A eso se suma, también, el trabajo de sus hijos espirituales, los claretianos -los miembros de la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María-, continuadores de su obra.
Nacido en Sallent, Barcelona (España) en 1807, en su juventud fue obrero textil, razón por la que se le considera patrón de los tejedores y de la industria textil de Cataluña. Su padre era dueño de unos telares, donde Antonio tuvo que trabajar por lo menos en dos periodos, aunque por dentro se descubría llamado al sacerdocio. Él había manifestado esa inquietud desde muy joven y por eso sus padres invirtieron dinero en su formación, pero los altibajos económicos que sufrió su familia impidieron que tuviera continuidad en los estudios.
Como fuera, Antonio siempre fue reconocido como un precoz devoto de la Virgen María y un amante de la Eucaristía. Alcanzada la adultez, el santo profesaría una piedad muy profunda a Nuestra Señora, haciéndola parte central en su vida y obra misionera. Era el amor maternal de María lo que Antonio experimentaba y por eso la tuvo siempre como protectora y guía. Tanto la inclinación a la vida sacerdotal, como la idea -presente en un periodo- de hacerse monje cartujo, o, tras ser ordenado, la voluntad de servir como un buen pastor -vicario, párroco y finalmente arzobispo- fueron expresiones de sintonía con el Espíritu Santo, que, sin María, Antonio María no hubiese entendido ni acogido.
“Oh Virgen y Madre de Dios... soy hijo y misionero vuestro, formado en la fragua de vuestra misericordia y amor” (San Antonio María Claret).
Un día, siendo aún muy joven, Antonio salió de paseo con unos amigos rumbo a la playa. De pronto, mientras caminaba por la orilla, fue arrastrado mar adentro por una ola muy grande. Como no sabía nadar, empezó a ahogarse. Preso del pánico, luchando para no hundirse, alcanzó a gritar: “¡Virgen Santa, sálvame!”. De pronto, sin saber bien cómo, estaba de regreso en la orilla, sano y salvo.
Cada vez que Antonio volvía sobre el episodio, decía que había sido la Virgen quien lo había salvado.
En 1849 fundó la Orden de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, hoy conocidos como “claretianos”. También fue fundador (1855) de la Congregación de Religiosas de María Inmaculada (misioneras claretianas). Presidió la junta encargada del Monasterio de El Escorial (1859-1868), donde abrió una comunidad para eclesiásticos, un seminario y un colegio de enseñanza secundaria.
Poco después de la fundación de su Orden, recibió el nombramiento como arzobispo de Santiago de Cuba. Inicialmente pretendió declinar al cargo pero tras un breve discernimiento aceptó el pedido papal.
Antonio María viaja a América en 1850 para asumir la sede episcopal como arzobispo de Santiago de Cuba. Allí trabajó en el reordenamiento de la vida eclesial -la arquidiócesis había estado sin pastor por más de una década-, mientras combatía las injusticias sociales del entorno. El arzobispo Claret se enfrentó a los europeos que maltrataban a los naturales y preparó una edición especial de las Leyes de Indias para facilitar su divulgación, ya que estas podían ser buen instrumento para mejorar el trato hacia los esclavos.
Claret, odiado por los esclavistas, fue blanco de numerosas amenazas. Incluso sufrió un atentado: un hombre intentó asesinarlo con un cuchillo. Providencialmente, el atacante solo logró cortarle parte del rostro y el brazo derecho. El santo quedó mal herido por un largo periodo, pero una vez repuesto, inició otro más de sus recorridos por su extensa arquidiócesis. Claret prosiguió así hasta que llegó el momento de dejar la isla y volver rumbo a España por pedido expreso de la reina Isabel II.
De regreso a Europa continuó escribiendo textos relacionados a la fe y doctrina, así como otros de índole más espiritual, propicios para la formación de sacerdotes y religiosos. En uno de estos escribe:
“Rezadle el Santo Rosario todos los días con devoción y fervor, y veréis como María Santísima será vuestra Madre, vuestra abogada, vuestra medianera, vuestra maestra, vuestro todo después de Jesús".
La reina de España, Isabel II, llamó expresamente a Mons, Antonio María Claret para que fuese su confesor, servicio que cumplió cuidadosamente, en respuesta a la devoción y piedad con que la reina vivía. Ese lazo espiritual a la larga le trajo un serio inconveniente. España había pasado años de conflictos internos por la corona que produjeron la expulsión de Isabel II, razón por la que San Antonio María Claret -en fidelidad a la corona- acompañó a la reina al destierro tras ser destronada en 1868.
Al lado de la reina, permanece en Francia hasta el final de sus días. Sólo interrumpió dicha estancia cuando fue convocado a Roma por el Papa Pio IX para participar del Concilio Vaticano I, en 1869. Dado que el Concilio no pudo concluir, regresó a Francia. Allí murió, sin poder volver a su tierra, en 1870.
La figura de Antonio María Claret ha sido la inspiración de abundantes obras y frutos de la familia espiritual que congregó en torno a Cristo. Entre estos se cuentan las Órdenes mencionadas anteriormente a la que se sumó un movimiento laical. Allí están también cientos de centros educativos -lugares en los que se busca la excelencia académica- así como otras iniciativas en las que participó.
Antonio María Claret fue beatificado por el Papa Pío XI el 25 de febrero de 1934, y el 7 de mayo de 1950 fue canonizado por el Papa Pío XII.
El 13 de abril de 1951 fue declarado copatrono de la Diócesis de Canarias (España) por el mismo Papa Pío XII; y desde 1980 es el patrono de la catequesis en Cuba.
Invoquemos a San Antonio María Claret para pedir su intercesión por un enfermo de cáncer:
Oración
Oh San Antonio María Claret, que durante tu vida en la tierra consolabas tanto a los afligidos y tenías gran amor y tierna compasión a los enfermos ruega por mi ahora que gozas del premio de tus virtudes; echa una mirada de compasión sobre ... (menciona aquí a la persona afligida con cáncer) y concédeme esta gracia , si tal es la voluntad de Dios. Haz tuyos mis cuidados.
Habla una palabra al Inmaculado Corazón de María para obtener por su poderosa intercesión la gracia que yo tanto ansío, y una bendición que pueda fortalecerme durante mi vida; asisteme en la hora de mi muerte y guíame a una feliz eternidad. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario