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domingo, 22 de diciembre de 2024

Papa Francisco en el Ángelus, 22-12-2024: «Que toda maternidad sea bendecida, y en cada madre sea agradecido y exaltado el nombre de Dios, que confía a los hombres y mujeres el poder dar la vida»

* «Dentro de un momento bendeciremos las figuras del «Niño Dios», yo he traído el mío. Me lo regaló el Arzobispo de Santa Fe; fue hecho por aborígenes ecuatorianos… estas figuras del «Niño Dios» que ustedes han traído. Podemos preguntarnos, entonces: ¿Doy gracias al Señor porque se hizo hombre como nosotros, para compartir en todo, excepto en el pecado, nuestra existencia? ¿Yo alabo al Señor y lo bendigo por cada niño que nace? ¿Soy gentil cuando encuentro a una madre encinta? ¿Sostengo y defiendo el valor sagrado de la vida de los pequeños desde su concepción en el seno materno?»

    

Vídeo completo de la transmisión en directo de Vatican News traducido al español con las palabras del Papa en el Ángelus

* «Sigo siempre con atención y preocupación las noticias que llegan de Mozambique, y deseo renovar a ese amado pueblo mi mensaje de esperanza, paz y reconciliación. Rezo para que el diálogo y la búsqueda del bien común, sostenidos por la fe y la buena voluntad, prevalezcan sobre la desconfianza y la discordia. La atormentada Ucrania sigue siendo golpeada por atentados en las ciudades, que a veces dañan escuelas, hospitales, iglesias. Que callen las armas y resuenen los villancicos. Recemos para que en Navidad cese el fuego en todos los frentes de guerra, en Tierra Santa, en Ucrania, en todo Medio Oriente y en el mundo entero. Y con dolor pienso en Gaza, en tanta crueldad; en los niños ametrallados, en los bombardeos de escuelas y hospitales... ¡Cuánta crueldad!»  

22 de diciembre de 2024.- (Vatican News / Camino Católico)  “Cantemos como María: ‘Proclama mi alma la grandeza del Señor’, para que toda maternidad sea bendecida, y en cada madre del mundo sea agradecido y exaltado el nombre de Dios, que confía a los hombres y mujeres el poder dar la vida”  ha dicho el Papa Francisco desde la capilla de la Casa Santa Marta, comentando el evangelio antes de rezar el Ángelus. 

Francisco no se ha asomado a la plaza de San Pedro desde el Palacio Apóstolico porque está resfriado, en previsión de la amplia agenda que debe cumplir los próximos días,  y ha explicado que ha mejorado.

En los saludos inmediatamente después del Ángelus, Francisco pide un alto el fuego para Navidad en todos los frentes de guerra y repite su mensaje de paz, esperanza y reconciliación para tierras como Mozambique, la atormentada Ucrania y para la Tierra Santa.

Finalmente, el Pontífice ha bendecido las estatuillas del Niño Jesús que niños y jóvenes han llevado a la Plaza de San Pedro y que luego colocarán en los belenes, un "gesto sencillo pero importante", define el Papa que concluye con la esperanza que nadie olvidará a sus abuelos y que “nadie se queda solo en estos días”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Domus Sanctae Marthae
Domingo, 22 de diciembre de 2024

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Lamento no estar en la Plaza con ustedes, pero me estoy mejorando y se deben tomar precauciones.

Hoy el Evangelio nos presenta a María que, tras el anuncio del ángel, visita a Isabel, su pariente anciana (cf. Lc 1, 39-45), que también espera un hijo. Así, es el encuentro de dos mujeres felices por el don extraordinario de la maternidad: María acaba de concebir a Jesús, el Salvador del mundo (cf. Lc 1, 31-35), e Isabel, a pesar de su avanzada edad, lleva en su seno a Juan, que preparará el camino que precederá al Mesías (cf. Lc 1, 13-17), Juan Bautista.

Ambas tienen mucho de qué alegrarse, y tal vez podríamos sentirlas lejanas al ser protagonistas de milagros tan grandes, que normalmente no ocurren en nuestra experiencia. El mensaje que el Evangelista quiere darnos, pocos días antes de Navidad, es este, es distinto. En efecto, la contemplación de los signos prodigiosos de la acción salvífica de Dios no debe hacernos sentir nunca lejanos de Él, sino ayudarnos a reconocer su presencia y su amor cerca de nosotros, por ejemplo en el don de cada vida, de cada niño, de su madre. El don de la vida… He leído en el programa “A tua immagine” algo hermoso que estaba escrito: ¡Ningún niño es un error! El don de la vida…

En la plaza, habrá también hoy madres con sus hijos, y quizá también haya algunas que estén en la «dulce espera de uno». Por favor, no seamos indiferentes a su presencia, aprendamos a admirarnos de su belleza y, como hicieron Isabel y María, aquella belleza de las mujeres encinta, bendigamos a las madres y alabemos a Dios por el milagro de la vida. A mí me gusta – me gustaba, porque ahora no puedo hacerlo – cuando en la otra diócesis andaba en bus, cuando subía al bus una mujer embarazada, de inmediato le daban el puesto para sentarse: ¡Un gesto de esperanza y de respeto!

Hermanos y hermanas, estos días nos gusta crear un ambiente festivo con luces, adornos y música navideña. Recordemos, sin embargo, expresar sentimientos de alegría cada vez que nos encontremos con una madre que lleva a su hijo en brazos o en su regazo. Y cuando esto nos suceda, oremos en nuestro corazón y digamos también, como Isabel: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1, 42); cantemos como María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor» (Lc 1, 46), para que toda maternidad sea bendecida, y en cada madre del mundo sea agradecido y exaltado el nombre de Dios, que confía a los hombres el poder dar la vida a los a los hombres y a las mujeres.

Dentro de un momento bendeciremos las figuras del «Niño Dios», yo he traído el mío. Me lo regaló el Arzobispo de Santa Fe; fue hecho por aborígenes ecuatorianos… estas figuras del «Niño Dios» que ustedes han traído. Podemos preguntarnos, entonces: ¿Doy gracias al Señor porque se hizo hombre como nosotros, para compartir en todo, excepto en el pecado, nuestra existencia? ¿Yo alabo al Señor y lo bendigo por cada niño que nace? ¿Soy gentil cuando encuentro a una madre encinta? ¿Sostengo y defiendo el valor sagrado de la vida de los pequeños desde su concepción en el seno materno?

Que María, la Bendita entre todas las mujeres, nos haga capaces de experimentar asombro y gratitud ante el misterio de la vida que nace.


Oración del Ángelus:                         


Angelus Dómini nuntiávit Mariæ.

Et concépit de Spíritu Sancto.

Ave Maria…


Ecce ancílla Dómini.

Fiat mihi secúndum verbum tuum.

Ave Maria…


Et Verbum caro factum est.

Et habitávit in nobis.

Ave Maria…


Ora pro nobis, sancta Dei génetrix.

Ut digni efficiámur promissiónibus Christi.


Orémus.

Grátiam tuam, quǽsumus, Dómine,

méntibus nostris infunde;

ut qui, Ángelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem eius et crucem, ad resurrectiónis glóriam perducámur. Per eúndem Christum Dóminum nostrum.


Amen.


Gloria Patri… (ter)

Requiem aeternam…


Benedictio Apostolica seu Papalis


Dominus vobiscum.Et cum spiritu tuo.

Sit nomen Benedicat vos omnipotens Deus,

Pa ter, et Fi lius, et Spiritus Sanctus.


Amen.



Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:


Queridos hermanos y hermanas


Sigo siempre con atención y preocupación las noticias que llegan de Mozambique, y deseo renovar a ese amado pueblo mi mensaje de esperanza, paz y reconciliación. Rezo para que el diálogo y la búsqueda del bien común, sostenidos por la fe y la buena voluntad, prevalezcan sobre la desconfianza y la discordia.


La atormentada Ucrania sigue siendo golpeada por atentados en las ciudades, que a veces dañan escuelas, hospitales, iglesias. Que callen las armas y resuenen los villancicos. Recemos para que en Navidad cese el fuego en todos los frentes de guerra, en Tierra Santa, en Ucrania, en todo Medio Oriente y en el mundo entero. Y con dolor pienso en Gaza, en tanta crueldad; en los niños ametrallados, en los bombardeos de escuelas y hospitales... ¡Cuánta crueldad!


Saludo con afecto a todos ustedes, romanos y peregrinos. Saludo a la delegación de ciudadanos italianos que viven en territorios que esperan desde hace tiempo una recuperación para proteger su salud. Expreso mi cercanía a estas poblaciones, especialmente a las que han sufrido la reciente tragedia de Calenzano.


Esta mañana he tenido la alegría de estar con los niños, con sus madres, que acuden al Dispensario Santa Marta, en el Vaticano, dirigido -aquí en el Vaticano- por las Hermanas Vicentinas, ¡qué buenas religiosas son! Entre ellas hay una hermana que es como la abuela de todo, la buena sor Antonietta, a la que recuerdan con tanto amor. Y a mí, tantos niños que había, me han llenado el corazón de alegría. Repito: «¡Ningún niño es un error!».



Y ahora bendigo a las imágenes del «Niño Dios», yo he traído el mío, las figuritas del Niño Jesús que ustedes, queridos niños y jóvenes, han traído aquí y que pondrán en el pesebre al regresar a casa. Les agradezco este gesto sencillo, pero importante. Los bendigo de corazón a todos, a sus padres, a sus abuelos, a sus familias. Y, por favor, ¡no se olviden de sus abuelos! Que nadie esté solo estos días.


Y les deseo a todos un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Que el Señor los bendiga. Que tengan un buen almuerzo ¡adiós!


Francisco


Fotos: Vatican Media, 22-12-2024

Homilía del evangelio del domingo: Para penetrar en la Navidad hay que abajarse y hacerse pequeño porque Dios se inclina sobre los abandonados / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

 

* «Nuestra tentación, en efecto, es la de hacer exactamente lo contrario de lo que hizo Dios: querer mirar a quien está arriba, no a quien está abajo; a quien le va bien, no a quien se encuentra en necesidad. No podemos contentarnos con recordar que Dios orienta su mirada hacia los humildes. Debemos hacernos nosotros mismos pequeños, humildes, al menos de corazón»

Ha mirado la humildad de su sierva

Domingo IV de adviento – C

Miqueas 5, 1-4a  / Salmo 79  /  Hebreos 10, 5-10  /  San Lucas 1, 39-45


Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- El último domingo de Adviento es el que debe preparar inmediatamente a la Navidad. Las compras ya deberían estar hechas, y tal vez estamos un poco más disponibles para pensar también en el sentido religioso de la fiesta. El Evangelio es el de la Visitación de María a Isabel, que finaliza con el Magnificat: "Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva".

Con el Magnificat, María nos ayuda a captar un aspecto importante del misterio navideño sobre el que desearía insistir: la Navidad como fiesta de los humildes y como rescate de los pobres. Dice: "Ha derribado del trono a los poderosos y ha enaltecido a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos".

En el mundo de hoy se van perfilando dos nuevas clases sociales, que ya no son las mismas que se consideraban en el pasado, esto es, propietarios y proletarios. Son más bien, por un lado, la sociedad cosmopolita que sabe inglés, que se mueve a sus anchas por los aeropuertos del mundo, que sabe utilizar el ordenador y "navega" por Internet; para la cual la tierra es ya "la aldea global"; por otro, la gran masa de aquellos que apenas han salido de su pueblo natal y tienen un acceso limitado o sólo indirecto a los grandes medios de comunicación social.

Hoy son estos, respectivamente, los nuevos "poderosos" y los nuevos "humildes".

María nos ayuda a volver a poner las cosas en su sitio y a no dejarnos engañar. Nos dice que frecuentemente los valores más profundos se esconden entre los humildes; que los acontecimientos que más inciden en la historia (como el nacimiento de Jesús) suceden en medio de ellos, no sobre los grandes escenarios del mundo. Belén era "la aldea más pequeña de Judá", dice la primera lectura del día; sin embargo, fue en ella en la que nació el Mesías. Grandes escritores, como [Alessandro] Manzoni y [Fiodor] Dostoievski, han inmortalizado en sus obras los valores y las historias de la "gente pobre".

La "opción preferencial" por los pobres es algo que hizo Dios mucho antes del Concilio Vaticano II. La Escritura dice que "el Señor es excelso, pero se fija en el humilde" (Sal 138, 6); que "resiste a los soberbios, pero concede su favor a los humildes" (1 P 5, 5). A lo largo de toda la Revelación se nos muestra como un Dios que se inclina sobre los pobres, los afligidos, los abandonados y aquellos que no son nada a los ojos del mundo. Todo esto contiene una lección actualísima. Nuestra tentación, en efecto, es la de hacer exactamente lo contrario de lo que hizo Dios: querer mirar a quien está arriba, no a quien está abajo; a quien le va bien, no a quien se encuentra en necesidad.

No podemos contentarnos con recordar que Dios orienta su mirada hacia los humildes. Debemos hacernos nosotros mismos pequeños, humildes, al menos de corazón. La Basílica de la Natividad en Belén sólo tiene una puerta de entrada, y es tan baja que no se puede pasar por ella más que inclinándose profundamente. Hay quien dice que fue construida así para impedir que los beduinos entraran a grupa de sus camellos. Pero la explicación que siempre se ha dado (y que contiene, en cualquier caso, una profunda verdad espiritual) es otra. Esa puerta debía recordar a los peregrinos que para penetrar en el significado profundo de la Navidad hay que abajarse y hacerse pequeños.

En los próximos días oiremos cantar muchas veces la antigua melodía Tu scendi dalle stelle, o re del cielo... [canto popular italiano compuesto por San Alfonso María de Ligorio: "Desciendes de las estrellas, oh rey del cielo"]. Y si Dios descendió "de las estrellas", ¿no deberíamos nosotros bajar de nuestros pequeños pedestales de superioridad y de dominio, para vivir como hermanos reconciliados entre nosotros? También tenemos que bajar de nuestros "camellos" para entrar en la gruta de Belén...

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.


 Evangelio

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: 

«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

 San Lucas 1, 39-45

Homilía del evangelio del domingo: Asociarnos a la Virgen María supone vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros apegos y pasiones, para ponernos incondicionalmente al servicio de la voluntad de Dios / Por P. José María Prats

* «Toda la vida de la Virgen María está referida a Dios pero, a la vez, está totalmente volcada hacia nosotros para comunicarnos la gracia que ha recibido. Asociarnos a María supone constituirnos también en transmisores de la presencia y de la gracia de Dios. No con grandes discursos sino con la palabra y la acción cotidiana movida por el Espíritu de Dios»

Domingo IV de adviento – C

Miqueas 5, 1-4a  / Salmo 79  /  Hebreos 10, 5-10  /  San Lucas 1, 39-45


P. José María Prats / Camino Católico.- La liturgia de este domingo nos presenta nuevamente a la Virgen María. Ella es la figura central de este tiempo de adviento, la mujer en quien la humanidad acoge al mismo Dios que se hace hombre para restaurar la armonía de la creación destruida por el pecado. 

Sólo podemos acoger el don de Dios asociados a María y por ello la tenemos tan presente en este tiempo de adviento. De hecho, la identificación con la Madre de Dios es el mejor programa para vivir el adviento. Veamos, pues, cuáles son sus actitudes y virtudes para intentar imitarlas:

  • Como celebrábamos hace unos días en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, Ella permanece totalmente ajena al pecado desde el inicio hasta el final de su vida. Asociarnos a María supone combatir la acción del mal en nosotros e imitar su pureza. Y para este combate contamos con el arma poderosísima del sacramento de la penitencia. El mismo Jesús nos dice que serán los limpios de corazón quienes verán a Dios.

  • María, por amor, se olvida de sí misma, de sus planes y proyectos, y se pone toda Ella al servicio del plan de Dios: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Asociarnos a María supone vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros apegos y pasiones, para ponernos incondicionalmente al servicio de la voluntad de Dios. 

  • Toda la vida de María es un permanente vivir para Dios. Todos sus pensamientos, palabras y obras están siempre referidos a Él. «María, por su parte, guardaba estos recuerdos y los meditaba en su corazón». Asociarnos a María supone recoger todas las dimensiones de nuestro ser (atención, inteligencia, afectividad, voluntad...) para centrarlas en la relación con Dios. La adoración al Santísimo u oraciones contemplativas como el Rosario o la oración del corazón nos pueden ayudar mucho en este sentido.

  • María, habiendo concebido al Señor en su seno sabe que lo tiene absolutamente todo y por ello desborda de alegría, esperanza y optimismo, como manifiesta su canto del Magnificat. Asociarnos a María supone participar de esta confianza inquebrantable en el poder salvador de Dios que hace desaparecer los miedos y dinamiza todo nuestro ser.

  • Pero, como nos muestra el evangelio de hoy, el primer impulso de María tras concebir al Hijo de Dios en su seno es el de compartir el don inefable que ha recibido. Toda su vida –como veíamos- está referida a Dios pero, a la vez, está totalmente volcada hacia nosotros para comunicarnos la gracia que ha recibido. Asociarnos a María supone constituirnos también en transmisores de la presencia y de la gracia de Dios. No con grandes discursos sino con la palabra y la acción cotidiana movida por el Espíritu de Dios. María no subió a la montaña a dar una lección de teología, pero estaba tan llena de gracia que en cuanto saludó a su prima, ésta se llenó del Espíritu Santo y su criatura saltó de alegría en el vientre.

P. José María Prats

Evangelio

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: 

«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

 San Lucas 1, 39-45

Abrir nuestro corazón para acoger al Salvador, confiando en su plan divino, en su misericordia y amor como María y José / Por P. Carlos García Malo

 


domingo, 15 de diciembre de 2024

Papa Francisco en el Ángelus con consagrados en Córcega, 15-12-2024: «Repetir en la oración: En mi servicio, que no esté yo en el centro, sino Dios»

 


* «No se vive de rentas con el Señor. Por el contrario, la alegría del encuentro con Él debe renovarse cada día; a cada momento es necesario volver a escuchar su voz y decidirse a seguirlo, también en los momentos de las caídas. Levántate, mira al Señor y dile: ‘Discúlpame y ayúdame a seguir adelante’. Esta cercanía fraterna y filial es muy importante en nuestra vida»

    

Vídeo completo de la transmisión en directo de Vatican News traducido al español con las palabras del Papa en el Ángelus

* «La misión que cada uno de ustedes ha recibido tiene siempre un único objetivo: llevar a Jesús a los demás, dar a los corazones la consolación del Evangelio. Me gustaría recordar aquí el momento en que el apóstol Pablo está por volver a Corinto y, escribiendo a la comunidad, les dice: ‘De buena gana entregaré lo que tengo y hasta me entregaré a mí mismo, para el bien de ustedes’ (2 Co 12,15). Entregarse por las almas, entregarse en ofrenda de sí por aquellos que nos han sido encomendados» 


 15 de diciembre de 2024.- (Camino CatólicoUn “gracias” del Papa Francisco hacia los obispos, sacerdotes, diáconos, consagrados, consagradas y seminaristas de Córcega para después centrar su discurso en “la gracia de Dios”. Se trata de la alocución que ha pronunciado antes de rezar la oración mariana del Ángelus en la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción en Ajaccio ante el clero de la isla mediterránea.

Francisco, en su discurso, reflexiona sobre los desafíos que enfrentan los cristianos en Europa para transmitir la fe, especialmente en contextos que no siempre favorecen el anuncio del Evangelio: “Ustedes lo experimentan cada día, pues los ambientes en los que trabajan no siempre se muestran favorables para acoger el anuncio del Evangelio” y les recuerda que en el centro está el Señor: “No estoy yo en el centro, sino Dios. Esto es algo que quizá cada mañana, cuando sale el sol, cada pastor, cada consagrado debería repetir en la oración: también hoy, en mi servicio, que no esté yo en el centro, sino Dios”. Y dice esto porque Francisco considera que hay un peligro en la mundanalidad, un peligro que es la vanidad. “Ser un pavo real. Mirarse demasiado a uno mismo. Eso es vanidad. Y la vanidad es un mal vicio, con mal olor. Pavonearse”. Después, les hace una doble invitación: cuidar de sí mismos y cuidar de los demás.

El Papa ha concluido con su frase preferida: “La guerra es siempre una derrota”. “¡Paz al mundo entero! especialmente para Tierra Santa, donde María dio a luz a Jesús”. Antes de rezar a la Madre del cielo, el Papa ha elevado su súplica para que la Santa Madre de Dios obtenga la anhelada paz para todos los territorios en conflicto. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:


VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD PAPA FRANCISCO
A AJACCIO
CON MOTIVO DEL CONGRESO
“LA RELIGIOSITÉ POPULAIRE EN MÉDITERRANÉE”

REZO DEL ÁNGELUS CON LOS OBISPOS, SACERDOTES, DIÁCONOS,
CONSAGRADAS, CONSAGRADOS Y SEMINARISTAS

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Catedral de Nuestra Señora de la Asunción  - Ajaccio
Domingo, 15 de diciembre de 2024


Queridos hermanos obispos,

Queridas consagradas, queridos sacerdotes, diáconos,

consagrados y seminaristas:


Me encuentro aquí, en su hermosa tierra, sólo por un día, pero quise que hubiera al menos un breve momento para reunirme con ustedes y poder saludarlos. Esto me da la oportunidad, en primer lugar, de decirles gracias. Gracias porque están aquí, con su vida entregada; gracias por su trabajo, por el compromiso cotidiano; gracias por ser signo del amor misericordioso de Dios y testigos del Evangelio.Me alegré cuando pude saludar a uno de ustedes: ¡tiene 95 años y 70 de sacerdocio! Esto significa llevar adelante esa hermosa vocación. ¡Gracias hermano por tu testimonio! ¡Muchas gracias!


Y del “gracias” paso a la gracia de Dios, que es el fundamento de la fe cristiana y de toda forma de consagración en la Iglesia. En el contexto europeo en el que nos encontramos no faltan problemas y desafíos relacionados con la transmisión de la fe, y ustedes lo experimentan cada día, descubriéndose pequeños y frágiles; no son muchos, no tienen medios poderosos; los ambientes en los que trabajan no siempre se muestran favorables para acoger el anuncio del Evangelio. A veces me viene a la mente una película, porque algunos están dispuestos a acoger el Evangelio, pero no el "portavoz". Esa película tenía esta frase: "La música sí, pero el músico no". Piensen un poco, la fidelidad a la transmisión del Evangelio. Esto nos ayudará. Y, sin embargo, esta pobreza sacerdotal es una bendición. ¿Porqué? Porque nos despoja de la pretensión de querer ir por nuestra cuenta, nos enseña a considerar la misión cristiana como algo que no depende de las fuerzas humanas, sino sobre todo de la obra del Señor, que siempre trabaja y actúa con lo poco que podemos ofrecerle.


No olvidemos esto: en el centro está el Señor. No estoy yo en el centro, sino Dios. Entre nosotros, cuando hay un sacerdote presuntuoso que se pone al centro, decimos: este es un sacerdote yo, me, mí, conmigo, para mí. No, el Señor es el centro. Esto es algo que quizá cada mañana, cuando sale el sol, cada pastor, cada consagrado debería repetir en la oración: también hoy, en mi servicio, que no esté yo en el centro, sino Dios, el Señor. Y digo esto porque hay un peligro en la mundanidad, un peligro que es la vanidad. Hacer las veces del "pavo real". Mirarse demasiado a sí mismo. La vanidad es un vicio feo, con mal olor.


Pero el primado de la gracia divina no significa que podamos quedarnos dormidos tranquilamente, sin asumir nuestras responsabilidades. Por el contrario, debemos considerarnos como “colaboradores de la gracia de Dios” (cf. 1 Co 3,9). Y así, caminando con el Señor, cada día se nos presenta una pregunta esencial: ¿cómo estoy viviendo mi sacerdocio, mi consagración, mi discipulado?¿Estoy cerca de Jesús?


Cuando, en la otra diócesis, hacía las visitas pastorales, me encontraba con algunos buenos sacerdotes que trabajaban mucho. "Dime, ¿tú cómo haces por la noche?" —"Estoy cansado, como un bocado y luego me voy a la cama a descansar un poco, a ver la televisión"— "¿Pero no pasas por la capilla para saludar a tu Jefe?" —"Eh no..."— "Y tú, antes de dormirte, ¿rezas un Ave María? Al menos sé educado, pasa por la capilla a decir, muchas gracias y hasta mañana". ¡No se olviden del Señor! El Señor: al principio, en medio y al final del día. ¡Es nuestro Jefe! ¡Y es un Jefe que trabaja más que nosotros! No se olviden de esto.


Les pregunto: ¿cómo vivo yo el discipulado?


Graben esta pregunta en sus corazones, no subestimen la necesidad de discernimiento, de mirar hacia dentro, para que el ritmo y las actividades exteriores no nos “trituren”, haciéndonos perder la consistencia interior. Por mi parte, quisiera dejarles una doble invitación: cuidar de sí mismos y cuidar de los demás.


La Primera: Cuidar de sí mismos, porque la vida sacerdotal o religiosa no es un “sí” que hemos pronunciado una vez y para siempre. No se vive de rentas con el Señor. Por el contrario, la alegría del encuentro con Él debe renovarse cada día; a cada momento es necesario volver a escuchar su voz y decidirse a seguirlo, también en los momentos de las caídas. Levántate, mira al Señor y dile: "Discúlpame y ayúdame a seguir adelante". Esta cercanía fraterna y filial es muy importante en nuestra vida.


Recordemos esto: nuestra vida se expresa en la ofrenda de nosotros mismos; pero, cuanto más un sacerdote, una religiosa, un religioso, se entrega, se desgasta, trabaja por el Reino de Dios, más necesario es también que cuide de sí mismo. Un sacerdote, una religiosa, un diácono que se descuida también terminará por descuidar a quienes le son encomendados. Por eso es preciso una pequeña “regla de vida” —los religiosos ya la tienen— que incluya la cita cotidiana con la oración y la Eucaristía, el diálogo con el Señor, cada uno según su propia espiritualidad y su propio estilo. Y también quisiera agregar: conservar algún momento en soledad; tener un hermano o una hermana con quien compartir libremente lo que llevamos en el corazón —una vez se llamaba al director espiritual, a la directora espiritual—; cultivar algo que nos apasione, no para pasar el tiempo libre, sino para descansar de manera sana de las fatigas del ministerio. ¡El ministerio cansa! Hay que tenerle miedo a esas personas que están siempre activas, siempre en el centro, que quizá por demasiado celo nunca reposan, nunca toman una pausa para sí mismos. Hermanos eso no es bueno, se necesitan espacios y momentos en los que cada sacerdote y cada persona consagrada cuiden de sí mismos.Y no para hacer un lifting para verse más guapo. Por el contrario, para hablar con el Amigo, con el Señor, y sobre todo con la Madre — por favor no dejen de acudir a la Virgen— para hablar de la propia vida y de cómo están yendo las cosas. También tengan el confesor y un amigo que los conozca y con quien puedan hablar y hacer un buen discernimiento. ¡Los “hongos presbiterales” no son buenos!



Y en este cuidado se incluye otra cosa: la fraternidad entre ustedes. Aprendamos a compartir no sólo el cansancio y los desafíos, sino también la alegría y la amistad entre nosotros. Su obispo dice algo que me gusta mucho, dice que es importante pasar del “Libro de las lamentaciones” al “Cantar de los cantares”. Esto lo hacemos poco. ¡Nos gustan las lamentaciones! Y si el pobre obispo esa mañana se olvidó del solideo decimos: "Pero mira al obispo...". Siempre se encuentra algo para hablar mal del obispo. Es cierto, el obispo es un pecador como cada uno de nosotros. ¡Somos hermanos! Mejor sería cambiar del "Libro de las lamentaciones" al "Libro del Cantar de los Cantares". Esto es importante, lo dice también un salmo: «Tú convertiste mi lamento en júbilo» (Sal 30,12). ¡Compartamos la alegría de ser apóstoles y discípulos del Señor!Una alegría debe ser compartida. De lo contrario, el lugar que debe tomar la alegría es ocupado por el vinagre. Es lamentable encontrar un sacerdote con el corazón amargado. "¿Pero por qué eres así?" —"Eh, porque el obispo no me quiere... Por qué han nombrado obispo a aquel otro y no a mí... Porque... Porque..."— Por favor, frénense ante las quejas y las envidias. La envidia es un vicio "amarillo". Pidamos al Señor que cambie nuestro lamento en danza, que nos dé el sentido del humor y la sencillez evangélica.


En segundo lugar: cuidar de los demás. La misión que cada uno de ustedes ha recibido tiene siempre un único objetivo: llevar a Jesús a los demás, dar a los corazones la consolación del Evangelio. Me gustaría recordar aquí el momento en que el apóstol Pablo está por volver a Corinto y, escribiendo a la comunidad, les dice: «De buena gana entregaré lo que tengo y hasta me entregaré a mí mismo, para el bien de ustedes» (2 Co 12,15). Entregarse por las almas, entregarse en ofrenda de sí por aquellos que nos han sido encomendados. Y me viene a la mente un santo sacerdote joven que murió de cáncer hace poco. Él vivía en una barriada con la gente más pobre. Decía: "a veces tengo ganas de cerrar la ventana con ladrillos, porque la gente viene en cualquier momento y si yo no contesto a la puerta, llaman a la ventana". El sacerdote con el corazón abierto a todos, sin hacer distinciones.


La escucha, la cercanía a las personas, es también una invitación a encontrar, en el contexto de hoy, las vías pastorales más eficaces para la evangelización. No tengan miedo de cambiar, de revisar los viejos esquemas, de renovar el lenguaje de la fe, aprendiendo al mismo tiempo que la misión no es cuestión de estrategias humanas, es principalmente cuestión de fe. Cuidar de los demás: del que espera la Palabra de Jesús, del que se alejó de Él, de aquellos que necesitan orientación y consuelo para sus sufrimientos. Cuidar de todos, en la formación y sobre todo en el encuentro. Salir al encuentro de las personas, allí donde viven y trabajan, esto es importante.



Además, una cosa que para mí es muy importante: por favor, perdonen siempre y perdonen todo. Perdonen todo y siempre. Yo les digo a los sacerdotes, en el sacramento de la Reconciliación, no hagan demasiadas preguntas. Escuchen y perdonen. Decía un cardenal —que es un poco conservador, un poco cuadrado, pero es un gran sacerdote— hablando en una conferencia a los sacerdotes: "Si alguien [en la Confesión] comienza a balbucear porque tiene vergüenza, yo le digo: está bien, lo entiendo, pasa a otra cosa. En realidad, no he entendido nada, pero él [el Señor] ha comprendido". Por favor, no torturar a la gente en el confesionario: dónde, cómo, cuándo, con quién... ¡Perdonar siempre! Hay un buen fraile capuchino en Buenos Aires, al que yo hice cardenal a los 96 años. Él tiene una larga fila de gente en su confesionario, porque es un buen confesor, yo también iba a verlo. Este confesor una vez me dijo: "Mira, a veces tengo el escrúpulo de perdonar demasiado" —"¿Y qué haces?"— "Voy a rezar y digo, Señor, perdóname, he perdonado demasiado. Pero enseguida me viene a la mente de decir: ¡Pero fuiste tú quien me dio el mal ejemplo!". Perdonar siempre. Perdonar todo. Y esto lo digo también a las religiosas y religiosos: perdonar, olvidar, cuando nos hacen algo malo, las luchas ambiciosas de comunidad... Perdonar. El Señor nos ha dado el ejemplo ¡perdonar todo y siempre! Todo, todo, todo. Y les hago una confidencia, yo llevo 55 años de sacerdocio. Sí, anteayer cumplí 55 años, y nunca he negado una absolución. Y me gusta confesar mucho. Siempre he buscado la manera de perdonar. Este es mi testimonio.


Queridas hermanas y queridos hermanos, les agradezco de corazón y les deseo un ministerio rico de esperanza y de alegría. Aun en los momentos de cansancio y desánimo, no se rindan. Preséntenle sus corazones al Señor. ¡No se olviden de llorar delante del Señor! Él se manifiesta y se deja encontrar si cuidan de sí mismos y de los demás. De esta manera, Él ofrece el consuelo a aquellos que ha llamado y enviado. Sigan adelante con valentía, Él los colmará de gozo.



Ahora recemos a la Virgen María. En esta Catedral, dedicada a ella, Asunta a los cielos, el pueblo fiel la venera como Patrona, como Madre de Misericordia, la “Madunnuccia”. Desde esta isla del Mediterráneo, elevemos a ella la súplica por la paz: paz para todas las tierras que circundan este mar, especialmente para Tierra Santa, donde María dio a luz a Jesús. Paz para Palestina, para Israel, para el Líbano, para Siria, para todo el Oriente Medio.Paz en el martirizado Myanmar. Y que la Santa Madre de Dios obtenga la anhelada paz para el pueblo ucraniano y el pueblo ruso. Son hermanos —"¡No, padre, son primos!"— Son primos, hermanos, no sé, ¡pero que se entiendan! ¡La paz! Hermanos, hermanas, la guerra es siempre una derrota. Y la guerra en las comunidades religiosas, la guerra en las parroquias es siempre una derrota, ¡siempre! Que el Señor nos dé paz a todos.


Y rezamos por las víctimas del ciclón que, en horas pasadas, ha golpeado el Archipiélago de Mayotte. Estoy espiritualmente cercano a todos los que han sido afectados por esta tragedia.


Ahora, todos juntos, rezamos el Ángelus.



Oración del Ángelus:                         


Angelus Dómini nuntiávit Mariæ.

Et concépit de Spíritu Sancto.

Ave Maria…


Ecce ancílla Dómini.

Fiat mihi secúndum verbum tuum.

Ave Maria…


Et Verbum caro factum est.

Et habitávit in nobis.

Ave Maria…


Ora pro nobis, sancta Dei génetrix.

Ut digni efficiámur promissiónibus Christi.


Orémus.

Grátiam tuam, quǽsumus, Dómine,

méntibus nostris infunde;

ut qui, Ángelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem eius et crucem, ad resurrectiónis glóriam perducámur. Per eúndem Christum Dóminum nostrum.


Amen.


Gloria Patri… (ter)

Requiem aeternam…


Benedictio Apostolica seu Papalis


Dominus vobiscum.Et cum spiritu tuo.

Sit nomen Benedicat vos omnipotens Deus,

Pa ter, et Fi lius, et Spiritus Sanctus.


Amen.



Francisco


Fotos: Vatican Media, 15-12-2024