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miércoles, 17 de septiembre de 2025

Papa León XIV en la Audiencia General, 17-9-2025: «A veces buscamos respuestas rápidas, soluciones inmediatas, pero Dios trabaja en lo profundo, en el tiempo lento de la confianza»

* «Si sabemos acoger con gratitud aquello acontecido, descubriremos que, justamente en la pequeñez, y en el silencio, Dios ama transfigurar la realidad haciendo nuevas todas las cosas con la fidelidad de su amor. La verdadera alegría nace de la espera habitada, de la fe paciente, de la esperanza que cuanto ha vivido en el amor, ciertamente, resurgirá a la vida eterna»

 

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa León XIV ha hecho en nuestro idioma

* «Expreso mi profunda cercanía al pueblo palestino en Gaza, que continúa viviendo en el miedo y sobreviviendo en condiciones inaceptables, obligado a la fuerza -una vez más- a desplazarse de sus propias tierras. Ante el Señor Omnipotente, que ha ordenado ‘No matarás’ y frente a la entera historia humana, toda persona tiene siempre una dignidad inviolable, que se debe respetar y custodiar. Renuevo el llamamiento al alto el fuego, a la liberación de los rehenes, a la solución diplomática negociada, al respeto integral del derecho humanitario internacional. Invito a todos a unirse a mi encarecida oración, para que pronto surja un amanecer de paz y de justicia»

 

17 de septiembre de 2025.- (Camino Católico).- “A veces buscamos respuestas rápidas, soluciones inmediatas, pero Dios trabaja en lo profundo, en el tiempo lento de la confianza” ha afirmado el Papa León XIV en la catequesis hoy, 17 de septiembre, día en que la iglesia celebra a San Roberto Belarmino, onomástica del Pontífice nacido como Robert Francis.  Festiva ha sido la acogida que le dispensaron al Papa las 35.000 personas reunidas en la Plaza de San Pedro para la cita del miércoles. El Papa León ha saludado a todos con una larga vuelta en el papamóvil antes de iniciar su meditación.

Continuando con las catequesis sobre “Jesús esperanza nuestra”, el Obispo de Roma ha reflexionado hoy sobre el misterio del Sábado Santo. “Es el día del gran silencio – recuerda– pero es justamente allí que se cumple el misterio más profundo de la fe cristiana”.

León XIV observa que en el sepulcro, Jesús, “Palabra viviente del Padre, calla” y en aquel silencio “la vida nueva inicia a fermentar”. “Dios no tiene miedo del tiempo que pasa, porque es Señor también de la espera”: “Así, también nuestro tiempo ‘no útil’, aquel de las pausas, de los vacíos, de los momentos estériles, puede convertirse en vientre de resurrección. Todo silencio acogido puede ser la premisa de una Palabra nueva. Todo tiempo detenido puede convertirse en tiempo de gracia, si lo ofrecemos a Dios”.

Tras la catequesis de la Audiencia General de este miércoles, el Papa ha lamentado que la población de Gaza haya sido obligada “por la fuerza a abandonar una vez más sus tierras”. León XIV expresa su profunda solidaridad con el pueblo palestino de Gaza, “que sigue viviendo con miedo y sobreviviendo en condiciones inaceptables, obligado por la fuerza a abandonar una vez más sus tierras. Ante el Señor Todopoderoso, que ha ordenado ‘No matarás’, y ante toda la historia de la humanidad, cada persona tiene siempre una dignidad inviolable que debe respetarse y protegerse”, asevera.  Asimismo, renueva su llamamiento “al alto el fuego, a la liberación de los rehenes, a una solución diplomática negociada y al pleno respeto del derecho internacional humanitario. Invito a todos a unirse a mi ferviente oración, para que pronto amanezca una paz y una justicia justas”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

LEÓN XIV

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro

Miércoles, 17 de septiembre de 2025

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 6. La muerte. «Un sepulcro nuevo, en el que nadie había sido depositado aún» (Jn 19,40-41)

Queridos hermanos y hermanas,

en nuestro camino de las catequesis sobre Jesús esperanza nuestra, hoy contemplamos el misterio del Sábado Santo. El Hijo de Dios yace en la tumba. Pero esta su “ausencia” no es un vacío: es espera, plenitud contenida, promesa custodiada en la oscuridad. Es el día del gran silencio, en el que el cielo parece mudo y la tierra inmóvil, pero es justamente allí que se cumple el misterio más profundo de la fe cristiana. Es un silencio grávido de sentido, como el vientre de una madre que custodia al hijo todavía no nacido, pero ya vivo.

El cuerpo de Jesús, bajado de la cruz, fue envuelto con cuidado, como se hace con aquello que es valioso.  El evangelista Juan nos dice que fue sepultado en un jardín, dentro «una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado» (Jn 19,41). Nada es dejado a la casualidad. Aquel jardín recuerda al Edén perdido, el lugar en el que Dios y el hombre estaban unidos. Y aquella tumba nunca antes usada habla de algo que todavía debe suceder: es un umbral, no un final. En el inicio de la creación Dios había plantado un jardín, ahora también la nueva creación toma forma en un jardín: con una tumba cerrada que pronto se abrirá.

El Sábado Santo es también un día de descanso. Según la ley judía, el séptimo día no se debe trabajar: de hecho, luego de seis días de creación, Dios descansó (cfr Gen 2,2). Ahora, también el Hijo, luego de haber completado su obra de salvación, descansa. No porque está cansado, sino porque ha concluido su trabajo. No porque se ha rendido, sino porque ha amado hasta el final. No hay nada más que agregar. Este descanso es el sello de la obra cumplida, es la confirmación de aquello que tenía que hacerse y que ha sido completado. Es un descanso lleno de la presencia oculta del Señor.

Fatigamos en detenernos y descansar. Vivimos como si la vida nunca fuese suficiente. Corremos por producir, por demostrar, por no perder terreno. Pero el Evangelio nos enseña que saber detenerse es un gesto de confianza que tenemos que aprender a cumplir. El Sábado Santo nos invita a descubrir que la vida no depende siempre de aquello que hacemos, sino también de cómo sabemos desistir de cuanto hemos podido hacer.

En el sepulcro, Jesús, la Palabra viviente del Padre, calla. Pero es justamente en aquel silencio que la vida nueva inicia a fermentar. Como una semilla en la tierra, como la oscuridad antes del amanecer. Dios no tiene miedo del tiempo que pasa, porque es Señor también de la espera. Así, también nuestro tiempo “no útil”, aquel de las pausas, de los vacíos, de los momentos estériles, puede convertirse en vientre de resurrección. Todo silencio acogido puede ser la premisa de una Palabra nueva. Todo tiempo detenido puede convertirse en tiempo de gracia, si lo ofrecemos a Dios.

Jesús, sepultado en la tierra, es el rostro mansueto de un Dios que no ocupa todo el espacio. Es el Dios que deja hacer, que espera, que se retira para dejarnos la libertad. Es el Dios que se fía, también cuando todo parece terminado. Y nosotros, en ese sábado detenido, aprendemos que no tenemos que tener prisa de resurgir: más es necesario descansar, acoger el silencio, dejarse abrazar por el límite. A veces buscamos respuestas rápidas, soluciones inmediatas. Pero Dios trabaja en lo profundo, en el tiempo lento de la confianza. El sábado de la sepultura se convierte así en las entrañas de las que pueden brotar las fuerzas de una luz invencible, aquella de la Pascua.

Queridos amigos, la esperanza cristiana no nace en el ruido, sino en el silencio de una espera habitada por el amor. No es hija de la euforia, sino de un confiado abandono. Nos lo enseña la virgen María: ella encarna esta espera, esta esperanza. Cuando nos parezca que todo está detenido, que la vida es un camino interrumpido, acordémonos del Sábado Santo. También en la tumba, Dios está preparando la sorpresa más grande. Y si sabemos acoger con gratitud aquello acontecido, descubriremos que, justamente en la pequeñez, y en el silencio, Dios ama transfigurar la realidad haciendo nuevas todas las cosas con la fidelidad de su amor. La verdadera alegría nace de la espera habitada, de la fe paciente, de la esperanza que cuanto ha vivido en el amor, ciertamente, resurgirá a la vida eterna.   

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis contemplamos el misterio del Sábado Santo. La “ausencia” de Cristo en el sepulcro no es un vacío; es promesa, es espera, es un silencio cargado de sentido, como el de una madre que custodia en el vientre a su hijo aún no nacido, pero ya vivo. El cuerpo de Jesús es bajado de la cruz para ser sepultado en un jardín, el cual evoca aquel del Edén, en el que Dios y el hombre estaban unidos. El silencio de Cristo no es estéril, es signo de que se está gestando algo nuevo, Cristo está reestableciendo la relación entre Dios y el hombre.

El Sábado Santo es también el día del descanso, según la ley judía. Jesús, después de haber contemplado su obra de salvación, reposa. No lo hace por estar cansado o por haberse rendido, es más bien la confirmación de que lo que había que hacer se ha llevado a cabo. A veces nos cuesta descansar, vivimos de prisa para producir, para demostrar, para no perder terreno. Sin embargo, así como el Sábado Santo nos enseña que cada silencio puede ser el preámbulo de una palabra nueva, también cada pausa puede convertirse en un tiempo de gracia.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España de México, de Perú, de toda América Latina. En medio del ruido y de la prisa en que a veces nos encontramos, pidamos la intercesión de la Virgen María para que nos enseñe, como ella, a vivir el Sábado Santo descubriendo el sentido del silencio y de la contemplación. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.

Además, en otras lenguas el Pontífice ha dicho: 

Expreso mi profunda cercanía al pueblo palestino en Gaza, que continúa viviendo en el miedo y sobreviviendo en condiciones inaceptables, obligado a la fuerza -una vez más- a desplazarse de sus propias tierras.

Ante el Señor Omnipotente, que ha ordenado “No matarás” y frente a la entera historia humana, toda persona tiene siempre una dignidad inviolable, que se debe respetar y custodiar.

Renuevo el llamamiento al alto el fuego, a la liberación de los rehenes, a la solución diplomática negociada, al respeto integral del derecho humanitario internacional.

Invito a todos a unirse a mi encarecida oración, para que pronto surja un amanecer de paz y de justicia. 

Finalmente, mi pensamiento va para los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Sean siempre fieles al ideal evangélico y vívanlo en sus actividades diarias.

Y, antes de terminar, quiero agradecerles a todos sus buenos deseos en este, mi onomástico. ¡Muchísimas gracias!

¡Mis bendiciones para todos!

Papa León XIV






Fotos: Vatican Media, 17-9-2025

Diane Foley cuenta ante el Papa León XIV cómo vio y perdonó al asesino que decapitó a su hijo: «El Espíritu Santo nos permitió escucharnos; Dios me dio la gracia de verlo como un pecador necesitado de misericordia, igual que yo»


Camino Católico.- Durante la Vigilia de Oración por el Jubileo de la Consolación en la Basílica de San Pedro, presidida por el Papa León XIV, la tarde del lunes, 15 de septiembre, Diane Foley ha relatado con valentía y emoción el camino que la llevó a encontrarse, por gracia de Dios, con uno de los yihadistas que primero secuestró y luego asesinó a su hijo Jim, el periodista estadounidense que fue una de las primeras víctimas de ISIS.

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En su testimonio, Diane Foley entrelaza la historia personal de una madre sometida a la prueba más difícil —la muerte de su hijo— con el dolor de la Virgen María bajo la cruz, el Vía Crucis de Jesús en su Pasión. Relata la historia de su hijo mayor, James Wright Foley, quien fue secuestrado en 2012 mientras trabajaba como reportero de guerra independiente en Siria.

«Durante casi dos años», explica, «sufrió hambre, fue torturado y, finalmente, públicamente, decapitado en agosto de 2014, por ser periodista estadounidense y cristiano». Este inmenso dolor comenzó cuando Jim fue secuestrado en Libia durante 44 días y luego liberado. Al regresar a casa, el joven parecía cambiado, con una fe más profunda, la que había desarrollado en cautiverio; esa experiencia lo impulsó a seguir dando voz a los que no la tienen. 

A pesar de las súplicas de su madre, Jim partió a Siria y fue secuestrado el 22 de noviembre de 2012. Diane relata un largo silencio al que se niega a rendirse. Busca ayuda en Washington, las Naciones Unidas, el Reino Unido, Francia y España, porque otros ciudadanos secuestrados por ISIS provenían de esos países.

Sigue rezando incesantemente, pidiendo a Dios que salve a Jim, pero de repente llega la noticia de su muerte violenta. "Estaba en shock, incrédula. La ira", dice Diane, "crecía en mi interior: ira hacia ISIS, hacia nuestro gobierno, hacia quienes se negaron a ayudar". A pesar de todo, sigue rezando, y esta vez le pide al Señor que no la consuma la ira. “Me tambaleaba bajo el peso de esa pérdida, insegura de si podría seguir adelante”. “En esos momentos oscuros, recé desesperadamente por la gracia de no volverme amarga, sino de ser misericordiosa y capaz de perdonar”.

Se vuelve hacia la Virgen María, sintiendo su cercanía, como una madre que llora a su hijo. Pasan los años, y dos de los yihadistas que secuestraron y torturaron a Jim son arrestados y juzgados en Virginia. Entre ellos se encuentra Alexanda Kotey, quien se declara culpable y pide conocer a las familias a las que perjudicó. 

Diane asegura que “solicité un encuentro con Alexanda porque sabía que Jim habría querido comprender por qué se había radicalizado, y yo quería compartir con él quién había sido Jim. A medida que se acercaba la fecha, empecé a dudar, mientras otros me aconsejaban no reunirme con él, diciendo que solo me mentiría”.

La conversación transcurre en medio del miedo y la incertidumbre. Diane relata quién era Jim, sintiendo que está experimentando un momento de gracia. «El Espíritu Santo nos permitió a ambos escucharnos, llorar, compartir nuestras historias. Alexanda expresó un gran remordimiento. Dios me dio la gracia de verlo como un pecador necesitado de misericordia, igual que yo». Después de tres semanas, Diane funda una fundación dedicada a su hijo. «Cada uno de nosotros», concluye, «lleva una cruz. Todos sufrimos por nuestros pecados, pero cuando invitamos a Jesús y a María a caminar con nosotros, siempre hay esperanza y sanación».

Fotos: Vatican Media, 15-9-2025

lunes, 15 de septiembre de 2025

Papa León XIV en homilía, 15-9-2025: «La violencia sufrida no se puede borrar, pero el perdón concedido a quienes la han generado es anticipo del Reino de Dios, fruto de su acción que pone fin al mal e instaura la justicia»

* «También a ustedes, hermanos y hermanas que han sufrido la injusticia y la violencia del abuso, María les repite hoy: “Yo soy tu madre”. Y el Señor, en lo secreto del corazón, les dice: “Tú eres mi hijo, tú eres mi hija”. Nadie les puede quitar este don personal ofrecido a cada uno. Y la Iglesia, de la cual algunos miembros lamentablemente los han herido, hoy se arrodilla junto a ustedes ante la Madre. Que todos podamos aprender de ella a amparar a los más pequeños y frágiles con ternura. Que aprendamos a atender sus heridas, a caminar juntos. Que podamos recibir de María Dolorosa la fuerza de reconocer que la vida no se define sólo por el mal padecido, sino por el amor de Dios que nunca nos abandona y que guía a toda la Iglesia»  

   

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV 

* «Así como existe el dolor personal, también en nuestros días existe el dolor colectivo de pueblos enteros que, aplastados por el peso de la violencia, del hambre y de la guerra, imploran paz. Es un grito inmenso, que nos compromete a rezar y actuar para que cese toda violencia y para que quienes sufren puedan recuperar serenidad; y compromete ante todo a Dios, cuyo corazón palpita de compasión, para que venga su Reino. La verdadera consolación que debemos ser capaces de transmitir es la de mostrar que la paz es posible, y que brota en cada uno de nosotros si no la sofocamos. Que los responsables de las naciones escuchen particularmente el grito de tantos niños inocentes, para garantizarles un futuro que los proteja y los consuele» 

15 de septiembre de 2025.- (Camino Católico) “La violencia sufrida no se puede borrar, pero el perdón concedido a quienes la han generado es un anticipo en la tierra del Reino de Dios, es el fruto de su acción que pone fin al mal e instaura la justicia”, ha afirmado el Papa León XIV en su homilía en la Vigilia de Oración del Jubileo de la Consolación, que se ha celebrado esta tarde en la Basílica de San Pedro.


La liturgia de la Palabra ha reunido a quienes viven o han vivido momentos de particular dificultad, luto, sufrimiento o desamparo. Situaciones en las que, está seguro el Papa, Dios no dejará de proporcionar "artífices de paz capaces de alentar a quienes están sumidos en el dolor y la tristeza". 




El Papa ha invitado a caminar juntos, con ternura, con quienes han "sufrido la injusticia y la violencia de los abusos", como los que han sido heridos por miembros de la Iglesia, y pide a los responsables de las Naciones que escuchen el dolor de tantos niños aplastados por los conflictos, para garantizarles un futuro.





La Liturgia de la Palabra, se ha centrado en la parábola del Buen Samaritano, y antes de la homilía del Papa se han escuchado los testimonios de dos mujeres, Lucia Di Mauro Montanino, de Nápoles, cuyo marido, guardia de seguridad, fue asesinado por una banda de jóvenes ladrones en 2009, y Diane Foley, de Estados Unidos, que perdió a su hijo, un periodista masacrado por Isis, en 2014. Sus recuerdos y relatos, acompañados por la emoción y los aplausos de la asamblea", subraya León XIV, "transmiten la certeza 'de que el dolor no debe generar violencia' y 'de que la violencia no es la última palabra, porque la supera el amor que sabe perdonar'". Todo dolor, añade, puede ser transformado por la gracia del Señor. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:



JUBILEO DE LA CONSOLACIÓN

VIGILIA DE ORACIÓN

PRESIDIDA POR EL SANTO PADRE LEÓN XIV

Basílica de San Pedro

Lunes, 15 de septiembre de 2025

«Consuelen, consuelen a mi pueblo» (Is 40,1). Esta es la invitación del profeta Isaías, que hoy nos alcanza de modo apremiante también a nosotros: nos llama a compartir la consolación de Dios con tantos hermanos y hermanas que viven situaciones de debilidad, de tristeza, de dolor. Para quienes están en el llanto, en la desesperación, en la enfermedad y en el luto, resuena claro y fuerte el anuncio profético de la voluntad del Señor de poner fin al sufrimiento y transformarlo en alegría. En este sentido, quisiera agradecer nuevamente a las dos personas que han dado sus testimonios. Todo el dolor se puede transformar con la gracia de Jesucristo. ¡Gracias! Esta Palabra compasiva, hecha carne en Cristo, es el buen samaritano del que nos habló el Evangelio. Él es quien cura nuestras heridas, Él es quien cuida de nosotros. En los momentos de oscuridad, aun contra toda evidencia, Dios no nos deja solos; al contrario, precisamente en esas circunstancias estamos llamados más que nunca a esperar en su cercanía de Salvador que nunca abandona.

Buscamos a quien nos consuele y a menudo no lo encontramos. A veces incluso nos resulta insoportable la voz de quienes, con sinceridad, intentan compartir nuestro dolor. Es verdad. Hay situaciones en las que las palabras no sirven y se vuelven casi superfluas. Quizás en esos momentos sólo quedan las lágrimas del llanto, si es que todavía no se han agotado. El  Papa Francisco recordaba las lágrimas de María Magdalena, desorientada y sola, junto al sepulcro vacío de Jesús. «Simplemente llora ―decía―. Miren, a veces en nuestra vida los anteojos para ver a Jesús son las lágrimas. Hay un momento en nuestra vida en que sólo las lágrimas nos preparan para ver a Jesús. Y ¿cuál es el mensaje de esta mujer? “He visto al Señor”» [1].

Queridas hermanas y hermanos, las lágrimas son un lenguaje que expresa sentimientos profundos del corazón herido. Las lágrimas son un grito mudo que implora compasión y consuelo. Pero aun antes son liberación y purificación de los ojos, del sentir, del pensar. No hay que avergonzarse de llorar; es una manera de expresar nuestra tristeza y la necesidad de un mundo nuevo; es un lenguaje que habla de nuestra humanidad débil y puesta a prueba, pero llamada a la alegría.

Donde hay dolor surge inevitablemente la pregunta: ¿Por qué todo este mal? ¿De dónde proviene? ¿Por qué me tenía que pasar justamente a mí? En sus Confesiones, san Agustín escribe: «Buscaba yo el origen del mal [...]. ¿Cuál es su raíz y cuál su semilla? [...] Puesto que Dios, bueno, hizo todas las cosas buenas [...]. ¿De dónde viene el mal? [...] Tales cosas revolvía yo en mi pecho [...]. Sin embargo, de modo estable se afincaba en mi corazón, en orden a la Iglesia Católica, la fe de tu Cristo, Señor y Salvador nuestro; informe ciertamente en muchos puntos y como fluctuando [...], mas con todo, no la abandonaba ya mi alma» (VII, 5).

En el paso de las preguntas a la fe lo que nos educa es la Sagrada Escritura. De hecho, hay preguntas que nos repliegan sobre nosotros mismos, nos dividen interiormente y nos separan de la realidad. Hay pensamientos de los que no puede nacer nada. Si nos aíslan y nos desesperan, también humillan la inteligencia. Mejor es, como en los Salmos, que la pregunta sea protesta, lamento, invocación de esa justicia y de esa paz que Dios nos ha prometido. Entonces tendemos un puente hacia el cielo, incluso cuando parece mudo. En la Iglesia buscamos el cielo abierto, que es Jesús, el puente de Dios hacia nosotros. Existe una consolación que nos alcanza cuando “se afinca en el corazón” esa fe que nos parece “informe y como fluctuando”, como una barca en la tormenta.

Donde está el mal, allí debemos buscar el alivio y la consolación que lo vencen y no le dan tregua. En la Iglesia quiere decir: nunca solos. Apoyar la cabeza en un hombro que te consuela, que llora contigo y te da fuerza, es una medicina de la que nadie puede privarse porque es signo de amor. Donde el dolor es profundo, aún más fuerte debe ser la esperanza que nace de la comunión. Y esta esperanza no defrauda.

Los testimonios que hemos escuchado transmiten esta certeza. Que el dolor no debe generar violencia; que la violencia no es la última palabra, porque es vencida por el amor que sabe perdonar. ¿Qué mayor liberación podemos esperar alcanzar sino la que proviene del perdón, que por gracia puede abrir el corazón a pesar de haber sufrido toda clase de brutalidades? La violencia padecida no puede ser borrada, pero el perdón concedido a quienes la generaron es una anticipación en la tierra del Reino de Dios, es fruto de su acción que pone fin al mal y establece la justicia. La redención es misericordia y puede hacer mejor nuestro futuro, mientras aún aguardamos el regreso del Señor. Solo Él enjugará toda lágrima y abrirá el libro de la historia permitiéndonos leer las páginas que hoy no podemos justificar ni comprender (cf. Ap 5).

También a ustedes, hermanos y hermanas que han sufrido la injusticia y la violencia del abuso, María les repite hoy: “Yo soy tu madre”. Y el Señor, en lo secreto del corazón, les dice: “Tú eres mi hijo, tú eres mi hija”. Nadie les puede quitar este don personal ofrecido a cada uno. Y la Iglesia, de la cual algunos miembros lamentablemente los han herido, hoy se arrodilla junto a ustedes ante la Madre. Que todos podamos aprender de ella a amparar a los más pequeños y frágiles con ternura. Que aprendamos a atender sus heridas, a caminar juntos. Que podamos recibir de María Dolorosa la fuerza de reconocer que la vida no se define sólo por el mal padecido, sino por el amor de Dios que nunca nos abandona y que guía a toda la Iglesia.


Las palabras de san Pablo, además, nos sugieren que, cuando se recibe consolación de Dios, entonces se es capaz de ofrecer consolación también a los demás: Él ―escribe el Apóstol― «nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios» (2 Co 1,4). Los secretos de nuestro corazón no están ocultos a Dios. No hemos de impedirle consolarnos, engañándonos con que podemos contar sólo con nuestras fuerzas.

Hermanas y hermanos, al finalizar esta Vigilia se les ofrecerá un pequeño regalo: el Agnus Dei. Es un signo que podremos llevar a nuestras casas para recordar que el misterio de Jesús, de su muerte y resurrección, es la victoria del bien sobre el mal. Él es el Cordero que da el Espíritu Santo Consolador, que nunca nos deja, nos conforta en la necesidad y nos fortalece con su gracia (cf. Hch 15,31).

Aquellos a los que amamos y que nos han sido arrebatados por la hermana muerte no están perdidos ni desaparecen en la nada. Su vida pertenece al Señor que, como Buen Pastor, los abraza y los estrecha junto a sí, y nos los devolverá un día para que podamos gozar de una felicidad eterna y compartida.

Queridos amigos, así como existe el dolor personal, también en nuestros días existe el dolor colectivo de pueblos enteros que, aplastados por el peso de la violencia, del hambre y de la guerra, imploran paz. Es un grito inmenso, que nos compromete a rezar y actuar para que cese toda violencia y para que quienes sufren puedan recuperar serenidad; y compromete ante todo a Dios, cuyo corazón palpita de compasión, para que venga su Reino. La verdadera consolación que debemos ser capaces de transmitir es la de mostrar que la paz es posible, y que brota en cada uno de nosotros si no la sofocamos. Que los responsables de las naciones escuchen particularmente el grito de tantos niños inocentes, para garantizarles un futuro que los proteja y los consuele.

En medio de tanta prepotencia, estamos seguros, Dios no dejará que falten corazones y manos que lleven ayuda y consolación, constructores de paz capaces de animar a quienes están en el dolor y la tristeza. Y juntos, como Jesús nos enseñó, invocaremos con mayor verdad: “¡Venga a nosotros tu Reino!”.

PAPA LEÓN XIV

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[1] Francisco, Meditación matutina en la Capilla de la Domus Sanctae Marthae (2 abril 2013).

Fotos: Vatican Media, 15-9-2025

Vigilia de oración del Jubileo de la Consolación, presidida por el Papa León XIV, 15-9-2025

 

Foto: Vatican Media, 15-9-2025


15 de septiembre de 2025.- (Camino Católico)  En la Vigilia de oración del Jubileo de la Consolación, en la Basílica de San Pedro, celebrada la tarde de este lunes, el Papa León XIV invita a caminar juntos, con ternura, con quienes han "sufrido la injusticia y la violencia de los abusos", como los que han sido heridos por miembros de la Iglesia, y pide a los responsables de las Naciones que escuchen el dolor de tantos niños aplastados por los conflictos, para garantizarles un futuro. La liturgia de la Palabra ha reunido a quienes viven o han vivido momentos de particular dificultad, luto, sufrimiento o desamparo. Situaciones en las que, está seguro el Papa, Dios no dejará de proporcionar "artífices de paz capaces de alentar a quienes están sumidos en el dolor y la tristeza". En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la Vigilia.


 


La Liturgia de la Palabra, se ha centrado en la parábola del Buen Samaritano, y antes de la homilía del Papa se han escuchado los testimonios de dos mujeres, Lucia Di Mauro Montanino, de Nápoles, cuyo marido, guardia de seguridad, fue asesinado por una banda de jóvenes ladrones en 2009, y Diane Foley, de Estados Unidos, que perdió a su hijo, un periodista masacrado por Isis, en 2014. Sus recuerdos y relatos, acompañados por la emoción y los aplausos de la asamblea", subraya León XIV, "transmiten la certeza 'de que el dolor no debe generar violencia' y 'de que la violencia no es la última palabra, porque la supera el amor que sabe perdonar'". Todo dolor, añade, puede ser transformado por la gracia del Señor. La mayor liberación que podemos alcanzar, explica, es la “que viene del perdón”, que por gracia “puede abrir el corazón a pesar de haber sufrido todo tipo de brutalidad”:


“La violencia sufrida no se puede borrar, pero el perdón concedido a quienes la han generado es un anticipo en la tierra del Reino de Dios, es el fruto de su acción que pone fin al mal e instaura la justicia”.