* «Cuando volví a Ruanda descubrí la magnitud de las masacres, y vi que todo el mundo, abuelos, tíos, tías, primos, habían desaparecido, y pensé: esto no puede estar pasando, este no es el Buen Dios al que he estado rezando día y noche. Si Él no ha podido proteger a los inocentes, ¡no veo para qué puede servir! Aunque me asaltaban todas estas preguntas, seguía yendo a misa cuando podía, y un día tuve la respuesta interior: «Mira todo lo que has pasado; si no hubiera sido por la mano de Dios, su protección… ¿Cómo explicas que lo hayas superado?». Y es verdad, podrían haberme matado en cualquier momento. Y esas personas que arriesgaron su vida por mí, que pagaron mi fuga… vi en ellas la mano de Dios. Gracias a Dios pude escapar del genocidio. Le pedí perdón y volví a mi fe. Hoy sé que cada día es un regalo de Dios»