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Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de13 TVdel 21 de noviembre de 2024, jueves de la 33ª semana del Tiempo Ordinario, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.
Evangelio: San Lucas 19, 41-44:
En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía:
«¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.
Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra. Porque no reconociste el tiempo de tu visita».
* «Dos elementos ayudan a definir lo que es el carisma. En primer lugar, el carisma es el don concedido “para el bien común" (1 Co 12:7). En otras palabras, no está destinado principal y ordinariamente a la santificación de la persona, sino al “servicio" de la comunidad (1 Pe 4:10). En segundo lugar, el carisma es el don concedido “a uno", o “a algunos" en particular, no a todos del mismo modo, y esto es lo que lo distingue de la gracia santificante, de las virtudes teologales y de los sacramentos, que en cambio son iguales y comunes a todos. El carisma es a una persona o a una comunidad especial, es un don que Dios te da»
Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican Newsde la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma
* Al final de la audiencia general Francisco ha anunciado que Carlo Acutis será proclamado santo durante el Jubileo de los Adolescentes, que tendrá lugar en Roma del 25 al 27 de abril de 2025. En un comunicado posterior, el Arzobispo de la diócesis de Asís Mons. Domenico Sorrentino, especificó que la canonización de Acutis está prevista para el domingo 27 de abril a las 10.30 horas en la Plaza de San Pedro. Asimismo, ha informado que Pier Giorgio Frassati será elevado a los altares durante el Jubileo de los Jóvenes, entre el 28 de julio y el 3 de agosto del año que viene
20 de noviembre de 2024.- (Camino Católico) La acción carismática del Espíritu Santo ha sido el argumento de la catequesis del Papa Francisco pronunciada esta mañana durante su tradicional Audiencia General en la Plaza de San Pedro. Francisco, citando un famoso texto del Concilio Vaticano II, asegura que el Espíritu Santo no sólo santifica, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición y, por ende, “todos tenemos dones personales”: “Cada uno tiene su carisma, don del Espíritu Santo, para el ‘servicio’ de la comunidad; todos los carismas, son ‘míos’ al igual que ‘mis’ carismas son para el bien de todos”.
Al final de la audiencia general Francisco ha anunciado que Carlo Acutis será proclamado santo durante el Jubileo de los Adolescentes, que tendrá lugar en Roma del 25 al 27 de abril de 2025. En un comunicado posterior, el Arzobispo de la diócesis de Asís Mons. Domenico Sorrentino, especificó que la canonización de Acutis está prevista para el domingo 27 de abril a las 10.30 horas en la Plaza de San Pedro.
Asimismo, ha informado que Pier Giorgio Frassati será elevado a los altares durante el Jubileo de los Jóvenes, entre el 28 de julio y el 3 de agosto del año que viene.
Además el Santo Padre ha anunciado que el próximo 3 de febrero se celebrará en el Vaticano el Encuentro Mundial de los Derechos de los Niños titulado “Amémoslos y Protejámoslos”. En vista a esta jornada, el Santo Padre también ha instituido el Comité Pontificio para la Jornada Mundial de los Niños.
La guerra en Ucrania es una vergüenza, diálogo en lugar de armas
El Papa también ha recordado los mil días de conflicto en Ucrania y ha hecho un llamamiento para que la confrontación deje paso al encuentro. Después ha leído la carta de un universitario ucraniano que escribe: «Me hubiera gustado huir y volver a ser un niño abrazado a mi madre. Cuando recuerde nuestro país, recuerde no sólo el sufrimiento, sino también el amor».
«Cuando hable de nuestro dolor, cuando recuerde los mil días de sufrimiento, recuerde también los mil días de amor, porque sólo el amor, la fe y la esperanza dan verdadero sentido a las heridas».
Francisco ha dicho que los mil días transcurridos desde el inicio del conflicto en Ucrania es un «aniversario trágico por las víctimas y la destrucción que ha causado». «Pero al mismo tiempo una vergüenza para toda la humanidad», añade, con la voz casi rota por la emoción.
Esto, sin embargo, no debe disuadirnos de estar al lado del martirizado pueblo ucraniano, ni de implorar la paz y trabajar para que las armas dejen paso al diálogo, y la confrontación al encuentro.
«Por favor, no hable sólo de nuestros sufrimientos», escribe el universitario, en una carta que Francisco lee a una plaza de San Pedro cubierta por los paraguas a causa de la ligera lluvia que empieza a caer. «Sean testigos también de nuestra fe», pide el chico, “aunque imperfecta no disminuye su valor”, pintando “con pinceladas dolorosas el cuadro de Cristo resucitado”.
La guerra ha supuesto, para el chico, «demasiadas muertes» y mil días vividos «en una ciudad donde un misil mata y hiere a decenas de civiles».
Ser testigo de las «muchas lágrimas» sembradas por sus compatriotas llevó al estudiante a querer huir de su país, representado por la primera dama, Olena Zelenska, presente en la audiencia general.
«Me hubiera gustado volver a ser un niño abrazado por mi madre, sinceramente hubiera querido estar en el silencio y en el amor».
El Papa saluda a la primera dama ucraniana Olena Zelenska
Sin embargo, en la oscuridad del dolor, el estudiante encuentra la fuerza para dar gracias a Dios, porque en el sufrimiento «aprendo a amar más». «No es sólo un camino hacia la ira y la desesperación": el dolor, “si se basa en la fe, es un buen maestro del amor”.
La carta concluye con un renovado llamamiento a recordar los «mil días de amor» vividos, aunque con dolor, por el pueblo ucraniano. Porque, escribe el estudiante, «sólo el amor, la fe y la esperanza dan verdadero sentido a las heridas».
Cristo Rey y la Presentación de la Santísima Virgen María
El Papa ha recordado la solemnidad de Cristo Rey del Universo, que se celebrará el próximo domingo. «Invito a cada uno a reconocer la presencia del Señor en la propia vida - ha pedido Francisco- para participar en la construcción de su Reino de amor y de paz.»
Mañana, con ocasión de la memoria litúrgica de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María, se celebrará la Jornada pro Orantibus. «A las hermanas de clausura llamadas por el Señor a la vida contemplativa, les aseguramos nuestra cercanía», dice el Papa, esperando «el necesario apoyo espiritual y material de la comunidad eclesial» a los monasterios de clausura. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:
PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Plaza de San Pedro
Miércoles, 20 de noviembre de 2024
Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza
14. La acción carismática del Espíritu Santo
En las últimas tres catequesis hemos hablado de la obra santificadora del Espíritu Santo, que se realiza en los sacramentos, en la oración y siguiendo el ejemplo de la Madre de Dios. Pero escuchemos lo que dice un famoso texto del Concilio Vaticano II: “Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también distribuye gracias especiales entre los fieles, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Co 12,11) sus dones” (Lumen gentium, 12).
También nosotros tenemos dones personales que el mismo Espíritu da a cada uno de nosotros. Llegó, entonces, el momento de hablar también de este segundo modo en que el Espíritu Santo obra en la Iglesia, que es la acción carismática, una palabra un poco difícil. La explicaré: Dos elementos ayudan a definir lo que es el carisma. En primer lugar, el carisma es el don concedido “para el bien común" (1 Co 12:7). En otras palabras, no está destinado principal y ordinariamente a la santificación de la persona, sino al “servicio" de la comunidad (1 Pe 4:10). En segundo lugar, el carisma es el don concedido “a uno", o “a algunos" en particular, no a todos del mismo modo, y esto es lo que lo distingue de la gracia santificante, de las virtudes teologales y de los sacramentos, que en cambio son iguales y comunes a todos. El carisma es a una persona o a una comunidad especial, es un don que Dios te da.
El Concilio también nos lo explica. El Espíritu Santo -dice - “Con esos dones les hace que estén aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: A cada uno… se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad" (1 Cor 12,7).
Los carismas son las “joyas”, u ornamentos, que el Espíritu Santo distribuye para embellecer a la Esposa de Cristo. Se comprende así por qué el texto conciliar termina con la siguiente exhortación. “Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las necesidades de la persona y de la Iglesia”. (LG, 12).
Benedicto XVI afirmó que “mirando a la historia de la época, se puede reconocer la dinámica de la verdadera renovación, que frecuentemente ha adquirido formas inesperadas en momentos llenos de vida y que hace casi tangible la inagotable vivacidad de la Iglesia”, esto es el carisma, un grupo de gente y el carisma de la persona.
Debemos recuperar los carismas, porque esto hace que la promoción del laicado y de las mujeres en particular se entienda no sólo como un hecho institucional y sociológico, sino en su dimensión bíblica y espiritual. Los laicos no son los últimos, no, los laicos no son una especie de colaboradores externos o tropas auxiliares del clero, no, sino que tienen sus propios carismas y dones con los que contribuir a la misión de la Iglesia.
Añadamos una cosa más: al hablar de carismas, hay que disipar de inmediato un malentendido: el de identificarlos con dones y capacidades espectaculares y extraordinarios; se trata, en cambio, de dones ordinarios, cada uno de nosotros tiene su propio carisma, que adquieren un valor extraordinario cuando son inspirados por el Espíritu Santo y encarnados en las situaciones de la vida con amor.
Esta interpretación del carisma es importante, porque muchos cristianos, al oír hablar de carismas, experimentan tristeza y desilusión, ya que están convencidos de no poseer ninguno y se sienten excluidos o cristianos de serie “B” No hay cristianos de serie “B”. Cada uno tiene su propio carisma, personal y también comunitario.
En su época, San Agustín respondió a estos con una comparación muy elocuente: “Si amas – dijo a su pueblo– tienes algo, ya que, si amas la unidad, para ti tiene también algo quienquiera que lo tenga en ella. … En el cuerpo ve el ojo solo; pero ¿acaso el ojo ve para sí mismo sólo? Ve también para la mano, ve también para el pie, ve también para los demás miembros”.
Aquí se desvela el secreto por el que la caridad es definida por el Apóstol como “el camino más excelente” (1 Cor 12, 31): me hace amar a la Iglesia, me hace amar a la comunidad en la que vivo y, en la unidad, todos los carismas, no sólo algunos, son “míos” al igual que “mis” carismas, aunque parezcan poca cosa, son de todos y para el bien de todos. La caridad multiplica los carismas, hace que el carisma de uno sea el carisma de todos.
Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de13 TVdel 20 de noviembre de 2024, miércoles de la 33ª semana del Tiempo Ordinario, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.
Evangelio: San Lucas 19, 11-28:
En aquel tiempo, Jesús dijo una parábola, porque estaba él cerca de Jerusalén y pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse enseguida.
Dijo, pues:
«Un hombre noble se marchó a un país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después.
Llamó a diez siervos suyos y les repartió diez minas de oro, diciéndoles:
“Negociad mientras vuelvo”.
Pero sus conciudadanos lo aborrecían y enviaron tras de él una embajada diciendo:
“No queremos que este llegue a reinar sobre nosotros”.
Cuando regresó de conseguir el título real, mandó llamar a su presencia a los siervos a quien había dado el dinero, para enterarse de lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y dijo:
“Señor, tu mina ha producido diez”.
Él le dijo:
“Muy bien, siervo bueno; ya que has sido fiel en lo pequeño, recibe el gobierno de diez ciudades”.
El segundo llegó y dijo:
“Tu mina, señor, ha rendido cinco”.
A ese le dijo también:
“Pues toma tú el mando de cinco ciudades”.
El otro llegó y dijo:
“Señor, aquí está tu mina; la he tenido guardada en un pañuelo, porque tenía miedo, pues eres un hombre exigente, que retiras lo que no has depositado y siegas lo que no has sembrado”.
Él le dijo:
“Por tu boca te juzgo, siervo malo. ¿Conque sabías que soy exigente, que retiro lo que no he depositado y siego lo que no he sembrado? Pues ¿por qué no pusiste mi dinero en el banco? Al volver yo, lo habría cobrado con los intereses”.
Entonces dijo a los presentes:
“Quitadle a éste la mina y dádsela al que tiene diez minas”.
Le dijeron:
“Señor, si ya tiene diez minas”.
“Os digo: al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Y en cuanto a esos enemigos míos, que no me querían que llegase a reinar sobre ellos, traedlos acá y degolladlos en mi presencia”».
Dicho esto, caminaba delante de ellos, subiendo hacia Jerusalén.
Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de13 TVdel 19 de noviembre de 2024, martes de la 33ª semana del Tiempo Ordinario, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.
Evangelio: San Lucas 19, 1-10:
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y le dijo:
«Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo:
«Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, y dijo al Señor:
«Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo:
«Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».
Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de13 TVdel 18 de noviembre de 2024, lunes de la 33ª semana del Tiempo Ordinario, Dedicación de la Basílica de los Santos Pedro y Pablo, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.
Evangelio: San Mateo 14, 22-33:
Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.
La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar.
Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar.
Pero al instante les habló Jesús diciendo:
«¡Animo!, que soy yo; no temáis.»
Pedro le respondió:
«Señor, si eres tú, mándame ir ir a ti sobre el agua.»
«¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús.
Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!»
Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?»
Subieron a la barca y amainó el viento.
Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo:
* «Nosotros estamos llamados a leer las situaciones de nuestra vida terrena: ahí donde parece haber solo injusticia, dolor y pobreza, justamente en ese momento dramático, el Señor se acerca para liberarnos de la esclavitud y hacer que la vida resplandezca. Y se hace cercano con nuestra proximidad cristiana, con nuestra fraternidad cristiana. No se trata de arrojar una moneda en las manos de un necesitado. A quien da limosna yo le pregunto dos cosas: Tú ¿tocas las manos de las personas o les arrojas la moneda sin tocarlas? ¿Ves a los ojos a la persona que ayudas o miras hacia otro lado?»
Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa
* «Nos volvemos Iglesia de Jesús en la medida en la cual servimos a los pobres, porque solo así “la Iglesia ‘se vuelve’ ella misma, es decir, la Iglesia se vuelve casa abierta para todos, lugar de la compasión de Dios para la vida de cada hombre”. Y lo digo a la Iglesia, lo digo a los Gobiernos, lo digo a las Organizaciones internacionales, lo digo a cada uno y a todos: por favor, no nos olvidemos de los pobres»
17 de noviembre de 2024.- (Camino Católico) “Es nuestra vida impregnada de compasión y de caridad la que se vuelve un signo de la presencia del Señor, siempre cercano al sufrimiento de los pobres, para sanar sus heridas y cambiar su suerte”. Esto ha subrayado el Papa Francisco en su homilía de la Santa Misa, que ha presidido esta mañana en la Basílica de San Pedro, ante cinco mil fieles, con ocasión de la VIII Jornada Mundial de los pobres.
Francisco ha hecho un llamamiento a toda la Iglesia, a los gobiernos de los Estados y a las Organizaciones internacionales: “por favor, no se olviden de los pobres”. Además, el Papa ha invitado a mirar a los ojos y tocar las manos de aquellos a quien damos limosna, recordando que la caridad debe ser un acto de encuentro y no de indiferencia. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente:
Santa Misa con ocasión de la Jornada Mundial de los Pobres
Las palabras que acabamos de escuchar podrían suscitarnos sentimientos de angustia; en realidad, son un gran anuncio de esperanza. En efecto, si Jesús por una parte pareciera describir el estado de ánimo de quien ha visto la destrucción de Jerusalén y piensa que haya llegado el final, al mismo tiempo Él anuncia algo extraordinario: en la hora de la oscuridad y la desolación, justo en el momento en que todo parece derrumbarse, Dios viene, Dios se hace cercano, Dios nos reúne para salvarnos.
Jesús nos invita a tener una mirada más aguda, a tener ojos capaces de “leer desde adentro” los acontecimientos de la historia, para descubrir que, incluso en las angustias de nuestro corazón y de nuestro tiempo, hay una esperanza inquebrantable que brilla. Por eso, en esta Jornada Mundial de los Pobres, detengámonos precisamente en estas dos realidades: angustia y esperanza. Realidades que siempre están combatiendo dentro de nuestro corazón.
Primero la angustia. Es un sentimiento extendido en nuestra época, donde la comunicación social amplifica los problemas y las heridas, haciendo que el mundo sea más inseguro y el futuro más incierto. Asimismo, el Evangelio de hoy se abre con un escenario que proyecta en el cosmos la tribulación del pueblo, y lo hace utilizando un lenguaje apocalíptico: «El sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán» (Mc 13,24-25).
Si nuestra mirada se limita solo a la narración de los hechos, prevalecerá en nosotros la angustia. De hecho, también hoy vemos el sol oscurecerse y la luna apagarse, vemos el hambre y la carestía que oprimen a muchos hermanos y hermanas que no tienen qué comer, vemos los horrores de la guerra, vemos las muertes inocentes. Frente a esta realidad, corremos el riesgo de hundirnos en el desánimo y dejar pasar inadvertida la presencia de Dios dentro del drama de la historia. De este modo, nos condenamos a la impotencia; vemos como a nuestro alrededor crece la injusticia que provoca el dolor de los pobres, sin embargo, nos dejamos llevar por la inercia de aquellos que, por comodidad o por pereza, piensan que “el mundo es así” y “no hay nada que yo pueda hacer”. Así, incluso la fe cristiana se reduce a una devoción pasiva, que no incomoda a los poderes de este mundo y no produce ningún compromiso concreto en la caridad. Y mientras una parte del mundo está condenada a vivir en los sectores marginales de la historia, al tiempo que crecen las desigualdades y la economía castiga a los más débiles, mientras la sociedad se consagra a la idolatría del dinero, sucede que los pobres y los excluidos no pueden hacer otra cosa que continuar esperando (cf. Ex ap. Evangelii gaudium, 54).
Pero Jesús, en medio de ese cuadro apocalíptico enciende la esperanza. Nos abre completamente el horizonte, alargando nuestra mirada para que aprendamos a acoger, incluso en la precariedad y en el dolor del mundo, la presencia del amor de Dios que se hace cercano, que no nos abandona, que actúa para nuestra salvación. Precisamente cuando el sol se oscurece y la luna deja de brillar y las estrellas caen del cielo, dice el Evangelio, «se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte» (vv. 26-27).
Con estas palabras, Jesús está indicando principalmente su muerte que acontecerá pronto. Sobre el Calvario, de hecho, el sol se oscurecerá y las tinieblas descenderán al mundo; pero precisamente en ese momento el Hijo del hombre vendrá sobre las nubes, porque el poder de su resurrección destrozará las cadenas de la muerte, la vida eterna de Dios surgirá desde la oscuridad del sepulcro y un mundo nuevo nacerá de los escombros de una historia herida por el mal.
Hermanos y hermanas, esta es la esperanza que Jesús nos quiere brindar. Y lo hace incluso a través de una bella imagen: observen a la higuera —dice—, porque «cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano» (v. 28). Del mismo modo, también nosotros estamos llamados a leer las situaciones de nuestra vida terrena: ahí donde parece haber solo injusticia, dolor y pobreza, justamente en ese momento dramático, el Señor se acerca para liberarnos de la esclavitud y hacer que la vida resplandezca (cf. v. 29). Y se hace cercano con nuestra proximidad cristiana, con nuestra fraternidad cristiana. No se trata de arrojar una moneda en las manos de un necesitado. A quien da limosna yo le pregunto dos cosas: Tú ¿tocas las manos de las personas o les arrojas la moneda sin tocarlas? ¿Ves a los ojos a la persona que ayudas o miras hacia otro lado?
Somos nosotros, sus discípulos, quienes gracias al Espíritu Santo podemos sembrar esta esperanza en el mundo. Somos nosotros los que podemos y debemos encender luces de justicia y de solidaridad mientras se expanden las sombras de un mundo cerrado (cf. Enc. Fratelli tutti, 9-55). Es a nosotros a los que su gracia nos hace brillar, es nuestra vida impregnada de compasión y de caridad la que se vuelve un signo de la presencia del Señor, siempre cercano al sufrimiento de los pobres, para sanar sus heridas y cambiar su suerte.
Hermanos y hermanas, no lo olvidemos, la esperanza cristiana que ha llegado a su plenitud en Jesús y se realiza en su Reino, necesita de nuestro compromiso, necesita de una fe que opere en la caridad, necesita de cristianos que no se hagan los desentendidos. Veía yo una fotografía de un fotógrafo romano: retrataba a una pareja adulta, casi ancianos, que salía de un restaurante, en invierno. La señora iba bien cubierta con un abrigo de piel y también el hombre. En la puerta estaba una señora pobre, sentada en suelo, que pedía limosna, y ambos miraban para otro lado. Esto pasa cada día. Preguntémonos a nosotros mismos: ¿me hago el desentendido cuando veo la pobreza, la necesidad, el dolor de los demás? Un teólogo del siglo veinte decía que la fe cristiana debe suscitar en nosotros una “mística de ojos abiertos”: no una espiritualidad que huye del mundo, sino, por el contrario, una fe que abre los ojos frente al sufrimiento del mundo y frente a la infelicidad de los pobres, para ejercitar la misma compasión de Cristo. ¿Tengo yo la misma compasión del Señor hacia los pobres, hacia los que no tienen trabajo, no tienen qué comer, están marginados por la sociedad? Y no debemos fijarnos sólo en los grandes problemas de la pobreza global, sino en lo poco que todos podemos hacer en lo cotidiano: con nuestro estilo de vida, con la atención y el cuidado del ambiente en el que vivimos, con la búsqueda constante de la justicia, compartiendo nuestros bienes con los más pobres, comprometiéndonos social y políticamente para mejorar la realidad que nos rodea. Podría parecernos poca cosa, pero nuestro poco será como las primeras hojas que brotan de la higuera, una anticipación del verano que se acerca.
Estimados hermanos, en esta Jornada Mundial de los Pobres me gustaría recordar una advertencia del Cardenal Martini. Él dijo que debemos cuidarnos de pensar que primero está la Iglesia, ya consolidada en sí misma, y luego los pobres de los que elegimos ocuparnos. En realidad, nos volvemos Iglesia de Jesús en la medida en la cual servimos a los pobres, porque solo así “la Iglesia ‘se vuelve’ ella misma, es decir, la Iglesia se vuelve casa abierta para todos, lugar de la compasión de Dios para la vida de cada hombre” (cf. C.M. Martini, Città senza mura. Lettere e discorsi alla diocesi 1984, Bologna 1985, 350).
Y lo digo a la Iglesia, lo digo a los Gobiernos, lo digo a las Organizaciones internacionales, lo digo a cada uno y a todos: por favor, no nos olvidemos de los pobres.