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jueves, 11 de diciembre de 2025

Mark de Vries, de origen protestante, ateo en realidad, curioseó una misa por interés histórico en Adviento: «Al año pedí el bautismo porque tuve una relación creciente con Dios; La fe sin buenas obras es inútil»

Mark de Vries con Kitty, su esposa

* «La fe católica no se presenta solo como una cuestión de palabras y pensamiento, sino que se refiere a toda la persona, cuerpo, alma, cabeza y corazón… Cuando me siento en la Iglesia y no parece que sucede mucho, no es razón para rendirme. El bautismo es de por vida, también los votos que hice entonces y la fe que expresé en el Credo. El mensaje de Cristo es una promesa, incluso en los días más oscuros y puede parecer que está ausente. Él está ahí para mí, pero yo también tengo que estar ahí para Él… No creo en Dios por miedo: la cosmovisión secular no funciona, y no temo al mundo en que vivimos, pero creo que son mejores con Dios en ellos… Tener fe no me convierte en buena persona»                            

Camino Católico.-   A sus 42 años, Mark de Vries es un bloguero católico de Groningen (Países Bajos) cuyas publicaciones se han difundido en grandes medios de comunicación católicos como National Catholic Register, EWTN, The Remnant o Rorate Coeli.Miembro de la Latin Liturgy Society, le apasiona la historia, la fotografía y la actualidad de la Iglesia, pero cuenta en su blog, In Caelo et in Terra, que no siempre fue así. Tras años de un profundo agnosticismo, encontró la fe movido por la curiosidad y una compañera de la universidad.

El primer contacto de Mark con la religión tuvo lugar durante su infancia y educación en una escuela protestante. “Aunque eso me dio un conocimiento práctico de la Biblia y los fundamentos del cristianismo, no resultó en una fe viva en mi vida”. “Me consideraba ateo cuando empecé la secundaria, aunque eso no me impidió interesarme por algunos elementos de las clases de educación religiosa”, escribe Mark.

Frecuentemente participaba en las celebraciones escolares de Pascua y Navidad y asistía a los servicios protestantes, pero explica que todo aquello “no condujo a ninguna forma de conversión, y me dejaron con una imagen seca del cristianismo”.

“¡Que diferente sería aquello de mis primeras impresiones del catolicismo!”, exclama Mark, que siempre estuvo abierto e interesado a la idea de saber más sobre el cristianismo.

“Aunque probablemente se remontase lejanamente a este periodo, mi conversión propiamente dicha comenzó en Adviento de 2005, cuando le pregunté a una amiga católica si podía acompañarla a misa de lunes a viernes”. Escribe su historia de conversión en  su blog In Caelo et in Terra, que la relata así:

Mark de Vries a día de hoy sigue profundizando en su proceso de conversión

¿Por qué soy católico?

Una pregunta de cuatro palabras, pero no tan breve. Antes de responder, creo que deberíamos analizar las preguntas incluidas en la primera. ¿Por qué ser cristiano? ¿Por qué creer en un poder superior? ¿Por qué alejarse del ateísmo/agnosticismo hacia una creencia que, según todas las apariencias, dificulta tanto la vida? Preguntas que espero responder en los siguientes párrafos, y así formular una respuesta definitiva a la pregunta: ¿por qué soy católico? Y quizás algunos lectores empiecen a pensar en otra pregunta sobre sí mismos: ¿por qué no soy católico?

Primero, quisiera aclarar algunos malentendidos que surgen de vez en cuando: No, no tengo fe por miedo. No tengo fe porque me lo diga un libro. No tengo fe porque sea la solución más fácil. No tengo fe porque me la enseñaron mis padres. No creo ser mejor persona que quienes tienen una fe diferente o no la tienen. No le temo a la ciencia ni la encuentro sospechosa. Y, por último, tampoco soy un fundamentalista peligroso porque tengo fe y escribo sobre temas de fe.

Ahora que ya lo hemos aclarado, comencemos. Y la mejor manera de hacerlo es contarles mi historia de conversión. Verán, durante años me presenté como ateo o agnóstico (la mitad del tiempo dependía de mi estado de ánimo), así que no llevo mucho tiempo siendo católico. ¿Cómo sucedió?

Mi historia de conversión

Aunque probablemente se remonta a, por ejemplo, mi asistencia a escuelas cristianas, mi conversión propiamente dicha comenzó en el Adviento de 2005, cuando le pregunté a una amiga católica si podía acompañarla a la misa entre semana. Lo hice por curiosidad. Siempre me ha interesado la historia (las iglesias antiguas han sido lugares favoritos para visitar durante años) y sabía algo sobre los aspectos externos del culto católico: los altares, el sacerdote y los rituales, aunque ese conocimiento era realmente escaso. Así que, por curiosidad, la acompañé, solo para descubrir que entendía muy poco de esa primera misa: las lecturas estaban bien, pero no deberías haberme preguntado cuándo ponerme de pie, sentarme o arrodillarme, y mucho menos decirte por qué.

Pero en algún lugar, algo me despertó. Es difícil precisar qué fue, pero me impulsó a ir más a menudo. Todavía era estudiante por aquel entonces, pero había pausas para comer en las que asistía a misa en lugar de sentarme en la cafetería de la universidad. ¿Por qué seguí yendo? Creo que un aspecto importante fue que me sentí bienvenido. En un sentido muy básico: me sentí bienvenido por la comunidad parroquial, las pocas docenas de fieles que asistían a la misa entre semana, y más tarde también por el párroco y otros católicos de fuera de mi parroquia. No eran personas apartadas del mundo cotidiano, distantes ni nada por el estilo. No, tenían trabajo, tenían familia, también tenían sus vidas en la ciudad donde yo vivía. Eran personas normales de todos los ámbitos de la vida, que se sentían como en casa en el sencillo norte de los Países Bajos. No fingían, decían las cosas como las veían, pero por alguna razón todos creían en el Dios que aprendíamos en la misa, en las palabras de la Biblia y la homilía, y que desempeñaba su papel en la vida de estas personas. Él encajó en sus vidas, o ellos en las de Él…

Mientras esto continuaba, en el nuevo año 2006, surgieron en mí las preguntas que me hacía: ¿Quién soy yo para decir que todas estas personas, obviamente inteligentes y educadas, están equivocadas? ¿No es terriblemente egoísta pretender tener las respuestas, extraídas de mi propio pensamiento y experiencia, y que estas personas, en algún momento, han sido engañadas y han mantenido esa ilusión, a menudo durante años y décadas? ¿Qué hay, por ejemplo, del párroco, un historiador del arte que lleva 25 años compartiendo la Palabra de Dios y administrando el sacramento? ¿Se ha estado engañando a sí mismo con su vida de estudio y ministerio? ¿Y qué hay de la señora de origen protestante, hija de un pastor, que se siente cómoda en la Iglesia católica? ¿Se puede decir que delira, después de tomar la improbable y sin duda difícil decisión de convertirse al catolicismo? Decir simplemente que sí, que estas personas deliran es presuntuoso, incluso arrogante.

Mientras tanto, mientras estos pensamientos se formaban lentamente en mi cabeza, también descubrí la necesidad de preguntarme qué significaban estos pasos que ya había dado. ¿Era solo una distracción, una forma de satisfacer la curiosidad, de conocer gente nueva? No lo era, porque mucho de lo que escuchaba, tanto en las misas como en conversaciones con católicos, parecía encajar muy bien con mis propias ideas. Cosas como la importancia del amor, de la responsabilidad por las propias acciones, pero también cómo debería ser, en ese momento, una relación hipotética entre Dios y las personas. Lo que la Iglesia enseñaba sobre estos temas era esencialmente lo que yo también me había formulado, incluso antes de empezar a asistir a misas. La sociedad fría y dura en la que vivimos no tenía la respuesta a una vida satisfactoria, había pensado durante mucho tiempo. La Iglesia, como ahora aprendí, estaba de acuerdo conmigo en eso.

La bola que empezó a rodar, siguió rodando felizmente. Conocí gente en la plataforma juvenil diocesana, me involucré con la joven parroquia estudiantil (donde incluso fui lector algunas veces) y finalmente me armé de valor para hablar con mi párroco sobre mi viaje de descubrimiento. Nos reuníamos en su despacho con regularidad y hablábamos de cualquier tema que se presentara. Empecé a leer libros, encontré respuestas a mis preguntas y, en esencia, me sentí como en casa en este nuevo mundo. Incluso conocí al obispo bastante pronto.

Aproximadamente un año después de mi primera experiencia en la misa, a finales de 2006, le dije a mi párroco que quería iniciar el proceso hacia el Bautismo. A pesar de su alegría, aceptó que nos prepararíamos para el Bautismo en la Pascua de 2007, pero me aseguró que no tenía ninguna obligación: si decidía esperar un poco más, era perfectamente posible. Así que empezamos: nuestras reuniones semanales cambiaron un poco de tono, ya que el párroco me daba material de lectura específico y aspectos a considerar, y con el tiempo empezamos a reunirnos en grupos con otras personas que también recibirían los sacramentos del Bautismo y/o la Confirmación en Pascua. Al final, nuestro grupo contaba con unas nueve personas, siete de las cuales serían bautizadas. Las demás ya habían sido bautizadas en otra comunidad eclesial, por lo que solo necesitarían la confirmación.

Le pedí a la amiga a la que acompañé a misa que fuera mi madrina, y el 7 de abril de 2007 fui bautizada, confirmada y recibí mi primera comunión en la catedral de San José y San Martín de Groningen. El obispo (ahora cardenal) Wim Eijk ofició la ceremonia.

La cosa no terminó con esos sacramentos. De hecho, como pronto me dijo mi párroco, apenas estaban empezando. Mi conversión continúa, a medida que sigo aprendiendo y practicando mi fe. Probablemente seguiré haciéndolo el resto de mi vida, y eso es bueno. Nunca se termina de aprender y crecer.

Mark de Vries junto a su esposa Kitty, 

¿Por qué católico?

Pero ¿por qué católico? ¿Por qué no otra rama del cristianismo, u otra fe en su conjunto? Es una pregunta difícil de responder, porque cualquier respuesta implica más que una simple deducción lógica. También implica un sentido de convicción y confianza; fe, sin duda.

En mi época escolar, como escribí antes, me introdujeron en la fe cristiana, y en particular en su rama protestante. Si bien eso me proporcionó un conocimiento práctico de la Biblia y los fundamentos del cristianismo, no se tradujo en una fe viva en mi vida. Por lo que sé, me consideraba ateo al empezar la secundaria, aunque eso no me impidió interesarme por algunos aspectos de las clases de religión que cursaba (que, por cierto, se parecen más a las ciencias sociales que a la verdadera educación religiosa en este país), ni participar en las celebraciones anuales de Pascua y Navidad en la escuela (de ahí surgió mi interés por el teatro). Ni siquiera la asistencia ocasional a los servicios protestantes me llevó a ninguna conversión. De hecho, me dejaron una imagen del cristianismo como seco y sombrío. ¡Qué diferente de mis impresiones iniciales del cristianismo católico!

Aquí, la fe no se presenta como una cuestión de palabras y pensamientos, sino de la persona humana en su totalidad: cuerpo y alma, mente y corazón. Y eso significa que todos esos elementos humanos participan en la "elección" de la fe, que nunca es realmente una elección, ya que implica decisiones bien razonadas tras comparar todas las opciones. Obviamente, no lo hice. En cambio, me encontré en un lugar que me parecía adecuado, y que siguió sintiéndose adecuado (aunque más) a medida que aprendía más sobre él. Ese estudio de la fe implica no solo adquirir un montón de conocimiento, sino también, por necesidad, una relación creciente con la fuente de esa fe: Dios.

La fe es una relación, y al igual que las relaciones entre personas, la relación con Dios no es solo producto de la comparación, la lógica y la razón solitaria. En mi caso, comenzó con la curiosidad, pero creció con la experiencia, con el ánimo, con la confianza en las personas y, finalmente, con el encuentro con Dios. ¿Qué fue ese encuentro para mí? Tuvo diversas formas y sigue ocurriendo de vez en cuando. Puede ser un sentimiento intangible, pero también una palabra en el momento oportuno (como experimenté durante un retiro mucho antes de mi bautismo), una oración respondida, un sacramento recibido (mi primera Confesión, por ejemplo). Lo que aprendemos con la cabeza se confirma con lo que afecta a nuestro corazón.

La fe como compromiso

El ánimo que mencioné anteriormente es un gran incentivo para seguir buscando el encuentro con Dios. Pero, obviamente, eso no siempre sucede. Como todos, yo también tengo días malos cuando mi mente está ocupada con otras cosas, cuando las preocupaciones me distraen o simplemente no me esfuerzo por dedicarle tiempo y espacio a Dios. 

Pero esos momentos, cuando Dios es solo una palabra, cuando me siento en la iglesia y parece que no pasa gran cosa, no son motivo para rendirme. La fe también es un compromiso. El bautismo es para toda la vida, al igual que los votos que hice entonces, la fe que expresé en el Credo entonces y que sigo haciendo hoy. El mensaje de Cristo es una promesa, incluso en los días más oscuros, incluso cuando parece estar ausente. Él está ahí para mí, pero yo también tengo que estar ahí para Él; ya sea a solas en la oración, en la misa o a través de otras personas. Es una relación recíproca, y no puedo rendirme cuando me apetece. En ese sentido, la relación con Dios es, una vez más, similar a la relación con la familia o los amigos. Los lazos familiares o las amistades no terminan cuando hay un desacuerdo ni cuando alguien falta cuando lo necesitas. Estamos ahí el uno para el otro, como familia, como amigos y también como Dios y su pueblo.

Mark de Vries comenta que la fe es una relación con Dios que debe sostenerse en el tiempo y ser acompañada de obras

Preguntas difíciles

Entonces, aunque la fe debe ser, por su propia identidad, un asunto personal, también existe el aspecto público. Como católicos, este aspecto suele percibirse en la forma de la «Iglesia institucionalizada»: la antigua estructura de la Iglesia con sus sacerdotes y obispos, parroquias y diócesis, el Papa y la Curia, la doctrina social, el Catecismo y el derecho canónico. ¿Es esto un mal necesario o también desempeña un papel positivo en mi vida de fe?

Para mí, esto último es cierto. Personalmente, me interesa el funcionamiento de la Iglesia en la tierra, pero, salvo una mera peculiaridad mía, creo que la «Iglesia institucionalizada» es un elemento fundamental de nuestra fe. Sea cual sea la situación, para que las personas crezcan y prosperen, para que los esfuerzos tengan éxito, se requiere estructura. Esto es especialmente cierto cuando hablamos de un patrimonio tan enorme como el de la Iglesia: desde el depósito de la fe del pueblo judío hasta los escritos de los eruditos modernos y, sí, la experiencia de todos los fieles. Todo esto contribuye al patrimonio que heredamos, y que la Iglesia está llamada a salvaguardar y comunicar.

Aunque la Iglesia es de Cristo, está compuesta por personas y, por lo tanto, es una entidad muy humana. En lugar de considerar a la «Iglesia institucionalizada» como enemiga de la libre experiencia de fe, deberíamos verla como su guardiana. Con esa actitud, podemos abordar las cuestiones difíciles sin vernos obligados a considerar inmediatamente si quedarnos o irnos.

Conclusión

La fe es, ante todo, una expresión de amor. Como cristiano fiel, no pretendo saberlo todo, pero confío en que Dios, obrando en mí y en quienes me rodean, me guiará adonde Él quiere, y participaré activamente en ello. Seré guiado activamente.

Volviendo a los malentendidos que he enumerado anteriormente, y que encuentro una y otra vez aplicados contra mí y otras personas de fe, creo que podemos empezar a señalarlos.

Creo en Dios por miedo. Difícilmente. Si mi fe puede verse como una reacción a la vida y a la sociedad, es la convicción de que la cosmovisión secular no funciona. No le temo a la vida ni al mundo en que vivimos, pero creo que son mejores con Dios en ellos.

Tengo fe porque un libro me la dice. La Biblia es una guía, ya que me dice quién es Dios. Es un fundamento, para ser leído y comprendido dentro del marco de la tradición y el pensamiento humano. Es una inspiración, porque en ningún otro lugar leemos la Palabra de Dios. No es la única razón por la que creo.

Tengo fe porque es más fácil. Hoy en día, no tener fe es más fácil, ya que la mayoría de la gente dice no tenerla y se les anima a mantenerlo en privado si la tienen. Tener fe tampoco es el camino fácil, porque me dice qué pensar. No es así. Más bien, me anima a pensar, aprender y comprender.

Tengo fe porque eso es lo que aprendí de mis padres o maestros.  Crecí sin mucha fe religiosa. Las clases de religión eran más de estudios sociales que de religión.

Creo que soy mejor persona porque tengo fe. Al contrario, sé que no soy mejor que nadie, pero también sé que hay una manera de mejorar. Tener fe no me convierte automáticamente en una buena persona, ya que la fe sin buenas obras no vale nada.

Temo a la ciencia. La ciencia y la fe comparten el mismo objetivo: la búsqueda de la verdad, y por lo tanto no pueden contradecirse. Si no concuerdan, una de las dos está equivocada. Nos corresponde entonces descubrir cuál es y cuál es el error.

¿Por qué soy católico? Porque la Iglesia es mi hogar. Porque creo en un Dios que toma en serio a su pueblo y lo ama como los padres aman a sus hijos. Porque no creo poder saberlo todo y decidir qué es la verdad, el bien y el mal. Porque tengo esperanza y porque creo en el amor. Por eso soy católico.

Mark de Vries

jueves, 4 de septiembre de 2025

Elizabeth Stoker Bruenig, protestante, activista de izquierda, periodista, su vida cambió cuando lo leyó todo de San Agustín

 


* «Empecé a leer a Agustín compulsivamente. Devoré las Confesiones y la Ciudad de Dios, después sus cartas, sus sermones, sus Soliloquios, el Enquiridión y así. Han sobrevivido unos 5 millones de palabras de San Agustín y yo las quería leer todas. Amaba su claridad de mente, su intelecto increíble, su carisma deslumbrante. Amaba, como joven adulta, toda esa intensidad, la fuerza de sus sentimientos por Dios y el mundo, su pasión. Pero también apreciaba el servicio que daban sus textos para navegar por escrituras difíciles. Sin darme cuenta, ya estaba empezando a confiar en la tradición de la Iglesia Católica»

Camino Católico.- «Fui confirmada durante una Vigilia Pascual muy temprana, hacia las 4 de la mañana, en la capellanía católica de la Universidad de Cambridge. Llegué a la capilla cuando estaba oscuro, hacía frío, estaba húmedo y los clubes nocturnos aún soltaban juerguistas del sábado noche. Cuando llegué, estaba despierta de pura adrenalina, exhausta pero alerta. Durante la misa estaba como electrizada, suficientemente consciente como para entender la sorpresa, como de ensueño, de que una profesora mía sostenía el cáliz del que bebía por vez primera».

«Cuando volví a casa esa mañana ya era de día, muy brillante. […] Nunca había visto las calles tan plácidas y brillantes. […] Me sentí cambiada cuando volví a mi habitación, aunque todo parecía igual: una pila desesperada de libros junto a mi cama, fotocopias sobre mi escritorio y las ‘Confesiones’ en mi mesilla de noche. Quedé dormida contenta, repasando las letras de su lomo».

Así recuerda la joven periodista Elizabeth Stoker Bruenig (elizabethstokerbruenig.com) sus primeros momentos como católica en la Pascua de 2014, descritos en la revista norteamericana jesuita America Magazine.

Desde entonces, Elizabeth se ha casado, ha tenido un bebé, ha sufrido pérdidas duras en su familia, ha publicado en muchas revistas, ha vivido el desempleo de su marido, incertidumbres, cansancios… y ha constatado que la fe no es magia, no es «algo privado» para lograr efectos, sino una vivencia pública de confianza con Dios, en la Iglesia. 

Metodista en Estados Unidos

Elizabeth fue bautizada como presbiteriana en Estados Unidos, aunque luego su familia la educó como metodista. Tenía fe, sabía que la Biblia era la fuente de la enseñanza cristiana, sabía que no debía leerse literalmente como una fundamentalista y sabía que era importante ser amables y corteses y contar con la ayuda de los pastores, aunque al final cada uno estaba solo frente a Dios. 

En 2008, con la crisis económica, la joven Elizabeth, inspirada por el movimiento «Ocupar Wall Street», empezó a combinar su religiosidad sin complejos con una militancia de izquierda social.

En la universidad, ya en Inglaterra, conoció un capellán cuáquero y sus encuentros de oración silenciosa: sentarse humildemente en público, meditar sobre Dios y la palabra en silencio, esperar en silencio a Dios. 

En la universidad se volcó a leer compulsivamente los textos bíblicos, y la historia de cómo se crearon, y las críticas a esta historia. Entendió que había un problema no de interpretación, sino de autoridad. ¿Quién tiene autoridad para establecer qué quiere decir Dios con tal o cual texto? 

Incluso un cambio en un vocablo puede cambiar una visión política. Por ejemplo, San Pablo en 1 Corintios 13 dice: «Si doy todos mis bienes a los pobres pero no tengo agape, de nada me sirve». Pero «agape», en griego, fue traducido como «caridad» y de ahí saltó al lenguaje popular la idea de que caridad es -casi exclusivamente- dar cosas a los pobres. Pero lo que Pablo pide es ‘agape’. El mundo cambia, las palabras cambian, incluso la gente cambia en su vida. Con esa palabra (agape o caritas) unos piden más acción estatal y otros más solidaridad interpersonal.

«¿Cómo podía llegar a Dios a base de leer a la luz de mi propia conciencia si no estaba segura del todo ni siquiera de lo que leía, mucho menos de mi capacidad de leer de forma fiable?», se planteaba Elizabeth, lectora incansable e inquieta.

Un clásico vivo de 16 siglos

Pero entonces un profesor puso en la lista de lecturas recomendadas una autobiografía de un obispo y converso, escrita en el año 398, las «Confesiones» de San Agustín. Y eso cambió su vida. 

«Empecé a leer a Agustín compulsivamente. Devoré las Confesiones y la Ciudad de Dios, después sus cartas, sus sermones, sus Soliloquios, el Enquiridión y así. Han sobrevivido unos 5 millones de palabras de San Agustín y yo las quería leer todas»

«Amaba su claridad de mente, su intelecto increíble, su carisma deslumbrante. Amaba, como joven adulta, toda esa intensidad, la fuerza de sus sentimientos por Dios y el mundo, su pasión. Pero también apreciaba el servicio que daban sus textos para navegar por escrituras difíciles. Sin darme cuenta, ya estaba empezando a confiar en la tradición de la Iglesia Católica», comenta Elizabeth.

¿Qué es la tradición y para qué sirve?

¿Qué es la tradición? Es la posibilidad de enfrentarte a un texto, una enseñanza, con toda una cadena de correligionarios que se han enfrentado antes a ello. Aunque cada individuo sigue usando su conciencia, «el peso del tiempo y el ser expertos son instructivos, y susurran, a través del espacio y los siglos, que no estás sola»



Conoció también un rabino judío que abordaba los textos bíblicos, que a ella le sonaban, desde la perspectiva de varios cientos de intérpretes previos, «un pensamiento colectivo que aportaban peso y equilibrio a los prejuicios de los lectores modernos». 

Cuanto más leía y estudiaba, más se convencía de que la Tradición era necesaria. «Quería una guía, claridad, autoridad… Dios no dejó a Adán solo en el Edén, y eso que estaba más cercano a Dios de lo que estamos hoy. Necesitaba ayuda y Dios se la dio. Empecé a ver que Dios hacía lo mismo conmigo y sólo tenía que aceptarla». 

Una base cristiana contra los abusos de los fuertes

Elizabeth no era entonces, ni ahora, conservadora en política. Pero apreciaba que la cultura católica era capaz de plantear cuestiones a nuestra época que nadie más osa plantear. Por ejemplo, los límites de la propiedad privada. Cuando en el siglo XVI los protestantes anabaptistas lanzaron unas revoluciones sangrientas estableciendo la propiedad comunal radical, los luteranos y calvinistas se asustaron, y como reacción establecieron una serie de enseñanzas sacralizando la propiedad privada.

El catolicismo, en cambio, equilibra esta propiedad con el destino universal de los bienes. Como escribía San Agustín: «Dios hizo al pobre y al rico de la misma arcilla y la misma tierra sostiene al pobre y al rico».

«La Iglesia Católica siempre vigiló la tendencia de los ricos a acumular más de lo debido en detrimento de los pobres«, escribe Elizabeth.

«Cuando acababa mi tiempo en la universidad, estaba ya convencida de la visión católica era el único suelo firme desde el que un cristiano puede combatir la dominación de los ricos sobre los pobres, contra la pobreza, contra la destrucción de familias en manos de negocios y sus lacayos políticos, contra un mundo despojado de significado», escribe. 

Todo eso fue lo que en la Pascua de 2014 la llevó a su ingreso en la Iglesia Católica, con esa confirmación y ese cáliz que su mente conserva con vividez.

martes, 15 de julio de 2025

Josh Brooks era bautista, soñaba con ser el próximo LeBron James pero Dios lo quería católico y sacerdote: «Tenía novia y pregunté a Jesús y respondió: ‘Tengo el mejor amor para darte’; Él me estuvo esperando»


A la izquierda, Josh Brooks en el seminario contando su testimonio y, a la derecha, jugando al baloncesto cuando quería ser jugador profesional 

* «Buscaba un amor superior, un amor que me transformara... Mi madre me llevaba a Misa los domingos y siempre se sentaba en la banca conmigo. Mi padre estaba muy feliz por mí. Tenía un par de preguntas. Pero simplemente me dijo: si el Señor te llama a hacer esto, hazlo. Y es importante recibir la validación de la familia, que tu familia te apoye en todo momento. Estoy rezando por la conversión de mis padres a la fe católica. Mi madre está interesada, pero se está tomando su tiempo. Nuestro Señor espera a la gente, y espera a mi madre... Dios nos espera. Nos acompaña en este camino hacia la santidad. Nos acompaña día a día» 

Camino Católico.- Josh Brooks buscó el amor en la cancha de baloncesto, pero fue expulsado del equipo. El joven del condado de Delaware (Estados Unidos) buscó el amor en una relación con su novia, pero no pudo evitar la persistente sensación de que algo más grande lo llamaba. Entonces, un día, desesperado, miró el crucifijo colgado en la pared y comprendió que su búsqueda del amor perfecto no tenía por qué ir más allá. «Josh», oyó, «te he estado esperando toda la vida».

Brooks ni siquiera era católico. Sin embargo, en ese momento, sintió su primer llamado al sacerdocio. Ahora, se prepara para su tercer año de formación universitaria en el Seminario San Carlos Borromeo. Su camino encarna la introspección y el autoexamen comunes a muchos jóvenes adultos. El resultado de este proceso no tiene por qué ser el seminario, pero la experiencia de Brooks demuestra que, a través de la esperanza y la fe, los jóvenes pueden acoger el llamado a encontrar a Cristo en su vida diaria.

“Vemos esto en esta generación actual: muchas almas se desvían y caen en la desesperación”, dice a CatholicPhilly. “Pero ese sacerdote católico, en la persona de Jesucristo, va en busca de esas almas. Eso es exactamente lo que Cristo hizo por mí. Y por eso es tan atractivo para un joven, porque lo llama a salir de su elemento, a salir del mundo, a estar solo para Dios, para estar para el pueblo de Dios”.

 Josh Brooks con sus padres en su infancia 

'Ten en cuenta que yo era protestante'

Nacido bautista, Josh conoció la fe católica cuando sus padres lo matricularon en una escuela primaria católica en el oeste de Filadelfia, San Ignacio de Loyola. En la escuela, aprendió sobre el amor de Dios, pero su pasión era el baloncesto y soñaba con convertirse en el próximo LeBron James. Dedicó sus años de séptimo y octavo grado a esforzarse en el deporte para entrar en el equipo de primer año de la preparatoria Monsignor Bonner & Archbishop Prendergast. Pero entonces llegó el desastre. No logró entrar en el equipo. El sueño de convertirse en jugador profesional de baloncesto se desvaneció cuando decidió centrarse en sus estudios.

“Poco a poco empecé a ver cómo mi atención se dirigía hacia las clases de teología católica”, relata Brooks. Aprendió que la Iglesia católica era la única familia universal y que el sacerdocio es persona Christi. “Empecé a pensar: ¡Guau, qué hermoso! Me enamoré de ello y, fíjate, yo era protestante”.

Fue una idea que Brooks dejó de lado, pues creía que tenía mucho tiempo para pensar en su futuro. Luego conoció a su novia y empezó a salir con ella, pero ni siquiera ese amor le pareció del todo suficiente. “Buscaba un amor superior, un amor que me transformara”, confidencia. “Le dije a la joven en ese momento que no estaba seguro de si este era el amor al que estaba llamado, porque la idea del sacerdocio aún me rondaba la cabeza”.

Sin embargo, su novia le dijo que no estaba dispuesta a esperar mientras él lo averiguaba. Desconsolado, Brooks se dirigió a la capilla y le preguntó a Jesús: «Si ella no está dispuesta a esperar, ¿quién lo hará?». Escuchó a Jesús responder: «Tengo el mejor amor para darte». Brooks añade: «Él me estuvo esperando todo el tiempo, como lo está haciendo con todos nosotros».

 Josh Brooks, en el centro, con vestido clerical

Torneos de billar, oración y hermandad

Sus padres apoyaron su decisión de ingresar al seminario y sus hermanos del seminario se han convertido en una segunda familia para él.

“Nunca tuve hermanos, no sabía realmente cómo sería un hermano”, transparenta. La camaradería era genial, pero el compañerismo espiritual era aún mejor. Cada seminarista se reta a ser una mejor versión de sí mismo.

“De verdad, todos nos apoyamos mutuamente”, dice. “A mi y a mis hermanos, seminaristas, nos gusta mucho jugar al billar. Incluso algunos participamos en torneos, ya sea de ajedrez o de billar. Pero también nos acompañamos en nuestras luchas”.

Su compañero seminarista Sean Barker cuentao que lo que más le impresiona de Josh Brooks es su profunda vida espiritual. “Tiene una gran vida de oración. El solo hecho de ver esa vida de oración me impulsa a ser mejor, a pasar más tiempo en la capilla y a tomar la oración, los estudios y el seminario más en serio”.

Lo más difícil de la formación de Brooks hasta ahora es darse cuenta de que nadie será perfecto. "A veces no sabemos cómo lidiar con nuestras imperfecciones o sentimos que hemos decepcionado a Dios", reconoce. "Como dije antes, Dios nos espera. Nos acompaña en este camino hacia la santidad. Nos acompaña día a día".

 Josh Brooks explica su conversión al catolicismo y su llamada al sacerdocio en el seminario

Unidad unos con otros

Ese camino de vida se extiende a sus padres. “Mi madre me llevaba a Misa los domingos y siempre se sentaba en la banca conmigo”, recuerda. “Mi padre estaba muy feliz por mí. Tenía un par de preguntas. Pero simplemente me dijo: si el Señor te llama a hacer esto, hazlo. Y es importante recibir la validación de la familia, que tu familia te apoye en todo momento. Estoy rezando por la conversión de mis padres a la fe católica. Mi madre está interesada, pero se está tomando su tiempo. Nuestro Señor espera a la gente, y espera a mi madre”.

Brooks reconoce que muchas personas, especialmente las de su edad, han abandonado la Iglesia o buscan el amor perfecto en otros lugares. Para ellas, tiene algunos consejos.

“La Iglesia es hermosa, a pesar de las fallas de su propia gente y de que durante los últimos 2000 años ha enfrentado tantas pruebas y adversidades. Sin embargo, sigue en pie. ¿Por qué? Porque Cristo gobierna esa iglesia. Y, en realidad, cuando pensamos en lo esencial de lo que deseamos, queremos comunidad. Queremos unidad entre nosotros”, afirma.

“Solo les digo que nos acerquemos a la Iglesia Católica como familia, que nos acerquemos a ella y veamos que somos un pueblo imperfecto, pero nos gobierna un Dios que trasciende todas las cosas y nos conoce mejor que nosotros mismos. Y en el corazón de nuestra búsqueda del amor más elevado, lo encontraremos aquí, en la Iglesia Católica”, concluye.

Vídeo en el que Josh Brooks cuenta su testimonio en inglés