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martes, 16 de septiembre de 2025

Diane Foley cuenta ante el Papa León XIV cómo vio y perdonó al asesino que decapitó a su hijo: «El Espíritu Santo nos permitió escucharnos; Dios me dio la gracia de verlo como un pecador necesitado de misericordia, igual que yo»


Camino Católico.- Durante la Vigilia de Oración por el Jubileo de la Consolación en la Basílica de San Pedro, presidida por el Papa León XIV, la tarde del lunes, 15 de septiembre, Diane Foley ha relatado con valentía y emoción el camino que la llevó a encontrarse, por gracia de Dios, con uno de los yihadistas que primero secuestró y luego asesinó a su hijo Jim, el periodista estadounidense que fue una de las primeras víctimas de ISIS.

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En su testimonio, Diane Foley entrelaza la historia personal de una madre sometida a la prueba más difícil —la muerte de su hijo— con el dolor de la Virgen María bajo la cruz, el Vía Crucis de Jesús en su Pasión. Relata la historia de su hijo mayor, James Wright Foley, quien fue secuestrado en 2012 mientras trabajaba como reportero de guerra independiente en Siria.

«Durante casi dos años», explica, «sufrió hambre, fue torturado y, finalmente, públicamente, decapitado en agosto de 2014, por ser periodista estadounidense y cristiano». Este inmenso dolor comenzó cuando Jim fue secuestrado en Libia durante 44 días y luego liberado. Al regresar a casa, el joven parecía cambiado, con una fe más profunda, la que había desarrollado en cautiverio; esa experiencia lo impulsó a seguir dando voz a los que no la tienen. 

A pesar de las súplicas de su madre, Jim partió a Siria y fue secuestrado el 22 de noviembre de 2012. Diane relata un largo silencio al que se niega a rendirse. Busca ayuda en Washington, las Naciones Unidas, el Reino Unido, Francia y España, porque otros ciudadanos secuestrados por ISIS provenían de esos países.

Sigue rezando incesantemente, pidiendo a Dios que salve a Jim, pero de repente llega la noticia de su muerte violenta. "Estaba en shock, incrédula. La ira", dice Diane, "crecía en mi interior: ira hacia ISIS, hacia nuestro gobierno, hacia quienes se negaron a ayudar". A pesar de todo, sigue rezando, y esta vez le pide al Señor que no la consuma la ira. “Me tambaleaba bajo el peso de esa pérdida, insegura de si podría seguir adelante”. “En esos momentos oscuros, recé desesperadamente por la gracia de no volverme amarga, sino de ser misericordiosa y capaz de perdonar”.

Se vuelve hacia la Virgen María, sintiendo su cercanía, como una madre que llora a su hijo. Pasan los años, y dos de los yihadistas que secuestraron y torturaron a Jim son arrestados y juzgados en Virginia. Entre ellos se encuentra Alexanda Kotey, quien se declara culpable y pide conocer a las familias a las que perjudicó. 

Diane asegura que “solicité un encuentro con Alexanda porque sabía que Jim habría querido comprender por qué se había radicalizado, y yo quería compartir con él quién había sido Jim. A medida que se acercaba la fecha, empecé a dudar, mientras otros me aconsejaban no reunirme con él, diciendo que solo me mentiría”.

La conversación transcurre en medio del miedo y la incertidumbre. Diane relata quién era Jim, sintiendo que está experimentando un momento de gracia. «El Espíritu Santo nos permitió a ambos escucharnos, llorar, compartir nuestras historias. Alexanda expresó un gran remordimiento. Dios me dio la gracia de verlo como un pecador necesitado de misericordia, igual que yo». Después de tres semanas, Diane funda una fundación dedicada a su hijo. «Cada uno de nosotros», concluye, «lleva una cruz. Todos sufrimos por nuestros pecados, pero cuando invitamos a Jesús y a María a caminar con nosotros, siempre hay esperanza y sanación».

Fotos: Vatican Media, 15-9-2025

lunes, 15 de septiembre de 2025

Papa León XIV en homilía, 15-9-2025: «La violencia sufrida no se puede borrar, pero el perdón concedido a quienes la han generado es anticipo del Reino de Dios, fruto de su acción que pone fin al mal e instaura la justicia»

* «También a ustedes, hermanos y hermanas que han sufrido la injusticia y la violencia del abuso, María les repite hoy: “Yo soy tu madre”. Y el Señor, en lo secreto del corazón, les dice: “Tú eres mi hijo, tú eres mi hija”. Nadie les puede quitar este don personal ofrecido a cada uno. Y la Iglesia, de la cual algunos miembros lamentablemente los han herido, hoy se arrodilla junto a ustedes ante la Madre. Que todos podamos aprender de ella a amparar a los más pequeños y frágiles con ternura. Que aprendamos a atender sus heridas, a caminar juntos. Que podamos recibir de María Dolorosa la fuerza de reconocer que la vida no se define sólo por el mal padecido, sino por el amor de Dios que nunca nos abandona y que guía a toda la Iglesia»  

   

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV 

* «Así como existe el dolor personal, también en nuestros días existe el dolor colectivo de pueblos enteros que, aplastados por el peso de la violencia, del hambre y de la guerra, imploran paz. Es un grito inmenso, que nos compromete a rezar y actuar para que cese toda violencia y para que quienes sufren puedan recuperar serenidad; y compromete ante todo a Dios, cuyo corazón palpita de compasión, para que venga su Reino. La verdadera consolación que debemos ser capaces de transmitir es la de mostrar que la paz es posible, y que brota en cada uno de nosotros si no la sofocamos. Que los responsables de las naciones escuchen particularmente el grito de tantos niños inocentes, para garantizarles un futuro que los proteja y los consuele» 

15 de septiembre de 2025.- (Camino Católico) “La violencia sufrida no se puede borrar, pero el perdón concedido a quienes la han generado es un anticipo en la tierra del Reino de Dios, es el fruto de su acción que pone fin al mal e instaura la justicia”, ha afirmado el Papa León XIV en su homilía en la Vigilia de Oración del Jubileo de la Consolación, que se ha celebrado esta tarde en la Basílica de San Pedro.


La liturgia de la Palabra ha reunido a quienes viven o han vivido momentos de particular dificultad, luto, sufrimiento o desamparo. Situaciones en las que, está seguro el Papa, Dios no dejará de proporcionar "artífices de paz capaces de alentar a quienes están sumidos en el dolor y la tristeza". 




El Papa ha invitado a caminar juntos, con ternura, con quienes han "sufrido la injusticia y la violencia de los abusos", como los que han sido heridos por miembros de la Iglesia, y pide a los responsables de las Naciones que escuchen el dolor de tantos niños aplastados por los conflictos, para garantizarles un futuro.





La Liturgia de la Palabra, se ha centrado en la parábola del Buen Samaritano, y antes de la homilía del Papa se han escuchado los testimonios de dos mujeres, Lucia Di Mauro Montanino, de Nápoles, cuyo marido, guardia de seguridad, fue asesinado por una banda de jóvenes ladrones en 2009, y Diane Foley, de Estados Unidos, que perdió a su hijo, un periodista masacrado por Isis, en 2014. Sus recuerdos y relatos, acompañados por la emoción y los aplausos de la asamblea", subraya León XIV, "transmiten la certeza 'de que el dolor no debe generar violencia' y 'de que la violencia no es la última palabra, porque la supera el amor que sabe perdonar'". Todo dolor, añade, puede ser transformado por la gracia del Señor. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:



JUBILEO DE LA CONSOLACIÓN

VIGILIA DE ORACIÓN

PRESIDIDA POR EL SANTO PADRE LEÓN XIV

Basílica de San Pedro

Lunes, 15 de septiembre de 2025

«Consuelen, consuelen a mi pueblo» (Is 40,1). Esta es la invitación del profeta Isaías, que hoy nos alcanza de modo apremiante también a nosotros: nos llama a compartir la consolación de Dios con tantos hermanos y hermanas que viven situaciones de debilidad, de tristeza, de dolor. Para quienes están en el llanto, en la desesperación, en la enfermedad y en el luto, resuena claro y fuerte el anuncio profético de la voluntad del Señor de poner fin al sufrimiento y transformarlo en alegría. En este sentido, quisiera agradecer nuevamente a las dos personas que han dado sus testimonios. Todo el dolor se puede transformar con la gracia de Jesucristo. ¡Gracias! Esta Palabra compasiva, hecha carne en Cristo, es el buen samaritano del que nos habló el Evangelio. Él es quien cura nuestras heridas, Él es quien cuida de nosotros. En los momentos de oscuridad, aun contra toda evidencia, Dios no nos deja solos; al contrario, precisamente en esas circunstancias estamos llamados más que nunca a esperar en su cercanía de Salvador que nunca abandona.

Buscamos a quien nos consuele y a menudo no lo encontramos. A veces incluso nos resulta insoportable la voz de quienes, con sinceridad, intentan compartir nuestro dolor. Es verdad. Hay situaciones en las que las palabras no sirven y se vuelven casi superfluas. Quizás en esos momentos sólo quedan las lágrimas del llanto, si es que todavía no se han agotado. El  Papa Francisco recordaba las lágrimas de María Magdalena, desorientada y sola, junto al sepulcro vacío de Jesús. «Simplemente llora ―decía―. Miren, a veces en nuestra vida los anteojos para ver a Jesús son las lágrimas. Hay un momento en nuestra vida en que sólo las lágrimas nos preparan para ver a Jesús. Y ¿cuál es el mensaje de esta mujer? “He visto al Señor”» [1].

Queridas hermanas y hermanos, las lágrimas son un lenguaje que expresa sentimientos profundos del corazón herido. Las lágrimas son un grito mudo que implora compasión y consuelo. Pero aun antes son liberación y purificación de los ojos, del sentir, del pensar. No hay que avergonzarse de llorar; es una manera de expresar nuestra tristeza y la necesidad de un mundo nuevo; es un lenguaje que habla de nuestra humanidad débil y puesta a prueba, pero llamada a la alegría.

Donde hay dolor surge inevitablemente la pregunta: ¿Por qué todo este mal? ¿De dónde proviene? ¿Por qué me tenía que pasar justamente a mí? En sus Confesiones, san Agustín escribe: «Buscaba yo el origen del mal [...]. ¿Cuál es su raíz y cuál su semilla? [...] Puesto que Dios, bueno, hizo todas las cosas buenas [...]. ¿De dónde viene el mal? [...] Tales cosas revolvía yo en mi pecho [...]. Sin embargo, de modo estable se afincaba en mi corazón, en orden a la Iglesia Católica, la fe de tu Cristo, Señor y Salvador nuestro; informe ciertamente en muchos puntos y como fluctuando [...], mas con todo, no la abandonaba ya mi alma» (VII, 5).

En el paso de las preguntas a la fe lo que nos educa es la Sagrada Escritura. De hecho, hay preguntas que nos repliegan sobre nosotros mismos, nos dividen interiormente y nos separan de la realidad. Hay pensamientos de los que no puede nacer nada. Si nos aíslan y nos desesperan, también humillan la inteligencia. Mejor es, como en los Salmos, que la pregunta sea protesta, lamento, invocación de esa justicia y de esa paz que Dios nos ha prometido. Entonces tendemos un puente hacia el cielo, incluso cuando parece mudo. En la Iglesia buscamos el cielo abierto, que es Jesús, el puente de Dios hacia nosotros. Existe una consolación que nos alcanza cuando “se afinca en el corazón” esa fe que nos parece “informe y como fluctuando”, como una barca en la tormenta.

Donde está el mal, allí debemos buscar el alivio y la consolación que lo vencen y no le dan tregua. En la Iglesia quiere decir: nunca solos. Apoyar la cabeza en un hombro que te consuela, que llora contigo y te da fuerza, es una medicina de la que nadie puede privarse porque es signo de amor. Donde el dolor es profundo, aún más fuerte debe ser la esperanza que nace de la comunión. Y esta esperanza no defrauda.

Los testimonios que hemos escuchado transmiten esta certeza. Que el dolor no debe generar violencia; que la violencia no es la última palabra, porque es vencida por el amor que sabe perdonar. ¿Qué mayor liberación podemos esperar alcanzar sino la que proviene del perdón, que por gracia puede abrir el corazón a pesar de haber sufrido toda clase de brutalidades? La violencia padecida no puede ser borrada, pero el perdón concedido a quienes la generaron es una anticipación en la tierra del Reino de Dios, es fruto de su acción que pone fin al mal y establece la justicia. La redención es misericordia y puede hacer mejor nuestro futuro, mientras aún aguardamos el regreso del Señor. Solo Él enjugará toda lágrima y abrirá el libro de la historia permitiéndonos leer las páginas que hoy no podemos justificar ni comprender (cf. Ap 5).

También a ustedes, hermanos y hermanas que han sufrido la injusticia y la violencia del abuso, María les repite hoy: “Yo soy tu madre”. Y el Señor, en lo secreto del corazón, les dice: “Tú eres mi hijo, tú eres mi hija”. Nadie les puede quitar este don personal ofrecido a cada uno. Y la Iglesia, de la cual algunos miembros lamentablemente los han herido, hoy se arrodilla junto a ustedes ante la Madre. Que todos podamos aprender de ella a amparar a los más pequeños y frágiles con ternura. Que aprendamos a atender sus heridas, a caminar juntos. Que podamos recibir de María Dolorosa la fuerza de reconocer que la vida no se define sólo por el mal padecido, sino por el amor de Dios que nunca nos abandona y que guía a toda la Iglesia.


Las palabras de san Pablo, además, nos sugieren que, cuando se recibe consolación de Dios, entonces se es capaz de ofrecer consolación también a los demás: Él ―escribe el Apóstol― «nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios» (2 Co 1,4). Los secretos de nuestro corazón no están ocultos a Dios. No hemos de impedirle consolarnos, engañándonos con que podemos contar sólo con nuestras fuerzas.

Hermanas y hermanos, al finalizar esta Vigilia se les ofrecerá un pequeño regalo: el Agnus Dei. Es un signo que podremos llevar a nuestras casas para recordar que el misterio de Jesús, de su muerte y resurrección, es la victoria del bien sobre el mal. Él es el Cordero que da el Espíritu Santo Consolador, que nunca nos deja, nos conforta en la necesidad y nos fortalece con su gracia (cf. Hch 15,31).

Aquellos a los que amamos y que nos han sido arrebatados por la hermana muerte no están perdidos ni desaparecen en la nada. Su vida pertenece al Señor que, como Buen Pastor, los abraza y los estrecha junto a sí, y nos los devolverá un día para que podamos gozar de una felicidad eterna y compartida.

Queridos amigos, así como existe el dolor personal, también en nuestros días existe el dolor colectivo de pueblos enteros que, aplastados por el peso de la violencia, del hambre y de la guerra, imploran paz. Es un grito inmenso, que nos compromete a rezar y actuar para que cese toda violencia y para que quienes sufren puedan recuperar serenidad; y compromete ante todo a Dios, cuyo corazón palpita de compasión, para que venga su Reino. La verdadera consolación que debemos ser capaces de transmitir es la de mostrar que la paz es posible, y que brota en cada uno de nosotros si no la sofocamos. Que los responsables de las naciones escuchen particularmente el grito de tantos niños inocentes, para garantizarles un futuro que los proteja y los consuele.

En medio de tanta prepotencia, estamos seguros, Dios no dejará que falten corazones y manos que lleven ayuda y consolación, constructores de paz capaces de animar a quienes están en el dolor y la tristeza. Y juntos, como Jesús nos enseñó, invocaremos con mayor verdad: “¡Venga a nosotros tu Reino!”.

PAPA LEÓN XIV

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[1] Francisco, Meditación matutina en la Capilla de la Domus Sanctae Marthae (2 abril 2013).

Fotos: Vatican Media, 15-9-2025

Vigilia de oración del Jubileo de la Consolación, presidida por el Papa León XIV, 15-9-2025

 

Foto: Vatican Media, 15-9-2025


15 de septiembre de 2025.- (Camino Católico)  En la Vigilia de oración del Jubileo de la Consolación, en la Basílica de San Pedro, celebrada la tarde de este lunes, el Papa León XIV invita a caminar juntos, con ternura, con quienes han "sufrido la injusticia y la violencia de los abusos", como los que han sido heridos por miembros de la Iglesia, y pide a los responsables de las Naciones que escuchen el dolor de tantos niños aplastados por los conflictos, para garantizarles un futuro. La liturgia de la Palabra ha reunido a quienes viven o han vivido momentos de particular dificultad, luto, sufrimiento o desamparo. Situaciones en las que, está seguro el Papa, Dios no dejará de proporcionar "artífices de paz capaces de alentar a quienes están sumidos en el dolor y la tristeza". En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la Vigilia.


 


La Liturgia de la Palabra, se ha centrado en la parábola del Buen Samaritano, y antes de la homilía del Papa se han escuchado los testimonios de dos mujeres, Lucia Di Mauro Montanino, de Nápoles, cuyo marido, guardia de seguridad, fue asesinado por una banda de jóvenes ladrones en 2009, y Diane Foley, de Estados Unidos, que perdió a su hijo, un periodista masacrado por Isis, en 2014. Sus recuerdos y relatos, acompañados por la emoción y los aplausos de la asamblea", subraya León XIV, "transmiten la certeza 'de que el dolor no debe generar violencia' y 'de que la violencia no es la última palabra, porque la supera el amor que sabe perdonar'". Todo dolor, añade, puede ser transformado por la gracia del Señor. La mayor liberación que podemos alcanzar, explica, es la “que viene del perdón”, que por gracia “puede abrir el corazón a pesar de haber sufrido todo tipo de brutalidad”:


“La violencia sufrida no se puede borrar, pero el perdón concedido a quienes la han generado es un anticipo en la tierra del Reino de Dios, es el fruto de su acción que pone fin al mal e instaura la justicia”.

domingo, 14 de septiembre de 2025

Papa León XIV en homilía, 14-9-2025: «Los mártires de la fe del siglo XXI siguen difundiendo el Evangelio en un mundo de odio, violencia y guerra; su testimonio permanece como profecía de la victoria del bien sobre el mal»

* «Muchos hermanos y hermanas, también hoy, a causa de su testimonio de fe en situaciones difíciles y contextos hostiles, cargan con la misma cruz del Señor. Al igual que Él son perseguidos, condenados, asesinados. De ellos dice Jesús: ‘Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí’ (Mt 5,10-11). Son mujeres y hombres, religiosas y religiosos, laicos y sacerdotes, que pagan con la vida la fidelidad al Evangelio, el compromiso con la justicia, la lucha por la libertad religiosa allí donde todavía es transgredida, la solidaridad con los más pobres»

     

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV 

* «Sí, la suya es una esperanza desarmada. Han testimoniado la fe sin usar jamás las armas de la fuerza ni de la violencia, sino abrazando la débil y mansa fuerza del Evangelio, según las palabras del apóstol Pablo: ‘Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. […] Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte’ (2 Co 12,9-10)» 

14 de septiembre de 2025.- (Camino Católico) Hoy, 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el Papa León ofrece una profunda y sentida reflexión en la Conmemoración de los nuevos mártires y testigos de la fe del siglo XXI, junto con representantes de las demás Iglesias y comuniones cristianas, en la Basílica de San Pablo Extramuros, en presencia de unos 4.000 fieles.

La esperanza llena de inmortalidad se entrelaza con la esperanza jubilar, se convierte en profecía y, subrayó el Papa en su homilía, en "esperanza desarmada": “Su martirio sigue difundiendo el Evangelio en un mundo marcado por el odio, la violencia y la guerra; es una esperanza llena de inmortalidad, porque aunque los mataron en el cuerpo, nadie podrá apagar su voz ni borrar el amor que dieron; es una esperanza llena de inmortalidad, porque su testimonio permanece como profecía de la victoria del bien sobre el mal. Sí, la suya es una esperanza desarmada. Dieron testimonio de la fe sin usar nunca las armas de la fuerza y la violencia, sino abrazando el poder débil y manso del Evangelio”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:

CONMEMORACIÓN DE LOS MÁRTIRES Y TESTIGOS DE LA FE DEL SIGLO XXI

HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV

Basílica de San Pablo Extramuros

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, 14 de septiembre de 2025

Hermanos y hermanas:

«Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14). Las palabras del apóstol Pablo, junto a cuya tumba estamos reunidos, nos introducen en la conmemoración de los mártires y testigos de la fe del siglo XXI, en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.

A los pies de la cruz de Cristo, nuestra salvación, descrita como la “esperanza de los cristianos” y la “gloria de los mártires” (cf. Vísperas de la Liturgia bizantina en la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz), saludo a los representantes de las Iglesias Ortodoxas, de las Antiguas Iglesias Orientales, de las Comuniones cristianas y de las Organizaciones ecuménicas, a quienes agradezco haber aceptado mi invitación a esta celebración. A todos ustedes aquí presentes les dirijo mi abrazo de paz.

Estamos convencidos de que el martyria hasta la muerte es «la comunión más auténtica que existe con Cristo, que derrama su sangre y, en este sacrificio, acerca a quienes un tiempo estaban lejanos (cf. Ef 2,13)» (Cart. enc. Ut unum sint, 84). Aún hoy podemos afirmar con Juan Pablo II que, allí donde el odio parecía impregnar cada aspecto de la vida, estos audaces servidores del Evangelio y mártires de la fe demostraron evidentemente que «el amor es más fuerte que la muerte» (Conmemoración Ecuménica de los Testigos de la fe del siglo XX, 7 mayo 2000).

Recordamos a estos hermanos y hermanas nuestros con la mirada dirigida al Crucificado. Con su cruz Jesús nos ha manifestado el verdadero rostro de Dios, su infinita compasión por la humanidad; cargó sobre sí el odio y la violencia del mundo, para compartir la suerte de todos los que son humillados y oprimidos: «Él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias» (Is 53,4).

Muchos hermanos y hermanas, también hoy, a causa de su testimonio de fe en situaciones difíciles y contextos hostiles, cargan con la misma cruz del Señor. Al igual que Él son perseguidos, condenados, asesinados. De ellos dice Jesús: «Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí» (Mt 5,10-11). Son mujeres y hombres, religiosas y religiosos, laicos y sacerdotes, que pagan con la vida la fidelidad al Evangelio, el compromiso con la justicia, la lucha por la libertad religiosa allí donde todavía es transgredida, la solidaridad con los más pobres. Según los criterios del mundo han sido “derrotados”. En realidad, como nos dice el libro de la Sabiduría: «A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados, pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad» (Sb 3,4).

Hermanos y hermanas, a lo largo del Año jubilar, celebramos la esperanza de estos valientes testigos de la fe. Es una esperanza llena de inmortalidad, porque su martirio sigue difundiendo el Evangelio en un mundo marcado por el odio, la violencia y la guerra; es una esperanza llena de inmortalidad, porque, aunque fueron asesinados en el cuerpo, nadie podrá apagar su voz ni borrar el amor que donaron; es una esperanza llena de inmortalidad, porque su testimonio permanece como profecía de la victoria del bien sobre el mal.

Sí, la suya es una esperanza desarmada. Han testimoniado la fe sin usar jamás las armas de la fuerza ni de la violencia, sino abrazando la débil y mansa fuerza del Evangelio, según las palabras del apóstol Pablo: «Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. […] Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,9-10).

Pienso en la fuerza evangélica de la Hermana Dorothy Stang, comprometida con los “sin tierra” en la Amazonía. A quienes se disponían a matarla y le pedían un arma, ella les mostró la Biblia respondiendo: “He aquí mi única arma”. Pienso en el Padre Ragheed Ganni, sacerdote caldeo de Mosul en Irak, que renunció a combatir para testimoniar cómo se comporta un verdadero cristiano. Pienso en el hermano Francis Tofi, anglicano y miembro de la Melanesian Brotherood, que dio la vida por la paz en las Islas Salomón. Los ejemplos serían muchos, porque lamentablemente, a pesar del fin de las grandes dictaduras del siglo XX, todavía hoy no ha terminado la persecución de los cristianos, es más, en algunas partes del mundo ha aumentado.

Estos audaces servidores del Evangelio y mártires de la fe, «son como un gran cuadro de la humanidad cristiana […]. Un mural del Evangelio de las Bienaventuranzas, vivido hasta el derramamiento de la sangre» (S. Juan Pablo II, Conmemoración Ecuménica de los Testigos de la fe del siglo XX, 7 mayo 2000).

Queridos hermanos y hermanas, no podemos, no queremos olvidar. Queremos recordar. Lo hacemos seguros de que, como en los primeros siglos, también en el tercer milenio la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos (cf. Tertuliano, Apol. 50, 13). Queremos preservar la memoria junto a nuestros hermanos y hermanas de las demás Iglesias y Comuniones cristianas. Deseo, por tanto, reafirmar el compromiso de la Iglesia Católica de custodiar la memoria de los testigos de la fe de todas las tradiciones cristianas. La Comisión para los Nuevos Mártires, en el Dicasterio para las Causas de los Santos, cumple esta tarea, colaborando con el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

Como reconocíamos durante el reciente Sínodo, el ecumenismo de la sangre une a los «cristianos de distintas tradiciones que juntos dan su vida por la fe en Jesucristo. El testimonio de su martirio es más elocuente que cualquier palabra: la unidad viene de la Cruz del Señor» (XVI Asamblea sinodal, Documento final, n.23). ¡Que la sangre de tantos testigos adelante el feliz día en el que beberemos del mismo cáliz de salvación!

Queridos amigos, un niño pakistaní, Abish Masih, asesinado en un atentado contra la Iglesia católica, había escrito en su cuaderno: «Making the world a better place», «Hacer del mundo un lugar mejor». Que el sueño de este niño nos impulse a testimoniar con valentía nuestra fe, para ser juntos levadura de una humanidad pacífica y fraterna.

PAPA LEÓN XIV








Fotos: Vatican Media, 14-9-2025

jueves, 11 de septiembre de 2025

Diane Foley cuenta al Papa León XIV cómo perdonó al asesino del ISIS que decapitó a su hijo: «El perdón implica misericordia, la misericordia de Dios. No puede haber perdón sin misericordia»

Diane Foley, cuyo hijo fue asesinado por el ISIS en 2014, se reúne con el Papa León junto con el escritor irlandés Colum McCann / Foto: @VATICAN MEDIA

* «La compasión forma parte de cómo debemos atrevernos a hablar con gente que no entendemos, o que quizá ni siquiera nos gusta. Necesitamos una forma de comunicarnos, de tener compasión los unos por los otros. Y ese fue el milagro de mi encuentro con Alexanda. Me escuchó de verdad, y yo recé para que me diera la gracia de escucharle. Y fue una gracia. El Espíritu Santo estuvo presente de una manera muy profunda. Fue una bendición. Muy triste, pero fue una bendición» 

Camino Católico.-  Diane Foley es madre. No hay definición más exacta para describir a esta mujer y su "historia de misericordia". Su hijo es James W. Foley, Jim, periodista secuestrado en el norte de Siria en 2012 y decapitado por el Isis dos años después.

En octubre de 2021, Diane tuvo la fuerza y la determinación de reunirse con Alexanda Kotey, uno de los asesinos de su hijo, para hablar con él, para hacerle saber quién era realmente Jim, aquel chico generoso y valiente, interesado en contar la vida y la verdad de las personas que conocía.

Diane ha fijado para siempre, en el libro que escribió con el escritor Colum McCann, Una madre, el retrato de este hijo amado, que le fue brutalmente arrebatado, pero también ha anclado con palabras perdurables su propio camino de dolor, de compasión, de comprensión para afrontar, sin renunciar nunca a la humanidad, la pérdida de Jim, para mirar a los ojos a quienes contribuyeron a su muerte, para no dejar de preguntar y de hacerse preguntas, sostenida por la fe, por la fuerza fundamental de la oración.

El 29 de agosto, Diane ha llevado la memoria de Jim al Papa León XIV, que la ha recibido en audiencia privada, otro signo de gracia en estos años difíciles, del que habla en esta entrevista a los medios vaticanos.

- Diane Foley, ¿qué significa para usted, para la historia de su hijo, haber conocido al Papa León XIV?

- Un regalo increíble. Como estadounidenses, nos sentimos muy honrados y agradecidos de tener un Papa nacido en Estados Unidos, porque necesitamos curación y esperanza en el mundo. Como ciudadano estadounidense, me sentí muy honrado de conocerle y rezaré por él porque necesitamos su guía para la paz y la esperanza en el mundo.

- Cuando decidió reunirse con Alexanda Kotey, uno de los asesinos de su hijo, sintió la necesidad de decirle quién era Jim. ¿Quién era Jim? ¿Por qué quería hablarle a Kotey de su hijo?

- Creo que cuando estás inmerso en la guerra y el odio, en la yihad con el Isis, no ves caras. No ves a la gente. Sólo piensas en tu odio. Quería humanizar a Jim, porque Jim era un inocente, era un periodista, un hombre de paz, muy interesado en contar las historias del pueblo sirio. Quería que Alexanda comprendiera que las personas atacadas intentaban dar esperanza al pueblo sirio: periodistas, trabajadores humanitarios. No eran combatientes. No llevaban armas. Quería que conociera a Jim, porque Jim también era profesor y realmente se preocupaba por los demás, le encantaba acompañar a los jóvenes en busca de su camino. Jim pasó muchos años en Teach for America, una organización que trabaja con hombres y mujeres jóvenes, enseñándoles, a menudo niños muy pobres o niños que luchan en zonas difíciles de nuestras ciudades. Quería que Alexanda supiera qué clase de persona era Jim, que en otra vida podrían incluso ser amigos. Podía imaginarme a Jim incluso acompañando a Alexanda cuando era joven. Porque la pobre Alexanda había perdido a su padre cuando era joven. Y creo que era una persona que buscaba, pero buscaba en los lugares equivocados.

- En el libro que escribió con Colum McCann se repite la palabra compasión. ¿A través de este sentimiento podemos evitar que actos inhumanos limiten nuestra humanidad?

- Por supuesto que podemos. Creo que Colum McCann, con su organización Narrative 4, habla de compasión radical. Y Jim aspiraba a ser un hombre de coraje moral, a marcar la diferencia en el mundo, a su pequeña manera. La compasión forma parte de cómo debemos atrevernos a hablar con gente que no entendemos, o que quizá ni siquiera nos gusta. Necesitamos una forma de comunicarnos, de tener compasión los unos por los otros. Y ese fue el milagro de mi encuentro con Alexanda. Me escuchó de verdad, y yo recé para que me diera la gracia de escucharle. Y fue una gracia. El Espíritu Santo estuvo presente de una manera muy profunda. Fue una bendición. Muy triste, pero fue una bendición.

Encuentro del Papa León con Diane Foley -a la derecha de la imagen-, cuyo hijo fue asesinado por el ISIS en 2014; y el escritor irlandés Colum McCann / Foto: @VATICAN MEDIA

- “Conocer el cómo de la muerte de un ser querido es conocer mejor la vida del ser querido", dice el libro. ¿Qué fue lo que más aprendió sobre su hijo y, en general, sobre la existencia al pasar por este dolor?

- Lo que más aprendí. Cuando mataron a Jim, nos quedamos en shock. Nunca esperamos tanto odio. Pero uno de sus amigos de la infancia hizo un documental sobre Jim, The James Foley Story. Y en ese documental entrevistó a los rehenes europeos que volvieron a casa. A través de esos rehenes descubrí lo que había ocurrido en los dos años que Jim estuvo cautivo, y cómo habían sufrido, pero también cómo habían hecho comunidad y cómo se habían animado unos a otros. Y me sentí agradecida porque pude darme cuenta de que Jim escuchaba nuestras oraciones, y de que Jim encontraba la manera de rezar, de sacar fuerzas de Dios. Estoy muy agradecida por eso y por la buena gente entre la que estaba: periodistas, cooperantes, con buen corazón y que realmente querían hacer el bien en el mundo.

- Es una mujer de fe. ¿Hasta qué punto fue importante la oración para vivir el encarcelamiento de su hijo y luego el duelo del día a día?

- Simplemente fundamental, fundamental. Quiero decir que estoy muy agradecida. En muchos sentidos, Dios me ha preparado para toda mi vida. Porque recibí el don de la fe cuando era adolescente, y mi fe en un Dios misericordioso y amoroso siempre ha sido muy importante para mí. Pero es un don, sólo un don. Así que sabía que Dios estaba presente. Y muchos, muchos ángeles fueron enviados a rodearnos después de que Jim fuera asesinado. Muchos ángeles, muchas bendiciones. Piensa en la bendición de hoy: conocer a Su Santidad. Dios ha sido muy bueno conmigo, y me ha sostenido junto con la Santísima Madre a través de todo esto. Ella me ha mantenido firme.

- Usted creó una fundación que lleva el nombre de Jim. ¿Cuáles son sus objetivos y qué resultados ha obtenido?

- Tres semanas después de que mataran a Jim, creamos la James W. Foley Legacy Foundation. La intención era inspirar el valor moral necesario para apoyar el regreso de nuestros ciudadanos estadounidenses cuando son capturados o detenidos injustamente en el extranjero, y promover la seguridad en general. Jim y los otros estadounidenses, los británicos, fueron asesinados porque nuestro gobierno decidió ni siquiera intentarlo. Nuestro gobierno ni siquiera negoció con los secuestradores. Así que sentí que era inmoral. Me enfadé y sentí que teníamos que desafiar a nuestro gobierno a su deber de proteger a sus ciudadanos, ciudadanos inocentes, cuando son capturados en el extranjero, no porque hayan cometido ningún delito, sino simplemente porque son estadounidenses. Así que, gracias a Dios y a mucha gente buena, más de 170 de nuestros ciudadanos han regresado a casa libres de su cautiverio en el extranjero. Y ahora los periodistas son más conscientes de la necesidad de protegerse y mantenerse a salvo, porque hoy están en el punto de mira. Paso la mayor parte de mis días intentando inspirar a otras personas para que utilicen sus dones para el bien, para que aspiren a tener valor moral, para que compartan sus dones con el mundo. Han pasado muchas cosas en once años, pero la mayoría vienen de Dios, porque cuando ocurren cosas malas suele ser entonces cuando la gente buena da un paso al frente y hace que ocurran cosas buenas. Estoy muy agradecida a Dios.

- ¿Qué significó para usted la cercanía del Papa Francisco tras el asesinato de su hijo?

- Su llamada fue un regalo profundo. Llamó muy pronto. Un par de días después de que mataran a Jim, antes de que llamara nadie de nuestro gobierno. Y fue muy conmovedor, porque unos familiares del Papa Francisco habían tenido un accidente de coche, y él estaba experimentando su propio dolor, pero decidió tendernos la mano. Nos sentimos conmovidos y honrados. Y mi cuñado, que es de Madrid, estaba presente, así que pudo hablarle en español. Todos entendemos el español, pero yo no lo hablo muy bien. Pero fue un regalo. Y el modelo del Papa Francisco también fue un regalo para mí. Escuché muchos de sus audiolibros.

- De su libro se desprende que el conocimiento del otro, el diálogo, el encuentro pueden producir grandes cambios. ¿Es una indicación que pueda aplicarse de forma más general a este complicado momento de la historia?

- Desde luego. Estoy aquí por el Meeting de Rímini, que tanto me impresionó, porque pretende reunir a personas de todos los países y de todo el mundo para dialogar, rezar, dejarse inspirar por el Espíritu Santo, aprender juntos y debatir juntos. Tenemos que hacerlo más, porque lo que está ocurriendo ahora en Gaza es inhumano y trágico. Y en Ucrania, y en Sudán, y en tantas partes del mundo. Por eso agradezco tanto el liderazgo del Papa León XIV y su llamamiento a la paz. Hay muchas exposiciones hermosas en Rímini, pero una era sobre los diecinueve mártires de Argelia. Fue muy conmovedora, y el cardenal Jean-Paul Vesco estuvo presente y habló sobre ella. Otra, muy bonita, era sobre las profecías de paz, en su mayoría de jóvenes, adolescentes, que habían sido desafiados a encontrar pacificadores en Gaza, en Sudáfrica, en lugares de conflicto, en Ucrania. Encontrar a las personas que trabajan por la paz en medio del conflicto fue muy, muy poderoso, porque esos son los héroes. Esas son las personas que plantan las semillas de la paz. Fue un honor estar en Rimini.

- Salman Ruhsdie definió su libro como "una historia espectacular de violencia y perdón". ¿Está de acuerdo con esta definición?

- El perdón implica misericordia, la misericordia de Jesús, la misericordia de Dios. No puede haber perdón sin misericordia. La justicia es necesaria, sí, pero lo más grande es la misericordia, que debemos tener los unos con los otros: perdonarnos, comprender que todos somos imperfectos, todos somos pecadores, y todos necesitamos la misericordia de Dios. Para mí, es una historia de misericordia.