a Venezuela con todos los gastos pagados, me montaron en un avión y me llevaron para allá. Aquí empieza a torcerse la cosa. Me acuerdo de que me recibió una chica, con la cual tuve una relación personal bastante fuerte.

Ella me dijo que no lo hiciera, porque me iban a meter en la cárcel 15 años. Vi un ángel de Dios que me avisaba, aunque tengo que decir que esta chica es un milagro, porque iba a ganar dinero conmigo, no es que fuese una persona de bien, formaba parte de este negocio. Le hice caso en todo momento, la voz de Dios siempre estuvo conmigo. Siempre he tenido esa conciencia de pecado. Decidí no hacerlo y eso generó un problema grande, estamos hablando de traficantes, de cosas muy serias, hay mucho dinero envuelto. Entonces tuvimos que inventar un accidente de tráfico, que me había roto el fémur y que no podía volar. Cogimos a un maquillador profesional que me maquilló, que me vendó la pierna. Pero el chico, desde España, estaba interesado en venir a ver mi estado.

El tiempo se iba alargando y el chico seguía insistiendo en que iba a venir. Entonces decidí quedarme durante un tiempo en Venezuela. Mis padres pusieron una denuncia por desaparición, y, a los dos meses, les llamé y les dije que estaba allí.


Andrés Carrión reflexiona que "volví a la iglesia, mi comunidad seguía rezando por mí, es muy importante tener una comunidad que rece por ti, porque la vida no sabe las vueltas que te puede dar"

Esta amiga, que en teoría era amiga, participaba de una cosa que se llama la santería. Yo he llegado a participar de un rito satánico, te hacen lavados con gallos, cortan la cabeza de los gallos y te limpian. He llegado a hablar incluso con demonios, he llegado a ver cómo mi propia amiga era poseída delante de mí. De la nada más absoluta era poseída por un espíritu que entre tres personas no éramos capaz de sostenerla. Luego me llevaron a hablar con un demonio, con una persona que había sido poseída por el demonio, que hablaba una lengua muy rara, era un lenguaje muy extraño, que yo no entendía, lógicamente.

Estuve nueve meses, hasta que llegó un punto en el que ya tenía que volver a España. La vuelta era muy complicada, me esperaba gente... Durante los primeros días me escondía entre los coches. No podía hacer vida normal, no podía salir a la calle, y una vez, por casualidad, uno de mis mejores amigos me vio y vino a mi casa, y, durante un tiempo, me mantuvo en secreto, me llevaba en coche a otro sitio donde seguía consumiendo droga. Seguía en esa vida de la drogadicción.

Un día me dijo que tenía que plantar cara y decir que estaba aquí, y quedamos con esa persona que llevaba el tema del narcotráfico. Fui pensando que iba a morir, literalmente, ellos no sabían que lo del accidente era un montaje. Yo pensaba que sí lo sabían y que querían cogerme para pagar las consecuencias. Para mi sorpresa, después de un rato largo hablando con esta persona, me dijo que a mí no me iba a pasar nada, pero que la otra chica iba a morir. Entonces la avisé, me dijeron que no lo hiciera, pero cómo iba a quedarme callado, si esta chica a mí me salvó de estar muerto. Ella cometió el error y habló con ellos, y entonces me tacharon de chivato. Me pusieron una cantidad económica que tenía que pagar, yo no tenía dinero y me obligaban a robar, me llevaban a centros comerciales y me obligaban a robar para ir pagando esa deuda. 

Entonces volví a la iglesia, mi comunidad seguía rezando por mí, es muy importante tener una comunidad que rece por ti, porque la vida no sabe las vueltas que te puede dar (...). Intenté hacer una nueva vida, pero la calle seguía tirándome. Hasta que con 22 años me volvieron a ofrecer otro transporte de droga, en ese momento estaba en la miseria más absoluta, vivía en la calle. Mi abuela ya no me abría las puertas de su casa. Ocupaba pisos de nueva construcción, para poder pasar la noche allí y, a la mañana siguiente, me iba a un hospital público, me aseaba, y volvía a la vida en el barrio a seguir fumando porros.

Había caído en la cocaína, había gastado mucho dinero. En dos meses, unos 6000 euros, que eran de mi abuelo, él me dejó un dinero para poder montar un pequeño negocio, pero lo acabé malgastando en droga. Me llegué a quedar en 50 kg, esquelético perdido, no comía, solo consumía, fue terrible. Intenté volver a la Iglesia. Dios siempre está abierto a la conversión de quien se arrepiente y soy testigo de ello.

Durante estos años tuve un intento de suicidio, cogí un cuchillo... como yo no sabía lo que era ser feliz, para mí quitarme la vida no era un problema. El problema era que tenía esa voz de Dios, y una vez  escuché que el que se suicida tiene unas papeletas muy grandes para ir al infierno. Está claro que la misericordia de Dios es infinita. Ese miedo a ir al infierno a mí me ha salvado.


Andrés Carrión al salir de permiso de la cárcel conoció a la que hoy es su esposa

Me llegaron a ofrecer este segundo viaje y no me lo pensé ni siquiera un minuto, mi vida estaba tan destruida, estaba en la calle, no tenía nada que perder. Partí para Perú y allí estuve un mes y medio, viviendo en un hotel, drogándome, esperando el momento para hacer el viaje y volver a mi casa. Con la buena intención de que con ese dinero iba a recomenzar una nueva vida, pero eso era mentira. Aquí empieza la verdadera historia de conversión.

En Brasil, en la fila del avión, sacaron la cocaína y un policía me dijo que la cárcel iba a ser mi casa durante los próximos 4 años. Fue un punto de inflexión muy grande, el mayor de mis problemas era que había vivido toda mi vida haciendo mi voluntad. Empecé a pegar puñetazos en el suelo de esa celda del aeropuerto en la que me retuvieron, y a decir, en adelante 'hazlo Tú, Señor, guíame, ayúdame'. Fui llevado a una prisión preventiva. Allí los lunes se juntaban para hacer una liturgia diaria de las lecturas de la misa, daban un pequeño eco, y también rezábamos el Rosario. Me agarré muy fuerte a esa liturgia, a esa pequeña celebración que hacíamos. 

Un día, me llaman, salgo y veo a un sacerdote que había preguntado por mí. Mi padre había entrado en contacto con catequistas del Camino Neocatecumenal en Brasil y empezaron a mover todo para que pudiese tener algún tipo de ayuda. Ese sacerdote me confesó, me dio una palabra y vino unas tres o cuatro veces a verme (...). Fui condenado a cinco años y medio, pero la condena se me redujo a un año y once meses (...). Allí descubrí que el regalo más grande que Dios nos ha dado es la libertad, no tiene precio. Por eso Dios nunca se mete en nuestra libertad. El sufrimiento era terrible, dormía con ratas.

Tuve un permiso en la cárcel de una semana, pero volver por tus propios pies a la cárcel no fue nada fácil, caí en una depresión (...). Mi fuerza residía en la Biblia y en el Rosario, rezaba, intentaba evangelizar a mis compañeros de celda, encima en un ambiente donde estaba lleno de protestantismo. Todas las semanas se hacía un culto obligatorio, tan obligatorio que si no asistía te pegaban una paliza. Cuando participaba de esos cultos lo que hacía era rezar el Rosario. Mi cuerpo estaba preso pero mi espíritu estaba libre. 

Entonces, volví a salir de permiso y conocí a una chica de allí, del Camino. Esta chica se involucró mucho conmigo y me llevaba a varios sitios, me invitó a su casa a comer. Intentó hacérmelo lo más agradable posible. A medida que pasaba el tiempo con esta chica, en mi corazón nacía un fuego cada vez más fuerte (...). Si algún día quiero algo con esta chica tengo que dejar la droga definitivamente. De un día para otro dejé la droga.

Si no hace Dios esto es imposible, me quedaban tres meses para poder salir y, de repente,  me dieron la libertad (...). Yo le digo a la gente que si Dios no existe yo no tendría que estar aquí, es imposible humanamente, por todo lo que he pasado. (...). Soy muy feliz, tengo una familia maravillosa que no me merezco, que no me la he ganado y, por tanto, sé que viene de Dios. Espero que pueda haber ayudado a alguien, la Iglesia está para ayuda.

Andrés Carrión

miércoles, 18 de septiembre de 2024

Rafael Guzmán era alcohólico con 8 años: «Fui a un retiro sin fe y Cristo me lo arrancó, me sanó milagrosamente, me transformó y por eso soy sacerdote»


 Rafael Guzmán superó su adicción por la gracia de Cristo, milagrosamente, y se hizo sacerdote

* En el retiro un joven cogió el micrófono y comenzó a hablar: «El Señor tiene poder para sanar tu vida, para rescatarte, para sanar a tu familia, a tu madre…» En ese momento sin saber por qué, Rafael comenzó a llorar sin poder controlarlo: «No sabía qué me pasaba, se rompió algo dentro de mí, fui sacudido de una manera tan fuerte que me quedé en silencio sin saber lo que ocurría»

Vídeo de El rosario de las 11 pm en el que Rafael Guzmán cuenta su testimonio

Camino Católico.-   En Bolivia, Rafael Guzmán desde que era un niño, por pura inocencia, comenzó a beber precozmente cuando tenía 8 años hasta que quedó completamente enganchado. Invitado al canal El rosario de las 11 pm, Guzmán relata que “no deseaba ser alcohólico», pero mientras cuidaba al ganado en los campos de Bolivia vio como los vaqueros comenzaban a beber dulces licores y, «por curiosidad», empezó a consumir con ellos cada noche durante tres meses.

Al volver a la ciudad tres meses después, se sintió perdido. «En cada fiesta o cumpleaños, cogía una botella de ron y comenzaba a beber hasta que quedaba atontado. Creé un vicio no por gusto personal, sino por el gusto de lo dulce e imitar lo que otros hacían», explica. Pero pronto quedó atrapado en la «euforia y enajenación» que le producía y con 14 años estaba completamente adicto. Bebía al antes, durante y después del colegio y cuando no bebía, «no entendía por qué comenzaba a sudar, a temblar y a sentirme perdido. Necesitaba hacerlo».

En distintas entrevistas ha subrayado que “yo era alcohólico, andaba borracho y peleando en las calles, hacía escándalos en mi casa. Humillé a mi madre y casi la mato, peleaba con mi hermano por todo y por nada. Era una vida que yo creía que era normal. Era increíble porque cuando uno se ata a los vicios y a la mediocridad uno piensa que todo es normal. Yo creía que era normal, pero era una desgracia de vida…”.

Sin embargo, Fray Rafael Guzmán, conocido por sus hijos espirituales como el Padre Rafael, confiesa que experimentó la presencia del Espíritu Santo y su vida cambió radicalmente y sus ganas de beber se esfumaron para siempre. Todo se transformó cuando sin fe ni práctica religiosa, acudió a regañadientes a un retiro de oración y al ver la felicidad de los católicos, supuso que repartían drogas en los confesionarios que les hacía estar alegres. Lo que no podía pensar es que Cristo le sanaría milagrosamente de su adicción.

Peleas y sin control

Fue a los 14 cuando comenzó a meterse en peleas, sus resultados escolares eran desastrosos y empezó a ser consciente trató de dejarlo por sus propios medios, pero no pudo. Explica que llegó un punto que perdió todo control sobre sus capacidades motrices y su propia voluntad.

De pronto, su madre cayó gravemente enferma. «No sabían lo que tenía, la operaron, la ingresaron y por último la devolvieron a casa sin saber qué hacer», en medio de «fiebres muy altas» y sin sensibilidad en brazos y piernas, explica.

En aquel tiempo, la poca voluntad que le quedaba la destinaba por completo al alcohol: «Pensaba que mi madre lo hacía a propósito para que yo no saliese de noche. Creía que mentía y comencé a desearle la muerte mientras se deterioraba».

La salud de su madre acaparó todos los gastos, muchas veces no tenían «ni para comer» y el alcohol empezó a ser difícil de conseguir. «Caminaba como loco, sin dinero, caminando sin rumbo kilómetros y kilómetros hasta que oscurecía y volvía a casa, pero no aguantaba el vacío que sentía», menciona.


Rafael Guzmán fue a un retiro y Dios transformó su vida y ahora predica él enseñanzas para que cada persona ponga su vida en las manos del Señor

Invitado a un retiro va creyendo que iban a beber

Una noche de Semana Santa, un conocido le invitó a un retiro de oración pero lo único que conocía de la fe era la imagen «vieja, arisca y castigadora» de Dios que le presentaron las religiosas en la escuela. «Algo en mi corazón hacía que le rechazase y prefería no creer», explica.

No quiso saber nada del retiro hasta que al día siguiente, su amigo consiguió que le rebajasen el precio a la mitad. «Con tal de no ver tus mentiras, me voy a un retiro», le dijo a su madre enferma. El mismo Rafael cuenta que sus intenciones no eran buenas, pues creía que iban «a beber pasarlo bien en el sentido mundano con mujeres».

La realidad fue bien distinta y quedó sorprendido ante la oración, los cánticos de alabanza y el fervor con que los jóvenes adoraban al Señor animados por el sacerdote. «¿Qué es todo esto?», se preguntó. Especialmente al ver una larga fila de personas que esperaba a ver al sacerdote. «Vamos a confesar nuestros pecados», le dijeron.

Su sorpresa llegó al extremo cuando veía que no pocos entraban llorando y salían con una sonrisa en la cara. «Ya sé por qué la gente es así en este lugar, el sacerdote reparte marihuana a los muchachos y por eso salen riendo», pensaba.

Una sacudida del poder sanador de Dios

El último día de retiro, el joven comenzó a sentir de nuevo como su cuerpo se revolvía y demandaba el alcohol cuando un joven cogió el micrófono y comenzó a hablar: «El Señor tiene poder para sanar tu vida, para rescatarte, para sanar a tu familia, a tu madre…»

En ese momento había captado su atención y sin saber por qué, comenzó a llorar sin poder controlarlo. «No sabía qué me pasaba, se rompió algo dentro de mí, fui sacudido de una manera tan fuerte que me quedé en silencio sin saber lo que ocurría», explica.

«Cuando volví a casa y vi a mi madre temblando, me di cuenta de que realmente yo la estaba matando con mi vida», recuerda.

Desde aquel momento, una serie de extraños sucesos comenzaron a perseguirle. El primero fue el siguiente fin de semana, cuando comenzó a beber sin control, como en una especie de «venganza» por no haber podido hacerlo durante el retiro. «Fue como si hubiese tomado agua, no me afectó«, recuerda.

«¿Qué me han hecho en ese retiro?», se preguntó durante días. Poco tiempo después, su amigo le invitó nuevamente a unas jornadas de oración y testimonios, donde escuchó multitud de sanaciones de padres, madres e hijos… y también de alcohólicos.


Rafael Guzmán predicando una enseñanza del evangelio

Rafael Guzmán predicando una enseñanza del evangelio

El final milagroso de una adicción

«Llegué a casa, me encerré en el baño y, sin saber rezar, dije: `Señor, si es verdad lo que dijo la gente, no quiero beber más´», rezó. Durante un mes no pudo dormir, temblaba histérico y se encerraba toda la noche en el baño de rodillas, pidiendo ayuda para evitar el alcohol. Desde entonces, son 21 años los que lleva sin beber: «Cristo me lo arrancó».  

El joven no entendía nada, pero continuó yendo a los retiros «ansioso por saber qué había pasado». Guzmán iba a contar su testimonio cuando el sacerdote dijo: «No quiero nada de hablar de cómo has dejado de fumar, de beber… ¡Eso es fácil! Quiero que des testimonio de lo que Dios ha hecho en tu vida».

Entonces comprendió que él no había sido el único salvado por el Señor: «Lo que los médicos, el hombre, el dinero o la medicina no pudieron hacer lo hizo el Señor. Mi madre estaba totalmente sana y también la relación en mi familia, los estudios… me dijeron que no servía para nada y terminé mi carrera de ingeniería ambiental, un grado superior y trabajando en una empresa de importaciones», relata.

“Fue increíble, me quitó las ganas de beber, comencé a tener insomnio, dolores en mi cabeza, en mi pecho y creí que me estaba volviendo loco. Pero vino el Espíritu Santo a mi vida fue una libertad total, como si me hubieran sacado un casco de la cabeza y comencé a hacer muchas cosas en mi vida. El Señor me transformó, se lo debía todo y se lo sigo debiendo, y nunca voy a poder pagarle lo que ha hecho en mi vida. Por eso me hice sacerdote. Y eso es lo que también quiere hacer en tu vida, si tienes el valor. Depende de ti»; concluye.

Fray Rafael hoy en día es un sacerdote de la Orden de Predicadores de Santo Domingo de Guzmán, conocidos como los Padre Dominicos y desde el inicio de su ministerio ejerció la pastoral de sanación física, interior y de liberación.