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martes, 16 de septiembre de 2025

Diane Foley cuenta ante el Papa León XIV cómo vio y perdonó al asesino que decapitó a su hijo: «El Espíritu Santo nos permitió escucharnos; Dios me dio la gracia de verlo como un pecador necesitado de misericordia, igual que yo»


Camino Católico.- Durante la Vigilia de Oración por el Jubileo de la Consolación en la Basílica de San Pedro, presidida por el Papa León XIV, la tarde del lunes, 15 de septiembre, Diane Foley ha relatado con valentía y emoción el camino que la llevó a encontrarse, por gracia de Dios, con uno de los yihadistas que primero secuestró y luego asesinó a su hijo Jim, el periodista estadounidense que fue una de las primeras víctimas de ISIS.

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En su testimonio, Diane Foley entrelaza la historia personal de una madre sometida a la prueba más difícil —la muerte de su hijo— con el dolor de la Virgen María bajo la cruz, el Vía Crucis de Jesús en su Pasión. Relata la historia de su hijo mayor, James Wright Foley, quien fue secuestrado en 2012 mientras trabajaba como reportero de guerra independiente en Siria.

«Durante casi dos años», explica, «sufrió hambre, fue torturado y, finalmente, públicamente, decapitado en agosto de 2014, por ser periodista estadounidense y cristiano». Este inmenso dolor comenzó cuando Jim fue secuestrado en Libia durante 44 días y luego liberado. Al regresar a casa, el joven parecía cambiado, con una fe más profunda, la que había desarrollado en cautiverio; esa experiencia lo impulsó a seguir dando voz a los que no la tienen. 

A pesar de las súplicas de su madre, Jim partió a Siria y fue secuestrado el 22 de noviembre de 2012. Diane relata un largo silencio al que se niega a rendirse. Busca ayuda en Washington, las Naciones Unidas, el Reino Unido, Francia y España, porque otros ciudadanos secuestrados por ISIS provenían de esos países.

Sigue rezando incesantemente, pidiendo a Dios que salve a Jim, pero de repente llega la noticia de su muerte violenta. "Estaba en shock, incrédula. La ira", dice Diane, "crecía en mi interior: ira hacia ISIS, hacia nuestro gobierno, hacia quienes se negaron a ayudar". A pesar de todo, sigue rezando, y esta vez le pide al Señor que no la consuma la ira. “Me tambaleaba bajo el peso de esa pérdida, insegura de si podría seguir adelante”. “En esos momentos oscuros, recé desesperadamente por la gracia de no volverme amarga, sino de ser misericordiosa y capaz de perdonar”.

Se vuelve hacia la Virgen María, sintiendo su cercanía, como una madre que llora a su hijo. Pasan los años, y dos de los yihadistas que secuestraron y torturaron a Jim son arrestados y juzgados en Virginia. Entre ellos se encuentra Alexanda Kotey, quien se declara culpable y pide conocer a las familias a las que perjudicó. 

Diane asegura que “solicité un encuentro con Alexanda porque sabía que Jim habría querido comprender por qué se había radicalizado, y yo quería compartir con él quién había sido Jim. A medida que se acercaba la fecha, empecé a dudar, mientras otros me aconsejaban no reunirme con él, diciendo que solo me mentiría”.

La conversación transcurre en medio del miedo y la incertidumbre. Diane relata quién era Jim, sintiendo que está experimentando un momento de gracia. «El Espíritu Santo nos permitió a ambos escucharnos, llorar, compartir nuestras historias. Alexanda expresó un gran remordimiento. Dios me dio la gracia de verlo como un pecador necesitado de misericordia, igual que yo». Después de tres semanas, Diane funda una fundación dedicada a su hijo. «Cada uno de nosotros», concluye, «lleva una cruz. Todos sufrimos por nuestros pecados, pero cuando invitamos a Jesús y a María a caminar con nosotros, siempre hay esperanza y sanación».

Fotos: Vatican Media, 15-9-2025

jueves, 11 de septiembre de 2025

Diane Foley cuenta al Papa León XIV cómo perdonó al asesino del ISIS que decapitó a su hijo: «El perdón implica misericordia, la misericordia de Dios. No puede haber perdón sin misericordia»

Diane Foley, cuyo hijo fue asesinado por el ISIS en 2014, se reúne con el Papa León junto con el escritor irlandés Colum McCann / Foto: @VATICAN MEDIA

* «La compasión forma parte de cómo debemos atrevernos a hablar con gente que no entendemos, o que quizá ni siquiera nos gusta. Necesitamos una forma de comunicarnos, de tener compasión los unos por los otros. Y ese fue el milagro de mi encuentro con Alexanda. Me escuchó de verdad, y yo recé para que me diera la gracia de escucharle. Y fue una gracia. El Espíritu Santo estuvo presente de una manera muy profunda. Fue una bendición. Muy triste, pero fue una bendición» 

Camino Católico.-  Diane Foley es madre. No hay definición más exacta para describir a esta mujer y su "historia de misericordia". Su hijo es James W. Foley, Jim, periodista secuestrado en el norte de Siria en 2012 y decapitado por el Isis dos años después.

En octubre de 2021, Diane tuvo la fuerza y la determinación de reunirse con Alexanda Kotey, uno de los asesinos de su hijo, para hablar con él, para hacerle saber quién era realmente Jim, aquel chico generoso y valiente, interesado en contar la vida y la verdad de las personas que conocía.

Diane ha fijado para siempre, en el libro que escribió con el escritor Colum McCann, Una madre, el retrato de este hijo amado, que le fue brutalmente arrebatado, pero también ha anclado con palabras perdurables su propio camino de dolor, de compasión, de comprensión para afrontar, sin renunciar nunca a la humanidad, la pérdida de Jim, para mirar a los ojos a quienes contribuyeron a su muerte, para no dejar de preguntar y de hacerse preguntas, sostenida por la fe, por la fuerza fundamental de la oración.

El 29 de agosto, Diane ha llevado la memoria de Jim al Papa León XIV, que la ha recibido en audiencia privada, otro signo de gracia en estos años difíciles, del que habla en esta entrevista a los medios vaticanos.

- Diane Foley, ¿qué significa para usted, para la historia de su hijo, haber conocido al Papa León XIV?

- Un regalo increíble. Como estadounidenses, nos sentimos muy honrados y agradecidos de tener un Papa nacido en Estados Unidos, porque necesitamos curación y esperanza en el mundo. Como ciudadano estadounidense, me sentí muy honrado de conocerle y rezaré por él porque necesitamos su guía para la paz y la esperanza en el mundo.

- Cuando decidió reunirse con Alexanda Kotey, uno de los asesinos de su hijo, sintió la necesidad de decirle quién era Jim. ¿Quién era Jim? ¿Por qué quería hablarle a Kotey de su hijo?

- Creo que cuando estás inmerso en la guerra y el odio, en la yihad con el Isis, no ves caras. No ves a la gente. Sólo piensas en tu odio. Quería humanizar a Jim, porque Jim era un inocente, era un periodista, un hombre de paz, muy interesado en contar las historias del pueblo sirio. Quería que Alexanda comprendiera que las personas atacadas intentaban dar esperanza al pueblo sirio: periodistas, trabajadores humanitarios. No eran combatientes. No llevaban armas. Quería que conociera a Jim, porque Jim también era profesor y realmente se preocupaba por los demás, le encantaba acompañar a los jóvenes en busca de su camino. Jim pasó muchos años en Teach for America, una organización que trabaja con hombres y mujeres jóvenes, enseñándoles, a menudo niños muy pobres o niños que luchan en zonas difíciles de nuestras ciudades. Quería que Alexanda supiera qué clase de persona era Jim, que en otra vida podrían incluso ser amigos. Podía imaginarme a Jim incluso acompañando a Alexanda cuando era joven. Porque la pobre Alexanda había perdido a su padre cuando era joven. Y creo que era una persona que buscaba, pero buscaba en los lugares equivocados.

- En el libro que escribió con Colum McCann se repite la palabra compasión. ¿A través de este sentimiento podemos evitar que actos inhumanos limiten nuestra humanidad?

- Por supuesto que podemos. Creo que Colum McCann, con su organización Narrative 4, habla de compasión radical. Y Jim aspiraba a ser un hombre de coraje moral, a marcar la diferencia en el mundo, a su pequeña manera. La compasión forma parte de cómo debemos atrevernos a hablar con gente que no entendemos, o que quizá ni siquiera nos gusta. Necesitamos una forma de comunicarnos, de tener compasión los unos por los otros. Y ese fue el milagro de mi encuentro con Alexanda. Me escuchó de verdad, y yo recé para que me diera la gracia de escucharle. Y fue una gracia. El Espíritu Santo estuvo presente de una manera muy profunda. Fue una bendición. Muy triste, pero fue una bendición.

Encuentro del Papa León con Diane Foley -a la derecha de la imagen-, cuyo hijo fue asesinado por el ISIS en 2014; y el escritor irlandés Colum McCann / Foto: @VATICAN MEDIA

- “Conocer el cómo de la muerte de un ser querido es conocer mejor la vida del ser querido", dice el libro. ¿Qué fue lo que más aprendió sobre su hijo y, en general, sobre la existencia al pasar por este dolor?

- Lo que más aprendí. Cuando mataron a Jim, nos quedamos en shock. Nunca esperamos tanto odio. Pero uno de sus amigos de la infancia hizo un documental sobre Jim, The James Foley Story. Y en ese documental entrevistó a los rehenes europeos que volvieron a casa. A través de esos rehenes descubrí lo que había ocurrido en los dos años que Jim estuvo cautivo, y cómo habían sufrido, pero también cómo habían hecho comunidad y cómo se habían animado unos a otros. Y me sentí agradecida porque pude darme cuenta de que Jim escuchaba nuestras oraciones, y de que Jim encontraba la manera de rezar, de sacar fuerzas de Dios. Estoy muy agradecida por eso y por la buena gente entre la que estaba: periodistas, cooperantes, con buen corazón y que realmente querían hacer el bien en el mundo.

- Es una mujer de fe. ¿Hasta qué punto fue importante la oración para vivir el encarcelamiento de su hijo y luego el duelo del día a día?

- Simplemente fundamental, fundamental. Quiero decir que estoy muy agradecida. En muchos sentidos, Dios me ha preparado para toda mi vida. Porque recibí el don de la fe cuando era adolescente, y mi fe en un Dios misericordioso y amoroso siempre ha sido muy importante para mí. Pero es un don, sólo un don. Así que sabía que Dios estaba presente. Y muchos, muchos ángeles fueron enviados a rodearnos después de que Jim fuera asesinado. Muchos ángeles, muchas bendiciones. Piensa en la bendición de hoy: conocer a Su Santidad. Dios ha sido muy bueno conmigo, y me ha sostenido junto con la Santísima Madre a través de todo esto. Ella me ha mantenido firme.

- Usted creó una fundación que lleva el nombre de Jim. ¿Cuáles son sus objetivos y qué resultados ha obtenido?

- Tres semanas después de que mataran a Jim, creamos la James W. Foley Legacy Foundation. La intención era inspirar el valor moral necesario para apoyar el regreso de nuestros ciudadanos estadounidenses cuando son capturados o detenidos injustamente en el extranjero, y promover la seguridad en general. Jim y los otros estadounidenses, los británicos, fueron asesinados porque nuestro gobierno decidió ni siquiera intentarlo. Nuestro gobierno ni siquiera negoció con los secuestradores. Así que sentí que era inmoral. Me enfadé y sentí que teníamos que desafiar a nuestro gobierno a su deber de proteger a sus ciudadanos, ciudadanos inocentes, cuando son capturados en el extranjero, no porque hayan cometido ningún delito, sino simplemente porque son estadounidenses. Así que, gracias a Dios y a mucha gente buena, más de 170 de nuestros ciudadanos han regresado a casa libres de su cautiverio en el extranjero. Y ahora los periodistas son más conscientes de la necesidad de protegerse y mantenerse a salvo, porque hoy están en el punto de mira. Paso la mayor parte de mis días intentando inspirar a otras personas para que utilicen sus dones para el bien, para que aspiren a tener valor moral, para que compartan sus dones con el mundo. Han pasado muchas cosas en once años, pero la mayoría vienen de Dios, porque cuando ocurren cosas malas suele ser entonces cuando la gente buena da un paso al frente y hace que ocurran cosas buenas. Estoy muy agradecida a Dios.

- ¿Qué significó para usted la cercanía del Papa Francisco tras el asesinato de su hijo?

- Su llamada fue un regalo profundo. Llamó muy pronto. Un par de días después de que mataran a Jim, antes de que llamara nadie de nuestro gobierno. Y fue muy conmovedor, porque unos familiares del Papa Francisco habían tenido un accidente de coche, y él estaba experimentando su propio dolor, pero decidió tendernos la mano. Nos sentimos conmovidos y honrados. Y mi cuñado, que es de Madrid, estaba presente, así que pudo hablarle en español. Todos entendemos el español, pero yo no lo hablo muy bien. Pero fue un regalo. Y el modelo del Papa Francisco también fue un regalo para mí. Escuché muchos de sus audiolibros.

- De su libro se desprende que el conocimiento del otro, el diálogo, el encuentro pueden producir grandes cambios. ¿Es una indicación que pueda aplicarse de forma más general a este complicado momento de la historia?

- Desde luego. Estoy aquí por el Meeting de Rímini, que tanto me impresionó, porque pretende reunir a personas de todos los países y de todo el mundo para dialogar, rezar, dejarse inspirar por el Espíritu Santo, aprender juntos y debatir juntos. Tenemos que hacerlo más, porque lo que está ocurriendo ahora en Gaza es inhumano y trágico. Y en Ucrania, y en Sudán, y en tantas partes del mundo. Por eso agradezco tanto el liderazgo del Papa León XIV y su llamamiento a la paz. Hay muchas exposiciones hermosas en Rímini, pero una era sobre los diecinueve mártires de Argelia. Fue muy conmovedora, y el cardenal Jean-Paul Vesco estuvo presente y habló sobre ella. Otra, muy bonita, era sobre las profecías de paz, en su mayoría de jóvenes, adolescentes, que habían sido desafiados a encontrar pacificadores en Gaza, en Sudáfrica, en lugares de conflicto, en Ucrania. Encontrar a las personas que trabajan por la paz en medio del conflicto fue muy, muy poderoso, porque esos son los héroes. Esas son las personas que plantan las semillas de la paz. Fue un honor estar en Rimini.

- Salman Ruhsdie definió su libro como "una historia espectacular de violencia y perdón". ¿Está de acuerdo con esta definición?

- El perdón implica misericordia, la misericordia de Jesús, la misericordia de Dios. No puede haber perdón sin misericordia. La justicia es necesaria, sí, pero lo más grande es la misericordia, que debemos tener los unos con los otros: perdonarnos, comprender que todos somos imperfectos, todos somos pecadores, y todos necesitamos la misericordia de Dios. Para mí, es una historia de misericordia.

martes, 4 de marzo de 2025

La conversión de John Pridmore, ex gánster: «Sentí que Jesús me decía: ‘John, te amo tanto que volvería a pasar por la cruz solo por ti’. Recé a la Virgen y sentí: ‘Ve a confesarte’»

 John Pridmore, ex gánster

* «En ese momento me sentí elevado, salí andando de mi piso y pronuncié la primera oración de mi vida. Dije, “Hasta ahora, todo lo que he hecho ha sido aprovecharme de lo que me has dado, Señor, ahora quiero ser yo el que da”. Mientras decía esa oración, el vacío que no podían llenar las drogas, el poder ni las relaciones, fue colmado por el amor de Dios»

Camino Católico.- Me llamo John Pridmore y esta es mi historia.

Nací en el barrio de East End de Londres, en el Hospital del Ejército de Salvación. Aunque fui bautizado en el catolicismo, nunca fui a una escuela católica ni a la iglesia. Con diez años, de vuelta a casa en una noche normal, mis padres me dijeron que tenía que elegir con quién de los dos quería vivir porque se iban a divorciar. Yo quería muchísimo a mis padres; no podía escoger entre esas dos personas a las que más quería pero que, paradójicamente, acababan de dejarme completamente por los suelos. Fue en ese momento cuando, en los más profundo de mi ser, tomé la decisión de no amar a nadie nunca más, porque pensaba que así no me volverían a hacer daño.

Después de que mis padres se separaran, empecé a robar. Creo que lo que quería era que alguien se diera cuenta de cuánto sufría, pero como mi padre era policía, aquello sólo era un aliciente más para las palizas. Con 15 años estuve en un centro de detención, que debió de haber sido una lección tajante, severa, definitiva, pero allí mi odio no hizo sino crecer más y continué metiéndome en peleas.

Con esa misma edad dejé la escuela y, como la única cualificación que tenía era en el robo, a eso me dediqué. Sin amor en la vida, me entregué a los analgésicos, a la bebida, a las drogas, a cualquier cosa que me sirviera para acallar el dolor en mi interior. Con 19 años ya estaba otra vez en prisión y la única forma que tenía de lidiar con toda la ira que guardaba dentro era a golpes, con más peleas. Me pusieron en régimen de aislamiento de 24 horas y fue en este periodo cuando consideré deshacerme del mayor regalo de Dios, mi propia vida. Pero Dios debió de estar allí conmigo, porque no me quité la vida, aunque sí salí de prisión más resentido y violento que nunca.

Pensaba que debía coger yo mismo lo que quisiera del mundo, porque nadie me iba a regalar nada. Empecé a trabajar de segurata en clubes del East-End y del West-End, en Londres; se me ocurrió que, ya que me gustaba pelear, mejor que me pagaran por hacerlo. En aquel ambiente conocí a algunos de los tipos que dirigen la mayor parte del crimen organizado de Londres, así que empecé a trabajar para ellos. No mucho más tarde, dejé de trabajar para ellos y comencé a trabajar con ellos. Mi estilo de vida era el de un gánster clásico, con dinero, drogas y mujeres a montones. Tenía un ático en St. John’s Wood (uno de los más ricos de Londres), un BMW Serie 7, un Mercedes deportivo convertible y no podía gastarme el dinero lo suficientemente rápido, porque los beneficios de los chantajes y del tráfico de drogas se seguían acumulando. Mi chaqueta de cuero de diseño tenía cosido un bolsillo interior donde guardaba un machete para cuando tenía que ir a recuperar algunas deudas y castigar a los que incumplían sus pagos.

De veras creía que lo que el mundo me contaba era verdad, que teniendo todas esas posesiones, relaciones y drogas sería feliz, pero por dentro me sentía enfermo porque esta vida me estaba destruyendo poco a poco. Nada me satisfacía, nada me llenaba. Mientras tanto, intentaba destrozar mi propia conciencia, porque con esta gente con la que trataba, cuanto más despiadado y brutal seas, más respeto recibes, y yo quería ese respeto. Quería que cuando la gente entrara en un club y me viera allí, supiera quién soy y qué es lo que hago.

Una noche que trabajaba en uno de esos clubes que dirigíamos en el West-End, le di un puñetazo con un puño de acero a un tipo, pero, tras el puñetazo, calló completamente de espaldas y se golpeó la cabeza contra el bordillo. Había sangre por todas partes y la gente alrededor empezó a gritar, así que me marché del lugar y recuerdo haber pensado camino de casa en mi coche: “Me podrían caer diez años por esto”. Lentamente, empecé a darme cuenta de que era posible que acabara de matar a alguien y ni siquiera me importaba. Antes las personas solían importarme y yo solía querer marcar la diferencia, pero ahí estaba, haciendo cumplir mi voluntad a golpes y destruyendo todo lo que me rodeaba. La única persona que me importaba era yo mismo y no pensaba que eso pudiera cambiar.

Llegué a casa y escuché una voz que me hablaba en mi corazón, es una voz que todos conocemos, nuestra conciencia, Dios dentro de nosotros. Hasta ese momento, yo creía que Dios era sólo una historieta bonita para evitar que fuéramos malos, pero entonces me topé de cara con el hecho de que Dios era real y no importaba en absoluto lo que yo pensara.

Aunque nunca había sido consciente del amor o de la presencia de Dios en mi vida hasta ese momento, en un instante sentí cómo Él se separaba a Sí mismo de mí. La gente dice que esa separación de Dios es el infierno; bueno, si el infierno es así, rezo porque nadie vaya nunca allí porque fue la experiencia más aterradora de mi vida. Me han puesto pistolas en la cabeza, me han apuñalado, pero este momento fue el más terrible de todos porque yo era plenamente consciente de las elecciones que había hecho. Clamé a Dios por otra oportunidad, no porque lamentara algo, sino porque no quería seguir experimentando aquella desolación. En ese momento me sentí elevado, salí andando de mi piso y pronuncié la primera oración de mi vida. Dije, “Hasta ahora, todo lo que he hecho ha sido aprovecharme de lo que me has dado, Señor, ahora quiero ser yo el que da”. Mientras decía esa oración, el vacío que no podían llenar las drogas, el poder ni las relaciones, fue colmado por el amor de Dios. No podía creer que Dios pudiera amar a alguien como yo, con todas las cosas horribles que había hecho, pero Él me siguió demostrando que me amaba y me aceptaba. Durante toda mi vida me he sentido inútil y no me importaba si vivía o moría, pero Dios me mostró que sí tenía importancia, porque Él me amaba y me había creado. 

 John Pridmore, ex gánster, miró un crucifijo y supo por primera vez que Cristo había muerto por él en la cruz

La única persona que conocía que tenía fe era mi madre y, aunque no la veía mucho por aquel entonces, fui a visitarla y le conté lo que había pasado. Me dijo que había rezado por mí todos los días de mi vida, pero que, dos semanas antes, había rezado por que Jesús me llevara. Si eso suponía dejarme morir, que así fuera, pero que no me permitiera seguir haciendo daño a los demás ni a mí mismo. Sé cuánto me quiere mi madre y sé que una oración como aquella debió romper su corazón, pero es que ella podía ver el monstruo en que me estaba convirtiendo. Nunca olvidaré las lágrimas cayendo por su rostro cuando le dije cómo había encontrado a Dios.

Probablemente esas lágrimas limpiaron todo el dolor y la miseria que le había causado durante su vida. Mi padrastro me dio mi primera Biblia; nunca había tenido ninguna y una de las primeras historias que leí fue la del Hijo Pródigo. Cómo un padre dio a sus dos hijos todo su sustento y sus propiedades y cómo uno de ellos se marchó a despilfarrar todo el dinero de su padre en una vida de pecado y libertinaje. Después de gastarlo todo y porque estaba hambriento, pensó: “Cuántos trabajadores en la casa de mi padre tienen comida de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre”. Decide volver a su padre para pedirle que le acoja como uno de sus esclavos pero, cuando va camino de la casa de su padre, él está fuera buscándole y, al ver a su hijo, corre hacia él para abrazarle, le pone un anillo en el dedo, sandalias en los pies, ropas de las mejores telas y organiza una fiesta para él y sus amigos. Siempre sería su hijo, que volvió a la familia donde siempre fue amado, incluso después de años de perdición.

En esa historia me di cuenta de que Dios siempre había estado buscándome y que nunca se cansaría de buscar ni de intentar arreglar mi corazón roto por mi estilo de vida. Como nunca había ido a la iglesia, empecé a buscar un lugar donde encontrar a Dios y conocí un viejo sacerdote que me habló de un retiro. Los únicos retiros de los que yo había oído hablar eran en los que uno se tumbaba en la playa con un cubata en una mano, un porro en la otra y una buena hembra al lado, así que dije “Me encantaría ir”. Cuando llegué, no era exactamente como había imaginado, pero lo cierto es que vi a cerca de 200 jóvenes que tenían una alegría que yo nunca había sentido. Algunos se acercaron a mí y me abrazaron. Bueno, no sé si conocéis algún ex-gánster, pero a nosotros no nos va mucho eso de los abrazos, a no ser que sea con chicas, pero ¿abrazar a chicos? Si abrazas a un tío delante de unos gánsteres te llevas una torta.

En este lugar asistí a una charla que tenía por título “Dame tu corazón herido” y mientras escuchaba al sacerdote hablando de cómo todos los pecados que cometemos son como una herida en nuestro corazón, miré a un crucifijo y por primera vez supe por qué Jesús había muerto en aquella cruz, para cargar, gracias a su amor, con todos los pecados tan oscuros como terribles que yo haya cometido en mi vida y llevarlos en su corazón hasta la crucifixión. Y entonces sentí una tristeza increíble por todo lo que había hecho, pero por encima de aquella pena estaba una dicha desconocida, sentí que Jesús me decía “John, te amo tantísimo que volvería a pasar por todo esto solamente por ti”. Me eché a llorar, lloré por primera vez desde que tenía diez años porque no podía creer que alguien pudiera amarme tanto como para morir por mí con semejante agonía. Al salir de aquella charla dije una oración a María, madre de Jesús, para decirle: “¿Qué es lo que tu Hijo quiere de mí?”. Y sentí un susurro en mi corazón: ve a confesarte. Nunca había ido antes a confesarme y, con 27 años, sabía que había cometido todos los pecados posibles y tenía miedo. Pero María me dio el valor. Y mientras confesaba todos aquellos pecados terribles, el sacerdote lloraba porque él era Jesús para mí. Me mostraba la misericordia de Dios, que ya podía sentir en mi corazón. Cuando recibí la absolución, supe que Jesús me perdonaba y me daba la libertad. Me había vaciado de todos mis pecados a los pies de la cruz y estaba vivo de nuevo, podía sentir el viento en mi cara, podía escuchar el canto de los pájaros. Mis pecados me habían matado, pero la confesión me había devuelto a la vida.

En aquel mismo retiro, además de reunirme con Jesús a través de la confesión, lo recibí en mi corazón durante la misa. Al avanzar y recibir la Divina Comunión, todos los buenos sentimientos que había tenido en mi vida, incluyendo aquel momento al salir de mi piso y la forma en que me sentí tras la confesión, fueron magnificados un millón de veces. Mi corazón se había abierto en la confesión para sentir y conocer Su presencia en la Eucaristía y Él llenó mi corazón por completo.

Cuando salí del retiro, decidí que quería servir a los demás, así que empecé a trabajar en Kingsmeade Estate en Londres intentando ayudar a los jóvenes a no entrar en la vida de crimen y sufrimiento que yo había elegido. Años más tarde, fui al Bronx y allí conocí a la Madre Teresa, que me enseñó a amar de nuevo, a amarme a mí mismo y a los demás. Me inspiró para dar a los demás y, desde entonces, he estado compartiendo mi historia en escuelas, parroquias y prisiones de todo Reino Unido e Irlanda. En 2007, en la Jornada Mundial de la Juventud en Sídney, tuve el privilegio de hablar para más de medio millón de jóvenes; el mayor regalo de mi vida es compartir con ellos que hay un Dios que les ama, que les cuida y que se regocija en ellos. Desde aquella charla en Sídney, mi ministerio se ha vuelto más internacional. He dirigido retiros, charlas y seminarios en Nueva Zelanda, Australia, Estados Unidos (Nueva York, Florida, Chicago, Phoenix y Los Ángeles), Alemania, Holanda, Hong Kong y por todo el mundo. El año pasado fui a Liberia a hablar sobre el perdón a antiguos niños soldado. Algunos de estos niños habían sido forzados a cometer atrocidades y a combatir, con sólo once años, en la sangrienta guerra civil que arrasó Liberia durante una década. Fue un honor y un privilegio estar entre ellos y ser testigo de la increíble resistencia que tienen para intentar adaptarse y elegir el bien en sus vidas, aun habiendo quedado cubiertas de oscuridad.

Durante los últimos 25 años he trabajado a tiempo completo para traer esperanza a los demás y mostrarles que si Dios puede amar a alguien como yo, puede amar a cualquiera. Que Dios os bendiga con su profundo amor,

John Pridmore
ex gángster convertido al cristianismo que ahora viaja a nivel internacional para hablar sobre cómo ha cambiado su vida. Si quieres saber más sobre John visita su página www.johnpridmore.com donde encontrarás sus tres libros incluida la historia de su vida From Gangland to Promised Land.
Artículo original whyimcatholic.com

martes, 13 de febrero de 2024

Gemma Calabresi: «Me ha llevado toda la vida perdonar a los asesinos de mi marido y al tocar fondo pensaba en la presencia de Dios,  que sentí la mañana en que lo mataron»


  «La fe me ha ayudado mucho. Yo me decía a mí misma: ‘Como cristiana, debes perdonar’, pero cuando creía estar en un buen punto, retrocedía. Entendí que el perdón, como dice la palabra, es un don. El perdón no es una debilidad, sino una fortaleza: te libera, y te hace vivir en paz con Dios y con la humanidad. Para mí, los demás han sido fundamentales. Las oraciones que han rezado por mí, el amor y el cariño que me han demostrado…Quiero permanecer verdaderamente firme en el perdón que he dado. He hablado con un miembro del comando, el que aquella mañana conducía el coche. Nos pidió perdón a través de la prensa y de cartas, y yo lo perdoné. Directamente, entonces. Dos de mis hijos también hablaron con él, y otro de mis hijos habló con uno de ellos que era un jefe. Y a través de este encuentro puedo decir que ellos también se han encontrado con Dios» 

El testimonio de Gemma Calabresi  en El Efecto Avestruz, la serie de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP)

Camino Católico.-  Gemma Capra tenía 25 años cuando un comando terrorista asesinó a su marido, el comisario de policía Luigi Calabresi. Fue el 17 de mayo de 1972. Tres miembros del grupo anarquista Lotta Continua le esperaban en la puerta de su casa, en Milán. Cuando el comisario salió, le dispararon por la espalda, en plena calle. Su viuda quedó sola, con dos niños pequeños y embarazada del tercero.

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sábado, 10 de febrero de 2024

John y Sharon Echaniz perdonan al asesino de su hijo: «Deseo que algún día estés con él en el paraíso. Junto con la justicia, busco la misericordia de Dios para ti» 


 «Y rezo para que tu corazón esté abierto al amor incondicional del Todopoderoso… No te deseo ningún mal. Ruego que elijas dedicar tu vida, que es un regalo para ti, a enmendar la devastación que has causado y, al hacerlo, encontrar la paz» 

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domingo, 5 de febrero de 2023

El sacerdote ruandés Marcel Uwineza se ha encontrado con el asesino de su familia: «Por el poder y la gracia de Dios, he podido perdonarlo»

 


* «El perdón realmente significa muchas cosas, pero para mí es un milagro. En el lenguaje de algunos estudiosos, es realmente hacer lo inimaginable. El perdón aquí puede implicar decidir realmente no ser prisionero del pasado. Es algo que no podemos perdonar por nosotros mismos. Hay que tomar una decisión, pero tenemos el poder de Dios. Le pedí que se levantara y luego nos abrazamos. En ese momento, sentí como si las cadenas se hubieran soltado de mi pierna. Como si yo también hubiera estado en prisión. Ahora era libre»

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jueves, 21 de julio de 2022

El padre Jean Derobert fue fusilado pero un milagro del Padre Pío le devolvió a la vida y explica lo que vio en el Cielo: «Vi a María, detrás de ella estaba Jesús, y detrás, el Padre»


* “Y bruscamente me encontré en la tierra, con el rostro en el polvo, entre los cuerpos cubiertos de sangre de mis camaradas. Advertí que la puerta ante la que me encontraba estaba acribillada de balas, las balas que me habían atravesado el cuerpo, que mis ropas estaban agujereadas y cubiertas de sangre, que mi pecho y mi espalda estaban manchados de sangre prácticamente seca y ligeramente viscosa. Pero que estaba intacto. Fui a ver al comandante con aquella pinta. Él se acercó a mí y gritó: “¡Milagro!”. Fui a visitar al padre Pío. Me hizo un gesto para que acercara y me ofreció, como siempre, una pequeña muestra de cariño. A continuación me dijo estas sencillas palabras: “¡Ay! ¡Cuánto me has hecho pasar! ¡Pero lo que viste fue muy bello!”. Y ahí se acabó su explicación. Ahora puede entenderse por qué no tengo miedo a la muerte… Porque sé lo que hay al otro lado”

miércoles, 25 de mayo de 2022

Gemma Calabresi quedó viuda, con 2 hijos y embarazada al ser asesinado su esposo por terroristas: «Sentí una extraña paz interior,  fue la presencia de Dios, recibí el don de la fe»

Se va a cumplir el 50 aniversario del asesinato de su marido pero Gemma Calabresi aún lo recuerda como si fuera ayer / Foto: Credere


* «En todos estos años he recibido muchas confesiones, cartas, caricias, abrazos de desconocidos: he sabido que muchos han rezado por mí y mi familia. La oración nos pone en comunión con Dios y nos pone en fraternidad entre nosotros: es algo hermoso. Siempre digo: ‘No lo logré. Lo hicimos’»


lunes, 28 de febrero de 2022

El padre Laurent Rutinduka perdió a sus padres y hermanos en el genocidio ruandés: «Me salvó la Palabra de Dios, rezar y recibí la fuerza del Espíritu Santo para perdonar»

 


* «Averigüé quiénes fueron los verdugos de mis padres y hermanos. Resultó que sus familias estaban conmigo en la iglesia. Sus madres y sus hijos eran inocentes. Algunos vinieron a pedirme perdón en su nombre. ‘Sabemos lo que ha hecho mi papá’, me decían los niños llorando. Y decidí visitarlos en la cárcel para promover la reconciliación»

El padre Laurent Rutinduka explicaba su testimonio en este vídeo en diciembre de 2021

Camino Católico.- El sacerdote Laurent Rutinduka perdió a casi toda su familia, sus padres y siete hermanos, durante la primera semana del genocidio de Ruanda. Y, sin embargo, se despide de Alfa y Omega, en una entrevista con María Martínez López, pidiendo que demos «una visión positiva de la historia; nada de odio ni venganza».

Destinado en España desde hace dos años, este misionero de los Sagrados Corazones recuerda que en tres meses de 1994, entre abril y julio, «milicias radicales hutus mataron a casi todos los tutsis del país». Insiste en que eran «extremistas», y en que «muchos hutus no tienen problemas con nosotros».

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jueves, 6 de enero de 2022