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lunes, 28 de julio de 2025

Cecilia Ansaldi y su esposo tienen 5 hijos sacerdotes y ambos oraron sin decírselo al otro: «’Señor, si quieres todo lo que tengo, ellos son tuyos’; Dios nos los confió les enseñemos el camino al cielo»


Cecilia y Enrique Ansaldi junto a sus cinco hijos, todos ellos consagrados a Dios / Foto: Adveniat

* «Uno tiene que confiar y poner todo su corazón en Dios y en el cuidado que nos da la Virgen María, porque si no, corremos el riesgo de querer -por nuestras propias fuerzas- encontrar nosotros un camino… siendo que el camino siempre es Cristo y Él es Quien lo muestra a quien tiene un corazón sincero, y persevera en la oración y en la unión permanente con Él. Los hijos no son nuestros y son un don de Dios. Cada uno tiene que seguir la vocación que Dios le ha señalado. ¿Quiénes somos nosotros como padres para ser un obstáculo en esa vocación? Sabiendo que, a pesar de las dificultades, solamente correspondiendo al llamado que Dios nos hace, sea en el estado que sea, casados, solteros, religiosos, sacerdotes, Dios es el que da la gracia para sostener esa situación» 

Camino Católico.- Cecilia y Enrique Ansaldi cumplieron recientemente 42 años de casados y a pesar de haber tenido ocho hijos, viven sin ellos en casa, pero plenos, en San Rafael, Argentina. Tuvieron un noviazgo sostenido por la Santa Misa y Dios les regaló cuatro hijos ya sacerdotes: José, Emmanuel, Javier y Gregorio;  Joaquín, el quinto, es monje benedictino y pronto será ordenado Sacerdote en Francia. Tuvieron tres hijos más, que fallecieron durante el embarazo.

Se conocieron en el movimiento juvenil Palestra, en Rosario, Provincia de Santa Fe, Argentina. Asumieron el matrimonio casi seis años después, una vez que ambos terminaron los estudios universitarios. Ella, maestra, y él, médico. Hablaron de los hijos, “serían los que Dios quiera… ¡sí!”, pensaban en una familia numerosa. Los tres hijos que no nacieron -comenta Cecilia- “nos acompañan desde el Cielo.”

La impresionante respuesta a una oración sencilla

Los hijos del matrimonio Ansaldi de chicos eran muy traviesos como todos los niños, lo que no se le ocurría a uno se le ocurría a otro. En la Misa muchas veces estaban inquietos y papá o mamá debían pasar parte de la misma fuera del templo, pero cuando los chicos comenzaron a tener conciencia y realizaron respectivamente su primera Confesión y Comunión, adquirieron interés por las cosas de Dios, les gustaba ser monaguillos y participaban con responsabilidad.

La Eucaristía pasó a ser entonces lo más importante que podían vivir, y además de asistir los domingos, siempre buscaban la oportunidad de asistir entre semana apenas se presentaba la oportunidad.  “Ellos desde chicos pudieron intuir que la Misa no es algo que se puede dejar, que es parte constitutiva de la familia y así fueron asumiéndolo.”

En una ocasión, el Sacerdote, relata Cecilia, motivó en una homilía a rezar por las vocaciones porque hacían falta Sacerdotes. Ella elevó entonces una sencilla oración, teniendo entonces apenas dos hijos. “Si tú quieres todo lo que tengo, ellos son tuyos”, fue todo, asegura Cecilia a Claudia Ortiz en Adveniat. Jamás habló con sus hijos al respecto, tampoco con su esposo, pero fue una oración constante, “si Tú quieres son tuyos, Tú encontrarás la forma”. Y Dios la encontró.

Años después, charlando con su esposo, él dijo que había hecho una oración semejante. “Esto es lo que tenemos, es tuyo”. Y aunque nunca hablaron de eso con sus hijos, Enrique sí les decía a sus hijos, lo mismo que a los adolescentes a quiénes daba clases, “que antes de elegir su profesión, descubrieran a qué vocación los llamaba Dios, ya sea al matrimonio, ser célibes o a la vida religiosa”. “Pero expresamente nunca les preguntamos si querían ser Sacerdotes”, agrega Cecilia. Fue algo que nunca hablaron con ellos, solamente quisieron mostrarles el camino de manera respetuosa para que hicieran libremente sus elecciones.

Los cinco hijos de Cecilia y Enrique Ansaldi todos ellos consagrados a Dios, cuando eran pequeños / Foto: Adveniat

Dios llama a quien quiere y en cualquier circunstancia

Cecilia y Enrique trataban de darles la mejor educación a sus hijos y encontraron en San Rafael, Mendoza, una escuela muy buena que les pareció era lo mejor entonces, por lo que decidieron cambiar de residencia para alcanzar este objetivo.

Estando ya allí surgió una oportunidad para los dos hermanos mayores. Era el año 2000 y pudieron integrarse a participar en la Jornada Mundial de la Juventud en Italia. Para el hijo mayor fue una experiencia esclarecedora de su vocación. José actualmente es párroco en el sur de Francia, y miembro de la Orden San Elías.

Emmanuel entró con 14 años al seminario menor y después pasó al seminario mayor,  donde completó su formación, y recibió la ordenación sacerdotal. En la actualidad está cursando los estudios de doctorado en Arqueología cristiana en Roma.

Javier, el tercero de los hijos, cuando cumplió 16 años expresó su deseo por ir también al Seminario Menor. En la actualidad se desempeña como sacerdote en la parroquia San Lorenzo, de Ollioules, en Francia, donde desarrolla un hermoso apostolado con niños y jóvenes.

Gregorio quería inicialmente ser médico y antes de iniciar la carrera fue solicitado a integrarse a un equipo de voluntarios para prestar su ayuda a una comunidad en Egipto. El viaje era por seis o siete meses, pero a la mitad de ese viaje contactó a sus padres: “¿A ustedes les molesta que yo no siga Medicina -les preguntó- porque yo quiero ser Sacerdote y quiero estudiar acá”. 

Contó con la aprobación de sus papás, que por correo electrónico le dijeron: “Lo que Dios quiera, cuando Él quiera…” Hizo su noviciado en Egipto, para lo cual debió aprender árabe; continuó en Italia, después fue enviado a España, y finalmente concluyó los estudios y recibió el orden diaconal y sacerdotal en Argentina, en el Seminario Diocesano de San Rafael. Actualmente es misionero en dos parroquias en Ecuador, acompaña la Academia Dominicanes e integra la Orden San Elías.

Joaquín, estuvo en el hogar hasta los 16 años, y finalmente también habló con sus padres para decirles que quería entrar al Seminario menor, continuó en el Mayor unos años, y luego, de visita a sus hermanos que estaban en Francia, conoció la abadía Sainte-Madeleine du Barroux tras lo cual les comunicó que quería consagrarse como monje en dicho monasterio benedictino. Su nombre religioso es Juan Diego; y Dios mediante será ordenado Sacerdote el 28 de Octubre próximo.

De hecho, en los últimos años la familia se ha reunido varias veces en torno a Joaquín. “El próximo encuentro de la familia será, si Dios Quiere, nuevamente en Francia. Después, no lo sabemos, a cada día le basta su propio afán”, comentó Cecilia.

Dios preserva la familia en la sana doctrina

Rosario, su ciudad natal, afectada por el tercermundismo y el terrorismo, vivió esos problemas muy seriamente: “lamentablemente muchísimos Sacerdotes quedaron involucrados en eso”, contó Cecilia y agrega, “pero siempre hemos tenido la gracia de encontrar algunos buenos sacerdotes que nos ayudaron a conservar en el corazón el anhelo de buscar algo mejor dentro de lo que nosotros conocíamos”.

Factor determinante en la educación de sus hijos fue la decisión de Cecilia de dejar su profesión para cuidarlos desde el nacimiento del primero; sólo retomó el trabajo docente cuando sus hijos fueron ya grandes, respondiendo al llamado del colegio donde estaban inscritos, por lo que podía ir y volver con ellos de la escuela. Su prioridad era no delegar la educación de los hijos. Tal decisión, aseguró, lo volvería hacer siempre.

En los últimos años, a raíz del ingreso del menor de sus hijos a la Abadía Sainte Marie Madeleine en Francia, el matrimonio descubrió la Misa Tradicional: “Dios se encarga de ir cerrando o abriendo puertas, de ir guiando nuestra libertad… podemos dar testimonio a lo largo de los años; ha sostenido nuestro anhelo de servirlo, venciendo tropiezos, abriendo nuevas puertas… a veces gracias a la palabra de una persona, el consejo de otra… nos ha ido guiando por el camino para poder descubrirlo cada vez con mayor profundidad.”

Sus hijos vivieron esa misma dinámica, pasando por diversas etapas y lugares, aferrados a Dios que los preservó y les siguió mostrando el camino en medio de los estudios, el apostolado y demás tareas sacerdotales, cuidando de manera particular el servicio de la liturgia. Cecilia considera que Dios les mostró el camino porque había sinceridad en la entrega. “Uno tiene que confiar y poner todo su corazón en Dios y en el cuidado que nos da la Virgen María, porque si no, corremos el riesgo de querer -por nuestras propias fuerzas- encontrar nosotros un camino… siendo que el camino siempre es Cristo y Él es Quien lo muestra a quien tiene un corazón sincero, y persevera en la oración y en la unión permanente con Él.”

El cumplimiento de la voluntad de Dios

- ¿Cómo es tener cinco hijos consagrados a Dios?

- Yo gozo tanto cuando estamos juntos, es un gozo tan grande verlos, ver cómo a pesar de ser distintos, son muy distintos, se han peleado y pelean como buenos hermanos, cada uno tiene respeto y admiración por el otro, verlos cómo discuten, cómo se plantean las cosas, cómo se ríen; así, a lo largo de los años; para mí es un gozo. Es cierto parece algo raro tener cinco hijos consagrados a Dios, pero no lo es tanto.

- ¿No los extraña?

- Yo creo que Dios asiste con su gracia; ciertamente los quisiera tener cerca, pero por otro lado somos conscientes de que cada uno tiene que seguir la vocación a la que Dios le llamó. Nosotros seguimos nuestra vocación al matrimonio y para ello en un momento dejamos nuestros respectivos hogares de origen, y entonces seguramente nuestros padres han sentido la pérdida, pero nos dejaron ir, a su modo nos enviaron, con mucho gusto. 

Yo creo que es el mismo sentimiento. Uno siente la partida de los hijos, pero por otro lado, se establece una comunicación espiritual tan profunda, tan íntima, que es como si estuvieran todos acá; y así cada vez que nos encontramos, es como si estuviéramos siempre juntos. Sí, es difícil el momento de la partida, pero pasaría lo mismo con cada hijo que vive lejos cuando es el reencuentro y luego llega el momento de despedirse. A veces quisiéramos que estén más cerca pero el saber que en cada Santa Misa cada uno de ellos hace presente a Cristo, por la Eucaristía que compartimos, estamos unidos más a Nuestro Señor, como más íntimamente con Él, es un misterio demasiado profundo, una gracia enorme, como a cada uno de ellos por Cristo y los afectos.

- ¿Qué pasa con el tema de los nietos, cómo sobrellevar que no los tendrá?

- Los hijos no son nuestros y son un don de Dios. Asimismo, los nietos tampoco son nuestros y son también un don. Entonces, no es que tenemos derecho a tener nietos. Solamente tenemos, sí, la gracia de haber cooperado con Dios con estos hijos y ahora de compartir sus vidas en este camino al Cielo.

Y podría ser que, aún sin que nuestros hijos fueran sacerdotes, los nietos no llegaran, porque no son un derecho. En este sentido, como además Dios no se deja ganar en generosidad ante una entrega total y considerando que podría ser que en algún momento pudiera llegar la nostalgia de saber que uno no va a tener nietos, Dios es tan bueno que compensa esa falta con gracias sobreabundantes. Y aunque no hubiese una compensación, lo más importante es recordar que los hijos no son nuestros, son de Dios.

- ¿Podría compartir un mensaje para los padres de familia a los que les cuesta dejar que sus hijos respondan al llamado de Dios hacia una vocación religiosa?

- Cada uno tiene que seguir la vocación que Dios le ha señalado. ¿Quiénes somos nosotros como padres para ser un obstáculo en esa vocación? Sabiendo que, a pesar de las dificultades, solamente correspondiendo al llamado que Dios nos hace, sea en el estado que sea, casados, solteros, religiosos, sacerdotes, Dios es el que da la gracia para sostener esa situación.

Además, reitero, nuestros hijos no son nuestros, Dios nos los confió en su infinita misericordia y su infinito amor para que nosotros cooperemos en esta obra creadora y les enseñemos el camino al cielo. Y eso sólo puede ocurrir si cumplen con la voluntad de Dios, con la vocación a la que les llama, de ahí que nuestra respuesta ante cualquiera de los llamados vocacionales de nuestros hijos, vuelvo a decir, casados, solteros, religiosos, sacerdotes o monjas, tenemos que apoyarlos, ayudarlos y rezar constantemente por ellos.

- ¿Está feliz Cecilia, siente la ternura de Nuestro Señor en su vida?

- Muy feliz, a veces demasiado -respondió conmovida-, es imposible no sentir Su ternura. Más allá de que no es una vida color de rosa y Dios no nos ahorra el dolor, pero es tan grande Su Amor que es muy difícil comunicar lo que se siente: tan queridos, tan amados por Dios, aún en medio del dolor y del sufrimiento -que los tenemos todos los días- y Él no nos priva de ellos, al contrario hay veces que las cruces son grandes; pero Dios nos ama tanto… en cada Santa Misa sobremanera. Cuando uno se arrodilla y realmente piensa en la propia indignidad y el misterio del amor de Dios…, es difícil comunicar.

sábado, 26 de julio de 2025

Ángel Johan Rodríguez Peña: «Dios me dio la gracia de ser abogado, tener dinero, muchas novias y viajar, pero no era feliz; vi cara a cara a Cristo en la pobreza y me llamó a ser sacerdote y he sido ordenado»


Ángel Johan Rodríguez Peña era abogado y lo tenía todo pero lo dejó porque Cristo lo llamó a ser sacerdote / Foto: Diócesis de Cartagena

* «El Señor me está dando la fuerza, lo hace todo nuevo, todo lo ha hecho nuevo para mi bien y me da la verdadera felicidad. Cuando ejercía como abogado servía en función de un lucro, aquí estoy sirviendo porque quiero hacer la voluntad de Dios; esto me llena enormemente. Cuando, por ejemplo, celebro un bautizo recibo la vida, lo disfruto un montón. Con toda mi debilidad, el Señor me ha traído hasta aquí para servir a la Iglesia. Yo le pido al Señor de corazón la santidad, que me haga santo, y si tengo que pasar por la cruz pues que sea su voluntad y no la mía. Quiero ser un sacerdote para la misión, un cura pobre entre los pobres»  

Vídeo del programa ‘Vidas con luz’  de Popular TV de Murcia del mes de marzo de 2025 en el que Ángel Johan Rodríguez Peña cuenta su testimonio vocacional 

Camino Católico.-  Ángel Johan Rodríguez Peña ha sido ordenado sacerdote el domingo 13 de julio en la Parroquia San Nicolás de Murcia. Con sus estudios en Derecho terminados, comenzó una carrera profesional de éxito. Pensaba que ya había alcanzado aquello con lo que siempre había soñado de pequeño, pero después de 6 años ejerciendo como abogado se dio cuenta de que el dinero y el éxito profesional no le ofrecían «la paz que anhelaba» dice al portal de la Diócesis de Cartagena.

A pocos días de su ordenación sacerdotal conocemos a Ángel Johan Rodríguez Peña. Nació en San Francisco, en el estado venezolano de Zulia y es el quinto de seis hermanos. Sus padres son colombianos, pero se trasladaron a Venezuela en la búsqueda de una vida mejor, «ya que en ese momento era un boom, sobre todo por el petróleo». Creció en un barrio pobre donde le encantaba jugar al fútbol con sus amigos. Pero en su hogar «no había alegría ni armonía» a causa de los problemas de salud de su padre. 

Esta situación familiar en casa, donde había dolor y sufrimiento, no le permitía encontrar la felicidad, empujándole a salir y a ponerse a trabajar con tan solo 12 años en la venta ambulante, «buscando la felicidad en el dinero». Recuerda que sus amigos, desde bien pequeños, «iban en familia a misa, incluso ayudaban al sacerdote como monaguillos» y que, aunque le invitaban, Ángel Johan no iba. En la adolescencia recibió la Primera Comunión y la Confirmación: «En ese momento el Señor empezó a mostrarme algo, pero yo lo veía muy lejos». 

Junto a su hermana y su padre entró a formar parte de una comunidad del Camino Neocatecumenal: «Por misericordia del Señor, entré a una comunidad Neocatecumenal de mi parroquia en una etapa de rebeldía, a los 16 años, donde se me predicó a un ‘Dios Amor’, de perdón, que me amaba con todos mis pecados y que me ofrecía una nueva vida en É»l.

Al finalizar sus estudios universitarios en la profesión que siempre había querido tener desde pequeño comenzó a trabajar como abogado asesor, continuando la búsqueda de su felicidad en el dinero y en las cosas materiales.

Ángel Johan Rodríguez Peña se fue de misiones a los 30 años y así escuchó el llamado de Dios a ser sacerdote con claridad / Foto: Diócesis de Cartagena

Sus catequistas llevaban años proponiéndole hacer una experiencia vocacional, algo a lo que él era reacio, porque consideraba que su vida ya estaba hecha, con sus estudios finalizados, ganando dinero y con pareja: «Pero yo seguí con mi proyecto personal. Dios me dio la gracia de ser abogado, tener dinero, tener muchas novias y viajar por el mundo entero (que era lo que yo deseaba), pero la realidad fue que eso no me hacía feliz, no me llenaba. ¡Dios no deja que el hombre se aliene y se entregue a los falsos ídolos! A mis 28 años caí en un sinsentido terrible».

Pero sus proyectos de futuro no serían como él los había imaginado. La ruptura con su novia hizo que sus planes de matrimonio desaparecieran y comenzó a experimentar una crisis existencial. Esto le llevó a una «intensa búsqueda de Dios».

Con la ayuda de un sacerdote español dominico, que estaba allí en misión, comenzó a descubrir su vocación. Así, a los 30 años fue cuando les dijo a sus catequistas que estaba dispuesto «a hacer algo por el Señor, por la Iglesia». Y se ofreció a la itinerancia. 

«Gracias a mis catequistas del Camino, escuché que si quería ser verdaderamente feliz tenía que dejar todo y seguir a Cristo, como lo había hecho Abraham. Y Dios, a través del Espíritu Santo, me dio la gracia de dejarlo todo: trabajo, casa, familia, etc., e iniciar un tiempo de evangelización en itinerancia (misión) en la zona oriental de Venezuela, en precariedad. Estuve durante tres años anunciando el Evangelio y viviendo de la providencia de Dios; sólo tenía la Biblia de Jerusalén y la cruz de misionero. Y fue ahí donde me encontré con Jesucristo y conocí la verdadera felicidad. Al Señor, lo vi cara a cara en la pobreza. No teníamos nada, vivíamos de la providencia, pasando hambre. Pero podía ver que el sacerdote al que acompañaba era feliz. Yo no había tenido esa felicidad nunca antes; comprendí que lo que yo buscaba era esa felicidad completa y hasta ese momento no lo había unido a la vocación sacerdotal. Entendí que Dios me estaba llamando a servirle a través del ministerio sacerdotal».

Ángel Johan Rodríguez Peña desea hacer la voluntad de Dios y ser un sacerdote pobre entre los pobres / Foto: Diócesis de Cartagena

«Quiero que el Señor me haga santo»

Cumplidos ya los 33 años veía impensable a esa edad entrar en un seminario, ya que «creía que era para chicos jóvenes, pero el Señor lo tenía todo preparado». Su formación como seminarista comenzó en Polonia y después fue enviado a Murcia: «No lo podía creer, me encantaba esta ciudad, aunque el tema no era estar bien sino hacer la voluntad del Señor».

En este tiempo en el Seminario Redemptoris Mater también ha habido tiempo para la misión en África. Una vez terminados los estudios de Teología en Murcia fue enviado a Costa de Marfil. Una nueva aventura en la «pobreza absoluta» donde encontrarse con el Señor: «Allí descubrí que si no tienes a Dios en tu corazón no tienes nada, es la peor de las pobrezas. Había mucha necesidad de escucha, la gente tiene mucho ruido en su corazón, mucho sufrimiento. Pero ahí estaba Dios. Comíamos poco, siempre lo mismo; yo estaba contento incluso pensando en quedarme indefinidamente, pero estoy en obediencia a la Iglesia». Tras un tiempo allí, sus formadores le comunicaron que tenía que volver a España para continuar sus estudios en Teología Histórica.

Ahora, en estos últimos meses, ha estado estudiando en Valencia y sirviendo como diácono en la Parroquia Nuestra Señora del Rosario de Bullas. «El Señor me está dando la fuerza». Una etapa en la que ha disfrutado poniéndose al servicio del otro desinteresadamente: «El Señor lo hace todo nuevo, todo lo ha hecho nuevo para mi bien y me da la verdadera felicidad. Cuando ejercía como abogado servía en función de un lucro, aquí estoy sirviendo porque quiero hacer la voluntad de Dios; esto me llena enormemente. Cuando, por ejemplo, celebro un bautizo recibo la vida, lo disfruto un montón. Con toda mi debilidad, el Señor me ha traído hasta aquí para servir a la Iglesia. Yo le pido al Señor de corazón la santidad, que me haga santo, y si tengo que pasar por la cruz pues que sea su voluntad y no la mía».

El día de su ordenación le han acompañado su cuñado y sus padres, que han viajado por primera vez a España para estar junto a él en este paso de su vida. Asegura que su vocación está impulsada por el deseo de servir y seguir a Cristo y llevar el Evangelio a todos los rincones del mundo: «Quiero ser un sacerdote para la misión, un cura pobre entre los pobres».

martes, 15 de julio de 2025

Josh Brooks era bautista, soñaba con ser el próximo LeBron James pero Dios lo quería católico y sacerdote: «Tenía novia y pregunté a Jesús y respondió: ‘Tengo el mejor amor para darte’; Él me estuvo esperando»


A la izquierda, Josh Brooks en el seminario contando su testimonio y, a la derecha, jugando al baloncesto cuando quería ser jugador profesional 

* «Buscaba un amor superior, un amor que me transformara... Mi madre me llevaba a Misa los domingos y siempre se sentaba en la banca conmigo. Mi padre estaba muy feliz por mí. Tenía un par de preguntas. Pero simplemente me dijo: si el Señor te llama a hacer esto, hazlo. Y es importante recibir la validación de la familia, que tu familia te apoye en todo momento. Estoy rezando por la conversión de mis padres a la fe católica. Mi madre está interesada, pero se está tomando su tiempo. Nuestro Señor espera a la gente, y espera a mi madre... Dios nos espera. Nos acompaña en este camino hacia la santidad. Nos acompaña día a día» 

Camino Católico.- Josh Brooks buscó el amor en la cancha de baloncesto, pero fue expulsado del equipo. El joven del condado de Delaware (Estados Unidos) buscó el amor en una relación con su novia, pero no pudo evitar la persistente sensación de que algo más grande lo llamaba. Entonces, un día, desesperado, miró el crucifijo colgado en la pared y comprendió que su búsqueda del amor perfecto no tenía por qué ir más allá. «Josh», oyó, «te he estado esperando toda la vida».

Brooks ni siquiera era católico. Sin embargo, en ese momento, sintió su primer llamado al sacerdocio. Ahora, se prepara para su tercer año de formación universitaria en el Seminario San Carlos Borromeo. Su camino encarna la introspección y el autoexamen comunes a muchos jóvenes adultos. El resultado de este proceso no tiene por qué ser el seminario, pero la experiencia de Brooks demuestra que, a través de la esperanza y la fe, los jóvenes pueden acoger el llamado a encontrar a Cristo en su vida diaria.

“Vemos esto en esta generación actual: muchas almas se desvían y caen en la desesperación”, dice a CatholicPhilly. “Pero ese sacerdote católico, en la persona de Jesucristo, va en busca de esas almas. Eso es exactamente lo que Cristo hizo por mí. Y por eso es tan atractivo para un joven, porque lo llama a salir de su elemento, a salir del mundo, a estar solo para Dios, para estar para el pueblo de Dios”.

 Josh Brooks con sus padres en su infancia 

'Ten en cuenta que yo era protestante'

Nacido bautista, Josh conoció la fe católica cuando sus padres lo matricularon en una escuela primaria católica en el oeste de Filadelfia, San Ignacio de Loyola. En la escuela, aprendió sobre el amor de Dios, pero su pasión era el baloncesto y soñaba con convertirse en el próximo LeBron James. Dedicó sus años de séptimo y octavo grado a esforzarse en el deporte para entrar en el equipo de primer año de la preparatoria Monsignor Bonner & Archbishop Prendergast. Pero entonces llegó el desastre. No logró entrar en el equipo. El sueño de convertirse en jugador profesional de baloncesto se desvaneció cuando decidió centrarse en sus estudios.

“Poco a poco empecé a ver cómo mi atención se dirigía hacia las clases de teología católica”, relata Brooks. Aprendió que la Iglesia católica era la única familia universal y que el sacerdocio es persona Christi. “Empecé a pensar: ¡Guau, qué hermoso! Me enamoré de ello y, fíjate, yo era protestante”.

Fue una idea que Brooks dejó de lado, pues creía que tenía mucho tiempo para pensar en su futuro. Luego conoció a su novia y empezó a salir con ella, pero ni siquiera ese amor le pareció del todo suficiente. “Buscaba un amor superior, un amor que me transformara”, confidencia. “Le dije a la joven en ese momento que no estaba seguro de si este era el amor al que estaba llamado, porque la idea del sacerdocio aún me rondaba la cabeza”.

Sin embargo, su novia le dijo que no estaba dispuesta a esperar mientras él lo averiguaba. Desconsolado, Brooks se dirigió a la capilla y le preguntó a Jesús: «Si ella no está dispuesta a esperar, ¿quién lo hará?». Escuchó a Jesús responder: «Tengo el mejor amor para darte». Brooks añade: «Él me estuvo esperando todo el tiempo, como lo está haciendo con todos nosotros».

 Josh Brooks, en el centro, con vestido clerical

Torneos de billar, oración y hermandad

Sus padres apoyaron su decisión de ingresar al seminario y sus hermanos del seminario se han convertido en una segunda familia para él.

“Nunca tuve hermanos, no sabía realmente cómo sería un hermano”, transparenta. La camaradería era genial, pero el compañerismo espiritual era aún mejor. Cada seminarista se reta a ser una mejor versión de sí mismo.

“De verdad, todos nos apoyamos mutuamente”, dice. “A mi y a mis hermanos, seminaristas, nos gusta mucho jugar al billar. Incluso algunos participamos en torneos, ya sea de ajedrez o de billar. Pero también nos acompañamos en nuestras luchas”.

Su compañero seminarista Sean Barker cuentao que lo que más le impresiona de Josh Brooks es su profunda vida espiritual. “Tiene una gran vida de oración. El solo hecho de ver esa vida de oración me impulsa a ser mejor, a pasar más tiempo en la capilla y a tomar la oración, los estudios y el seminario más en serio”.

Lo más difícil de la formación de Brooks hasta ahora es darse cuenta de que nadie será perfecto. "A veces no sabemos cómo lidiar con nuestras imperfecciones o sentimos que hemos decepcionado a Dios", reconoce. "Como dije antes, Dios nos espera. Nos acompaña en este camino hacia la santidad. Nos acompaña día a día".

 Josh Brooks explica su conversión al catolicismo y su llamada al sacerdocio en el seminario

Unidad unos con otros

Ese camino de vida se extiende a sus padres. “Mi madre me llevaba a Misa los domingos y siempre se sentaba en la banca conmigo”, recuerda. “Mi padre estaba muy feliz por mí. Tenía un par de preguntas. Pero simplemente me dijo: si el Señor te llama a hacer esto, hazlo. Y es importante recibir la validación de la familia, que tu familia te apoye en todo momento. Estoy rezando por la conversión de mis padres a la fe católica. Mi madre está interesada, pero se está tomando su tiempo. Nuestro Señor espera a la gente, y espera a mi madre”.

Brooks reconoce que muchas personas, especialmente las de su edad, han abandonado la Iglesia o buscan el amor perfecto en otros lugares. Para ellas, tiene algunos consejos.

“La Iglesia es hermosa, a pesar de las fallas de su propia gente y de que durante los últimos 2000 años ha enfrentado tantas pruebas y adversidades. Sin embargo, sigue en pie. ¿Por qué? Porque Cristo gobierna esa iglesia. Y, en realidad, cuando pensamos en lo esencial de lo que deseamos, queremos comunidad. Queremos unidad entre nosotros”, afirma.

“Solo les digo que nos acerquemos a la Iglesia Católica como familia, que nos acerquemos a ella y veamos que somos un pueblo imperfecto, pero nos gobierna un Dios que trasciende todas las cosas y nos conoce mejor que nosotros mismos. Y en el corazón de nuestra búsqueda del amor más elevado, lo encontraremos aquí, en la Iglesia Católica”, concluye.

Vídeo en el que Josh Brooks cuenta su testimonio en inglés

sábado, 12 de julio de 2025

Abraham Martínez: «Soy médico de familia pero he sido ordenado sacerdote; oraba: ‘Señor, aquí estoy, haz conmigo lo que quieras’; me puse en sus manos con confianza, con mi corazón enamorado de Cristo»


Abraham Martínez Moratón es médico de familia pero Dios lo llamó a ser sacerdote / Foto: Diócesis de Cartagena

* «Encuentro gran alegría al traer a la memoria cómo el Señor ha sabido hilar tan bien en mi historia personal, poniendo todas las mediaciones concretas para que fuese capaz de enterarme de que me quería como sacerdote. Esto lo descubrí por medio de la misión, haciéndome entender que me quería como médico de cuerpos y almas… Quien entrega su vida a Dios nunca se arrepentirá, porque solo Dios basta para ser inmensamente feliz, cumpliendo sus palabras, es decir, viviendo el Evangelio de Jesucristo. No hay nada mejor, y tal vez Dios te esté llamando a ti, querido lector, sí, al igual que me llamó a mí, ninguno somos dignos de tan alto honor, pero todos somos libres para aceptar o rechazar los planes de Dios; pero sin lugar a dudas, lo mejor, con diferencia, es dejar a Dios tomar las riendas de tu vida, y ponerte en sus manos sin seguridades, sin nada que le impida hacer de ti lo que quiera; y te aseguro que te sorprenderá, Dios es especialista número uno en sorprender; no te arrepentirás jamás si permaneces siempre con Él, y te abandonas en Él, sencillamente, confiando en Él» 

Camino Católico.- Durante los fines de semana de julio cinco jóvenes recibirán el Orden Sacerdotal en la Diócesis de Cartagena. Este domingo, 6 de julio de 2025, ha sido ordenado presbítero Abraham Martínez Moratón en la Parroquia Cristo Rey de Murcia, a las 19:30 horas. Él mismo comparte en el portal de la Diócesis de Cartagena y en el del Seminario Conciliar de Murcia su testimonio vocacional:

Abraham Martínez Moratón en el seminario / Foto: Diócesis de Cartagena 

«Mi encuentro personal con Cristo fue en Medjugorje durante una adoración eucarística; allí sentí un inmenso amor de Dios, indescriptible, que hizo que mi corazón se enamorara de Jesucristo»

Mi nombre es Abraham Martínez Moratón, tengo 34 años y soy diácono de la Iglesia católica en la Diócesis de Cartagena desde el 15 de diciembre de 2024. Desde mi nacimiento he vivido en la ciudad de Murcia, en el barrio de La Flota con mis padres, José y Fina, y dos hermanos, Ismael y Moisés; siendo yo el menor. Mi familia me ha transmitido desde pequeño la fe, y sin formar parte de ningún movimiento eclesial, desde bien pequeño he participado de la misa dominical en la parroquia de Cristo Rey; en la que me he ido implicando progresivamente, como catequista de confirmación, y en la liturgia, ayudando como lector durante las celebraciones eucarísticas. Si bien mi hermano Moisés murió cuando yo tenía 16 años, no estudié medicina por ese motivo; sino por hacer algo para ayudar a los demás, y estar influenciado por un amigo y unos programas de televisión; lo cual me llevó a matricularme de dichos estudios en la universidad de Murcia, y más adelante, terminé la especialidad en Medicina Familiar y Comunitaria en el Hospital Reina Sofía de Murcia, aunque para entonces, mi padre ya había fallecido.

‘¿Cómo siendo médico decides dejarlo todo para responder a una supuesta llamada de Dios?’ Esta pregunta me la han planteado en numerosas ocasiones desde que en septiembre de 2019 terminé mi contrato como médico especialista en Medicina Familiar y Comunitaria, y comencé la formación como seminarista del Seminario Mayor San Fulgencio.

Mi respuesta a la pregunta inicial solamente la puedo dar desde la fe en Jesucristo, ya que ha sido Él quien lo ha ido haciendo todo, poco a poco, conquistando mi corazón, enamorándome de Él. Y la contestación que recibo tras mi explicación suele ser de tres formas posibles: “Si es lo que te gusta…”, “si eso te hace feliz…” o “te estás equivocando…”.

No es cierto que la medicina no me guste, ni que durante mi trabajo como médico no haya sido feliz, ni tampoco pienso que me haya equivocado de camino. Comprendo que el cambio es difícil de entender, porque he de confesar que a mí tampoco me ha resultado fácil. Ha sido progresivo, con una paciencia y amor por parte de Dios increíbles.

Dios ha estado y está muy grande en mi vida, y para explicar un poco mejor la historia de amor que Dios va obrando en mí, voy a sintetizar, a continuación, los hechos más relevantes de Dios para conmigo

Hacer deporte en la naturaleza con amigos siempre me ha gustado, y me ha servido para relajarme; también jugar a juegos de mesa con familiares y amigos, y ni qué decir tiene, las oportunidades de viajar conociendo diferentes personas y culturas.

En mi historia vocacional debo resaltar a Santa María Faustina Kowalska, que, a través de su Diario, me ayudó a encontrarme con el Señor por medio del cuadro y la oración de la coronilla de la Divina Misericordia. El Santuario de la Divina Misericordia de Murcia me cautivó con los Cenáculos Contemplativos de la Divina Misericordia que tenían lugar allí, y a los que comencé a asistir por mediación de catequistas de la parroquia de Cristo Rey con los que estaba en las catequesis de confirmación. Además, Santa Faustina me ha ayudado en mi vida de fe por varios motivos, en primer lugar, por el deseo de recibir el perdón de Dios, y verlo como algo muy bueno, que Dios realmente lo desea de cada alma; fomentando en mí una mayor frecuencia en el sacramento de la reconciliación, también deseaba encontrar un padre espiritual, que me ayudara a discernir en el camino lo que Dios quisiera para mí.

He experimentado la intercesión de tantas personas que han rezado por mí y, especialmente, la intercesión de la Virgen María: a través de Radio María que me enseñó a rezar el Santo Rosario y me descubrió la riqueza de la doctrina de la Iglesia Católica; la Hospitalidad Diocesana de Nuestra Señora de Lourdes, desde la que he podido ayudar como médico hospitalario en peregrinaciones diocesanas y que me ha ofrecido la oportunidad de conocer a un gran número de personas enamoradas de Jesús por María, llenas de belleza espiritual y humana, enseñándome a ver en cada enfermo al mismo Cristo, aplicando el lema “Amar, dar, servir y olvidarse”.

Recuerdo que mi encuentro personal con Cristo, de forma muy significativa, fue en un viaje de peregrinación mariana a Medjugorje en la primera semana de agosto de 2015, coincidiendo con el festival de la juventud; concretamente durante una adoración eucarística en mitad de una enorme explanada abarrotada de una multitud de personas que adorábamos al Señor en un silencio envolvente; allí sentí un inmenso amor de Dios, indescriptible, que hizo que mi corazón se enamorara de Jesucristo. Por lo que, tras volver a Murcia, mi enamoramiento de Jesucristo persistía, y la forma de calmar mi mente y mi corazón era participando en la Santa Misa diaria, pudiendo recibir a la Santísima Trinidad dentro de mí, comulgando el cuerpo de Cristo; en esto experimentaba una alegría diferente, que me llenaba de paz el corazón. No paraba de pensar en cada jornada en el momento de acudir al encuentro de mi amado, pudiendo escuchar su palabra y recibirlo dentro de mí en la celebración de la Eucaristía. Por tanto, pasé de ir a Misa los días de precepto como algo que había que hacer, y que entendía que era necesario, a ir todos los días por propia necesidad de amor, para encontrarme con Jesucristo, el amor de mi alma.

Antes de entrar al seminario resonaba dentro de mí una frase: “Señor, aquí estoy, haz conmigo lo que quieras”. Me hizo abrirme a Dios, sin reservarme nada, y dejarme en sus manos con confianza, porque con mi corazón enamorado de Cristo, estaba dispuesto a hacer lo que quisiera conmigo.

Encuentro gran alegría al traer a la memoria cómo el Señor ha sabido hilar tan bien en mi historia personal, poniendo todas las mediaciones concretas para que fuese capaz de enterarme de que me quería como sacerdote. Esto lo descubrí por medio de la misión, haciéndome entender que me quería como médico de cuerpos y almas; lo cual aconteció en una convivencia vocacional del Seminario Mayor San Fulgencio en el mes de julio de 2016; a la cual fui por mediación de un amigo seminarista, que no iba a ir a la convivencia, pero que terminó yendo, y así, yo también con él.

A largo de los años del seminario mi concepción del sacerdote ha variado, porque en un principio la contemplaba como un hacer por Dios; las mil y una cosas que un sacerdote puede hacer para ayudar a los demás, sobre todo por medio de los sacramentos de curación, y así sanar, llevando muchas almas al cielo. Sin embargo, actualmente, entiendo el sacerdocio como un dejarse hacer por Dios, es decir, fiarse de Dios, y ponerse en sus manos, sin seguridades, sin nada propio, porque Dios quiere obrar a través de sus sacerdotes, para que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, por caminos que siempre sorprenden, siendo la humildad la principal virtud que trabajar diariamente, porque con ella uno se hace pequeño ante Dios, confía en Él, para que se haga todo según su voluntad. En resumen, el sacerdocio lo entiendo como un abandonarse en Dios, para dejarle a Él el protagonismo, procurando no ser obstáculo en sus planes.

También me viene a la memoria cuando le conté a mi madre que pensaba entrar en el seminario, y llegar a ser sacerdote si era voluntad de Dios, lo cual se lo tomó bastante mal, porque no entendía que abandonara la profesión de médico, y su pensamiento se veía respaldado junto al de mis tías, hermanas de mi madre, que también pensaban igual; y si bien, actualmente su aceptación es mucho mayor que al principio, no terminan de aceptarlo con alegría. Mi hermano y el resto de mi familia lo tomaron con agrado, aceptando mi decisión, siempre y cuando fuera así feliz. Mis amigos en general me apoyaron, aunque algunos pensaban que estaba muy equivocado y mal de la cabeza, pero todos aceptaron mi decisión y no perdí ninguna amistad por este motivo.

Actualmente, el versículo que mejor me define es el siguiente: “sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rm 8, 28). En la clave de la alegría de sentirme amado por Dios, y experimentar un enamoramiento por parte de Jesucristo, todo conviene para crecer en el amor de Dios, y si lo permite Dios, Él puede sacar siempre un bien mayor.

Las decisiones que uno toma en un determinado momento no están exentas de atravesar dificultades y pruebas; si bien, el Señor me ha regalado ser consciente de que Él va abriendo el camino, a pesar de los agobios y sufrimientos, y me ha ido confirmando el recorrido que estoy siguiendo, procurando dejarme guiar por Él. .

Concluyo dando gracias a Dios por todos sus beneficios y confío poder alabarlo, bendecirlo, glorificarlo y darle gloria todos los días de mi vida. “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Salmo 107 (106), 1)».

Abraham Martínez Moratón