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martes, 4 de marzo de 2025

La conversión de John Pridmore, ex gánster: «Sentí que Jesús me decía: ‘John, te amo tanto que volvería a pasar por la cruz solo por ti’. Recé a la Virgen y sentí: ‘Ve a confesarte’»

 John Pridmore, ex gánster

* «En ese momento me sentí elevado, salí andando de mi piso y pronuncié la primera oración de mi vida. Dije, “Hasta ahora, todo lo que he hecho ha sido aprovecharme de lo que me has dado, Señor, ahora quiero ser yo el que da”. Mientras decía esa oración, el vacío que no podían llenar las drogas, el poder ni las relaciones, fue colmado por el amor de Dios»

Camino Católico.- Me llamo John Pridmore y esta es mi historia.

Nací en el barrio de East End de Londres, en el Hospital del Ejército de Salvación. Aunque fui bautizado en el catolicismo, nunca fui a una escuela católica ni a la iglesia. Con diez años, de vuelta a casa en una noche normal, mis padres me dijeron que tenía que elegir con quién de los dos quería vivir porque se iban a divorciar. Yo quería muchísimo a mis padres; no podía escoger entre esas dos personas a las que más quería pero que, paradójicamente, acababan de dejarme completamente por los suelos. Fue en ese momento cuando, en los más profundo de mi ser, tomé la decisión de no amar a nadie nunca más, porque pensaba que así no me volverían a hacer daño.

Después de que mis padres se separaran, empecé a robar. Creo que lo que quería era que alguien se diera cuenta de cuánto sufría, pero como mi padre era policía, aquello sólo era un aliciente más para las palizas. Con 15 años estuve en un centro de detención, que debió de haber sido una lección tajante, severa, definitiva, pero allí mi odio no hizo sino crecer más y continué metiéndome en peleas.

Con esa misma edad dejé la escuela y, como la única cualificación que tenía era en el robo, a eso me dediqué. Sin amor en la vida, me entregué a los analgésicos, a la bebida, a las drogas, a cualquier cosa que me sirviera para acallar el dolor en mi interior. Con 19 años ya estaba otra vez en prisión y la única forma que tenía de lidiar con toda la ira que guardaba dentro era a golpes, con más peleas. Me pusieron en régimen de aislamiento de 24 horas y fue en este periodo cuando consideré deshacerme del mayor regalo de Dios, mi propia vida. Pero Dios debió de estar allí conmigo, porque no me quité la vida, aunque sí salí de prisión más resentido y violento que nunca.

Pensaba que debía coger yo mismo lo que quisiera del mundo, porque nadie me iba a regalar nada. Empecé a trabajar de segurata en clubes del East-End y del West-End, en Londres; se me ocurrió que, ya que me gustaba pelear, mejor que me pagaran por hacerlo. En aquel ambiente conocí a algunos de los tipos que dirigen la mayor parte del crimen organizado de Londres, así que empecé a trabajar para ellos. No mucho más tarde, dejé de trabajar para ellos y comencé a trabajar con ellos. Mi estilo de vida era el de un gánster clásico, con dinero, drogas y mujeres a montones. Tenía un ático en St. John’s Wood (uno de los más ricos de Londres), un BMW Serie 7, un Mercedes deportivo convertible y no podía gastarme el dinero lo suficientemente rápido, porque los beneficios de los chantajes y del tráfico de drogas se seguían acumulando. Mi chaqueta de cuero de diseño tenía cosido un bolsillo interior donde guardaba un machete para cuando tenía que ir a recuperar algunas deudas y castigar a los que incumplían sus pagos.

De veras creía que lo que el mundo me contaba era verdad, que teniendo todas esas posesiones, relaciones y drogas sería feliz, pero por dentro me sentía enfermo porque esta vida me estaba destruyendo poco a poco. Nada me satisfacía, nada me llenaba. Mientras tanto, intentaba destrozar mi propia conciencia, porque con esta gente con la que trataba, cuanto más despiadado y brutal seas, más respeto recibes, y yo quería ese respeto. Quería que cuando la gente entrara en un club y me viera allí, supiera quién soy y qué es lo que hago.

Una noche que trabajaba en uno de esos clubes que dirigíamos en el West-End, le di un puñetazo con un puño de acero a un tipo, pero, tras el puñetazo, calló completamente de espaldas y se golpeó la cabeza contra el bordillo. Había sangre por todas partes y la gente alrededor empezó a gritar, así que me marché del lugar y recuerdo haber pensado camino de casa en mi coche: “Me podrían caer diez años por esto”. Lentamente, empecé a darme cuenta de que era posible que acabara de matar a alguien y ni siquiera me importaba. Antes las personas solían importarme y yo solía querer marcar la diferencia, pero ahí estaba, haciendo cumplir mi voluntad a golpes y destruyendo todo lo que me rodeaba. La única persona que me importaba era yo mismo y no pensaba que eso pudiera cambiar.

Llegué a casa y escuché una voz que me hablaba en mi corazón, es una voz que todos conocemos, nuestra conciencia, Dios dentro de nosotros. Hasta ese momento, yo creía que Dios era sólo una historieta bonita para evitar que fuéramos malos, pero entonces me topé de cara con el hecho de que Dios era real y no importaba en absoluto lo que yo pensara.

Aunque nunca había sido consciente del amor o de la presencia de Dios en mi vida hasta ese momento, en un instante sentí cómo Él se separaba a Sí mismo de mí. La gente dice que esa separación de Dios es el infierno; bueno, si el infierno es así, rezo porque nadie vaya nunca allí porque fue la experiencia más aterradora de mi vida. Me han puesto pistolas en la cabeza, me han apuñalado, pero este momento fue el más terrible de todos porque yo era plenamente consciente de las elecciones que había hecho. Clamé a Dios por otra oportunidad, no porque lamentara algo, sino porque no quería seguir experimentando aquella desolación. En ese momento me sentí elevado, salí andando de mi piso y pronuncié la primera oración de mi vida. Dije, “Hasta ahora, todo lo que he hecho ha sido aprovecharme de lo que me has dado, Señor, ahora quiero ser yo el que da”. Mientras decía esa oración, el vacío que no podían llenar las drogas, el poder ni las relaciones, fue colmado por el amor de Dios. No podía creer que Dios pudiera amar a alguien como yo, con todas las cosas horribles que había hecho, pero Él me siguió demostrando que me amaba y me aceptaba. Durante toda mi vida me he sentido inútil y no me importaba si vivía o moría, pero Dios me mostró que sí tenía importancia, porque Él me amaba y me había creado. 

 John Pridmore, ex gánster, miró un crucifijo y supo por primera vez que Cristo había muerto por él en la cruz

La única persona que conocía que tenía fe era mi madre y, aunque no la veía mucho por aquel entonces, fui a visitarla y le conté lo que había pasado. Me dijo que había rezado por mí todos los días de mi vida, pero que, dos semanas antes, había rezado por que Jesús me llevara. Si eso suponía dejarme morir, que así fuera, pero que no me permitiera seguir haciendo daño a los demás ni a mí mismo. Sé cuánto me quiere mi madre y sé que una oración como aquella debió romper su corazón, pero es que ella podía ver el monstruo en que me estaba convirtiendo. Nunca olvidaré las lágrimas cayendo por su rostro cuando le dije cómo había encontrado a Dios.

Probablemente esas lágrimas limpiaron todo el dolor y la miseria que le había causado durante su vida. Mi padrastro me dio mi primera Biblia; nunca había tenido ninguna y una de las primeras historias que leí fue la del Hijo Pródigo. Cómo un padre dio a sus dos hijos todo su sustento y sus propiedades y cómo uno de ellos se marchó a despilfarrar todo el dinero de su padre en una vida de pecado y libertinaje. Después de gastarlo todo y porque estaba hambriento, pensó: “Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre”. Decide volver a su padre para pedirle que le acoja como uno de sus esclavos pero, cuando va camino de la casa de su padre, él está fuera buscándole y, al ver a su hijo, corre hacia él para abrazarle, le pone un anillo en el dedo, sandalias en los pies, ropas de las mejores telas y organiza una fiesta para él y sus amigos. Siempre sería su hijo, que volvió a la familia donde siempre fue amado, incluso después de años de perdición.

En esa historia me di cuenta de que Dios siempre había estado buscándome y que nunca se cansaría de buscar ni de intentar arreglar mi corazón roto por mi estilo de vida. Como nunca había ido a la iglesia, empecé a buscar un lugar donde encontrar a Dios y conocí un viejo sacerdote que me habló de un retiro. Los únicos retiros de los que yo había oído hablar eran en los que uno se tumbaba en la playa con un cubata en una mano, un porro en la otra y una buena hembra al lado, así que dije “Me encantaría ir”. Cuando llegué, no era exactamente como había imaginado, pero lo cierto es que vi a cerca de 200 jóvenes que tenían una alegría que yo nunca había sentido. Algunos se acercaron a mí y me abrazaron. Bueno, no sé si conocéis algún ex-gánster, pero a nosotros no nos va mucho eso de los abrazos, a no ser que sea con chicas, pero ¿abrazar a chicos? Si abrazas a un tío delante de unos gánsteres te llevas una torta.

En este lugar asistí a una charla que tenía por título “Dame tu corazón herido” y mientras escuchaba al sacerdote hablando de cómo todos los pecados que cometemos son como una herida en nuestro corazón, miré a un crucifijo y por primera vez supe por qué Jesús había muerto en aquella cruz, para cargar, gracias a su amor, con todos los pecados tan oscuros como terribles que yo haya cometido en mi vida y llevarlos en su corazón hasta la crucifixión. Y entonces sentí una tristeza increíble por todo lo que había hecho, pero por encima de aquella pena estaba una dicha desconocida, sentí que Jesús me decía “John, te amo tantísimo que volvería a pasar por todo esto solamente por ti”. Me eché a llorar, lloré por primera vez desde que tenía diez años porque no podía creer que alguien pudiera amarme tanto como para morir por mí con semejante agonía. Al salir de aquella charla dije una oración a María, madre de Jesús, para decirle: “¿Qué es lo que tu Hijo quiere de mí?”. Y sentí un susurro en mi corazón: ve a confesarte. Nunca había ido antes a confesarme y, con 27 años, sabía que había cometido todos los pecados posibles y tenía miedo. Pero María me dio el valor. Y mientras confesaba todos aquellos pecados terribles, el sacerdote lloraba porque él era Jesús para mí. Me mostraba la misericordia de Dios, que ya podía sentir en mi corazón. Cuando recibí la absolución, supe que Jesús me perdonaba y me daba la libertad. Me había vaciado de todos mis pecados a los pies de la cruz y estaba vivo de nuevo, podía sentir el viento en mi cara, podía escuchar el canto de los pájaros. Mis pecados me habían matado, pero la confesión me había devuelto a la vida.

En aquel mismo retiro, además de reunirme con Jesús a través de la confesión, lo recibí en mi corazón durante la misa. Al avanzar y recibir la Divina Comunión, todos los buenos sentimientos que había tenido en mi vida, incluyendo aquel momento al salir de mi piso y la forma en que me sentí tras la confesión, fueron magnificados un millón de veces. Mi corazón se había abierto en la confesión para sentir y conocer Su presencia en la Eucaristía y Él llenó mi corazón por completo.

Cuando salí del retiro, decidí que quería servir a los demás, así que empecé a trabajar en Kingsmeade Estate en Londres intentando ayudar a los jóvenes a no entrar en la vida de crimen y sufrimiento que yo había elegido. Años más tarde, fui al Bronx y allí conocí a la Madre Teresa, que me enseñó a amar de nuevo, a amarme a mí mismo y a los demás. Me inspiró para dar a los demás y, desde entonces, he estado compartiendo mi historia en escuelas, parroquias y prisiones de todo Reino Unido e Irlanda. En 2007, en la Jornada Mundial de la Juventud en Sídney, tuve el privilegio de hablar para más de medio millón de jóvenes; el mayor regalo de mi vida es compartir con ellos que hay un Dios que les ama, que les cuida y que se regocija en ellos. Desde aquella charla en Sídney, mi ministerio se ha vuelto más internacional. He dirigido retiros, charlas y seminarios en Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos (Nueva York, Florida, Chicago, Phoenix y Los Ángeles), Alemania, Holanda, Hong Kong y por todo el mundo. El año pasado fui a Liberia a hablar sobre el perdón a antiguos niños soldado. Algunos de estos niños habían sido forzados a cometer atrocidades y a combatir, con sólo once años, en la sangrienta guerra civil que arrasó Liberia durante una década. Fue un honor y un privilegio estar entre ellos y ser testigo de la increíble resistencia que tienen para intentar adaptarse y elegir el bien en sus vidas, aun habiendo quedado cubiertas de oscuridad.

Durante los últimos 25 años he trabajado a tiempo completo para traer esperanza a los demás y mostrarles que si Dios puede amar a alguien como yo, puede amar a cualquiera. Que Dios os bendiga con su profundo amor,

John Pridmore
ex gángster convertido al cristianismo que ahora viaja a nivel internacional para hablar sobre cómo ha cambiado su vida. Si quieres saber más sobre John visita su página www.johnpridmore.com donde encontrarás sus tres libros incluida la historia de su vida From Gangland to Promised Land.
Artículo original whyimcatholic.com

sábado, 1 de marzo de 2025

Ashley defendía el aborto por violación, pero descubrió que ella había sido concebida así: «Pensaba suicidarme hasta que busqué la voz de Dios en mi vida; estoy viva por Su gracia, me conoce, me creó y me ama»


Ashley con su esposo e hijos.

* «Dios sabía lo que iba a suceder el día en que fui concebida, y tenía un plan más grande de lo que cualquiera podía ver. Dios toma situaciones malas y hace algo hermoso. ¡Soy una hija de Dios! Su adopción es hermosa, segura y asombrosa en su glorioso diseño. Estoy aquí para compartir las buenas noticias de Dios y su plan para tu vida y la mía»

Camino Católico.- "Haber sido concebida en una violación no me hace menos digna de vivir": así piensa Ashley hoy. Sin embargo, cuando era adolescente, imbuida por la propaganda ideológica ambiental, era partidaria del aborto en caso de violación: "¿Cómo se podría esperar que una mujer cargara un hijo concebido bajo circunstancias tan horribles y malvadas?", pensaba.

De niña supo que era adoptada, y lloró mucho cuando se lo dijeron, sintió "rechazo" y "dolor". Sabía, sí, cuánto la amaban sus padres adoptivos:  "Pero no sabían cómo me sentía. No podían saberlo. Ellos sabían de dónde venían. Yo no", cuenta ella misma en el blog Salvar El 1 , fundado por Rebecca Kiessling y especializado en el aborto por violación. Ashley ante su situación dice que “pensaba suicidarme hasta que busqué la voz de Dios en mi vida; estoy viva por Su gracia, me conoce, me creó y me ama”. Esta es su historia:

Haber sido concebida en una violación no me hace menos digna de vivir. La violación no me define. Yo soy como Dios me ha moldeado. Él me ama y tiene un propósito para mí. Mi vida tenía valor en el momento de mi concepción y lo sigue teniendo ahora.

“Porque tú formaste mis entrañas; Tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; Estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo, bien que en oculto fui formado, y entretejido en lo más profundo de la tierra. Mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar una de ellas.” (Salmo 139:13-16)

Siempre supe que fui adoptada. Recuerdo a mis padres sentándome y explicándomelo. Recuerdo llorar hasta quedarme dormida pensando: Vosotros no sois mis verdaderos papá y mamá. Recuerdo el rechazo y el dolor que sentí. Me amaban tanto y querían ayudarme a lidiar con esta avalancha de emociones, pero no sabían cómo se sentía. No podían saberlo. Ellos sabían de dónde venían. Yo no.                                                        

Esta lucha interna continuó por años. Poco sabía yo que solo conocía una parte de la historia. Estaba en mi último año de secundaria cuando lo descubrí: mi madre biológica había sido violada.

He imaginado la escena una y otra vez en mi mente—cómo mi cumpleaños casi no sucedió. Una joven es recogida para una cita y una noche en la ciudad. Su novio es encantador, persuasivo. La noche iba bien, y luego las cosas tomaron un giro para peor. Lo llamaron violación en una cita. Nueve meses después, aquí estaba yo. Nacida de una mujer que no me quería, que ni siquiera quería saber si era niña o niño.

No amada, no deseada, pero salvada de la violencia impensable del aborto, que de alguna manera es totalmente aceptado en nuestra sociedad. Recuerdo mirar por la ventana del auto de mi madre pensando: Eres un producto del mal; nunca debiste haber existido.

Cómo el enemigo tiene una forma de usar las palabras. Durante años, viví con esos sentimientos persistentes, esos pensamientos de odio—sintiéndome como si estuviera predestinada para algo horrible solo porque así comenzó mi vida. Me sentía patética, o al menos eso me repetía a mí misma. Tenía días buenos, semanas, meses… pero siempre regresaba esa sombra.

Pensando en aquel día, puedo recordar vívidamente lo que mi madre dijo con tanta naturalidad y cómo Satanás estaba convirtiendo la verdad en mentiras. No era yo quien me decía que no debía existir, era el enemigo susurrando: Tú no deberías existir, cualquier cosa para derribarme y hacerme cuestionar el propósito de mi vida.

Ashley En una manifestación en favor de la vida

¿Quién puede imaginar ser violada y luego descubrir que está embarazada del hijo de su agresor? Recuerdo que, como estudiante de secundaria, justificaba que un aborto sería aceptable en caso de violación—quiero decir, ¿cómo se podría esperar que una mujer cargara un hijo concebido bajo circunstancias tan horribles y malvadas? Oh, espera… eso podría haber sido yo.

Cuestionaba todo: mi valor, incluso mi existencia. Pensamientos de suicidio iban y venían. Nunca actué en consecuencia y siempre desechaba la idea. No fue hasta que busqué la voz de Dios en mi vida que esos pensamientos comenzaron a desaparecer.

Poco sabía yo que Dios me estaba llamando a Él. ¿Me quería? No podía ser—Él no sabe sobre mí, de dónde vengo…

"Sí, Ashley, te quiero."

Abrí mi Biblia en Jeremías 1, 5:

“Antes que te formase en el vientre te conocí,

y antes que nacieses te santifiqué,

te di por profeta a las naciones”.

Él me conoce, Él me creó, Él me ama.

Verás, yo no fui un error. Dios sabía lo que iba a suceder el día en que fui concebida, y tenía un plan más grande de lo que cualquiera podía ver. A un nivel más fundamental de lo que incluso mis padres adoptivos podían imaginar, mi Padre reveló la importancia y el propósito que imprimió en mi vida.

Dios toma situaciones malas y hace algo hermoso. ¡Soy una hija de Dios! Su adopción es hermosa, segura y asombrosa en su glorioso diseño. Estoy aquí para compartir las buenas noticias de Dios y su plan para tu vida y la mía.

Estoy viva—no por accidente, sino por Su gracia.

Todos debemos recordar que Dios tiene un plan para nuestras vidas. Puede que no lo veamos o que ni siquiera lo entendamos. Todo lo que podemos hacer es buscar Su rostro y Su voluntad cada día. No debemos desanimarnos cuando sentimos que el mundo nos ha dado la espalda, ¡porque lo ha hecho! Pero Dios no nos ha dado la espalda. Dios estaba, y sigue estando, en control.

Debido a las circunstancias que rodearon mi concepción y nacimiento, he tenido la increíble oportunidad de ministrar a otros, alzando mi voz en contra del aborto y compartiendo el amor de Cristo con quienes están sanando de esa experiencia.

Cada día recuerdo que el plan de Dios es perfecto. ¡Soy bendecida por escribir y hablar de lo que Él ha hecho en mí y a través de mí!

Alabado sea Dios por Su corazón revelado en Jeremías 29:11:

“Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Yahvé, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis.”

Rebecca Kiessling: «Mi madre fue violada por un violador en serie y en dos ocasiones consideró abortarme, pero mi valor es que Jesús murió en la Cruz por mí y soy hija amada de Dios,, como tú»


Rebecca Kiessling, fundadora de Salvar El 1 (Save The 1), una organización internacional dedicada a defender la vida humana en todas las circunstancias, incluyendo la del vientre materno, especialmente en casos de violación

* «Lucho por la vida de todos los niños no nacidos, pero especialmente por aquellos que no tienen voz y cuyo derecho a la vida es negado debido a las circunstancias de su concepción. Creo firmemente que fui creada por Dios, a su imagen, con un propósito, ¡y ese propósito NO era ser abortada! (como una mujer en la iglesia me sugirió en una ocasión). Fui creada para el bien, no para el mal» 

Camino Católico.-  Rebecca Kiessling fue concebida en una violación y es abogada, madre de familia y fundadora de Salvar El 1  (Save The 1), una organización internacional dedicada a defender la vida humana en todas las circunstancias, incluyendo la del vientre materno, especialmente en casos de violación. En su testimonio contado en primera persona afirma que “mi madre fue violada por un violador en serie y en dos ocasiones consideró abortarme, pero mi valor es que Jesús murió en la Cruz por mí y soy hija amada de Dios, como tú”. Esta es su historia: 

Mi nombre es Rebecca Kiessling. Soy abogada, madre y fundadora de Salvar El 1 (Save The 1), una organización internacional dedicada a defender la vida humana en todas las circunstancias, incluyendo la del vientre materno, especialmente en casos de violación.

Los bebés concebidos por violación no son diferentes a cualquier otro niño; no son menos humanos. Tienen la misma dignidad y el mismo derecho a la vida que cualquier otra persona.

Rebecca Kiessling, a la izquierda, con su hija Carina en la manifestación pro vida de Washington

Mi propia madre fue violada por un violador en serie. En dos ocasiones consideró abortarme. Incluso estuvo a punto de someterse a un aborto, pero no tuvo el coraje de llevarlo a cabo.

Hoy estoy viva porque mi madre tuvo el valor de no abortarme y porque, en ese momento, la ley me protegía.

Lucho por la vida de todos los niños no nacidos, pero especialmente por aquellos que no tienen voz y cuyo derecho a la vida es negado debido a las circunstancias de su concepción.

Creo firmemente que fui creada por Dios, a su imagen, con un propósito, ¡y ese propósito NO era ser abortada! (como una mujer en la iglesia me sugirió en una ocasión). Fui creada para el bien, no para el mal. Dios no es un asesino.

Rebecca Kiessling da testimonio de que su fe en Dios le ayudó a afrontar su vida cuando supo que fue gestada en una violación

Soy una persona de fe, y mi fe ha sido, a menudo, mi fuente de fuerza. La fe siempre es un refugio seguro al que recurrir cuando todo parece incierto. Hay momentos en los que defender la vida es difícil; es una misión ardua y paciente. Muchas personas, incluso dentro de la Iglesia, creen que el derecho a la vida de una persona depende de la voluntad de los padres, de la perfección genética o de una concepción libre y amorosa.

Hay quienes dicen que el niño concebido en una violación es desechable, como basura. Pero yo sé que tengo un valor infinito. Al igual que tú, Jesús pagó un precio infinito por mi vida. ¡Ese es mi valor: que Jesús murió en la Cruz por mí! ¡No soy un ser despreciable, soy amada de Dios, hija de Dios!

No elegí las circunstancias en las que fui concebida, pero desde el primer momento de mi concepción, tenía derecho a vivir, y nada ni nadie en este mundo puede arrebatarme ese derecho.

Sin embargo, hay otras personas, igualmente dignas de amor y vida, que están viendo cómo les arrebatan su derecho a la vida y merecen protección. Todos merecen un cumpleaños.

Rebecca Kiessling

sábado, 15 de febrero de 2025

Philippe Le Vert, viudo y ex piloto de combate sintió la llamada al sacerdocio al fallecer su esposa; con 10 años iba a morir ahogado y clamó: «Señor, sálvame! Hágase tu voluntad y sentí al instante una gran paz»

Philippe Le Vert ha sido ordenado diácono para finalmente ser sacerdote / Foto: Cortesía de Philippe Le Vert

* «Fue apenas un mes después del funeral de mi mujer. Hubiera podido decir: 'Señor, ¡cómo puedes mostrarme tu amor en este momento en que me has quitado a mi mujer, a la que tanto amaba!' Pero la percepción que tuve del amor de Dios fue tan fuerte, como nunca antes había experimentado, que así surgió la llamada a ser sacerdote»

Camino Católico.- A Philippe Le Vert le encanta el número tres. Fue la dimensión trinitaria de Dios lo que le animó intelectualmente a abrazar la religión católica. Pero el tres es también el número de llamadas que ha recibido en su vida, y a las que ha respondido plena y completamente, comprometiéndose en cuerpo y alma cada vez: la llamada a servir a su país, a su familia y ahora a su Iglesia. De hecho, Philippe Le Vert es un diácono muy joven, ¡tiene 70 años! Viudo, padre y abuelo, fue ordenado diácono con vistas al sacerdocio el 13 de octubre de 2024 en la diócesis de Valence (Drôme).

Se escribe una nueva página para este antiguo piloto de caza que pasó 30 años en el Ejército del Aire francés. Su vocación sacerdotal se produce un mes después del fallecimiento de Christine, su esposa desde hacía 44 años. Padre de dos hijos, uno de los cuales murió en la infancia, y abuelo de siete nietos, actualmente continúa su formación "sobre el terreno", en la parroquia de Saint Émilien, en Valence.

Philippe Le Vert creció y estudió en Tahití, en la Polinesia Francesa. "Mi madre, que era muy religiosa, nos dio una educación muy religiosa, y mi padre era ateo, hasta que se convirtió después de que yo casi me ahogara cuando tenía 10 años", dice a Mathilde De Robien en Aleteia. "¿Quizá rezó entonces y su oración fue escuchada? Sea como fuere, se convirtió en un católico practicante y convencido".


Este accidente tuvo un profundo efecto en Philippe Le Vert y fue su primera experiencia de entrega total a la voluntad del Señor. Arrastrado por la corriente ante la mirada de pánico de su familia, el joven Philippe, que entonces tenía 10 años, se sintió presa del pánico porque estaba convencido de que iba a morir. Pero pronto empezó a rezar: "¡Señor, sálvame! Hágase tu voluntad". "Después de decir eso, sentí al instante una gran sensación de paz, ¡justo cuando estaba a punto de ahogarme! Estaba preparado para cualquier eventualidad". Finalmente, una corriente de agua lo depositó sobre una roca de coral, y fue rescatado por pescadores tahitianos. "Nunca volví a sentir esa profunda sensación de paz después de aquello", dice 60 años después.

"Una llamada" en dos etapas

A los 12 años, Philippe Le Vert confesó a su madre su deseo de ser sacerdote, incluso misionero. "Mi madre rechazó la idea y yo mismo la abandoné muy pronto", recuerda.

Después de su bachillerato, regresó a Francia continental e hizo sus clases preparatorias en Versalles. Fue allí donde hizo la transición de su fe infantil a su fe adulta. La dimensión trinitaria de Dios le confirmó en la religión católica. "Para mí, un Dios solo podía existir si era trino. ¿Qué podría hacer por sí solo?"

"Me gusta comparar a Dios con un músico: el músico es la imagen del Padre, la música es la imagen del Hijo, y la comunión entre el músico y la música es la del Espíritu Santo. Tres realidades diferentes pero interdependientes: si no hay músico, no hay música; si no hay música, es porque el músico está muerto; si no hay comunión, ¡es porque la música no es muy buena! Solo la religión católica me ofrecía un Dios vivo, en tres personas".



Philippe Le Vert y su esposa el día de su boda / Foto: Cortesía de Philippe Le Vert

Philippe Le Vert se casó joven, a los 22 años, y persiguió su sueño infantil de convertirse en piloto. Obtuvo su licencia en 1978. En total, acumuló más de 4 mil horas de vuelo, principalmente en aviones de combate. Antes de abandonar voluntariamente el Ejército en 2003, fue Jefe de la sección OTAN de la División Internacional del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.

Con una salud delicada, su esposa Christine falleció el 29 de diciembre de 2020 tras una cuarta operación de corazón, después de 44 años de matrimonio. Fue durante un retiro espiritual tras la muerte de su esposa cuando Philippe Le Vert sintió una vaga llamada al sacerdocio.

"Fue apenas un mes después del funeral de mi mujer. Hubiera podido decir: 'Señor, ¡cómo puedes mostrarme tu amor en este momento en que me has quitado a mi mujer, a la que tanto amaba!' Pero la percepción que tuve del amor de Dios fue tan fuerte, como nunca antes había experimentado, que así surgió la llamada a ser sacerdote", confiesa.

Una vida matrimonial y familiar llena de alegrías y penas

Philippe Le Vert se casó con Christine el 18 de diciembre de 1976, plenamente consciente de sus problemas de salud. "Si yo, que la amo, no me caso con ella, ¿quién lo hará?", respondió a su padre preocupado.


"Mi vida de casado ha sido extraordinaria, ¡he tenido una esposa extraordinaria! Y hemos tenido la suerte de compartir la misma fe y de crecer y progresar juntos en esa fe".

En 1977, la joven pareja sufrió su primera prueba cuando Philippe y Christine perdieron a su hijo Olivier poco después de nacer. "Fue una experiencia terrible, aquella larga batalla espiritual en la iglesia de San Miguel . Tuvimos que tomar la decisión de seguir creyendo en la oscuridad lo que se había aceptado a la luz de una vida que hasta entonces había transcurrido sin problemas". Dos años más tarde, la pareja tuvo la alegría de dar la bienvenida a su hija Fabienne, a la que transmitieron su ardiente fe.

"Nuestra pareja tuvo una vida muy rica", dice Philippe Le Vert. Crearon un oratorio familiar, vivieron una importante experiencia de oración en pareja, participaron en los más diversos servicios de la Iglesia, en función de sus destinos… También fue una vida marcada por las hospitalizaciones de Christine, que fue sometida a 17 operaciones, cuatro de ellas a corazón abierto. Son pruebas que la pareja soportó junto a Cristo.

"Incluso en los momentos más oscuros, siempre sentí la presencia de Dios y su ayuda. Por un lado estaba el lado oscuro de la prueba y por otro la luz de Dios. Los dos coexistían", dice Philippe Le Vert.

En marzo de 2020, los médicos anunciaron la perspectiva de una cuarta operación de alto riesgo. "Al principio hubo un sentimiento de revuelta, de angustia por supuesto, porque ella había tenido una mala experiencia física de las otras operaciones, pero los dos nos esforzamos por aceptarlo y llegamos a la operación, ocho meses después, en paz y abandonados". Christine murió tres semanas después de la operación.

Una nueva etapa como futuro sacerdote

"Siento que me han llamado a tres cosas distintas", confiesa Philippe Le Vert. Una primera llamada para servir a su país, una segunda para servir a su familia y una tercera para servir a Dios. "Aunque las tres son esenciales, quizá sea la llamada al sacerdocio la más fuerte".

Una nueva vocación ante la que su hija y sus nietos "reaccionaron muy bien". Su acuerdo era necesario, y Mons. Pierre-Yves Michel, antiguo obispo de la diócesis de Valence, se mostró muy dispuesto a escuchar a cada miembro de la familia. Fabienne, la hija de Philippe, a la que está muy unido, era quizá la más disgustada: "¡Habría esperado entregar a uno de mis hijos a Dios, pero no a mi padre! En cuanto al nieto mayor, de 18 años en aquel momento, estaba encantado, ¡pero dejó claro que "no iría a confesarse con su abuelo"!


Philippe Le Vert, su hija Fabienne y sus nietos / Foto: Cortesía de Philippe Le Vert

Tras estudiar dos años en la Universidad Católica de Lyon (Institut Pastoral d'Études Religieuses) y obtener un certificado en formación pastoral, Philippe Le Vert trabaja ahora en la parroquia de Saint-Émilien, en Valence.

"Me dejo guiar. ¡Y menos mal que no escuchan todas mis reservas! ¡Dios tiene una forma maravillosa de enseñar!" Por ejemplo, al principio era reacio a celebrar funerales y reunirse con familias en duelo. "Pero una vez que me entrené y me puse en marcha, ¡fue una experiencia increíblemente enriquecedora!"

Abandonarse a la voluntad del Señor es una experiencia que Philippe Le Vert ya vivió en las costas de Tahití, hace 60 años, y que ha resultado increíblemente fructífera.