Camino Católico

Mi foto
Queremos que conozcas el Amor de Dios y para ello te proponemos enseñanzas, testimonios, videos, oraciones y todo lo necesario para vivir tu vida poniendo en el centro a Jesucristo.

Elige tu idioma

Síguenos en el canal de Camino Católico en WhatsApp para no perderte nada pinchando en la imagen:

Mostrando entradas con la etiqueta historia de vocación. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta historia de vocación. Mostrar todas las entradas

sábado, 28 de junio de 2025

Beatriz Alejano: «En la adoración tuve un encuentro personal con el Señor que me hizo sentir que me volvía a levantar, tras muchos años me confesé y recibí la llamada a consagrarme a los Sagrados Corazones»

El momento de la confirmación de Beatriz Alejano García

* «Sintiendo que había tocado fondo decidí volver al Primer Amor, tome la decisión de ir a la capilla de la adoración Perpetua buscando la paz del Señor en el silencio Sagrado, pero también ir a visitarlo para que no se sintiera solo, allí me enamoré del Señor, me enamoré de su santo cuerpo sacramentado, de la santa misa y descubrí un llamado a ir a visitar al Señor a acompañarle y convertí la adoración eucarística en un elemento indispensable en mi vida y me hice adoradora eucarística» 

Camino Católico.- Beatriz Alejano García que nunca ha estado alejada de Cristo porque “a los cinco años, durante el Vía Crucis arciprestal del Viernes de Dolores al que fui con mi madre y con mi abuela, tuve un encuentro con Cristo vivo y resucitado que hizo que me enamorara del Señor y de su santa cruz redentora que me hizo amar más la santa misa”, dice en un testimonio en primera persona en Religión en Libertad.

Fue al empezar en el instituto a cursar la secundaria donde el ambiente hizo que le invadiera la tibieza: “Yo seguí yendo a misa y rezando a diario, pero durante un tiempo mi fe se vivió desgraciadamente muy light. Era una etapa muy confusa”.

Hasta que ya estando en la universidad tuvo la gracia de que Dios mismo la atrajo hacia Él: “En la adoración tuve un encuentro personal con el Señor que me hizo sentir que me volvía a levantar, tras muchos años me confesé y recibí el llamado a consagrarme a su Sagrado Corazón”. Este es el testimonio íntegro de Beatriz contado en primera persona.

«Con Lewis y Tolkien salí de la tibieza hasta ser adoradora y consagrarme a los Sagrados Corazones»

Me llamó Beatriz Alejano García y soy asturiana, ovetense y española. Gracias a Dios nunca he estado alejada de Cristo nuestro Señor ni de su Iglesia. 

Nací en Oviedo un 8 de septiembre, el día de la Santina de Covadonga, y me bauticé a los dos meses en la parroquia del Cristo de las Cadenas, la parroquia donde se casaron mis padres.

Crecí en el seno de una familia donde se vivía la fe católica y aprendí desde preescolar las nociones de la fe católica de mi madre y de mis abuelos maternos, que fueron mis padrinos de bautismo además de vivir muy cerca de mi casa -casi puerta con puerta-, dado que mi padre debido a su trabajo como taxista siempre está fuera de casa y llega de noche muy tarde. 

Iba a misa los domingos y días de precepto con mucho gusto, porque desde muy pequeñita siempre he amado a Jesús, y aprendí a rezar con mi madre y mis abuelos maternos. 

Un primer encuentro

A los cinco años, durante el Vía Crucis arciprestal del Viernes de Dolores al que fui con mi madre y con mi abuela, tuve un encuentro con Cristo vivo y resucitado que hizo que me enamorara del Señor y de su santa cruz redentora que me hizo amar más la santa misa, el poder cursar clase de religión en el colegio y que llegara el día en que yo pudiera recibirle en mi corazón sacramentalmente como los mayores. 

Prácticamente crecí espiritualmente de la mano de Jesús y María en mi parroquia del Cristo de las Cadenas. Me ayudaron a crecer en la fe mis catequistas y el sacerdote de mi parroquia (que me llevaron al encuentro de Cristo al ser buenos testigos del evangelio) y, en casa, mi madre y mis abuelos y padrinos. 

Unas veces mi madre y otras (cuando ella no podía por su trabajo en la secretaría de la Universidad de Oviedo u otras ocupaciones) mis abuelos maternos y padrinos se ocupaban de todo, incluyendo la transmisión de la fe, rezar todos los días, ir a visitar al Señor en alguna iglesia o capilla fuera del horario de la misa… 

La Primera Comunión... intensamente vivida

El día más importante y feliz de mi infancia fue el día de mi primera comunión, el día que recibí por primera vez a Jesús sacramentado en mi corazón, el día que por primera me me alimenté de su cuerpo, sangre, alma y divinidad en mi parroquia del Cristo de las cadenas. 

Tanto ese día como el día previo estaba nerviosa y emocionada porque iba a recibir por primera vez al Amor de los Amores en mi corazón. 

Para mí lo más importante de aquel día fue recibir a Jesús, Él fue mi mejor regalo ese día. No fueron ni el vestido, ni el convite, ni los regalos... 

Y todo ello fue posible gracias a la labor de mis catequistas, del sacerdote de mi parroquia, y a la labor de mi familia, que (a pesar de nuestras debilidades como pecadores) procuró que mi primera comunión fuera un sacramento y no evento social consumista donde por desgracia Jesús-Eucaristía pasa a segundo plano, como por desgracia en muchas familias de hoy pasa.

El vestido era el clásico de primera comunión (pero muy sencillo, sin pompas superfluas ni desfiguraciones de la pobreza evangélica) y el medallón, de la Virgen de Covadonga. Y los invitados... ni muchos ni pocos: los familiares más allegados y los regalos pocos y sencillos y el convite sencillo. 

Lo mejor fue que se me ocultó que iba a recibir regalos ese día. Yo no tenía ni idea y doy muchas gracias a Dios por eso, porque de ese modo pude estar más concentrada de a Quién iba a recibir: a Jesús.

Y -desde luego- yo no quería que fuese mi última comunión, y gracias a Dios no fue así. 

Durante mi etapa de infancia post-comunión, durante la segunda etapa de la primaria, tuve que enfrentarme tristemente al hecho de que muchos niños de mi parroquia eran cristianos nominales: después de hacer la primera comunión no se les volvió a ver en misa.

Las motivaciones de sus familias para acercarles a los sacramentos eran ajenas a la fe, hecho que me entristecía porque yo siempre he amado a Jesús y no quería dejar de recibirle sacramentalmente. Seguí recibiéndole sacramentalmente con la dignidad que se merece el Señor, sin importar lo que nadie pensase. Seguía rezando diariamente con mi madre y mis abuelos maternos y padrinos todos los días, saludando al Señor y poniéndonos en su presencia para rezar en su capilla de Santa Ana en Montecerrao en Oviedo cada vez que pasábamos por allí de paseo, en ese pequeño oasis espiritual con su tejo en el patio, etc. 

Un ambiente hostil

Cuando me fui al Instituto Fleming para hacer la secundaria fue cuando empecé a tener problemas para vivir mi fe.

Los profesores eran buenos, pero en mis compañeros se vivía un ambiente totalmente anticatólico y hostil a la fe. No tenía ningún problema con mis compañeros de religión, pero eran cristianos nominales en la mayor parte de los casos.

El ambiente que se percibía era de excesiva precocidad para su edad y una vida fundamentada en cosas que atentan contra la salud, como el tabaco, y lo que es peor, contra la salud espiritual, al fundamentar su vida en diversiones y estilos de vida contrarios a la fe católica, que yo rechazaba abiertamente porque sabía que ello me alejaría totalmente de Dios y no quería dañar mi salud ni física ni espiritual.

Debido a eso siempre me encontraba sola e incomprendida, al sufrir el rechazo de muchos de mis compañeros a causa de mi fe y mi gusto por una belleza que iba unida a la bondad y la verdad en mis gustos personales, y a mi opción por una vida tranquila disfrutando de las pequeñas y sencillas cosas del día a día, en la familia... buscando a Dios en todo eso y rechazando en su totalidad ese estilo de vida horrible que ellos llevaban.

A consecuencia de ello, muchos de mis compañeros de instituto me despreciaban con burlas crueles, y trataban de amargarme la vida con todo tipo de rechazos y malas faenas que me amargaban. 

Yo sufría tanto que sucumbí a la tentación del poco esfuerzo. Como estaba acostumbrada a vivir en el Señor, acabé rutinizándolo todo, de tal manera que acabé perdiendo el sentido por lo que lo hacía. Estaba muy confusa. Yo seguí yendo a misa y rezando a diario, pero durante un tiempo mi fe se vivió desgraciadamente muy light. Era una etapa muy confusa.

La tibieza y el retraso de la Confirmación

Aquel era el momento en que debía prepararme para recibir el sacramento de la Confirmación, la efusión del Espíritu Santo. Y yo quería, pero estaba tan confusa y tenía tanto miedo que desgraciadamente lo retrasé más de lo que debía y no me confirmé en secundaria, como debiera haber sido, sino más tarde.

Por aquel entonces, a causa de la tristeza que me causaba el desprecio y rechazo de mis compañeros, me encerré en mí misma y sucumbí a las tentaciones del enemigo, del Maligno, que me hizo durante un tiempo ser esclava del consumismo desenfrenado y de la codicia, que me embotó. Me engañaba a mí misma pensando que aquello era la solución. Llené mi casa de trastos inútiles que, aunque no eran inmorales ni iban contra los mandamientos, me hacían profundamente infeliz.

Era muy soberbia, prepotente, y ello me hizo ser esclava de una ira descontrolada que arremetía contra todos desmesuradamente e injustificadamente, y era incapaz de perdonar al prójimo.

Y también la gula me tuvo esclava durante un tiempo. Comía de forma descontrolada, buscando dulces y otros alimentos que me gustaban, de forma que acababa enferma física y espiritualmente.

Hacía daño a mi madre, a mí misma y al Señor, y caí en una trampa muy peligrosa del Enemigo: me daba tanta vergüenza confesarme y confirmarme que prefería fingir que el problema no existía.

Pero eso me hacía sufrir más. Por fuera no parecía que pasase nada, pero la procesión iba por dentro. Vivía una aridez espiritual causada por una tibieza y un comodismo espiritual, estaba atrapada por una trampa mortal del enemigo.


Beatriz Alejano García ha experimentado el reavivamiento de la fe tras vivir un ambiente hostil

Yo trataba de ser contracultural y vivir mi fe con coherencia, pero pese a seguir yendo a misa y rezando, no lo conseguía porque no estaba entregándome del todo a Cristo para que se hiciese su voluntad, a causa de la presión y el rechazo de mis compañeros. Mantuve mi rechazo frontal a las modas anticatólicas que mis compañeros habían normalizado en sus vidas,  pero la gran confusión que sentí me hizo sufrir mucho.

Lewis, Tolkien, Chesterton

Pero Dios tuvo misericordia de mí y el mi ultimo curso de secundaria me envió un libro: Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis. A través de una de sus películas supe que era una obra cristiana. Me llevó a un encuentro con Cristo que me hizo ver una necesidad de renovación espiritual, y mi primera decisión fue dejar la gula y con la ayuda de Dios lo conseguí, con mucho esfuerzo y sacrificio. 

Esta necesidad de renovación espiritual aumentó cuando me fui a la universidad. Allí el ambiente anticatólico era aun más radical y me hacía sufrir mucho. Fue entonces cuando, leyendo más libros de Las Crónicas de Narnia y viendo las otras dos películas y también El señor de los anillos, descubrí que Tolkien era católico. 

Tomé la decisión de dejar el consumismo desenfrenado que me tenía esclava y pasar más tiempo profundizando en la fe, conociendo el testimonio de los santos, profundizando en el catecismo de la Iglesia, su historia... y todo gracias a los portales de prensa católica de católicos fieles a la ortodoxia que se sentían llamados a Evangelizar a través de recursos cibernéticos.

Descubrí el testimonio de grandes conversos como Chesterton, pero también de personas contemporáneas a mí de distintas partes del mundo que fueron un instrumento del Espíritu Santo para encontrarme con el Señor. 

Me llevaron a dejar los minimalismos y a aumentar la frecuencia de mi asistencia a la santa misa de nuevo, y no reducirla a solo los domingos, como había hecho en el instituto.

Pero las dificultades para vivir mi fe en el ámbito de la educación superior continuaban y la soberbia, la arrogancia y la ira seguían apoderándose de mí, destruyéndome. 

En ese momento huyendo de aquello, sintiendo que había tocado fondo decidí volver al Primer Amor, tome la decisión de ir a la capilla de la adoración Perpetua buscando la paz del Señor en el silencio Sagrado, pero también ir a visitarlo para que no se sintiera solo, allí tuve un encuentro personal con el Señor que me hizo sentir que me volvía a levantar, me enamoré del Señor, me enamoré de su santo cuerpo sacramentado, de la santa misa y descubrí un llamado a ir a visitar al Señor a acompañarle y convertí la adoración eucarística en un elemento indispensable en mi vida y me hice adoradora eucarística. Durante ese período decidí confirmarme y me inscribí en mi parroquia en RICA para ello; en cada catequesis yo me sentía tan transformada por Cristo que mi alegría era inefable. Durante ese período me confesé después de llevar muchos años sin pisar un confesionario y experimente el gran poder transformador de la Divina Misericordia en mi vida así como una gran paz que solo proviene de Cristo, el día de Cristo Rey recibí el sacramento de la confirmación de manos del vicario episcopal diocesano y desde entonces mi conversión ha sido continua. 

Fue un verano después de mi confirmación cuando recibí el llamado del Señor a consagrarme a su sagrado Corazón, encontré en La Capilla de Adoración Perpetua de Toreno una edición antigua del libro del Padre Florentino Alcañiz y Sentí lo mismo que San Agustín en el momento definitivo de su conversión. Sentía en mi corazón que el Señor me decía que leyéndolo descubriría cual era su voluntad, su proyecto para mi vida. Leyéndolo entendí que el Señor me pedía que le entregase mi Corazón y que me consagrase personalmente a su Sagrado Corazón para que fuese testigo de su amor.

Al principio me dio miedo e intenté resistirme pero finalmente decidí confiar en la voluntad de Dios que sabe lo que nos conviene mejor que nadie y a semejanza de María dije que sí y me consagré al Sagrado Corazón de Jesús y me hice miembro de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón para extender está devoción para animar a otras personas a consagrarse y a experimentar el amor transformador del Corazón de Jesús y eso hago tratando de hacer un fecundo apostolado cada vez más unida al Señor y a través de mi parroquia con ayuda del sacerdote de mi parroquia. 

He ido progresando en mi consagración. Fruto de esa profundización, también me consagré poco tiempo después al Inmaculado Corazón de María y me hice miembro de la Milicia de la Inmaculada para estar cada vez más unida a Jesús por María, a quien de manera especial el Señor encomendó para que supiera que también era mi madre. Y sentí el llamado a ser instrumento para que otros llegaran a Nuestro Señor a través de ella para instaurar el reino de los corazones de Jesús y María definitivamente, cuando la voluntad del Señor quiera.

Beatriz Alejano García

Amelio Castro, atleta paralímpico: «Lo que más me ha ayudado en la vida es esa confianza absoluta en que Dios tiene un plan para mí, aunque no entienda siempre cuál es»


 Amelio Castro Grueso, esgrimista colombiano y atleta paralímpico / Foto: Juegos Paralímpicos

* «Cuando con 20 años tuve el accidente que me hizo perder la movilidad, en el hospital entendí que Dios siempre está a tu lado. Quizá no como nosotros esperamos. Aprendí que Dios actúa y no te explica. Y una vez empecé a comprenderlo ha sido maravilloso, porque lo siento en cada paso, en cada persona. Su gracia me ha traído a Italia, a los Juegos Paralímpicos, y a usar mi historia como inspiración» 

Vídeo de Vatican News en el que Amelio Castro cuenta su testimonio

Camino Católico.- Desde muy joven, la vida de Amelio Castro Grueso, esgrimista paralímpico, que tiene 33 años, estuvo marcada por duros golpes. A los dieciséis años, la pérdida de su madre sumió su mundo en la incertidumbre y la tristeza. Sin embargo, en el hospital, tras un accidente de tránsito que lo dejó sin movilidad a los veinte años, encontró algo que cambiaría su vida: el amor de Dios. Allí, en ese lecho de dolor, Amelio descubrió que la fe podía ser su mayor fortaleza, esa fe que le sostendría en las pruebas, que le daría esperanza y le abriría las puertas a un camino lleno de grandes oportunidades. En esa experiencia, él aprendió que la presencia de Dios no solo era un consuelo en el sufrimiento, sino la fuerza que transforma los corazones y renace la esperanza.

“Nací en 1992 en el mejor país del mundo, Colombia, y tuve la fortuna de una niñez maravillosa. Luego empezaron las situaciones difíciles, como la pérdida de mi madre cuando yo tenía 16 años. Fue asesinada en una situación tan compleja que no tendría palabras para expresarla. Después, con 20 años, tuve un accidente de tráfico y perdí la movilidad en las piernas. Para mí no fue tan duro el accidente como ver que mi familia gradualmente se olvidaba de mí y me dejaba en el hospital. No se interesaron en ayudarme. Pero esa experiencia me permitió acercarme a la fe. En medio de toda esa soledad tuve la gracia de conocer a Dios” relata al semanario Alfa y Omega.

“Entendí que Dios siempre está a tu lado”

“Siempre he sido católico, pero en el hospital entendí que Dios siempre está a tu lado. Quizá no como nosotros esperamos. Aprendí que Dios actúa y no te explica. Y una vez empecé a comprenderlo ha sido maravilloso, porque lo siento en cada paso, en cada persona. Su gracia me ha traído a Italia, a los Juegos Paralímpicos, y a usar mi historia como inspiración”, afirma con convicción Amelio Castro.

Su inicio como deportista se produjo después de pedir esa gracia al Señor: “Empecé a escribir un libro para motivar a las personas en situaciones difíciles. Pero me di cuenta de que debía hacer algo más que contar que había caído y me había alzado. Pedí a Dios la posibilidad de hacer deporte y poder ganar una medalla. Y en Cali conocí la esgrima. Obtuve tres medallas de oro, siempre fui el número uno. También, en mi primera salida internacional gané un oro en sable y una plata en espada contra el campeón olímpico de Brasil”.

Atleta paralímpico Amelio Castro / Foto: Juegos Paralímpicos

“Camino tratando de hacer los sacrificios que agradan a Dios”

La relación de Amelio con muchos jóvenes con los que hacía trabajo social lo llevó a tener que marchar de Colombia sin nada: “En Colombia hacía mucho trabajo social con jóvenes y eso empezó a generar conflictos con ciertos grupos. Yo trataba de convencerlos de que hicieran las cosas bien, cuando otros trataban de convencerlos de que las hicieron mal. Eso me generó problemas y tuve que salir. Me vine sin nada. Llegué al aeropuerto y la gracia de Dios me permitió encontrar a una chica a la que la empresa donde trabaja le acababa de dar un coche y me recogió. Por eso digo que soy un chico que camina tratando en lo posible de hacer los sacrificios que agradan a Dios, y Él nunca ha dejado de darme los recursos necesarios”.      

Al llegar a Italia pasó de estrella del deporte a vivir en un albergue para personas sin hogar: “Yo venía de ser un triple campeón que económicamente estaba en una posición privilegiada. En el albergue de Cáritas no tenía nada. Fue un contraste. Lo viví como una oportunidad para compartir mi experiencia con personas a las que podía inspirar para seguir luchando o para volver a luchar. Un uruguayo que dormía en la calle me admiraba mucho. Me decía: «Vos sos loco, ¿cómo haces esto?». «Si yo puedo, usted tiene que poder, porque tiene mejores condiciones. El solo hecho de caminar ya le da una posición mejor», le respondía”.

Siguió entrenando, pero tenía que desplazarse en transporte público y el explica que “no tengo otra forma. Tengo un sueño y he visto que Dios me da los instrumentos para realizarlo. Por tanto, no me pararé hasta obtener los resultados o hasta que Él me dé la señal de parar. Parecía imposible entrar en el Equipo Paralímpico de Refugiados, pues estábamos a seis meses de los Juegos de París. La puerta estaba cerrada, pero yo no dejaba de intentarlo. Al final me clasifiqué. Nunca perdí la esperanza y por eso iba a entrenar incluso si llovía. Y cuando me dieron la oportunidad, estaba preparado. La mayoría de atletas del equipo ya no viven la vida de refugiados. Pero yo sí que aún vivía en un centro de acogida. Mi comida era la que se servía, no una dieta especial. Me emocionó dar voz a esos chicos del centro de acogida y motivarlos. Cuando regresé, decían: «Estuvimos siempre siguiéndote». «Si yo puedo, ustedes pueden», les decía”.  

Se quedó a las puertas de ganar una medalla Paralímpica en París y  dijo: «En París perdí, pero he ganado siempre». Amelio lo argumenta así: “Cuando pierdo, gano siempre. No solo en París. Siempre aprendo. Si pierdo y no me doy cuenta de por qué perdí es un problema; pero si lo descubro es una victoria, porque empiezo a trabajar en esas situaciones. Lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Y para mantenerse tienes que perder muchas veces, saber cómo gestionar las emociones cuando te van ganando y luego remontar. Ahora me estoy preparando para los Juegos Paralímpicos de Los Ángeles 2028. Aunque ya en septiembre tenemos el Mundial de Corea. Esperamos conseguir buenos resultados. 

En el marco del Jubileo del Deporte, Amelio Castro participó en un congreso organizado por el Augustinianum y el Dicasterio para la Cultura y la Educación. También pudo saludar al Papa León XIV. En consonancia con su experiencia, al clausurar la cita el Santo Padre afirmó que «perder es importante, porque al experimentar esta fragilidad nos abrimos a la esperanza» / Foto: Vatican Media

El perdón a su familia que lo abandonó y la confianza en Dios

El sufrimiento y el trauma, que padeció cuando sufrió el accidente que lo dejó sin movilidad en el hospital y su familia lo dejó abandonado, lo ha afrontado con la fe y asegura haber perdonado aquella situación: “No puedo decir que amo a Dios si no logro amar a quienes tengo cerca. Creo que mi cuerpo es un templo donde habita Dios, pero para que Él habite en mí, tengo que estar separado del odio, del rencor, de esas cosas que emocionalmente me desequilibran. Yo no odio a nadie. Por eso trato de tener una buena relación con la familia”.

Amelio explica a Vatican News que “tener fe es confiar en que Dios nunca te abandona, incluso cuando tú sientes que todo se derrumba”. Él comparte que “lo que más me ha ayudado en la vida es esa confianza absoluta en que Dios tiene un plan para mí, aunque no entienda siempre cuál es”. 

En sus propias palabras, describe cómo esa fe le ha dado la fuerza para no rendirse, lo que más agradece es que, a pesar de que su cuerpo no responde igual que antes, su corazón sí resiste y late con la alegría de saber que Dios tiene el control. “En el 2012, cuando tuve el accidente y estaba en el hospital, no entendía qué pasaba. Pero escuchaba las palabras del Papa Francisco, y eso me daba esperanza. Él decía: ‘No perder la esperanza, porque Dios no abandona a quienes confían en Él’”.

Y continúa: “Eso me dio la esperanza de que podía seguir luchando, de que podía volver a soñar en grande, que podía venir acá y tener la oportunidad de hacer deporte en alto nivel y gracias a Dios y al profesor Danile Pantone ya estamos en ese camino y entrenamos con grandes atletas”.

Un día en sinceridad con Dios

Amelio Castro comparte una recomendación a las personas, particularmente a las de la parte eclesiástica, “es tener siempre, sin ser superficial, primero la sinceridad consigo mismos y después con Dios”. En su experiencia, “creo que una persona de fe es una persona que vive siempre en constante comunicación con Dios, con el Espíritu”.

Cuenta que todos los días, a las primeras horas de la mañana, “me despierto siempre a las 3 o 4 de la mañana”, y en ese momento, hace una introspección profunda de su día: “Cuántas personas ayudé, qué cosas hice bien, qué podría haber hecho mejor”. Después, expresa que inicia un acto de agradecimiento hacia Dios, porque siente que “Dios ha sido bueno conmigo; no tengo nada que pedir, solo agradecer”, y añade que, en ocasiones, “la gente me invita a rezar para que me pare, pero yo solo me río y pienso: ‘No saben cuánto Dios ha sido maravilloso conmigo’”.

Vídeo de la EWTN en el que Amelio Castro cuenta su testimonio

Una invitación a desnudar el corazón

Amelio enfatiza que “los procesos que vivimos en la vida deben llevarnos a desnudarnos ante Dios, a abrir nuestro corazón sin reservas”. Él recuerda que “la Biblia es un libro lleno de historias de hombres que eran procesados, que tenían errores y luchas, pero que volvieron siempre con el corazón desnudo ante Dios”. “Dios siempre perdona y está con quienes se abren sinceramente”, afirma con convicción, y aconseja a los jóvenes que “lo más importante es tratar de desnudar el corazón ante Dios, ser lo más sinceros posible”.

Atleta paralímpico Amelio Castro entrenando

Recomienda también pedirle a Dios discernimiento y fuerza para aceptar lo que en ocasiones no podemos cambiar: “Si tienes una lucha entre la carne y el espíritu, pide a Dios que te dé discernimiento para entender lo que debes aceptar, y fuerza para superar aquello que no debes. Él te ayudará, porque si Dios ha hecho lo imposible en mi vida, que era uno de los que menos posibilidades tenía, también puede hacerlo contigo”.

Ser testigo del amor de Dios en medio del deporte

Amelio Castro, con un espíritu jovial y lleno de entusiasmo, afirma que “mi propósito no es solo ganar medallas, sino mostrar que Dios actúa en todos los rincones de nuestra vida, incluso en el deporte”. Su forma de vivir y su testimonio son un llamado para todos, especialmente para los jóvenes, a reconocer la presencia de Dios en cada paso del camino: “Yo trato de ser un ejemplo de que, en medio de la disciplina, el esfuerzo y el sacrificio, Dios se manifiesta — en la sonrisa, en la solidaridad, en la esperanza. Cuando uno es sincero con Dios, alguien que solo busca agradarle y no esconder su sinceridad, Él empieza a obrar en su corazón”. La verdadera victoria no solo está en ganar una medalla, sino en aceptar que Dios nos ama y que, si confiamos en Él, podemos superar cualquier prueba.

Gloria Riva, se hizo monja adoratriz tras volver de la muerte al sufrir un accidente de tráfico con su novio y ahora ha predicado al Papa León XIV: «Tuve la certeza de que Dios estaba allí y de que Dios era amor»


Sor María Gloria Riva pertenece a las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento y ha predicado al Papa León XIV, momento que recoge la imagen / Foto: Vatican Media 

* «Fui a Lourdes y entré en la cripta y noté inmediatamente una fuerte presencia y vi que la Eucaristía estaba iluminada desde atrás, la distinguí claramente como una pequeña luz en la oscuridad. Hela aquí, pensé, la luz que encontré en la calle. No se necesita morir para verla. La Iglesia la esconde en el secreto del altar cada día, allí dónde se celebra, allí dónde se adora. Ese día decidí que no me separaría nunca de la Eucaristía. Entré en la congregación de las monjas de la Adoración Perpetua de Monza» 

Camino Católico.- Hace más de cuarenta años, Gloria Riva (Monza, Italia, 1959) cruzó una intersección sin imaginar que, al otro lado, un coche a toda velocidad cambiaría el rumbo de su vida. Tenía 21 años, estaba prometida, había retomado tímidamente la fe tras un viaje a Lourdes, e iba de camino a una discoteca con su novio. Después del impacto, vino el silencio, la oscuridad... y, según su propio testimonio, la percepción clara de que se encontraba al final de su vida.

Riva, monja perteneciente a las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento, fue la encargada de predicar la meditación a la Curia Romana y al Papa León XIV el lunes, 9 de junio, en el Aula Pablo VI, como antesala a la jornada jubilar de los trabajadores del Vaticano. Su intervención no abordó esta experiencia límite, pero quienes conocen su trayectoria saben que ese episodio, vivido décadas atrás, marcó el origen de su vocación.

Ante León XIV afirmó que la mirada al Santísimo “puede curarnos del mal” y purificar nuestra visión. “No debemos temer, tenemos en Dios un gran aliado. Él nos ama con amor eterno y siempre tendrá piedad de nosotros. Lo que debemos hacer es dejarnos moldear por Él y realizar en el tiempo las iluminaciones que el Espíritu Santo nos ofrece precisamente a través de la Eucaristía y de la Virgen María, signo de esperanza segura…. Lla cruz aún puede salvarnos, una cruz acogida y ofrecida”, reiterando con esperanza que “aún podemos vencer” al mal. “La Virgen María nos custodia en nuestros fracasos y en nuestras potencialidades, como custodia al Niño que lleva en su regazo”. 

Reconstruimos su historia de vida y vocación utilizando lo afirmado por ella en primera persona en una entrevista con Francesco Agnoli. Este es testimonio:

El Papa León XIV asistió el lunes, 9 de junio a la meditación de Sor Maria Gloria Riva de las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento / Foto: Vatican Media

Una luz en la oscuridad

Me llamo Gloria Riva, nací en Monza, Italia, en  1959. Tenía veintiún años y tenía novio cuando padecí un accidente que cambió mi vida. Estaba dando pequeños pasos hacia la fe, que había abandonado unos años antes tras una serie de vicisitudes. Después de un viaje a Lourdes, donde el clima de oración caló hondo en mí, salí un sábado con mi novio para ir a bailar a una discoteca.

Llegamos a un semáforo verde y mientras atravesábamos el cruce vi llegar por el otro carril un coche a gran velocidad. Chocamos y después, para mí, sólo hubo silencio y oscuridad. Tuve la clara percepción de haber llegado al final de mi vida y me abandoné totalmente a esta dramática eventualidad. Inmediatamente percibí, dentro de esa oscuridad, una gran paz y serenidad.

Entonces surgió ante mis ojos una pequeña luz blanquísima que venía hacia mí, expandiéndose. La pulsión beatífica de esa luz era como una llamada. Tuve la certeza de que Dios estaba allí y de que Dios era amor. Deseé con todas mis fuerzas alcanzar esa luz, pero vi pasar mi vida ante mí como en una película y tuve una claridad de juicio total sobre la misma. Esa luz era amor, amor gratuito, y esa gratuidad en mi vida no existía.

Dos sentimientos contrarios me embargaron. Por una parte, un gran dolor: la eternidad se me ofrecía en toda su belleza y no la podía alcanzar; Dios no me juzgaba, sencillamente se me mostraba con toda su verdad, era yo la que me juzgaba y comprendía toda la desemejanza. Por la otra parte, sin embargo, sentí una alegría indecible: era pensaba, amada y deseada para este tiempo, para esta historia. No somos un juego al azar, una casualidad a la merced de un destino caprichoso.

Cuando me reanimaron tuve la sensación del rechazo de la vida: tenía siete fracturas, traumatismo craneal, hemorragia interna. Era una especie de rompecabezas que había que recomponer. Inmóvil. Sin embargo, el recuerdo de esa luz fue la prueba de que no morimos y me hubiera gustado gritarles a todos esta verdad.

He reflexionado a menudo sobre lo que me sucedió mientras estaba inconsciente. Me sorprendía recordando detalles que, en relación a la visión de la luz, no conseguía situar en orden temporal.

Después de que me liberaran del amasijo de hierros en el que había quedado convertido el coche, vi, reconocí y saludé a un querido amigo que prestaba servicio en la Cruz Roja y había venido a socorrerme. Me dijo que me había encontrado inmóvil, aparentemente muerta. Vi mi cuerpo desde arriba y me horroricé al ver una pierna totalmente torcida respecto a la posición natural, y a todo el mundo sobre mi cuerpo. Vi a mi novio en el borde de la calle, con las manos apretando sus costados, mientras respiraba con dificultad y sentí dolor por su estado; por el mío, en cambio, no sentía nada. No oí cosas que en cambio molestaron mucho a mi novio, como las sirenas de los coches de los carabineros, de las ambulancias y de los bomberos.He llegado a la conclusión de que mis sentidos estaban estimulados sólo por las relaciones.

Tenía siete fracturas, hemorragia interna y daño cerebral. Permanecí en el hospital (entre ingresos y altas) seis meses. Esos meses cambiaron mi vida. Como escribió Andrè Frossard: “Dios estaba detrás de mí; a veces también delante de mí”. Que la vida es un don que no hay que desperdiciar era para mí algo clarísimo, indiscutible. Ya no fui la misma y descubrí, poco a poco, que el matrimonio no era suficiente, sentía la urgencia de testimoniar a todos lo que me había sucedido. Veía con ojos nuevos cosas y ambientes a los que antes estaba acostumbrada, y veía toda su mezquindad.

Volví a Lourdes para reflexionar sobre la vocación. Volví con mi novio. Un día se anuló un encuentro que teníamos en la gruta de la Virgen (yo era dama, él camillero: teníamos turnos distintos y, por lo tanto, pocos ratos para vernos). Empecé a caminar y me encontré delante de la cripta. Entonces no lo sabía, pero allí había, entonces, Adoración perpetua.

Entré y recorrí un largo pasillo con capillas laterales. Me encontré en una capilla circular blanquísima, en penumbra. Dos religiosas vestidas de blanco estaban en adoración ante un ostensorio que tenía la forma de un ramo de espinas. Noté inmediatamente una fuerte presencia y vi que la Eucaristía estaba iluminada desde atrás, la distinguí claramente como una pequeña luz en la oscuridad. Hela aquí, pensé, la luz que encontré en la calle. No se necesita morir para verla. La Iglesia la esconde en el secreto del altar cada día, allí dónde se celebra, allí dónde se adora.

Gloria Riva se entregó a Dios en la vocación específica de la adoración eucarística

Ese día decidí que no me separaría nunca de la Eucaristía. Entré en la congregación de las monjas de la Adoración Perpetua de Monza, donde permanecí veintitrés años. En el monasterio me fui dando cuenta de que son los propios católicos los que pisotean el tesoro de la Eucaristía. Que había una belleza que era incomprensible para todos y que era necesario aumentar la fuerza de la llamada.

Por encargo de mis superiores acompañaba a unos laicos y pude observar que había desaparecido de nuestra vida diaria la fuerza unificadora del símbolo y, así, empecé a explicar la Escritura y la fe a través del arte. Poco a poco esto se fue revelando un carisma, que me llevó a la determinación de fundar un monasterio que, junto a la Adoración Eucarística (y, por consiguiente, manteniendo la vida de oración y contemplación), prestara una particular atención a la belleza en todas sus formas, sobre todo las vinculadas a la liturgia. Algo que llevé a cabo en 2007, en la diócesis de San Marino Montefeltro.

Una luz que también pintó El Bosco

Explicar una experiencia cercana a la muerte como la mía es arriesgado. Puede ser entendida, pero puedes caer en la banalidad, en lo oculto, en la New Age. He tenido esta experiencia varias veces. Después del accidente vi, por casualidad, el políptico de El Bosco titulado La visión del Más Allá.

'Visión del más allá', de El Bosco

Lo había estudiado en el colegio, sin que me llamase especialmente la atención. Volver a ver el llamado por los críticos empíreo me impresionó mucho. Entendí que sólo quien había tenido una experiencia similar a la mía podía pintar de manera tan concreta lo que había visto.

Detalle de una de las partes que conforman la ‘Visión del más allá', de El Bosco

En el panel de El Bosco una luz blanca circular (parecida a una hostia) irrumpe en la oscuridad, latiendo. Hay almas que desean alcanzarla, pero a algunas se lo impide la propia oscuridad. En la parte más baja del panel, ángeles con alas negras frenan a estas almas, que tienen las manos en alto como si no pudieran moverse. Pero su rostro está constantemente girado hacia la luz y esta tensión las purifica. De hecho, un poco más arriba (más cerca de la luz), ángeles con alas rojas (el fuego purificador) sujetan a almas que siguen mirando la luz, pero cuyas manos están en posición de oración. Su deseo de Dios las purifica y, así, se elevan. Al final, en la parte más alta, precisamente en el inicio del cono de luz blanquísima, hay almas acompañadas de ángeles con alas blancas y con las manos extendidas, abrazando.

Esta obra corresponde exactamente a lo que yo he vivido y me consuela ver cómo un pintor del siglo XV, que no podía saber lo que son las terapias intensivas y el ensañamiento terapéutico, ha pintado algo que se corresponde a lo que cuentan quienes, por así decir, han vuelto atrás para avisar a nuestro mundo materialista que el paraíso existe.

Sor María Gloria Riva