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lunes, 20 de octubre de 2025

Ramón Mirada fue rebelde, se introdujo en la delincuencia, las drogas y quiso suicidarse, pero «Dios se sirvió del abrazo de un sacerdote y entendí que Él era mi padre; quería estar como una lapa con Jesús y soy cura»


El padre Ramón Mirada tuvo un encuentro personal con el Señor que lo transformó en aquel instante, su vida cambió radicalmente

* «Sólo esta actitud del sacerdote ya me cambió. Dios se sirvió de esto. ‘¿Quién eres?’ Soy Pachús… y me dio un abrazo. Nadie me había dado un abrazo en mi vida. En ese momento rompí a llorar y empezó a escucharme. Le conté todo y fue la primera persona a la que no mentí. Me quité el disfraz. Me sorprendió su mirada. No fue una mirada de juicio como me había prometido el demonio, fue la mirada de Dios, me dejó descolocado. Me sorprendió al decir: ‘¿Y qué? Más grande es la misericordia de Dios’. La gratitud a Dios me hizo explotar. ¿El cielo es para mí? Empecé a ir a misa todos los días. Desde entonces he comulgado todos los días de mi vida. Me iba enamorando  y enamorando de Jesús, y el cura veía vocación en mí, pero yo lo veía imposible» 

Vídeo del testimonio del padre Ramón Mirada en Mater Mundi

Camino Católico.-  Ramón Mirada, conocido por todos como el Padre Pachús, es un sacerdote diocesano de la Diócesis de Getafe, que primero desarrolló su labor en la parroquia de la Inmaculada de Alcorcón y ahora lo hace en la de San José Obrero de Móstoles. Su camino hasta el sacerdocio no fue nada sencillo, pues antes renegó de Dios de una manera tan beligerante que le llevó a una rebeldía extrema, a la delincuencia, al consumo de drogas e incluso a la blasfemia, rompiendo y miccionando sobre un crucifijo. Incluso intentó suicidarse.

Una actitud que surgió en su infancia

Como otros muchos conversos fue al tocar fondo y gracias a la fe inquebrantable de su madre cuando decidió agarrarse a la única mano que seguía tendida, la de Dios. Y fue en la Iglesia donde descubrió un amor que él creía que no existía. Se confesó, comulgó y desde entonces no ha faltado un solo día a la Eucaristía.

En una entrevista en Mater Mundi TV , el padre Pachús relata que los problemas en él empezaron desde que era un niño. Tenía otros tres hermanos, pero en vez de verlos como un don para él eran una desgracia, pues Ramón pensaba que era Dios le había creado mal. Ellos eran todo lo que él no era: inteligentes, buenos deportistas, sociables…

El padre Ramón Mirada un domingo de Ramos

Sin ilusión en su Comunión

Esto le hizo aislarse y tener pocos amigos. Pero al colegio llegó otro niño, con grandes problemas familiares, y se aprovechó de él, lo que le hizo encerrarse aún más. “Yo en mi comunión no tenía ilusión. O Dios no existía o era un traidor. Y empezó en mí una etapa muy egoísta".

Comenzó a moverse en el mundo del hip hop, y sus estudios seguían yendo fatal. Por ello, sus padres decidieron cambiarle de colegio y llevarle a uno religioso. Ahí Ramón explotó. “Duré tres meses, por dos razones. Una, porque era religioso y me reventaba. Y dos, porque era un colegio de pijos, todo lo contrario a lo que quería ser”, afirma.

Quemar el colegio con gasolina

No se relacionaba con los compañeros, empezó a fumar y a rodearse de malas compañías. Sus padres se convirtieron para él en sus grandes enemigos. Entonces llegó su bajada a los infiernos. Cuenta Ramón que “hubo un día que odiaba tanto que se me fue la cabeza, cogí un bidón de gasolina y prendí el pasillo del colegio.

No quemé el edificio pero casi, tuvieron que venir los bomberos”. En ese periodo, también había robado todos los ahorros a un compañero del colegio.

No podía seguir en aquel centro. Entonces, sus padres pensaron que en un reformatorio de Sigüenza, Guadalajara. “El internado me sirvió para empeorar. Me acabaron echando también. Era un peligro vivir, se veían pistolas, navajas, cocaína, heroína…”, relata este sacerdote.

El padre Ramón Mirada en una clase con alumnos

La bajada a los infiernos en el internado

Para él, era una “situación que me superaba por todas partes. No tenían piedad conmigo y fueron a por mí. Cada noche al final era una lucha para intentar que no abusaran de mí. Allí perdí toda la inocencia que tenía. Y entonces, una de dos, o dejaba que me destruyeran o me tenía que hacer peor que ellos. Y elegí la segunda”.

Ramón llegó a este punto a través de las drogas, pese a que apenas estaba empezando la adolescencia. Era, en su opinión, “el camino más sencillo, y también el más fácil para destruir la vida. Da dinero, traficar con ellos me daba mucho dinero y mucho prestigio. No te das cuenta de que te empiezas a enganchar”.

Drogas, delincuencia, policía…

Este sacerdote cuenta a los jóvenes de su parroquia esta experiencia con la droga, cómo ha enterrado a varios amigos por sobredosis, y cómo “es una rueda que está en cuesta hacia abajo, y no va a parar. En mi caso fue así”.

Su descenso a los infiernos continuó. Intentaron echarle del colegio, fue detenido por la Policía por realizar grafitis en un tren, le pillaron con droga… Al final tuvo que dejar el internado y volver a Madrid. Pero le volvieron a coger con drogas y también le expulsaron.

El padre Ramón Mirada celebrando la Eucaristía 

El intento de suicidio

“Tanto fracaso escolar, cuatro colegios, no había visto a nadie que me quisiera, porque yo era ciego para ver el amor de mis padres. Tenía 16 años, y de repente, me preguntaba, ¿esto es la vida? ¿Para qué seguir? La idea no me abandonaba (…). Y me intenté suicidar”.

Sin embargo, “dos ángeles”, sus padres, lo impidieron. Pachús recuerda que sus “padres rezaron, hicieron penitencia y mi madre viéndome tan incompleto se me tiró de rodillas y me pidió que fuéramos a una parroquia”. Ya sin nada que perder decidió ir.

El encuentro radical con Cristo

Llegó a la parroquia y llegó la primera sorpresa. El párroco le recibió feliz y sonriente. Hasta ese momento, los sacerdotes eran para él horribles, en el internado habían pegado a curas e incluso habían roto crucifijos delante de ellos…

“Sólo esta actitud del sacerdote ya me cambió. Dios se sirvió de esto. ‘¿Quién eres?’ Soy Pachús… y me dio un abrazo. Nadie me había dado un abrazo en mi vida. En ese momento rompí a llorar y empezó a escucharme. Le conté todo y fue la primera persona a la que no mentí. Me quité el disfraz. Me sorprendió su mirada. No fue una mirada de juicio como me había prometido el demonio, fue la mirada de Dios, me dejó descolocado”, explica Ramón.

El padre Ramón Mirada en plena Eucaristía con un acólito  

No ha dejado de comulgar ni un solo día

Cuando terminó de contarle todo el mal que había hecho, este sacerdote le volvió a sorprende: ‘¿Y qué?’, le espetó a este joven. Y completó la frase: ‘más grande es la misericordia de Dios’.

De aquel momento recuerda que “la gratitud a Dios me hizo explotar. ¿El cielo es para mí? Entonces entendí quien era Dios. En esa misma confesión entendí que Dios era mi padre”.

Su vida no cambió de manera progresiva. Fue un cambio radical. Había descubierto algo nuevo y no quería que nadie ni nada se lo arrebatara. “Quería estar como una lapa con Jesús. Empecé a ir a misa todos los días. Desde entonces he comulgado todos los días de mi vida”.

Una vocación imposible que se hizo posible

Dejó todas las malas amistades que tenía y su ambiente pasó a ser el de la parroquia. Afirma que “me iba enamorando y enamorando de Jesús, y el cura veía vocación en mí, pero yo lo veía imposible”.

Hasta que finalmente un día tuvo claro que Dios le llamaba. Se lo dijo a sus padres, que no paraban de llorar de la emoción. Habían visto a su hijo muerto en vida y ahora le veían como una nueva criatura. Y pese a que los años del seminario no fueron fáciles debido a los estudios y a que se sentía indigno para este ministerio, finalmente se ordenó y tocó el cielo al poder celebrar la misa.

Ahora es un activo sacerdote, con gran tirón entre los jóvenes y muy activo en la evangelización. Es un hombre nuevo.

lunes, 6 de octubre de 2025

Liza: «Profundamente sola y vacía, desde adolescente me drogué, sentía asco por el pecado, empecé a rezar el rosario y me invadió el amor más perfecto y la Virgen me llevó a la adoración, donde Cristo me recató»


Liza se encontraba buscando sentido a su vida en los lugares equivocados, hasta que conoció a Jesús / Foto: André Escaleira, Jr. - El Pueblo Católico

* «’¿Por qué ponen esto, que a mí me parece una tontería, en este círculo dorado?’, pensé confundida, cuando comenzó la adoración y todos se arrodillaron. Tuve un momento inexplicable en el que sentí que el Señor me hablaba profundamente al corazón… No tenía ni idea de lo que significaba la palabra ‘adoración’. Pero me di cuenta de que estaba hecha para esto. Esto es para lo que fui creada… Creo que es una gran gracia del Señor, porque Él sabe que no había otra forma de llegar a mí excepto de esta manera tan profunda» 

 Camino Católico.- Desde pequeña, Liza experimentó lo que ella describe como una profunda sensación de vacío. Aunque desde fuera su infancia pareciera buena, recuerda sentir una soledad constante. «Siempre me sentí profundamente sola y vacía», comparte a Clare Kneusel-Nowak en El Pueblo Católico.

Sus padres se divorciaron cuando ella era niña, y su padre se mudó a otro estado. Aunque su mamá era cariñosa y protectora, Liza sufría mucho. En sexto grado recurrió a las drogas y al alcohol para llenar ese vacío. Fumar y beber era la única forma en que podía sentir algo. «Me hacía sentir bien», dice. 

Sus compañeros de secundaria les parecía cool porque sabía fumar, pero esa atención no podía sustituir el amor que anhelaba. Estaba intentando llenar un «vacío del tamaño de Dios» con sustancias y popularidad. Y en preparatoria empeoraron las cosas. 

«Persiguiendo al dragón» 

«Llegue a un punto en que probablemente bebía y fumaba marihuana cuatro veces por semana», cuenta. Liza se decía a sí misma que lo estaba manejando bien porque nadie sabía lo que hacía.

En primer año de preparatoria, se encontró con un grupo de jóvenes que fumaban, se saltaban clases y compartían sus gustos musicales. Rodeada de consumidores, los experimentos peligrosos de Liza se intensificaron rápidamente. «Me había consumido por completo el deseo de ‘perseguir al dragón’ —así le llaman cuando intentas revivir la primera experiencia de estar drogado», explica. 

Ese año, la marihuana y el alcohol ya no eran suficientes para Liza. «Nunca tuve miedo a nada, excepto a morir, pero eso se me quitó muy rápido. Estaba dispuesta a tomar la droga más fuerte que cualquiera pudiera darme. Me daba igual morir. Tomaba lo que fuera que me hiciera sentir bien». 

Probó psicodélicos, analgésicos y cualquier otra sustancia que pudiera conseguir. Su mamá eventualmente la forzó a entrar a un programa ambulatorio, pero Liza encontró formas de evadir las sesiones. Luego llegó la pandemia. 

Durante ese tiempo, Liza comenzó a vender contenido en línea a cambio de drogas y alcohol, y mantenía relaciones con hombres mucho mayores a través de internet. Su mamá la envió a otro centro de rehabilitación, pero Liza, que no tenía intención de cambiar, nunca permaneció sobria más de tres días fuera de ese entorno.

«No tenía ningún deseo de mejorar ni de dejar las drogas, ni de enmendar mi vida… No tenía una brújula moral», confiesa. «No sentía culpa ni remordimiento por lo que le estaba haciendo a mi mamá, a mi familia, ni siquiera por mí misma. No tenía ningún estándar moral… Me sentía completamente indiferente». 

Desesperada, su mamá la envió a vivir con su papá en Texas. Él la inscribió en una escuela en línea, pero ella no terminó. A pesar de no conocer a nadie, encontró la forma de seguir consumiendo drogas. «Un adicto siempre encuentra el modo», dice. 

El periodo más oscuro 

Ese mismo año regresó a Colorado, donde la esperaban viejos amigos y drogas más fuertes. En el penúltimo año de preparatoria ya consumía cocaína y metanfetaminas, y robaba para mantener sus hábitos. «Ese fue el peor periodo de mi vida», recuerda. 

Se sumergió en la subcultura de las drogas, rodeándose de personas que creía que podían darle lo que quería: atención, drogas y una sensación efímera de amor. «Quería atención y deseaba con desesperación ser amada. Le gritaba a cualquiera que me amara, que me prestara atención», asegura. 

A los 18 años, después de más intentos fallidos de rehabilitación, vivía con su tía. Incluso sus amigos que consumían drogas estaban preocupados. El comportamiento de Liza se volvía cada vez más peligroso. A veces impedía que sus amigos llamaran a una ambulancia, incluso cuando sabía que podía morir. Su tía le contó a su mamá, quien le dio un último ultimátum: rehabilitación o el albergue para personas sin hogar. «Acepté ir a rehabilitación de nuevo porque no quería estar en la calle. Planeaba fingir hasta que terminara el periodo de incomunicación», confiesa Liza.

El cristiano en abstinencia 

En ese centro, Liza conoció a un paciente que no soportaba: un cristiano lleno de una alegría inquebrantable. «Estaba completamente encendido por el amor de Cristo», dice sobre aquel hombre que, aunque había sido golpeado por la vida, siempre sonreía y se mostraba feliz de conversar con cualquiera o hablar de Jesús. «Recuerdo pensar: ‘Esto es tan molesto’. No soportaba estar cerca de ese tipo».

Durante la abstinencia, la mayoría de los adictos fingen estar bien hasta lograr estabilidad. Pero él no. A pesar de su sufrimiento, irradiaba una alegría sincera. «Pensaba: ‘Está bien, lo de Jesús está muy raro, pero si pudiera descubrir qué te hace tan feliz… Sé que no es realmente Jesús’”, decía. “Entonces, ¿qué es?». 

La alegría de él y de otros pacientes terminó convenciendo a Liza de quedarse. Por primera vez, se preguntó si realmente quería la sobriedad. Si él podía ser feliz en la sobriedad, quizá ella también. 

Cuando salió, siguió los 12 pasos. Nombró a Jesús como su “poder superior”, en gran parte para agradar a su madrina. «Estaba sobria físicamente, pero fumaba dos cajetillas de cigarros al día, me desvelaba y seguía siendo sexualmente activa», cuenta. «Incluso desde un punto de vista secular, no era una buena vida». 

Entonces una amiga la invitó a Arizona para comenzar de nuevo. En apariencia, su vida mejoró. Consiguió un auto, hizo nuevas amistades y se mantuvo sobria. Pero el vacío no desaparecía.  «Por las noches, cuando estaba sola, sentía el mismo vacío profundo que sentía de niña», dice. 

Tras un encuentro con la Santísima Virgen, Liza encontró el camino de vuelta a la Iglesia católica / Foto: André Escaleira, Jr. - El Pueblo Católico

Un último recurso

Llevaba dos meses viviendo en Arizona. Un día, recuerda, fue simplemente perfecto. «Todo lo que hubiera querido tener en un solo día», dice. «Le dije buenas noches a mi compañero, entré a mi cuarto… y sentí un vacío aplastante como nunca en mi vida. Fue peor que cualquier cosa que haya sentido bajo el efecto de las drogas, en cuanto a desesperación —peor que mis momentos más bajos, como cuando dormía en un coche a -15 grados. Jamás había sentido algo así». 

Sentada en su cama, Liza fue invadida por una tristeza insoportable y un dolor desgarrador. Comenzó a temblar, incapaz siquiera de llorar. Era como si todo el dolor acumulado durante años por fin saliera a la superficie. 

«Pensaba: ‘He hecho todo lo que se supone que debía hacer para ser feliz, pero no siento propósito, ni logros, ni felicidad, nada'», recuerda. 

Sintiendo un «asco por el pecado», miró a su mesita de noche y vio un rosario que le había regalado su mamá, que había pertenecido a sus abuelos —«la pareja italiana católica más perfecta», según las historias de su madre. 

Como último recurso, Liza tomó el rosario.  «Pensé: ‘Me voy a sentir tan tonta'», recuerda. «Nunca había rezado, pero sabía más o menos cómo se rezaba el rosario… Esto era literalmente una avemaría. No sabía qué más hacer, así que recé quizá medio misterio… Estaba totalmente consumida por la desesperación».

Liza rezó, y de pronto, totalmente por sorpresa, se envolvió en «la sensación más perfecta de amor que había sentido en mi vida… Era como si nunca antes hubiera conocido el amor, como si no supiera siquiera lo que significaba la palabra ‘amor’ hasta esa noche». 

Sintió, de forma real y concreta, «a la Virgen empujándome al Sagrado Corazón de Jesús». 

«Fue una intensidad de emoción que jamás había vivido», dice. «Lloraba a mares. No sé cuánto tiempo duró en realidad. Sentí como mucho tiempo, como si muchas cosas se purgaran dentro de mí de forma dolorosa, pero con el dolor más hermoso que se puede imaginar. Como lo que describe Teresa de Ávila —no en el mismo grado que ella, pero un dolor que no quieres que se detenga». 

Liza se arrodilló y rezó en voz alta: «No tengo idea de qué fue eso, pero te doy toda mi vida. Desde ahora, haré todo lo que me pidas. Incluso si estoy condenada al infierno por todo lo que he hecho, pasaré el resto de mi vida sirviéndote, y haré lo que tú quieras».

No recuerda haberse quedado dormida, pero a la mañana siguiente no dudó: tenía que encontrar una iglesia católica e ir a Misa, ya que había sentido profundamente el amor de la Santísima Madre.

No entendía lo que sucedía durante la Misa, pero sabía lo suficiente como para no recibir la Eucaristía. «Creo que me habría derretido o algo así», bromea.

Después de la Misa, la parroquia tenía adoración eucarística y, por impulso, Liza se quedó, aunque no sabía qué era la Eucaristía, ni mucho menos el cristianismo. «¿Por qué ponen esto, que a mí me parece una tontería, en este círculo dorado?, pensé confundida, cuando comenzó la adoración y todos se arrodillaron. Tuve un momento inexplicable en el que sentí que el Señor me hablaba profundamente al corazón… No tenía ni idea de lo que significaba la palabra ‘adoración’. Pero me di cuenta de que estaba hecha para esto. Esto es para lo que fui creada… Creo que es una gran gracia del Señor, porque Él sabe que no había otra forma de llegar a mí excepto de esta manera tan profunda».

Al día siguiente, Liza llamó a su madre y le dijo que había decidido convertirse al catolicismo y volver a casa.

«Creo… que estoy viviendo, en un sentido muy real, la historia de amor más grande jamás contada», dice Liza / Foto: André Escaleira, Jr. - El Pueblo Católico

Lo único que satisface

Por supuesto, había detalles que debían resolverse primero, como conseguir un trabajo. «No quería trabajar —solo quería estar en adoración eucarística por el resto de mi vida», comparte Liza. «Pero mi mamá me dijo: ‘Tienes que conseguir un trabajo'». 

Al principio, su familia no creía que su conversión fuera sincera o que duraría. «Fue un gran ejercicio de humildad para mí», dice. «Había decepcionado a mi familia muchas veces y les había dado falsas esperanzas de que estaba mejor… Creo que fue un verdadero impacto para ellos. Mi hermana dijo que ni siquiera me reconocía cuando me mudé de regreso —en el buen sentido». 

Liza comenzó a asistir a Misa diaria, aunque aún no podía recibir a Jesús en la Eucaristía. Dice que lo hacía especialmente por el momento de la consagración, cuando el sacerdote eleva la hostia —ese momento le llegaba profundamente al corazón. «Hubiera esperado mil años solo para cruzar la mirada con Jesús», asegura. 

Pasó dos años en el proceso de OICA (Orden de Iniciación Cristiana de Adultos, por sus siglas en inglés) y finalmente fue recibida en la Iglesia la pasada Vigilia Pascual. Aunque ninguno de ellos es católico, toda su familia asistió a su confirmación. 

Ya como católica, Liza comenzó a estudiar la vida de los santos —en especial a santa Teresa de Ávila, quien, según cuenta, le enseñó a orar y a través de quien Dios la llamó «a un amor más profundo por él». 

Desde aquel encuentro de conversión, el amor de Jesús en la Eucaristía la ha consumido. Confiesa tener “una fijación absoluta por el catolicismo” y quiere absorber “todos los podcasts de apologética, cada artículo católico, todas las lecturas espirituales” que pueda encontrar.  

“Paso al menos una hora diaria en adoración. Ahora yo soy esa persona que tanto detestaba en rehabilitación —la que mete a Jesús en literalmente cada conversación. Creo… que estoy viviendo, en un sentido muy real, la historia de amor más grande jamás contada. Me siento tan enamorada de una forma que nunca creí posible”.

martes, 2 de septiembre de 2025

Krishna: «Nací en una granja Hare Krishna, probé drogas, alcohol, chicas, popularidad, estaba muy triste y pedí ayuda a Dios diciendo: ‘te necesito’; mi vida cambió y voy a Misa todos los días»

 

Krishna

* «Poco a poco empecé a ir a Misa los domingos, a leer el Evangelio mientras iba o volvía de clase, etc. Me lo ponía en la radio y escuchaba. Me llamaban mucho la atención las lecturas y me llenaban. Un día decidí confesarme y fue fenomenal. Seguí yendo a Misa los domingos y encontré un libro en la casa a la que nos habíamos mudado en Bilbao que se llamaba 'La imitación de Cristo', de Tomas Kempis, que era muy potente. Contaba cosas sobre el cristianismo que tenían mucho sentido, y por la noche fácilmente me podía pasar 2 horas de rodillas rezando. Era impresionante, me llenaba muchísimo»

Camino Católico.-  Después de haber nacido en una granja Hare Krishna y de una adolescencia marcada por los fracasos escolares, conflictos familiares y el consumo de drogas y alcohol, Krishna descubrió el amor y la presencia de Dios en su vida. Así lo ha contado en el canal de YouTube de Jóvenes Católicos. Esta es su historia contada en primera persona:

Vídeo de Jóvenes Católicos en el que explica su testimonio de conversión 

Mi nombre es Krishna, nací en una granja Hare Krishna y he pasado de fumar porros a ir a misa todos los días.

Quiero contar un poco mi testimonio. Nací en un pueblo de Guadalajara y en una comunidad hare krishna porque a mis padres les encantaba esa espiritualidad. A los 2 años me mudé a Boadilla del Monte (Madrid), ya que tuve una pulmonía y nos trasladamos allí, porque hacía mejor tiempo.

He pasado casi toda mi vida en Madrid. Mi infancia fue bonita hasta los 5 años. A mis padres les iba genial, tenían muchos negocios en la India, traían plata, piedras semipreciosas, productos, recibían encargos de toda España... Les iba bastante bien.

Cuando yo tenía 5 años mi padre falleció y dejó algunas deudas. Mi madre se vio sola con tres hijos y tuvo que sacar a la familia adelante. Mi madre ha sido una guerrera, nos ha querido siempre con locura y la verdad es que le debo todo. Ciertas cosas de tu infancia te hacen ser un poco diferente: yo siempre he tenido tendencia a liarla, a llamar la atención, a hacer lo que está prohibido, a saltarse las normas, etc. Esto me llevó a tener unas ciertas amistades que no eran lo mejor; siempre me he dejado influir mucho.

Krishna nació en una granja Hare Krishna

Porros y litros de cerveza

En 6º de primaria, con los amigos de mi urbanización probamos los porros (cigarro total o parcialmente relleno de cannabis) y el tabaco también. Mi madre me pilló con un poco de marihuana. Con 12 años ya se veía a dónde tiraba la cabra, ¿no? Mi madre lo vio venir y dijo: “a este niño hay que meterle en algún sitio” y me metió en un “colegio de curas”, como decía ella. Fui a un colegio que se llama Andel (Alcorcón), donde estudié toda la etapa secundaria.

En ese momento no me gustaba nada. Me decía: “jo estos pijos con corbata no sé qué, ¿de qué va esta gente?”; pero la verdad es que me ha ayudado mucho y ahora miro hacia atrás y ha sido una pasada: los profesores que tuve me enseñaron a trabajar, a estudiar, están muy encima de ti, estás super arropado. Tienes formación católica, puedes ir a Misa si quieres, hablar con un sacerdote… te quitan todas esas vergüenzas, que yo creo que me han salvado la vida, de acudir a un sacerdote, de no tener esa vergüenza y saber que puedes acudir a él.

En la ESO ya fumaba tabaco y porros con los amigos, me dejaba influir y la verdad es que ni me lo planteé cuando me los ofrecieron por primera vez. Me acuerdo que fue en un descampado, donde teníamos una guarida construida con muebles robados, a la que íbamos siempre.

Krishna gastaba 5 euros en cerveza todos los días y  el plan entre semana era ese y fumar porros. Los fines de semana compraba el doble de todo y bebía cubatas con los amigos de fiesta, en descampados y llegando a casa a las 12 de la noche

No me paraba a pensar si eso me gustaba o no, simplemente lo probaba, me reía con ellos pero poco a poco, con 14 años, mi plan de fin de semana empezó a consistir en beber litros de cerveza. Para cuando me di cuenta ya me estaba gastando 5 euros en cerveza todos los días y el plan entre semana era ese y fumar porros. Los fines de semana comprábamos el doble de todo y bebíamos cubatas con los amigos de fiesta, en descampados y llegando a casa a las 12 de la noche.

Cuando llegaba, tenía problemas todos los días, era una situación un poco conflictiva. Mi madre siempre ha sido antidroga, antiporros, antialcohol... Todas las semanas tenía alguna bronca con ella y la verdad que la pobre tuvo primero lo de mi padre, que es una historia que da también para una tertulia. Ella siempre ha estado al pie del cañón. Me enteré más tarde que en aquella época dejó el hare krishna y empezó a ir a Misa y a rezar el rosario con mi abuela todos los días para pedir por mí. Tenían un grupo de oración en el que pedían para que yo me alejara de todos estos temas.

En 4º de la ESO me cambiaron al colegio público, donde enganché bien con todos mis amigos. Ahí noté que era otra cosa: no estás tan cobijado por los profesores, a la gente le das más igual, los compañeros son un poco más malos. Yo entraba a clase muy fumado y se reían de mí y la verdad que creo que fue el peor año de mi vida.

Se me empezó "a ir un poco la pinza" con los porros, el alcohol y empecé a pensar que la gente se reía de mí. Dejé de fumar porque me sentaba fatal y empecé a probar otras cosas. A los 16 nos colábamos en discotecas, metíamos alcohol porque no teníamos dinero, usaba un DNI falso, etc.

Repetí un año de curso por malas notas, me cambiaron una vez más de colegio y las broncas con mi madre continuaban. Nos tuvimos que mudar de Boadilla del Monte a Valdebebas, otro barrio de Madrid.

La última bala... un Padre Nuestro

Recuerdo que antes de mudarnos, en la casa que dejábamos, hubo una noche que estuve fatal y estuve tan mal que utilicé la única, la última bala que me quedaba en la recámara, porque lo había probado todo, había probado todo lo que te propone el mundo para ser feliz: drogas, chicas, popularidad… lo que te ofrece el mundo y la verdad que no me llenaba. Estaba muy triste. Entonces esa noche me comí mi orgullo y me acuerdo que recé un Padre Nuestro diciendo: “te necesito”.

Me comí el orgullo y la soberbia de que yo podía con todo y cambié el chip para reconocer que estaba mal y que necesitaba ayuda, así que se la pedí a Dios. Al día siguiente no cambió nada pero sí que fue un punto de inflexión en el que fueron pasando cosas pequeñas o grandes y que me ayudaron a cambiar de vida.

Una videollamada desde Bilbao

Acabé el bachiller en Madrid y seguí saliendo de fiesta con los amigos. Durante el último año del bachillerato ya no consumía drogas. Me mudé a Bilbao y empecé a estudiar y a trabajar en una cocina de un restaurante. Lo bueno de la cocina es que trabajas todos los fines de semana y no puedes salir de fiesta porque trabajas hasta tarde. Poco a poco empecé a ir a Misa los domingos, a leer el Evangelio mientras iba o volvía de clase, etc. Me lo ponía en la radio y escuchaba. Me llamaban mucho la atención las lecturas y me llenaban.

Un día decidí confesarme y fue fenomenal. Seguí yendo a Misa los domingos y encontré un libro en la casa a la que nos habíamos mudado en Bilbao que se llamaba 'La imitación de Cristo', de Tomas Kempis, que era muy potente. Contaba cosas sobre el cristianismo que tenían mucho sentido, y por la noche fácilmente me podía pasar 2 horas de rodillas rezando. Era impresionante, me llenaba muchísimo, pero sí que sentía que me faltaba algo más, siempre necesitaba algo más: iba a Misa, me confesaba, hablaba con un cura, pero me faltaba algo.

Después llegó la pandemia y rezaba, pero luego me bebía unas cervezas y estaba hasta las 4 de la mañana jugando a videojuegos. Cuando terminó la pandemia un día hicimos una videollamada de antiguos socios del club del Opus Dei al que iba de pequeño, cuando estaba en quinto y sexto de primaria. Hablamos de todo y de nada.

Cuando se acabó dije: “¿no habrá algo parecido a esto en Bilbao?”. Recordé que yo me lo pasaba muy bien con esta gente… y que además rezaba. Entonces escribí a mi monitor y me puso en contacto con una persona del Opus Dei en Bilbao. Empecé a hablar con este chico y la primera vez que hablé con él me puse a llorar porque le conté mi vida: que estaba fatal aunque iba a Misa, pero que todavía tenía heridas que sanar. 

Krishna con la persona que le animó a rezar más y a ser santo

Me animó a rezar más, a rezar el Rosario, etc., pero hubo una cosa que me cambió la vida que fue por la que hoy estoy aquí. Me dijo: “Tú, Krishna, puedes ser santo”. Yo pensé: “este hombre no me conoce todavía”. Y me insistió: “no, no, es que tú puedes ser santo y estás llamado a ser santo. Todos estamos llamados a ser santos y tú no lo vas a hacer, lo hace Dios en ti”, y eso me descolocó.

Feliz con mayúsculas

A partir de ahí empezamos a hablar y yo hacía lo que me decían: empezaba la semana muy bien, luego bajaba, subidas, bajones, lo típico, pero al final conectas los puntos: caí de repente en un club del Opus Dei, me hablaron de la santidad en medio del mundo, y en un momento dado me propusieron pedir la admisión al Opus Dei y entregarme a Dios.

La verdad es que me costó un poco la idea del celibato; dices “a mí me encantan las tías, igual esto no es para mí”, pero claro a todos nos gustan, pero es que Dios necesita gente, nos llama como a los apóstoles y no te lo esperas.

Me costó un poco, varias personas rezaron varias novenas por mí y al final me lancé a la piscina y me fié. La verdad es que sigo muy contento cuatro años después. Sigo luchando no en las mismas cosas evidentemente, pero siempre tiene que haber lucha. Cuando pedí la admisión dije “ya he llegado, ya está todo hecho, qué bien”. Pero no, acababa de empezar todo y hoy sí que puedo decir que soy feliz con mayúsculas.

Krishna goza de la felicidad de saber que Dios está pendiente de él 

Darte cuenta que Dios te quiere, que está pendiente de ti, que tiene un propósito y una misión para ti concreta... es impresionante. La libertad que te deja para hacer lo que te dé la gana. Cada día no puedo hacer otra cosa que dar gracias a mi familia que ha rezado tanto por mí; mi madre, que puede ser Santa Mónica, la madre de san Agustín, fácilmente; al igual que mi abuela.

Krishna