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lunes, 11 de noviembre de 2024

Alexis Gámiz era punk, con 16 años se fue de casa, delinquió, traficó, se hizo adicto a las drogas e iba a suicidarse: «Dios me amó y transformó mi vida en la Comunidad Cenáculo»


Alexis Gámiz tuvo una experiencia profunda del amor de Dios cuando estaba hundido en la oscuridad

* «Me siento un pecador público, un desgraciado, pero amado por Dios. Experimento en mi vida diaria que Dios ayuda y no me da miedo decir que Dios existe y que ha cambiado mi vida y que puede cambiar la tuya también… Mi vida ha sido pasar de la muerte a la resurrección, de las tinieblas a la luz»

Camino Católico.- “Mi vida ha sido pasar de la muerte a la resurrección, de las tinieblas a la luz”, dice Alexis Gámiz, que era punk y alérgico a las normas. Con tan solo 16 años, se fue de casa, empezó a delinquir y a traficar con drogas. La adicción a la cocaína, la heroína y otras sustancias, le hicieron descender a los infiernos durante varios años, llegando a acumular 104 causas judiciales por todos los delitos que había cometido. Ver morir a algunos de los que se drogaban con él y acabar en prisión le hizo tocar fondo.hasta que un día no pudo más y, estando al borde del suicidio, pidió auxilio desesperado a sus padres.

Con la ayuda de su familia pudo conocer la Comunidad Cenáculo. Allí, encontró la medicina que necesitaba: el amor de Dios y de sus hermanos en la Comunidad.  Es una historia de redención total que recogió Juan Manuel Cotelo en un episodio de Contagiosos. Hoy, Alexis tiene 37 años, es padre de 5 hijos, está felizmente casado y es un maravilloso ejemplo de superación y de esperanza. Cuando se grabó el vídeo del testimonio tenía 4 años menos y todavía no habían nacido dos de sus hijos. Entonces vivía en Tarragona y ahora en Terrassa.

Dios entró como un vendaval en su vida, aunque tuvo que sufrir mucho para salir de los infiernos. Su cambio fue tan enorme gracias a la oración que sus padres, que se iban a separar y no eran creyentes, fueron alcanzados por esta gracia y decidieron casarse por la Iglesia. Todos los jóvenes de la comunidad de Alexis organizaron la boda.

Este joven que ahora vive en Terrassa con su mujer Ángela y sus hijos relata cómo desde el inicio de la adolescencia tuvo muchos problemas de comportamiento en casa. Tuvieron que cambiarle incluso de colegio y al llegar al instituto conoció a nuevos amigos con los que en vez de ir a clase se iba a fumar porros.

“La relación con mi familia se fue autodestruyendo. El conflicto con mis padres se fue agrandando”, cuenta Alexis. Así fue como finalmente a los 16 años decidió irse de casa. En aquel momento era punk. “Me fui a vivir a la calle, de ir de concierto en concierto, me metí poco a poco en este ambiente radical. Me dejé cresta, me tatué. No tenía normas… iba de tipo duro. Empecé a delinquir, traficando, robando comida…”, relata.


Alexis Gámiz cuando era punk

Al final acabó comiendo de la basura. Toda la felicidad que creía que viviría al hacer su vida no existía y con 19 años ya era adicto a la cocaína. Confiesa que sabía “en qué situación estaba, pero era orgulloso. Me era difícil pedir ayuda precisamente por ese orgullo”.

De la coca pasó a la heroína creyendo que así podría olvidar los problemas y vivir el resto de su vida en otra dimensión. Sin embargo, Alexis afirma que veía a la gente “morir a mi lado y eso me marcó así que necesitaba consumir el doble y pincharme más. Vi que la vida se me iba”.

No tenía ni 20 años y ya acumulaba 104 causas judiciales hasta que en una de ellas le arrestaron, le llevaron al calabozo y después a la cárcel. Pese a que en aquella vida que llevaba creía tener muchos amigos los únicos que fueron a visitarle fueron sus padres, a quienes tanto había hecho sufrir. “Me dejaron salir en libertad condicional y vi que tenía que haber un antes y un después así que por primera vez pedí ayuda a mi familia”, cuenta Alexis.

Sus padres lo acogieron en casa y con ellos pasó todo el síndrome de abstinencia, con todo lo que conllevaba. Pudo ver el tremendo amor de sus padres. Buscando una ayuda más específica les dieron el teléfono de un sacerdote que les informó sobre la Comunidad del Cenáculo. Y fueron a la casa que tienen en Lourdes.

“Llegamos a Lourdes. Mis padres no tenían nada de fe, no éramos creyentes. Pero entré allí y vi a madre que se sentó delante de la Virgen y se puso a llorar. Yo ya me volví loco”, recuerda de aquel momento.

El inicio en la comunidad no fue fácil. No podía fumar, no había teléfonos móviles, ni chicas... Le dijeron que allí rezaría. Además, le cortaron la cresta y sus padres volvieron a España. Alexis fue después a la casa que marcaría su vida, en el norte de Francia, y su existencia se fue transformando.

“A los 6 meses vino mi madre y me comentó que mis padres querían separarse y yo creía que era la mejor forma de salirme de la comunidad. Pero mi ángel de la guarda (persona encargada de velar por cada uno en la casa) me dijo que lo mejor que podía hacer era levantarme a las dos de la mañana e ir a la capilla rezar por ellos para que Dios les ayudara”, explica.


Alexis Gámiz orando en la capilla de la casa de la Comunidad Cenáculo de Tarragona

El tiempo pasó y tras un tiempo vio que sus padres estaban fenomenal, seguían juntos y hasta iban a misa. “Allí me asusté, no podía ser real, fue como un milagro”. Fue entonces cuando Alexis pidió perdón a sus padres por primera vez. “Fue como romper cadenas –agrega- como una liberación total, sobre todo para ellos. Se confesaron y les dio el deseo de casarse por la Iglesia. Nosotros fuimos los que preparamos todo, la celebración, la música, los cantos…”.

A los dos años de estar en la comunidad a los jóvenes se les envía a casa una semana para que puedan ver a su familia fuera de la casa comunitaria. Sin embargo, nada más llegar a Barcelona la Policía detuvo a Alexis por una de las causas pendientes que tenía de años atrás. Estuvo tres meses en la cárcel.

Pese a todo -explica- “pude ver en ese tiempo en la cárcel que el rosario me daba una fuerza tremenda para no caer en la tentación. Sentía la fuerza de esos amigos de verdad de la comunidad. Me venían a ver solo para 20 minutos de cristalera. Para decirme: ‘hermano estamos aquí’. La comunidad era una familia. Venían mis padres que me daban paz”.


Alexis Gámiz y su esposa Ángela el día de su boda

Al salir ya se incorporó a la comunidad del Cenáculo de Barcelona. Su encuentro con Dios era total y unos años después sintió el deseo de salir de la comunidad y empezar a rehacer su vida. Y así fue como en un retiro en Ávila conoció a la que hoy es su mujer, que al principio se quedó sorprendida al ver a un joven como él, con tantos tatuajes, en un encuentro católico.

Se casaron, y ambos ya tienen cinco hijos. Sin embargo, la Comunidad sigue ahí y visita a lo jóvenes siempre que puede con regularidad, colabora con ellos y atiende a quienes quieren entrar para recuperarse de adicciones o de cualquier problema incluso existencial. Y para muchos es ahora un espejo en el que mirarse. “Cada vez que veo a uno de estos chicos y tengo un cara a cara con él me veo reflejado. Con tanto mal que he hecho es una oportunidad de cubrirlo con el bien”, agrega.


Alexis Gámiz y su esposa Ángela con sus dos hijos mayores, Pablo y Sara, en una imagen de hace tres años

“Yo me siento un pecador público, un desgraciado, pero amado por Dios. ¿Por qué no vas a poder tú también? Yo desde que entré en comunidad he visto muchos casos y que ahora están fuera muy bien. Hay dificultades, momentos críticos, pero experimento en mi vida diaria que Dios ayuda. Él existe y ha cambiado mi vida. Y también puede transformar tu vida”, concluye.

lunes, 21 de octubre de 2024

Estefanía Siles, pediatra: «Los cuidados paliativos son una caricia de Dios, en los que nosotros somos instrumentos, pero quien hace el trabajo es Él: consuela a las familias y muestra su amor incondicional infinito»


Estefanía Siles, pediatra de cuidados paliativos

* «En el hospital hay una Capilla y yo empiezo y termino mi jornada siempre en ella. Voy a veces allí, peleo con Dios y le alego respecto a lo que vivo. Y en general le digo: ‘yo hice lo que pude y el resto es tuyo y te lo pongo en tus manos’. Porque obviamente el dolor y que estos niños sufran es un misterio enorme, que no lo vamos a entender nunca, solo cuando estemos en el cielo lo comprenderemos. Por tanto, uno tiene que abandonarse en Dios y pensar que todo pasa por algo y que Él tiene, para estos niños y estas familias, un plan mucho mayor que nosotros no entendemos. Y debemos asumir que somos un instrumento que les damos un poco de paz y consuelo terrenal»

Vídeo del  Opus Dei en el que Estefania Siles cuenta su testimonio

Camino Católico.- “Me llamo Estefanía Siles, soy pediatra, trabajo en un hospital pediátrico público y me dedico a los cuidados paliativos. Específicamente yo estoy a cargo de los niños que tienen enfermedades no oncológicas, que son dos tercios los niños que se mueren y no tienen cáncer. Yo creo que los cuidados paliativos son una caricia de Dios, en los que nosotros somos instrumentos, pero quien hace el trabajo es Él. Yo doy todo lo que está en mí y hago todo lo humano, pero el resto se lo entrego a Dios y Él es el que hace el trabajo real: consuela a las familias, muestra su amor incondicional infinito a través de los médicos, de los equipos que hacemos cuidados paliativos”. Así de concreta es  esta joven chilena de 38 años en un vídeo testimonial del  Opus Dei, en el que cuenta cómo puede realizar su trabajo, en medio del dolor y el sufrimiento, poniendo al Señor en el centro de su vida.

Estefania, además del hospital público chileno en el que trabaja, visita a sus pacientes en Casa de Luz, de la Fundación Casa Familia. Este lugar es el primer hospice pediátrico de Sudamérica, es decir, la primera casa asistida para recibir a niños con enfermedades sin tratamiento curativo, junto a sus familias, y brindarles, con un equipo interdisciplinario, los cuidados paliativos que requieren. Por otro lado, es docente del departamento de pediatría de la Universidad de los Andes, donde busca desarrollar la pediatría social, que se centra en el bienestar integral de los niños.

El día a día en los cuidados paliativos es impredecible, con días tranquilos y otros de intensa actividad. La experiencia acumulada en este campo le ha dejado profundas reflexiones sobre la vida y el dolor. "He aprendido que la dignidad y el valor de un ser humano no dependen de sus capacidades", menciona. Para Estefanía, el dolor, aunque difícil de aceptar, tiene un sentido profundo: "nos recuerda nuestra fragilidad y nos invita a confiar más plenamente en Dios".

En este sentido relata que “en el hospital hay una Capilla y yo empiezo y termino mi jornada siempre en ella. Voy a veces allí, peleo con Dios y le alego respecto a lo que vivo. Y en general le digo: ‘yo hice lo que pude y el resto es tuyo y te lo pongo en tus manos’. Porque obviamente el dolor y que estos niños sufran es un misterio enorme, que no lo vamos a entender nunca, solo cuando estemos en el cielo lo comprenderemos. Por tanto, uno tiene que abandonarse en Dios y pensar que todo pasa por algo y que Él tiene, para estos niños y estas familias, un plan mucho mayor que nosotros no entendemos. Y debemos asumir que somos un instrumento que les damos un poco de paz y consuelo terrenal”. 

Para Estefanía “es fundamental la vida espiritual, tener una visión sobrenatural, de que  la vida de estos niños tiene un sentido, que son niños valiosísimos y que están hechos para el cielo. Podemos aliviarles un poco el sufrimiento acá en la tierra pero después se van a ir al cielo y van a estar mejor que todos nosotros. Entonces, eso también consuela y nos permite seguir. 

Estefanía, supernumeraria del Opus Dei, encuentra su fortaleza en el autocuidado y en la fe. Le gusta mucho la danza como una forma de liberar tensiones, pero lo más importante para ella es cuidar su vida espiritual.

- ¿Hay alguna reflexión personal sobre el sentido del dolor que te gustaría compartir?

- Creo que el dolor, aunque difícil de comprender y aceptar, tiene un profundo sentido en la vida del ser humano. En primer lugar, creo que nos recuerda nuestra fragilidad y nos invita a confiar más plenamente en Dios. Además, el dolor nos permite desarrollar una empatía más profunda hacia los demás. Al experimentar el sufrimiento, somos capaces de empatizar, acompañar y consolar a quienes también lo padecen, creando lazos de solidaridad y compasión que nos enriquecen como seres humanos.

En paliativos se habla de dolor total, pues el dolor no es sólo físico. Somos seres espirituales, con cuerpo y alma, insertos en una familia, en una comunidad. Esto se entiende muy bien en cuidados paliativos.

Desde la fe, el dolor es una participación en el sufrimiento de Cristo, una oportunidad para crecer en fe y amor, nunca un castigo.

Como decía Cicely Saunders, pionera mundial en cuidados paliativos, “el dolor solo es insoportable cuando a nadie le interesa”.


Estefanía Siles atendiendo a uno de los niños con enfermedad terminal y a su padre

- ¿Qué papel juega el equipo médico y de enfermería en la creación de un entorno de apoyo para los pacientes?

- Es fundamental crear un entorno de apoyo para los pacientes y sus familias. Por eso el enfoque es integral y multidisciplinario. Coordinamos la atención con otros especialistas, con las distintas unidades del hospital y con otros sectores de la salud. Contamos con la imprescindible colaboración de psicólogos y trabajadoras sociales, de voluntarias y de fundaciones que nos ayudan muchísimo.

- ¿Cómo encuentras inspiración en medio de situaciones tan difíciles?

- Como dice un gran paliativista, cuando trabajas para aliviar el sufrimiento, sin otro interés, y se tiene actitud de servir, se siente el gozo de cuidar y acompañar. Y es cierto. Me inspira ver la entrega y el amor con que las familias cuidan a sus niños.

Inspira ver que realmente podemos aliviar el sufrimiento y que podemos ser un canal a través del cual Dios muestra su amor y su consuelo. Jesús muestra claramente en varias ocasiones su predilección por los niños, los pobres, los enfermos y los que sufren, ¡así que trabajo con los favoritos de Dios!

- ¿Cómo logras transmitir esperanza o consuelo especialmente cuando saben que el final está cerca?

- Al contrario de lo que se piensa, cuidados paliativos no es igual a “no hay nada que hacer”. Tal vez no hay esperanzas en un tratamiento curativo, pero sí hay otras esperanzas: la esperanza de vivir el tiempo restante de la mejor manera posible; la esperanza de una muerte tranquila, en paz; la esperanza de salir adelante como papás y como familia; la esperanza de encontrarle un significado a lo que se está viviendo; la esperanza de una vida después de la muerte.

Transmitir esperanza y consuelo a mis pacientes y sus familias es una parte esencial de mi trabajo, respetando siempre las creencias y valores de cada familia.


Estefanía Siles acompaña a Katherine, madre de uno de sus pacientes, en el hospice pediátrico Casa de Luz (Fundación Casa Familia)

- ¿Qué crees que las personas fuera del hospital deberían saber sobre los cuidados paliativos?

- Las personas fuera del hospital deberían saber que los cuidados paliativos tratan sobre la vida, no sobre la muerte. No se trata solo de aliviar el dolor físico, sino también de abordar las necesidades emocionales, sociales y espirituales. Los cuidados paliativos no son sólo para los últimos días, sino desde el diagnóstico de una enfermedad.

- ¿Cuáles son las principales barreras o desafíos que ves en el ejercicio de cuidados paliativos?

- A los médicos nos forman para curar y salvar vidas. La muerte es vista como un fracaso. Nadie quiere que un niño se muera, pero no podemos negar que hay enfermedades incurables. Cambiar esa mirada no es fácil. Cuando no es posible curar, nuestro deber es cuidar y acompañar.

Tenemos que aprender a centrarnos en la persona, no en la enfermedad, y entender que el éxito no siempre está en alargar la vida a cualquier precio, sino en vivir lo mejor posible y en morir bien.

Es más difícil tener esperanza si no crees en un Dios que te ama, que tiene un plan maravilloso y que esto no acaba acá, que hay una vida después de la muerte.

- ¿Qué te llevó a trabajar en el área de cuidados paliativos?

- La verdad es que yo no lo busqué mucho. Después de finalizar la especialidad en pediatría, me ofrecieron trabajar en oncología. Después de unos años allí, trabajé con pacientes NANEA, que son los niños con necesidades especiales en salud. Y después, en octubre del 2022, cuando salió la Ley de Cuidados Paliativos Universales en mi país, (hasta entonces sólo acogía pacientes oncológicos) en el hospital me ofrecieron empezar esta nueva unidad de cuidados paliativos universales.


Estefanía Siles, pediatra de cuidados paliativos, en Casa de Luz, de la Fundación Casa Familia, es el primer hospice pediátrico de Sudamérica

- ¿Cómo describirías tú día a día acompañando a pacientes y sus familias en momentos tan delicados?

- Nosotros estamos disponibles 24 horas al día, siete días a la semana, los 365 días del año. El día a día es muy variable.

Intentamos que los niños estén en su casa en la medida de lo posible, así que entrenamos a los papás para manejar todo lo posible en casa y hacemos todas las visitas domiciliarias y videollamadas que necesiten. También tenemos pacientes hospitalizados, pacientes en hospice Casa de Luz y algunos en residencias de menores. Nos movemos mucho.

A grandes rasgos, nuestro trabajo consiste en dos cosas: manejo de síntomas (físicos y emocionales) y acompañamiento emocional-espiritual a los niños y sus familias. Aseguramos que nuestros niños tengan la mejor calidad de vida posible y que los papás sepan que no están solos en esto.

- ¿Hay alguna experiencia o paciente que te haya marcado profundamente?

- Todos mis pacientes me han marcado en algún sentido. Cada niño y su familia tienen una historia especial que marca el alma. Historias de mucho dolor, pero también de lucha, de resiliencia, de entrega, de amor incondicional. Con la gran mayoría de las familias llegamos a tener una relación íntima y profunda, que se prolonga también durante el duelo.

Algunas de las historias que más me han impresionado son las de guagüitas (bebés) que, con diagnósticos prenatales de patologías “incompatibles” con la vida, gracias a Dios no fueron abortadas, y que, a veces meses después, fallecen en los brazos de sus mamás, rodeados de amor.

- ¿Cómo manejas el desafío emocional que implica tu trabajo? ¿Qué te ayuda a seguir adelante?

- Soy “hípersensible”, pero creo que es una ventaja porque me permite conectar mejor con los papás, y la conexión es esencial para tener un buen vínculo y así poder ayudarles más y mejor.

Me consuela ver que mi trabajo hace esta etapa un poco menos dura para los niños y sus familias. Mi consuelo principal es que sé que esto no termina acá, que estos niños están hechos para el cielo y que se van directo para allá, donde no hay penas ni sufrimiento.

Sin embargo, sí he tenido algunos episodios de burnout que me han hecho aprender que, para cuidar a otros, tengo que cuidarme a mí también. Aprendí que es importante el autocuidado, pero lo más importante para hacer bien mi trabajo es cuidar mi vida espiritual. Trato de empezar y terminar la jornada laboral en la capilla del hospital, con un rato de oración. Somos sólo un instrumento; Dios hace la pega (el trabajo).


Estefanía Siles, pediatra de cuidados paliativos, junto a un paciente

- ¿Cómo ves el impacto de tu trabajo en las vidas de los pacientes y sus seres queridos?

-Creo que nuestro trabajo tiene un gran impacto. Les ayudamos a poder disfrutar de momentos significativos con sus seres queridos en sus casas.

Por otro lado, perder a un hijo o a un hermano es de las cosas más dolorosas que le puede pasar a alguien, y creo que logramos hacer de esto un proceso un poco más fácil. Para los padres, saber que pueden llamarnos en cualquier momento es un alivio de su carga y estrés. Pueden contactarnos ante emergencias, especialmente en la última etapa de vida, o escribirnos para consultas menos urgentes.

Además, les damos herramientas y recursos para enfrentar el progreso de la enfermedad, y al final, la muerte, con dignidad y amor.

Antes, estos pequeños se morían hospitalizados o en el servicio de urgencia. Gracias a nuestro programa, pueden fallecer en sus casas, sin sufrir, rodeados de sus seres queridos. Esto también permite que los familiares tengan un mejor duelo.

- ¿Algunos aprendizajes de estos años?

- He aprendido muchísimo de mis pacientes y sus familias. Tal vez son cosas que sabía en la teoría, pero que ahora he visto en carne y hueso. He aprendido que la dignidad y el valor de un ser humano no dependen de sus capacidades, o de su “utilidad” para los demás. Todas las vidas merecen ser vividas; no hay vidas más importantes que otras.

Estos niños son una fuente inmensa de amor. También he aprendido que el ser humano es capaz de un amor y de una entrega impresionante, sacrificada y realmente incondicionales.

La mayoría de las familias quiere y puede cuidar a sus niños enfermos, pero es una tarea muy difícil y sacrificada y no pueden hacerlo solas. Necesitan recursos, pero sobre todo mucho apoyo y compañía, cosas aún insuficientes en la mayoría de los casos de nuestro país.

jueves, 17 de octubre de 2024

Elisa se quedó viuda y con 5 hijos: «He vivido con esperanza mirando a Cristo y su amor ilimitado hacia mí»

Camino Católico.- Elisa perdió a su marido en una semana víctima del cáncer y se quedó viuda con cinco hijos. Ella ha compartido su testimonio en el encuentro de inicio de curso de la Diócesis de Getafe, que se celebró el pasado 5 de octubre en la Basílica del Sagrado Corazón, en el Cerro de los Ángeles.

"Mi vida era una especie de gincana”, señala y destaca que su esperanza no es un optimismo humano: "la esperanza cristiana mira a la fuente, a Cristo, porque la realidad no cambia; mi marido no ha resucitado. La esperanza diaria no es querer que desaparezcan las dificultades, sino vivir en la promesa del amor ilimitado de Dios y en la vida eterna, en sentir su presencia cada día" remarca.


Elisa dice que “viviéndolo en mi vida he experimentado  que la virtud de la esperanza nace cuando uno se da cuenta de que solo una acción de lo alto puede salvarte. La esperanza viene de lo alto porque la esperanza en el fondo no deja de ser  como un deseo de conseguir aquello que me supera que está muy lejos y muy por encima de lo que son mis posibilidades humanas. La esperanza cristiana no es el optimismo humano que en el fondo lo que espera es que cambie la realidad y te dice no te preocupes que todo va a cambiar”.


Y cuenta el difícil momento que vivió: “A mi marido le diagnosticaron un tumor y con 45 años muere de cáncer en menos de una semana y se fue al cielo. Me quedé viuda un 23 de diciembre con cinco hijos, la más pequeña de 2 años. Incineraron a mi esposo el 24 diciembre, día en que se iba a abrir el jubileo de la esperanza, lo que viéndolo con ojos humanos no deja de ser hasta casi humanamente cruel”.


Ante esta situación remarca que “el optimismo nos habla de que la realidad va a cambiar y la esperanza cristiana no ve el vaso ni medio lleno, ni medio vacío, sino que mira a la Fuente, a Cristo, porque la realidad no cambia; mi marido no ha resucitado. Aunque mi hija en una peregrinación me miró y me dijo: ‘mamá, ¿y si le pedimos a la virgen con mucha fuerza que papá vuelva?’ Y yo la tuve que abrazar muy fuerte y decirle: ‘Pues a lo mejor el Señor no quiere que papá vuelva’”.


El testimonio de un católico debe ser coherente para Elisa que señala: “Cuando tenemos que acompañar a mucha gente que vive que su realidad no cambia, tenemos que ser honestos y elevar la mirada. La esperanza exige apoyarse en alguien que es muchísimo más grande que nosotros, alguien que nos levanta allá donde yo no me puedo levantar porque la esperanza no defrauda. La única forma de vivir sin desesperanza es apoyarse completamente en el Señor y saber que Él va a cumplir su promesa que es su amor ilimitado hacia mí hoy y desde toda la eternidad. Su promesa es el paraíso, la vida eterna”.

viernes, 11 de octubre de 2024

Margaret Fellker cayó en depresión tras perder a su hijo, pero la Eucaristía le llevó a ayudar a jóvenes en necesidad: «Estoy sorprendida de la bendición de Dios, porque recibí de Él lo que permitió avanzar»


Margaret Fellker, fundadora de David’s Educational Opportunity Fund. - Foto: Cortesía de IEC2024

* «En la capilla del Santísimo vi pintadas en la pared las palabras que me hicieron saber que pertenecía a ese lugar. Desde entonces, las llevo siempre en mi mente y corazón: 'Venid a mí, los que estáis fatigados y angustiados, y yo os aliviaré'»

Camino Católico.-  En medio de la depresión y la desesperanza tras la pérdida de su hijo David en las montañas de Ecuador, Margaret Fellker, fundadora de la ONG caritativa David’s Educational Opportunity Fund, encontró el amor redentor de Dios y despertó en su corazón la misión de ayudar a jóvenes en situación de pobreza.

Originaria de Madison, Wisconsin (Estados Unidos), el viaje de fe de Margaret marcado por la tragedia y un encuentro con Jesús Eucaristía, se transformó en una poderosa fuente de inspiración para muchos en Quito, Ecuador, al desarrollar junto a su esposo una ONG dedicada a apoyar a estudiantes talentosos que enfrentan dificultades económicas.

La pérdida de David

“David era, es y siempre será nuestro único hijo, nacido en 1981. Siempre fue una buena aventura ser su mamá: empezó a leer a la edad de 2 años; era actor adolescente en un teatro de Shakespeare y luego en teatro de improvisación”, cuenta Margaret en una reciente entrevista concedida a ACI Prensa.

Margaret recuerda que, desde joven, su hijo demostró una notable pasión por explorar el mundo y conectar con diversas culturas. A la edad de 17 años, David fue un estudiante de intercambio en Hungría. Su deseo de aprender y experimentar la vida en el extranjero lo llevó a África, donde pasó un mes en Ghana. No se detuvo allí; a la misma edad, comenzó a hacer voluntariado en un barrio hispanohablante en Chicago, donde también comenzó a aprender español.

A lo largo de su vida, David llegó a hablar con fluidez cuatro idiomas: inglés, español, húngaro y alemán. Este amor por el aprendizaje y la conexión lo llevó a Ecuador, donde, como estudiante universitario, decidió pasar un semestre de intercambio en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador desde febrero hasta junio de 2002.


Jóvenes ecuatorianos que reciben ayuda de David’s Educational Opportunity Fund. - Foto: Cortesía de David’s Educational Opportunity Fund

La vida de David se apagó repentinamente cuando desapareció cerca de la ciudad ecuatoriana de Zamora en 2002, un suceso que dejó a su madre en un profundo duelo. Ella tuvo que viajar a Ecuador para buscar a su hijo, cuyo paradero es desconocido hasta el día de hoy. Su cuerpo nunca fue encontrado.

“Me encontré solita en Zamora, hospedándome con una familia bondadosa y saliendo cada día con varios policías en la búsqueda de pistas que nos pudieran revelar algo acerca de David”, relata.

La Eucaristía como fuente de consuelo y un nuevo llamado

En esos días oscuros, Margaret encontró refugio en la iglesia local, donde la capilla del Santísimo se convirtió en su lugar de consuelo. “Vi pintadas en la pared las palabras que me hicieron saber que pertenecía a ese lugar. Desde entonces, las llevo siempre en mi mente y corazón: 'Venid a mí, los que estáis fatigados y angustiados, y yo os aliviaré'”, comparte, recordando las palabras de Cristo que la acompañaron en su dolor.

Lo que comenzó como una búsqueda desesperada se convirtió en una revelación de amor. “Recibí un don totalmente inesperado, creativo, de la infinita imaginación divina: una capacidad mucho más amplia que nunca, para amar a cada persona que me extendió la mano en esa situación tan mala”, expresa.

Margaret Fellker - Foto: David’s Educational Opportunity Fund

Esta experiencia transformó su perspectiva sobre el sufrimiento. “Era como un maná y recibí justo lo necesario cada día, cada mañana”, agrega, enfatizando cómo el amor la ayudó a conectarse con aquellos que también sufrían.

Margaret no sólo reflexionó sobre su propia pérdida, sino que también se abrió a las historias de los demás. “Podía acercarme a las otras personas con ese amor, escuchando sus historias con mucho interés. No pude quedarme en mí misma con mi dolor”, insiste.

La fundación de David’s Educational Opportunity Fund

Su camino hacia la sanación la llevó a fundar el David’s Educational Opportunity Fund, dedicado ofrecer apoyo financiero, educativo y emocional a estudiantes de secundaria y universitarios de familias de escasos recursos en Quito. Su objetivo es proporcionar un acompañamiento integral y constante para que estos jóvenes puedan completar su educación y desarrollar plenamente sus talentos, habilidades de liderazgo y cualidades de carácter.  

Margaret Fellker y los estudiantes ecuatorianos que forman parte del David’s Educational Opportunity Fund. - Foto: David’s Educational Opportunity Fund

“Fueron dos cosas las que me hicieron inevitable regresar a Ecuador con mi esposo Mike y nuestra hija Rachel en 2003: la bondad de todos que me habían ayudado, y la belleza que había visto. Así que empezamos con una señorita, Gaby Lima, que quería estudiar Ingeniería Ambiental. Luego otra, Verónica Guamba, que quería ser maestra de la educación temprana”, explica.  

A lo largo de los años, la organización ha crecido significativamente, y ha apoyado a 24 estudiantes actualmente graduados y 16 estudiantes en curso. “Nuestro trabajo es la alegría mía y de mi esposo, y nos llena la vida con lo que todos necesitamos: un propósito que nos llena la vida con sentido”, subraya.

Finalmente, Margaret reflexiona sobre su viaje, reconociendo que no quiere “que Dios sepa o crea que estoy satisfecha”, sino que desea seguir sirviendo a los jóvenes más necesitados. “Siempre he quedado atónita, sorprendida de la bendición de Dios, porque recibí de Él lo que permitió avanzar”, concluye.