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lunes, 29 de diciembre de 2025

Tammy Peterson era protestante, padeció un cáncer renal mortal, rezó el rosario con uno bendecido por el Papa Francisco, hizo una novena, se curó y se ha hecho católica: «Dejé todo en manos de Dios»

Tammy Peterson empezó su búsqueda de Dios tras un doloroso anuncio. En 2015, después de una exploración médica, recibió la noticia de que tenía carcinoma de células renales, un tipo de cáncer de riñón. Una amiga le enseñó a rezar el Santo Rosario

* «La Confesión supuso para mí una experiencia profunda de perdón. Hace tiempo aprendí las técnicas Al-Anon y los Doce Pasos, un programa de principios espirituales y acciones prácticas desarrollados originalmente por Alcohólicos Anónimos. Así aprendí a conocerme mejor y compartir mis errores, pero el catolicismo me permitió profundizar más, liberándome en la Confesión de cargas pasadas que no podía perdonar por mí misma. La Eucaristía, por su parte, es una práctica concreta que nos enseña a recibir la gracia de Dios, incluso en los días más difíciles. Practicar la oración y la comunión nos prepara para aceptar la gracia cuando realmente la necesitamos… La oración y la escucha de la voluntad de Dios nos guían para actuar de manera correcta y amorosa, incluso en medio de la confusión y la división que vemos a nuestro alrededor. La práctica diaria, aunque sencilla, nos permite acercarnos a Dios y vivir según Su voluntad. Incluso pequeños actos —sentarse a mirar por la ventana, respirar conscientemente, agradecer la luz y la vida que Dios nos da— son formas de cultivar la espiritualidad y la humildad en nuestra vida diaria»

Camino Católico.- El camino de Tammy Peterson, esposa del psicólogo canadiense Jordan Peterson -azote de la cultura de la cancelación y de la deriva de género-, hacia la conversión al catolicismo surgió de la oscuridad de la enfermedad y la desesperación. C reció como protestante pero se quedó sin vínculos religiosos cuando sus padres dejaron de ir a la iglesia. Confiesa que tiene recuerdos de su bisabuela católica, polaca y de 104 años, rezando el Rosario. 

Tras ser diagnosticada con una forma rara y agresiva de cáncer, Tammy enfrentó meses de dolor, cirugía y una prolongada recuperación. Fue durante este período de fragilidad extrema que, por recomendación de una amiga, comenzó a rezar el rosario.

Lo que empezó como una búsqueda de consuelo se transformó en un encuentro espiritual que culminó con su bautismo y entrada plena en la Iglesia católica. Su relato es un conmovedor ejemplo de cómo la fe puede florecer incluso en las circunstancias más difíciles.

Tammy Peterson y su esposo, el psicólogo canadiense Jordan Peterson

La enfermedad, el rezo del Rosario, la curación y la conversión

Su búsqueda personal de Dios comenzaría tras un doloso anuncio. En 2015, después de una exploración médica, recibió la noticia de que tenía carcinoma de células renales, un tipo de cáncer de riñón. Le dieron diez meses de vida.

Tammy Peterson fue entonces a ver a su hijo, Julian, que vivía muy cerca. "Mi hijo me miró con tanto dolor y un amor más profundo que el que yo tenía por mí misma, que sentí que se desprendía de mi cuerpo mi propio cinismo. Le entregué a Dios todas mis dudas", dice al National Catholic Register.

A pesar de las varias cirugías para extirpar los tumores y ser sometida a todo tipo de pruebas, la salud de Peterson empeoró hasta el punto de llegar a pesar 40 kilos. "Los médicos ni siquiera me ofrecieron quimioterapia o radioterapia, dijeron que este tipo de cáncer mataba a todos y que no había tratamiento para él", reconoce Tammy.

Ella asegura que logró curarse gracias, en parte, a las oraciones y al apoyo de su querida amiga Queenie Yu, numeraria del Opus Dei. Yu es una católica conversa que, cuando Peterson estaba muy mal, le llevó un rosario bendecido por el Papa Francisco, un folleto sobre cómo rezarlo y una imagen de Nuestra Señora con el niño Jesús.

Durante cinco semanas seguidas, Peterson y Yu rezaron juntas el rosario en el hospital. Uno de esos días, Yu le preguntó: "¿Por qué dijiste que tu enfermedad era un regalo, cuando estabas pasando por tanto dolor?". Peterson, respondió: "Porque a través de mi enfermedad encontré a Dios, y, ¿qué mejor que conocer a tu propio Creador?'. Tammy también dijo que la oración le "aliviaba algo del dolor".

"Me despertaba por la noche y rezaba el Padrenuestro hasta que me quedaba dormida. No me preocupaba de nada. Rezaba toda la noche, a menos que estuviera durmiendo", comenta. En el quinto día de una novena a San Josemaría Escrivá, cuando Peterson tenía programada una cirugía, sus médicos descubrieron que el problema se había resuelto solo. Su cirugía fue cancelada y fue dada de alta del hospital.

Tammy Peterson posa frente al altar de la Iglesia del Santo Rosario en Toronto, donde recibió la confirmación en 2024 / Foto: Laura Salem, In His Image Photo & Film

Entrevistada por Javier García Herrería en Omnes, Tammy Peterson cuenta en profundidad su camino de fe hasta hoy. Respecto a su conversión como consecuencia del cáncer y su rezo del Santo Rosario explica:

“Aprender y rezar el Rosario me acercó gradualmente a Jesús como mi salvador. Hoy sigo rezándolo todas las mañanas; me ayuda a mantenerme en el camino de Dios y no en el mío propio. La belleza de la Iglesia católica —los sacerdotes, los iconos, los ornamentos— también me enseñó a ser más humilde, pues la belleza nos recuerda la grandeza y la humildad de Dios, y nos ayuda a detenernos y a centrarnos en Él”.

En este sentido relata cómo una profunda experiencia le hizo reconectar con su fe católica:

“Antes de mi conversión, yo crecí como protestante, pero mi abuela pasó de ser católica a ser protestante. Cuando era niña y entraba en una iglesia, me preguntaba dónde estaba la Virgen María, porque no era evidente allí, y eso me confundía. Más tarde, durante mi conversión, tuve una experiencia profunda: un abuelo mexicano de Nueva Zelanda me ayudó a reconectar con mi fe católica. Oró en español conmigo y me dijo que mi abuela estaba conmigo. Esto me hizo sentir que había reparado una separación histórica en nuestra familia, y me permitió ver la fe católica como algo que siempre había estado presente, incluso si no lo había comprendido plenamente desde pequeña”.

Pero lo esencial fue que ella se abandonó en Dios:

“No sé si habría podido atravesar mi experiencia con el cáncer sin la ayuda de Dios. Fue realmente una experiencia asombrosa. Dejé todo en manos de Dios, y aprendí algo fundamental: no tenemos que preocuparnos por los pensamientos que no queremos tener. Antes, dejaba que mi mente vagara sin control, pero ahora entiendo que puedo elegir en qué pensar. Si un pensamiento no es apropiado, simplemente lucho para que se desvanezca. Es un aprendizaje que me ha ayudado a comprender la naturaleza superficial de ciertos pensamientos y cómo dejarlos ir”.

—¿Qué otras cosas le han sorprendido del catolicismo?

—La Confesión supuso para mí una experiencia profunda de perdón. Hace tiempo aprendí las técnicas Al-Anon y los Doce Pasos, un programa de principios espirituales y acciones prácticas desarrollados originalmente por Alcohólicos Anónimos. Así aprendí a conocerme mejor y compartir mis errores, pero el catolicismo me permitió profundizar más, liberándome en la Confesión de cargas pasadas que no podía perdonar por mí misma. La Eucaristía, por su parte, es una práctica concreta que nos enseña a recibir la gracia de Dios, incluso en los días más difíciles. Practicar la oración y la comunión nos prepara para aceptar la gracia cuando realmente la necesitamos.

Nuestra sociedad se ha vuelto cada vez más divisiva y superficial, a veces incapaz de matices. La Iglesia, en cambio, nos enseña a ser humildes, atentos y abiertos. La oración y la escucha de la voluntad de Dios nos guían para actuar de manera correcta y amorosa, incluso en medio de la confusión y la división que vemos a nuestro alrededor. La práctica diaria, aunque sencilla, nos permite acercarnos a Dios y vivir según Su voluntad. Incluso pequeños actos —sentarse a mirar por la ventana, respirar conscientemente, agradecer la luz y la vida que Dios nos da— son formas de cultivar la espiritualidad y la humildad en nuestra vida diaria.

La crianza también refleja esto. Observar a mi nieta de tres años me enseñó la importancia de guiar sin imponer, de apoyar y corregir sin convertirnos en opresores. El respeto y la paciencia en las relaciones son extensiones de la práctica espiritual que la Iglesia nos enseña. Esto se aplica, no solo a la familia, sino también a la sociedad en general, especialmente en tiempos de polarización y división. 

Ahora, tengo un pódcast para dar a conocer estas ideas. Hablo principalmente con mujeres jóvenes, ayudándolas a encontrar su camino, a reconciliar la fe con sus vidas, a comprender la importancia de la familia y la maternidad, y a navegar la narrativa feminista moderna con conciencia cristiana. Intento enseñarles que pueden aspirar a una vida plena y significativa sin renunciar a su fe ni a su vocación más profunda.

–¿Cómo es su vida ahora que ha vuelto a la fe?

—Lo único verdaderamente importante que he aprendido es que voy a la Iglesia, me siento, pongo los pies firmes en el suelo y le agradezco a Dios por estar viva, por tener un día más para hacer lo que Él quiere que haga. Eso es lo que he aprendido. Lo entendí cuando tenía seis años, y desde entonces he vivido de esa manera.

¿Cómo ha cambiado mi vida? Es interesante. Un día, mientras mi marido Jordan y yo conversábamos sobre las transformaciones que había experimentado desde mi vuelta a la fe, escribimos una lista de virtudes que han surgido en mí desde mi conversión. Llegamos a una suma de treinta virtudes que he recibido a partir de ese momento. 

(Tammy busca un papel y comienza a leerlo). 

Repasaré algunas: soy más como una niña pequeña, más divertida, menos cínica, menos volátil, menos preocupada por el control y el poder; más paciente y amable; más enfocada en el bienestar de los demás; más hospitalaria, más obediente, más presente, más hermosa, más cálida; más discernidora, más elegante, más serena, más resiliente, más compasiva; más adecuada socialmente; una mejor madre; más fácil para negociar; más dispuesta a escuchar y conversar; más precisa con mis palabras; pienso con mayor profundidad; soy más creativa; más fácil para trabajar conmigo; una mejor líder; más atractiva; más confiada en la valentía, más valiente con confianza y más reflexiva.

Estos son muchos de los modos en que mi vida se ha transformado desde mi conversión. Es realmente extraordinario. Nunca imaginé la profundidad de los cambios que llegarían a mi vida…

Tammy Peterson y su esposo, Jordan, posan para una foto en el Oratorio del Kintore College en Toronto / Foto: Sheila Nonato 

–¿Qué papel ha jugado su marido en su conversión?

—Mi esposo ha sido una influencia clave en mi fe y en mi conversión. A través de su ejemplo, su dedicación y su acompañamiento durante mis años más difíciles, aprendí a escuchar, a observar y a confiar en Dios en cada decisión y desafío. Su apoyo fue instrumental durante mi diagnóstico y tratamiento, y me enseñó el valor del amor práctico y paciente en la vida cotidiana.

Toda esta experiencia —el cáncer, la conversión, la familia, la crianza, el servicio a otros a través del podcast— me ha enseñado que vivir la fe no es solo un acto de oración, sino un compromiso diario de hacer lo correcto, de guiar a otros con amor y de buscar la gracia de Dios en todo momento. Se trata de pequeños pasos diarios, de actos conscientes, de humildad y gratitud. Y sobre todo, de reconocer que Dios nos acompaña en cada paso, guiándonos y fortaleciendo nuestra vida, incluso en las pruebas más profundas.

–¿Cómo fue la relación con sus padres?

—Mi padre era empresario y estaba siempre muy ocupado. Tenía una mente muy abierta y me transmitió mucho coraje y fortaleza para intentar cosas desconocidas o que aparentemente estaban lejos de mi alcance. Gracias a él heredé una mentalidad abierta y se lo agradezco al Señor de veras.

Mi madre también estaba a mi lado, pero no confiaba del todo en mi padre. Años más tarde comprendí la razón: probablemente ella misma había sido abusada por su propio padre, quien murió muy joven. Era un hombre con depresión y era evidente que no estaba bien. Siempre noté que mi madre desconfiaba, en cierta medida, de mi padre, y eso fue difícil para mí al crecer. Mi padre tenía amigos que se quedaban en la oficina después del trabajo para beber juntos, y mi madre siempre sospechaba de lo que pudiera ocurrir allí. Muchas personas enfrentan problemas como estos, y no es sencillo integrarlos en la propia vida. Aún así, mi padre fue una gran persona y me siento muy afortunada de haberlo tenido.

Mi madre tuvo demencia temprana. Empezó a enfermar a los 50 años y, cuando tenía 70, falleció. En ese tiempo ella y mi papá vivían en Vancouver, mientras yo estaba en Toronto. Yo viajaba para ayudarlos: buscaba un cuidador, limpiaba, organizaba sus medicamentos y me aseguraba de que ambos estuvieran comiendo bien. Afortunadamente, los cuatro hermanos ayudamos. Todos estuvimos allí para apoyar a mi padre, quien cuidó de mi madre hasta el final. 

En un momento dado, la medicación volvió a mi madre paranoica. Comenzó a sospechar de mi padre de nuevo, y volví a sentir lo mismo que en mi adolescencia, cuando ella también desconfiaba injustamente de él. De algún modo, fue como una gracia de Dios que me permitiera ver con claridad que aquella paranoia venía de mi mamá, no de mi papá. Y se lo agradecí internamente, porque me mostró algo importante.

Finalmente cambiaron la medicación de mi madre y volvió a estabilizarse. Los dos permanecieron juntos hasta su muerte. Fue solo un episodio breve, pero significativo, porque me enseñó algo esencial y me permitió acercarme mucho a mi padre durante los últimos veinte años de su vida, que terminó con 93 años, apenas hace un par de años.

Ahora lo veo como una gracia de Dios: recibimos lo que necesitamos aprender justo cuando lo necesitamos. 

Tammy Peterson ha vivido un largo camino para abrazar el catolicismo

--¿Cómo describiría su vida espiritual en su juventud y antes de reencontrarse con la fe?

—Me crié en un entorno de iglesias protestantes. Cuando yo era pequeña, mis abuelas eran ambas miembros activos de la fe protestante. Mi abuela paterna tocaba el piano en la iglesia. Y mi abuela materna cantaba en el coro. Las dos fueron grandes modelos para mí. 

Cuando era pequeña, iba a la escuela de la iglesia los domingos, pero no recuerdo que mis padres estuvieran allí. Tenía tres hermanos mayores, que creo recordar que también venían. Quitando la asistencia a los servicios del domingo, en casa no rezábamos más, ni  siquiera para bendecir la cena u oraciones antes de acostarnos.

En el verano participábamos de las actividades de una iglesia de los Adventistas. Y, de niña, también acudí a algunos campamentos con diferentes tipos de iglesias, algo que no importaba nada a mis padres. 

En la adolescencia era una niña muy curiosa. Vivíamos en un lugar muy remoto y yo usaba cualquier excusa —por insignificante que fuera— para dejar de ir a la iglesia. Cuando me fui de casa y comencé la universidad, asistí a la iglesia durante el primer año. Pero al comenzar el año siguiente, el ministro empezó con el mismo sermón que había dado el año anterior y lo tomé como excusa para dejar de asistir. 

Es curioso cuántas excusas puede encontrar una persona cuando en realidad está buscando maneras de evitar algo.

Recuerdo esos tiempos y todas aquellas pequeñas excusas que usaba sin comprender por qué realmente no quería ir a la iglesia, ni por qué podría ser beneficioso para mí hacerlo, sin importar el momento, quién estuviera allí o dónde quedara la iglesia. Nada de eso era lo esencial.

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