* «Toda la vida de la Virgen María está referida a Dios pero, a la vez, está totalmente volcada hacia nosotros para comunicarnos la gracia que ha recibido. Asociarnos a María supone constituirnos también en transmisores de la presencia y de la gracia de Dios. No con grandes discursos sino con la palabra y la acción cotidiana movida por el Espíritu de Dios»
Domingo IV de adviento – C
Miqueas 5, 1-4a / Salmo 79 / Hebreos 10, 5-10 / San Lucas 1, 39-45
P. José María Prats / Camino Católico.- La liturgia de este domingo nos presenta nuevamente a la Virgen María. Ella es la figura central de este tiempo de adviento, la mujer en quien la humanidad acoge al mismo Dios que se hace hombre para restaurar la armonía de la creación destruida por el pecado.
Sólo podemos acoger el don de Dios asociados a María y por ello la tenemos tan presente en este tiempo de adviento. De hecho, la identificación con la Madre de Dios es el mejor programa para vivir el adviento. Veamos, pues, cuáles son sus actitudes y virtudes para intentar imitarlas:
Como celebrábamos hace unos días en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, Ella permanece totalmente ajena al pecado desde el inicio hasta el final de su vida. Asociarnos a María supone combatir la acción del mal en nosotros e imitar su pureza. Y para este combate contamos con el arma poderosísima del sacramento de la penitencia. El mismo Jesús nos dice que serán los limpios de corazón quienes verán a Dios.
María, por amor, se olvida de sí misma, de sus planes y proyectos, y se pone toda Ella al servicio del plan de Dios: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra». Asociarnos a María supone vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros apegos y pasiones, para ponernos incondicionalmente al servicio de la voluntad de Dios.
Toda la vida de María es un permanente vivir para Dios. Todos sus pensamientos, palabras y obras están siempre referidos a Él. «María, por su parte, guardaba estos recuerdos y los meditaba en su corazón». Asociarnos a María supone recoger todas las dimensiones de nuestro ser (atención, inteligencia, afectividad, voluntad...) para centrarlas en la relación con Dios. La adoración al Santísimo u oraciones contemplativas como el Rosario o la oración del corazón nos pueden ayudar mucho en este sentido.
María, habiendo concebido al Señor en su seno sabe que lo tiene absolutamente todo y por ello desborda de alegría, esperanza y optimismo, como manifiesta su canto del Magnificat. Asociarnos a María supone participar de esta confianza inquebrantable en el poder salvador de Dios que hace desaparecer los miedos y dinamiza todo nuestro ser.
Pero, como nos muestra el evangelio de hoy, el primer impulso de María tras concebir al Hijo de Dios en su seno es el de compartir el don inefable que ha recibido. Toda su vida –como veíamos- está referida a Dios pero, a la vez, está totalmente volcada hacia nosotros para comunicarnos la gracia que ha recibido. Asociarnos a María supone constituirnos también en transmisores de la presencia y de la gracia de Dios. No con grandes discursos sino con la palabra y la acción cotidiana movida por el Espíritu de Dios. María no subió a la montaña a dar una lección de teología, pero estaba tan llena de gracia que en cuanto saludó a su prima, ésta se llenó del Espíritu Santo y su criatura saltó de alegría en el vientre.
P. José María Prats
Evangelio
En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo:
«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
San Lucas 1, 39-45
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